Carta: 1-15 Noviembre de 1996

CARTA A IGNACIO ELLACURÍA

Querido Ellacu:

Un año más les estamos recordando a todos ustedes, y este año recordamos también muy especialmente a Monseñor Romero, pues en estos días se ha dado un paso importante en el proceso de su canonización. Y de esto quiero hablarte, pues creo que la dirección que tome este proceso de canonización será importante para la Iglesia y para el país.

Para la mayoría de la gente Monseñor Romero, canonizado o no, es un santo, y por eso alguien ha dicho estos días que "han llegado tarde, Monseñor ya es santo". Pero en este nuestro mundo, lo institucional también tiene su importancia, y bueno es que lo declaren santo oficialmente. Pues bien, este asunto de la canonización, que nos da una gran esperanza, también me da algo de miedo. Y el miedo es que canonicen a un Monseñor que no sea el "verdadero" Monseñor Romero, que canonicen a un Monseñor bueno, piadoso, sacerdotal, pero en definitiva a un Monseñor aguado. Y es que algo tienen ustedes, los mártires de El Salvador, que pone incómodos a los poderosos y ala institución eclesial, y no acaban de ser aceptados como son.

En vida, recuerdas bien los ataques de la jerarquía contra él, y recuerdas también que a sus funerales sólo se hizo presente Mons. Rivera, su amigo fiel. Después de muerto, la tesis oficial vaticana mejoró un poco las cosas, aunque no mucho: Monseñor habría sido un hombre bueno, pero corto y manipulado sobre todo por los jesuitas. Sólo Juan Pablo II cambió esta visión cuando visitó su tumba y habló de Monseñor como celoso pastor que entregó la vida por su pueblo. Enseguida comenzó el proceso de canonización. En lo sustancial, pues, parecería que Monseñor Romero ya ha sido reivindicado institucionalmente, y sin embargo me sigue dando miedo que no se acabe de aceptarlo plenamente, tal cual él fue, que nos lo presenten sin la profundidad que tuvo su vida, que no sea ya interpelación para todos. Tengo miedo de que le quiten las aristas y el fuego que tuvo como profeta, de modo que -Dios no lo permita- hasta aquellos que desearon y celebraron su muerte podrían estar presentes, sin mayor problema, en su canonización.

Veamos. Oficialmente se nos recuerda que Monseñor fue ante todo hombre de Dios y sacerdote. Pero, siendo esto una gran verdad, me parece reduccionista, porque no dice toda la verdad, y me parece peligroso porque no dice la verdad central, aunque se reconozca y añada que Monseñor Romero hizo la opción por los pobres. Para canonizar al "verdadero" Monseñor hay que añadir y hacer central que fue un insigne salvadoreño y que por eso se encarnó en una realidad de conflicto y muerte. Que fue defensor de los pobres, y que por eso fue amado y venerado por ellos. Que fue profeta y denunciador de los poderes militares, oligárquicos y políticos, y que por eso fue odiado por ellos. Que fue voz de los sin voz, y que por eso fue voz contra los que tiene demasiada voz. Que fue creyente y hombre de Dios, y que por eso fue enemigo acérrimo de los ídolos. En suma, que el "verdadero" Monseñor vivió para la justicia y para el Dios de la vida, y que por eso luchó contra la injusticia y los dioses de la muerte. Ese fue el Monseñor Romero total, el "verdadero" Monseñor. Ese, y no otro, fue el Monseñor que acabó mártir. A ese Monseñor, y no a otro, queremos que canonicen.

Ese es el miedo mayor, Ellacu, y junto a él tengo otros miedos menores. "No está permitido el culto público a Monseñor Romero", nos dicen. Pero el culto más importante a Monseñor es precisamente su seguimiento en la historia, y este seguimiento, aunque comience en lo escondido del corazón, tiene que ser público para que lo vea la gente y haga el bien -y buena falta nos hace. Miedo también a la casuística sobre si Monseñor fue asesinado por odio a la fe o por odio a la justicia, como si nosotros pudiésemos separar lo que Dios ha unido: la fe en Dios y la justicia en este mundo.

Y vayamos ahora a la esperanza. La canonización del "verdadero" Monseñor es una gran noticia, y nadie mejor que tú para explicárnosla. Si no me equivoco, Ellacu, a Monseñor le debes tú la fe en tu edad madura, cuando tomaste las decisiones más hondas, en aquella época en la que la negrura del pecado oscurecía más a Dios, pero también en la que pudiste decir que "se avizora el Dios salvador", como escribiste poco antes de tu martirio. Y viste también cómo Monseñor llegaba al corazón de las mayorías, allá donde nadie, ni de un lado ni del otro, llegaba con tal hondura. Por tu experiencia, pues, y por la experiencia de la gente, te convenciste de que era bueno que hubiese un Monseñor como Romero. Y eso es lo que pusiste en palabra.

"Monseñor Romero, un enviado de Dios para salvar a su pueblo", escribiste en 1981 en tu segundo exilio en España. Hoy, Ellacu, con honrosas excepciones, ni los eclesiásticos, y mucho menos los políticos, hablamos ya de "salvar a un pueblo". Ni se nos ocurre que ésa sea nuestra misión, y hemos encontrado mil razones, burdas o sutiles, para desentendemos de ella. Y, sin embargo, eso es lo central que tú viste en Monseñor. Y esa tarea es lo que nos hace humanos y cristianos en la historia. Es "la causa más noble de la humanidad", como decía otro de los clásicos, Rutilio Grande.

"Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador", dijiste cuatro días después de su muerte en una aula magna de la UCA. Dios, el misterio último de nuestra vida, se te hizo presente y encarnado en Monseñor. Cuanto más se escondía Dios en la tragedia de la realidad, tanto más se mostraba para ti en la verdad y en el amor de Monseñor Romero. ¡Cuántos intentos vanos por separar a Monseñor de esta nuestra tierra y esconderlo en el cielo! Y con ello, el peligro de las personas religiosas tantas veces denunciado: "Porque no son de este mundo, creen que son del cielo. Porque no aman a los hombres, creen que aman a Dios". Con Monseñor fue al revés: "Porque fue de este mundo, fue ciudadano del cielo. Porque amó a los pobres de este mundo, amó a Dios". Así viste a Dios en Monseñor Romero, y así Monseñor Romero nos mostró a Dios.

Esto es todo, Ellacu. Ya ves que Monseñor sigue dando que hablar, y con él ustedes. También ustedes vivieron para salvar a este pueblo, y también con ustedes Dios pasó por El Salvador. A Monseñor, a ustedes y a todos los mártires "no los olvidamos", como dice el poster de este año.

Quiero terminar con un sencillo y sincero "gracias" a todos ustedes. En lo personal, Ellacu, hoy quiero agradecerte el respeto y el cariño que tuviste a Monseñor, y lo que dijiste de él. Tus palabras nos ayudarán a ubicarnos mejor en los avatares del proceso de canonización, pero sobre todo nos ayudarán a vivir como él, como ustedes, como Jesús. Ellacu, ayúdanos a no olvidar al "verdadero" Monseñor. Ayúdanos, sobre todo, a seguirle.
 

Jon


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