Carta: 1-15 de Noviembre, 1993

CARTA A ELLACU


Querido Ellacu:

Como todos los años, te escribo esta carta para contarte cómo van las cosas por aquí, y la verdad es que hay de todo.

En el país, y a pesar de lo que dicen las instancias oficiales -gobierno, ONUSAL, embajadas- las cosas no van bien. La comisión de la verdad publicó hace ya ocho meses un informe y lo tituló De la locura a la esperanza. Ya entonces comentó un profesor de la UCA que ni tanta había sido la locura -pues bien pensadas estaban las cosas-, ni era tan grande la esperanza, pues había que esperar a ver qué hacían militares, oligarcas, y poderosos. Pues bien, sofismas aparte, estamos ahora en una situación difícil, de más locura y menos esperanza, situación de crisis y tensión. Pero todo esto lo podrás leer en este número de Carta a las Iglesias.

Lo que quería decirte es que este año, tú y tus amigos, están muy presentes en televisión, radio y prensa, y en todas las celebraciones de la UCA. A ustedes, la gente les quiere mucho, llena la capilla y el auditorio, les recuerda y les llora, y es que no queda mucha gente así como ustedes. El día 11, estrenamos en la UCA una obra teatral de Paco Escobar -lectura dramática, la llama él modestamente- titulada UN TAL IGNACIO. Allí sales tú con Montes, Amando, Nacho, Lolo el que dio pan y fe a los pobre y Pardito. Y en la escena de la muerte, allá estaban ustedes con Elba y Celina, abrazadas las dos, la madre defendiendo a la hija, representando a los 75,000 asesinados y mártires. Pues bien, cuando terminó la obra, todos, en pie, aplaudimos, y no recuerdo aplauso semejante en toda la historia de la UCA.

Ya ven, pues, que les recordamos y que les queremos bien. Y les digo esto porque, en medio de la crisis, ustedes tienen una palabra muy importante que decir. Ustedes siguen manteniendo luz, ánimo y esperanza en todos los corazones de buena voluntad. Y buena falta nos hace, porque aquí, y en casi todo el mundo, nos quieren engañar y quieren que olvidemos lo fundamental: que éste es un mundo de pobres y que si no superamos la pobreza nada importante va a cambiar.

Pues bien, los pobres, estos pobres concretos del país, no interesan a (casi) nadie, ni a gobernantes, ni a fuerzas armadas, ni a oligarquías... Y tampoco las universidades y las iglesias -salvo honrosas excepciones- se lucen en salir en su defensa. Y por ello te confieso, Ellacu, que cada día me impacta más una locura tuya, no sé si la mayor de todas ellas, que empezaste a barruntar en los primeros años de los ochenta: la solución y el ideal para el mundo de hoy es la civilización de la pobreza. A mi entender eso es lo más revolucionario -y lo más cristiano- que dijiste. Y eso creo que no le gusta a (casi) nadie, empezando por nosotros, los que tenemos voto de pobreza.

Bien sabes que, cuando hablabas de filosofía, teología y política, con tu brillantez acostumbrada, la gente podía estar o no de acuerdo, pero te respetaba y muchos te admiraban. Cuando escribías -zubiriana y rahnerianamente- de utopía y profetismo, todos alababan tu inteligencia y clarividencia, y probablemente ahora te citarán -con loa- en sus escritos. Pero cuando denuncias la riqueza concreta e injusta y, sobre todo, cuando sueñas utópicamente y nos pides que nuestra utopía sea una civilización de la pobreza, mucho me temo, Ellacu, que te vas a quedar solo, a pesar de que tu argumentación es perfecta.

A los economistas, en efecto, les recuerdas que no hay recursos sobre el planeta para que todos puedan vivir como europeos o norteamericanos, y que por tanto éstos tienen que abajarse para que todos podamos vivir. A predicadores y moralistas del primer mundo les recuerdas que la sociedad de abundancia no es universalizable, y que, por ello, siguiendo al viejo Kant, no es ni puede ser moral. A neoliberales y entusiastas que piensan que "ha llegado el fin de la historia" les dices que vamos para atrás, que hay más pobreza y mayor desigualdad, y que no queremos esa sociedad.

Muy proféticamente dijiste que es mejor no tener solución que tener una mala solución, que Estados Unidos está peor que nosotros porque tiene una solución, pero que esa solución es mala, tanto para ellos como para el mundo en general. La verdadera solución -nos lo has dejado como testamento de humanidad- es una civilización en que se dé prioridad al trabajo sobre el capital, lo cual dice también Juan Pablo II. Pero tú vas más allá y añades que esa civilización es la de la pobreza, y que ésa es la única forma de historizar hoy la civilización del amor.

Esa civilización es la única que puede hacer posible la vida para todos y la que puede generar espíritu y humanidad. Nos dices, Ellacu, que vale más vivir como pueblos pobres, pero con creatividad, con celebración, con comunidad, con compromiso, con fe y con esperanza, que vivir con rutina, con mero entretenimiento, con individualismo, con egoísmo, con puro pragmatismo y con la resignación actual. Nos dices que hay que vivir con espíritu y no con la falaz autocomplacencia de quienes piensan que ya ha llegado el fin de la historia. Como ves, Ellacu, más que escribirte a ti, escribo para nosotros.

Y para terminar, déjame decirte que en enero de 1990, dos meses después de tu asesinato, hablé en televisión española. Recordando las palabras de Jesús se me ocurrió decir a los televidentes: "nunca felicite a un millonario". Después me acordé de ti, pero no tuve valor para exigir la civilización de la pobreza -por miedo a que me llovieran piedras- y hablé de "la civilización de la austeridad compartida".

Ya ves, Ellacu, que nos haces falta. Nos hace falta tu lucidez, tu misericordia, tu hambre y sed de justicia, tu valor. Que Monseñor Romero, Julia Elba y Celina, tú y tus hermanos nos lo concedan.


Universidad Centroamericana José Simeón Cañas
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