Ultimo escrito de Ignacio Ellacuría

HOMILÍA: 19 DE NOVIEMBRE DE 1989

EL DESAFÍO DE LAS MAYORÍAS POBRES
Ignacio Ellacuría

Discurso del Dr. Ignacio Ellacuría, pronunciado el 6 de noviembre de 1989, en el Salón de Centro del Ayuntamiento de Barcelona, con motivo de la concesión del Premio Internacional Alfonso Comín en su sexta edición a la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" y a su rector por la decisiva aportación cultural a El Salvador, a pesar de las difíciles circunstancias por las que atraviesa y especialmente por su compromiso con la justicia en favor de los oprimidos y desposeídos de Centroamérica y de todo el continente latinoamericano.

Excelentísimo Señor Alcalde, lo nombro en primer lugar, aunque en la universidad suelo empezar saludando al pueblo primero porque está más conforme con la teología cristiana, pero ya que tan generosamente nos ha cedido este espléndido sitio que nos va a servir de apoyo y protección en El Salvador quiero reconocérselo así

Querida María Luisa, queridos amigos. Al que me ha precedido no lo voy a saludar porque es colega y se ha dejado llevar del cariño y del conocimiento que tiene de la universidad.

En relación a lo citado por J. Ignacio, creo que fue con ocasión de la primera presentación de la izquierda revolucionaria democrática, que se hizo en nuestra universidad, había entrado allí una gran barra de estudiantes gritando como si estuviéramos en un gran mitin político; entonces, yo, que presidía el acto, les dije, "dejen a la razón servir a la revolución. Hay otras muchas maneras de servir a la revolución, pero la razón tiene también que hacer algo en favor de la revolución."

Quiero decirles con cuánta propiedad nos dan este premio, no en el sentido de merito, sino en acomodación a lo que la figura de Alfonso Comín puede representar, y también una puesta en ejercicio de lo que es este uso de la razón comprometida con la causa popular desde la universidad.

La concesión del premio Fundación Comín a la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas, supone para ella y para muchos de quienes en ella trabajarnos, por una parte, complacencia al ver reconocido algo muy profundo de su actividad y aun de su función universitaria, y por otra parte, agradecimiento al darnos con ello un impulso para seguir adelante altius, citius, fortius tal como dicen los olímpicos en una situación y en unos momentos difíciles, muy difíciles; recuerden el tremendo coche bomba que acaba de asesinar a diez sindicalistas de FENASTRAS, con quienes nuestra universidad ha compartido trabajos tantas veces, y, en menor escala, recuerden también la destrucción de nuestras instalaciones gráficas el 22 de julio pasado. Con este son ya quince los atentados contra nuestra universidad.

La conjunción de la figura de Alfonso Comín, con quien coincidí como ponente en las semanas de teología de Bilbao en los 60 y el conocimiento de su orientación y sobre todo de su problemática, con la problemática y orientación de nuestra universidad, me impulsa a hacer unas reflexiones que muestren la actualidad de su ausencia presente y la urgencia y gravedad de seguir en una tarea interminable, pero progresiva. Entre otras posibles perspectivas quisiera elegir en esta ocasión dos fundamentales: la del modelo o proyecto de sociedad universal o mundial que debe irse construyendo en medio de una práctica iluminada y la de la colaboración de los intelectuales universitarios a esa práctica transformadora.

Para que estas reflexiones no queden desviadas ideologizadamente o tengan menos peligro de serlo, conviene señalar desde dónde debe hacerse o puede hacerse mejor. Es claro que Alfonso Comín intentó su obra teórica y práctica desde los pobres y oprimidos -y no sólo para los pobres y oprimidos- con una intención de universalidad y solidaridad. Esa es también la perspectiva al menos intencional de nuestra universidad, que desde hace veinticinco años trabaja desde la luz y en la luz que las mayorías de oprimidos del mundo derraman sobre todo él para enceguecer a unos, pero para iluminar a otros.

Pues bien, desde esta perspectiva universal y solidaria de las mayorías populares, el problema de un nuevo proyecto histórico que se va apuntando desde la negación profética y desde la afirmación utópica apunta hacia un proceso de cambio revolucionario, consistente en revertir el signo principal que configura la civilización mundial.

Hasta ahora y cada vez con mayor fuerza determinante, de los dos grandes procesos dialécticamente entrelazados en la estructura y en la marcha de la historia, el trabajo y el capital, entendidos cada uno de ellos en toda su amplitud, la predominancia, tanto en los países de capitalismo privado como de capitalismo estatal, es del capital sobre el trabajo. Quien impone realmente las leyes de casi todos los procesos, en unos con mayor peso que en otros, es el dinamismo del capital. No es primariamente que los hombres, las clases o los grupos sociales, las naciones o los grupos de naciones hayan decidido ponerse al servicio de la producción y acumulación del capital; es que el capital, sobre todo en su dimensión internacional, pero también internacional, pone a su servicio a los hombres, a las clases sociales, a las naciones y ya no digamos a todo el aparato económico, que es la parte más determinante del organismo social. Sometido a ese dinamismo está especialmente el trabajo del hombre, es decir, casi todo lo que el hombre hace consciente y proyectivamente para transformar la realidad.

Antes de condenar, no por razones o criterios éticos apriorísticos, este orden histórico -y no sólo económico-, sustentado en el capital, han de reconocérsele algunos logros importantes para la historia de la humanidad, sobre todo en el orden científico y tecnológico, pero también en el político. Ha progresado la investigación científica y se han acumulado aportes que en si serán muy positivos y aun absolutamente indispensables para resolver los ingentes problemas que la especie biológica humana y la vida en sociedad generan inevitablemente. También en el orden ético-político se han hecho importantes avances reconocidos institucionalmente, que pueden resumirse en la aceptación teóricamente universal de los derechos humanos. Naturalmente, hay también otros progresos en el ámbito ideológico-cultural, aunque en este campo es muy discutible que los logros actuales en un mundo de gran acumulación de capital sean superiores a los obtenidos en otros momentos de la historia. El reconocimiento de estos valores no es sólo cuestión de objetividad, sino de necesidad pragmática para que el futuro deseado no se convierta en escapismo primitivista.

El "comenzar de nuevo" no puede confundirse con el "comenzar de nada." Pero menos puede confundirse con el "seguir en lo mismo o proseguir en lo mismo," porque lo alcanzado hasta ahora y lo previsto para el futuro por esta civilización del capital, valorado en términos universales, ha conducido y está conduciendo (a) no sólo a la ampliación de la brecha entre ricos y pobres, ya sean regiones, países o grupos humanos, lo cual implica que la distancia es cada vez mayor y que cada vez sea más grande el número de pobres -al crecimiento aritmético de lo ricos corresponde un crecimiento geométrico de los pobres; (b)no sólo al endurecimiento de los procesos de explotación y de opresión con formas, eso sí, más sofisticadas; (c) no sólo al desglosamiento ecológico progresivo de la totalidad del planeta; (d) sino a la deshumanización palpable de quienes prefieren abandonar la dura tarea de ir haciendo su ser con el agitado y atosigante productivismo del tener, de la acumulación de la riqueza, del poder, del honor y de la más cambiante gama de bienes consumibles.

Y no se diga apresuradamente que más cornadas da la pobreza y que hay que dominar para no ser dominado y que el que nada tiene nada es. Y esto por la sencilla razón de que la crítica a la civilización del capital no se hace desde un idealismo moralista, sino desde un materialismo comprobante. La pobreza que da cornadas es la que surge de su contraposición dialéctica con la riqueza, la que es resultado de una civilización del capital, pero no la que resulta de una civilización del trabajo.

Pero no se trata de cualquier trabajo. El trabajo sin el cual el capital no prospera no es el trabajo tomado como negocio y que llena el ocio, sino el trabajo tomado como negocio y que es la negación del ocio. No queremos con esto hacer un planteamiento aristocrático helenizante. Trabajo y ocio no deben contraponerse. El trabajo, produzca o no valor, que últimamente se concreta en mercancía y capital, es, ante todo, una necesidad personal y social del hombre para su desarrollo personal y equilibrio psicológico así como para la producción de aquellos recursos y condiciones que permiten a todos los hombres y a todo el hombre realizar una vida liberada de necesidades y libre para realizar los respectivos proyectos vitales. Pero entonces se trata de un trabajo no regido exclusiva ni predominantemente, directa o indirectamente, por el dinamismo del capital y de la acumulación, sino por el dinamismo real del perfeccionamiento de la persona humana y la potenciación humanizante de su medio vital del cual forma parte y al cual debe respetar.

No son pocos los hombres y mujeres de ayer y de hoy que estarían de acuerdo con esta propuesta general de sustituir una civilización del capital por una civilización del trabajo, lo cual no consiste en la aniquilación del capital y sus dinamismos, sino en la sustitución de su primacía actual, tanto en los países capitalistas como en los socialistas, por la primacía del trabajo. Quizá fue esta una de las tesis fundamentales de Alfonso Comín, tanto desde su perspectiva cristiana, desde su acendrada fe cristiana, como desde su perspectiva marxista. La fe cristiana es irreconciliable con una civilización del capital, afirmación en la cual puede centrarse el núcleo teológico de la Laborem exercens de Juan Pablo II y sospecho que también es irreconciliable con los postulados marxistas más allá de la negación de la acumulación privada del capital. El haberlo visto así, hizo de Comín y de su pensamiento un preanuncio y un desafío teórico y práctico.

Lo que queda por hacer es mucho. Sólo utópica y esperanzadamente uno puede creer y tener ánimos para intentar con todos los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección. Pero esta gigantesca tarea, lo que en otra ocasión he llamado el análisis. coprohistórico, es decir, el estudio de las heces de nuestra civilización, parece mostrar que esta civilización está gravemente enferma y que para evitar un desenlace fatídico y fatal, es necesario intentar cambiarla desde dentro de sí misma. Ayudar profética y utópicamente a alimentar y provocar una conciencia colectiva de cambios sustanciales es ya de por sí un primer gran paso.

Queda otro paso también fundamental y es el de crear modelos económicos, políticos y culturales que hagan posible una civilización del trabajo como sustitutiva de una civilización del capital. Y es aquí donde los intelectuales de todo tipo, esto es, los teórico críticos de la realidad, tienen un reto y una tarea impostergables. No basta con la crítica y la destrucción, sino que se precisa una construcción crítica que sirva de alternativa real. Mucho de esto se ve en los estados socialistas, sometidos a una profunda crisis de reconversión, que sólo una lamentable miopía histórica podría interpretar como un mero cambio del capitalismo de Estado con sus correspondientes estructuras políticas, sociales e ideológicas, a un capitalismo privado de clase. Mucho de esto se ve en algunos movimientos revolucionarios de América Latina, entre ellos el de los sandinistas en Nicaragua y el FMLN en El Salvador. Poco y marginal se ve en los países estrictamente capitalistas, los cuales piensan haber recibido su confirmación por la perestroika de algunos países socialistas o por el éxodo de algunos de sus ciudadanos. Creen que son los otros los que deben cambiar, imitándolos, y a la democratización del socialismo -insuficiente por muchas razones- no quieren responder con una correlativa socialización de las llamadas democracias liberales, sobre todo con una socialización que no termine en las propias fronteras nacionales o regionales, sino que tenga en cuenta a toda la humanidad, a la cual quieren "democratizar" para así introducirla mejor en una civilización del capital.

No sólo hay que desenmascarar la trampa ideológica de esta marea ideologizante, sino que hay que ir haciendo modelos que, en un fructífero intercambio de teoría y praxis, den salida efectiva a ideales que no sean evasivos, sino animadores de una construcción histórica.

Nuestra universidad, a la que tan generosamente los responsables de la Fundación Comín han querido premiar está intentando hacer algo de esto y estoy convencido que por eso está siendo reconocida por ustedes. Inmersa en una situación donde nada menos que la historia está haciendo crisis o por lo menos, la crisis de la historia universal actual se muestra en toda su gravedad, es una situación donde la civilización del capital y del imperio ha ido mostrando algunos de sus males más graves y donde, en contrapartida, se ha suscitado un gravísimo movimiento de protesta y de alternativa, que no ha podido ser derrotado tras diez años de duro enfrentamiento, en el cual ha participado Estados Unidos con más de tres mil millones de dólares cientos de asesores y de otras múltiples formas, y ha procurado responder a esta realidad que, en lo particular, afecta a las mayorías populares de El Salvador, y en lo universal, plantea problemas de envergadura mundial, encuadrados en lo que se apuntó en la primera parte del discurso.

Nuestra contribución universitaria pretende ante todo, aportar a esta lucha histórica. Pensamos que debemos y, consecuentemente, queremos ser parte activa en esta lucha. Lo pretendemos ser universitariamente, pero esto no significa que pretendamos hacerlo primariamente mediante la formación de profesionales, punto también importante, pero ambiguo porque el país necesita un acelerado desarrollo económico, sino mediante la creación de un pensamiento, de modelos, de proyectos que arrancando de la negociación superadora de la realidad circundante y tratando de que esa negociación activa entre a formar parte de la conciencia colectiva, avance hacia soluciones, tanto coyunturales como estructurales, en todos los ámbitos de la realidad nacional, tanto política como religiosa, tanto económica como tecnológica, tanto artística como cultural. Esto requiere la mayor excelencia académica posible y sin ella poco contribuiríamos como intelectuales a problemas de tal complejidad; requiere también una gran honestidad que no es sólo vocación de objetividad, sino pretensión de máxima autonomía y libertad; requiere, finalmente, un gran coraje un país donde las armas de la muerte estallan con demasiada frecuencia en la más amenazante de las proximidades.

Pero esto no bastaría si no tuviéramos claro dónde nos debemos situar como universitarios para encontrar la verdad histórica. Suele decirse que la universidad debe ser imparcial. Nosotros creemos que no. La universidad debe pretender ser libre y objetiva, pero la objetividad y la libertad pueden exigir ser parciales. Y nosotros somos libremente parciales a favor de las mayorías populares porque son injustamente oprimidas y porque en ellas negativa y positivamente está la verdad de la realidad nuestra universidad en tanto que universidad tiene una confesada opción preferencial por los pobres, de quienes aprende en su realidad y en su múltiple expresión integrante y apuntante. Se pone de parte de ellos para poder encontrar la verdad de lo que está pasando y la verdad que entre todos debemos buscar y construir.

Hay buenas razones teóricas para pensar que tal pretensión está epistemológicamente bien fundamentada, pero, además, pensamos que no hay otra alternativa en América Latina, en el tercer mundo y en otras partes para las universidades y los intelectuales que se dicen de inspiración cristiana. Y nuestra universidad lo es cuando se sitúa en esa opción preferencial por los pobres, que son cuantitativamente el mayor desafío de la humanidad como humanismo.

Desde esta opción, en el plano teologal, somos partidarios de poner en tensión a la fe con la justicia. La fe cristiana tiene como condición indispensable, aunque tal vez no suficiente, su enfrentamiento con la justicia; pero a su vez, la justicia buscada queda profundamente iluminada desde lo que es la fe vivida en la opción preferencial por los pobres. Fe y justicia no son para nosotros dos realidades autónomas, voluntarísticamente entrelazadas, sino dos realidades mutuamente referidas o respectivas que forman o deben formar una única totalidad estructural, tal como repetidamente se ha expresado en la teología de la liberación y en otros movimientos teológicos afines. Pensamos que muchas predicaciones y realizaciones de la fe han sido nefastas cuando se han hecho de espaldas a la justicia y a las mayorías populares oprimidas y empobrecidas. Pensamos también que muchas predicaciones y realizaciones de la justicia han sido también nefastas cuando se han hecho más de cara a la toma del poder que al beneficio de las mayorías populares y a algunos valores fundamentales del reino de Dios, predicado utópicamente por Jesús.

Así es como nuestra universidad trabaja revolucionariamente por la causa de la liberación en El Salvador. Un proceso llevado sobre todo por las masas de modo tal vez parcial e imperfecto y al cual universitariamente queremos acompañar desde una inspiración cristiana que obliga a una opción preferencial por la causa histórica de los pobres.

En El Salvador aún la extrema derecha y la derecha en general han llegado a reconocer que el problema principal del país es no ya la pobreza, sino la miseria que afecta a más del 60 por ciento de la población. Esto ocurre a unos pocos kilómetros del centro mismo del capitalismo internacional y es una de las mejores constataciones de lo que da de sí la civilización del capital por mucho que se entienda a sí misma como una civilización cristiana occidental y como modelo de vida democrática. La verdad consiste en todo lo contrario: no es cristiana porque convive con plena tranquilidad con, y aun es causa de, múltiples formas de pobreza y explotación de los demás; y no es democrática porque no respeta la voluntad mayoritaria de la humanidad ni la soberanía de las otras naciones, ni aun los dictámenes masivamente mayoritarios de las Naciones Unidas ni las sentencias del tribunal de La Haya.

En la actualidad, como saben, en Centroamérica, especialmente en El Salvador y en Nicaragua, estamos en uno de los momentos críticos de la historia. Nicaragua está tratando con grandes dificultades de encontrar ya definitivamente la paz y con la paz, un proceso democrático que no tiene por qué imitar a los procesos democráticos que en otros países ocurren, pero está buscando y ojalá la ayudemos. Sé que esta Fundación ha dado ya su respaldo al proceso nicaragüense, pero en este momento en El Salvador quiero volver a recordar el asesinato inmisericorde de unos compañeros sindicalistas por un coche bomba hace unos pocos días, precisamente, para intentar romper el proceso de negociación entre el FMLN y el gobierno, estamos viviendo también un momento trascendental. Creo que en toda el área hemos entrado en una nueva fase consistente en un cierto rebajamiento del proyecto maximalista revolucionario, pero también en un cierto rebajamiento del proceso maximalista antirrevolucionario. Estos proyectos se van acercando y se van a enfrentar tal vez ya no de una manera violenta con las armas, sino en una dura y fuerte negociación en la cual realmente se negocien las causas de las mayorías populares frente a los defensores de las minorías elitistas. Como saben, el FMLN ha roto la tercera convocatoria en justa protesta por el asesinato de los sindicalistas salvadoreños, porque no sólo trabajamos en planteamientos teóricos, también trabajamos en la tarea cara a cara, boca a boca con unos y con otros para tratar de sembrar racionalidad en favor de las mayorías populares que son injustamente tratadas. Estamos en una circunstancia absolutamente excepcional y les pido a ustedes aquí presentes como personas y tal vez como estamentos oficiales que pongan sus ojos en Nicaragua y en El Salvador y nos ayuden.

Recibo con una gran gratitud este premio de la Fundación Comín; pienso que por el lugar en que se nos concede, de alguna manera responde también al espíritu mejor de Barcelona. Lo recibo con un gran agradecimiento y también con una gran humildad, porque para nosotros es más un desafío que un premio.



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