Ultimo escrito de Amando López

LA MALDICION DE LAS GUERRAS
Amando López


El P. Amando López colaboraba con esta revista leyendo libros y haciendo recensiones. A mediados de 1989, el director de la revista le pidió que escribiera algunos comentarios sobre los últimos documentos del Papa y así lo hizo. Uno de ellos apareció en la edición de la revista correspondiente al mes de octubre (Nº 492) y el otro es esté articulo, que a continuación publicamos.

En vísperas de cumplirse el quincuagésimo aniversario del comienzo de la segunda guerra mundial, el Papa Juan Pablo II publicó dos mensajes, uno de ellos dirigido al episcopado polaco y el otro es una carta apostólica dirigida a toda la Iglesia, a los gobernantes y a los hombres de buena voluntad. El tema de los dos documentos es casi el mismo, un recuerdo de esa guerra y las lecciones que se pueden sacar de ella. Es una coincidencia curiosa que los sucesos que están ocurriendo en los países del pacto de Varsovia ocurran precisamente al cumplirse este aniversario. El año de 1989 ha sido pródigo en esperanzas de paz y numerosos conflictos parecen encaminarse hacia una solución a través de negociaciones de las partes implicadas y con la participación de terceras fuerzas.

La evolución de los regímenes de Hungría y Polonia hubiera sido impensable no hace mucho; dichos regímenes eran producto del reparto que las potencias hicieron de Europa al final de la segunda guerra. Otros países de Europa oriental están experimentando una efervescencia social y política que no está encontrando eco en los gobiernos, pero que de algún modo acabará encontrando su salida, los torrentes crecidos acaban siempre encontrando su cauce. Por otro lado, otras guerras parecen ir enmudeciendo en Namibia, Angola, Mozambique, Camboya, Afganistán; en situaciones tan enconadas como las del Cuerno de África y del Medio oriente algo se está moviendo. Lo mismo parece estar sucediendo en Centroamérica. No es nuestro propósito analizar las causas que han posibilitado esta nueva situación mundial, sólo queremos señalar algunos hechos que pueden constituir el mejor tributo a las víctimas de aquella guerra y la aurora, tierna aún, para otras naciones.

Han pasado 50 años desde la ruptura de hostilidades y de la invasión a Polonia por los ejércitos del tercer reich alemán, los cuales habían anexado antes Austria, desmembrado Checoslovaquia y conquistado Albania. En pocos meses, Alemania ocupó Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica y la mitad de Francia. Por su parte, la Unión Soviética se anexó una parte de Polonia y los estados bálticos de Estonia, Letonia y Lituania. La guerra se extendió hasta África y al entrar Japón en la contienda encendió grandes regiones del Extremo oriente.

Tal como el Papa señala, hay dos generaciones que no han vivido la segunda guerra mundial. Para una gran parte de la humanidad ésta es un episodio de la historia. Incluso para quienes vivieron los horrores de aquellos años, la memoria histórica es muy corta, unas veces por la necesidad de olvidar vivencias dolorosas y otras porque la urgencia de hacer frente a nuevas situaciones sepulta los recuerdos. Para quienes no vivieron la segunda guerra mundial, ésta no pasa, en muchos casos, de los relatos de las películas en las cuales se enfrentan los héroes magnificados a los villanos inhumanos e ineptos con el resultado previsible.

En sus mensajes, el Papa recuerda esa hecatombe que envolvió a casi toda Europa, al norte de África, al Oriente Medio y a grandes regiones de Asia. Recuerda a tantos millones de víctimas y los efectos causados por la guerra. Millones de ser humanos que perdieron la vida como consecuencia de los combates, de los bombardeos, en masacres o en los campos de concentración y de exterminio. Los supervivientes quedaron sumidos en la miseria y fueron sometidos a vejámenes y humillaciones por el mero hecho de ser opositores o simplemente sospechosos. Poblaciones enteras fueron violentamente desplazadas, transportadas como animales o arrojadas a los caminos en busca de refugio o de un lugar seguro. Los soldados vencidos tuvieron que soportar, después de las asperezas de los combates, las condiciones de los campos de prisión.

El Papa hace mención especial de "la barbarie planificada que se ensañó contra el pueblo judío," la cual comenzó con las hostilidades en el cerco a la judería de Varsovia y con las privaciones y brutalidades indescriptibles de las cuales fueron víctimas los judíos en los países conquistados y que culminaron con el exterminio de seis millones en los campos de Auschwitz, Majdanek, Treblinka y otros. Después de invitar a superar los prejuicios y a combatir todas las formas de racismo, el Papa concluye este párrafo con las siguientes palabras, "deseo repetir con fuerza que la hostilidad o el odio hacia el judaísmo están en total contradicción con la visión cristiana de la dignidad de la persona humana" (Carta apostólica, Nº 5). El mensaje al episcopado polaco se abre con la exclamación de Pablo VI en la asamblea general de las Naciones Unidas, el 4 de octubre de 1965, "nunca más unos contra otros, nunca más..."

Ambos mensajes recuerdan las circunstancias y las causas de esta guerra, el expansionismo nazi que se anexionó países enteros e invadió a otros, la traición de la cual fue víctima Polonia en el acuerdo firmado por los representantes del tercer reich y los de la Unión Soviética semanas antes de estallar la guerra por el cual se dividieron el país (la cuarta repartición que ha sufrido Polonia en su historia), la violación de los derechos fundamentales de los individuos y de la soberanía nacional. La defensa de los países pequeños y dependientes y la condena de toda clase de imperialismo y dominación por parte de las grandes potencias ha sido un tema muy sentido por Juan Pablo II y por otros pontífices anteriores. Sería largo reproducir sus palabras ahora. El juicio moral que hace Juan Pablo II de los imperialismos tiene una connotación profética, pues los considera idolatría en la Sollicitudo reí sociales (Nº 37), porque diviniza la raza, el pueblo, el Estado y, en otros casos, el dinero, la ideología, la clase social y la tecnología, todo ello aparentemente inspirado en razones económicas y políticas.

Ya Pío IX, en su encíclica Mi brennedar Sorge, denunció e nazismo a la luz de estos principios. Juan Pablo II ha añadido, por su parte, que "su suerte no fue seguramente mejor en las regiones donde se impuso la ideología marxista del materialismo dialéctico." Toda ideología totalitaria tiende a transformarse en religión sustitutiva.

La Iglesia conoció también su pasión al oponerse a esta divinización idolátrica del poder. En sus mensajes, el Papa recorre rápidamente aquellos momentos. Al no poder evitar la guerra, la Iglesia intentó en la medida de sus posibilidades limitar su extensión, pero no puedo ampliar sus esfuerzos para no agravar la situación de los afectados. Juan Pablo II ha retomado las palabras de Pío XII, "tendríamos que pronunciar palabras de fuego contra tales hechos, y lo único que nos impide hacerlo es saber que, si hablamos, haríamos todavía más difícil la situación de esos desdichados" (Carta apostólica, Nº 5).

Después de señalar las causas de la guerra y los efectos que produjo, el Papa reflexiona sobre el respeto a los pueblos, el desarme, la educación de las generaciones jóvenes en la solidaridad y estima por el prójimo y en la tarea de moralizar la vida pública, haciendo una exhortación apasionada a Europa, "sí, Europa, todos te miran, conscientes de que siempre tienes algo que decir, después del naufragio de aquellos años de fuego: la verdadera civilización no está en la fuerza, sino en que es fruto de la victoria sobre nosotros mismos, sobre las potencias de la injusticia, del egoísmo y del odio, que pueden llegar a desfigurar al hombre" (Carta apostólica, Nº 12).

Salta a la vista que, aunque uno de los mensajes tiene como destinatarios a todos los hombres de buena voluntad y que ambos pretenden que la opinión mundial recuerde esa dolorosa etapa de la historia, sus interlocutores directos son los europeos, quienes fueron los más afectados por la guerra. Pero con el final de la segunda guerra mundial, las armas no se han silenciado. En estos 50 años han estallado innumerables conflictos en muchas partes del mundo, cuyas víctimas han superado con creces las causadas por la segunda guerra mundial. Por eso, la reflexión papal tiene vigencia en estos momentos. La gran falacia del mundo desarrollado es vivir con el espejismo de la moderna pax augusta porque la guerra no ha llegado aún a sus fronteras. Una mirada al mapa del mundo descubre en los pueblos del tercer mundo numerosos conflictos armados. Las causas de cada uno de ellos pueden ser muy diversas, pero difícilmente se encontrará alguno en el cual no haya habido injerencia de las grandes potencias. La rivalidad entre las superpotencias y su ambición de dominio han trasladado la lucha a estos pueblos. Sus enfrentamientos se libran en los pueblos débiles y pobres, los cuales sufren la destrucción y ponen las víctimas. En la Sollicitudo rei socialis, Juan Pablo II denunció que se los ha convertido en clientes obligados del comercio de armas, desviando así sus escasos recursos para comprar equipo militar y armas, dislocando sus economías e impidiendo su desarrollo. Esta estrategia, además de dejar víctimas mortales, lisiados y una inmensa destrucción, ha generado millones de refugiados y desplazados. Todo esto ha pasado inadvertido para la opinión pública de los países del primer mundo o ha sido presentado como episodio anecdótico de países lejanos.

La fidelidad al pensamiento de Juan Pablo II obliga a completar la lectura de ambos mensajes con el análisis que hace del momento actual, de sus problemas y de su valoración cristiana en la ya citada Sollicitudo rei socialis, en la cual afirma que "hay que destacar que un mundo dividido en bloques, presididos a su vez por ideologías rígidas, donde en lugar de la interdependencia y la solidaridad, dominan diferentes formas de imperialismos, no es mas que un mundo sometido a estructuras de pecado (Nº 36). La segunda guerra mundial fue resultado de las fuerzas de dominación, realidad que con nuevas modalidades sigue imperando en la actualidad.



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