Instituto de Derechos Humanos de la UCA

Apostarle a la esperanza más que a la locura

16/01/2024

Editorial Idhuca

32 años de la firma de los Acuerdos de Paz. Una fecha que nos recuerda que la violencia y la vía armada jamás será una solución para resolver las profundas inequidades y problemas estructurales de nuestra sociedad.

Estos acuerdos son relevantes en múltiples sentidos, porque también configuran e impregnan nuestra historia, de la cual no podemos desvincularnos. Lamentablemente, aferrados al populismo latinoamericano, el oficialismo se afana en querer olvidar y menospreciar el pasado, llamando incluso a los Acuerdos de Paz como una farsa. Pero no podemos llamar farsa a acuerdos que pusieron fin a un conflicto donde murieron miles de salvadoreñas y salvadoreños, donde otras tantas están desaparecidas, donde esos acuerdos permitieron que a las personas no las mataran por pensar diferente, por los libros que leían o la música que escuchaban.

Por varios medios y de forma reiterada se ha insistido en la imperfección de los Acuerdos de Paz, cómo la democracia que quedó a medio camino y que no se abordaron los problemas socioeconómicos. Y si bien esa ha sido una deuda, la atribución de estas problemáticas no son los acuerdos en sí, sino cómo los funcionarios públicos priorizaron sus intereses personales a los intereses del país y la poca apuesta para hacerse cargo de las profundas desigualdades sociales de nuestro país.

En todo caso, los Acuerdos de Paz generaron una institucionalidad importante, con la instauración de la Policía Nacional Civil y la necesidad de sacar a la Fuerza Armada de las calles y la seguridad pública. Con la transformación y la creación del Tribunal Supremo Electoral y también, la creación de un ente que velara por el respeto a los derechos humanos: la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos. Esa institucionalidad, cuya apuesta tuvo que ser siempre la mejora, cada vez más se ha ido resquebrajando, dando paso ahora -y de nuevo- a la represión por parte del mismo Estado.

Gobierno tras gobierno hemos visto cómo las víctimas siguen esperando obtener justicia, sin ver luces claras a sus casos. Gobierno tras gobierno han encubierto a perpetradores de masacres y de graves violaciones a Derechos Humanos. Y ahora no solo se encubre, sino que se utiliza la necesidad de justicia y de reparación para fines políticos y revanchas personales, lo que denota, una vez más, que al Estado no le importan las víctimas, porque sus solicitudes siguen siendo ignoradas. Es ofensivo y vergonzoso cómo víctimas de casos tan emblemáticos como El Mozote ven su caso instrumentalizado para causas sin fundamento.

Es muy penoso ver cómo las modestas conquistas logradas con los Acuerdos de Paz hoy se desmoronan y se colocan los énfasis y las prioridades en cosas sin sentido. Por ejemplo, la reconciliación y la verdadera paz en nuestro país no se logra construyendo un monumento, pero tampoco destruyéndolo. Se logra construyendo memoria, abogando por la justicia para las víctimas, por la reparación y la necesidad de reconciliación de una sociedad que, a lo largo de 32 años, no ha logrado sanar. Seguimos apostándole a la esperanza, más que a la locura. Nuestra historia ya nos enseñó esa lección.