La corrupción florece en la seguridad

 

Al gabinete de seguridad de Bukele le crecen los enanos. La mano dura no es tan firme como parece. El dinero la doblega con su poder irresistible. Los detenidos pueden recibir visitas y otros privilegios, incluso es posible limpiar sus expedientes y, eventualmente, salir libres con medidas sustitutivas, siempre y cuando se pague la cantidad estipulada. Una amplia y tupida red medio clandestina, que llega hasta las altas esferas, ofrece estos servicios. La cantidad de dinero solicitada es exorbitante para los ingresos de los familiares de los prisioneros, pero no inalcanzable, endeudándose. Y al final la carga de la deuda se vuelve liviana al permitir el encuentro con el familiar incomunicado y el consuelo mutuo en la desgracia. La actividad de esta red deja en el aire las amenazas del gabinete de seguridad.

Probablemente, los pandilleros disponen de más liquidez para adquirir los servicios de esa red corrupta. Incluso podrían obtener su libertad, ya que la cuestión no es ser o no pandillero, sino entregar la cantidad solicitada por los traficantes. El régimen negocia también con el hambre y la higiene personal de los reclusos. Roba y revende lo que llevan sus familias o las obliga a adquirir lo indispensable en sus comercios. El hecho es sorprendente, pero no insólito. En un régimen esencialmente corrupto y cerrado, todo es comercializable, incluso el dolor y la desesperación de las familias de sus víctimas. La combinación de ambición, impunidad y hermetismo es ideal para traficar con lo que se pone a mano. El régimen de excepción es así una oportunidad más para que funcionarios de todo nivel se agencien ingresos adicionales.

El régimen de excepción de Bukele es víctima de su propio éxito. La explotación comercial del miedo y la angustia de los familiares de los presos ha abierto una vía de agua en la línea de flotación de su nave insignia. Por ella se escapa la severidad del aislamiento y, eventualmente, también los internos, pandilleros o no. Pero la doblez del régimen no aconseja descartar que Bukele esté al tanto de la existencia de la red y sus actividades. Si fuera el caso, la seguridad es un embuste. La red tiene sus ventajas. Permite mantener un canal de comunicación con los pandilleros sin perder la cara, abre una válvula de escape a la creciente presión social y, de paso, sus agentes perciben ingresos extras. Además, en definitiva, lo que cuenta realmente es el espectáculo ejecutado meticulosamente.

Esta actividad corrupta y perversa es consecuencia directa del desmantelamiento de la institucionalidad democrática. Hace poco, Bukele se burló de una reputada publicación extranjera que señaló que su seguridad solo es viable si se suprimen los derechos ciudadanos y humanos, y la independencia judicial. En su simpleza, el sarcasmo presidencial ignora que al prescindir del Estado de derecho, socava desde dentro el que quizás sea su proyecto más exitoso. La negación de la institucionalidad le impide mantener una disciplina mínima en sus filas. La dureza impasible del discurso del régimen de excepción es subvertida desde su interior por sus mismos actores.

Estos difícilmente observarán las reglas del flamante y odioso Centro de Confinamiento del Terrorismo. Es muy poco probable que los centenares de soldados, policías y carceleros aguanten el mismo confinamiento que los otros reclusos. Mal pagados, maltratados y encerrados pronto darán con la manera para explotar su situación en beneficio propio. A la vista de lo que sucede en las otras cárceles, es dudoso que las normas de Bukele sean cumplidas al pie de la letra. Demasiada intolerancia, demasiada centralización, demasiados agentes y demasiados prisioneros.

Contradictoriamente, la dictadura no es solo rehén de la corrupción, sino también de los pandilleros. El régimen de excepción no puede prescindir de ellos por su potencial para mantener elevada la popularidad de Bukele y, por tanto, su viabilidad política. Mal que le pese, este sigue dependiendo de los pandilleros, como al principio, cuando negoció con ellos la reducción de los homicidios. Pese a que es posible encontrar otra fuente de popularidad, difícilmente encontrará otra tan rica como los pandilleros.

Casa Presidencial no puede permitirse abandonar el régimen de excepción, aun cuando ya tiene a más de 60 mil supuestos pandilleros tras las rejas y a la mayoría de la opinión pública satisfecha con una seguridad recién estrenada. Necesita que el entusiasmo no decaiga y ninguna política ha resultado tan exitosa como el régimen de excepción. Por tanto, este continuará. Por eso, el gabinete de seguridad dice que aún falta capturar a más de 23 mil pandilleros. En realidad, nunca ha sabido cuántos son como para justificar esa cifra. Pero eso es irrelevante: “Más que los datos estadísticos, lo importante es la tranquilidad de la población” y, ante todo, de los Bukele. El criterio no es combatir el crimen organizado, sino la popularidad presidencial.

Así, pues, el espectáculo del régimen de terror continuará hasta que la población abra los ojos, descubra la falsedad de su tranquilidad y decida recuperar sus derechos y sus libertades. Mientras tanto, la red que facilita las visitas y la depuración de los expedientes es la opción para los afligidos.