Exitoso método de descarte

Rodolfo Cardenal

El capitalismo neoliberal ha corrompido a la sociedad salvadoreña desde dentro y la ha malogrado. Continuamente suscita nuevos apetitos, símbolos e ideales de felicidad y plenitud. Alimenta falsas necesidades y deseos para aumentar su tasa de rentabilidad y el volumen de la acumulación de unos pocos. Al final, esa dinámica de enriquecimiento y acumulación de unos cuantos a costa de los muchos ha creado en la conciencia colectiva un individualismo soberbio e indiferente, que corroe y destruye lentamente a la sociedad.

El individualismo suscita el deseo soberbio de autonomía absoluta y la indiferencia hacia los demás. La seguridad individual se ha impuesto como el valor más apreciado, aun cuando para ello la dictadura retenga en sus cárceles a una cantidad desconocida de inocentes junto con pandilleros, ninguno procesado debidamente conforme al derecho y todos recluidos en condiciones desalmadas. Contrario a la creencia mayoritaria, esa seguridad no hace más libre a los individuos. En su soberbia, estos se dicen a sí mismos que para ser libres y felices no necesitan de los demás, a veces ni siquiera de Dios. Están convencidos de que alcanzarán sus metas, su libertad y su felicidad con su propio esfuerzo o emprendimiento. Ese deseo arrebata con tal furor que somete a los otros al interés egoísta, considera la creación como un recurso explotable hasta el agotamiento y a Dios como un ser superfluo. Puede que lo confiesen con los labios, pero su práctica es impía. En su enajenación, ese individualismo endurece el corazón. Esta forma de enfrentar la vida ha desarticulado las relaciones familiares, comunitarias y sociales, y es contraria al bien general.

El individualismo desbocado engendra lo que el papa Francisco denuncia como la cultura del descarte. Una cultura que dispone sistemáticamente de una porción significativa de la sociedad. Los descartados son tratados como basura por las clases poderosas, para las cuales no tienen valor ni merecen consideración. La cultura del descarte engendra la humillación persistente de sectores sociales cada vez más amplios, a los cuales se les niega institucionalmente su dignidad. Ello genera resentimiento contra quienes son percibidos deleitándose en esa humillación. El resentimiento transforma la humillación en ira y deseo de venganza, en odio visceral al privilegiado.

Aquí se encuentra el principio de las pandillas. El capitalismo neoliberal descartó a varias generaciones de jóvenes. Les negó oportunidades mientras revalorizaba el capital de quienes ya eran ricos. La humillación y el resentimiento, la cólera y la violencia fueron la consecuencia lógica. Pero el empeño en el odio y la venganza contra aquellos que consideraban privilegiados no proporcionaron a los pandilleros el bienestar, el respeto y la plenitud deseados. El ejercicio del poder total sobre las vidas y las posesiones de los demás era placentero, pero fugaz y desolador. La furia y la crueldad de los pandilleros contra quienes no pertenecían a la propia mara, frecuentemente personas tan descartadas como ellos, los destruyeron al mismo tiempo que destruían a los otros.

La sociedad pospandillas de Bukele comete el mismo error. La dictadura descarta a una porción significativa de la población para demostrar la eficacia de su “guerra contra las pandillas”, mientras enriquece a un nuevo grupo de privilegiados. Ha transformado las prisiones en un inmenso basurero, donde dispone de aquellos a quienes desestima como desechos. Las cárceles son vertederos donde se descompone la humanidad de miles de inocentes y la que queda en los pandilleros. La seguridad que descansa en el descarte de más del uno por ciento de la población total, arrumbada en las cárceles de la dictadura, la tasa más alta del mundo y el doble de la de Estados Unidos, una de las más elevadas, es ficticia.

El método de Bukele, tan aplaudido por un amplio sector nacional y envidiado por algunos círculos extranjeros, es doblemente discriminatorio. Por un lado, descarta a los pandilleros y a una abultada cantidad desconocida de empobrecidos y vulnerables, en una palabra, de desafortunados, que incluye a líderes sindicales y comunitarios independientes, y a discapacitados. Pero por otro, los funcionarios y los contratistas corruptos, los contrabandistas, los narcotraficantes y los lavadores de dinero atesoran fortunas impunemente, amparados por el clan presidencial.

En continuidad con el neoliberalismo de Arena, la dictadura promete satisfacer los deseos de abundancia, tranquilidad y prosperidad de la gente. En la práctica, consolida el individualismo feroz y la indiferencia neoliberal de las décadas anteriores. El resultado es muy similar. Más exclusión, nuevas humillaciones y más resentimientos, y odios y deseos de venganza más enconados. La dictadura familiar tiende a la continuidad, apoyada en el egoísmo implacable y la indiferencia ante la suerte de los demás, en el embrutecimiento y la deshumanización.