Venezuela no es modelo

Rodolfo Cardenal, Director del Centro Monseñor Romero 

Venezuela es el modelo del proyecto político del FMLN, según declaraciones de una voz autorizada de la alta dirigencia del partido. Si la finalidad de esa confesión era aclarar sus intenciones políticas, el dirigente no logra su propósito. Sin embargo, en Arena, la referencia provoca escalofríos, porque evoca un régimen socialista. Anclado en el anticomunismo de la década de 1970, el partido de derecha es incapaz de ver más allá. La dirigencia del FMLN tampoco tiene claridad sobre el significado actual de Venezuela como modelo político. Si lo que la atrae es el llamado Socialismo del Siglo XXI, está tan equivocado como sus colegas de Arena.

El Socialismo del Siglo XXI no impulsa ninguna transformación socialista, ni siquiera desarrollista. Hasta ahora, la principal actividad de la economía venezolana ha consistido en transferir masivamente la renta petrolera al capital importador, al adquirir importaciones con dólares extremadamente baratos, pues recibe más de los que debiera por los bolívares que desembolsa. Esto disparó la fuga de capitales, aumentó el endeudamiento externo con unas tasas de interés muy onerosas y desincentivó la agricultura y la industria.

Otra consecuencia de esa curiosa política económica es la carestía de bienes básicos. Pero esto no es todo. La mayoría de las mercancías supuestamente adquiridas con el dólar subsidiado con la renta petrolera nunca han ingresado al país. Incluso las nacionalizaciones han sido un buen negocio para los empresarios, debido a que el Estado ha pagado un precio elevado por unas empresas técnicamente obsoletas. En definitiva, la transferencia de la renta petrolera ha enriquecido a una camarilla burocrática y militar con una enardecida retórica antiimperialista y antiempresarial desconcertante.

Indudablemente, el Gobierno bolivariano ha expandido el gasto social, ha hecho transferencias directas a los más pobres y ha subsidiado generosamente los servicios públicos. Pero su política económica no ha sido otra cosa que continuar con la apropiación parasitaria de la renta petrolera y su derroche, del cual también se han beneficiado el FMLN y la familia Ortega de Nicaragua. Las medidas controladoras aceleraron la destrucción del agro, la industria y el comercio, al mismo tiempo que han enriquecido al capital importador y financiero, y a una casta militar y burocrática corrupta.

Así, pues, la economía bolivariana no es más que una simple variante de la renta petrolera de la década de 1970. Por tanto, no supone ningún cambio revolucionario anticapitalista ni ha transformado las relaciones sociales de producción, tal como propone Marx. Sin un proceso de industrialización masivo y en gran escala es imposible construir un Estado desarrollista y, mucho menos, socialista. Más aún, Venezuela ha hecho justamente lo contrario: ha favorecido a un pequeño grupo importador y financiero con menoscabo de la industria. La política bolivariana no tiene relación alguna con el socialismo real, ni con la revolución rusa, ni con la china. No son las políticas socialistas o marxistas las que han fracasado en Venezuela, sino un populismo militar y nacionalista.

Si bien Venezuela no puede ser referente para un partido como el FMLN que se define como antisistema, es un argumento excelente para la gran empresa privada salvadoreña y su expresión política. En efecto, Arena y sus aliados utilizan a Venezuela para oponerse a cualquier reforma del modelo económico neoliberal. Las propuestas para redistribuir la riqueza nacional mediante el aumento de la carga impositiva a los grandes rentistas, a las grandes herencias y a los amantes del lujo, o para elevar los salarios son rechazadas con el argumento de que, como en Venezuela, producirán miseria, hambre y caos. Al igual que en la década de 1970, las reformas orientadas a la igualdad son rechazadas por comunistas y socializantes. Venezuela sería el mejor ejemplo de por qué lo correcto es mantener inalterada la estructura neoliberal. Lamentablemente, el terror rojo todavía impacta en algunos sectores sociales y políticos, que se pliegan ante las amenazas del gran capital. La situación de Venezuela es caótica, pero no por el socialismo.

Cuando el FMLN invoca a Venezuela como su modelo alude a un socialismo inexistente en aquel país e inviable en El Salvador, porque las condiciones materiales básicas para implantar semejante régimen no se dan. Por este lado, Arena y sus socios del gran capital pueden dormir tranquilos. Pero el FMLN no debiera proporcionarles un argumento que todavía pesa en la sociedad salvadoreña. En realidad, su vinculación con el régimen de Venezuela no es tanto teórica como pragmática: la dirigencia del FMLN no puede desentenderse de quien le ha proporcionado el capital inicial de las empresas Alba. En este sentido, es leal y agradecida, pero también beneficiaria del despilfarro de la renta petrolera venezolana, la causa del fracaso del modelo que admira.

 

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