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    El informativo semanal Proceso sintetiza y selecciona los principales hechos que semanalmente se producen en El Salvador. Asimismo, recoge aquellos hechos de carácter internacional que resultan más significativos para nuestra realidad. El objetivo de Proceso es describir las coyunturas del país y apuntar posibles direcciones para su interpretación.
    Su producción y publicación está a cargo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador. Por favor, asegúrese de mencionar Proceso al utilizar porciones de esta publicación en sus trabajos.
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Año 22
número 968
septiembre 19, 2001
ISSN 0259-9864
 
 

Terrorismo en Estados Unidos
Número monográfico





ÍNDICE


Editorial:  El terror no se combate con más terror
Política:  Atentados en Estados Unidos: valoración política
Economía:  Terrorismo en Estados Unidos: consideraciones económicas
Sociedad:  El Salvador reacciona ante los atentados terroristas
Comunicaciones:  Medios de difusión y ataques contra EEUU
Derechos Humanos:  Del sueño americano al absurdo planetario
 
 
 
 
 
 
 

EDITORIAL


EL TERROR NO SE COMBATE CON MÁS TERROR

    El terrorismo no tiene ninguna justificación, desde ningún punto de vista. Es una agresión contra la humanidad y, desde una perspectiva cristiana, es un pecado grave. No se puede usar, en ninguna circunstancia, para promover o defender ideas políticas, religiosas o étnicas. Ni siquiera tiene justificación cuando es utilizado como arma contra enemigos presuntos o declarados, aun cuando éstos hubieran agredido primero. El terrorismo siempre ocasiona víctimas inocentes, pero es tan inhumano que esto le tiene sin cuidado. Al final, no lleva a ninguna parte que no sea la destrucción y la muerte. Su objetivo primordial es imponerse por medio de la amenaza, del miedo y, en último término, de la destrucción de quienes no se le someten. Por todo esto, los actos terroristas contra Estados Unidos son condenables, pero al mismo tiempo es necesario condenar todos los otros actos de terrorismo que se cometen en diversas partes del mundo, en la actualidad. Asimismo, es condenable el silencio que los medios guardan frente a algunos de estos actos de terrorismo.

    Esto, sin embargo, no es suficiente, sino que, además, hay que mostrar solidaridad con las víctimas del terrorismo, cualesquiera que éstas sean, y exigir justicia. No la venganza del bárbaro, sino la establecida por el derecho internacional. Hay que reaccionar, pero no según la misma lógica del terrorismo de golpear más fuerte, sin importar las posibles víctimas que tal acción ocasione. Los responsables de todos los actos de terrorismo, sin excepción alguna, debieran comparecer ante un tribunal internacional. Esa es la idea detrás del proyecto del Tribunal Penal Internacional que, paradójicamente, Estados Unidos se niega a aceptar. No es la ley del más fuerte la que debe regir las relaciones internacionales, aun cuando se trate de la primera potencia económica y militar, sino la del derecho internacional.

    Por más brutal que haya sido el acto terrorista, éste no se combate con la guerra. Su maldad intrínseca no justifica nuevos actos de terrorismo, aun cuando el número de víctimas sea intolerable y aun cuando éstos sean presentados como resultado de acciones defensivas. La guerra indiscriminada sólo produce más víctimas inocentes. Puede que satisfaga los deseos de venganza de quienes han sido víctimas del terror, de quienes han visto destrozado su orgullo de primera potencia mundial y de quienes han visto hecha añicos su propia imagen de nación poderosa. No debe olvidarse que lo que hace repugnante el acto de terrorismo no es que las víctimas sean estadounidenses, sino el que sean algo más radical, personas civiles indefensas.

    La venganza no es respuesta humana, ni repara la dignidad de las víctimas, sino que responde más aun instinto primitivo. Las reacciones de frustración e ira, ante un dolor que se presenta como intolerable e insufrible, no debieran ser alimentadas, sino que debieran dar paso a posturas más racionales y humanas y, en último término, cristianas. No hay que dejarse llevar por la ira o el dolor, sino que es necesario esforzarse para reaccionar con serenidad e inteligencia. A largo plazo, esto es más ventajoso que la reacción precipitada e incontrolada. Sobre todo si de lo que se trata es de erradicar el origen de tales actos y no sólo reaccionar de manera espectacular ante sus síntomas.

    Para ello son indispensables los servicios de inteligencia. Unos servicios muy variados y sofisticados que, en este caso, han brillado por su ausencia. Estos debían haber alertado al gigante de la amenaza que se cernía sobre él. Los tambores de guerra que se escuchan y los aires nacionalistas que soplan tienen mucho de impotencia ante el fracaso de un amplio y complejo servicio de inteligencia y seguridad, que cuesta miles de millones de dólares al año a los contribuyentes estadounidenses. Buena parte de ese dinero ha sido empleada en adquirir sofisticados equipos tecnológicos, pero los hechos demuestran que la información que éstos pueden recabar es poco útil, si no hay una inteligencia que la analice y la compruebe.

    Sea lo que sea, lo cierto es que los especialistas en inteligencia han fallado. Quizás porque están mirando donde no deben o porque están operando con categorías equivocadas. No deja de ser chocante que el responsable principal del atentado haya trabajado para los servicios de inteligencia estadounidenses, lo mismo que el régimen que ahora lo cobija. Washington los creó, los entrenó, los armó, los financió y, en su momento, los calificó como “luchadores de la libertad”. En su afán por borrar de la faz de la tierra el comunismo, crearon una fuerza que ahora ya no pueden controlar.

    La guerra por la que apuestan con tanta sangre fría los gobiernos occidentales, incluido el salvadoreño, es un error. En primer lugar, porque es obligado distinguir entre la población afgana y el régimen talibán, una secta de psicóticos ignorantes, que tomó el poder por la fuerza. Su primera víctima es el pueblo afgano, sometido a sus rigurosas normas civiles y religiosas, y a la miseria. Desde hace tiempo, la población afgana, hambrienta y exhausta, huye hacia los países vecinos, donde millones han encontrado refugio. En segundo lugar, porque la guerra librada entre el régimen soviético y los talibanes dejó el país en ruinas. Ya no hay nada más que destruir, sólo remover los escombros de una vieja guerra.

    Entonces, en tercer lugar, la única forma en que se podría acabar con el régimen talibán y su máximo dirigente es invadiendo el territorio. Pero para eso es necesaria la colaboración o conquista de algún país vecino. Es previsible que una agresión de esta naturaleza unifique al mundo islámico y se desate una guerra contra el occidente, también unificado. Eso es, precisamente, lo que Bin Laden pretende, porque está convencido de que occidente encarna a Satán así como de su victoria frente a esas fuerzas del mal. Una guerra que enfrente al mundo islámico con el occidental será prolongada, destructiva y dejará millones de muertos en ambos lados. Al final, puede que triunfe occidente, pero habiendo pagado un costo muy elevado.

    La amenaza más grave para Estados Unidos y occidente no proviene, pues, de los viejos comunistas, sino de los fundamentalistas. El fundamentalista es dado a practicar el terrorismo, porque está convencido de poseer la única verdad y se considera investido de una especie de misión divina para imponerla sobre los demás por la fuerza. Es ajeno a la razón e insensible a la humanidad. El fundamentalista no desaparece con guerras. Aun cuando se aniquilara al verdadero culpable del último atentado, mientras haya fundamentalismos, y los hay de varias clases, seguirá existiendo la posibilidad de nuevos ataques terroristas. En realidad, es la humanidad misma la que ha perdido el sentido de sí misma. La proliferación de los fundamentalistas de toda clase y de sus agresiones terroristas no es más que otra muestra de la deshumanización en la que vivimos, en medio de tanto avance tecnológico y tanta riqueza acumulada.

    Es más fácil de lo que se cree caer en el fundamentalismo. El fundamentalista divide a la humanidad entre buenos y malos. Ellos son los buenos y los demás son los malos, y, por lo tanto, pueden aniquilarlos, en nombre de su verdad. Pero con bastante frecuencia, quienes reaccionan hacen otro tanto. Se declaran asimismo los buenos y a los otros los califican como los malos. Por lo tanto, también encuentran una justificación idéntica para acabar con ellos. Esto no significa que haya que permanecer indiferente o pasivo ante el acto terrorista.  Lo que significa es que a esta agresión no se puede reaccionar utilizando la misma lógica terrorista, sino desde la razón y la moral.

    La razón debe prevalecer sobre las reacciones primarias y primitivas. La justicia internacional debiera ser la norma que rija la conducta de los ofendidos y la que resguarde el derecho de las víctimas. La moral es un tercer elemento indispensable en la política y en las relaciones internacionales. Estados Unidos es una de las potencias mundiales en la historia de la humanidad cuya política exterior ha prescindido por completo de la moral, cuando así convenía a sus intereses o se acomodaba a sus ideas. Los ejemplos abundan y están bien documentados. Los fundamentalistas islámicos también desprecian la vida de los inocentes. Ahora bien, el que la política exterior de Washington haya sido inmoral no justifica, desde ningún punto de vista, el atentado del cual ha sido víctima. Como primera potencial mundial, Estados Unidos debiera ser también la primera en mantener una línea de conducta intachable y transparente. Lamentablemente, no ha sido este el caso.

    En la política exterior de Washington han predominado la conveniencia, el oportunismo y, en último término, la fuerza. El poderío militar no es razón para ejercer un poder imperial en la comunidad de naciones. Las llamadas víctimas colaterales o accidentales de los actos de guerra tampoco son aceptables. Estados Unidos ha sido víctima de un adversario inescrupuloso, pero también ha sido bastante inescrupuloso en su política exterior, a lo largo de muchas décadas. Fundamentar las propias acciones en la fuerza y la conveniencia o el oportunismo lleva a cometer actos de barbarie. El mal no se combate haciendo más mal y destruyendo más. La reacción racional y moral no es la que recurre a la fuerza. Si esta fuera la opción final, Estados Unidos estaría cometiendo un error que puede tener graves consecuencias para la humanidad.

G

POLÍTICA

ATENTADOS EN ESTADOS UNIDOS: VALORACIÓN POLÍTICA

    El martes 11 de septiembre, la ciudad de Nueva York, al mejor estilo de las películas de Hollywood, ofrecía al mundo el espectáculo de una ciudad arrasada, llena de pánico y de miedo: dos grandes aviones se habían encastrado en los dos edificios más altos de la ciudad. A diferencia de lo que suele pasar en las películas, con gritos fingidos y la destrucción simulada, el corazón financiero de Manhattan no estaba fingiendo. Unos individuos habían logrado hacerse del control de aviones comerciales, para luego estrellarlos en contra de objetivos estratégicos estadounidenses en Nueva York y Washington.

     Desde ese día, se ha dicho mucho acerca de los atentados. Ya no queda duda de que se trata de una conspiración terrorista en contra de la mayor potencia mundial. Tampoco hay mucha duda acerca del alcance físico y moral del golpe. El atentado terrorista puso en jaque al sistema de defensa estadounidense; cundió el pánico en las principales capitales occidentales del mundo; el mito de la seguridad total al interior de Estados Unidos se vino abajo. Por otro lado, la estela de destrucción, junto con las miles de pérdidas humanas, provocó tal estado de pánico en la economía mundial que los mercados tardarán bastante tiempo en reaccionar.

    A este respecto, las declaraciones de las familias enlutadas, la inocencia robada de la gran potencia, la declaratoria de guerra a los responsables y quienes los protegen, son algunos temas que manejan las principales cadenas noticiosas del mundo. Entre tanto, al parecer, se prepara un ataque de gran envergadura para responder a los señalados autores del atentado. En eso, el anterior unilateralismo estadounidense en materia de política internacional, exacerbado desde la llegada al poder de George W. Bush, ha cedido paso a una solidaridad internacional.

    Es comprensible la compasión desatada ante la muerte de tantas personas. El horror de asistir a la ejecución salvaje y premeditada de víctimas indefensas golpea lo más profundo de la humanidad. Muestras de afecto y de solidaridad con los familiares de las personas asesinadas en Nueva York y Washington es la manifestación palpable del rechazo a tales actos inhumanos. Con relación a ello, el mundo entero ha dado muestras de estar a la altura de las circunstancias, al testimoniar, sin ambages, la repulsión y la denuncia de tan brutales asesinatos. Por lo que se puede decir que esta solidaridad es positiva y es la que se tiene que fomentar y apoyar en estos momentos difíciles de la vida humana planetaria.

    Pero, por otro lado, los atentados terroristas del 11 de septiembre pasado han dado lugar a otro tipo de manifestación de solidaridad. Es la solidaridad manifestada por los países con alta capacidad armamentística, especialmente los miembros de la OTAN, en caso de que las autoridades estadounidenses quieran a ir a la guerra en contra de los culpables de los actos terroristas. Las mismas autoridades estadounidenses hablan de una nueva guerra, en la que están dispuestos a luchar sin importar las pérdidas en vidas propias o en daños colaterales. Los países de la Alianza Atlántica Norte están dispuestos a capturar los culpables. Los objetivos señalados, hasta ahora, son Afganistán y probablemente el defenestrado régimen iraquí.

     Pero, una característica humana que distingue al homo sapiens de los animales es —pasado el momento de conmoción— la reflexión y la búsqueda de una explicación acerca de lo que le ocurre. Explicando, comprendiendo lo que pasó, se trata de dar respuesta e incidir en la realidad, para que la misma tragedia no vuelva a ocurrir. En esta tarea se encuentran actualmente las autoridades de los Estados Unidos, así como los gobiernos de todo el planeta que, de una u otra manera, han ofrecido su apoyo al gobierno estadounidense para erradicar el problema del terrorismo y su capacidad de asesinato en el mundo.

     Sobre la conveniencia o no de iniciar una guerra para castigar a los culpables, es evidente que ya no cabe ninguna discusión. Los responsables estadounidenses ya han tomado la decisión de vengar  sus víctimas. Además, la opinión pública internacional, en buena medida atizada por los discursos y propaganda sostenidas en los medios de comunicación, exige ver correr la sangre de los culpables o los declarados como tales por el gobierno de Washington.

    Sin embargo,  convendría reflexionar sobre la hipocresía mundial, la  falta de congruencia que han plagado  discursos que de estos días, a raíz de la crisis desatada por los atentados terroristas en Estados Unidos. En primer lugar, la opinión mundial que condena los atentados suicidas y que habla de inhumanidad de los perpetradores de tales actos de barbarie, evocando valores como la democracia, la civilidad o el respeto de la dignidad humana; esta misma opinión mundial, azuzada, en buena medida, por sus líderes más poderosos, está dispuesta a calmar su ira matando a más víctimas, sin importar los daños colaterales, como lo sostuviera recientemente una congresista de los Estados Unidos. Por lo que la tesis de erradicar a los terroristas y a los que los albergan asume conscientemente que va a prodigar tantas o más muertes de civiles como sea posible.

    Ante esta lógica, queda sin efecto la retórica de defensa de la dignidad humana en la que se amparan para repudiar a los actos terroristas. Si se dice que el terrorismo es un crimen crapuloso y cobarde contra la vida humana, difícilmente se puede encontrar argumentos sólidos para defender la ejecución extrajudicial de miles personas, por el único hecho de que así lo declare una autoridad occidental. Entonces, la vida humana tendría sentido sólo en el caso de que sea en uno de los países llamados civilizados. Pero, si se quiere ser consecuente, el denominado mundo civilizado debe defender la vida y la dignidad humanas allí donde estas se vean amenazadas.

    Sobre esta base, la tesis que sostendría que una aproximación sincera y racional al problema del terrorismo debería abordar no sólo la pregunta por la necesidad de erradicar a las cabecillas de estos grupos y sus miembros, sino también contribuir en humanizar las relaciones internacionales o globalizadas entre las naciones cobra toda su vigencia. En caso contrario, se dudaría de la solidez moral de quienes pretenden asesinar para vengar asesinatos. Evidentemente, en estas circunstancias, habría que cuestionar la robustez moral con la que los "países civilizados occidentales" han manejado el mundo. Más aún, se podría llamar la atención sobre el peligro de que la violencia genere más violencia y no contribuya eficazmente a resolver el problema que se quiere erradicar.

    Sin embargo, sería entrar en contradicción con la lógica de recuperar la dignidad ensuciada. Por mucho que los líderes mundiales hablan de humanidad, civilización o de uso racional de los medios, hay que saber diferenciar los discursos las actuaciones concretas. Lo que sucede, en definitiva, es que la política internacional no sabe de moral, de ética o de compasión. Se impone siempre la ley del más fuerte. Es este equilibrio que los líderes occidentales se aprestan a restablecer en estas circunstancias, al menos por lo que dejan suponer sus discursos.

     En todo caso, hay que recordar que muchos de los que están dispuestos a dar su vida para llamar la atención e infundir pánico y miedo en el mundo, lo hacen repitiendo la misma retórica de lucha del bien contra el mal, en defensa de su civilización, que actualmente plaga los discursos de las autoridades de los países civilizados. Así, suicidas de hoy se dan la mano con los civilizados de mañana en la misma danza desenfrenada de deshumanización y violencia.

G

ECONOMÍA

TERRORISMO EN ESTADOS UNIDOS: CONSIDERACIONES ECONÓMICAS

    Si antes de los recientes atentados terroristas contra Estados Unidos  los impactos de la globalización todavía no eran tan claros, ahora el proceso aparece reflejado con todas sus imbricaciones e implicaciones para las economías articuladas orgánicamente (o en forma de apéndice) a la economía estadounidense. Por ejemplo, el impacto sobre la economía mexicana y canadiense, participantes en el tratado de libre comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés), ha sido inmediato: las exportaciones de piezas de automóviles hacia los Estados Unidos se vieron abruptamente interrumpidas por el cierre de las fronteras, provocando una paralización de la producción automotriz y un profundo cuestionamiento a las organizaciones fundamentadas en la entrega "justo a tiempo" y en la internacionalización de los procesos de producción.

    En el primer día de apertura de operaciones de la bolsa internacional se reportó una fuerte caída en las cotizaciones promedio que, sin embargo, no ha sido tan grave como se esperaba. Puede decirse incluso que fueron más profundos los efectos de la crisis del octubre "negro" de 1987, considerada hasta ahora como la segunda peor crisis de la historia de la bolsa, sólo superada por la crisis de los años treinta.

    Los efectos económicos de los ataques a los Estados Unidos son, en términos generales, manejables para éste y sus socios comerciales. De hecho, así lo auguran medidas como la recompra de acciones por parte de las mismas empresas emisoras, las rebajas simultáneas de las tasas de interés de la banca estadounidense, canadiense y europea. En cambio, no puede decirse lo mismo del impacto de las subsecuentes secuelas de ataques y contraataques convencionales y no convencionales de efectos todavía impredecibles para la economía mundial.

    Los efectos económicos de los atentados tienen tanto dimensión internacional como nacional, pues aunque el ataque ha sido dirigido directamente contra ciudadanos e instituciones estadounidenses, el mismo ha tenido repercusiones humanas, materiales, monetarias y psicológicas sobre prácticamente todo el mundo con acceso a la tecnología de la información (radio, televisión, Internet, telefonía, radiocomunicación, impresos). Sin pretender entrar en la caracterización de los posibles efectos directos, indirectos y secundarios de los atentados, a continuación se presenta una breve caracterización de los impactos y lecciones que más competen a la sociedad y gobierno salvadoreños.

    En el ámbito internacional los impactos han derivado principalmente del cierre de la bolsa de Nueva York, la más importante del mundo. Pese a las expectativas pesimistas iniciales, lo cierto es que la bolsa reanudó operaciones el lunes 17 de septiembre de 2001, sin resentir el impacto traumático que algunos vaticinaban. La caída de cotizaciones en la bolsa de valores fue relativamente "normal" para casos de crisis: 7.13% para el índice Dow Jones y 6.83% para el Nasdaq (ambos índices representan un promedio del valor de las acciones de las empresas más importantes que concurren a la bolsa).

    Estas reducciones porcentuales son menores que las del octubre "negro" de 1987, cuando el promedio Dow Jones cayó en más de 22%. Sin embargo, esto no contradice el hecho de que haya empresas y actividades específicas que están sufriendo mucho más de lo que indica el promedio, como las aerolíneas, cuyas acciones han sufrido pérdidas de valor del orden del 40% y 50%, como es el caso de United Airlines. Muy probablemente, este movimiento también estuvo acompañado de una apreciación de las acciones de empresas de trenes, transporte marítimo, renta autos e, inclusive, seguridad.

    Otros dos efectos internacionales importantes de revisar tienen que ver con las cotizaciones del dólar y del petróleo. El dólar ha perdido su tradicional solidez frente a otras monedas fuertes como el euro y el yen japonés y se ha venido devaluando moderadamente. La cotización del petróleo, en cambio,  no parece haber sido afectada y, por el contrario, su precio se redujo algunos centavos como respuesta al incremento en la producción mundial que se registraba desde antes de los atentados.

     A nivel nacional, existen múltiples implicaciones que afectan esencialmente al sector exportador (especialmente a la maquila textil), al sector turismo, al transporte aéreo y a los servicios asociados a éste. Sin embargo, también hay consecuencias más profundas que podrían derivarse de ulteriores acciones de restricción de los flujos migratorios terrestres hacia los Estados Unidos. Eventualmente, la imposibilidad de migrar hacia los Estados Unidos —algo poco probable en el actual contexto— devendría en el colapso del modelo económico salvadoreño, fundamentado en las remesas familiares y la maquila de textiles para los Estados Unidos.

    Pero en lo tocante a los efectos directos claramente identificables en los primero ocho días después de los atentados, puede decirse que El Salvador estaría frente a una reducción de sus exportaciones de maquila, una reducción del empleo en este sector, y una reducción temporal de la actividad del transporte aéreo y del turismo. Esto último como resultado de la suspensión de cinco días experimentada en el tráfico aéreo entre Estados Unidos y el "resto del mundo". La maquila es el sector con los más altos grados de sensibilidad al comportamiento de la economía estadounidense, debido a que su producción depende de la demanda de los consumidores estadounidenses. De hecho en los últimos meses, y como resultado del bajo crecimiento de  Estados Unidos (0.2% en segundo trimestre de 2001), la demanda de productos de la maquila textil salvadoreña había reducido su ritmo de crecimiento, impactando en la actividad y empleo del sector.

    Lo que ocurra con el consumo y la demanda estadounidenses incidirá notablemente en la maquila y, en menor medida, en el turismo —especialmente el regional. En Centro América el turismo genera cerca de 3,000 millones de dólares al año como producto de la visita de 3.2 millones de personas, de las cuales la mayor parte se dirige a Costa Rica, Guatemala y Honduras, en orden de importancia. El Salvador recibe estos flujos pero en lo fundamental no se vería afectado significativamente por su merma.

     En el sector del transporte aéreo también ha habido y habrá un impacto negativo, aunque cabría esperar que solamente de carácter temporal. Una vez se logre una relativa normalización de los movimientos de capitales, mercancias y personas a nivel mundial, se irán superando las restricciones para las actividades económicas y, con ello, eliminando las posibilidades de que los efectos económicos sean mayores de lo que ya fueron.

     En resumidas cuentas, vale la pena reflexionar sobre dos aspectos derivados de los atentados: el reconocimiento del gobierno estadounidense de la importancia de la política monetaria y nuestra cada vez mayor vulnerabilidad económica. Las primeras medidas de política económica adoptadas por Estados Unidos y los países industrializados han sido de carácter monetario: se han eliminado restricciones a la liquidez, comenzando con las tasas de interés. Este hecho conlleva a una importante lección para las autoridades económicas de El Salvador: contrariamente a la creencia de que la política monetaria no es necesaria (lo cual está a la base del innecesario proceso de dolarización implementado en el país en 2001), lo cierto es que aquella es de invaluable utilidad para el manejo de crisis de la economía real y de las variables monetarias.

     Sin embargo, la lección más importante tiene que ver con el redescubrimiento de nuestra profunda (aunque a veces poco visible) vulnerabilidad económica. La estabilidad económica de El Salvador depende de lo que los consumidores y gobierno estadounidenses decidan sobre su consumo y sobre los migrantes, respectivamente.

G

SOCIEDAD

EL SALVADOR REACCIONA ANTE LOS ATENTADOS TERRORISTAS

     Como en cualquier lugar del planeta, El Salvador se estremeció al compás de los atentados terroristas que sacudieran los principales símbolos del poderío militar y financiero de Estados Unidos, el pasado 11 de septiembre. Diferentes actores políticos, económicos y la ciudadanía salvadoreña en general pusieron de manifiesto sus reacciones y expectativas ante la inusitada tragedia. Las impactantes imágenes de la barbarie terrorista —superando el mejor estilo de Hollywood— despertaron toda clase de sentimientos en los salvadoreños, máxime cuando se comenzó a informar sobre víctimas latinoamericanas, así como de un centenar de connacionales incomunicados o desaparecidos.

     La primera reacción fue de un rotundo rechazo y condena a las acciones violentas. En un comunicado publicado horas después de la tragedia, la Presidencia de la República expresó sus muestras de solidaridad para con el pueblo y gobierno de los Estados Unidos, al mismo tiempo que condenó todo tipo de terrorismo. “En nombre del gobierno y el pueblo salvadoreño, expresamos nuestras condolencias por los centenares de familias que han perdido a sus seres queridos…Estados Unidos es el hogar de miles de salvadoreños y nos sentimos conmovidos”, rezaba la nota de prensa presidencial. Al mismo tiempo, la ministra de Relaciones Exteriores, María Eugenia Brizuela había mostrado sus condolencias al secretario de Estado estadounidense, Colin Powell, durante la sesión de trabajo de la XXVIII Reunión Extraordinaria de la OEA, en Lima, Perú. Posteriormente, se sumaron a la condena otras entidades y personalidades nacionales.

    En términos generales, los actores económicos salvadoreños se mostraron a la expectativa sobre el futuro de la economía nacional ante el posible colapso de su principal socio comercial. En efecto, los temores a la fuga de inversiones en Estados Unidos, la paralización de las exportaciones y la especulación sobre el rumbo de la economía mundial vinieron a sumarse a otros factores adversos tales como la prolongada desaceleración de la economía estadounidense, los altos precios del petróleo y la baja cotización del café. Por otra parte, la clase política nacional le dio diferentes lecturas a los actos terroristas.

    El presidente de la comisión transitoria del FMLN, Fabio Castillo, se adelantó a una posible —y casi inminente—represalia militar estadounidense contra el régimen talibán en Afganistán e instó a que “se investigue y se llegue a conclusiones de quiénes son los autores materiales e intelectuales y que se les juzgue; pero que no se vaya a producir una reacción que afecte a población civil y a personas inocentes”. La postura de algunos sectores del FMLN habría sido la de responsabilizar indirectamente a la administración de G.W. Bush por los atentados, en tanto que éstos habrían sido una respuesta a la agresiva política internacional estadounidense.

    Más tarde, El Diario de Hoy se encargaría de desplegar afirmaciones contradictorias entre figuras emblemáticas del FMLN. La opinión efemelenista contrastó con la de políticos de derecha. Para el diputado del PCN, Hernán Contreras, “Estados Unidos tiene derecho a una legítima defensa”. Asimismo, el legislador de ARENA, Gerardo Suvillaga, consideró que “Estados Unidos deberá actuar bajo sus parámetros de seguridad nacional”, justificando así cualquier acción bélica en contra de los terroristas.

     La Prensa Gráfica publicó las declaraciones de otro reconocido político salvadoreño que se encontraba en Washington en el momento de los atentados. El dirigente político y ex diputado por el Centro Democrático Unido (CDU), Rubén Zamora, hizo un análisis histórico sobre la evolución de la política internacional y cómo se ha llegado a configurar un sistema de justicia internacional que pretende detener los crímenes en contra de la humanidad. En dicho análisis, el terrorismo se justificaría a sí mismo por “la globalización que corroe los fundamentos de la soberanía nacional”. Pero, la pregunta fundamental de Zamora es si el gobierno de Estados Unidos “va a tomarse la justicia por su propia mano y entrar a una espiral de actos terroristas y contraterrorista cuya víctima final, no cabe duda, serán las libertades públicas que con tanto sacrificio y esfuerzo ha construido el pueblo norteamericano a lo largo de varios siglos”.

    En el transcurso de los días siguientes al atentado, algunas instancias políticas como la Corte Suprema de Justicia (CSJ), la Corporación de Municipalidades de la República de El Salvador (COMURES), FMLN y ARENA publicaron comunicados de prensa en los que condenaban el terrorismo y manifestaban su solidaridad para con el pueblo y gobierno de los Estados Unidos.

    Por otro lado, la gran empresa privada, al tiempo que condenó el terrorismo, se mostró preocupada por los efectos adversos para el sector. El presidente de la Asociación Salvadoreña de Industriales (ASI), Napoleón Guerrero, expresó su temor de que la economía nacional se vea afectada. “Nos preocupa una fuga de inversionistas extranjeros en Norteamérica, lo que afectaría los beneficios que tenemos con E.U.A., sobre todo en lo que es la ICC”. En similares términos se expresaron los sectores directamente involucrados en intercambio con Estados Unidos. Tal es el caso de la Corporación de Exportadores (COEXPORT) que señaló una interrupción del intercambio comercial entre El Salvador y aquel país, lo cual afectaría principalmente a la maquila. A ellos se sumaron las aerolíneas y agencias de viaje por las inminentes pérdidas a causa del cierre de operaciones de los aeropuertos estadounidenses. Finalmente, para la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (FUSADES) el mayor riesgo podría ser un aumento en el precio del petróleo si se agudizara la crisis política en Medio Oriente.

    Una de las decisiones de la Asamblea Legislativa, como muestra de solidaridad a las víctimas del atentado, fue suspender las celebraciones del 15 de septiembre por el 180° aniversario de la Independencia centroamericana. Sin embargo, ese día fue la ocasión que propició una mayor polarización en las reacciones a los ataques de Nueva York y Washington. El presidente Francisco Flores, pronunciando un breve discurso en la Plaza Libertad sobre la Independencia, hizo alusión directa al atentado terrorista. “Hoy nuestra libertad se ve atacada en cualquier parte del mundo, por hombres cuya única finalidad es inventar nuevas formas de guerra”, declaró el mandatario.

    Pero, momentos después, un grupo compuesto por unos mil integrantes de organizaciones sindicales, gremiales de trabajadores y supuestos estudiantes universitarios montó una manifestación que culminó en la misma plaza. Los manifestantes, durante su recorrido, hicieron pintas en propiedad privada y quemaron banderas de Estados Unidos e Israel. En algunas de las pintas se leía: “Osama Bin Laden, estamos contigo”, en una gesto que la prensa leyó como una clara justificación de los atentados terroristas contra Estados Unidos. Otra frase rezaba: “quien siembra vientos cosecha tempestades”. La marcha fue acompañada por el jefe de fracción legislativa del FMLN, Salvador Sánchez Cerén y otros cuatro diputados efemelenistas. Posteriormente, Sánchez Cerén aseguró que la marcha respondía a un rechazo a la resolución de la Corte Suprema de Justicia que había avalado la instalación de la base de monitoreo estadounidense en el Aeropuerto de Comalapa, lo cual, a su juicio constituía “un golpe a la Independencia”.

    En resumidas cuentas, la diversidad de las lecturas en El Salvador en torno a los actos terroristas —y los mismos atentados en sí— da pie a reflexionar sobre cuestiones tan capitales como el valor de la vida humana frente a posiciones dogmáticas y fundamentalistas. Ha quedado claro que los terroristas suicidas no tuvieron ningún escrúpulo en inmolarse y llevarse consigo a miles de vidas inocentes. También —aunque no todos los salvadoreños estén de acuerdo—, ha quedado claro que Estados Unidos, a pesar de haber sido víctima, no debe seguir en este espiral de terrorismo.

G

COMUNICACIONES

MEDIOS DE DIFUSIÓN Y ATAQUES CONTRA EEUU

      Tres días después de que aviones comerciales destruyeron las torres gemelas de Nueva York y parte del Pentágono, un periodista de The Washington Post, Howard Kurtz, suplicaba a las cadenas de televisión que dejaran de ocupar, en la apertura de cada espacio noticioso, las imágenes del segundo avión que chocó contra una de las torres gemelas; que tampoco las usaran antes de cada espacio publicitario y que tampoco las dejaran de fondo mientras alguna ‘cabeza hablante’ era entrevistada. Una petición similar podría hacérsele a los medios escritos, diríamos nosotros.

    “La constante repetición trivializa y deshumaniza la tragedia mientras vemos la bola de fuego, una y otra vez, las torres colapsar una y otra vez, la gente morir, una y otra vez”, decía Kurtz. A su juicio, este recurso de la prensa ha sido tan chocante como habría sido que en 1963 hubieran mostrado, cada cinco minutos, el instante en que el presidente John Kennedy era asesinado. Este mal de explotar al máximo las escenas y las fotos más impactantes persigue siempre a los medios noticiosos (unos los explotan más que otros).

    Tras los ataques a los símbolos del poderío militar y económico de EEUU, algunas empresas periodísticas, como CNN, decidieron sacar del aire las imágenes fuertes, especialmente aquellas sangrientas o las de las personas que se lanzaron al vacío desde las torres gemelas. Otras imágenes se han repetido miles de veces hasta hoy tanto en televisión como en secuencias de fotos e infográficos magistralmente diseñados en la prensa escrita en sus  versiones impresas y de Internet. En El Salvador, El Diario de Hoy y La Prensa Gráfica publicaron, sólo el miércoles 12, la foto de una persona que se lanzó desde una de las torres; luego de eso quizá reaccionaron y no la volvieron a incluir.

    El llamado periodismo de impacto se originó en los Estados Unidos y allí se ha convertido en los últimos 20 años en un periodismo más de entretenimiento, si se puede decir tal cosa. Los programas más conocidos de este estilo han sido Hard Copy, A Current Affair y America´s Most Wanted, donde apararecen casos y noticias acompañadas de música para dramatizar, efectos de sonido, imágenes de impacto, etc. En los EEUU, este tipo de espacios está diferenciado de los noticieros (por el horario, por el tono, por el enfoque, por la actualidad), y son más reconocidos como programas de variedades que como noticieros.

    Los latinoamericanos hemos visto este tipo de programas en los últimos diez años en Primer Impacto y Ocurrió Así, que se hacen pasar por noticieros. Ambos tienen niveles de audiencia altísimos en El Salvador y esto ha fomentado en gran parte que la gente no solo busque información, sino cuál es el escándalo, qué fue lo impresionante de un caso, cuál es el rumor que corre. Esto es lo que hemos visto últimamente.

    El periodista Joel Achenbach, de The Washington Post, opina que en estos tiempos de crisis complejas y crecientes, los lectores y televidentes tienen que ser escépticos. Achenbach, hablando sobre los ataques contra Washington y Nueva York, alentó sobre todo a que la gente esté atenta a las imprecisiones y los rumores que se pueden propagar por medio de la prensa, atribulada por la inmediatez, por tener primicias y por presentar las historias más seductoras.

    Son los mismos periodistas quienes se han encargado de recopilar todas las inexactitudes y “leyendas urbanas” que han salido publicadas (algunas luego fueron rectificadas y otras no). Por ejemplo, muchos medios —The Washington Post incluido— informaron sobre el ‘conmovedor’ rescate de cinco bomberos de las ruinas de las torres gemelas el jueves 13 y resultó que en realidad sólo habían estado perdidos desde la mañana de ese mismo día. También se dijo que dos grupos de hombres armados habían sido capturados cuando trataban de abordar aviones en lo que sería una segunda ola de terror. Al final, se trataba de una sola persona atrapada por la policía con una falsa identificación de piloto escondida en su calcetín. Ante este problema de imprecisión, Achenbach recomienda a los “consumidores de noticias” que analicen el origen de la información, las fuentes, y luego que esperen unos días para ver si lo que se ha dicho es cierto.

    Además de los errores en que han incurrido los periodistas (originados en el extranjero y propalados a velocidades inimaginables vía satélite), ha habido abundancia (y repetición) de imágenes y de datos. Los dos grandes matutinos salvadoreños dedicaron los primeros días más de 30 páginas para informar sobre los ataques terroristas en EEUU, además de que sacaron una edición extra el mismo día de los atentados.

    Este caudal de información tanto gráfica como textual fue valioso durante algunos días, por las repercusiones que el incidente ha tenido en el mundo. Además, tanta violencia asombra y estremece a cualquiera. Sin embargo, al igual que pasó después del primer terremoto de este año en El Salvador, llegó un momento en que la insistencia en las mismas escenas y en los mismos datos hastió a muchos.

    Y entonces se llega al punto de una de las paradojas de la posmodernidad que ha señalado el escritor español Enrique Rojas: “una bulimia de consumo de sucesos y acontencimientos que apunta hacia el sensacionalismo, que paraliza la capacidad de reacción del informador para hacer una síntesis de lo que recibe”. Por tanto, la avalancha informativa además de la audiencia también deshumaniza y hace insensibles a los informadores, porque no les deja ver los hechos en perspectiva, sino en sus impresiones más inmediatas. Como dice Rojas, lo sustancial se pierde en lo anecdótico.

    Los medios salvadoreños se abastecen de las noticias internacionales a través de las grandes cadenas estadounidenses de televisión (CNN, Univisión) y las —también grandes— agencias de prensa de EEUU (AP) además de países como Francia (AFP), España (EFE) e Inglaterra (Reuters), por mencionar algunas. Los salvadoreños, por tanto, han recibido una versión bastante occidentalizada de la crisis mundial. En La Prensa Gráfica y en El Diario de Hoy se ha hecho mucho énfasis en ciertos elementos: en el drama de un país atacado por extremistas; en la tensión mundial que se ha generado; en el número de víctimas salvadoreñas que se reportaron; en el impacto que causó ver destruidos edificios emblemáticos del poderío estadounidense; en las historias personales de quienes sobrevivieron a los desastres o de quienes perdieron a familiares; en el apoyo que ha recibido EEUU para castigar a los culpables; en la barbarie de los extremistas islámicos liderados por los talibanes y el multimillonario árabe Osama Bin Laden; y, por último, en la ‘merecida’, inminente e ineludible respuesta militar que EEUU y sus aliados emprenderán en contra de los responsables de los ataques y de quienes los alberguen.

    En general, estas han sido las ideas que más han aparecido día tras día en los diarios y también en los medios electrónicos salvadoreños. La guerra ha sido presentada como un hecho inaplazable y las fuentes de información que apoyan esta tesis han reinado en las páginas informativas de los periódicos: el presidente estadounidense y su gabinete (junto a muchos de sus compatriotas), los presidentes de los países miembros de la OTAN, el presidente salvadoreño y algunos diputados. El Islam y sus seguidores han sido nuevamente estigmatizados como el más temible mal de este mundo. Ante estas posturas reduccionistas y maniqueístas enfatizadas por la prensa, algunos la han acusado de estar azuzando la guerra (The Washington Post, Howard Kurtz, 13 y 18-09).

    Las voces que han condenado tanta barbarie, pero que no apoyan las salidas guerreristas y que han puesto estos incidentes en perspectiva han estado prácticamente ausentes en la cobertura periodística de la prensa local. El español Fernando Savater, profesor de Filosofía, aunque no se declaró en contra de la respuesta militar de los estadounidenses, sí reflexionó lo siguiente: “Como no creo en la pedagogía sanguinaria, dudo mucho que de la lección [los ataques] espeluznante del otro día vayan a sacarse conclusiones provechosas” (El País de España, 13-09).

    También sugería que “el terrorismo patrocinado por un millonario fanático es también un triunfo siniestro de la sacrosanta iniciativa privada, para la que ya nadie se atreve a proponer la alternativa creíble de algo defendido en común”. Savater decía que este golpe que recibió la única super potencia del  mundo es, en esencia, un efecto de la “cacareada globalización”, pues, como había vaticinado Enzensberger en “Perspectivas de la guerra civil”, los conflictos bélicos irían enfrentando ya no Estados, sino tribus o bandas dentro del “Megaestado global”. Aunque es muy difícil que se puedan sacar conclusiones definitivas sobre la reciente tragedia de los estadounidenses, habría sido interesante ver más esfuerzos de análisis, como el de Savater, en los diarios salvadoreños.

    Por el contrario, la cobertura periodística local ha tomado caminos bastante curiosos. Lo que se ha visto después de la marcha de sectores sindicales, estudiantiles y políticos de izquierda del 15 de septiembre, ha sido el énfasis en mostrar al FMLN (los llamados ‘ortodoxos’, específicamente) como simpatizante del terrorismo internacional. El Diario de Hoy especialmente se ha encargado de recordar las acciones bélicas de los ex guerrilleros y hasta ha llegado a tergiversar un comunicado del FMLN (Vértice, 16-09, p.8; 18-09, p.12). No se está juzgando aquí la postura del partido de izquierda ni sus supuestos errores, pero no deja de sorprender cómo los periódicos han inflado el hecho (buscando reacciones de la embajada estadounidense) y han lanzado un poco más de lodo en la imagen del FMLN. Esto solo es un reflejo más de la polarización que se está generando en el mundo y que aquí sigue agudizándose.

    En general, la información que se está difundiendo ha dado una visión bastante simplista y trivial sobre los ataques en contra de EEUU y las motivaciones de los responsables, entre los cuales se señala principalmente a Bin Laden. Kurtz, de alguna manera, ha apuntado de dónde pueden venir estos reduccionismos al hablar de que la mayoría de información está siendo suministrada por autoridades estadounidenses. “Eso significa que a los reporteros se les proporcionan datos diseñados para hacer que las instituciones en cuestión luzcan bien, para ejercer presión sobre ciertos objetivos o para adelantar una agenda particular”, subrayaba Kurtz. Quizá no podemos pedirle más a los medios de comunicación, porque ya es sabido que todos, especialmente la televisión, hasta hoy han sido incapaces de mostrar la complejidad o los ‘grises’ de la realidad.
 
 
Colaboración de Xiomara Peraza y Nataly Guzmán, departamento de Letras y Comunicaciones de la UCA

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DERECHOS HUMANOS

DEL SUEÑO AMERICANO AL ABSURDO PLANETARIO

    Ya transcurrió más de una semana desde el fatídico día en el que fueron ejecutadas sin misericordia miles de personas inocentes y se destruyeron los símbolos arquitectónicos del, hasta entonces, intocable poder globalizado.  Ese martes 11 de septiembre del 2001 tembló la tierra y se estremecieron en su seno los restos de las víctimas de otros graves actos terroristas, como el que inició también un 11 de septiembre: el de1973. Ellas aún reclaman verdad, justicia y reparación. Ese fatídico día de la semana recién pasada también se le movió el piso a quienes siempre sintieron, hasta entonces, que marchaban fuertes y seguros. Pensamos que a partir de entonces se comenzó a discutir —abiertamente y en serio— sobre la disyuntiva entre lo que podría ser la última de las guerras mundiales y la posibilidad de humanizar por fin nuestra existencia, entre el culmen de la violación a los derechos humanos y la tranquilidad que produce su respeto irrestricto, entre la muerte y la vida.

    Pero también, sin temor a equivocarnos, pensamos que el abominable operativo terrorista realizado en suelo estadounidense la semana anterior generó —y continuará generando— una cantidad hasta ahora nunca vista de información y acción de diversa índole y distinto nivel, frente a la ocurrencia de un hecho de ese tipo. Se inundaron de “navegantes” las computadoras, se llenaron las columnas de los medios escritos, se saturaron de dolorosas y heroicas imágenes los noticiarios televisivos… Se han conocido, por esas vías, las posiciones más sensatas y las más aberrantes junto a los actos más sublimes y los más criticables. Entre las declaraciones positivas que hasta hoy conocimos, citamos como muestra, la emitida por la Cátedra de la UNESCO de Derechos Humanos de la Universidad Autónoma de México y la Red de Profesores e Investigadores de Derechos Humanos de México.

    “CONSTRUIR UN ‘NUNCA JAMÁS’ AL TERRORISMO” se titula este pronunciamiento que en su texto, tras expresar solidaridad hacia las víctimas y condenar sin contemplaciones a los responsables de acción tan despreciable, afirma lo siguiente: “Desde la perspectiva de la educación en derechos humanos, paz y democracia, la irracionalidad debe ceder paso a la razón, la barbarie a la tolerancia. Es indispensable un esfuerzo educativo por entender y conocer los mecanismos, rostros y causas del odio y de la violencia en todas sus formas. Articular a la voluntad política, la fuerza de la ciudadanía para resolver mediante la negociación, los orígenes de la violencia que se manifiestan en conflictos políticos, sociales, culturales o económicos en el ámbito nacional, regional e internacional. Esta aproximación no se limita a medidas de prevención o de seguridad, ni obedece a la búsqueda de venganza, sino a un ejercicio de justicia en el marco del Derecho Internacional de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario”.

      También, la Asociación Americana de Juristas declaró ante los acontecimientos, que “condena en forma categórica los atentados terroristas perpetrados en territorio de los Estados Unidos de América”, a la vez que “Exhorta al Gobierno de los Estados Unidos a actuar reflexivamente conforme a derecho, utilizando la vía de la justicia y la cooperación internacional en una solución global al problema del terrorismo y prescindir de la utilización de medidas de represión arbitrarias o abusivas, sea de modo unilateral o promoviendo acciones colectivas con sus aliados”.

    Otra voz, que llama a la reflexión ante este momento de aflicción es la que levantaran las Organizaciones de la Sociedad Civil, reunidas en el caucus de América Latina y el Caribe, quienes luego de condenar enérgicamente los actos de violencia ocurridos en Nueva York y Washington dijeron que: “En la historia de la humanidad, millones de personas han sido víctimas de la violencia, las guerras, las violaciones sistemáticas a los derechos humanos, el terrorismo de Estado y el terrorismo de grupos minoritarios, el autoritarismo, la discriminación, las profundas desigualdades económicas y sociales, que han generado profundas distancias y odio. Como organizaciones que trabajamos en la promoción y defensa de los derechos de los niños, niñas y adolescentes, rechazamos y condenamos cualquier intento de resolver conflictos por medio del terror y la violencia”.

    Muy contundentemente exhortan “tanto al gobierno de Estados Unidos, como a nuestros propios gobiernos a no iniciar o apoyar, acciones de venganza injustificada contra ninguna nación, grupo o persona en el mundo, hasta no tener pruebas claras y contundentes que identifiquen al o los responsables de los hechos criminales del martes 11 de septiembre”. Igualmente mocionan que “responder con violencia hace aún mayor el éxito de las acciones terroristas y por ello exigimos que se pongan inmediatamente en funcionamiento los instrumentos y mecanismos internacionales que permitan garantizar que en el proceso de investigación y búsqueda de él o los responsables, no se violenten los derechos de ningún país, grupo o persona en el mundo, así como que en el momento que estos san debidamente identificados, se haga justicia”.

    Ha sido también muy interesante, la lucidez reflexiva con que aborda el tema Federico Pagura, líder ecuménico suramericano, quien hace un llamado a todos los miembros de la familia Abrahánica: judíos, cristianos e islámicos a unirse y a utilizar sus más altos valores para impedir que más sangre inocente sea derramada. De hecho, el citado religioso, al urgir a las religiones a que cobren un papel más protagónico en la búsqueda de la paz,  recordó las “ proféticas palabras de ese inolvidable teólogo vasco, y mártir de El Salvador, Ignacio Ellacuría”, que en uno de sus últimos documentos afirmó:

    “No será directamente Dios quien destruya la vida sobre la tierra; los hombres autoconvertidos en dioses están ya preparados para hacerlo. Lo están ya haciendo por la expoliación y la polución de la naturaleza, pero están dispuestos a culminar la destrucción con la energía nuclear. Nada más inhumano, nada más antidivino, nada más irracional que este individualismo y positivismo de las naciones que no pueden entenderse entre sí, ni llegar a acuerdos, más que amenazándose mutuamente con la guerra nuclear. Las religiones de vida, las religiones de promesas utópicas, las religiones monoteístas y monosalvíficas pueden y deben impedir esta locura colectiva y lo harán si instauran el Reino de Dios, como el reino del pueblo entero de la humanidad”.

    Además —prosigue Pagura— “Con esta firme conciencia y vocación de vida, esperanza y de paz, no sólo debemos negarnos a participar en toda violencia fratricida, sino que debemos esforzarnos incansablemente, para disuadir a nuestros gobernantes de toda nueva aventura belicista, que sólo añadiría más dolor y más sangre, a la mucha que ya ha sido derramada en la historia, en el altar de los dioses del dinero y de la guerra. Sólo así seremos fieles a la oración que pronunciamos en la reciente celebración ecuménica, en la plaza del obelisco de Buenos Aires: Señor, ayúdanos a vivir en paz, con justicia”.

    En nuestro país, la embajadora de los Estados Unidos de América agradeció públicamente las numerosas muestras de condolencia y solidaridad que recibió de personas e instituciones de todo tipo. Entre ellas se encuentra la del IDHUCA. Elaborada el mismo día de los hechos y dirigida a la Señora Marjorie Coffin, encargada de Asuntos Públicos de esa representación diplomática, el personal de nuestro Instituto expresó lo siguiente: “El dolor y la indignación se mezclan en nuestras mentes y corazones, al observar con impotencia cómo la irracionalidad del terrorismo golpea a la humanidad. Los terribles acontecimientos ocurridos este día en su país son una intolerable muestra de barbarie, que condenamos de la manera más contundente. La pérdida de tantas vidas inocentes y el sufrimiento de sus familiares nos motivan a externarle, por este medio, la incondicional solidaridad de todo el personal que labora en el IDHUCA”.

    Pero, también ocurrieron hechos censurables cuyo denominador común —a nuestro entender— debe ubicarse en la incapacidad de los actores políticos nacionales para ver más allá de sus intereses. Por un lado, el principal partido opositor que se equivocó de nuevo. Al respecto, han aparecido algunas explicaciones posteriores y hasta ciertas actitudes de distanciamiento, velado o abierto, por parte de algunos de sus miembros. Sin embargo, la impresión que le han dejado a la población es bastante mala por la carta que enviaron a la embajadora Rosa M. Likins y la participación —hasta el final— de altos dirigentes del FMLN en una marcha donde ocurrieron hechos que generaron mucho repudio.

    La gente que ha simpatizado con dicho partido, se pregunta: ¿por qué convirtieron una sencilla manifestación de condolencia en un panfleto político? ¿por qué no se limitaron a condenar los actos terroristas y a solidarizarse con las víctimas? Eso, en lo que toca a la citada carta. Y también se formula otras interrogantes en lo relativo a la famosa marcha donde un reducido grupo —de extremistas o provocadores infiltrados, ¿quién sabe?— aplaudió, celebró y hasta pidió más acciones como las del martes 11 de septiembre, sin siquiera una mínima muestra de respeto para las personas inocentes que murieron y desaparecieron ese día. ¿Por qué los dirigentes del FMLN que iban en la marcha, no se retiraron al darse cuenta de esas repudiables manifestaciones? ¿Por qué si ya habían dejado constancia de su protesta original por las medidas económicas del actual gobierno, razón por la cual dicen que participaron en esa actividad, no dejaron también constancia de su rechazo a quienes “apoyaban” al terrorismo?

    Y, ¿qué decir del gobierno de Francisco Flores? Para muestra un botón. Suspendió los actos cívicos, sin pensar en —por ejemplo— los más de doscientos dólares gastados por los padres de familia de la niña que, durante mucho tiempo, paso ensayando para ser la “cachiporrista” que encabezaría el desfile en su pueblo o ciudad. ¿Por qué no suspendió, como en otros lugares del mundo, el lucrativo y nada edificante evento boxistico realizado la noche del sábado 15 de septiembre? ¿Por qué, incluso, hasta el presidente acudió a la pelea y celebró gritando y riéndose el “triunfo de la Patria” alcanzado por los puños de un pugilista?  Esas incoherencias oficiales son las que, de seguro, generaron en esa ocasión una sonora rechifla dirigida al primer mandatario, a su “segundo de a bordo” y —sobre todo— a los diputados Walter Araujo y Norman Quijano.

    Las dimensiones de los acontecimientos del martes 11 de septiembre son enormes y exigen un alto grado de madurez, responsabilidad y compromiso. La humanidad está en peligro creciente y en ello tiene mucho que ver el liderazgo mundial. Frente a eso, en el país estamos mal. La miseria de “nuestros lideres” aflora en los momentos más críticos. Son ellos los responsables de que mucha gente salvadoreña haya buscado alcanzar el “sueño americano”; son ellos, también, responsables de que mucha gente salvadoreña haya encontrado la muerte en ese trayecto e incluso en lo ocurrido el martes 11 de septiembre.

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