Año 20

número 894

marzo 15

2000

ISSN 0259-9864

 

 

 

 

Editorial Elección sin representatividad

Política Las elecciones del 12 marzo: resultados preliminares

Sociedad Las lecciones de la huelga del ISSS

Sociedad Conviértanse y crean al electorado

Opinión Pública Opinión de los votantes sobre la jornada electoral del 12 de marzo

Derechos Humanos "Creo que puede mejorar..."

 

 

 

Elección sin representatividad

 

Si el resultado de la elección del 12 de marzo no es sorpresivo ¿cómo se explican las caras largas de los dirigentes de ARENA y de algunos funcionarios gubernamentales? Ciertamente, sabían de antemano, por sus propias encuestas, que no ganaban la alcaldía de San Salvador; pero sin duda esperaban seguir siendo la primera fuerza política del país. Sin embargo, el resultado confirmó la medición pre-electoral del Instituto Universitario de Opinión Pública de la UCA (IUDOP): la ventaja de 18 puntos de Silva sobre Cardenal en San Salvador, el empate a nivel nacional entre el FMLN y ARENA, la pérdida de votos de ARENA y una abstención superior a la de la última elección. Desde esta perspectiva no debía haber sorpresas, pero los políticos salvadoreños no suelen analizar con seriedad la realidad política. Las caras largas de ARENA están más que justificadas: el partido se ha derrumbado en cuanto a preferencias electorales: perdió la alcaldía más importante por una diferencia grande, tiene dos diputados menos que su contrincante principal y, aunque obtuvo más alcaldías que éste, gobernará menos población a nivel local. Los municipios más poblados están en manos del FMLN.

Pero estos resultados no deben llevar a perder de vista un dato fundamental. La mayoría de la población salvadoreña en edad de votar no concurrió a las urnas este domingo. Aproximadamente, entre el 65 y el 70 por ciento de la población con derecho a voto no acudió a las urnas. La abstención es incluso mayor que la del año pasado, en las elecciones presidenciales. Por lo tanto, los diputados y los concejos municipales, aunque electos de manera legítima, poseen una representación ciudadana muy reducida. Los constantes e intensos llamados dirigidos a esta mayoría, en los días anteriores a las elecciones y el día mismo, hechos por los dirigentes de los partidos políticos, el Tribunal Supremo Electoral, los conductores de diversos programas de radio y televisión y por otras personas no surtieron efecto.

Es más, la mayoría de la ciudadanía, para ser más exactos, casi el 80 por ciento, había decidido por qué partido votaría el 12 de marzo dos meses antes, es decir, antes que la campaña electoral diera comienzo. Esto significa que los partidos políticos y en particular ARENA han gastado millones de colones para beneficio casi exclusivo de los dueños de los grandes medios de comunicación de masas, sin obtener a cambio una tasa de retorno mínimamente aceptable. Peor aún, la campaña de ARENA, en lugar de convocar electores, alejó de las urnas a una proporción nada despreciable de simpatizantes del partido. esta fue su perdición. ARENA se quedó solo con su voto duro –muy equivalente al del FMLN. Es decir, la campaña no sólo no le dio los resultados esperados, sino que además le hizo daño. Dada la altísima inversión hecha, desde el punto de vista empresarial, estas elecciones fueron un muy mal negocio para el partido dirigido por los grandes empresarios salvadoreños.

El beneficiario directo de esta mala conducción de ARENA es el FMLN, pero éste no debe hacerse falsas ilusiones sobre un triunfo que, por otro lado, es indiscutible. El triunfo del FMLN debe más el derrumbe de ARENA que a un crecimiento importante de militantes y simpatizantes. El FMLN todavía tiene que convencer a una buena parte de la ciudadanía sobre su capacidad para gobernar, debe identificarse mucho más con las necesidades de las mayorías salvadoreñas y así crear confianza en la población y recuperar credibilidad. Son desafíos que un triunfo como el obtenido este 12 de marzo puede opacar. Es claro el descontento de los simpatizantes de ARENA con su partido así como el rechazo de buena parte de la población hacia las prácticas políticas de este partido; pero no es nada claro todavía que el FMLN sea la opción de la mayoría. Es claro que ARENA puede perder el control del Estado, pero no está decidido aún si el FMLN le propinará esa derrota, en un futuro cercano.

El gobierno local de la mayor parte de la población salvadoreña y la mayoría en la Asamblea Legislativa representan una oportunidad histórica para el FMLN. Delante de sí tiene una posibilidad única para esforzarse por hacer un buen gobierno municipal y legislativo, consolidar su posición política y ganar así la confianza y la credibilidad de la gente. Para conseguir estas metas, la unidad y la lucidez social y política son estratégicas para el FMLN. La gestión de la alcaldía de San Salvador es una experiencia que debe ser reproducida en todos los gobiernos municipales en manos del FMLN. Si el FMLN desaprovecha esta oportunidad que se le ha abierto, en el ARENA actual puede encontrar por adelantado el futuro que lo aguarda.

Ni la amargura de la derrota ni la ilusión del triunfo deben hacer olvidar que la mayoría de la población salvadoreña en edad de votar no votó por ninguno de estos dos partidos. Su mayor desafío está en demostrarle que gobiernan para ella, que sus intereses son primero aun antes que los del partido o de ciertos grupos de interés, que las elecciones son un instrumento valioso para producir cambios, porque éstos ocurren en realidad. Sin ir más lejos, este proceso de cambio podría comenzar por la reforma radical del sistema electoral: es evidente que el padrón actual es obsoleto, que el mecanismo para emitir, vigilar y contar el voto es primitivo y que el Tribunal Supremo Electoral no tiene capacidad para controlar el proceso. Las irregularidades –confusión en el padrón, doble voto, compra de votos, sustitución de electores, material inadecuado, falta de información en un sistema complicado, falta de respeto al elector, etc.— se han vuelto a repetir, pero esta vez de una forma más general. El Tribunal Supremo Electoral a duras penas pudo manejar la votación del 30 por ciento de la población. ¿Qué hubiera pasado si hubiese votado el 60 por ciento, por ejemplo?

Los partidos suelen tratar este tema como si fuera un asunto exclusivamente suyo, olvidándose del protagonista, el ciudadano. Hasta ahora, los partidos políticos han demostrado tenerle poco aprecio al no facilitarle el ejercicio de su derecho al voto. Esta es una buena oportunidad para que los partidos comiencen a dejar de pensar en sí mismos y piensen más en la ciudadanía, a la cual, según repiten de manera incansable, se desviven por servir.

 

 

 

Las elecciones del 12 marzo: resultados preliminares

 

Aunque los resultados finales de las elecciones de concejos municipales y diputados del pasado 12 de marzo no están disponibles a esta fecha, a partir de datos preliminares puede notarse que algunas tendencias que se insinuaron en las elecciones de 1997 están afianzándose: un relativo estancamiento —y hasta desgaste— del caudal electoral del partido ARENA y, por otra parte, un moderado —pero persistente— incremento del caudal electoral del FMLN. De acuerdo a los resultados preliminares el FMLN obtendría 31 diputados (2 más que ARENA) y 78 alcaldías ganadas (lo cual representa 30 más que las obtenidas en 1997). Por su parte, ARENA mantendría sus 29 diputados, pero obtendría solo 124 alcaldías (36 menos que las obtenidas en 1997). Esto implica que el mayor revés para ARENA se produjo, fundamentalmente, en las elecciones de concejos municipales.

Por otra parte, se hace evidente que el sistema político salvadoreño se acerca cada vez más al bipartidismo por dos razones: se mantienen las abismales diferencias de caudales electorales entre la segunda y tercera fuerza política y, además, el partido que se perfila como "tercera fuerza" ha mostrado históricamente no ser más que un apéndice de los partidos mayoritarios, en especial de ARENA. En lo que sigue se presentan algunos datos preliminares de las elecciones de 2000, teniendo en cuenta su relación con los resultados de las dos anteriores elecciones de diputados y concejos municipales celebradas en 1994 y 1997.

Para las elecciones de 2000, y con un 87% de actas de Juntas Receptoras de Votos procesadas, ARENA habría obtenido un total de 381,906 votos en las elecciones para diputados, lo cual implica que, al final, prácticamente recibirá la misma cantidad de votos de 1997. El desgaste político de ARENA fue más evidente en las elecciones de 1997, cuando su caudal electoral se redujo a tal grado que, en las elecciones para diputados, recibió únicamente 396,301 votos, cuando en 1994 había recibido un total de 605,775 votos. En el caso del FMLN la tendencia de su caudal electoral en las elecciones de diputados es más bien hacia el alza, pues desde su primera participación en 1994 ha ido creciendo su número de votantes: pasó de 287,811 votos en 1994 a 369,709 votos en 1997, mientras que los datos preliminares de las elecciones de 2000 asignan al FMLN 375,258 votos lo cual ya es suficiente para superar la cantidad de votos de 1997, aunque cabe mencionar que no nota un incremento tan significativo como el experimentado entre 1994 y 1997.

En términos prácticos, lo anterior supone que lo más probable es que el FMLN sostenga sus 31 diputados y ARENA los 29 que se le atribuyen hasta ahora. El FMLN obtendría esta pequeña ventaja pese a que obtuvo menor número absoluto de votos que ARENA (375,258 contra 381,906), debido a que en la asignación de curules han sido determinantes también el departamento donde se obtuvieron los votos y el cociente electoral asignado para cada departamento. Por ejemplo, para ganar una diputación por el departamento de La Libertad se necesitaban 23,730 votos, pero para ganarla en el departamento de Cabañas bastaba con 8,606 votos; es decir, que podría darse el caso que un partido con 26,000 votos gane 3 diputados en Cabañas, pero otro con igual número de votos solo obtenga un diputado en La Libertad.

Lamentablemente, aun no se cuentan con datos consolidados de las votaciones para concejos municipales; sin embargo, los datos preliminares dan cuenta que el FMLN se habría agenciado 78 alcaldías y ARENA 124; lo cual implica que se ha cerrado la brecha entre ambos partidos, pues si en la actualidad ARENA tiene 112 alcaldías más que el FMLN, en el próximo período esta cifra se reducirá a 46. Sin dudas aquí se encuentra el principal revés electoral de ARENA y la fortaleza del FMLN. La campaña electoral más significativa fue, sin lugar a dudas, la concerniente a la Alcaldía Municipal de San Salvador, la cual eclipsó a las restantes contiendas electorales municipales e, incluso, a las legislativas. Nuevamente, fue el FMLN el mejor librado, ya que su candidato superó con un cómodo margen al candidato de ARENA (18%).

Aparte de los resultados obtenidos por los dos partidos mayoritarios, también resulta significativo el hecho de que ambos continúan fuertemente distanciados de sus más cercanos perseguidores. Para las elecciones de 2000, fue el PCN el que ocupó de nueva cuenta el tercer lugar en las preferencias electorales, al haber obtenido, de acuerdo a los mismos datos preliminares, 92,925 votos, lo cual no representa ni la cuarta parte de los votos obtenidos por ARENA o por el FMLN y se mantiene cercano a los votos obtenidos en 1994 y 1997. Nuevamente, debido a las características del proceso de asignación de diputados esta cifra fue suficiente para que el PCN obtuviera 14 diputados, casi la mitad de lo obtenido por ARENA. Con todo, no puede dejar de señalarse que el caudal electoral obtenido por el PCN, aunque podría acreditarle el título de tercera fuerza política, no es suficiente como para consolidarlo como una opción viable que pudiera poner en peligro la posición de cualquiera de los dos partidos mayoritarios. Otra característica que le resta protagonismo a la "tercera fuerza" es que el partido que se ha ubicado en esa posición durante las últimas tres o cuatro elecciones —el PCN— carece de un proyecto político independiente y prácticamente se limita a transar los votos de sus diputados por cuotas de poder.

Adicionalmente, otro elemento que se desprende de las cifras de las elecciones de 2000 es la incapacidad de los nuevos partidos para mantenerse dentro del sistema electoral. Tanto el PLD como el CDU parecen destinados a desaparecer por no haber obtenido el mínimo de votos exigidos para partidos políticos y coaliciones equivalente a un 3% y un 6% de los votos validos, respectivamente. De acuerdo a los datos preliminares el PLD habría obtenido solamente un 1.29% de los votos validos, mientras que el CDU un 5.3%. Otros partidos destinados a desaparecer por las mismas razones son USC y PPL. Sin embargo, al mismo tiempo que estas asociaciones políticas desaparecen, también aparece un nuevo partido (PAN) que con un 3.7% de los votos validos logró dos diputados y una alcaldía y, por supuesto, el derecho de participar en las próximas elecciones.

En resumidas cuentas, la nota extraordinaria de los resultados de las elecciones radica esencialmente en el hecho de que el FMLN incrementa sustancialmente el número de alcaldías, al tiempo que ARENA ha visto reducida su cuota de poder municipal. Los demás resultados no cambian sensiblemente el espectro político: la alcaldía de San Salvador sigue en manos del FMLN y la asamblea legislativa queda prácticamente en la misma situación, pues la mayoría del FMLN es simbólica y tendrá poca o ninguna implicación sobre la correlación de fuerzas, que continúa dependiendo de las alianzas y negociaciones con los partidos pequeños; un campo que, por cierto, es dominado por ARENA.

Finalmente, es curioso notar cómo ARENA ha logrado mantener su caudal electoral en las elecciones de diputados, pese al desgaste político que implica una década de ejercicio del poder ejecutivo. Esto refleja que, a pesar de todo, ARENA ha salido bien librado en las elecciones y de lo que sí puede lamentarse es de no haber incrementado su numero de votantes y de haber perdido gran cantidad de alcaldías.

 

 

 

Las lecciones de la huelga del ISSS

 

Acaba de terminar un período electoral marcado por una dosis de conflictividad social que no se vivía en El Salvador desde hace varios años. Los médicos y trabajadores del Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS) y el gobierno llevaron casi al extremo sus posiciones respecto a un conflicto que se desató cuando el presidente Flores desconoció los acuerdos firmados durante el gobierno de Armando Calderón Sol. La pretensión declarada de imponer una de las dos posturas en juego estuvo a punto de convertirse en el nuevo perfil del pulso que mantenían las partes. La presión progresiva se convertía en el mecanismo idóneo para hacer sentir la voluntad tanto del gobierno como de los sindicatos. Para rematar, todo ello se producía a contrarreloj de unas elecciones de importancia superior para los partidos políticos contendientes.

En este contexto, un desenlace apresurado —en el que quedó más que demostrada la intransigencia del gobierno de Flores— puso fin al conflicto y, a la vez, desató una serie de interrogantes acerca del rédito político que del mismo obtendrían los dos partidos con mayor fuerza entre el electorado: ARENA y el FMLN. Así, mientras unos pretendían descargar la responsabilidad de una acción desestabilizadora y de carácter meramente político en la izquierda, los otros adelantaban el castigo que la población le daría a la derecha y a su tradicional forma de ventilar las críticas y las protestas de la población. En ambos casos, la intención era clara: desencadenar la censura pública y atraer el mayor número de inconformes a las urnas el día de las elecciones. Sin embargo, los resultados que hasta ahora se poseen de la jornada electoral del 12 de marzo no parecen reforzar las hipótesis que se gestaron alrededor de tan tenso escenario.

Esto es así porque, lejos de arrojar unos resultados inesperadamente benévolos con unos e implacables con los otros, las elecciones pasadas dejaron en claro que en nuestro país aún no ha llegado el momento de las victorias absolutas para ninguna de las fuerzas políticas existentes. En términos generales, el partido gobernante no ha logrado detener la fuga de votantes que tanto le afectó en las elecciones municipales y legislativas de 1997. Por otro lado, el FMLN tampoco ha logrado superar el margen de votantes fieles que posee prácticamente desde 1994. Además, aunque el partido de izquierda se ha beneficiado con cierto incremento en el número de votantes desde esa fecha, el comportamiento de su "voto duro" no es del todo confiable. A diferencia de las bases areneras, las del Frente mostraron cierta tendencia a la contracción durante las elecciones presidenciales de 1999 (el número de electores favorables al FMLN pasó de 369,709 en 1997 a 343,472 en 1999).

Ante un panorama como este, vale la pena cuestionarse a cerca del lugar que ocupó el desenlace del conflicto del ISSS en la configuración de un escenario electoral con leves variaciones en las cuotas de poder agenciadas por las dos principales fuerzas contendientes. De entrada, suponer que la forma como se resolvió la problemática entre los médicos y trabajadores del Seguro Social y el gobierno podría ser motivo suficiente para movilizar a los votantes a rechazar o apoyar al FMLN o a ARENA sería caer en una visión reducida de los hechos. De haber sido así, la disminución del voto duro de ARENA habría sido mucho más significativa. Asimismo, esta percepción de los hechos fácilmente conduciría a pensar en un desplazamiento de los votantes de un lado de la arena política a otro. Así, el electorado sería una masa que renuncia a sus preferencias electorales sin mucha reflexión y cuya identificación con las ofertas políticas actuales es bastante superficial.

Si en algo pudo haber influido el conflicto del ISSS en los resultados electorales, eso debió haber sido el nivel de abstencionismo que se registró durante los comicios, que ronda el 67% del padrón electoral. Y es que la forma como se sucedieron los acontecimientos en los últimos días de la huelga dejó clara una cosa: la responsabilidad del extremo al que llegó la pugna entre sindicalistas y gobierno era compartida en varios niveles del aparato estatal. En primer lugar, al conocerse que Fabio Castillo, coordinador general del FMLN, abogaba secretamente por un acercamiento entre las partes y que esa iniciativa fue rechazada por las autoridades, quedó claro lo falaz que había sido el principal argumento del gobierno: estar abierto a cualquier negociación para buscar soluciones al conflicto.

Más bien, el gobierno de Francisco Flores recalcó públicamente que su voluntad de resolver la huelga estaba determinada por el cumplimiento de los términos que ya estaba impulsando —la concesión de servicios de salud, la contratación de "buenos" médicos desempleados y sin experiencia y la sanción ejemplarizante de los huelguistas desestabilizadores. Del mismo modo, quedó clara la concepción que Flores tenía del "diálogo" por el que tanto abogaba desde que asumió el primer Órgano del Estado. Esto es, una negociación en la que existen unos que están del lado de la razón, del compromiso con la población y con la gobernabilidad y otros que sólo pueden optar por la presión, el sectarismo y la politización de los reclamos sociales. De esta manera, si alguno que no fuera sindicalista —entre ellos, los potenciales votantes— no estuviera del todo de acuerdo con la postura del gobierno, automáticamente sería colocado en la segunda de las posiciones y estaría, por lo tanto, en contra de los valores que pregona la administración arenera.

En segundo lugar, el papel de la PNC en la agudización del enfrentamiento entre las partes se presentó también como un reforzador de la desconfianza hacia quienes toman las decisiones en nuestro país. Las contradicciones que rodearon a su intervención en la disolución de una protesta frente al Hospital Médico Quirúrgico hicieron patente el hecho de que el cuerpo policial es, hoy más que nunca, proclive a la manipulación política. En las arrebatadas acciones avaladas por el máximo jefe de la policía, Mauricio Sandoval, acaso estaría de fondo la mentalidad del más duro de los areneros, que ve en estas demostraciones de autoritarismo un llamado de atención hacia sus correligionarios —creyendo, claro está, que estos son mayoría— para que confirmen la voluntad del gobierno por mantener a raya a quienes sean vistos como un peligro para la estabilidad del país. De no ser así, ¿cómo explicar ese desmedido uso de la fuerza, no sólo contra los sindicalistas, sino también contra la población civil, en un momento en el que la hegemonía de ARENA estaba en peligro?

En tercer lugar, la presencia de Fabio Castillo en las negociaciones, lejos de aparecer como la colaboración "desinteresada" de un ciudadano por la solución del conflicto, confirmó el hecho de que, en cuestiones de interés nacional, muchas de las decisiones fundamentales se discuten exclusivamente a altos niveles y bajo términos desconocidos para la opinión pública. Sobre la participación del partido en la organización de la huelga del sector salud no se puede hablar mucho; no existen datos que comprueben de manera contundente tales señalamientos. Pero el sabor a pacto político que revistió la intervención de Castillo en el conflicto y, más aún, la forma como el mismo partido ARENA quiso sacar provecho de esa revelación, confirmó que ambos institutos anhelaban atraer para sí los beneficios de una solución, fuera de la naturaleza que fuera.

Sin duda alguna, el grado de movilización del que son capaces los partidos políticos no logra desembocar en el apoyo masivo —mayoritario, como se suele llamar en época preelectoral— de los votantes; en su lugar, se hace más palpable el alejamiento que existe entre la clase política y los problemas que afectan a la población. Aunque es posible que el conflicto del ISSS no haya afectado de manera decisiva el voto duro de los partidos mayoritarios, sí parece acertado afirmar que coadyuvó al engrosamiento de la porción de la población que no ve en los comicios una herramienta de cambio.

  

 

 

Conviértanse y crean al electorado

 

El domingo 12 de marzo fue para ARENA su "miércoles de ceniza". Al dar los resultados de media noche, el Tribunal Supremo Electoral dijo a los miembros del partido oficial: "Conviértanse y crean al Electorado", y los integrantes del COENA dejaron escurrir algunas lágrimas de sus ojos. Los resultados electorales han sobrepasado incluso las adelantadas expectativas y, por ello, somos muchos los que debemos convertirnos y prestar más atención al electorado. En primer lugar, es obvio que toda la dirigencia de ARENA, la presente y la pasada, debe mirar hacia atrás y hacia el presente: hacia atrás porque sus cinco principios filosóficos y sus cuatro parámetros económicos, destinados a construir una "Sociedad libre en lo político, en lo económico y social" (Hacia una Economía de Mercado, 1989) han flaqueado en lo económico y sobre todo en lo social. Debe mirar hacia atrás porque, luego de derruir el Ministerio de Planificación Económica y Desarrollo Social, sustituyeron el plan de nación por unas sorpresivas y desintegradas medidas económicas, incluso sin el parabién del FMI, que desconcertaron a los mismos sectores productivos. Mirar hacia atrás, porque su fe en los ponderados y galardonados equilibrios macroeconómicos ha derivado en una economía sectorialmente desintegrada y más terciarizada, cuya característica real ha sido el crecimiento con desempleo y desigualdad. Como única salida quedaba "dolarizar" una económica muy "dolarizada".

Mirar hacia el presente para decir la verdad, una verdad que el presente gobierno no osa decir: que ha recibido de sus "hermanos políticos" una economía debilitada, estancada o en recesión, en virtud de las leyes del laissez-faire y de unos procesos de privatizaciones, a comenzar por la bancaria, que en ninguna forma están al servicio del mayor bien común. Esta mirada al presente es tanto más necesaria por cuanto en los tres últimos años las clases laborales y varios grupos académicos han formulado las bases y los lineamientos para construir un plan de nación de mediano-largo plazo. El gobierno actual, que brilla por su ausencia y que ha desdeñado estos aportes sociales, se ha convertido en el detonador de las anunciadas respuestas electorales. Los ejecutivos y los legislativos (en plural) del llamado "partido oficial" deben convertirse interiormente y corregir sus complejos de superioridad, intransigencia, agresividad, que les hacen ver desestabilización política en cualquier demanda social o populismo económico en toda reforma del esquema de gestión nacional.

Deben convertirse porque el electorado les ha rechazado con dos votos contrarios. Primero, el voto de castigo que anunciaban la mayoría de encuestas nacionales y que se resistían a aceptar, en virtud de sus encuestas internas, porque tradicionalmente sólo se ha escuchado a sí mismos. Gobiernos del diálogo, que no escuchan a nadie. Ojalá que, pasado un tiempo y secas ya las primeras lágrimas, se animen a entrar en un proceso de contricción, de reconocer el propio error, y no sólo de atricción, de echar la culpa a los demás. Sin embargo, más importante para su conversión y reflexión ha sido el "voto silencio", la ausencia mayoritaria de quienes renuncian al "voto patriótico" porque los dirigentes de la patria nunca votan a favor de ellos. En el mediano-largo plazo este es el voto más desafiante: el mayoritario grupo de quienes han perdido la fe en el derecho de votar. Este sí es un desafío para todos.

También los que han ganado o quienes alcanzan la línea de flotación deben celebrar su "miércoles de ceniza: conviértanse y crean al electorado". Primero, porque algunos de los votos recibidos no han sido propiamente votos "a favor de ellos", sino en contra de otro o de otros. Y sobre todo porque a los partidos y a quienes no somos partido de los que se parten y reparten, nos desafía el "voto del silencio", el silencio de quienes esperan una alternativa confiable. Aquí entramos todos y por diferencia cedemos el paso a quienes se sentarán en las curules de la Asamblea Legislativa. Que partan de esta realidad del país, que la analicen solidaria y socialmente y que luego discutan, dialoguen y voten de acuerdo a la conciencia formada y no teledirigidos por una orden superior. De lo contrario, en las próximas elecciones, volverá a repetirse el voto de castigo, acompañado del voto del silencio.

También los tradicionales representantes del llamado "sector privado" o sector empresarial deben o debemos escuchar la voz del electorado. Nuestro modelo económico no ha funcionado, no ha dado respuestas humanas y sociales a las necesidades de las grandes mayorías. El "mercado" que adoran y defienden no es el "mercado interno" que esperan los necesitados de empleo, ingresos, educación, salud, protección social. El mercado neoliberal, que hoy domina el "globo" o la "aldea", junto con aspectos positivos adscritos a la revolución tecnológica, presenta mayores consecuencias negativas de desempleo, desigualdad y exclusión..., que ha recibido el rechazo en actuales cumbres mundiales. Los hombres del "sector privado", que utilizan el Internet, saben de sobra que frente al "hombre de Davos-2000" se alza el "hombre de Seattle-1999" y ahora el "hombre de Bangkok-2000". Tal vez tengamos un reflejo de esta dualidad entre el "hombre de ARENA" y el "hombre de ???" quienes comulgamos con el "hombre se Seattle". Si se habla de "gobernar la globalización", se nos impone gobernar nuestro modelo económico, para no prolongar más la "era de las desigualdades". Por ello, el voto del silencio nos desafía a todos: a los productores de bienes y servicios civiles y a los educadores e investigadores que buscamos una reconversión social.

El voto del silencio es un gran desafío a todos los que formamos parte de la Iglesia y de las Iglesias, para que no caigamos en el pecado de ser "Iglesias del silencio". Aceptemos o no aceptemos al Papa, lo cierto es que Juan Pablo II ha dicho cosas ciertas para creyentes y no creyentes en sus dos mensajes sobre la paz de 1999 y del 2000. En enero de 1999 dejó escrito: "cada vez más, en muchos países americanos impera un sistema conocido como 'liberalismo', sistema que haciendo referencia a una concepción economicista del hombre, considera las ganancias y las leyes del mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad y del respeto de las personas y de los pueblos. Dicho sistema se ha convertido, a veces, en una justificación ideológica de algunas actitudes y de modos de obrar en el campo social y político, que causan la marginación de los más débiles. De hecho, los pobres son cada vez más numerosos, víctimas de determinadas políticas y de estructuras frecuentemente injustas". (La Iglesia en América; Nº 56). Al fin y al cabo, la gran sociedad anónima del "voto del silencio" dirá que Juan Pablo II ha explicado bien lo que ellos querían decir. En resumen, que somos dos los grupos más afectados: los rechazados por el voto de castigo y los desafiados por el voto del silencio.

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Colaboración de Francisco Javier Ibisate, Decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la UCA

 

 

 

 

Opinión de los votantes sobre la jornada electoral del 12 de marzo

 

"Todos a votar" rezaba uno de los titulares de un periódico matutino el domingo 12 de marzo. Sin embargo, el llamado no hizo eco en la población salvadoreña. Una vez más el absentismo electoral recorrió los centros de votación en el país. Según las cifras preliminares proporcionadas por el Tribunal Supremo Electoral, tras procesar el 76.73 por ciento de urnas, únicamente asistió a votar el 34.58 por ciento de los electores en edad de hacerlo. Los personeros del máximo tribunal electoral en el país manifiestan que la proporción de votantes es mayor, argumentando que la cantidad total de electores registrados es menor a los 3,264,724 que aparecen actualmente (el deficiente padrón electoral contiene fallecidos y residentes en el extranjero) y de los cuales más de 250,000 no han reclamado su carnet electoral, olvidando en su análisis que a la fecha en El Salvador residen más de tres y medio millones de personas en edad de votar, muchos de los cuales no están empadronados y por consiguiente no figuran en las estadísticas electorales.

Aunque en San Salvador la proporción de personas que participaron en el proceso eleccionario, un 40.79 por ciento, es mayor que la proporción a nivel nacional, esta cifra aún no alcanza los niveles de participación que se podrían esperar tomando en cuenta la campaña institucional del Tribunal Supremo Electoral incentivando a la población a ejercer su derecho al voto. La poca confianza del electorado en la clase política —sólo el 18.9 por ciento de la población tiene algo o mucha confianza en los partidos—, sumada a la percepción de que las elecciones no proporcionan beneficios a los habitantes y al hecho de que el sistema eleccionario es complicado y obsoleto, podrían, en parte, explicar el divorcio entre los salvadoreños y las elecciones.

El Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) llevó a cabo el día de las elecciones un sondeo de opinión que buscaba conocer las percepciones de los capitalinos sobre el proceso electoral, los problemas a los que se enfrentaron los votantes, las irregularidades que observaron y las razones que los motivaron a asistir a los centros de votación. La pesquisa contó con la participación de 2989 personas seleccionadas en forma aleatoria a la salida de los centros de votación del municipio de San Salvador.

Los resultados señalan que el 35.1 por ciento de los capitalinos que asistieron a votar en la recién pasada elección reportaron al menos una dificultad para ejercer el sufragio o presenciaron alguna anomalía en los centros de votación. La falta de transporte fue la principal dificultad que tuvieron los electores, según lo mencionara uno de cada diez entrevistados. Una proporción similar manifestó que hubo poca y deficiente información sobre los lugares de votación —en muchos de los casos los votantes asistieron a centros donde no les correspondía votar. El 2.8 por ciento de los electores no se encontró en el listado electoral; sin embargo, es de destacar que esta cifra disminuyó en relación a las elecciones presidenciales de 1999, en las cuales un estudio similar reveló que el 9.7 por ciento de votantes reportó esa dificultad. Problemas con el nombre que aparece en los listados fueron mencionados por el 2.7 por ciento de los capitalinos, mientras que un 0.2 por ciento se encontró con que al momento de intentar votar otra persona lo había hecho ya en su lugar.

Por otra parte, la disposición que ordena a los partidos políticos no hacer propaganda electoral en los centros de votación no se cumplió. El 13.7 por ciento de los capitalinos manifestó haber observado a personas haciendo propaganda abiertamente dentro de los centros o intentando influir en los votantes a la hora de ejercer el voto. La falta de información en el interior de los centros de votación, la prepotencia de algunos vigilantes y miembros de partidos, la desorganización, incapacidad y actitud confrontativa de los miembros de las Juntas Receptoras de Votos, la confrontación entre los simpatizantes y miembros de los partidos y la compra de votos son algunas de las anomalías que observaron el 8.1 por ciento de los participantes en el proceso.

Al margen de los problemas o anomalías presenciadas por los electores, el 43.8 por ciento de los asistentes manifestó que participó en el proceso para cumplir con su deber, con su obligación de ciudadano; el 15.2 por ciento consideró que al hacerlo ejercía uno de sus derechos; mientras que una proporción similar (14.9 por ciento) consideró que su asistencia podría contribuir a que el país mejore; el 12.6 por ciento de los votantes sostuvo que asistió a votar para cambiar la situación del país y únicamente el 5.2 por ciento manifestó que su presencia en las urnas era para apoyar a su partido o candidato preferido. El resto dio otras razones o prefirió no responder a la interrogante.

Resulta interesante observar que las actitudes de los votantes hacia las elecciones son significativamente más positivas que las mostradas por la población en general. Cerca de la mitad de entrevistados el 12 de marzo dijo sentir mucha confianza en el proceso electoral, mientras que un significativo 29.0 por ciento manifestó sentir algo de confianza. Por el contrario uno de cada cinco entrevistados manifestaron sentir poca confianza, mientras que el 5.2 por ciento aseguró no tener ninguna confianza en el proceso electoral. Consultados sobre el interés en la campaña electoral, dos terceras partes de los votantes activos —quienes asistieron a votar— dijo sentir mucho o algo de interés en la campaña, contrastando con las opiniones de la mayoría de salvadoreños en encuestas regulares donde quienes se muestran interesados constituyen menos de la mitad de la población.

La campaña electoral que desarrollaron los partidos antes de los comicios no tuvo suficiente impacto en la población capitalina. Cuatro de cada cinco votantes manifestó haber decidido por quien votar antes que la campaña iniciara. ARENA y el FMLN serían los partidos que tendrían las campañas menos efectivas (a pesar de la mayor presencia en los medios y a la millonaria inversión en despliegues publicitarios), dado que más del 80 por ciento de sus votantes habían decidido su voto antes del inicio de las respectivas campañas. Los partidos pequeños fueron la opción de los votantes que decidieron el voto el mismo día de la elección, mientras que la campaña electoral únicamente convenció al 11 por ciento de los electores.

En general, quienes asistieron a votar lo hicieron por el mismo partido por el que votaron en la elección presidencial de 1999. El 18.6 por ciento cambió su opción de voto. La proporción de nuevos votantes fue únicamente del 2.1 por ciento. De cara al futuro del país, la mitad de los electores consideró que el país mejoraría después de la elección; una cuarta parte del electorado activo considera que el país seguirá igual y únicamente el 3.6 por ciento sostuvo que el país va a empeorar. En ese sentido, quienes se muestran más optimistas son aquellos electores que se decidieron por alguno de los partidos más grandes, mientras que quienes consideran que el país seguirá igual optaron por los partidos más pequeños.

El sondeo de salida de urnas reveló que a pesar de ser mayor la proporción de mujeres inscritas en el registro electoral, fue mayor la cantidad de hombres que asistió a votar (57.8 por ciento). Otro dato que se desprendió del estudio es que durante la reciente elección disminuyó considerablemente la proporción de jóvenes que asistieron a votar. Nuevamente, las personas de mayores niveles educativos son los que siguen teniendo un porcentaje mayor de participación electoral en comparación con el resto de la ciudadanía.

En conclusión, el estudio de salida de urnas efectuado por el IUDOP de la UCA el 12 de marzo en San Salvador confirma que los problemas con que tienen que lidiar los votantes se siguen repitiendo. Aunque, efectivamente, ha disminuido la desorganización y se ha tratado de mejorar el padrón electoral, la implementación de algunas reformas electorales contribuiría a solucionar los problemas que aún se presentan. Se confirma, además, lo señalado por las encuestas pre-electorales sobre la relación directa entre participación, interés y confianza en el proceso. A partir del sondeo, puede sugerirse a los partidos políticos realizar campañas propositivas que logren persuadir a los ciudadanos para que asistan a ejercer el sufragio y que procuren que los candidatos den a conocer a la población las razones por las que merecen ser elegidos y no por las cuales no se debe votar por su contrincante. Finalmente, es de señalar la poca participación de las mujeres, los jóvenes y las personas con menor nivel educativo en los procesos electorales, de lo cual se desprenden luces sobre las áreas donde el Tribunal Supremo Electoral debe esforzarse más para incentivar la participación.

 

  

 

"Creo que puede mejorar..."

 

"Los organismos que defienden los derechos humanos —afirma Alberto Adrianzén, peruano— bien pueden ser definidos como los aguafiestas. Cuando pensamos que todo va bien y que el futuro nos sonríe, ahí están ellos para recordarnos que no es así... Dichos organismos se comportan como los "Pepes Grillos" que todos llevamos dentro. Nos recuerdan que no estamos solos, que somos egoístas y que debemos pronunciarnos sobre temas fuertes. Por eso no es extraño que su imagen sea polémica; que no guste ni al poder y algunas veces tampoco a los ciudadanos. Estos últimos se preocupan por los derechos humanos cuando se ven amenazados".

La percepción anterior sobre los grupos -y las personas que los integran dedicadas a construir espacios de vida con dignidad para todas y todos, no es exclusiva del Perú; en nuestro país persiste, a pesar de todo. Sin embargo, estamos en la obligación de ser "el pelo en la sopa", " la voz discordante" cuando el discurso oficial —del gobierno y la "clase política"— se empeña en cantar glorias al "proceso democrático" salvadoreño: "fue un triunfo de la democracia", "el sistema se consolida", "avanzamos"... Así se gastan las frases elogiando algo que debería ser examinado con mayor rigor y seriedad, sin utilizar como parámetro el escenario reciente de la guerra. Por eso, desde el ámbito de los derechos humanos, nos toca decir lo que otras voces no se atreven o no quieren decir; al referirse a ese rol, otro peruano —Ricardo Blume, conocido para quien recuerde novelas mexicanas de varias décadas atrás— lo califica así: "Labor difícil, labor delicada, tantas veces incomprendida pero fundamental".

Así, pues, vamos al grano. El pasado domingo 12 de marzo se efectuaron las elecciones legislativas y municipales en todo el territorio nacional sin que, por lo conocido hasta ahora, hayan ocurrido incidentes aparentemente dignos de abordar en este espacio. La mayoría de los comentarios críticos al proceso no pasan de señalar los numerosos problemas de diverso tipo —las llamadas "anomalías"— que le impidieron o hicieron difícil el ejercicio del sufragio a muchas personas, así que de eso no diremos ahora; mucho menos vamos a hacer cuentas de las papeletas a favor de uno u otro partido.

Mejor aprovechamos entonces la oportunidad para reflexionar sobre la vigencia real de este derecho en El Salvador, a partir de las personas que no votaron y del por qué no lo hicieron, así como de las que votaron y del por quién lo hicieron; pensemos también en posibles tentaciones y peligros que emergen en el escenario polítco nacional después de la jornada dominical, como también en los retos que se plantean a los grupos políticos y a la sociedad en general; por último, tratemos de esbozar algunas medidas para frenar el avance de aquellas situaciones que pueden ir en contra de los grandes objetivos —la mayoría de ellos, aspiraciones aún— del llamado proceso salvadoreño iniciado hace casi diez años, cuando el gobierno de entonces y la entonces fuerza insurgente firmaron el acuerdo de Ginebra y comenzaron en serio la negociación para acabar la guerra.

Cuántas personas no votaron y quiénes no lo hicieron, son dos grandes interrogantes que no se pueden responder con exactitud al momento de escribir estas líneas; pero con los datos preliminares a la mano se puede tener un acercamiento: en primer lugar, el abstencionismo se incrementó notablemente; en segundo término, la población joven acudió a las urnas a curiosear pero no a ejercer su derecho y a la vez deber político y ciudadano. De corroborarse más adelante esta información y considerando que la mayoría de los habitantes de El Salvador son jóvenes, resulta demasiado atrevido afirmar que desde la perspectiva de los derechos humanos estamos ante una situación donde su vigencia plena es real.

¿Por qué? Pues es muy simple; remitámonos a la Declaración Universal de Derechos Humanos y ubiquemos el artículo 21 de la misma. Ahí se establece que toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país, de manera directa o a través de representantes elegidos en forma libre, y a tener oportunidad —en igualdad de condiciones— para ejercer alguna función pública; desde nuestra óptica eso no se cumple acá, pero habrá quién no esté de acuerdo con ese juicio. Lo que sí es posible sostener, sin temor al cuestionamiento, es que no se está realizando en su totalidad lo que sigue del artículo mencionado; veamos: "La voluntad del pueblo es la base de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual y por voto secreto u otro procedimiento equivalente que garantice la libertad del voto".

Preguntémonos en serio si lo esencial de ese postulado se cumplió en las elecciones del domingo 12 de marzo. Es cierto que hay periodicidad en la organización de estos eventos y que el sufragio es, por lo general, universal y secreto; pero, ¿votó realmente el pueblo salvadoreño o lo hicieron únicamente los pocos simpatizantes que todavía creen en los partidos políticos o que lo hacen porque su estabilidad depende de ellos? ¿eso fue suficiente para sostener que la voluntad popular se expresó? ¿o la manifestación de ésta viene siendo, desde hace unos años, la de un rechazo creciente a un sistema electoral basado en una "partidocracia" que no le inspira credibilidad y mucho menos confianza? En esas condiciones y por encima de la legalidad formal, ¿podemos hablar de un poder público legítimo?

Dentro de ese marco más general, consideremos que si no votó una buena parte de la juventud en edad de hacerlo también valdría la pena examinar —de manera puntual y con detenimiento— las razones para ello. Obviamente, los grupos políticos y sus representantes así como los funcionarios de gobierno, no sólo no significan mayor cosa para esa juventud por la situación en la que la tienen colocada dentro de la sociedad sino que, además, casi todos le resultan antipáticos. ¿Cómo se encuentra la población joven salvadoreña? Mal pueslas únicas oportunidades que se les presentan en su horizonte actual al terminar sus estudios, si es que lo logran, son las siguientes: buscar en las "maras" un espacio con códigos de relación propios y donde se es "alguien"; tratar de evadir una realidad dura, a través del alcohol y otras drogas; dirigir sus pasos hacia el norte, en busca del lejano "sueño americano"; ingresar al cuerpo policial o a la milicia; o trabajar, por un tiempo, en las condiciones que le ofrecen maquilas.

Desde la "clase política" y el "poder público", al grueso de las y los jóvenes les intentan "vender" las dos últimas opciones como "oportunidades atractivas". Sin embargo, nos atreveríamos a afirmar que ningún político o funcionario gubernamental tiene a un hijo o hija trabajando como agente policial o en alguna galera de San Marcos, San Bartolo u otra "zona franca" o "recinto fiscal" del país. Y, ¿por qué dijimos que la juventud ve con antipatía a esos políticos y funcionarios? Pues porque así se expresa al observar su conducta falsa y, por decirlo de la manera más suave posible, maliciosa; porque se da cuenta cómo se atacan entre ellos antes, durante y después de las elecciones; porque no muestran la mínima disposición para ponerse de acuerdo y enfrentar con visión de país los problemas más graves del mismo, a pesar de ser tan evidentes en lo económico y social, así como en los relacionado con la inseguridad, la impunidad, la falta de espacios para la participación política real y el deterioro del medio ambiente, por mencionar algo.

Dicho todo lo anterior, veamos quiénes votaron y por quién lo hicieron. Cada vez se van descubriendo con más claridad las personas que, pese a todo, acuden a las urnas para apoyar a uno u otro partido; son aquellas de mayor edad que, de una u otra forma, su fidelidad se encuentra muy arraigada por haberse construido desde la época previa a la violencia política de los años setenta y la guerra de los ochenta. No nos engañemos; con diferencias porcentuales obvias, los cuatro grupos políticos que por el momento dan señales de vida —unos más otros menos— son los que tuvieron que ver con las causas que nos llevaron al conflicto y los que fueron los protagonistas más destacados dentro del mismo: Partido de Conciliación Nacional (PCN), Partido Demócrata Cristiano (PDC), Alianza Repúblicana Nacionalista (ARENA) y Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Incluso las "nuevas opciones" —que dentro de poco desaparecerán oficialmente o las que se mantuvieron tras estas elecciones— son lidereadas por notables ex democristianos, militares en situación de retiro, ex patrulleros, ex "plumíferos" de gobiernos anteriores...

Pasemos a lo que, párrafos atrás, llamamos "posibles tentaciones y peligros" después de los resultados del 12 de marzo. A estas alturas ya es cada vez más abierta la disputa por la presidencia de la futura legislatura, entre las tres principales "fuerzas" que la integrarán a partir del próximo primer día de mayo; también se observan, con mayor o menor claridad, disputas internas al interior de esas mismas "fuerzas". ¿Habrán aprendido la lección los partidos como para no iniciar una "guerra sucia", similar o peor a lo ocurrido en la campaña reciente? ¿pesará más para ellos el rechazo de la población y las medidas que deben adoptar para revertirlo, que sus tradicionales estrategias de cara a los comicios del 2003 y del 2004?

Entre los principales retos que se presentan a esos grupos políticos se encuentra el de no seguir enviándole señales negativas a una población desencantada y hastiada de tantos engaños, desacuerdos y equívocos. La mayoría de la gente, por su parte, tiene ante sí un panorama difícil pero hay que hacerle frente y buscarle una salida favorable. Podría continuar desentendiéndose cada vez más de estos asuntos, dejándolos en manos de los mismos de siempre; pero eso no nos conviene. Podría buscar otras "soluciones" relacionadas con la trampa, la mentira y el golpe al adversario; pero ese camino es demasiado arriesgado y lo conocemos muy bien, porque así fue que llegamos hasta la guerra.

Pero hay otra posibilidad, quizás más complicada —por las resistencias conocidas— pero menos peligrosa y sobre todo mejor para el futuro del país: la de trabajar para lograr transformaciones profundas del sistema electoral, sabiendo que ahora éste gira alrededor de esa ya mencionada "partidocracia". Hay que esforzarnos para que el Tribunal Supremo Electoral sea precisamente eso y no "juez y parte", como lo es ahora, sin independencia real ni personalidad para evitar que cualquiera le pase encima irrespetando las disposiciones legales de la manera más tranquila. Se deben hacer todos los esfuerzos posibles y necesarios para que: se apruebe el "voto lejano" de las y los hermanos que mantienen al país; de una vez por todas exista un documento único y la gente pueda votar en la zona donde reside; se norme, legal y éticamente, la existencia y el funcionamiento de los partidos políticos; y, sobre todo, no sean éstos los únicos vehículos para que las personas puedan hacer valer su derecho a la participación política.

"Creo que se puede mejorar...", titulamos esta entrega; le colocamos comillas porque quisimos citar a Hubert Lanssiers, sacerdote belga residente en el Perú desde hace muchos años, quien en alguna ocasión afirmó eso cuando en una entrevista —al definirlo como "una persona crítica frente a muchas cosas que en el país no funcionan o que son verdaderamente absurdas"— le hicieron la siguiente pregunta: "¿hay razones para pensar que esta situación podría comenzar a cambiar?". El resto de la respuesta es el siguiente: "Es un acto de fe; es decir, la adhesión a un hecho no evidente. Me parece que se administró un electroshock que podría ser saludable. Tengo la impresión que existe una voluntad de introducir el país en el siglo XX, de poner a rodar los mecanismos para que la locomotora arttrítica se eche a andar y arrastre a los vagones" Y terminó diciendo Lanssiers: "Entre la certidumbre de un estancamiento y la esperanza de caminar, escojo la esperanza".

 

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