PROCESO — INFORMATIVO SEMANAL EL SALVADOR, C.A.

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    El informativo semanal Proceso sintetiza y selecciona los principales hechos que semanalmente se producen en El Salvador. Asimismo, recoge aquellos hechos de carácter internacional que resultan más significativos para nuestra realidad. El objetivo de Proceso es describir las coyunturas del país y apuntar posibles direcciones para su interpretación.

    Su producción y publicación está a cargo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador. Por favor, asegúrese de mencionar Proceso al utilizar porciones de esta publicación en sus trabajos.

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Año 23
número 1042
marzo 26, 2003
ISSN 0259-9864
 
 
 
 

ÍNDICE



Editorial: El lado humano de la guerra

Política: Lecciones varias de las elecciones

Economía: El efecto rebalse: ¿Una falacia económica?

Sociedad: Los retos de las municipalidades

Regional: ¿Es la guerra en Irak un drama lejano?

Derechos Humanos: Encuentro mesoamericano: verdad, justicia y paz

Comentario: A favor de las víctimas

 
 
Editorial


El lado humano de la guerra

 

El sufrimiento que causa la guerra, llevado a los hogares de millones de familias estadounidenses por la televisión, ha introducido una variable nueva. Desde Vietnam, las dos guerras anteriores —la del Golfo y la de Afganistán—, fueron contempladas por esas mismas familias como un gran espectáculo televisivo, en el cual el dolor humano no apareció. Se les había olvidado que la guerra no sólo son armas y tecnología, sino también prisioneros, lesionados y muertos. O tal vez pensaron que esto sólo podía ocurrirle a los enemigos de Estados Unidos. Esta nueva guerra sería igual a las anteriores, un despliegue de poderío y tecnología militar de precisión, tal como gustan llamarla. Las víctimas estarían del otro lado —y aunque lamentables, son consideradas como meros accidentes—. A la sociedad estadounidense ya se la había olvidado Vietnam. Sus gobernantes la dejaron pensar, equívocamente, que esta guerra sería como las dos últimas: sin bajas. Los ataques serían llevados a cabo desde grandes alturas y la infantería sólo avanzaría cuando el terreno estuviera despejado y asegurado. Les hicieron creer que la guerra sería rápida y limpia æpara sus tropas—. Hasta los mercados han reaccionado a esa primera falsa apreciación: las bolsas del mundo comienzan a experimentar caídas pronunciadas. La realidad de la guerra, con toda su brutalidad, comienza a imponerse. La guerra real tiene poco parecido con las de los juegos electrónicos, donde el sufrimiento humano está ausente, y con los despliegues militares festivos, a los cuales los estadounidenses son tan aficionados.


Las primeras reacciones de las madres y los padres de las primeras bajas y prisioneros son elocuentes. Tanto que Washington ha ordenado a las cadenas de televisión que no muestren los cuerpos maltratados, las caras sorprendidas, ni la crudeza de la muerte. Paradójicamente, las únicas bajas que impactan son las propias; las de los extraños, aun cuando se trate de civiles inocentes, no producen el mismo efecto. De todas maneras, la censura oficial no ha tardado en suprimir las imágenes más humanas de la guerra: sus víctimas, porque podrían desmoralizar a la sociedad estadounidense.


Una cadena de televisión fue a buscar a los padres de una de las primeras bajas para conocer su reacción. Pensó que, pese al dolor que los embargaba, iba a escuchar un discurso de alto contenido patriótico, pero pasó por alto que se trataba de un soldado negro. Los padres de la víctima dijeron más o menos lo siguiente: nuestro hijo murió cumpliendo con sus obligaciones laborales. Luego, mostraron una fotografía suya para que la viera el presidente Bush, porque él lo había matado. Si las víctimas estadounidenses aumentan y el dolor de sus familiares se difunde, las consecuencias para los planes de guerra pueden ser negativas. Los familiares de las víctimas no comparten el mismo fervor patriótico de Bush y sus asesores hasta el extremo de aceptar de forma resignada que sus hijos e hijas sean retenidos como prisioneros de guerra o, peor aún, caigan en combate. Estos ahora alegan con estudiada inocencia que la guerra está empezando, que será larga y que habrá más bajas. La cuestión es hasta dónde va a tolerar la sociedad estadounidense la pérdida de sus hijas e hijos.


Es cínico que Estados Unidos exija un trato humano para los prisioneros de guerra, según lo establecido por los acuerdos de Ginebra. El presidente Bush no tiene más solvencia que la que le da su poderío militar para exigir tal cosa, después que despreció el derecho internacional. Si los acuerdos de Ginebra protegen a los prisioneros estadounidenses, también protegen a los retenidos por Estados Unidos en Guantánamo. Pero a éstos no les reconoce ningún derecho. La base militar de Guantánamo no es, por supuesto, territorio de Cuba, por lo tanto, en ella no rige el derecho cubano; pero tampoco tiene vigencia la legislación estadounidense, ni el derecho internacional. Ahí se hace lo que el presidente norteamericano y sus asesores militares determinan. Esta diferencia tal vez obedece a que unos prisioneros son más terroristas que otros. No hay que olvidar que una de las razones de la guerra contra Irak es acabar con el terrorismo. En cualquier caso, el poder militar determina las clases de terroristas existentes. Si los iraquíes que maltraten a los prisioneros estadounidenses serán tratados como criminales de guerra, ¿cómo serán tratados los carceleros de los detenidos en Guantánamo? Los acuerdos de Ginebra y el derecho internacional deben ser reconocidos y respetados por todos los estados con rigor, en cualquier circunstancia. Si a Estados Unidos no le va bien en esta guerra, tal vez se pueda revisar el derecho internacional actual, surgido de la experiencia de la segunda guerra mundial, para actualizarlo y prevenir el abuso de las potencias mundiales.


El presidente salvadoreño también se ha mostrado preocupado por los aspectos humanos del conflicto. Asegura estar dispuesto a prestar ayuda humanitaria, una vez concluida la guerra. El Salvador no ha declarado la guerra a Irak, pero su apoyo a las fuerzas invasoras es incondicional. La razón es clara para el presidente salvadoreño: Estados Unidos ha sido muy generoso al dar albergue en su territorio a millones de salvadoreños. En consecuencia, El Salvador no puede colocarse del lado de los terroristas. Cualquiera diría que las autoridades estadounidenses reciben con los brazos abiertos a los inmigrantes salvadoreños, que les facilitan legalizar su situación, que les proporcionan empleo para que manden dólares, que los proveen de educación, salud y vivienda. Los salvadoreños residen en ese país en contra de la voluntad de sus autoridades y se han abierto camino sorteando grandes riesgos y haciendo muchos sacrificios. Las autoridades estadounidenses, si pudieran, los enviaban de regreso a su casa.


El humanismo del presidente Flores está mal enfocado. Irak tiene quien la ayude, pero El Salvador no cuenta más que con sus propios recursos. Si el presidente desea ayudar, tiene espacio y razones de sobra para hacerlo en su propio país, donde la necesidad es inmensa. Si de lo que se trata es de honrar, no se sabe qué compromisos internacionales, el presidente Flores podría comenzar cumpliendo con las recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El dinero que va a gastar en enviar ayuda y personal tan lejos, estaría mejor empleado en aliviar el dolor de sus propios compatriotas.

G

 

Política


Lecciones varias de las elecciones

 

Al parecer, ya hay resultados firmes de las elecciones del 16 de marzo. Contrario a lo que se pensaba la semana pasada —sobre la base de más del 85 por ciento de los resultados presentados por el Tribunal Supremo Electoral (TSE)—, los partidos mayoritarios han ganado nuevos votos y creció un poco el número de salvadoreños que participaron en los comicios. Las elecciones y los resultados que arrojaron para los distintos partidos merecen varios comentarios.

G

 

Economía


El efecto rebalse: ¿Una falacia económica?

 

Durante las últimas tres décadas, la economía salvadoreña ha experimentado cambios sustanciales en su funcionamiento. El Salvador ha pasado de un modelo económico que dependía fundamentalmente de la agroexportación de productos primarios, a otro que se cimenta en la ampliación y el desarrollo de una economía de servicios, donde el sector financiero ha tenido un considerable crecimiento en los últimos veinte años. Este proceso de transformación económica es importante, debido a que, junto a ella, en el país también se han dado una gama de transformaciones sociales importantes.

G

 

Sociedad


Los retos de las municipalidades

 


Al parecer, el Tribunal Supremo Electoral ya escrutó la totalidad de votos emitidos en las pasadas elecciones del 16 de marzo. En el ámbito legislativo, los resultados de los comicios apuntan a una correlación de fuerzas similar a la que hay en la actual legislatura; es decir, un leve predominio de las bancadas de derecha. En lo que a los gobiernos municipales se refiere, lo que salta a primera vista es la continuidad del poder en las principales alcaldías del Área Metropolitana de San Salvador y una repartición de las principales cabeceras departamentales entre las fuerzas políticas más grandes, con un notable repunte del FMLN. Este último partido ejercerá el control municipal de las cabeceras de San Salvador, La Libertad, Santa Ana, algunas de la región paracentral y Usulután, en el oriente. Por su parte, ARENA habría asegurado el gobierno de las ciudades de Ahuachapán y Sonsonate, en el occidente, y de las orientales comunas de San Miguel y La Unión, las más pujantes de la otra ribera del Lempa.

G

 

Regional


¿Es la guerra en Irak un drama lejano?

 

Tiempos insolidarios
La guerra estadounidense contra Irak ha provocado la indignación mundial. También algo más: ha surgido un amplio movimiento antibélico, que logra movilizar a miles de personas en las más importantes ciudades del mundo. Contrario a lo que podía esperarse, las movilizaciones pacifistas en Centroamérica han sido escasas. Es conveniente analizar este fenómeno: ¿por qué una región tan castigada por la guerra, que sabe por experiencia propia que los bombardeos no son un espectáculo más de la televisión, que conoce el drama de la población desplazada, no parece inmutarse mayormente ante la guerra contra Irak?

G

 

Derechos Humanos


Encuentro mesoamericano: verdad, justicia y paz

 

Una de las prioridades del IDHUCA, debido a su doble carácter —académico y de proyección social— es la de promover la discusión sobre las temáticas fundamentales que giran alrededor de promoción, protección y defensa de los derechos humanos. Fruto del esfuerzo de la institución y después de varios años de acompañamiento a las víctimas en su lucha titánica, se ha detectado la prioridad de realizar encuentros de discusión y análisis. Así es que nace la iniciativa del “Encuentro Mesoamericano: Verdad, justicia y paz”, el cual se realizó del 26 al 28 de marzo en las instalaciones de la UCA. Entre los objetivos de este evento estaban la realización de un diagnóstico de la realidad regional y el planteamiento de retos concretos surgidos para la plena vigencia de la verdad, la justicia y la paz, según la situación que se observa en los diferentes procesos de “transición” hacia la democracia en los países mesoamericanos.


Para ello basta recordar los hechos del pasado, cuando las injusticias sociales, las desigualdades económicas y la intolerancia política fueron las notas comunes que a lo largo del pasado siglo distinguieron a la mayor parte de Mesoamérica. Con el poder institucional al servicio de unos pocos, se alcanzaron las formas más viles de represión y de violación sistemática de los derechos humanos, convirtiendo al istmo en tierra de barbarie. Esta conflictividad regional derivó en cruentas guerras durante las décadas de los sesentas y ochentas, convirtiendo a esa época en una de las más oscuras de la historia del continente. En tal escenario, no hubo que esperar mucho para que la sociedad reaccionara de diversas formas; una de ella fue la aparición de grupos insurgentes en algunos países. Mientras que la vía militar y represiva, utilizada por el poder real en la región no fue la idónea para alcanzar los resultados que esperaban; por el contrario, sólo consiguieron exacerbar la violencia. Esta postura oficial de contrainsurgencia y su práctica, atravesó las fronteras particulares dentro de la región, rompiendo con los límites de la racionalidad y el respeto a la condición humana.


Posteriormente, y cuando la tendencia menos belicista se hizo presente en el istmo, las élites políticas y económicas de los diferentes estados, hablaron en nombre de las víctimas y de los países, proclamando el éxito de los acuerdos de paz alcanzados entre las Partes que hicieron la guerra y anunciando al mundo la supuesta reconciliación de sus sociedades. Desde el principio, ese discurso resultó falso e injusto, precisamente porque las mayorías afectadas por la violencia no fueron consultadas nunca. Peor aún: se les colocó ante una injusta disyuntiva entre la justicia y la paz, debido a que se quisieron mantener en la impunidad los atroces crímenes de guerra que atentaron en contra del Derecho Internacional Humanitario y los Derechos Humanos; En ese marco, las personas afectadas durante los conflictos, que posteriormente reclamaban sus derechos de justicia, fueron acusadas en forma abierta o velada por lo diversos gobiernos, de echarle “sal a las heridas”, victimizándolas aún más con estas posturas. Desde la institucionalidad se rechazó saldar de forma civilizada, conforme a las normativas internas e internacionales, las cuentas del pasado.


Esa inaceptable situación de desamparo ante la justicia para una inmensa cantidad de gente en la región, pesa mucho de forma negativa e impide que la democracia y la paz se instalen en Mesoamérica con posibilidades de perdurar. A lo anterior se suman la violencia social posconflictos, la baja participación ciudadana, la corrupción, el crimen organizado y la falta de una institucionalidad estatal creíble y confiable. Es necesario reflexionar y actuar a favor de una verdera paz para nuestros pueblos. Y eso pasa por exigir el conocimiento de la verdad y la realización de la justicia en sus dimensiones más amplias: de cara a lo que ocurrió en el pasado, a lo que está ocurriendo en el presente y a lo que puede ocurrir en el futuro si no trabajamos con la imaginación, la inteligencia, la creatividad y la ternura de las víctimas que —aun maltratadas— siguen siendo capaces de amar a sus seres queridos y luchar por devolverles su dignidad.


La verdad en una sociedad o en una comunidad tiene diferentes funciones, que explicaban su necesidad. Al conocerse, funciona como medida preventiva —un verdadero “nunca más”— para que no se repitan hechos semejantes, sentando un precedente importante y llegando a desarticular las estructuras y valores que podrían reproducirlos. Pero, además, la verdad es reparadora para las víctimas. Sirve para devolver la dignidad que les fue arrancada; por eso es que debe mutar la “verdad” de pregunta a respuesta, de reproche a reconciliación.


No obstante, la premisa para gozar de un verdadero Estado de Derecho es la renovación de nuestros sistemas de justicia, garantizando sobre todo su función como protector de derechos. De nada sirve hacer modificaciones a las leyes, o ratificar tratados y convenciones, si esos cambios no se concretan en la actividad judicial. El análisis de la justicia pasa por reconocer, en primer lugar, que el conflicto vivido en el pasado no justifica las violaciones que dentro del mismo se cometieron; sobre todo si éstas, además de ser fruto de actos individuales, también son consecuencia del ejercicio de una política sistemática represiva atribuida a los Estados. ¿Acaso no pueden las víctimas acudir a los tribunales para pedir se concrete este derecho por actos realizados en el pasado? Las leyes de amnistía y las figuras de prescripción, contradicen los Convenios de Ginebra y la Convención Americana sobre Derechos Humanos porque obstaculizan el derecho que tienen las personas que tienen las personas para acceder a la justicia.


Pese a ello, en torno a estos procesos se ha manejado un discurso que disfraza la realización de la democracia y la construcción de verdaderos Estados de Derecho. El cambio de un régimen autoritario no implica en sí mismo que se haya transitado a la democracia. No hay garantía de llegar a ella, aun cuando se haya creado una nueva institucionalidad para cumplir con las exigencias más elementales y cuidar las formalidades de aquélla. Estas instituciones, en el caso de nuestros países tras la época reciente de violencia política y guerras, no han producido los resultados esperados.
Hace más de una década parecía estar claro que debían superarse con urgencia, aunque fuese progresivamente, las situaciones que no nos permitían vivir racionalmente y en paz. Al valorar lo que ocurre hoy en cada uno de nuestros países, nos damos cuenta que sólo se avanzó con éxito en el cese al fuego, en los países donde se desarrollaron conflictos armados internos. Por eso, aunque se crearon nuevas instituciones o se reformaron las antiguas, no alcanzó el esfuerzo para superar la permanencia decisiva de la impunidad y la violencia, en detrimento de la calidad de vida para nuestros pueblos. En cuanto al sistema político, la incorporación de “nuevos” actores —léase la desarmada insurgencia— no fue suficiente elemento para motivar la participación individual u organizada de la población en cualquiera de los espacios “abiertos”; las “clases políticas” se han encargado de desencantar a la gente, sobre todo por su resistencia a la fiscalización de ésta.


El último de los aspectos ni siquiera forma parte de las agendas reales entre el liderazgo político y gubernamental; mientras, las condiciones de vida de las mayorías han empeorado. Por ello, sigue siendo válido recordar a Ignacio Ellacuría en su empeño por evaluar una situación determinada de derechos humanos desde la perspectiva de esas mayorías, para descubrir “desde quién” y “para quién” se proclaman aquéllos. Así, en estas líneas hemos intentado reflexionar sobre las exigencias mínimas mencionadas y su materialización en esta realidad. Sin duda, afirmamos en las dimensiones tiempo y espacio que no podemos cuantificar ni verificar su goce por las mayorías pobres y víctimas de nuestros países. En síntesis, los derechos humanos sólo son realidad para unos pocos en Mesoamérica.


Entonces, acá y ahora, hablar de paz sin la existencia de justicia y verdad es llamar a engaño; ello sólo denota que las lecciones de nuestra historia reciente no fueron aprendidas. La construcción de la paz supone eliminar las causas de los conflictos mediante una firme posición de respeto profundo a la verdad y una vocación decidida por la justicia en todas sus manifestaciones. Pero, no obstante las dificultades, con la utopía de la dignidad humana están comprometidas muchas personas y organizaciones sociales, funcionarios honestos y víctimas deseosas de vencer la impunidad. Toda esa gente sigue alimentando la esperanza.

G

 

Comentario


A favor de las víctimas

 

El mundo está presenciando una nueva escalada militar en la zona del Golfo Pérsico. Los Estados Unidos están decididos a acabar de una vez por todas con el régimen de Saddam Husein. El país más poderoso del planeta no está solo en su cruzada: el gobierno británico y, más tibiamente, el gobierno español, aun en contra de la voluntad de una inmensa mayoría de sus ciudadanos, han manifestado su apoyo a George W. Bush. Otros gobiernos de menor peso internacional, pero incondicionales a los dictados norteamericanos como el salvadoreño, no han titubeado en apoyar la decisión de Estados Unidos de someter por la fuerza al pueblo y gobierno de Irak. Los grandes medios de comunicación occidentales —CNN y BBC, por ejemplo— se han convertido en voceros de sus respectivos gobiernos, lo cual los ha llevado no sólo a ocultar información al público —sobre todo, aquella que se refiere a la devastación de ciudades y al impacto de los bombardeos sobre la población civil—, sino a manipular hechos e imágenes con la finalidad de robustecer la alianza militar anglonorteamericana.

G

 


 


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