PROCESO — INFORMATIVO SEMANAL EL SALVADOR, C.A.

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    El informativo semanal Proceso sintetiza y selecciona los principales hechos que semanalmente se producen en El Salvador. Asimismo, recoge aquellos hechos de carácter internacional que resultan más significativos para nuestra realidad. El objetivo de Proceso es describir las coyunturas del país y apuntar posibles direcciones para su interpretación.

    Su producción y publicación está a cargo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador. Por favor, asegúrese de mencionar Proceso al utilizar porciones de esta publicación en sus trabajos.

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Año 23
número 1031
enero 8, 2003
ISSN 0259-9864
 
 
 
 

ÍNDICE



Editorial: Autoritarismo en ciernes

Política: La derecha contra la Procuradora

Regional: Arranca el TLC con EEUU: es imperioso entrar en estado de diálogo

Derechos Humanos: Los derechos humanos en el 2002 (II)

 
 
Editorial


Autoritarismo en ciernes

 

En una sociedad que pretende encaminarse hacia la construcción de un orden político democrático, el gobierno en funciones debe cuidarse de no abusar del derecho que tiene de acudir a la fuerza para garantizar la seguridad de los ciudadanos y mantener el orden social. Nadie en su sano juicio puede cuestionar la potestad del Estado para usar la fuerza, cuando así lo requiere el bienestar de sus súbditos. Sin embargo, en una democracia —consolidada o en construcción—, sólo en virtud de este fin es que se legitima el uso de la violencia estatal; cuando es otra la finalidad —por ejemplo, atemorizar a los opositores o enviar señales a la sociedad del poder que se tiene—, el uso de la violencia por parte del Estado pierde toda legitimidad y se convierte en un abuso de poder que tiene que ser denunciado y combatido por todos los medios.


Los regímenes autoritarios latinoamericanos de las décadas de los años setenta y ochenta, abusaron hasta límites insospechados de la coerción estatal, al punto de convertirla en un terrorismo de Estado. Esa herencia autoritaria —uno de cuyos signos más llamativos es el abuso de la fuerza del Estado para contener el malestar social— no ha desaparecido del todo en América Latina y, más específicamente, en Centroamérica. Este lastre, es particularmente notable en Guatemala, en donde el general Efraín Ríos Montt, pese a los crímenes que pesan sobre sus espaldas, juega a la democracia, dejando claro que, en lo que a él concierne, ésta va a llegar hasta donde la tolerancia a la impunidad militar lo permita. El Salvador, donde se terminó con doce años de guerra civil con la firma de unos Acuerdos de Paz elogiados por todo el mundo, no se queda atrás en cuanto a la pervivencia de viejos y peligrosos hábitos autoritarios.


En nuestro país, tenemos un gobierno que no pierde oportunidad para proclamar su celo democrático, pero que en la práctica, entre otras cosas, no ha dudado de abusar de la fuerza para hacer frente a un movimiento de protesta social —el encabezado por el gremio médico—, surgido ante las asechanzas privatizadoras emanadas de su seno y endurecido debido a la incapacidad del mismo gobierno para negociar y establecer pactos con un grupo social cuyas demandas son totalmente legítimas. Un primer rasgo típico de las personalidades autoritarias es no saber discutir (o convencer con) razones o, peor aun, en responder a las razones con la fuerza, por no tener argumentos propios que defender. Un segundo rasgo típico suyo es considerar que nadie que esté por debajo en la escala de poder merece ser convencido con razones; éstas son para el que está arriba en la jerarquía de autoridad. Un tercer rasgo típico es tener la idea (y hacerla saber a cualquiera que lo dude) de que el poder tiene que ser ejercido sin titubear y con dureza, para que quede claro quienes son los que mandan.


En más de una oportunidad, el presidente Francisco Flores y muchos de sus colaboradores cercanos han dado señales claras de poseer esas características autoritarias. Asimismo, han hecho de ellas un estilo de conducta cada vez que se han quedado sin argumentos para convencer a sus opositores de lo viable o racional de sus posturas. En tales situaciones, el mensaje que se ha pretendido enviar desde el gobierno es que nada ni nadie puede revocar una decisión emanada de sus jerarcas, por más insostenible o inviable que sea en el plano socioeconómico.


La crisis en el sector salud es reveladora del halo autoritario que envuelve al gobierno de Flores. El movimiento de resistencia de médicos y sindicalistas se gestó como una respuesta a la amenaza gubernamental de privatizar el ISSS y, posteriormente, el sistema nacional de salud. A lo largo de los casi cuatro meses de huelga, Flores y los suyos han dado muestras de una indiscutible incapacidad para sentarse a dialogar con los huelguistas, a fin de encontrar una solución razonable a la crisis en el sector. Más aun, lo que ha emanado de las esferas gubernamentales son soluciones inconsultas que se han pretendido imponer a la sociedad, sin escuchar ni tomar en cuenta las distintas posturas en torno al problema de salud. En este punto, la sordera del gobierno ha sido la regla a lo largo de los últimos cuatro meses del año; y, obviamente, a quien menos se ha querido escuchar ha sido al gremio médico, visto por las autoridades del país como un aliado del FMLN.


A la incapacidad de escuchar y dialogar se ha unido la prepotencia: de parte de personeros del gobierno —el presidente Flores en primer término—, no ha habido más que alardes de autosuficiencia, como si bastara con sus deseos para imponer a todos los salvadoreños, no sólo a médicos y sindicalistas, su voluntad. La negligencia y prepotencia del gobierno hizo que los huelguistas endurecieran sus posiciones y que, peor aún, el movimiento se extendiera desde el Seguro Social, donde comenzó a mediados de septiembre de 2002, a prácticamente todo el sistema nacional de salud. Así, en buena medida, el gobierno fue el responsable de que la crisis en el sector salud se agudizara, lo cual sirvió, a su vez, para legitimar los alardes de fuerza que las autoridades han venido haciendo a lo largo del último cuatrimestre del año 2002.


El gobierno de Flores no ha tenido razones que ofrecer para justificar la privatización de la salud. A falta de razones, ha pretendido valerse de la fuerza para imponer su voluntad. Esa fuerza se ha hecho sentir, primero, mediante las amenazas de despido y las presiones económicas contra los huelguistas. Segundo, mediante el uso de la violencia contra ellos, primero solapada y después abierta, tal como lo confirma la toma por la Unidad de Mantenimiento del Orden (UMO), de la Policía Nacional Civil, de dos centros hospitalarios —el Médico Quirúrgico y el de Especialidades— que estaban en manos de los huelguistas, a finales de diciembre del año recién pasado.


Los regímenes autoritarios solían contener las protestas sociales mediante la militarización de centros de trabajo, universidades y oficinas públicas. Procedían de esa forma porque sus portavoces se habían quedado sin argumentos para convencer a los ciudadanos de lo legítimo de su proceder desde las altas esferas del Estado. Por la forma en que han sucedido las cosas en el país en los últimos cuatro meses del año, todo parece indicar que el presidente Flores y su equipo no tienen otro argumento que la fuerza —que es, por definición, ausencia de argumentos— para con el movimiento de resistencia contra la privatización de la salud. Una clara y peligrosa señal autoritaria con la que se inicia el año nuevo.

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Política


La derecha contra la Procuradora
 

Desde su elección, el 6 de julio del 2001, —gracias a 83 de los 84 votos posibles en la Asamblea Legislativa—, la Procuradora para la Defensa de los Derechos Humanos, Beatrice Alamani de Carrillo, no ha tenido las cosas fáciles en la conducción de la institución. Muy poco tiempo después de su investidura, la funcionaria ha tenido que enfrentar dificultades políticas de toda índole que a cada instante desmentían el masivo apoyo parlamentario con que contó en el momento de su elección. ¿Por qué el abrupto cambio de actitud de muchos legisladores que originalmente apoyaron a la funcionaria? ¿A qué se deben las tormentas de la Procuradora? Para responder a esta pregunta y otras relacionadas con las diferentes acusaciones de la que es objeto De Carillo en estos días, hace falta examinar más de cerca su desempeño en el año y medio que lleva como responsable de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH).

G

 

Regional


Arranca el TLC con EEUU: es imperioso entrar en estado de diálogo

 

La tan ansiada firma de un Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica y los EEUU (CAFTA, por sus siglas en inglés) está llegando al momento que sus partidarios ansiaban. El 8 de enero inició una serie de largas negociaciones en la capital estadounidense, las cuales están programadas para culminar con la suscripción del tratado de marras el próximo año.


Los ministros de economía de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, se reunirán con el encargado estadounidense de Comercio Exterior, Robert Zoellick. Según fuentes periodísticas, las negociaciones se tratarán en seis mesas de trabajo, las cuales incluyen temas como acceso a mercados, servicios e inversiones, así como solución a controversias, cooperación, temas laborales y ambientales, por citar algunos ejemplos.

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Derechos Humanos


Los derechos humanos en el 2002 (II)

 

II. El funcionamiento de las instituciones

El país no está mal por casualidad. En gran medida, la situación crítica en la que se encuentra se deriva del incorrecto funcionamiento de las instituciones estatales. Hay honrosas excepciones, pero mucho de su deficiente actuación debe ubicarse más allá de la negligencia burocrática tradicional; existe, lamentablemente, una premeditada complicidad con la impunidad que —aunque en algunos círculos se intente negar o minimizar— sobrevivió al esfuerzo nacional e internacional por transformar el país. Por eso, ocupa un lugar especial en este balance el análisis del trabajo desarrollado por las entidades directamente relacionadas con el acceso a la justicia y la vigencia de los derechos humanos.

1. La Fiscalía General de la República (FGR)
Por mandato constitucional, esta institución del Ministerio Público posee atribuciones vitales que —según se colige de aquél— deberían servir para garantizar en el país tanto el funcionamiento de un Estado democrático de Derecho como el amplio respeto de los derechos humanos. A la Fiscalía le corresponde, entre otras cosas, el monopolio de la acción penal y la dirección en la investigación del delito. En concreto, a partir de esas atribuciones se debe valorar la gestión de dicha institución durante el año recién finalizado.


De entrada, debemos afirmar que la autoridad dentro de la misma es personal. Eso significa, en términos reales, que la responsabilidad de los aciertos o yerros institucionales recaen en el titular de la institución; más en concreto, en Belisario Amadeo Artiga Artiga.


Para hacer una valoración objetiva, tomaremos como base la dinámica de los casos que —debido a su notoriedad— se convirtieron en los casos “estandarte” de la FGR en el 2002. Así, de nuevo adquirió importancia la investigación de los denominados “títulos falsos”, sobre todo a partir de los señalamientos sobre la existencia de 289 jueces de la República cuyos títulos académicos que los acreditaban como licenciados en Ciencias Jurídicas presentan “irregularidades”, según el informe que sobre el tema preparó el fiscal especial Roberto Vidales. Al respecto debe anotarse que, salvo dos o tres, los otros señalamientos difundidos por la institución —vía medios de comunicación— han estado muy lejos de ser corroborados en sede judicial. No se ha establecido, entonces, la probable participación delincuencial de los señalados en la investigación. Mucho menos se ha profundizado en la indagación sobre la estructura delictiva que propició el otorgamiento de credenciales académicas en Derecho a diversos bachilleres del país; es más, ni siquiera se ha intentado sondear acerca de los “mecanismos” de selección que ubicaron a los cuestionados profesionales al frente de una judicatura.


Por otro lado y mediante una estrategia publicitaria, el Fiscal Artiga promocionó el caso del Banco de Fomento Agropecuario como un ataque directo contra la corrupción y trató de hacerlo parecer como una valiente investigación penal que “tocaría lo intocable”: los sectores pudientes del país vinculados al gobierno y, por ende, al partido ARENA. Como en otras ocasiones, mediante una abundante difusión en prensa de algunas diligencias que realizaban sus agentes auxiliares, Artiga aseguró que contaba con pruebas sólidas y que el establecimiento de la responsabilidad penal de los imputados señalados era sólo cuestión de cumplir con las formalidades temporales del proceso. Nada más alejado de la realidad. En diciembre del 2002, una recia resolución del Juez Quinto de Instrucción de San Salvador exoneró casi del todo a los señalados en la acusación, aduciendo falta de fundamento y pruebas contundentes en las investigaciones del Ministerio Público. Los voceros fiscales se rasgaron las vestiduras ante este nuevo fracaso.


Con bastante similitud, al fin de la Semana Santa la población salvadoreña fue informada de un supuesto “gran golpe” al narcotráfico: la operación denominada “Tormenta Tóxica”, que incluyó la captura ilegal de casi veinte personas —hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes— que se encontraban en una fiesta de playa. Artiga las acusó, sin evidencias, de traficar la droga conocida como “éxtasis” así como cocaína y marihuana. A las pocas semanas, cambió los cargos por otros de menor envergadura y terminó haciendo el ridículo al retirar la acusación por la obvia debilidad de sus señalamientos. De nuevo, lo único que quedó fue su nula capacidad y su excesiva irresponsabilidad.


En el mismo sentido se le deben achacar las ineficientes averiguaciones en otros casos, tales como el relativo a la millonaria malversación de fondos en la Federación Salvadoreña de Fútbol, que concluyó con la exoneración de cargos para los imputados por falta de pruebas y por errores de procedimiento; también se pueden mencionar las nulas investigaciones sobre el asesinato de los hermanos Guillermo Rodríguez Carías y Federico Calderón Carías, la indiferencia ante las recomendaciones que le hiciera la Asamblea Legislativa para reanudar las pesquisas en el caso de la violación y muerte de la niña Katya Natalia Miranda Jiménez y su falta de valor para iniciar en serio una investigación sobre la autoría intelectual en la muerte de Ramón Mauricio García Prieto.


Espacio falta para hacer el recuento de los daños que Artiga le ha causado al país. Con semejantes atestados laborales causó indignación el nombramiento de éste para un segundo período como Fiscal General, dado que no ha demostrado idoneidad para el cargo y su gestión se ha caracterizado por ser discrecional y elitista al dedicar esfuerzos prioritarios para esclarecer aquellos casos en los que existe un marcado interés o en el que las víctimas pertenecen a la dupla gobernante: Asociación Nacional de la Empresa Privada (ANEP) y el Partido ARENA. Esta última razón, es la única que puede explicar el premio para Artiga —ocupando la silla del Ministerio Público por tres años más— y el castigo para el pueblo salvadoreño que demanda justicia.

2. Policía Nacional Civil (PNC)
El desempeño de la corporación policial debe ser siempre objeto de una evaluación ecuánime para medir el nivel de vigencia de los derechos humanos en un país. Eso es así, debido a que dentro de su labor se incluye la posibilidad de restringir ciertos derechos a personas y grupos en función de proteger derechos o intereses más generales o de mayor importancia para la colectividad. Partiendo de eso, en El Salvador la PNC es la encargada de hacer cumplir la ley por la fuerza cuando se han agotado los mecanismos para su acatamiento voluntario; es a su vez, la encargada de velar por el orden público y la seguridad ciudadana, así como de colaborar con la FGR en la investigación del delito. Con todo ello, se vuelve un imperativo urgente el ejercicio de un control permanente sobre la misma para evitar la ejecución abusiva de su mandato y garantizar la plena vigencia de los derechos humanos.


Al hacer un balance del trabajo policial en los últimos doce meses, debemos destacar que es evidente una mayor presencia y participación policial en los problemas políticos y sociales del país. Es frecuente que el Órgano Ejecutivo recurra al uso de la fuerza pública como método privilegiado para enfrentar crisis sociales derivadas de conflictos de índole económica, laboral o de otro tipo. Dicho de otra manera, se ha ido consolidado la utilización de la PNC con fines represivos; así, de forma consciente se le está apartando de su naturaleza apolítica y democrática con la cual fue concebida en los acuerdos de paz; eso representa un duro golpe a los mismos y, además, un ataque a los tímidos intentos por construir una democracia real en El Salvador.


En ese orden de ideas vale la pena destacar la irreflexiva intervención policial al capturar al diputado Orlando Arévalo, acusándolo de “instigar” a los empresarios de buses que protestaban contra el gobierno. El hecho degeneró, incluso, en el atropellado ingreso de las fuerzas policiales al recinto de la Asamblea Legislativa, exhibiendo armas y mostrando una postura desafiante ante los legítimos reclamos de algunos legisladores. En el marco de esa misma problemática, la PNC capturó a 46 personas vinculadas al negocio del transporte público que protestaban por supuestos actos ilegales del gobierno en su contra. Al ser liberadas por las autoridades judiciales, quedó en evidencia el manejo poco profesional de la Policía ante las protestas públicas.


Del mismo modo, a raíz de la crisis que se ha desatado en el sector salud ha sido constante la emisión de mensajes y amenazas —directas o solapadas— efectuadas por del Director de la Policía o a través de sus más cercanos colaboradores sobre la posible captura de dirigentes del movimiento social. Además, como parte de las respuestas oficiales a la problemática, agentes policiales se han “tomado” las instalaciones hospitalarias desde donde se iniciaron los reclamos al Órgano Ejecutivo por la posible privatización del sistema de salud.


Por otra parte, ha quedado demostrado hasta la saciedad que la PNC centra sus esfuerzos de investigación en aquellos ilícitos que aquejan al gran capital salvadoreño, destinando incluso gran parte de sus recursos humanos y logísticos al combate del secuestro pese a que las mismas autoridades de la corporación han indicado la casi nula comisión de este delito; mientras, delitos como el homicidio y el robo se han convertido en los verdaderos azotes de la población salvadoreña. A ello se debe agregar que la Policía no despliega suficientes energías en materia de prevención del delito, notándose además una pobre percepción de su mando actual en lo relativo a las causas de la delincuencia en el país. Sobre esto último, causó estupor el que en la página electrónica de la PNC se consignara —sin ninguna vergüenza— que una de las principales causas de la delincuencia en El Salvador lo constituía la ascendencia indígena de nuestra población; según la Policía, nuestros ancestros poseían “genes violentos” que hemos heredado hasta estos tiempos. Lo ridículo de este planteamiento evidencia el paupérrimo nivel de la conducción institucional y la poca seriedad con que enfrenta el grave fenómeno delincuencial en nuestro país.


Debemos señalar también que, durante el 2002, se comenzaron a conocer las primeras sentencias de amparo dictaminando que los mecanismos mediante los cuales la PNC destituyó a varios de sus miembros eran violatorios de derechos constitucionales; ello, además de poner en entredicho el supuesto proceso de depuración policial, del que tanto han presumido las autoridades, ya que por un lado se está propiciando el reingreso de los agentes purgados de la institución y, por el otro, se obliga a la corporación al pago de una indemnización por daños y perjuicios a los afectados. Es claro que los fondos para cancelar estas indemnizaciones provendrán del erario público, constituyendo una carga adicional para los contribuyentes, originada en la arbitrariedad y el autoritarismo con el que se ha pretendido “sanear” la institución.

3. La Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH)
Durante el año examinado, la PNC recibió apoyo económico —con un considerable refuerzo presupuestario que incluyó la adición de una “partida secreta”, en manos de su Director General para su uso discrecional— y continuó la mencionada “depuración” con más sombras que luces, en el marco de la aplicación de su nueva Ley Orgánica que entre otras graves cosas ha desnaturalizado sus controles institucionales internos y externos. Mientras, todo lo contrario le sucedió a la PDDH a diez años del fin de la guerra.


Tras serios y preocupantes hechos que minaron su desarrollo en años anteriores, impulsados sobre todo desde la Asamblea Legislativa, la realidad actual para la institución es la de vivir en un permanente estado de alarma. Razones no le faltan. A comienzos del año se denunció el reducido presupuesto que le asignaron, muy distante del que se le otorga a “su hermana” —la PNC— y a la FGR. En la práctica, esa asfixia económica ha trastocado sus prioridades y ha significado una drástica reducción de sus actividades institucionales. Sin duda, con esa medida se pretende minimizar la influencia positiva de la PDDH para una verdadera transformación del país.


De esta forma, queda evidenciado el verdadero rostro del binomio gubernamental ANEP-ARENA en la mal llamada transición democrática: se “gratifica” la actuación policial, con mayores recursos y la designación indefinida de su Director General —principal responsable de las violaciones a los derechos humanos en el país— mientras el actuar de la titular de la PDDH —Beatrice de Carrillo— se mantiene sometido a un riguroso, tenso y desproporcionado examen. Y eso ocurre, precisamente, en un período durante el cual la funcionaria ha tenido que intervenir en múltiples y serios conflictos en su intento por evitar males mayores.


Sin duda, la actuación de la institución ha estado marcada más por una agenda cotidiana —plagada de tantos problemas— que por su propia planificación. Así, el despido de miles de personas que trabajaban en la administración pública a comienzo del año y el conflicto del transporte, junto al ya mencionado caso del diputado Orlando Arévalo y el vigente conflicto en el sector salud, entre otros muchos hechos, han exigido una intervención directa de la Procuradora. No obstante semejante escenario en el cual le ha tocado desempeñarse, ha podido emitir importantes resoluciones como las de los casos “Romero” y “Jesuitas”; en la última de éstas censuró con firmeza la inadecuada e ilegal actuación de Belisario Artiga, quien parece no perdonarle semejante “atrevimiento”.


Las valoraciones que se pueden hacer de la PDDH —a la mitad del mandato de su actual titular— podrían llevarnos a un equívoco, si nos dejamos llevar por la repercusión mediática que tienen sus acciones públicas. La Procuradora no ha logrado establecer un equilibrio entre su intervención directa en los problemas y el funcionamiento de la estructura a su cargo para buscarles solución, lo que la hace más vulnerable ante un malintencionado manejo de su imagen y su labor por parte de la “gran” prensa escrita, radial y televisiva. Así, ha expuesto demasiado al desgaste su figura y el cargo. Salva la situación, en buena medida, uno de sus aciertos mayores: el profesionalismo y la eficiencia de su equipo más cercano, que ha permitido relanzar a la PDDH, pese a las grandes amenazas encontradas en el camino.


Frente a los esfuerzos de mediación y puesta en práctica de sus “buenos oficios” en los conflictos a los que hacíamos referencia y otros, la Procuradora ha recibido por respuesta —de casi todo el resto de la administración estatal—rechazo, aislamiento y confrontación. Quienes ocupan los cargos gubernamentales más altos no acatan sus recomendaciones. En esa línea, destacan el Fiscal General de la República y del Director General de la PNC, Mauricio Eduardo Sandoval Avilés. Eso desmiente con creces los supuestos avances durante los últimos diez años, en la aspiración de lograr un respeto irrestricto a los derechos humanos en El Salvador. Esa política contra la PDDH y su titular ha sido alentada, como ya se apuntó, por los grandes medios de difusión que han hecho de la destitución de la Procuradora una “cruzada”.


En serio peligro se encuentra la Procuraduría, si continúa la política oficial de estrangulamiento presupuestario. Esa situación la ha denunciado el mismo Secretario General de Naciones Unidas, en su informe sobre la situación de nuestro país (A/57/384, de 6 de septiembre del 2002) al señalar que la PDDH “sigue careciendo gravemente de financiación”. Tan fundamental como lo anterior, es también una adecuada coordinación entre las instituciones estatales encargadas de velar por el cabal respeto de los derechos humanos. Asimismo, se debe insistir en la necesidad de un ponderado liderazgo institucional por parte de la actual Procuradora, que le permita soportar —sobre bases sólidas— las graves situaciones en las que se enfrentará en un futuro próximo y posibilite la consolidación de la PDDH.

5. El Órgano Judicial
Cumplidos diez años del fin de la guerra, de poco han servido las millonarias inversiones destinadas a posibilitar el acceso a la justicia para toda la población. Y en eso tiene mucha responsabilidad la Corte Suprema de Justicia (CSJ). Por ello no es extraño que los males que se le señalaban a este Órgano por aquel entonces, sigan siendo los mismos en la actualidad: corrupción, incapacidad e ineficiencia que se traducen en la permanencia de la impunidad. A éstos se refirió el informe anual sobre derechos humanos publicado —en marzo del 2002— por el Departamento de Estado de los Estados Unidos de América. Así, pues, el protagonismo de la CSJ a lo largo del año ha estado marcado más por esas graves deficiencias que por su accionar apegado a derecho.


El 2002, en cuanto a decisiones judiciales se refiere, no pudo dejar “mejor” muestra del nivel de buena parte de los magistrados que ocupan la Corte. Así, los más de 8,000 empleados públicos despedidos hace 12 meses, tuvieron que soportar “argumentos” jurídicos que justificaban tal medida basándose en la “libre disposición del legislador”. En tales resoluciones, contraviniendo la jurisprudencia sostenida por ella misma, la Sala de lo Constitucional de la CSJ declaró “improcedentes” las demandas. Así, de nada sirven las normas internacionales, la Constitución de la República y la legislación secundaria cuando de lo que se trata —en realidad— es de reforzar judicialmente las decisiones arbitrarias e inhumanas del Órgano Ejecutivo. En las misma resoluciones cuestionadas, un magistrado lo planteó como parte de su voto razonado contrario a la posición del resto de sus colegas; Mario Solano sostuvo que de forma evidente, cuando se trata de impugnar decisiones del poder administrativo, la Sala de lo Constitucional siempre se inclina por desestimar las demandas.


Similares “razonamientos” —que rayan en lo absurdo— tuvieron que soportar las personas residentes en Las Colinas, Santa Tecla, que resultaron damnificadas por el terremoto del 13 de enero del 2001; a éstas se les dijo que sólo los perjudicados, refiriéndose a las víctimas mortales, podían reclamar al Estado por su violación al derecho a la vida. Resoluciones como éstas, contribuyen a incrementar la ya notable desconfianza en el sistema de justicia.


El Informe de la Comisión de la Verdad, en sus recomendaciones al sector justicia, señaló la reforma profunda de la CSJ como una de las medidas más urgentes que a impulsar; sin embargo, a estas alturas, la situación del máximo órgano tribunal de nuestro país no ha variado mucho. Pero, más allá de cualquier opinión en este sentido, el 2002 será recordado como el año en que cobró mayor dimensión el escándalo de los “títulos falsos”. Durante los años de la guerra y posteriores a ésta, varias universidades privadas otorgaron títulos de licenciatura en Ciencias Jurídicas cuya legalidad era dudosa; los entregaron a alumnos que, en ocasiones, ni siquiera habían completado los requisitos académicos establecidos. Por razones obvias, la noticia sacudió la opinión pública cuando se supo que buena parte de las y los “favorecidos” ocupaban cargos en la judicatura y por la cantidad de implicados.


La gravedad del problema obligó al nombramiento de un fiscal especial para realizar las investigaciones necesarias. Sin embargo, tras meses de pesquisas y elaborado un informe, éste pasó a ocupar un lugar más en los archivos pues la CSJ decidió realizar la “purga” a su manera. Entre las destituciones realizadas hasta la fecha —siempre contra jueces de las instancias más bajas— son varias las personas afectadas que han denunciado violaciones graves al debido proceso, llegando incluso a desviarse tales intenciones investigativas hacia jueces probos y éticos que, al parecer, entorpecen el status quo jurisdiccional. Causa perplejidad —por lo menos— que ante los anuncios publicitarios asegurando “justicia para todos”, la CSJ no haya querido aprovechar esta oportunidad para cortar de raíz una de las afecciones endémicas de nuestro sistema de justicia.


El Estado actual de nuestro Órgano judicial nos inquieta y causa preocupación cuando más del 70% de la población reclusa se encuentra esperando sentencia y conocer, así, su estado definitivo ante la justicia. La pretendida efectividad policial para “limpiar” las calles de bandas criminales, está provocando un mayor hacinamiento dentro de los centros penales e incrementando la acumulación de causas judiciales —problema de por sí habitual— así como los disturbios al interior de las cárceles. Al observar las prisiones del país nos damos cuenta que se encuentran repletas de reos de escasos recursos. Están detenidos uno que otro “mando medio” dentro de la llamada “industria del secuestro” y más “peones” de la misma. Pero no guarda prisión ninguno de sus funcionarios de alto rango, público o privado, que haya hecho posible la escandalosa prosperidad que llegó a alcanzar y que sólo se volvió motivo de “alarma social” cuando comenzó a tocar al gran capital.


El sistema de justicia del país continúa sin funcionar adecuadamente. En su mayoría, no goza de la independencia necesaria para desarrollar sus funciones con garantías; de ahí que se actúe, discrecional y arbitrariamente en muchas ocasiones. Sólo cuando las víctimas reclaman justicia —sin importar los obstáculos y riesgos— se atrapa al o los autores materiales de determinado delito; pero los intelectuales, siempre permanecen impunes. A eso se suman situaciones increíbles pero ciertas, como la reelección anticipada de un Fiscal General de la República cuyo mayor mérito ha sido “perder” siempre los casos que ofenden la conciencia ciudadana —como el de Katya Miranda y FINSEPRO-INSEPRO— o simplemente omitir investigar cuando no conviene a sectores con poder como en los casos “Jesuitas”, García Prieto y los hermanos Carías, asesinados en la colonia La Cima hace más de dos años.


En concreto, el Órgano Judicial debe ser saneado de manera profunda y urgente. También se requiere una reforma que tenga como objetivo fundamental retirarle las funciones administrativas a la Corte Suprema de Justicia, en especial a su Presidente.

III. Participación ciudadana
Sin duda, de lo ocurrido en el 2002 se pueden destacar algunos aspectos positivos en este ámbito. Especial mención merece el movimiento que se generó a raíz de la huelga de médicos y trabajadores del Instituto Salvadoreño del Seguro Social; si bien es cierto, el paro fue visto al principio con escepticismo por parte de la población —debido, quizás, a la amplia percepción del actuar negligente de algunos empleados del mismo en el desempeño de sus funciones habituales y a la posible manipulación electorera de las reivindicaciones— fue a partir del anuncio que hizo el Presidente Flores de su propuesta privatizadora de la seguridad social que la población reaccionó con fuerza ante el bloque hegemónico de poder conducido por la ANEP y representado por ARENA.


Así, amplios sectores sociales se decidieron a enfrentar la más que probable entrega del ISSS y del sistema de salud en general al gran capital, amenazados por el evidente encarecimiento de los servicios que de dicha medida se derivaría. Con el respaldo masivo a las sucesivas y masivas “marchas blancas”, se fijó una frontera y un verdadero valladar para quienes buscan su mayor enriquecimiento sin importar el “precio” ni el medio. De esa forma, se pudo ver que la población iniciaba el despertar de un largo sueño lleno de desencanto, frustración y peligrosa resignación durante la década sin guerra para recobrar el brillo de la lucha por sus derechos. No obstante, ese esfuerzo no alcanza a cuajar de manera definitiva; si bien es cierto que resulta positivo el resurgir de la movilización social, no podemos obviar que aún se nota la carencia de ideas nuevas y propuestas atractivas para asegurar que estamos ante un proceso alentador a favor de gente, sobre todo la más vulnerable.


Se debe resaltar, además, que un grupo considerable de antiguos empleados gubernamentales ha emprendido una nueva lucha en la reivindicación de sus derechos, cuando en octubre pasado presentó una demanda en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos contra del Estado de El Salvador, debido a la supresión de sus plazas durante el primer mes del 2002. Asimismo, los padres de Ramón Mauricio García Prieto, la madre de Katya Natalia Miranda Jiménez y la madre de los hermanos Carías —víctimas de la impunidad que impera en el país— continuaron siendo ejemplo de dignidad y lucha. Todo lo anterior permite constatar que, a pesar de los múltiples obstáculos, sigue habiendo solidaridad y esperanza.

Conclusión
Al hablar de la institucionalidad salvadoreña en general y —dentro de la misma— de aquélla relacionada directamente con el acceso a la justicia y el respeto a los derechos humanos, no se puede ni se debe dejar de lado algo fundamental y determinante: vivimos en una sociedad estructurada sobre la marcada desigualdad que divide a quienes lo tienen todo en abundancia, de quienes lo único que tienen son sus necesidades grandes e insatisfechas.


A casi once años de finalizada una guerra fratricida de enormes costos materiales y humanos, el gran poder económico en nuestro país —el verdadero poder— continúa comprando voluntades individuales y colectivas para colocarlas al servicio de sus intereses. Y cuando no logra hacerlo, invierte recursos para atacar por todos los medios a las personas e instituciones que considera obstáculos, cuando éstas trabajan por el respeto de la Constitución y los derechos que la misma reconoce para toda la población. Asimismo, sigue colocando en “puestos claves” del Estado a quienes le benefician. Eso se confirmó y se hizo más evidente a lo largo del 2002.


De ahí, las preguntas elementales: ¿Es posible, en ese marco, que en El Salvador exista justicia para toda la población sin distinción y no se favorezca a quienes cuentan con dinero o contactos para salir impunes? ¿Se puede presumir de que el país fue transformado de manera positiva, porque la dignidad de todas las personas y sus derechos son la principal prioridad? La respuesta, por lógica, es igual de elemental: no.
La institucionalidad salvadoreña persigue y encarcela al “descalzo”; a veces lo hace, cuando ni siquiera es responsable de algún delito. Esa misma “justicia”, en los pocos casos que ha aparentado “tratar”, no logra imponerse sobre los que utilizan todos los vehículos a su alcance para escapar de ella. Lo anterior debe interpretarse como está planteado y no como un intento mecánico por censurar o favorecer a alguien, dependiendo de los bienes que posea.


Todo esto daña profundamente la confianza popular, deteriora más la precaria institucionalidad nacional y abona el terreno para que —más temprano que tarde— la oscuridad termine imponiéndose sobre las pocas luces que se encendieron en 1992. Esto último se puede evitar. Pero para ello resulta imperativo, entonces, un estallido social de vergüenza y ética en el 2003; sólo así se podrá cambiar el peligroso rumbo actual del país para lograr, de una vez por todas, que la justicia deje de ser como la serpiente —que sólo muerde al descalzo— y convertirla en algo como la muerte: que nadie escape de ella.

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Las suscripciones pueden hacerse en El Salvador, en la Oficina de Distribución de la UCA, o por correo. Los cheques deben emitirse a nombre de la Universidad Centroamericana y dirigirse al Centro de Distribución UCA. Apdo. Postal (01) 575, San Salvador, El Salvador, C.A.