Proceso 1247
Junio 27, 2007

El contexto de Aparecida

    Durante la segunda quincena de mayo de 2007 los obispos latinoamericanos y del Caribe se reunieron en Aparecida, Brasil, en el marco de la Quinta Conferencia de Obispos. A estas alturas, ya se ha divulgado un primer documento conclusivo, de carácter no oficial, que recoge los resultados del encuentro. En el semanario Proceso se ha tratado, en distintos momentos,  el tema del quinto encuentro de obispos y, en esa línea, ahora publicamos un texto largo de Carlos Ayala –director de la radio YSUCA— en el que se reflexiona sobre el documento conclusivo fruto de Aparecida. Antes del análisis del director de YSUCA, sin embargo, recogemos una visión general del contexto latinoamericano en el que se realizó el mencionado encuentro, de forma que se pueda evaluar en qué medida los obispos latinoamericanos y caribeños se hicieron cargo del mismo. 
    En estos inicios del siglo XXI, la pobreza y la desigualdad siguen siendo las grandes constantes de las sociedades latinoamericanas. Así, “en 2003 –dice el informe La democracia en América Latina—, la región contaba con 225 millones de personas (o un 43,9 por ciento) cuyos ingresos se situaban por debajo de la línea de pobreza... Las sociedades latinoamericanas son las más desiguales en el mundo. Como en el caso de la pobreza, no sólo se observa la profundidad de la desigualdad en la región en comparación con el resto del mundo, sino su persistencia a lo largo de las últimas tres décadas”. En el caso de México y Centroamérica, en el 2001, la pobreza afectaba al 50.8% del total de la población de la región. De más está decir que la pobreza y la desigualdad que golpean a las sociedades latinoamericanas se insertan –junto con estas últimas— en un contexto globalizado que las profundiza y expande por todo el planeta. En palabras de Ignacio Ramonet, Ramón Chao y Jacek Wozniac, “más de 600 millones de seres humanos –la mitad de los habitantes de las ciudades del Sur— viven hoy en condiciones espantosas, en chabolas (hay 3.000 en Calcuta), sin alcantarillado, sin higiene, sin asistencia pública... Con la aceleración de la globalización, el ‘esquema de consumo y de producción no sostenible’ incluso se ha reforzado. Las desigualdades han alcanzado niveles desconocidos desde los tiempos de los faraones. La fortuna de los tres individuos más ricos del mundo supera la suma de la riqueza de los habitantes de los 48 países más pobres”.   
    En el nuevo siglo, pues, la pobreza y la desigualdad no sólo se han vuelto más complejas, sino mucho más difíciles de erradicar. A la democracia no le va mejor, en tanto que se ha profundizado el desencanto hacia ella. La razón es simple: “las expectativas depositadas en tal ordenamiento se [han] visto frustradas, porque el desempeño de las representaciones políticas y de las instituciones públicas no se corresponden con las expectativas de la mayoría de la población, sujeta históricamente a las condiciones de ‘pobreza’ y de ‘exclusión’...; más aún, porque en las nuevas circunstancias internacionales el régimen y el Estado refuerzan tales condiciones, a contrapelo de las proclamas democráticas y liberales, y de las promesas de los dirigentes políticos”. No sin motivo, los primeros 5 años del nuevo siglo estuvieron caracterizados en el plano político por la discusión acerca de la gobernabilidad democrática: esta discusión fue uno de los legados del fin de la década de los años noventa, cuando los retrocesos en la gobernabilidad democrática eran particularmente notables en la región andina (Colombia, Venezuela, Perú y Ecuador).
    Asimismo, a la profundización del desencanto con la democracia, se añade un creciente deterioro en la convivencia social debido a la escalada de violencia social que se ha desatado en la región y que parece no tener fin. La década de los noventa dejó, como saldo, unos niveles de violencia que, lejos de disminuir en los primeros años del 2000, no han sido reducidos de modo significativo. “Para finales de los 90 –sostienen M. Buvinic, A. Morrison y M.B. Orlando—, según la Organización Mundial de la Salud (2002), al menos diez países en el continente americano registraron tasas de homicidios superiores a la tasa mundial de 8.9, y al menos cuatro países registraron tasas de homicidios superiores a 20, de un total de 19 países para los cuales existen datos (...). En términos absolutos, se estima que en América Latina y el Caribe mueren por homicidio entre 110.000 y 120.000 personas cada año (...). A los homicidios se añaden otras expresiones de violencia: de género, étnica, según edad, social y doméstica, juvenil y de pandillas que, por su magnitud, se han convertido en una verdadera epidemia. 
En resumen, el saldo dejado por más de dos décadas de neoliberalismo en América Latina es más bien negativo, en términos de exclusión, ruptura del nexo social y abuso de los recursos naturales. El agotamiento del modelo neoliberal ha dado lugar a distintas alternativas políticas, desde las cuales se pretende encarar de una forma distinta –no exenta de ambigüedades y peligros— el desarrollo económico, político y cultural de las sociedades latinoamericanas. Algunas variantes de lo que puede considerarse la izquierda latinoamericana –que va de Hugo Chávez (Venezuela) y Evo Morales (Bolivia) hasta Luis Inacio Lula de Silva (Brasil) y Michelle Bachelet (Chile)— han asumido el poder en distintos países de la región, abriendo las puertas a otras posibilidades de gestión de la sociedad, la economía y la política.
    Este es el contexto con el que se realizó la reunión de obispos latinoamericanos y del Caribe, en Aparecida. Hay que reflexionar sobre el modo cómo ellos encararon los desafíos planteados por ese contexto. Y, obviamente, hay que sacar las debidas consecuencias de la lectura de la realidad latinoamericana y caribeña, realizada por los obispos.  Asimismo. Hay que sacar las debidas consecuencias de su forma de entender los compromisos eclesiales y, más en general, los compromisos de las cristianas y cristianos frente a una realidad histórica caracterizada por un déficit profundo en materia de justicia social.

Aproximación al “documento conclusivo” (versión no oficial) de Aparecida

Carlos Ayala Ramírez

1. Introducción
    Se ha conocido ya el “Documento Conclusivo”, versión no oficial, de Aparecida (DCA). El documento final se aprobó con 134 votos a favor, 2 en contra y una abstención.  Es decir, hubo un consenso casi total en torno al análisis, contenidos y criterios que se constituirán en presupuestos fundamentales de la labor evangelizadora de la Iglesia de América Latina y El Caribe.
    Algunos de los participantes en la Quinta Conferencia sostienen que, si bien predominó un clima de respeto y concordia en los debates, también hubo enfoques, propuestas e ideas contrapuestas. Se habla de por lo menos tres corrientes: una que buscaba darle continuidad y actualización a los opciones pastorales de Medellín y Puebla (opción por los pobres, por la justicia, por las CEBES); otra, más apegada a las directrices de la autoridades vaticanas, que buscaba hacer predominar los intereses, enfoques y temáticas provenientes de Roma (las verdades de fe, las enseñanzas de los papas, el combate contra el relativismo moral, la bioética); y una tercera, más espiritualista, que pretendía desvincular la experiencia de fe de los problemas y compromisos sociales y políticos. ¿Cuál terminó predominando? ¿Hubo integración ecléctica? ¿Se mantuvo honradez con la realidad del continente y coherencia con la Buena Noticia de Jesús de Nazaret? Estas preguntas, entre otras, sirven de guía al presente artículo. 
    Haremos una primera aproximación al documento centrándonos en tres aspectos: los objetivos de la Conferencia Episcopal de Aparecida, la estructura del documento conclusivo y la continuidad, novedad o retroceso con respecto a las conferencias anteriores – especialmente Medellín y Puebla - en los temas relacionados al Método (o modo de estar en la realidad), Jesús de Nazaret y el Reino de Dios. Aspectos ineludibles para hablar de  discípulos misioneros.

2. Objetivos de la Quinta Conferencia
    En el DCA se sostiene que la Quinta Conferencia se propone: custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios, recordar a los fieles del continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo (n.10), repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia la misión de la Iglesia en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales (n.11), recomenzar la misión desde Cristo, reconociendo que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva (n.12).
    Estos objetivos, están estrechamente vinculados con lo que se considera son los desafíos de la Iglesia latinoamericana y del Caribe: el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad (n.12); la necesidad de revitalizar el modo de ser católico, para que la fe cristiana arraigue más profundamente en el corazón de las personas y los pueblos latinoamericanos (n.13); la necesidad de mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen el don del encuentro con Jesucristo (n.14).
    En principio, encontramos, tanto en los objetivos como en los desafíos, una preocupación por el modo de ser Iglesia y la forma cómo proyecta su misión. Una primera lectura puede dar la idea de cierto eclesiocentrismo al enfatizar la custodia de la doctrina cristiana, las responsabilidades intraeclesiales y la erosión de la fe católica en crecientes sectores de la población latinoamericana.
    Pero una lectura más global de documento, indica algo distinto al relacionar de manera sustancial Iglesia, misión, seguimiento a Jesús y realidad del continente. En esta lectura encontramos una Iglesia más excéntrica, es decir, menos centrada en sí misma y al servicio del reino de Dios, a cuya realización se orienta y al cual la Iglesia debe convertirse continuamente. Un Reino que tiene que ver con la construcción de justicia social (n.396), con la solidaridad hacia los rostros sufrientes (nn.407,409), con el compromiso hacia los pobres (n,410), con la promoción y liberación humana (n.416). De ahí que los obispos en su mensaje a los pueblos de América Latina y El Caribe plantean que “el llamado a ser discípulos- misioneros exige una decisión clara por Jesús y su Evangelio, coherencia entre la fe y la vida, encarnación de los valores del Reino de Dios, inserción en la comunidad y ser signo de contradicción y novedad en un mundo que promueve el consumismo y desfigura los valores que dignifican al ser humano. En un mundo que se cierra al Dios del amor, ¡somos una comunidad de amor, no del mundo, sino en el mundo y para el mundo! (cfr. Mensaje de la Conferencia de Aparecida a los pueblos de América Latina y El Caribe, mayo 2007, n.2).

3. La estructura del Documento Conclusivo de Aparecida
    El DCA está dividido en tres partes: (I) La vida de nuestros pueblos hoy (ver), donde se hace una mirada teologal y pastoral en torno a los grandes cambios que están sucediendo en nuestro continente y en el mundo, y que interpelan a la evangelización; (II) La vida de Jesucristo en los discípulos misioneros (juzgar), aquí, tomando como eje el modo de ser de Cristo, se tratan las grandes dimensiones que conciernen a los cristianos en cuanto discípulos misioneros de Cristo; (III) La vida de Jesucristo para nuestros pueblos (actuar), en la que se expone las principales acciones pastorales con un dinamismo misionero, desde el discernimiento de la realidad y la fundamentación teológica.
    Cada parte está dividida en capítulos. La primera parte contiene Los discípulos misioneros (cap.1) y Mirada de los discípulos misioneros sobre la realidad (cap.2).  La segunda parte tiene cuatro capítulos: La alegría de ser discípulos misioneros para anunciar el Evangelio de Jesucristo (cap. 3), La vocación de los discípulos misioneros a la santidad (cap.4), La comunión de los discípulos misioneros en la Iglesia (cap.5), El itinerario formativo de los discípulos misioneros (cap.6). La tercera parte también incluye cuatro capítulos: La misión de los discípulos al servicio de la vida plena (cap.7), Reino de Dios y promoción de la dignidad humana (cap.8), Familia, personas y vida (cap.9), Nuestros pueblos y la cultura (cap.10).
    El hilo conductor del DCA es darle un nuevo impulso y vigor a la misión de la Iglesia en y desde América Latina y El Caribe. Y eso pasa por los siguientes compromisos: ser una Iglesia viva, fiel y creíble, formar comunidades vivas que se alimentan en la fe e impulsan la acción misionera, valorar las diversas organizaciones eclesiales, impulsar la participación activa de la mujer en la sociedad y en la iglesia, mantener con renovado esfuerzo la opción preferencial por los pobres, acompañar a los jóvenes en su formación y búsqueda de identidad, trabajar con todas las personas de buena voluntad en la construcción del Reino, fortalecer con audacia la pastoral de la familia y de la vida, valorar y respetar a los pueblos indígenas y afro-descendientes, avanzar en el diálogo ecuménico, hacer del continente un modelo de reconciliación, de justicia y de paz, cuidar la creación, casa de todos, colaborar en la integración de los pueblos de América Latina y El Caribe (cfr. Mensaje  mayo 2007).   
 
4. ¿Continuidad, novedad o retroceso?

(a) El método

    En continuidad con Medellín y Puebla, se asume el método de análisis de ver, juzgar y actuar. Las razones explícitas de esta opción son las siguientes: es un método que ha colaborado a vivir más intensamente la vocación y misión de la Iglesia, ha enriquecido el trabajo teológico y pastoral, ha motivado a asumir las responsabilidades eclesiales ante las situaciones concretas del continente, permite articular, de modo sistemático, la perspectiva creyente de ver la realidad, posibilita la asunción de criterios que provienen de la fe y de la razón para su discernimiento crítico (n.19).
    En este punto recordamos algo que hemos señalado en otro de nuestros artículos: el ver, juzgar y actuar es más que un método. Es la capacidad de dejarse afectar por la realidad (no ser indolentes), la actitud de honradez ante la realidad (críticos y autocríticos), es talante compasivo ante el sufrimiento de las víctimas, es recuperación de la utopía del Reino de Dios (que nos encamina hacia una vida animada por la justicia y el amor), es espiritualidad del seguimiento a Jesús de Nazareth (un nuevo nosotros), es gratuidad por los signos de verdad, bondad y solidaridad percibidos dentro de la Iglesia y en el mundo. En una palabra, es una forma de estar en el mundo que nos lleva a cargar con la realidad en lo que tiene de luces y sombras, angustias y esperanzas, limitaciones y posibilidades. 
    Este ver, juzgar y actuar, ya sea como método o como modo de estar en la realidad, es lo que ha llevado a lo obispos (también a los laicos, religiosos y expertos) a encontrarse con rostros sufrientes del continente. Son, por tanto, rostros concretos:
    “Entre ellos están las comunidades indígenas y afro-descendientes, que en muchas ocasiones no son tratadas con dignidad e igualdad de condiciones; muchas mujeres que son excluidas, en razón de su sexo, raza o situación económica; jóvenes que reciben una educación de baja calidad y no tienen oportunidades de progresar en sus estudios ni entrar en el mercado del trabajo para desarrollarse y constituir una familia; muchos pobres, desempleados, emigrantes, desplazados, campesinos sin tierra, quienes buscan sobrevivir en la economía informal; niños y niñas sometidos a la prostitución infantil... Millones de personas y familias que viven en la miseria e incluso pasan hambre. Nos preocupan también quienes dependen de las drogas, las personas con discapacidad, los portadores de VIH y los enfermos del SIDA que sufren de soledad y se ven excluidos de la convivencia familiar y social... Una globalización sin solidaridad afecta negativamente a los sectores más pobres. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y opresión, sino de algo nuevo: la exclusión social... Los excluidos no son solamente ‘explotados’ sino ‘sobrantes’ y ‘desechables’ “  (n.65).
    Ante esos rostros los obispos se declaran servidores de la mesa compartida: “las agudas diferencias entre ricos y pobres nos invitan a trabajar con mayor empeño en ser discípulos que saben compartir la mesa de la vida, mesa de todos los hijos e hijas del Padre, mesa abierta, incluyente, en la que no falte nadie. Por eso reafirmamos nuestra opción preferencial y evangélica por los pobres” (cfr. Mensaje...).  

(b) Jesús de Nazareth

    En el DCA hay una intuición fundamental que no debe pasar desapercibida, porque constituye la piedra angular del cristianismo. Nos referimos a la perspectiva de que la misión de la Iglesia debe recuperarse, relanzarse e inspirarse desde Cristo. Es decir, la misión de la Iglesia no puede ni debe entenderse con independencia del misterio de Jesús: su encarnación, misión, pasión y resurrección.
    En tal sentido, el DCA reconoce que “Jesús es el hijo de Dios, la Palabra hecha carne, verdadero Dios y verdadero hombre, prueba del amor de Dios a los hombres. Su vida es una entrega radical de sí mismo a favor de todas las personas, consumada definitivamente en su muerte y resurrección” (n.117). Los discípulos y discípulas de Jesús han de reconocer que “Él (Jesús) es el primer y más grande evangelizador enviado por Dios (cf. Lc 4,44) y, al mismo tiempo, el Evangelio de Dios (cf. Rm 1,3). Creemos y anunciamos ‘la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios’ (Mc 1,1). Como hijos obedientes a la voz del Padre queremos escuchar a Jesús (cf. Lc 9,35) porque Él es el único Maestro (cf. Mt 23,8)... Con alegría de la fe somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación” (n.118).
    En consecuencia, para aprender cómo ser discípulo de Jesús hoy, debemos hacer memoria de aquello que Jesús hizo y enseñó. Debemos hacer referencia a las actitudes de Jesús, a su modo de ser. Ese modo de ser que provocó en el pueblo una creciente admiración y atracción, mientras que en la autoridades religiosas y políticas provocó rechazo y condena. Modo de ser que reflejaba los valores alternativos del Reino de Dios. Valores que en el DCA se pretenden historizar, aunque con cierto énfasis en los problemas mundiales que en los del continente. Eso, precisamente, puede apreciarse en los siguientes textos:
    “Ante la desesperanza de un mundo sin Dios, que sólo ve en la muerte el término definitivo de la existencia, Jesús nos ofrece la resurrección y vida eterna en la que Dios será todo en todos (cf. 1 Cor 15,28). Ante la idolatría de los bienes terrenales, Jesús presenta la vida en Dios como un valor supremo...” (n.124).
    “Ante el subjetivismo hedonista, Jesús propone entregar la vida para ganarla, porque ‘quien aprecie su vida terrena, la perderá’ (Jn 12,25)... Ante el individualismo, Jesús convoca a vivir y caminar juntos... Ante la despersonalización, Jesús ayuda a construir identidades integradas” (n.125).
    Más acorde con la realidad del continente son los párrafos siguientes:
    “Ante la exclusión, Jesús defiende los derechos de los débiles y la vida digna de todo ser humano. De su Maestro, el discípulo ha aprendido a luchar contra toda forma de desprecio de la vida y de explotación de la persona humana (...) Ante las estructuras de muerte, Jesús hace presente la vida plena. ‘Yo he venido para dar vida a los hombres y para que la tengan en plenitud’ (Jn 10,10). Por ello sana a los enfermos, expulsa los demonios y compromete a los discípulos en la promoción de la dignidad humana y de relaciones sociales fundadas en la justicia” (n.127).  
    “Ante la naturaleza amenazada, Jesús, que conocía el cuidado del Padre por las criaturas que Él alimenta y embellece (cf. Lc 12,28), nos convoca a cuidar la tierra para que brinde abrigo y sustento a todos los hombres [cf. Gn 1,29;2,15] (n.128).
    Por tanto, los discípulos y discípulas de Jesús están llamados no meramente a cumplir con unas normas, sino a ser testimonio de lo que han experimentado y palpado de Jesús. Es decir, están llamados a ser seguidores no de una teoría, sino de una vida. Seguir a Jesús y rehacer su vida desde la propia realidad de los discípulos, son dos desafíos que plantea el DCA:
    “En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de la vida. Hoy contemplamos a Jesucristo tal como nos trasmiten los Evangelios para conocer lo que Él hizo y para discernir lo que nosotros debemos hacer en las actuales circunstancias históricas” (n.154).
    Recuperar el carácter misionero de la Iglesia y hacerlo desde una referencia esencial a Jesús de Nazaret, fue una de la principales preocupaciones de Medellín y de la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, de Pablo VI. El primero sostiene que la proclamación del mensaje cristiano hay que hacerlo con gestos y palabras y que un presupuesto ineludible para ello es conocer las personas y el contexto en que viven. Por su parte, Pablo VI, recuerda que no hay evangelización cristiana sin una referencia central a la misión de Jesús (cf. EN, pp.11-19). El DCA da continuidad a este espíritu.

(c) El Reino de Dios

    Hoy día, es lugar común reconocer que el dato histórico más cierto que tenemos de la vida de Jesús, es que el tema central de su predicación, la realidad que daba sentido a toda su actividad, fue el reinado de Dios. Los evangelios, especialmente los sinópticos, constatan esta centralidad. Con la llegada del reino llegan realidades nuevas y buenas: los últimos serán primeros (Mc 10,31), los pequeños serán grandes (Mt 18,4), los humildes serán maestros (Mt 5,4), los enfermos serán curados (Mt 11,5) y los oprimidos serán liberados (Lc 4,18). La situación de los seres humanos ante Dios se verá transformada: los pecados son perdonados (Mt 6,14), los hijos de Dios se encontrarán en la casa paterna (Lc 15,19) y se desbordará la risa alegre del tiempo de la liberación (Lc 6,21ss).
    En Medellín (1968), se recordó “que todo cristiano – sea religioso o laico – ha de buscar el Reino de Dios identificándose, por amor, con Cristo en el misterio de su Encarnación, Muerte y Resurrección” (12,2).
    En Puebla (1979), se dijo que el mensaje de Jesús tiene su centro en la proclamación del Reino que en Él mismo se hace presente y viene. Este Reino, sin ser una realidad desligable de Iglesia, transciendo sus limites visibles. Porque se da en cierto modo donde quiera que Dios esté reinando mediante su gracia y amor (cf. n. 226). De ahí que la Iglesia haya recibido la misión de anunciar e instaurar el Reino en todos los pueblos. Ella es su signo (cf. n. 227).
    En continuidad con Medellín y Puebla, el DCA plantea que Jesús, “al llamar a los suyos para que lo sigan, les da un encargo muy preciso: anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones (cf. Mt 28,19; Lc 24,46-48). Por esto, todo discípulo es misionero, pues Jesús lo hace partícipe de su misión al mismo tiempo que lo vincula a él como amigo y hermano” (n. 159).
    En la tradición bíblica el Reino de Dios no es un concepto abstracto y, aunque no se agota en sus concreciones, tiene señales evidentes de su cercanía. Las tiene en los dichos y hechos de Jesús y las debe tener en la misión de la Iglesia hoy.       
    Para el DCA estas señales son: “la vivencia personal y comunitaria de las bienaventuranzas, la evangelización de los pobres, el conocimiento y cumplimiento de la voluntad del Padre, el martirio por la fe, el acceso de todos los bienes de la creación, el perdón mutuo, sincero y fraterno, aceptando y respetando la riqueza de la pluralidad, y la lucha para no sucumbir a la tentación y no ser esclavos del mal” (n.397).
    Pero, hay algo más preciso. En el DCA hay cierta novedad, con respecto a Medellín y Puebla, en cuanto a las dimensiones e implicaciones del Reino de Dios en la historia. El reino tiene que ver directamente con la justicia social, con la necesidad de “crear estructuras que consoliden un orden social, económico y político en el que no haya inequidad y donde haya posibilidades para todos” (n.398); tiene que ver con “poner todo lo creado al servicio del ser humano”, contrarrestando el impacto dominante de los ídolos del poder, la riqueza y el placer que pretenden estar por encima del valor de la persona (n.401); el Reino de Dios está estrechamente vinculado a la opción preferencial por los pobres y excluidos y es “uno de los rasgos que marca la fisonomía de la Iglesia Latinoamericana” (nn.405; 407); el reino tiene que ver con “la promoción humana y con la auténtica liberación sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad” (n.413); la opción por los pobres, implícita en la construcción del Reino de Dios, debe llevar a la amistad con los pobres y al reconocimiento de que ellos, no son sólo destinatarios, sino también sujetos de evangelización (n.412); tiene que ver con acompañar, defender y dar acogida a “los nuevos rostros de pobres”, generados por una globalización sin entrañas (n.416); implica construir un tipo de globalización alternativa, la de la solidaridad y justicia internacional (nn.421-423).
    Según el DCA, al participar de esta misión, el discípulo camina hacia la santidad. La santidad vinculada a la misión lleva a los discípulos a hacerse cargo de la realidad. “Por eso la santidad no es una fuga hacia el intimismo o hacia el individualismo religioso, tampoco un abandono de la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos de América Latina y del mundo y, mucho menos, una fuga de la realidad hacia un mundo exclusivamente espiritual” (n.163).

El oportunismo político sin límites
 
    Hace algunos días ha transcendido en los medios de comunicación, el interés del Partido de Conciliación Nacional de revivir la cuestionada plancha nacional, anteriormente conocida como circunscripción nacional, que fue abolida en 2005 luego de que la Asamblea Legislativa decidiera acatar un fallo de inconstitucionalidad emitido por la Corte Suprema de Justicia en 2002. La resolución de la Corte Suprema se fundamentó en que el mecanismo era contrario a la proporcionalidad de los votos obtenidos por cada partido, es decir, que no reflejaba fielmente la población votante por departamento. La decisión de la Asamblea Legislativa de atender la resolución de la Corte Suprema contó en aquel momento con el consenso de todos los partidos políticos, incluyendo el propio PCN y buscaba en la práctica, que el trabajo legislativo respondiera más a los intereses del electorado y en menor medida a los lineamientos de las cúpulas partidarias. 
De cara al avance logrado, la posibilidad de reinstalar este obsoleto mecanismo planteado por el partido de las manitas, constituiría un franco retroceso en materia electoral y una clara violación a la Constitución de la República. A nivel partidario, la propuesta refleja además el absoluto desprecio de algunos institutos políticos por la institucionalidad y la legalidad que han jurado defender. Muestra claramente cómo ciertos partidos y actores políticos están dispuestos a violentar las reglas del juego democrático y el Estado de Derecho en función de sus intereses personales y partidarios. Lo que hay de fondo en esta iniciativa es el intento de garantizar la permanencia casi vitalicia de cierto grupo de dirigentes políticos en la asamblea, independientemente del grado de apoyo que logren en el electorado.
    Es claro que el Sr. Ciro Cruz, quien ahora abandera esta iniciativa, quiere agenciarse a cómo de lugar un puesto en la Asamblea Legislativa, luego que en las pasadas elecciones haya quedado fuera al no conseguir los votos necesarios en su propio departamento. Es obvio que al PNC les fallaran las cuentas, pues aunque luego de las elecciones del 2006, el partido creció de 6 a 10 escaños, con el anterior sistema de la plancha electoral, este partido hubiese obtenido 12 diputaciones, en vez de 10.  Ante este escenario, no sería remoto que el PCN negociara con ARENA, resucitar la extinta plancha nacional a través de una reforma al código electoral. Y es que en la práctica el PNC cuenta con un elevado grado de poder al interior de la Asamblea Legislativa, al ser la pieza clave en la aritmética de la mayoría simple, lo que les permite canjear convenientemente sus votos con ARENA.
    No cabe duda que el oportunismo político y la desfachatez sigue siendo la tónica predominante entre algunos miembros de nuestra clase política, quienes ven la función pública como un instrumento para favorecer sus intereses partidarios y preservar los privilegios que les ofrecen sus cargos. Mientras tanto las propuestas de reformas al sistema electoral y político, consideradas claves para transparentar los procesos electorales y el sistema de partidos políticos, tales como la despartidirización del Tribunal Supremo Electoral, la creación de una ley de partidos políticos, la implementación del voto residencial y de salvadoreños en el exterior, entre las más importantes, siguen sin ser aprobadas debido a la falta de voluntad política. De hecho ya el Tribunal Supremo Electoral adelantó que el voto residencial que posibilitaría acercar las urnas a la población, solo se implementará en 17 de los 262 municipios del país, lo que representa menos del 7 por ciento de todo el territorio nacional. Como es evidente, este y otros temas sustanciales de la reforma electoral continúan entrampados desde hace varias elecciones, debido a que los partidos de derecha no lo consideran favorable a sus intereses partidaristas.
    Sin embargo, temas como la separación de las elecciones, rápidamente generaron reacciones entre los partidos, quienes adelantaron sus posturas, en función de sus cálculos electorales. Y es que con mucha seguridad, el criterio que pesó para tomar la decisión de separar las elecciones fue nuevamente de índole partidario, y no de carácter técnico. Los intereses sectoriales y partidarios se impusieron nuevamente sobre los intereses y la conveniencia de los cada vez más desencantados ciudadanos, quienes ven acrecentada su desconfianza en el sistema político. Esta decisión que ya fue aprobada por el Tribunal Supremo Electoral, no deja de ser polémica por el desgaste y las implicaciones prácticas que para el electorado pueda tener asistir a un segundo, y muy probablemente a un tercer evento electoral, en el caso de que se decidiera ir a una segunda vuelta en las elecciones presidenciales. Y es que al analizar los posibles escenarios que se presentaran en elecciones separadas, es posible advertir que se presente un mayor grado de abstencionismo que el consignado en las elecciones del 2006, el cual alcanzó el 47 por ciento.
    El elevado grado de abstencionismo entre la población salvadoreña, podría incrementarse en esta oportunidad por el fastidio que puede producir en la población una prolongada y polarizada campaña electoral. Su repercusión en la participación electoral debió ser analizada seriamente. Pues aun cuando los políticos anticipan que en estas elecciones se puede movilizar un mayor número de votantes, dada la relevancia del evento, a excepción de las elecciones del 2004, las tendencias de la participación electoral han mostrado una clara disminución  desde 1994. Aunque es posible que esto cambie en función de los candidatos, la estrategia de campaña y la dinámica política que se genere en el evento electoral, la escasa confianza en los partidos y en el sistema electoral sigue teniendo un peso significativo en los bajos niveles de participación electoral.
    De hecho, los partidos políticos y la Asamblea Legislativa son dos de las instituciones que gozan de menor confianza ciudadana, pese a que han sido creadas para representar los intereses de los ciudadanos. Los resultados de la encuesta de evaluación del año 2006 muestran que la Asamblea Legislativa es según los ciudadanos, la cuarta institución menos confiable, mientras que los partidos políticos se ubican en el nivel más bajo de confianza ciudadana. Al analizar la relación entre la confianza en las instituciones y el interés que la gente expresa en asistir a las urnas,  se encuentra que en la medida en que se erosiona la confianza en instituciones claves del sistema político y electoral, se reduce el interés por participar en las elecciones.  Y es  que a medida decae la legitimidad de las instituciones, se reduce la credibilidad en el proceso eleccionario. Los datos de las últimas tres encuestas preelectorales muestran que más del 40 por ciento de la población expresaba que las elecciones serían fraudulentas, lo cual refleja claramente la falta de confianza que un importante segmento de ciudadanos le adjudica a los más recientes procesos eleccionarios.
    A pesar de que estos elocuentes indicadores son reiterativos en los diferentes sondeos de opinión, no parecen tener eco entre muchos de nuestros políticos, quienes se resisten a reconocer la acentuada pérdida de legitimidad que han ido experimentado con el paso del tiempo entre la ciudadanía. Muchas de sus erradas actuaciones, oportunismo político e irrespeto a la legalidad, como el expresado nuevamente por el partido de las manitas al buscar revivir la extinta plancha nacional, solo continúan profundizando el descrédito y la desconfianza de los políticos ante el ciudadano. El claro interés de algunos partidos en impulsar únicamente aquellas propuestas que les son convenientes a sus intereses, desatendiendo u obstaculizando las reformas sustanciales, consideradas claves para democratizar y transparentar el sistema político y electoral del país, solo contribuirá a restarle cada vez más legitimidad a los futuros procesos eleccionarios y a reducir la participación política de los ciudadanos. En este contexto,  se vislumbra cada vez más remota la posibilidad de consolidar el tan ansiado sistema democrático. 

Los desafíos del Procurador

    Quince años pasaron ya desde aquel 27 de febrero de 1992, cuando se nombró a Carlos Mauricio Molina Fonseca titular de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH). Entonces, la “hija predilecta de los acuerdos de paz” –como la llamaron dentro y fuera del país– estaba recién nacida y todos miraban expectantes su desarrollo. Tres lustros después, por el cargo pasaron ya cinco personajes tan dispares como Victoria Marina Velásquez de Avilés, quien logró generar credibilidad y respeto para la institución, y Eduardo Peñate Polanco, que la llevó al borde de una lamentable y peligrosa muerte en vida. Ahora se anuncia otro acuerdo partidario que puso al frente de la misma a Óscar Humberto Luna, quien antes de esta decisión fungía como subjefe de la Sección de Notariado de la Corte Suprema de Justicia. Debe decirse que el procurador electo es persona de experiencia y conocimiento en la materia. Trabajó en la PDDH durante su primera administración; además, ha sido profesor universitario en este campo. Se está, pues, ante alguien que no puede alegar ignorancia y a quien –por lo tanto– debe exigírsele trabajo de calidad y el cabal cumplimiento de su mandato constitucional.
    Por eso, con la experiencia que da el acompañamiento directo a víctimas de diversos atropellos en el pasado y durante la posguerra, el IDHUCA se atreve a plantear hoy los que considera son los desafíos importantes del nuevo titular. Uno de los principales será generar la estatura moral y ética de la institución, necesaria para que –pese a no ser vinculantes– sus resoluciones sean siempre atendidas y acatadas. Debe lograr que funcionarios y funcionarias por igual, como dijo José Martí, “tiemblen de pavor y giman de remordimiento” ante la sola posibilidad de ser denunciados como violadores de derechos humanos. El procurador electo deberá entonces granjearse la credibilidad de la población, para que toda la ciudadanía decente vea a quienes señale como los caínes bíblicos marcados por sus delitos, pagando una factura muy alta ante la sociedad. Eso demanda rapidez para resolver y atender casos, así como voluntad y capacidad para verificar el cumplimiento de sus resoluciones.
    Asimismo, importa que evalúe el estado actual de la PDDH; debe conocer bien los recursos humanos y materiales de los que dispone para –desde ahí– plantearse una “reingeniería” de la institución y proyectarla estratégicamente a atender eficazmente las necesidades de la sociedad. Habrá que buscar la forma de construir una Procuraduría fuerte que no se fracture o caiga con sus cambios de conducción, supeditados a los vaivenes políticos partidistas; deberá trabajarse por lograr una estructura funcional con personal idóneo –comprometido y conocedor– y procedimientos institucionales que le marquen el ritmo al titular y le faciliten el cumplimiento de sus deberes.
    En cuanto a los males del país, cuando se eligió a la procuradora saliente, en este mismo espacio se dijo que debía ser parcial; “pero esa parcialidad –se explicó– no tiene que ver con favorecer a los responsables de las violaciones a los derechos humanos, sino con una opción sin regateos a favor de las víctimas” (Proceso 960, 18/7/2001). Y es que la raíz de los males nacionales está en la impunidad; esta ha permeado los ámbitos jurídico, económico, político, ambiental, social, cultural y más. Sin embargo, en ese universo, es importante que priorice en  la falta de castigo cuando se violan los derechos a la vida y a la seguridad, así como derechos económicos, sociales, culturales y ambientales.
    Las más de diez muertes violentas e intencionales diarias, las denuncias  del actuar de grupos de exterminio y la brutalidad con que se cometen los asesinatos en el país merecen su acción decidida de investigación, denuncia y propuesta. Antes, frente al primer informe del que fue su jefe –el ya citado Carlos Mauricio Molina Fonseca– también se señaló tal necesidad. “A la Procuraduría le corresponde actuar con mayor decisión en la investigación, en la elaboración de recomendaciones puntuales que ataquen los fenómenos, en el seguimiento de las mismas y en la exigencia de su cabal cumplimiento” (Proceso 542, 9/12/1992), dijo entonces el IDHUCA y lo mantiene ahora.
    También se demanda este mismo protagonismo, sobre todo ante la violación sistemática de los derechos laborales y la posibilidad de que se privaticen servicios importantes para la población como la salud y el agua potable, así como frente a las reiteradas críticas de un sistema de pensiones del todo injusto con los más vulnerables.
    Se debe tener en cuenta, además, que el procurador electo llega a la institución en el marco de una difícil coyuntura: el inicio de una campaña electoral adelantada, caliente, polarizada y polarizante. En esta dinámica están funcionarios y políticos a cual más, tanto del partido oficial como de la oposición, incluido el propio presidente Saca quien con sus declaraciones recientes –reeditando las violaciones a la Constitución y la ley secundaria en las que incurrió durante los últimos comicios– ya comenzó a tensionar aún más la situación. Semejante escenario plantea la posibilidad de que los ánimos caldeados vayan en aumento y se produzcan hechos de violencia política. Ojalá que no. Pero a eso deberá responder la PDDH, desde la prevención de los hechos hasta la denuncia y condena de sus responsables, en caso de consumarse.
    Para dar respuesta a estas demandas y tantas otras, el nuevo titular deberá armarse de valor y firmeza; también de rigor y objetividad. Se requiere que adquiera o potencie sus capacidades técnicas y administrativas, así como la  pericia para dialogar y negociar. En esta etapa de la institución, debe tender puentes para acercarse al resto de la administración pública y a la población organizada o no. Buena parte de su éxito depende de su habilidad para coordinar el trabajo.
    En ese sentido, usando los lemas vacíos de la política de “inseguridad” impulsada por el presidente Antonio Saca y su antecesor, el IDHUCA le tiende una “mano amiga” para apoyar el fortalecimiento institucional, ofreciendo su concurso para sumar esfuerzos y multiplicar resultados positivos. Sin embargo, no significa eso que callará ante fallas y omisiones; la “mano dura” de la contraloría social y la denuncia pública se usará, si se aleja del cumplimiento de sus facultades constitucionales. Se espera de esta nueva gestión, un protagonismo fuerte en la defensa de los intereses de las mayorías y no una reedición de la gestión de Molina Fonseca, caracterizada por una timorata labor para enfrentar las violaciones de derechos humanos –tanto del pasado como de la etapa que entonces arrancaba– y señalar sus responsables. Por último, se aplaudirá con ambas manos cuando demuestre capacidad y eficacia para enfrentar los desafíos acá planteados y otros más.
    El procurador Luna deberá encarar dos grandes males. El primero es más general: el reparto partidista de entidades estatales vitales, mediante el cual logran ponerlas al servicio de sus intereses y no del bien común. La PDDH es una porción de ese pastel; eso debe tenerlo claro el nuevo titular y la gente. El segundo afecta, grave y directamente, a la institución: se le asignan muy pocos recursos y siempre sus titulares tienen que andar suplicando por los pasillos de la Asamblea Legislativa y del Ministerio de Hacienda un aumento, sin conseguir más  que promesas. En tan infame situación, al momento funciona con fondos similares a los de la Secretaria de Comunicaciones de la Presidencia de la República.
    Ninguno de estos males se superará sólo con el esfuerzo del procurador electo en la Asamblea Legislativa o en cualquier otro espacio oficial. Han pasado quince años de su existencia y la PDDH no tuvo dinero para celebrar dignamente su “fiesta rosa”. Eso pese a que, cuando nació, ilusionó a la población; pero también puso en pie de guerra a ciertos partidos políticos y no pocas instituciones estatales que –desde entonces– no han hecho más que atacarla o ignorarla. Esos males sólo serán erradicados cuando un movimiento social inteligente, racional y creativo se alíe con esta institución que tanto dolor y muerte le costó al pueblo salvadoreño. No se puede permitir que siga como está. Para eso, es necesario el ojo vigilante y la participación de una población que premie las decisiones en favor de la vigencia de los derechos humanos, pero que también castigue las que vayan en su contra. Así, no se convertirá en satélite del gobierno de turno y será, más bien, una piedra en el zapato que le obligue a quitárselo para sentir lo que siente el pueblo descalzo y –sobre todo– un sólido soporte para que El Salvador camine, en serio y de verdad, hacia la democratización y la paz con verdad y justicia.

Resumen del Documento Final
Aparecida, 30/5/2007

    1. Los obispos reunidos en la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y El Caribe quieren impulsar, con el acontecimiento celebrado junto a Nuestra Señora Aparecida en el espíritu de “un nuevo Pentecostés”, y con el documento final que resume las conclusiones de su diálogo, una renovación de la acción de la Iglesia. Todos sus miembros están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan vida en Él. En la senda abierta por el Concilio Vaticano II y en continuidad creativa con las anteriores Conferencias de Río de Janeiro, 1955; Medellín, 1968; Puebla, 1979; y Santo Domingo, 1992, han reflexionado sobre el tema Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida.‘Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida ‘ (Jn 14,6) , y han procurado trazar en comunión líneas comunes para proseguir la nueva evangelización a nivel regional.
   
    2. Ellos expresan, junto con el Papa Benedicto XVI, que el patrimonio más valioso de la cultura de nuestros pueblos es “ la fe en Dios Amor ”. Reconocen con humildad las luces y las sombras que hay en la vida cristiana y en la tarea eclesial. Quieren iniciar una nueva etapa pastoral , en las actuales circunstancias históricas, marcada por un fuerte ardor apostólico y un mayor compromiso misionero para proponer el Evangelio de Cristo como camino a la verdadera vida que Dios brinda a los hombres. En diálogo con todos los cristianos y al servicio de todos los hombres, asumen “la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este Continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo” (Benedicto XVI, Discurso Inaugural, 3). Se han propuesto renovar las comunidades eclesiales y estructuras pastorales para encontrar los cauces de la trasmisión de la fe en Cristo como fuente de una vida plena y digna para todos, para que la fe, la esperanza y el amor renueven la existencia de las personas y transformen las culturas de los pueblos.

    3. En ese contexto y con ese espíritu ofrecen sus conclusiones abiertas en el Documento final . El texto tiene tres grandes partes que sigue el método de reflexión teológico-pastoral “ver, juzgar y actuar”. Así se mira la realidad con ojos iluminados por la fe y un corazón lleno de amor, proclama con alegría el Evangelio de Jesucristo para iluminar la meta y el camino de la vida humana, y busca, mediante un discernimiento comunitario abierto al soplo del Espíritu Santo, líneas comunes de una acción realmente misionera, que ponga a todo el Pueblo de Dios en un estado permanente de misión. Ese esquema tripartito está hilvanado por un hilo conductor en torno a la vida, en especial la Vida en Cristo, y está recorrido transversalmente por las palabras de Jesús, el Buen Pastor: “ Yo he venido para que las ovejas tengan vida y la tengan en abundancia ” (Jn 10,10). 

    4. La primera parte se titula La vida de nuestros pueblos . Allí se considera, brevemente, al sujeto que mira la realidad y que bendice a Dios por todos los dones recibidos, en especial, por la gracia de la fe que lo hace seguidor de Jesús y por el gozo de participar en la misión eclesial. Ese capítulo primero, que tiene el tono de un himno de alabanza y acción de gracia s, se denomina Los discípulos misioneros . Inmediatamente sigue el capítulo segundo, el más largo de esta parte, titulado Mirada de los discípulos misioneros hacia la realidad . Con una mirada teologal y pastoral considera, con cierto detenimiento, los grandes cambios que están sucediendo en nuestro continente y en el mundo , y que interpelan a la evangelización. Se analizan varios procesos históricos complejos y en curso en los niveles sociocultural, económico, sociopolítico, étnico y ecológico, y se disciernen grandes desafíos como la globalización, la injusticia estructural, la crisis en la trasmisión de la fe y otros. Allí se plantean muchas realidades que afectan la vida cotidiana de nuestros pueblos. En ese contexto, considera la difícil situación de nuestra Iglesia en esta hora de desafíos, haciendo un balance de signos positivos y negativos.

    5. La segunda parte , a partir de la mirada al hoy de América Latina y El Caribe, ingresa en el núcleo del tema. Su título es La Vida de Jesucristo en los discípulos misioneros . Indica la belleza de la fe en Jesucristo como fuente de Vida para los hombres y mujeres que se unen a Él y recorren el camino del discipulado misionero. Aquí, tomando como eje la Vida que Cristo nos ha traído, se tratan, en cuatro capítulos sucesivos, grandes dimensiones interrelacionadas que conciernen a los cristianos en cuanto discípulos misioneros de Cristo: la alegría de ser llamados a anunciar el Evangelio, con todas sus repercusiones como “buena noticia” en la persona y en la sociedad (capítulo tercero); la vocación a la santidad que hemos recibido los que seguimos a Jesús, al ser configurados con Él y estar animados por el Espíritu Santo (capítulo cuarto); la comunión de todo el Pueblo de Dios y de todos en el Pueblo de Dios, contemplando desde la perspectiva discipular y misionera los distintos miembros de la Iglesia con sus vocaciones específicas, y el diálogo ecuménico, el vínculo con el judaísmo y el diálogo interreligioso (capítulo cinco); por fin, se plantea un itinerario para los discípulos misioneros que considera la riqueza espiritual de la piedad popular católica, una espiritualidad trinitaria, cristocéntrica y mariana de estilo comunitario y misionero, y variados procesos formativos, con sus criterios y sus lugares según los diversos fieles cristianos, prestando especial atención a la iniciación cristiana, la catequesis permanente y la formación pastoral (capítulo sexto). Aquí está una de las novedades del Documento que busca revitalizar la vida de los bautizados para que permanezcan y avancen en el seguimiento de Jesús.

    6. La tercera parte ingresa plenamente en la misión actual de la Iglesia latinoamericana y caribeña. Conforme al tema se la formula con el título La vida de Jesucristo para nuestros pueblos . Sin perder el discernimiento de la realidad ni los fundamentos teológicos, aquí se consideran las principales acciones pastorales con un dinamismo misionero. En un núcleo decisivo del Documento se presenta La misión de los discípulos misioneros al servicio de la vida plena , considerando la Vida nueva que Cristo nos comunica en el discipulado y nos llama a comunicar en la misión, porque el discipulado y la misión son como las dos caras de una misma medalla. Aquí se desarrolla una gran opción de la Conferencia : convertir a la Iglesia en una comunidad más misionera . Con este fin se fomenta la conversión pastoral y la renovación misionera de las iglesias particulares, las comunidades eclesiales y los organismos pastorales. Aquí se impulsa una misión continental que tendría por agentes a las diócesis y a los episcopados (capítulo siete).

    Luego se analizan algunos ámbitos y algunas prioridades que se quieren impulsar en la misión de los discípulos entre nuestros pueblos al alba del tercer milenio. En El Reino de Dios y la promoción de la dignidad humana se confirma la opción preferencial por los pobres y excluidos que se remonta a Medellín, a partir del hecho de que en Cristo Dios se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, se reconocen nuevos rostros de los pobres (vg., los desempleados, migrantes, abandonados, enfermos, y otros) y se promueve la justicia y la solidaridad internacional (capítulo ocho). Bajo el título Familia, personas y vida , a partir del anuncio de la Buena Noticia de la dignidad infinita de todo ser humano, creado a imagen de Dios y recreado como hijo de Dios, se promueve una cultura del amor en el matrimonio y en la familia, y una cultura del respeto a la vida en la sociedad; al mismo tiempo se desea acompañar pastoralmente a las personas en sus diversas condiciones de niños, jóvenes y adultos mayores, de mujeres y varones, y se fomenta el cuidado del medio ambiente como casa común (capítulo nueve).

    En el último capítulo, titulado Nuestros pueblos y la cultura , continuando y actualizando las opciones de Puebla y de Santo Domingo por la evangelización de la cultura y la evangelización inculturada, se tratan los desafíos pastorales de la educación y la comunicación, los nuevos areópagos y los centros de decisión, la pastoral de las grandes ciudades, la presencia de cristianos en la vida pública, especialmente el compromiso político de los laicos por una ciudadanía plena en la sociedad democrática, la solidaridad con los pueblos indígenas y afrodescendientes, y una acción evangelizadora que señale caminos de reconciliación, fraternidad e integración entre nuestros pueblos, para formar una comunidad regional de naciones en América Latina y El Caribe (capítulo diez).

    7. Con un tono evangélico y pastoral, un lenguaje directo y propositivo, un espíritu interpelante y alentador, un entusiasmo misionero y esperanzado, una búsqueda creativa y realista, el Documento quiere renovar en todos los miembros de la Iglesia , convocados a ser discípulos misioneros de Cristo, “ la dulce y confortadora alegría de evangelizar ” (EN 80). Llevando las naves y echando las redes mar adentro, desea comunicar el amor del Padre que está en el cielo y la alegría de ser cristianos a todos los bautizados y bautizadas, para que proclamen con audacia a Jesucristo al servicio de una vida en plenitud para nuestros pueblos. Con las palabras de los discípulos de Emaús y con la plegaria del Papa en su Discurso inaugural, el Documento concluye con una oración dirigida a Jesucristo: “ Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado ” (Lc 24,29).

            8. Con todos los miembros del Pueblo de Dios que peregrina por América Latina y El Caribe, los discípulos misioneros encuentran la ternura del amor de Dios reflejada en el rostro de la Virgen María. Nuestra Madre querida, desde el santuario de Guadalupe , hace sentir a sus hijos más pequeños que están cobijados por su manto, y desde aquí, en Aparecida , nos invita a echar las redes para acercar a todos a su Hijo, Jesús, porque Él es “el Camino, la Verdad y la Vida ” ( Jn 14,6), sólo Él tiene “palabras de Vida eterna” (Jn 6,68) y Él vino para que todos “tengan Vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).