PROCESO — INFORMATIVO SEMANAL EL SALVADOR, C.A.

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El informativo semanal Proceso sintetiza y selecciona los principales hechos que semanalmente se producen en El Salvador. Asimismo, recoge aquellos hechos de carácter internacional que resultan más significativos para nuestra realidad. El objetivo de Proceso es describir las coyunturas del país y apuntar posibles direcciones para su interpretación.

 

Su producción y publicación está a cargo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador. Por favor, asegúrese de mencionar Proceso al utilizar porciones de esta publicación en sus trabajos.

 

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Año 25
número 1143
Mayo 4, 2005
ISSN 0259-9864

 

 

Índice


 

Editorial: Viejos y nuevos economistas

Política: Nacionalismo latinoamericano

Economía: Reflexiones ante el Día Internacional del Trabajo

Economía: ¿Debe El Salvador establecer relaciones comerciales con China?

Comentario: La “crisis energética” ya tiene una respuesta

Regional: Managua, capital del caos

Derechos Humanos: ¿Estado de derecho o de deshecho?

 

 

Editorial


Viejos y nuevos economistas

 

Hasta los años ochenta, el economista salvadoreño compartía con sus colegas de otras disciplinas humanísticas —sociólogos, historiadores, psicólogos sociales, politólogos y literatos— una serie de características que iban desde el compromiso socio—político hasta la forma de vestir. Salvo las excepciones que confirmaban la regla, al economista salvadoreño de los años ochenta no le era ajeno el discurso por la equidad, la justicia y la igualdad. No era necesariamente de izquierda, pero no podía resistirse a llamar la atención sobre los males que traía consigo una economía “trunca” y dependiente: exclusión, marginalidad y pobreza. Para él, los problemas de la economía salvadoreña eran estructurales —concentración de la propiedad y riqueza, depresión salarial, baja cualificación laboral, dependencia de productos primarios de exportación, etc.— no un asunto a resolver con paliativos reformistas que sólo postergaban los necesarios cambios en la estructura de la propiedad y los ingresos.


Se trataba de un discurso ciertamente comprometido; pero no sólo era un discurso, sino también una forma de comportarse. El economista que profesaba estas ideas era un crítico acerbo, no sólo de quienes profesaban ideas contrarias a las suyas, sino también de quienes hacían ostentación de sus riquezas y privilegios. Su bandera era la austeridad, una austeridad que tenía que verse reflejada en su apariencia física —por ejemplo, barba y cabello descuidados— y en su vestimenta —sencilla y desgarbada—. Este era el modo de ser de sociólogos, historiadores, psicólogos sociales y literatos: el economista estaba en sintonía —en preocupaciones y estilo de vida— con sus colegas de las ciencias sociales.


En los años noventa, casi de forma insensible, un selecto grupo de economistas comenzó a ser de otra manera. Su discurso comenzó a cambiar; las condenas a la economía trunca y dependiente se trastocaron en alabanzas, al principio, asolapadas, y después abiertas, al libre mercado, a la privatización y a los tratados comerciales. Esto se hizo en nombre de la ciencia —una ciencia hermética, sustentada en indescifrables modelos econométricos—, por oposición a la ideología en la que antes, según ellos, estuvo atrapada su disciplina.


El discurso de algunos economistas –al igual que el de otros colegas suyos de las ciencias sociales— ha cambiado, pero también ha cambiado su forma de comportarse, de vestir y de relacionarse socialmente. La ostentación –en ropa de marcas exquisitas, residencias, vehículos, viajes y vacaciones— se ha vuelto su compañera inseparable. Si antes los ricos eran los seres más despreciables, ahora no sólo hay que apoyarlos en sus iniciativas para avanzar en el crecimiento económico, sino admirarlos y, en la medida de lo posible, emularlos.


Los economistas más críticos de los años setenta y ochenta veían en los estudios de postgrado al nivel de maestría y doctorado una oportunidad para contribuir de manera más cualificada a superar las lacras generadas por el modelo económico prevaleciente; no pocos los economistas de los años noventa ve en esos estudios un mecanismo de acceso a beneficios e influencias nunca soñados. Ciertamente, sólo unos cuantos economistas son los que han logrado “triunfar”, pero esos que lo han logrado son los que dan su perfil al economista de éxito de nuestros días, es decir, al nuevo economista: graduado en el extranjero (de preferencia en universidades estadounidenses e inglesas); asesor del gobierno, de instituciones empresariales o de organismos internacionales; miembro de instituciones regionales; exquisito en el vestir; con acceso a automóviles, viajes y restaurantes caros; y bien relacionado con personas e instituciones de poder nacionales y extranjeras. No es que algunos de los economistas de antes no tuvieran acceso a estos bienes y privilegios, sino que, para los más críticos, esa no era la meta más importante de su vida profesional.


Para los economistas exitosos de ahora, ese éxito no es privado, sino que es un éxito público; del mismo dan fe los grandes medios de comunicación, para los cuales algunos economistas del país (y algunos del extranjero) son verdaderos oráculos a los cuales hay que consultar cada vez que los problemas económicos —generados muchas veces por sus sabios consejos— amenazan con resquebrajar el modelo neoliberal que se ha impuesto en El Salvador.


En fin, cualquiera podría creer que la ambición, las influencias y el éxito que proyecta el economista que ha triunfado sólo impactan a quienes profesionalmente se mueven en su ámbito de influencia. Sin embargo, su imagen de profesional ambicioso, influyente y exitoso se transmite al conjunto de la sociedad salvadoreña. El mensaje que envía a la sociedad el economista –al igual que otros académicos bien relacionados con el poder— es claro: el conocimiento económico aporta beneficios si quienes lo poseen —maestros y doctores— saben relacionarse con quienes es debido, es decir, con quienes tienen el poder económico y político. La búsqueda del éxito es algo bueno y, si el poder es la clave del éxito, el saber debe estar cerca del poder. Obviamente, quienes no tienen saber —quienes no son intelectuales privilegiados con estudios académicos superiores— deberán ofrecer lo que tengan al poder, aunque sea sumisión.


Como dice el poeta Oswaldo Escobar Velado, “así marcha y camina la mentira entre nosotros. Así las actitudes de los irresponsables.


Y así el mundo ficticio donde cantan como canarios tísicos, tres o cuatro poetas, empleados del gobierno”. Sólo que, en nuestro caso, no se trata de poetas, sino de algunos economistas que, al hacerle el juego al gobierno y a la gran empresa privada, han olvidado lo poco que vale una ciencia convertida en sierva del poder. Los economistas a quienes el poder les ha torcido su brazo deberían recuperar el aliento crítico que ha caracterizado los mejores momentos de su disciplina; sin embargo, no podrán hacerlo mientras sigan atrapados en el mundo ficticio de la neutralidad, la asepsia, la ausencia de compromiso con los más golpeados —esto es, la mayoría de salvadoreños— por el modelo económico vigente y la venta de su discurso al mejor postor.

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Política


Nacionalismo latinoamericano

 

Las ideologías políticas provenientes de Europa han marcado profundamente la configuración política, social y económica de América Latina, desde su independencia hasta nuestros días. Nada más recordar el gran eco que tuvieron los ideales de los ilustrados franceses en el discurso de los “padres de la independencia” de nuestro subcontinente, nos da una idea de esta determinante primera presencia europea. Además, las ideas nacionalistas forman parte de este bagaje ideológico que ha configurado el paisaje latinoamericano. Éstas atraviesan, en buena medida, toda la historia social, política y económica del subcontinente. Pero, las mismas han tomado matices distintos de acuerdo al momento histórico determinado o las particulares coyunturas internacionales. Todas las sensibilidades políticas han manifestado, según el momento, un cierto nacionalismo. Tanto la izquierda y la derecha de la región se reconocen en esta ideología política.

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Economía


Reflexiones ante el Día Internacional del Trabajo

 

En el Día Internacional del Trabajo, varios organizaciones marcharon por las calles de San Salvador manifestando su malestar por las políticas económicas de los gobiernos de ARENA. En el movimiento también participaron jóvenes universitarios y vendedores del sector informal quienes demandaron cambios sustanciales en la dirección económica del país.


En el otro extremo se encuentran las opiniones de la derecha. Ellos consideran que la celebración del Día del Trabajo es una oportunidad que diferentes organizaciones populares aprovechan para alterar el orden público y causar daños a la propiedad privada.

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¿Debe El Salvador establecer relaciones comerciales con China?

 

Ante la entrada de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC), es menester analizar si es conveniente para el país establecer relaciones comerciales con el país asiático.


Si bien es cierto que la idea de enfocar en otra dirección el comercio exterior causa temor para el gobierno y para algunas entidades económicas, es peor aferrarse a los Estados Unidos como opción comercial privilegiada. En un mundo globalizado y cambiante como éste, las naciones deben adaptarse a las nuevas realidades que se presentan.

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Comentario


La “crisis energética” ya tiene
una respuesta

 

esde la Casa Blanca llega una rápida e inesperada respuesta al editorial de Proceso, titulado “Crisis energética”, del recién pasado 26 de abril. Todos sabemos que en la Cumbre de la Tierra, celebrada en Johannesburgo, en agosto de 2002, Alemania y Francia proponían a los países participantes ratificar el siguiente compromiso: que el 15% de la energía mundial sea energía limpia (eólica, solar, etc.), a lo cual se opusieron frontalmente los miembros de la administración Bush, tan ligados con el mundo petrolero de la Enron, de la empresa Halliburton de Dick Cheney y del petrolero que lleva en su proa el nombre de Condoleezza Rice. Tan ligados con el mundo petrolero que Paul O’Neil, primer Secretario del Tesoro de G. W. Bush, dijo que enero 2001 tuvo acceso a un documento calificado de secreto: “un plan para Irak después de Sadam Husein”, en el cual se hablaba de enviar tropas de paz, instalar tribunales de justicia y recuperar las riquezas petroleras de Irak”. Todo esto se había planeado ocho meses antes de los ataques del 11 de septiembre.


Ahora resulta que la invasión de Irak no resuelve el problema y el presidente Bush parece percibir la gravedad de la crisis petrolera en los Estados Unidos, proponiendo medidas de más corto y de más largo plazo. “Millones de familias norteamericanas y de pequeñas empresas sufren a causa del alza de precios de la gasolina. Mi gobierno va a hacer todo lo posible para tener unos precios más asequibles”. Bush propone “ir a animar a los países productores de petróleo a aumentar su producción” para que desciendan los precios. Prometió también “proteger a los consumidores de manera que no haya manipulación de precios en las estaciones de servicio de combustible. Esto es un impuesto sobre las pequeñas empresas que crean empleos. Es un impuesto sobre las familias y afecta su moral. Creo que todo esto está afectando la marcha de la economía”. Las estadísticas muestran una clara ralentización de la coyuntura, cuyo crecimiento ronda el 3,5%. Recordando que la demanda de energía en los Estados Unidos ha aumentado “cuarenta veces más rápido que la producción de energía”, Bush propone un plan para reducir esta dependencia del extranjero, reconociendo que hará falta un tiempo de espera. (“Bush promete hacer descender los precios de la gasolina”. Le Monde, 29 de abril de 2005).


Bush parece no fiarse del libre comercio internacional: “Hay que modernizar la industria del petróleo. Un futuro energético seguro para Norteamérica depende de la construcción y desarrollo de refinerías de petróleo norteamericanas”. El vicepresidente Dick Cheney dice que “el ahorro de energía es una medida virtuosa, pero es insuficiente para generar una política energética eficaz”. Bush recordó que no se ha construido ninguna refinería en Estados Unidos desde 1976. “Esto significa que gastamos cada vez más en importaciones de productos refinados”. Para animar el desarrollo de posibles yacimientos, el ministerio de Medio Ambiente debe simplificar normas y reglamentos.


El futuro energético de Estados Unidos incluye ampliar la energía nuclear, afirma Bush. “La energía nuclear proporciona sólo un 20% de la electricidad en Estados Unidos, sin polución atmosférica y sin emisión de gases de efecto invernadero. Es una de las energías más seguras y más limpias del mundo y tenemos que usarla más. Por desgracia, Norteamérica no ha construido ninguna central nuclear desde 1970. Durante el mismo tiempo, Francia ha fabricado 58 reactores y el 78% de su electricidad limpia y segura viene de la energía nuclear. Estados Unidos debe construir nuevas centrales nucleares”.


Bush ha insistido en el desarrollo de nuevas fuentes de energía, sugiriendo animar a países emergentes como China y la India —grandes consumidores de energía— “a utilizar las tecnologías más nuevas y más eficaces en orden a reducir la demanda mundial de energías fósiles. Bush ha hecho presión sobre Arabia Saudita para que aumente la producción de barriles diarios, y así puedan bajar los precios”. (George W. Bush promete propiciar la energía nuclear”. Le Monde, 28 de abril de 2005)


Si un país como los Estados Unidos, que tiene petróleo en su subsuelo, está sufriendo en sus familias y empresas las consecuencias económicas y sociales de la prolongada crisis energética, esto es un indicio de la pesada losa que grava las economías de los países no productores de petróleo. Es una muestra palpable de que las fuerzas anónimas del libre mercado internacional son irresponsables, cuando su defensor número uno afirma públicamente que su misión presidencial es doblegar las fuerzas de ofertas y demandas mundiales. Una pregunta: ¿para qué armar pactos petroleros con Vladimir Putin, durante el año 2002, en torno a la gran Eurasia, rica en oro negro, cuando Rusia y Estados Unidos —que aún conservan 30,000 armas nucleares—pueden solucionar sus problemas energéticos con técnicas modernas de energía nuclear?


Como indica el editorial citado al principio de este trabajo, sobre el ejemplo de El Salvador, las reglas del mercado no aportan la solución a la crisis. Desde este punto de vista, es importante tomar en cuenta estas afirmaciones del presidente Bush, que marcan una posible alternativa a la crisis energética mundial. Pueden ser puntos de agenda si en alguna de las próximas cumbres mundiales del G-8, FMI y BM, donde Paul Wolfowitz sustituye a James Wofensohn, Davos-2 o PNUD, se llegara al compromiso de que las potencias industrializadas y los grandes países emergentes, China y la India, desarrollen la energía eléctrica a partir de la energía nuclear, “en orden a reducir la demanda mundial de energías fósiles”. Da la casualidad de que en la presente fecha, 2 de mayo 2005, se debe revisar en Nueva York el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) Cada cinco años hay que revisar este tratado y son muy distintos sus adjuntos después del 11 de septiembre y cuando Corea del Norte, Irán y el tráfico ilegal de materiales radioactivos son los problemas más urgentes.


Como indica el diario El País, “el tratado de no proliferación queda al borde del fracaso ante el desafío nuclear”. Ahora Estado Unidos vuelve a estar en mala posición cuando, luego de Irak, amenaza a Irán porque desarrolla el proceso de uranio enriquecido para disponer de energía nuclear para uso civil. Si George W. Bush propone desarrollar la energía nuclear en Estados Unidos para uso civil y la está recomendando a China, India como una alternativa a la gran crisis energética mundial, ¿con qué derecho se puede oponer a que Irán desarrolle la energía nuclear con fines civiles, cuando los países que le circundan, Israel, la India, Paquistán, Corea del Norte y China, han desarrollado el arma atómica? Hasta el momento el único gobierno que ha hecho estallar dos bombas atómicas sobre la población civil de Hiroshima y Nagasaki ha sido Estados Unidos. “Ahora el enfrentamiento está entre países, como Estados Unidos, que está en contra de la proliferación, y los países del Tercer Mundo, que reclaman el desarme nuclear de parte de las grandes potencias mundiales”. (El País, 28 de abril de 2005)

Francisco Javier Ibisate.
Departamento de Economía, UCA.

G

 

Regional


Managua, capital del caos

 

Managua es ahora el sitio exacto para los cazadores de noticias sensacionales. El caos político y social se ha entronizado en la capital de Nicaragua, en una mescolanza de protestas sociales con oportunismo político, de la cual no parece haber una salida inmediata. No se sabe con certeza dónde termina la desesperación por una crisis económica angustiosa —espoleada por el alza de los precios del petróleo— y dónde comienza un malentendido radicalismo político —incitado por quienes tienen ambiciones de poder.

G

 

Derechos Humanos


¿Estado de derecho o de deshecho?

 

Podemos afirmar que el Estado de Derecho impera en un país cuando existe un ordenamiento jurídico al que se someten tanto gobernantes como gobernados, impera la división de poderes, funcionan con eficacia los controles para evitar abusos, hay condiciones para denunciar los delitos, se sanciona a los delincuentes sin distinción alguna y a los responsables de violaciones a los derechos humanos, además de castigar a sus responsables y repararle el daño a las víctimas. Para nuestro perjuicio, en El Salvador no se cumplen tales requisitos. Aunque las autoridades presuman de lo opuesto, la realidad demuestra que la arbitrariedad y la impunidad son pan de cada día.


Los arreglos políticos para evadir sanciones y elegir funcionarios públicos, pensando sólo en los intereses partidarios, así como la demagogia y la falta de ética son algunos de los vicios que nos alejan cada día más de la legalidad y de una convivencia pacífica. En la mayoría de casos, son los propios encargados de hacer cumplir las normas establecidas quienes impulsan medidas diametralmente antagónicas con el “deber ser”; de los ejemplos después de la guerra, a continuación se mencionan algunos.


La aprobación de la llamada “Ley de Amnistía General para la Consolidación de la Paz” en marzo de 1993 fue uno de los primeros atentados —el más grave, además— contra el imperio de la Constitución y los tratados internacionales después de la guerra; con semejante legislación se pretendió ocultar trascendentales hechos criminales con un manto de mentira e impunidad. Luego siguió la tolerancia oficial hacia los “escuadrones de la muerte”, llamados eufemísticamente “grupos armados irregulares”, al no investigarlos de manera oportuna tras la presentación del informe del Grupo Conjunto.1 A finales del 2001 se cambió la Ley Orgánica de la Policía Nacional Civil (PNC), en franca desnaturalizaron de su concepto original. Del 2003 en adelante surgieron la ley “antimaras”, el plan “mano dura” y la “súper mano dura” dizque para combatir el crimen. Por último, cabe recordar los constantes ataques contra la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH) desde su creación —en 1992— a la fecha.


Pero ahora queremos centrarnos en lo último. Pasada más de una década de constantes y variadas agresiones en perjuicio de la PDDH, éstas cobraron mayor fuerza en los últimos días. El pasado jueves 28 de abril, el comisionado Douglas Omar García Funes —Subdirector de Investigaciones de la PNC— ordenó al personal bajo su mando la captura ilegal de tres funcionarios de la citada Procuraduría cuando verificaban la situación de Pedro Banchón Rivera, médico ecuatoriano residente desde hace varios años en territorio salvadoreño, al momento de ser expulsado del mismo bajo el cargo de participar en política interna.


No es la primera vez que se enfrentan la PNC y la PDDH. Hace un par de años, por ejemplo, la actual Procuradora Beatrice Alamanni de Carrillo fue acusada por el entonces Director General de la institución policial, Mauricio Sandoval, por la muerte de dos agentes durante un motín ocurrido en el Centro Penal “La Esperanza”. En esa oportunidad se intentó enjuiciar y destituir a la funcionaria, en el marco de una campaña lanzada a través de casi todos los medios de difusión masiva con el fin de desprestigiar a la institución y, obviamente, a su titular. La PDDH denunció en la Fiscalía General de la República (FGR) que había sido objeto de intervención telefónica y amenazas, pero no hubo investigación al respecto. Al mismo tiempo, con pruebas en mano, la Procuradora acusó a Sandoval por difamación y tampoco recibió respuesta alguna.


Pero los ataques contra la Ombudsperson no terminaron ahí. Durante la aplicación del citado plan “mano dura”, la acusaron de proteger delincuentes y ser un “obstáculo en la lucha contra el delito” al pronunciarse contra la violación de derechos constitucionales. Si a todo lo anterior se agrega el reducido presupuesto que siempre se le ha asignado a la PDDH y la permanente difamación de su labor desde que nació, el panorama es aún más claro: existen sectores, dentro y fuera de la administración pública, empeñados en neutralizar esta institución hija de los acuerdos de paz. Con ese despropósito, no le han dado tregua; preferirían que desapareciera pero, por ser constitucionalmente demasiado complicado, no les ha quedado más que hacer todo lo posible por “matarla en vida”.


Es ahí donde se inscribe lo sucedido el 28 de abril, que sobrepasa cualquier abuso anterior. Ese día se pisoteó el incipiente y frágil Estado de Derecho en El Salvador, invocado siempre por el Presidente de la República y sus ministros cuando se trata de defender intereses empresariales, pero ignorado cuando la víctima es la PDDH. En el artículo 94 de la Constitución se establece, entre otras atribuciones, que la mencionada Procuraduría podrá practicar inspecciones donde lo estime necesario para asegurar el respeto a los derechos humanos. Su ley orgánica determina que la Procuradora y sus delegados deben tener acceso libre e inmediato a cualquier lugar público donde se encuentre una persona privada de libertad. Agrega que en esta función, la PDDH no será impedida ni coartada por nadie; más aún, la ley dice que “no necesitará notificar a la autoridad responsable o encargada del establecimiento” y que “dichas autoridades estarán obligadas a proporcionar todas las facilidades para el mejor cumplimiento de su labor, so pena de incurrir en la responsabilidad penal respectiva”.


Eso dice la normativa. En un país normal, donde tiene vigencia real el ordenamiento jurídico y funciona adecuadamente la institucionalidad, todos y todas deben respetarla; de lo contrario, los infractores deben pagar las consecuencias de sus actos que —además de las penales— pueden abarcar las civiles, administrativas y políticas; es decir: cárcel, indemnización, destitución e inhabilitación política.


Pero este país no es normal. El mensaje que, de forma consciente o inconsciente, se transmite es que desde el Presidente hasta el agente policial se puede pisotear la ley en función de determinados objetivos políticos. También queda claro, en este y otros casos, que a las autoridades policiales rechazan se verifique su accionar; quien lo hace, aún cuando sea su responsabilidad, es reprimido. No es ocioso sospechar que se violaron derechos humanos del doctor Banchón Rivera, al estilo de los antiguos cuerpos de seguridad, y que continúa la persecución de las y los defensores de derechos humanos. Este grave hecho reciente también muestra que la tendencia al autoritarismo, sigue siendo un rasgo distintivo de los gobiernos salvadoreños de la posguerra.


El autoritarismo, entendido como la forma de gobierno en la que se busca conservar y administrar el poder político mediante medidas opresivas con o sin apoyo de otros sectores, se refleja en casos como éste. Pretender justificar las detenciones de los funcionarios de la PDDH con el “argumento” de que violaron normas internacionales en materia aeronáutica, es ridículo al revisar el mandato constitucional de la Procuraduría.


Son estas acciones y no la derogación de la Ley de Amnistía, las que ponen en peligro real los pocos logros en materia de derechos humanos alcanzados después del conflicto armado. Es necesario entonces investigar e iniciar los procesos penales y administrativos contra quienes ordenaron las detenciones y quienes las efectuaron. Debe destituirse sin miramientos a quienes atentaron contra la ley. Además, debe existir un compromiso público y real de las autoridades para evitar que continúen estos abusos contra la PDDH y se desestabilice todavía más el intento —bastante costoso, por cierto— de construir una sociedad democrática y en paz.


Ahora es el momento, Presidente Saca, de demostrar con hechos y no sólo con palabras su apego y compromiso que dice tener con esa aspiración no cumplida. Administre el presente, como dijo en algún momento, pero con responsabilidad; es decir, evitando que se repita el pasado. Ahora es cuando debe hacer valer el Estado de Derecho del que presume; de lo contrario sólo seguirá haciendo más de lo mismo, con otra cara y con peores consecuencias.

G

 

 


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