PROCESO — INFORMATIVO SEMANAL EL SALVADOR, C.A.

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El informativo semanal Proceso sintetiza y selecciona los principales hechos que semanalmente se producen en El Salvador. Asimismo, recoge aquellos hechos de carácter internacional que resultan más significativos para nuestra realidad. El objetivo de Proceso es describir las coyunturas del país y apuntar posibles direcciones para su interpretación.

 

Su producción y publicación está a cargo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador. Por favor, asegúrese de mencionar Proceso al utilizar porciones de esta publicación en sus trabajos.

 

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Año 25
número 1129
Enero 19, 2005
ISSN 0259-9864

 

 

Índice


 

Editorial: Los trece años de los Acuerdos de Paz

Política: Inicio de año incierto

Economía: La situación económica a trece años de los Acuerdos de Paz

Comentario: Tsunami, exigencia de conversión

Derechos Humanos: Los derechos humanos en el 2004 (III)

 

 

Editorial


Los trece años de los Acuerdos de Paz

 

Este 16 enero se cumplieron trece años de la firma de los Acuerdos de Paz. Ese lapso de tiempo permite realizar un balance más ponderado, tanto de los logros de los Acuerdos de Paz como de sus limitaciones. Este balance, como se verá a continuación, no puede menos que poner en tela de juicio, por un lado, a todas aquellas interpretaciones que han leído y leen los Acuerdos de Paz como algo intrascendente, poco significativo e incluso como un retroceso en la dinámica histórica de El Salvador; por otro lado, también pone serios reparos a todas aquellas interpretaciones que han visto en los Acuerdos de Paz la máxima realización de los sueños de los salvadoreños. Trece años después de la firma de los históricos documentos, ambas posturas se revelan como lo que son: sesgadas y poco objetivas.


Para ponderar en su justa medida el significado de los Acuerdos de Paz hay que comenzar por destacar sus logros más importantes. El primero de ellos es, sin duda, haber propiciado una solución definitiva a la guerra civil. Nunca se insistirá bastante en lo bueno que fue para la sociedad salvadoreña el haber terminado con el conflicto armado. Que los Acuerdos de Paz lo hayan permitido, es algo que debe celebrarse. A la par de ello, también es digna de encomio la retirada de la Fuerza Armada de la vida política, su reducción y depuración, así como la desmovilización del FMLN y su conversión en un partido político legalmente establecido. A lo anterior se debe añadir la creación de instituciones de gran importancia para el país —La Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos y la Policía Nacional Civil— y el inicio de un proceso de reforma del sistema judicial.


Todos estos logros —que no son pocos ni irrelevantes— serían impensables sin la firma de la paz. Con todo, se trató, en lo fundamental, de logros de carácter político que han sido claves para sostener, durante estos trece años y con sus altibajos, el incipiente orden democrático salvadoreño. La democracia salvadoreña será todo lo débil que se quiera, pero seguramente ni siquiera existiría si los Acuerdos de Paz no hubieran puesto fin a la guerra, obligado a la reducción y depuración de la Fuerza Armada, y permitido la conversión del FMLN en partido político.


Ahora bien, el problema es que no basta con unos logros de carácter político para propiciar un ordenamiento social más incluyente y equitativo para la mayoría de salvadoreños. Esto lo sabían quienes firmaron los Acuerdos de Paz, a juzgar por el contenido de los documentos. En el mismo es claro que la reforma política era el primer paso para edificar una sociedad distinta a la que hizo eclosión en la guerra civil; el segundo paso debía llevar a la reforma económica. ¿Cómo dar este paso? ¿Cuáles iban a ser sus mecanismos e instancias de ejecución? ¿Cuál era el modelo económico deseado? Estas interrogantes no tienen una respuesta clara en los Acuerdos de Paz y ello por la sencilla razón de que la reforma económica apenas fue insinuada. La apuesta de los firmantes, sobre todo del FMLN, era que después se iban a dar las condiciones propicias —una vez operada la reforma política— para abordar el tema del modelo económico acorde con las necesidades de la mayor parte de a población. Ese después nunca llegó; más aún, los aspectos de la reforma económica insinuados en los Acuerdos de Paz fueron eliminados sistemáticamente de la agenda de su ejecución, al punto de haber quedado en el olvido. La euforia por los logros políticos de los Acuerdos de Paz ha sido, en parte, la causante del olvido de la reforma económica; la otra parte de responsabilidad recae sobre los gobiernos de ARENA —principalmente, los encabezados por Alfredo Cristiani y Armando Calderón Sol— que hicieron todo lo que estuvo a su alcance para prescindir de las exigencias que en materia económica planteaban los Acuerdos de Paz.


Con todo, que la reforma económica quedara en segundo plano —con la ulterior consecuencia de haber sido obviada totalmente en la ejecución de los Acuerdos de Paz—tiene su raíz en los mismos documentos. El dejarla para después, como algo derivado —que seguiría casi inexorablemente— de la reforma política fue el gran error cometido por quienes, al firmar la paz, tenían el propósito de construir una sociedad distinta.


Para decirlo con claridad, el FMLN es uno de los principales responsables de que un nuevo modelo económico —más justo e incluyente— no fuera discutido con profundidad a la hora de negociar la paz. Haber postergado esta discusión probó ser erróneo, porque la discusión nunca llegó. ARENA y los grandes empresarios le sacaron partido al déficit que en materia económica tenían los Acuerdos de Paz: fraguaron un modelo económico desarticulado y terciarizado, del cual sólo unos pocos se han beneficiado.


En el momento de la firma de la paz no se alcanzó a vislumbrar el gran error cometido por el FMLN. En las discusiones sostenidas con el gobierno, el FMLN era reconocido como un igual, capaz de paralizar al país y con el cual había que ponerse de acuerdo. Tenía poder militar y territorial como para que voz fuera escuchada; de hecho, lo mejor de la reforma política no se entiende sin la capacidad de presión político militar del FMLN. Nunca como entonces estuvo el FMLN en mejores condiciones para articular la reforma política con la económica, tanto en su concepción como en su ejecución. Pero su absolutización de lo político le llevó a plantearlas como dos realidades separadas en el tiempo, no como dos realidades que debían articularse y potenciarse mutuamente.


Como resultado de lo anterior, no sólo se tiene una democracia sumamente débil, siempre amenazada por la ingobernabilidad, sino también un modelo económico que, por exclusión y la pobreza que genera, socava y debilita el avance de la democracia. Es decir, se ha consolidado un modelo económico que, lejos de ser coherente con los logros políticos de los Acuerdos de Paz, es una amenaza para los mismos. Este es el drama de El Salvador actual: se vive una paz violenta, no la violencia de la guerra, sino la de la pobreza, la exclusión y la marginación. Hay motivos de sobra para celebrar los trece años de los Acuerdos de Paz, pero también hay motivos para lamentar la gran oportunidad que se perdió con ellos —de construir un nuevo ordenamiento socio-económico— debido a la miopía y ambiciones de quienes una y otra vez habían proclamado no tener otro interés que el bienestar de las mayorías.

G

 

Política


Inicio de año incierto

 

2005 se presenta como un año lleno de incertidumbres y que amenaza con repetir el estado de zozobra política que se vivió a lo largo del 2004. De nueva cuenta, el telón de fondo lo constituyen los enfrentamientos entre los dos partidos mayoritarios. El entrampamiento que se vivió entre ARENA y el FMLN sobre el tema de la aprobación del Presupuesto General de la Nación es el síntoma de una crisis más profunda, que debería llevar a reflexionar seriamente sobre la gobernabilidad del sistema político.

G

 

Economía


La situación económica a trece años de los Acuerdos de Paz

 

En días recientes, el país ha celebrado trece años de la firma de los Acuerdos de Paz, lo cual ha abierto las puertas para hacer una reflexión sobre las implicaciones de los históricos documentos en el presente. Precisamente, uno de los puntos más importantes dentro de los Acuerdos fue el tema económico: las partes en conflicto se comprometieron a buscar soluciones a diversos problemas socioeconómicos a través de la transferencia de tierras, el crédito para tierras cultivables y la creación de un Foro de Concertación Económico Social, donde se abordarían diferentes aspectos del escenario económico y social. Durante la implementación de dichos acuerdos, fue el Foro el que presentó más problemas, debido a las trabas puestas por el gremio empresarial.

G

 

Comentario


Tsunami, exigencia de conversión

 

Cuando el 26 de diciembre me enteré de la tragedia, me quedé sin palabra. Ahora voy a ofrecer algunos datos y reflexiones sobre el ser humano y sobre Dios.

Algunos datos
1. Algunos hablan de la mayor catástrofe natural de los últimos tiempos —y eso es lenguaje poderoso. Los datos no son precisos, pero se habla de alrededor de 160 mil muertos —el 19 de enero ya ascendían a 226.000—, más miles de desaparecidos, número que pudiera doblarse si brotan epidemias. La zona del maremoto es muy pobre, algunos de sus poblados son de los más pobres del planeta. El número de damnificados que se han quedado sin nada alcanza los 5 millones, y una tercera parte son niños. Muchos se han quedado sin padre, sin madre, sin hijos, sin hijas, sin esposo, sin esposa, sin hermanos, sin hermanas... Sin casa, sin cama, sin ropa, a veces sin tener donde ir...


Se necesitan urgentemente alimentos, medicinas y agua potable, pero el acceso a los damnificados no es fácil. Muchas de las carreteras son malas, y el lodo hace difícil transitar por ellas. Surgen los problemas legales, y se agudizan los sufrimientos humanos: cómo llegar a aceptar que los desaparecidos no aparecerán —tragedia que tan en carne viva se vivió en El Salvador durante la represión y la guerra.


La necesidad hace que brote también la crueldad. Hay pillaje para sobrevivir. Y se buscan cadáveres para arrancarles las alhajas, o para entregarlos, por dinero, a sus familiares. Alrededor de un millón de niños están en peligro de ser objeto de abusos y de secuestros.


La realidad es dantesca. En lenguaje cristiano, los pueblos del sudeste de Asia son hoy “pueblos, verdaderamente, crucificados”. Esto debe ser una sacudida a desvivirnos para bajarlos de la cruz. Sin ello vanas habrán sido las celebraciones en los templos en estos días navideños, y macabras o, por lo menos irresponsables, las celebraciones, de fin de año. En cualquier caso, a esos pueblos crucificados hay que tenerles “veneración”.


2. Como toda catástrofe, el tsunami ofrece una radiografía de nuestra realidad. Ahora nos queremos fijar sólo en una cosa: el contraste insultante entre los seres humanos. Es ya normal que europeos y norteamericanos pasen sus vacaciones en lugares bellos, exóticos y a precios asequibles. Muchos de ellos estaban en el sudeste de Asia. Pero para comprender a nuestro mundo, es importante caer en la cuenta que eso no ocurre al revés: dalits, thais, tagalos, no pasan vacaciones en Boston, Madrid o Londres. Y nadie se extraña, pues el mundo es mucho más de y para unos que de y para otros.


Las noticias han informado de los centenares —o algunos miles— de muertos y desaparecidos de personas del primer mundo —y hablamos con sumo respeto y delicadeza de esas víctima—, pero algo hay que añadir. La televisión ha mostrado escenas en hospitales donde se recuperan los supervivientes europeos, mucho más, proporcionalmente, que la suerte de miles de heridos y damnificados del lugar. Eso, de nuevo, es lo normal, pero de esa forma los medios no comunican lo más real de lo real. Y sigue vivo el presupuesto de la industria de la información: la verdadera noticia tiene como protagonista a “nuestro mundo occidental, democrático, industrial y próspero”, en definitiva, “a nosotros”. Diez segundos del secuestro de un blanco vale, mediáticamente, lo mismo que la suerte de diez mil africanos. Es el encubrimiento de la realidad que denuncian Jesús, Pablo y Juan.


Con el tsunami aparece también lo que se tiene por evidente: el destino de Occidente es el buen vivir y el de los países pobres es ayudarles a ese buen vivir. Los países pobres son los que “salvan” a los países ricos.” “Salvación” son las materias primas de las que aquéllos con frecuencia se apoderan violentamente —en la República Democrática del Congo se apoderan del coltán, promoviendo para ello una guerra que ha causado cuatro millones de muertos en seis años. Y “salvación” son los lugares de turismo a bajo precio. Hoy se habla de “la industria del turismo”, y de ella viven, como mano de obra barata, muchos pobres. Estos se alegran de que exista tal turismo y ahora quieren que se reconstruyan cuanto antes hoteles y balnearios destruidos —es absolutamente comprensible y ojalá sus esperanzas tengan éxito. Pero no deja de dar vergüenza que la humanidad no haya puesto a funcionar su inteligencia para encontrar soluciones más justas y fraternas a los problemas de los países pobres. Las maquilas son otro ejemplo.

 
Además, el primer mundo tiene recursos, conocimientos y tecnología para minimizar las consecuencias de las catástrofes en los países pobres. El terremoto de El Salvador del 2001 ocasionó unas 1.150 víctimas, y los expertos dijeron que en Suiza sólo hubiera habido 5 o 6 muertos. Es una muestra más del déficit de ética de Occidente en su relación con el Sur. Esto se ha querido reparar en la reunión de Yakarta. Dios lo quiera


En definitiva: los pueblos pobres son los que siempre cargan más con los males de este mundo. “Son los que completan en su carne lo que falta a la pasión de Cristo”.


3. Hay promesas de ayuda. Naciones Unidas habla de una ayuda sin precedentes: 3.500 millones de dólares. Australia ha ofrecido 750 millones, Japón 500, la Unión Europea 350. Lo de Estados Unidos merece mención especial. El presidente Bush mantuvo silencio durante los tres primeros días, y después ofreció 15 millones —su inauguración presidencial costará la mitad de esa suma. Para entonces la Conferencia Episcopal de Estados Unidos ya se había comprometido a recoger 25 millones, y Bush tuvo que superar la cifra. Ofreció 35 millones. El New York Times lo tildó de “mezquino”, y ahora ofrece 350 millones. Recuérdese que la guerra en Irak ha costado ya 130.000 millones de dólares, y el congreso espera que la Casa Blanca solicitará este año unos 100.000 millones adicionales para las operaciones militares en Irak y Afganistán.


Los grandes se han mostrado educados —y algunos suponemos que sinceramente consternados— ante la catástrofe. Pero a veces dicen cosas que no se deben decir. El 28 de diciembre, Blair consideraba que estos hechos no ameritaban que suspendiera las vacaciones —y la ayuda que ofrecía el reino Unido, a los damnificados era inferior a lo que costó un misil en la guerra de Irak. En la reunión de Yacarta, Colin Powell dijo que nunca había visto tamaña tragedia -lo cual suena a sarcasmo cuando él es co-responsable político de los horrores de Afganistán e Irak, directamente causados por su país.


4. Terminamos con el lado humano de la ayuda. En el primer mundo hay mucha generosidad, aunque no falta la contumaz codicia de los bancos que no perdonan las tarifas por hacer transferencias, ni siquiera ante esta catástrofe.


Lo mejor de la solidaridad lo han mostrado personas y colectivos, médicos que han trabajado 24 horas al día, bomberos que ayudan en lugares peligrosos, los topos mexicanos expertos en buscar supervivientes entre ruinas... Y cuentan que varios de los europeos que han ido a buscar a sus familiares se han quedado allá para ayudar.


Parece que las Iglesias también han quedado impactadas. Juan Pablo II, casi sin poder hablar, ha hablado diariamente del tsunami y de la obligación de ayudar a las víctimas —así como ha criticado permanentemente las catástrofes históricas, las dos guerras de Irak, la de Afganistán. Y hay muchas iniciativas generosas.


Mucha gente —no necesariamente los gobiernos— actúan según la advertencia del Evangelio: “que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha”. Mucha solidaridad permanecerá anónima, y será más valiosa.


Lo que no se ve tan claramente es otra palabra de Jesús, cuando miraba a quienes echaban limosnas en el templo: “los ricos han dado de lo que les sobra, pero esta mujer, la de los centavitos, ha dado más que nadie, porque ha dado de lo que le falta”. Lo primero es ayuda, lo segundo es solidaridad.

Algunas reflexiones
¿Qué nos exige esta realidad? ¿Puede surgir de ella algo bueno?
1. Lo primero es encarnarnos en el dinamismo tragedia, sufrimiento, compasión y esperanza. Es lo que nos escribe un gran amigo de la India, Felix Wilfred, sacerdote y conocido teólogo, que vive en Madrás:
“No hay palabras para describir la magnitud de la tragedia, con la pérdida de tantas vidas preciosas y tantos destrozos materiales. La gente está inconsolable. La mayoría de las víctimas han sido mujeres y niños. La noche del mismo día del tsunami enterré a un niñito de dos meses. Se le cayó de las manos a su mamá, cuando ésta tropezó tratando de huir de las gigantescas olas. Fue tragada por el mar. He visitado varios poblados, he visto escombros por todas partes y cadáveres sobre la arena. Los quejidos y el llanto de la gente, al reconocer los cuerpos de sus seres queridos, partían el alma.


Muchos grupos y organizaciones de voluntarios trabajan sin cesar. Incluso, 48 horas después del desastre, han podido arrancar al mar, vivos, a varios niños. Y a pesar de tanta tragedia, Dios nos concede el don precioso del tiempo. Nos podemos preocupar de los demás y dar esperanza a las víctimas. Esperanza y consuelo es lo que en este momento más necesitan las víctimas”.


2. En medio de esas inmensas tragedias surge también la vida con una fuerza incontenible. Una semana después del tsunami, unos muchachos jóvenes de Sri Lanka, reconstruían una pequeña vivienda y sonreían. Los “pueblos crucificados” son portadores de vida. Como en el terremoto de El Salvador en el 2001, al verlos, se me ocurrió hablar de “santidad primordial”: el desfile de gentes tratando de sobrevivir, mujeres con “los restos de la casa” sobre su cabeza y con niños agarrados de sus manos, otras cocinando y compartiendo lo poco que el terremoto había dejado, hombres removiendo con baldes montañas de tierra para rescatar a seres humanos soterrados...


Pienso que estamos ante algo último, que se pasa por alto en los países de abundancia. Sobre esa santidad no se pregunta uno qué hay de libertad o de necesidad, de virtud o de obligación, de gracia o de mérito. Obviamente no tiene por qué ser la santidad que va acompañada de virtudes heroicas, y que es exigida en las canonizaciones, sino la que se expresa en una vida cotidianamente heroica. Esos hombres y mujeres no hacen milagros, entendidos como violación de las leyes de la naturaleza, pero, dicho sin ninguna retórica, hacen milagros que violan las leyes de la historia: el gran milagro de sobrevivir en un mundo que les es grandemente hostil.


No sé cómo son las cosas en el sudeste de Asia, pero estoy seguro de que hay mucho de esa santidad primordial. Como dice un gran amigo jesuita de Sri Lanka, Aloysius Pieris, en los pobres está la reserva de la vida —y, añade, “la salvación de los ricos”. Felix Wilfred escribe: “a pesar de su pobreza y la pérdida de todo, las víctimas no han perdido el sentido de dignidad”.


3. Digamos ahora, una palabra sobre Dios. Ante las catástrofes y el mal en el mundo muchos han cuestionado a Dios a lo largo de la historia. “¿Puede Dios evitar el mal, quiere evitarlo?” Con el terremoto de Lisboa de 1775, Voltaire se hizo muy en serio la pregunta. Y no bastan respuestas simples, baratas. En la novela del genial Dostoievski, Los hermanos Karamazof, Iván dice que mientras sufran niños inocentes no le interesa Dios ni su cielo, aunque en él se repare el sufrimiento de esos niños.


Y también la gente sencilla se hace a veces la pregunta. En medio de la represión, campesinos salvadoreños preguntaban al sacerdote que les acompañaba: “Cuántas veces no decimos que Dios actúa en nuestra historia. Pero, Padre, y si actúa, ¿cuándo acaba esto? ¿Y tantos años de guerra, y tantos miles de muertos? ¿Qué pasa con Dios?”.


No creo que haya una respuesta puramente teórica a estas preguntas, pero sí se puede responder con la vida. Así puede ser la respuesta: mantener la indignación por causa del sufrimiento humano, tener la audacia de la esperanza a pesar de todo y de la praxis para revertir la historia, y caminar en la historia humildemente, en oscuridad y con protestas, pero caminando siempre. En ese caminar se puede experimentar que Dios está a nuestro lado. Y no olvidar que el mismo Dios estaba en la cruz de Jesús, reconciliándolo todo. La fe en Dios no puede ser real al margen del escándalo del sufrimiento del inocente, sino a través de él. Pero entonces puede brotar la fe como milagro inesperado e inmerecido. Y ese Dios silencioso puede producir ánimo y esperanza en medio del sufrimiento.


4. Para terminar nos preguntamos qué significa para nosotros no ser indiferentes ate el tsunami. Dice Felix Wilfred: “Temo que la solidaridad de estos días pronto morirá, cuando los medios dirijan su atención a otras cosas”. Lo que se necesita es “conversión”, que lo ilustra con estas palabras: comprender que “a pesar de su pobreza y la pérdida de todo, las víctimas no han perdido el sentido de dignidad. Quieren ser tratadas con respeto. Por eso, cuando personas de la clase media y alta quisieron expresar su solidaridad donando ropa vieja, en muchos lugares las víctimas no la aceptaron. Los pobres no deben ser tratados como basura”.


En este contexto, conversión es aceptar a las víctimas en su propia realidad y dignidad, aceptar que las víctimas construyan su futuro, pues nosotros no sabemos mejor que ellas cuál debe ser, estar abiertos a recibir de ellas, no sólo a dar a ellas, gozar y alegrarnos de ser hermanos y hermanas con ellas. En el fondo, la conversión es la superación de la ignorancia, de la insensibilidad, de la prepotencia y del desprecio hacia los pobres de este mundo. Después, por supuesto, viene la ayuda, y ojalá la verdad y la justicia. Los que se convierten tienen nuevos ojos para ver lo que no veían antes, una razón lúcida para dejar de verse como centro de la humanidad, y una razón compasiva, un corazón nuevo —de carne— para superar la insensibilidad del corazón de piedra.


Después de perder unas elecciones, Ruiz Gallardón, alcalde de Madrid y miembro del partido popular, se preguntó en el congreso del partido, “si habíamos hecho algo mal”. Fue marginado por hacer esa pregunta, pero preguntas cómo ésa son las importantes ante el tsunami. Expresa que en verdad hemos quedado afectados. Si no es así, pronto se perderá el impacto y la ayuda de estos días, los pobres volverán a su “destino manifiesto”: desaparecer en un horizonte distante y sin semblante. Y la humanidad seguirá como hasta ahora. Pero si nos hemos dejado afectar en serio, entonces la humanidad se pondrá en un camino de fraternidad.

Jon Sobrino
6 de enero de 2005

G

 

Derechos Humanos


Los derechos humanos en el 2004 (III)

 

Policía Nacional Civil (PNC)
El 2004 fue un año que dejó especiales recuerdos de la corporación policial a la sociedad en general y a la misma institución, que recibió un espaldarazo ciudadano al ser ubicada como la entidad estatal más confiable según la última encuesta del año efectuada por el Instituto Universitario de Opinión Pública de la UCA (IUDOP). En dicha consulta, la Policía sólo fue superada por organizaciones de raigambre histórica como las iglesias católica y evangélicas. La buena calificación otorgada a la PNC se constató en otros sondeos como los del Encuentro Nacional de la Empresa Privada, el llamado ENADE 2004, y de La Prensa Gráfica; se muestra así que la gente percibió como bueno o aceptable el trabajo policial durante el año recién finalizado. No obstante, tal información debe ser analizada con cautela sin obviar que constituye un estímulo para las y los integrantes de la corporación que cumplen a cabalidad con su trabajo, muchas veces a costa de grandes sacrificios; para y por estas personas, es un reconocimiento bien ganado. Pero ello no debe marear a sus autoridades; más bien debe propiciar que sepan ubicar el verdadero estado de cosas.


Resulta evidente que la PNC se benefició con la política mediática del Órgano Ejecutivo, el cual encontró en su política contra las pandillas o “maras” la fórmula privilegiada y más eficiente para mejorar imagen. Dentro de esa prioridad promocional del gobierno, la Policía desempeñó un rol fundamental al encargarse de los operativos y otras acciones “espectaculares” que se tradujeron en imágenes impactantes dirigidas a volcar a su favor el sentir popular. Para esto fue fundamental el llamado plan “súper mano dura” impulsado por el presidente Saca, quien lo anunció a través de los medios masivos de difusión desde un escenario destinado a la foto para la exhibición, donde aparecía escoltado por dos policías enmascarados y fuertemente armados. Este manejo propagandístico, sumado a la necesidad real de la población por enfrentar el problema de las “maras”, logró que la participación policial contra estos grupos fuese vista con simpatía; en definitiva, le levantó el perfil a la institución.


Pero el análisis no debe ser tan superficial, sobre todo cuando en el marco de esa guerra oficial contra tales pandillas ocurrió algo que no debe despreciarse: con menos ruido pero con más realismo, los grandes operativos policiales —irrupciones violentas a viviendas en barrios pobres y capturas masivas de “mareros”, filmados “en vivo” por los noticieros comerciales— disminuyeron considerablemente al final del 2004. Al parecer, eso obedeció al evidente desgaste policial que a la larga se estaba produciendo con los mismos: se arrestaban a miles de pandilleros que en menos de tres días eran liberados en similares cantidades. De ahí se derivó una pugna entre la PNC y la judicatura, que a la larga se convirtió en una disputa entre los órganos Ejecutivo y Judicial; el conflicto terminó con la llegada de Saca a la Presidencia de la República, en otra maniobra política de impacto más publicitario que pensado a favor de la institucionalidad.


Un efecto de lo anterior fue que al detenerse las aprehensiones masivas, se potenciaron las detenciones fruto de investigaciones ya iniciadas o solicitadas por jueces y fiscales. Así, también mermaron las liberaciones en masa de los pandilleros.


Sin embargo, no puede medirse el trabajo policial sólo por su accionar en esta área específica que no representa ni la mitad de la actividad delictiva a lo largo y ancho del territorio nacional. Por mandato legal, la PNC debe velar por la seguridad pública en el país; de ahí que el trabajo de prevención disuasiva sea determinante para alcanzar ese fin. En esta parte del balance anual, los números de la policía terminan siendo rojos pues —tal como se mencionó en la primera del mismo— es muy preocupante el alza de homicidios en el país durante el 2004.


De hecho, la propia corporación policial y otras fuentes han informado sobre los sitios donde más ocurren los crímenes sin que se observe una respuesta oficial contundente y eficaz de verdad —más que publicitaria— para lograr su reducción drástica. Los patrullajes preventivos y la presencia más constante de agentes en puntos críticos influirían positivamente para disuadir a la delincuencia; sin embargo, la intervención policial ocurre siempre con demora y cuando los hechos ya se consumaron sin remedio. Este aspecto descuidado en el 2004, amerita mayor atención en el presente año.


Siempre en el ámbito de la seguridad pública, fue notoria la politización de la entidad cuando ocurrieron protestas de vendedores contra alcaldías en manos del FMLN. Así, manifestaciones públicas que generaron severos desórdenes y actos delictivos en San Salvador y Santa Tecla contaron con la complicidad de la Policía Nacional Civil, que mostró una inusitada pasividad muy distinta al accionar de sus miembros en protestas anteriores realizadas por sindicalistas o estudiantes contra el gobierno central. Eso no debe ocurrir; de seguir así, se corre el peligro de convertir a la PNC en una policía política.


La corporación además, como parte de sus funciones, debe colaborar en la investigación del delito bajo la dirección funcional de la Fiscalía General de la República y, en ocasiones, con orientación judicial. Pero el punto es que también una buena parte de las averiguaciones es propia del trabajo policial; por ejemplo, el manejo de la escena del crimen y otras indagaciones posteriores las realizan en la práctica los detectives de la Policía. Aquí se debe insistir en sus debilidades, pues pese a haber transcurrido más de una década de experiencias acumuladas, ese trabajo policial sigue dando mucho de qué hablar por su mala calidad.


Un ejemplo de lo anterior: en el caso del asesinato del niño Maycol José Ticas Clímaco, ocurrido el 16 de junio del 2004, un descuido inicial de los agentes que acudieron a lugar donde se encontró el cadáver casi se traduce en la pérdida de importante y reveladora evidencia. Otro es el ampliamente cuestionado papel de la PNC en el caso del sindicalista estadounidense de origen salvadoreño José Gilberto Soto, asesinado el 5 de noviembre; en éste, la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos denunció incluso torturas en perjuicio de algunos implicados.


Así las cosas, con lo ocurrido en el 2004 se demuestra que esta institución tan importante debe superar muchas anomalías a fin de cumplir con mejor suceso sus deberes constitucionales y legales, para merecer sin discusión el destacado lugar en el cual la ha colocado la opinión pública.

Órgano judicial
Pese a que es de vital relevancia para la existencia de un verdadero Estado de Derecho y que además constituye una garantía para el control de la constitucionalidad en el país, el respeto de los derechos ciudadanos y el equilibrio entre los órganos fundamentales de gobierno, el 2004 –para angustia de la población y deterioro de la institucionalidad– pasará a la historia como un año en el que el desempeño judicial debe catalogarse como malo o muy malo.


De entrada se advertirse que tal calificación no es para toda su membresía, ya que —como se ha señalado en otras ocasiones— existen funcionarios judiciales que se esfuerzan por cumplir sus funciones de acuerdo a lo establecido en la ley. Por ello, para una mayor precisión, se debe aclarar que este juicio negativo tiene que ver sobre todo con la pobre actuación de la Corte Suprema de Justicia y, dentro de ésta, con la peor de sus salas: la de lo Constitucional. De eso hay pruebas.


A inicios del año se conoció una perversa decisión de dicha Sala, mediante la cual cuatro de sus miembros despreciaron a las víctimas sobrevivientes en el “Caso Jesuitas”; sin vergüenza alguna resolvieron que al no juzgar a los autores intelectuales de esa masacre, no se habían vulnerado derechos constitucionales de aquéllas. A esta postura sólo se opuso, como de costumbre, la valiente e íntegra magistrada Victoria Marina Velásquez de Avilés; ella no acompañó tal decisión que transgredió los más elementales principios éticos, violentó derechos constitucionales básicos de la parte demandante y terminó siendo una auténtica aberración jurídica al irrespetar de manera grave la dignidad de los familiares de las víctimas. Con dicha sentencia se confirma que en los tribunales nacionales lo que normal es la protección influyentes victimarios y el menosprecio de las personas ofendidas.


Otro botón de muestra se encuentra en el caso de más de un centenar de fallecimientos producto de la ingestión de metanol. Alrededor de esta tragedia, familiares de las víctimas mortales reclamaron ante la Sala de lo Constitucional la violación del derecho a la vida por las severas irresponsabilidades del Ministerio de Salud en la prevención y vigilancia de la calidad del alcohol que se destina para consumo humano. De forma inaudita, en junio del 2004, dicha Sala absolvió a esa cartera estatal por considerar que “sí había tomado medidas para evitar el riesgo”, no obstante tantas defunciones. Para rematar, tardó tres años en resolver de semejante forma con los cuatro objetados votos de siempre y la valiente posición de la citada magistrada a favor de las víctimas.


Tampoco se debe olvidar la burla de la misma Sala cuando, en abril del año examinado y luego de varios meses de “estudio”, declaró inconstitucional la “Ley Antimaras” impuesta por Francisco Flores. “Casualmente”, el fallo se emitió el mismo día que terminaba la vigencia de la ley; por tanto, lo resuelto por el Órgano que interpreta la Constitución fue totalmente ineficaz.


Por último, está el caso de los llamados “muertos vivientes”. El Tribunal Supremo Electoral, tal como lo manda la ley, canceló en su momento a los tres partidos políticos que en marzo del 2004 no alcanzaron el número de votos requeridos para continuar existiendo. Dos de ellos presentaron, sin razón, un Amparo ante la Sala de lo Constitucional; ésta, en otro acto inaudito y humillante para la historia judicial salvadoreña como parte su acostumbrada fórmula numérica de cuatro contra una, decidió resucitar a dichos partidos y pasar por encima de la legislación electoral; todo ello, sin motivos jurídicos valederos pero con razonamientos que puede desbaratar hasta un novato estudiante de Derecho.


Lo grave de todo lo anterior es que, por su propias funciones, la Sala de lo Constitucional es la institución de mayor preponderancia para la estabilidad del país y el respeto de los derechos fundamentales de las personas que lo habitan. Lamentablemente, ésta no responde ni a la Constitución ni a las leyes y mucho menos a la ética, sino a oscuros y quizás muy sustanciosos intereses. Habría que investigar las cuentas bancarias y otros bienes de esos cuatro cuestionados magistrados de dicha Sala, así como las arcas y posesiones de sus familiares y allegados tanto en el país como en el extranjero; talvez ahí estén los “fundamentos” de tan irracionales decisiones judiciales. Sin duda, considerando lo antes señalado y otras críticas no incluidas en este texto, el 2004 fue el año del gran descaro por parte de un poder judicial escrito así —con minúsculas— debido a su escasa estatura moral y jurídica como para ser valorado de otra forma.

G

 


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Las suscripciones pueden hacerse en El Salvador, en la Oficina de Distribución de la UCA, o por correo. Los cheques deben emitirse a nombre de la Universidad Centroamericana y dirigirse al Centro de Distribución UCA. Apdo. Postal (01) 575, San Salvador, El Salvador, C.A.