PROCESO — INFORMATIVO SEMANAL EL SALVADOR, C.A.

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    El informativo semanal Proceso sintetiza y selecciona los principales hechos que semanalmente se producen en El Salvador. Asimismo, recoge aquellos hechos de carácter internacional que resultan más significativos para nuestra realidad. El objetivo de Proceso es describir las coyunturas del país y apuntar posibles direcciones para su interpretación.

    Su producción y publicación está a cargo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador. Por favor, asegúrese de mencionar Proceso al utilizar porciones de esta publicación en sus trabajos.

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Año 25
número 1110
Agosto 25, 2004
ISSN 0259-9864
 
 
 
 

ÍNDICE



Editorial: Violencia en Mariona

Política: Venezuela al borde del abismo

Economía: La dinámica de la economía en 2003-2004

Sociedad: Situación de la juventud en la coyuntura actual (II)

Regional: De vuelta al G-20

Derechos Humanos: Acá, la vida (de los pobres) no vale nada (II)

 
 
Editorial


Violencia en Mariona

 

Una vez más, el penal de Mariona fue escenario de la violencia entre los reos. El violento enfrentamiento suscitado en el penal, el 18 de agosto, entre miembros de maras y presos comunes dejó, según fuentes oficiales, un saldo de 31 muertos y 28 heridos. Se trata, sin duda alguna, de una tragedia humana sobre la cual no se puede —no se debería— pasar de largo, como si tratara de algo sin importancia. Que unos seres humanos no tengan ningún reparo en arrebatar la vida a sus semejantes es algo preocupante. Que eso sea hecho con lujo de barbarie, sin piedad alguna, es aún más alarmante. Que en ello se ponga en juego la propia vida es absolutamente grave. Y es que cuando la propia vida ya no importa, todo lo demás —la dignidad de los otros, su vida— pierde significado. Ahora bien, sólo por un déficit profundo de humanidad se puede llegar a despreciar la propia vida y, en consecuencia, la de los demás.


Ciertamente, muchos de quienes están encerrados en las cárceles salvadoreñas se mueven en los límites de la inhumanidad más radical. Abundan los que se consuelan pensando que quienes bordean los límites de lo humano, no sólo merecen estar en la cárcel, sino que la sociedad está segura con ellos fuera de las calles, avenidas y plazas. En esta óptica, lo que se hace es separar el submundo carcelario —y sus habitantes— del resto de la sociedad: en el primero regiría la bestialidad y la anomalía, en la segunda la normalidad, el orden, la decencia y las buenas costumbres. De este modo, una carnicería como la del 18 de agosto en Mariona hace que mucha gente —gente normal, decente y buena— se rasgue las vestiduras y clame al cielo por lo ocurrido, pero sin que por ello se deje de creer que eso pasó en otro mundo y a otros salvadoreños con los cuales nada se tiene ver. Por supuesto, sobran los que piensan, no sólo que barbaries como esas son naturales en las cárceles, sino también que es lo mejor que puede pasar para que la sociedad se limpie de la escoria que se genera en sus márgenes.


A unos y otros no se les ocurre preguntarse por cuánta inhumanidad se produce en instituciones carcelarias como la de Mariona. Si este fuera el caso, su perspectiva sería distinta. Porque, en efecto, en penales como el mencionado, con el hacinamiento, la suciedad y los malos tratos que padecen los reos, lo que cabe esperar es su empobrecimiento espiritual y el deterioro de valores humanos fundamentales, como lo son la dignidad y el respeto a la propia integridad. La sabiduría popular no se equivoca al afirmar que las cárceles son fábricas de delincuentes. Esto es absolutamente cierto en el caso del penal de Mariona, donde se roba la poca dignidad que puedan tener quienes son recluidos en sus celdas.


También cambiaría la perspectiva si no se hiciera la separación tajante entre el submundo de la cárcel y el resto de la sociedad salvadoreña. Los niveles de violencia vigentes en El Salvador, la impunidad, la prepotencia, los abusos de poder —en fin, todas esas prácticas englobadas bajo la categoría de violencia social— no se dan principal y primariamente en los penales, sino fuera de ellos: en las calles, plazas, avenidas, centros de trabajo, escuelas y hogares. Más aún, hechos de violencia como los sucedidos en Mariona son una de las tantas expresiones de la violencia que carcome el tejido social salvadoreño de la postguerra. La violencia de “ellos” es “nuestra” propia violencia: los salvadoreños presos en Mariona son hijos de la sociedad salvadoreña; no son su fruto anómalo, sino uno de sus frutos más genuinos.


En ese sentido, lo sucedido en Mariona debe obligar a prestar atención al tipo de sociedad vigente en El Salvador. Se ha dicho que cada sociedad tiene el tipo de dirigentes políticos que se merece. Análogamente, desde un punto de vista sociológico, se podría decir que cada sociedad tiene las cárceles que se merece o, más drásticamente, que si se quiere conocer a una sociedad —sus taras, sus fobias, sus mecanismos de coerción, de exclusión o de integración— se debe examinar su sistema carcelario. Trasladado este criterio al caso salvadoreño, es claro que cárceles como la Mariona muestran, como en un espejo, lo deteriorado que está su tejido social. Es por ello que la violencia en Mariona no se agota en lo sucedido en las instalaciones del penal el 18 de agosto, sino que trasciende hacia el conjunto de la sociedad: lo sucedido en Mariona se constituye en severo juicio al tipo de sociedad —excluyente, marginadora y violenta— que se construyó a lo largo del siglo XX y que no da visos de cambiar en el siglo XXI.


Como es usual, las visiones de corto plazo se van a imponer en el abordaje de los incidentes de Mariona: se harán algunas investigaciones menores para deducir responsabilidades —obviamente, entre los reos involucrados—, se llegará a la conclusión de que el hacinamiento es un problema en las cárceles y que, por tanto, habrá que ampliar las existentes o construir otras nuevas... Pero no se abordará el doble problema de fondo: en primer lugar, la inhumanidad producida por una lógica carcelaria —en la que se plasma una lógica penal— que priva a los reos de sus derechos humanos fundamentales; y, en segundo lugar, el de una sociedad violenta y que genera violencia en los diversos ámbitos que la constituyen. Lo primero obligaría a una revisión de fondo del esquema de aplicación de justicia predominante y, en consonancia con ello, obligaría al diseño y ejecución de una política criminal acorde con los requerimientos de la democracia que se desea construir en el país. Lo segundo obligaría a abordar el problema de la violencia de un modo más integral, es decir, como un problema que atraviesa el conjunto del tejido social salvadoreño.

G

 

Política


Venezuela al borde del abismo

 

Los sucesos políticos en Venezuela deberían ser motivo de profunda reflexión para todos los políticos y ciudadanos en general de América Latina. De nueva cuenta, el subcontinente parece estar al borde de nuevos episodios de inestabilidad política. La celebración del referéndum revocatorio, el pasado domingo 15 de agosto, al que se sometió el presidente Hugo Chávez, no fue suficiente para devolver la tranquilidad al país sudamericano. En este comentario se intentará una lectura de los acontecimientos políticos en Venezuela y, al mismo tiempo, se abordará la pregunta por su importancia para los demás países del continente.

G

 

Economía


La dinámica de la economía en 2003-2004

 

El contexto del crecimiento económico salvadoreño se ha debatido en los últimos años entre el crecimiento mínimo y la amenaza cada vez mayor del estancamiento de los sectores productivos. El Salvador creció apenas un 2% en 2003, es decir, 0.1% menos que la tasa de crecimiento de la población (2.1%) para ese mismo año, por lo cual el producto por habitante se estancó por cuarto año consecutivo. 2003 fue, pues, el año del peor rendimiento económico desde 1997, salvo 2001, durante el cual se sufrió el impacto de los terremotos y se inició el proceso de dolarización.


Dos años después de la reconstrucción desde los desastres de 2001, la economía salvadoreña parece postrada en la inercia de un crecimiento incierto, sin motores productivos endógenos. Se busca la respuesta en los tratados de libre comercio, como el que se pretende rubricar con Estados Unidos, pero el potencial productivo y competitivo de las empresas, especialmente de las micro, pequeñas y medianas empresas es nulo. Por otro lado, se busca mantener la demanda interna supeditándose al dinamismo de las remesas.

G

 

Sociedad


Situación de la juventud en la coyuntura actual (II)

 


Desde una perspectiva socioeconómica, es evidente que la vulnerabilidad de los jóvenes salvadoreño va aparejada a la carencia de una política integral de Estado enfocada a ese sector. Obviamente, lo anterior no niega los esfuerzos que se hacen desde el Estado para tales fines, pero señala la insuficiencia y desvinculación de los mismos. Uno de los síntomas de lo anterior es la respuesta de la juventud en la política: ante una clase política que se dedica a perseguir sus intereses particulares, los jóvenes, en su mayoría, responden con desinterés, escasa participación y hasta repugnancia. No es de extrañar, como ya se ha dicho en el apartado anterior, que en tiempos electorales la juventud destaque más por su pasividad —como cantera de potenciales votos— que por su real participación —la vía activa— en las discusiones y toma de decisiones políticas.

G

 

Regional


De vuelta al G-20

 

La presente semana comenzó con una noticia interesante en el plano regional: el gobierno guatemalteco ha decidido regresar al Grupo de los Veinte (G-20), integrado por países subdesarrollados que buscan actuar en bloque en las negociaciones internacionales de libre comercio. La decisión es un gesto de autodeterminación del país centroamericano ante un tema espinoso frente a los EEUU.

G

 

Derechos Humanos


Acá, la vida (de los pobres) no vale nada (II)

 

Ante el sufrimiento de la población ocasionado por graves hechos de violencia, el Plan “País Seguro” de Antonio Saca fue una red efectiva para recolectar los votos de los pobres. Con éste, ofreció “realizar todas las acciones conducentes a procurar a sus ciudadanos, la protección, conservación y defensa de los derechos fundamentales, particularmente, la vida, la integridad física, moral y la libertad, permanentemente amenazados por la criminalidad”. Sin duda, el planteamiento convenció a mucha gente; pero la realidad nacional nos obliga hoy a preguntarnos: ¿país seguro para quién? Porque en El Salvador, el hecho de ser pobre, pandillero, mujer, niña o niño tiene como consecuencia un “atención de segunda clase”; “atención” que tiene, como una de sus manifestaciones más evidentes la inseguridad y la falta de protección para estas personas.
Este trato de “segunda” se evidenció con los hechos ocurridos la semana pasada en el Centro Penal “La Esperanza”, el cual se convirtió en el escenario de una de las peores masacres carcelarias durante los últimos quince años, dejando un saldo de treinta y un reos muertos y más de una veintena de heridos.


Independientemente de las razones que dieron lugar a la trifulca, la revuelta comenzó cuando miembros de la Mara dieciocho lanzaron una granada de fabricación artesanal a otro grupo de los reos mal llamados “civiles”, como si quienes pertenecen a las pandillas constituyeran una categoría distinta. Tras la explosión vino la muerte y la confusión. En ese momento, la única participación digna de las autoridades del penal fue realizar disparos al aire para “tratar de calmar” los ánimos de los reclusos; intervención tímida si se quiere, pero prudente, tomando en cuenta la obvia incapacidad de los agentes frente a las dimensiones del problema. Después de seis horas, se procedió a retirar los cuerpos sin vida de los reclusos y atender a los heridos, mientras sus familiares —madres, esposas e hijos— sufrían colapsos nerviosos al no recibir información sobre sus seres queridos.


Aun cuando las autoridades se empeñen en buscar “motivaciones personales” para explicar la tragedia, desligándose de su responsabilidad directa al no tratarse de una riña contra las autoridades del penal, esta desgracia destapó un problema que va más allá del carácter “personal” de los reos. Pareciera que las autoridades quieren ocultar la raíz de estos acontecimientos: el irrespeto de los derechos humanos y el incumplimiento de las leyes.


La Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH) advirtió sobre esta situación a mediados del año pasado, expresando, entre otras cosas, lo siguiente: “si se tomara un interno de nuestro sistema penitenciario, casi con seguridad se descubriría que reside en una celda de características infrahumanas, hacinada de personas, sucia y quizá sin contar con una cama; en caso de estar ‘aislado’, permanecería en una celda en extremo reducida, sin los mínimos espacios para una sola persona, pero en ocasiones compartiéndola con otros. Ese interno no tiene acceso a servicios de salud adecuados, ni a trabajo o educación o a condiciones de higiene dignas; el interno, además, es víctima de las disfunciones y burocracias de la justicia; su seguridad está gravemente afectada por la violencia de la cárcel y, por si fuese poco, ha sido estigmatizado por una sociedad que difícilmente le recibirá de nuevo en igualdad de oportunidades para subsistir.”


De lo anterior se infiere la existencia de graves problemas estructurales e institucionales en nuestro sistema penitenciario diseñado, por cierto, sólo para albergar pobres. En las cárceles del país constantemente se violan diversos derechos: a la vida, a la integridad física, a ser tratado digna y humanamente, entre los más elementales. Contrastando con esta realidad, existe el hecho de que muchos delincuentes de “élite” han logrado evitar su encarcelamiento usando artimañas legales e institucionales.


Ciertamente mucha de la población reclusa —mayoritariamente pobre— ha cometido delitos y ha victimizado a muchas personas. Por tanto, está cumpliendo sus respectivas penas legales; pero eso no justifica ningún castigo infrahumano y mucho menos la tortura. Entonces, ¿era evitable la tragedia? Probablemente sí; y no haberla impedido es atribuible, en parte, a la falta de atención de las autoridades de Gobernación así como a factores estructurales y presupuestarios. A continuación señalamos los más destacables.


De entrada, el hacinamiento. El Penal “La Esperanza”, conocido como “Mariona”, fue construido hace treinta y cinco años con una capacidad para albergar a ochocientos reos. Probablemente, en ese entonces respondía a las exigencias de la época. Pero ahora, alberga a más de tres mil reos —casi cuatro veces su capacidad real— lo que genera sobrepoblación y hacinamiento. Esta situación afecta los derechos básicos de los reclusos y, además, limita la posibilidad de brindar el tratamiento penitenciario para su reincorporación a la sociedad; además, es una expresión del “trato cruel inhumano y degradante” que constituye una violación del artículo 9 de la Ley Penitenciaria, la Constitución de la República y diversos tratados internacionales.


Las celdas de aislamiento no reúnen condiciones de espacio físico adecuado para que una persona habite en ellas. No obstante, están ocupadas hasta por seis internos como sucede en el Centro Penitenciario de San Francisco Gotera. Esto produce un hacinamiento que, según Naciones Unidas, consiste en un trato inhumano y degradante. La situación se agravó con el desatinado “Plan Mano dura”, que tuvo como resultado el encarcelamiento, a toda costa, de pandilleros. Igualmente ha cooperado para su empeoramiento, el abuso por parte de los jueces de la medida de encarcelamiento en la tramitación de los procesos criminales.


En segundo lugar, ha sido gravemente descuidada la seguridad de los recintos, sin proteger así el derecho a la vida. Esto es evidente cuando caemos en la cuenta de que las mismas peleas entre pandillas que ocurren en la calle se repiten al interior de los penales. ¿Será que las autoridades, conscientes de este hecho, creen que estas peleas forman parte de la pena y por ello se muestran indiferentes a evitarlas, aun sabiendo que pueden finalizar con una muerte? Otra negligencia ha sido la falta de clasificación de reos, que buscaría separar a las pandillas rivales, reos comunes, condenados y pendientes de condenar. Y los hechos aquí comentados nos muestran la urgencia de esta clasificación, pues seis de las víctimas no habían sido condenadas.


El tercer factor tiene que ver con las condiciones de “vida” al interior de los centros penales, como la atención de la salud. La PDDH ha constatado que los diecinueve centros penales no cuentan con recursos necesarios para brindar una pronta, adecuada y eficiente atención a los problemas de salud, especialmente tratándose de servicios especializados como el caso de VIH, tuberculosis y problemas de salud mental. La Ley Penitenciaria establece en su artículo noveno, que el interno tiene derecho a que el establecimiento donde esté guardando prisión cuente con las instalaciones sanitarias y médicas mínimas, para garantizar la preservación de su vida, salud e integridad física. Es decir, nos encontramos ante otra violación a la ley por parte de las autoridades.


Otro factor que influye en estos episodios violentos en los centros penales es la escasa actividad con relación a programas, sean estos laborales, culturales, educativos, etc. En especial son escasos los programas especializados según el tipo de delitos cometidos. Muchas veces el derecho al acceso a estos programas está limitado, debido a los insuficientes materiales de trabajo y a espacios físicos adecuados para el desarrollo de las clases. A lo anterior se suman otros factores, como los traslados constantes de los reclusos que obstaculizan estos servicios, y la existencia de prácticas discriminatorias a los miembros de maras, quienes necesitan programas específicos de resocialización. Por otro lado, existe la aplicación de condiciones de aislamiento de reos con finalidades disciplinarias, las que se realizan con arbitrariedad y al margen de los requisitos de la ley.


Por todas estas violaciones a la ley penitenciaria y a los derechos humanos de las personas privadas de libertad, aunadas a otras necesidades —como la mejora del sistema de control de visitas, y la construcción de otros centros de reclusión—, resulta evidente la responsabilidad del Director de Centros Penales, Rodolfo Garay Pineda, en los hechos acontecidos la semana pasada. Dicho en términos más simples, “incumplió su labor”.


En definitiva, vale la pena retomar las palabras de Romero —la voz de los pobres en este país— cuando señaló que “es preciso defender lo mínimo, que es el máximo don de Dios: la vida.”

G

 


 


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