PROCESO — INFORMATIVO SEMANAL EL SALVADOR, C.A.

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    El informativo semanal Proceso sintetiza y selecciona los principales hechos que semanalmente se producen en El Salvador. Asimismo, recoge aquellos hechos de carácter internacional que resultan más significativos para nuestra realidad. El objetivo de Proceso es describir las coyunturas del país y apuntar posibles direcciones para su interpretación.

    Su producción y publicación está a cargo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador. Por favor, asegúrese de mencionar Proceso al utilizar porciones de esta publicación en sus trabajos.

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Año 24
número 1093
Abril 14, 2004
ISSN 0259-9864
 
 
 
 

ÍNDICE



Editorial: Un presidente irresponsable

Política: El Salvador en la guerra antiterrorista de los Estados Unidos

Economía: De víctimas y victimarios en el modelo neoliberal salvadoreño

Comentario IUDOP: ¿Cuál porvenir, cuál miedo? (II)

Derechos Humanos: Derechos Humanos

Comentario: Elecciones, abatimiento y esperanza

 
 
Editorial


Un presidente irresponsable

 

Una vez más, el presidente Francisco Flores cometió un desatino en su ejercicio como jefe del Ejecutivo: mandó a soldados salvadoreños a pelear en una guerra en la cual no hay razón alguna para participar. Por supuesto, en esta decisión no estuvo solo, pues la misma contó con el aval de los diputados de los partidos ARENA y PCN. Unos y otros son responsables del dolor que embarga a las familias cuyos hijos, sobrinos o nietos están arriesgando su vida en Irak o, como es el caso del soldado Natividad Méndez, la han perdido. Por supuesto que a los responsables de ese dolor nadie —por ahora— les ha pedido cuentas por su craso error. Tampoco a ellos se les cruza por la cabeza que deban asumir algún tipo de responsabilidad por los riesgos mortales que están afrontando quienes han sido enviados a combatir en territorio iraquí.


Hay una interrogante clave en el tapete de discusión. ¿Por qué el presidente Flores decidió apoyar con efectivos militares salvadoreños el esfuerzo bélico realizado por Estados Unidos en Irak? Pues bien, antes de responder esa pregunta es pertinente dejar establecido que de lo que se trata para Estados Unidos en Irak es de consolidar su hegemonía económica y militar en la zona del Golfo Pérsico. Este propósito tuvo su primera escalada en 1991, cuando, en el marco de la invasión de Irak a Kuwait, Estados Unidos encabezó la coalición que contuvo los afanes expansionistas del régimen de Sadam Husein. Los atentados del 11 de septiembre del 2001 crearon las condiciones para que la administración de George W. Bush concluyera un trabajo que su padre dejó a medio hacer, es decir, acabar con el poder de Husein, de una vez por todas, e implantar un régimen afín a los intereses norteamericanos.


Pasar a esta siguiente etapa no era fácil, puesto que había que justificar ante la opinión pública estadounidense y ante la comunidad internacional que el régimen de Husein era uno de los bastiones del terrorismo que había golpeado a Estados Unidos el 11 de septiembre. Identificado el responsable de los atentados —Osama Bin Laden— e identificado el territorio desde el cual éste operaba —Afganistán— la amenaza iraquí se disipaba. Pero con Husein había una deuda pendiente por cobrar, amén de la incertidumbre que su régimen planteaba a quienes, en Estados Unidos, tenían (y tienen) ambiciones bien concretas en torno a los recursos petroleros de ese país.
Si Estados Unidos quería acabar con Husein y su régimen tenía que convertirlo en una amenaza real a su seguridad y, más aún, a la seguridad mundial. Dicho y hecho: las agencias de seguridad estadounidenses inventaron un poderío militar iraquí basado en armas químicas y bacteriológicas —poderío que hasta ahora no se ha visto en ninguna parte— y, desde ahí, se preparó el escenario que desembocó en la guerra en contra de Irak, la captura de Husein y la ocupación del país por tropas estadounidenses, secundadas por fuerzas militares de otras naciones, entre las que se encuentran España y El Salvador.


Así, el apoyo militar salvadoreño a Estados Unidos —no a las Naciones Unidas— se inscribe en la etapa de ocupación del territorio iraquí, poco después de que las tropas estadounidenses libraron las batallas que concluyeron con la captura de Husein. Los estadounidenses “liberaron” al pueblo de Irak del dictador, pero no se volvieron a casa. Y ello por varias razones. En primer lugar, porque la invasión militar norteamericana no llevó la paz en Irak, sino que dejó sumido al país en un caos absoluto, en el cual la ley y el orden desaparecieron casi totalmente. En segundo lugar, porque con la salida de Husein del poder viejas rivalidades étnicas y religiosas —mantenidas a raya por el dictador— salieron a relucir con virulencia. En tercer lugar, porque en ese caos y en esa eclosión violenta de rivalidades étnicas y religiosas los intereses militares y económicos de Estados Unidos, lejos de verse garantizados, corrían el peligro de ser sensiblemente afectados. Ya no se trataba de expulsar a Husein y dejar que los iraquíes resolvieran, como mejor les conviniera, sus problemas, sino de ocupar militarmente el país hasta establecer un régimen que fuera conveniente para Estados Unidos. Es esto lo que explica la presencia de las tropas estadounidenses en Irak; es a este esfuerzo de ocupación que se han sumado los efectivos militares enviados por el gobierno de Francisco Flores a Irak.


Decir que los soldados salvadoreños están participando en tareas de reconstrucción en Irak es falso e irresponsable. Es falso, porque ese país está envuelto en fuertes conflictos civiles y militares que impiden cualquier esfuerzo de reconstrucción. Actores principales en esos conflictos son las tropas de Estados Unidos y sus aliados que, al ser tenidas como fuerzas de ocupación, no son bien vistas por sectores importantes del pueblo iraquí. Asimismo, es irresponsable decir que los soldados salvadoreños en Irak están haciendo tareas de reconstrucción, porque como efectivos militares aliados a Estados Unidos se convierten en objetivos militares, a la vez que en ejecutores —conscientes o no— de la estrategia de ocupación estadounidense.


Por su peso cae, pues, la irresponsabilidad del presidente Flores —y de quienes lo apoyaron en la Asamblea Legislativa— al enviar a soldados salvadoreños a Irak. Otros actores de la vida nacional, al avalar la decisión de Flores, se convierten en sus cómplices. Quienes gustan adornar sus opiniones con frases grandilocuentes hablan del compromiso de El Salvador en el combate al terrorismo. Los mas manipuladores hablan de la necesaria solidaridad de El Salvador con la comunidad internacional en la guerra civil que se libra en Irak. Pocos mencionan las ambiciones mezquinas de Flores —la primordial, convertirse en Secretario de la OEA— que lo llevaron a usar a una parte de la Fuerza Armada para congraciarse con el gobierno de Estados Unidos.


Lo más seguro es que la ambición de Flores no se realice. Como quiera que sea, desde ningún punto de vista se justifica que haya traficado con el dolor de un grupo de salvadoreños que en estos momentos está jugándose la vida en una guerra que no es la suya. Por supuesto, Flores y todos los que lo han secundado en la decisión de enviar soldados a Irak pueden estar tranquilos, pues no tendrán que rendir cuentas ante nadie por su grave irresponsabilidad. Por ahora, esas son las reglas de juego vigentes en El Salvador: la impunidad, los abusos de poder y la prepotencia le tienen sin cuidado a los ciudadanos, más preocupados por vivir el día a día que por vigilar y castigar a quienes se valen del poder político para promoverse a sí mismos.

G

 

Política


El Salvador en la guerra antiterrorista de los Estados Unidos

 

Hace pocos días, El Salvador ofreció su contribución, en la pérdida de una vida humana, a la guerra antiterrorista que hace un año George W. Bush llevó a Irak. No se sabe el costo que supone para el contribuyente la presencia del contingente salvadoreño en aquel país. En todo caso, Francisco Flores, con el apoyo de los diputados de ARENA y el PCN, decidieron unirse a la invasión de Irak decretada por el presidente estadounidense.

G

 

Economía


De víctimas y victimarios en el modelo neoliberal salvadoreño

 

El salvadoreño Natividad Méndez Ramos fue, a sus 19 años, la primera víctima latinoamericana en la guerra sin sentido que se desarrolla en estos momentos en Irak. El Salvador mandó tropas al país árabe como parte de su relación de dependencia política y económica con EEUU.
En esas tropas se encuentran salvadoreños jóvenes como Natividad. Si bien es cierto, éste fue una víctima, hay que aclarar que lo fue, pero no tan sólo de la guerra, sino también del modelo económico neoliberal de su país.


Según la Real Academia Española, la palabra “víctima” significa “persona sacrificada que se expone u ofrece a un grave riesgo en obsequio de otra” o en su segunda acepción “persona que padece daño por culpa ajena o por causa fortuita”. La palabra “victimario” tiene una definición más breve: “homicida”.


Estas definiciones sirven para dilucidar cómo el modelo económico salvadoreño ha impactado en la vida de las personas. No es tan sólo que dicho modelo tenga solamente las consecuencias propias del capitalismo, sino que estas mismas consecuencias se ven multiplicadas en un país como El Salvador, donde aplicar un capitalismo en su modalidad extrema —el neoliberalismo— se convierte en un crimen. Las víctimas son las grandes mayorías no propietarias de los medios de producción o las “mayorías populares”, como las llamaba Ellacuría y quienes lo aplican, sus victimarios.


Así, Natividad fue, más que un soldado, una especie de esclavo del modelo. Él y su familia fueron víctimas directas de la pobreza, la exclusión, el desempleo, la falta de oportunidades para garantizar niveles de vida dignos, seres humanos viviendo en los márgenes del supuesto paraíso de bienestar que ofrecen las élites económicas. Sin embargo, en la realidad, este modelo no ofrece posibilidades de una vida digna a la población.

G

 

Comentario IUDOP


¿Cuál porvenir, cuál miedo? (II)

 


El Plan Mano Dura y la elección de Saca como candidato a la presidencia por ARENA contribuyeron a renovar la imagen pública de este partido antes de que diera inicio la campaña electoral; en tanto que el FMLN, al igual que otros partidos de oposición, se vieron enfrascados en la necesidad de defender su posición pública de no apoyar la medida de represión en contra de las maras. Es en este escenario en el que entra en juego otro factor importante en la dinámica electoral. Con los candidatos de los partidos grandes ya elegidos, ARENA se lanza de manera prematura a la campaña electoral paseando a su candidato a lo largo del país, al tiempo que difunde una masiva campaña en los grandes medios de comunicación. La campaña, que a todas luces violaba la reglamentación electoral de no hacer publicidad política antes de los cuatro meses previos a la elección, fue diseñada como una forma de promover el conocimiento y el contacto —aunque fuese mínimo— del candidato presidencial arenero con la gente. Aunque hubo ciertas denuncias y quejas por parte de sectores de la sociedad y de los partidos por esta violación de la normativa, el Tribunal Supremo Electoral y, en cierta forma el FMLN, dejaron pasar la infracción de ARENA. Es más, posteriormente el FMLN se sumó a la transgresión de la normativa al lanzar también su campaña publicitaria. Aunque con muchos menos recursos y presencia en los medios que el partido oficial, el Frente también violó las reglas que prohibían el inicio anticipado de la campaña.


En estas circunstancias, ARENA consolidó su estrategia de inundar el ambiente público con sus mensajes políticos con fines electorales. A pesar de que el FMLN quiso hacer contrapeso a ese esfuerzo publicitario con su propia propaganda, el potencial económico del partido de derecha hizo rápidamente una diferencia en la presencia en los medios. Eso se integró con la complicidad de los grandes medios de comunicación al difundir de forma positiva las actividades areneras y al criticar las posturas e iniciativas que surgieran del partido de izquierda.


Al iniciar el mes de octubre de 2003, el efecto combinado de esos factores (elección de candidatos presidenciales, Plan Mano Dura e inicio anticipado de la campaña) ya se había cristalizado y las encuestas políticas mostraron un cambio radical con respecto a las tendencias políticas que se habían venido manifestando recientemente. La encuesta de octubre del Instituto de Opinión Pública de la UCA (IUDOP) reveló intenciones de voto que ponían a ARENA con casi 19 puntos por encima del FMLN, al tiempo que mostraba que, en términos de simpatía por los candidatos, Antonio Saca reunía las preferencias de casi la mitad de los salvadoreños, en tanto que Schafik Handal alcanzaba menos del 15 por ciento de las preferencias por su persona, incluso por debajo del candidato de la Coalición. El mismo sondeo daba cuenta de que ARENA debía ese impresionante crecimiento a la contribución de votantes nuevos y de ciudadanos que habían votado por otros partidos en el pasado.


Así, cuando llegó el arranque de la campaña en la tercera semana de noviembre, la carrera política se inició con una significativa ventaja a favor del partido ARENA. La encuesta de salida de urnas llevada a cabo por el IUDOP el mismo día de las elecciones en distintos municipios en el ámbito nacional arrojó que alrededor del 70 por ciento de los salvadoreños que asistieron a votar habían decidido su voto antes del inicio de la campaña electoral. Esto significa que los sucesos que tomaron lugar antes del comienzo de la campaña tuvieron un significativo impacto en el desenlace electoral. La mayor parte del resultado electoral fue decidido antes del 21 de noviembre.


Sin embargo, el desarrollo de la campaña electoral aportó también al desenlace de los comicios. Una vez arrancada la campaña ésta fue dominada por una intensa dinámica de polarización que anuló al resto de los partidos contendientes. La encuesta de octubre mostraba que el PCN y la Coalición CDU-PDC acumulaban entre ambos más del 10 por ciento de las intenciones de voto y que en términos personales, Silva estaba algunos puntos arriba en las preferencias populares por encima de Schafik. No obstante, en la encuesta de diciembre, las tendencias habían comenzado a cambiar, los partidos pequeños habían reducido su caudal de apoyo a casi el 6 por ciento y el candidato de la Coalición había sido lanzado al tercer lugar en las preferencias por las figuras presidenciales.


Este fenómeno de polarización, que debilitó significativamente a los llamados partidos de centro y que fortaleció a los grandes partidos de los polos, se fundamentó en una dinámica de rechazos hacia las dos principales fuerzas políticas. Las primeras encuestas preelectorales realizadas antes de que diera comienzo la campaña electoral dieron la pauta para que la gente evaluara su posición partidista con respecto a las elecciones y, basándose en eso, se desarrollaron procesos en los cuales muchos salvadoreños decidieron votar porque no querían ver una u otra opción llegar al poder. Atendiendo a las debilidades de cada bloque político apuntadas anteriormente, mucha gente decidió votar por ARENA no porque estuviesen convencidos de su propuesta política o porque tuviesen confianza de su capacidad, sino porque simplemente no querían ver al FMLN, y en especial a Handal, llegar al poder. Eso explica por qué a pesar de que mucha gente insistía en las encuestas sobre la crisis económica y sobre el mal estado de la cosa pública luego de 15 años de ARENA, a la hora de escoger partido, terminaban decidiéndose por ARENA como el mal menor.


De la misma forma, alguna gente que decidió votar por el Frente lo hizo, no bajo la convicción de que el partido de izquierda era la mejor opción para gobernar al país, sino porque básicamente muchos salvadoreños no querían que el partido oficial se repitiera en el poder por cinco años más. Lo anterior también se explica por el hecho de que la simpatía por el partido de izquierda y hacia su candidato siempre fue menor al rechazo hacia el partido del gobierno, según lo consignan las encuestas de opinión pública. El resultado de las elecciones muestra que la proporción de gente que votó por el FMLN fue más cercana al porcentaje de quienes rechazaban otro gobierno de ARENA, que al porcentaje de simpatías hacia del partido de izquierda. Al final de cuentas, una parte del significativo crecimiento del FMLN se debió al enorme sentimiento de animadversión hacia la posibilidad de otro gobierno arenero.


Esta dinámica significativa de rechazos no sólo configuró el escenario de apoyos políticos sino que también elevó los niveles de participación electoral. Con el afán de evitar que una opción política llegara o se mantuviera en el poder, muchos salvadoreños se decidieron a votar, aún en medio de una fuerte desconfianza en todo el sistema electoral y con la sensación de que podía haber fraude en el desarrollo de las elecciones.


Pero en la dinámica de los rechazos, la animadversión de algunos ciudadanos hacia la figura del candidato del FMLN o hacia el Frente mismo fue aprovechada por los estrategas del partido de gobierno quienes en la campaña electoral fueron desplegando progresivamente una campaña muy sucia. Los dos últimos meses de campaña se caracterizaron precisamente por eso: por el desarrollo de una propaganda política extremadamente sucia, en buena medida ilegal y sin control por parte del Tribunal Supremo Electoral. La derecha, el partido ARENA, los funcionarios del gobierno y la mayor parte de los grandes medios de comunicación se dedicaron a infundir y explotar el miedo acerca de la posibilidad de una victoria política del FMLN. El mensaje del miedo se transmitió de diversas formas y con distintos contenidos. En términos formales, se transmitía desde los anuncios pagados por las organizaciones de fachada de ARENA, hasta las charlas “informativas” organizadas por las empresas para sus empleados. En términos de contenido, el mensaje del rechazo iba desde el burdo pánico por el “avance comunista” hasta el sofisticado mensaje de que en caso de ganar el FMLN el país se volvería ingobernable.


Todos estos mensajes penetraron efectivamente en cierta parte de la ciudadanía, sobre todo la más pobre y menos informada, y sustentados en una imagen de suyo poco carismática por parte del candidato efemelenista, provocaron que mucha gente que estaba dudando si ir a votar o no, se decidieran a hacerlo para favorecer a ARENA.


A ello contribuyó finalmente y sin duda, la confusión creada por algunas encuestas de opinión pública que proyectaron un “empate técnico” en el desenlace electoral. Tales sondeos no sólo aterrorizaron a los estrategas areneros, sino que también proporcionaron la “prueba” frente a muchos indecisos de que la victoria de la izquierda era plausible y que la amenaza tan anunciada por la campaña de la derecha era, por tanto, real. En tal sentido, es muy probable que tales encuestas hayan movido a no pocos salvadoreños a votar por ARENA aún cuando no estaban convencidos de que esa no era la mejor alternativa para el país.

G

 

Derechos Humanos


Derechos Humanos

 

 “No se preocupe usted, madrecita. Coma tranquila, porque Dios me guardará donde yo me encuentro. Hasta pronto, madrecita, estos días pasarán”.
NATIVIDAD MÉNDEZ RAMOS

En memoria
La segunda guerra de agresión por el petróleo iraquí ya cobró la primera víctima salvadoreña: el soldado Natividad Méndez Ramos, de diecinueve años, falleció en Nayaf el pasado domingo 4 de abril; cayó en un violento enfrentamiento entre población de aquel lejano país y las tropas pertenecientes al Batallón Cuscatlán, integrante de la tristemente célebre Brigada “Plus Ultra”. Murió en el conflicto que, a medida que pasa el tiempo, aumenta en intensidad e incrementa un goteo incesante de sangre. Sólo ese fatídico día murieron también veintiún civiles y un infante de marina estadounidense, a los que se suma un triste saldo de doscientas personas heridas.


Por encima de cualquier otra cosa, desde este espacio dedicamos un homenaje especial a esta nueva víctima de la irresponsable inconsciencia del —por suerte— mandatario saliente Francisco Flores. Porque, más allá de los actos castrenses que buscan hacer del joven soldado un “héroe nacional”, las condiciones de vida en las que creció y las circunstancias posteriores que rodean su deceso son las que nos motivan a rendirle tributo y considerarlo —como ya dijimos— más víctima que héroe. Además, porque quiso la desgracia que su muerte coincidiera casualmente con la de otra víctima en nuestro país, que ahora es símbolo de la lucha contra la impunidad: la de Katya Natalia Miranda Jiménez. Esa niña de nueve años y Natividad, pagaron con su vida el precio más alto cobrado por aquellos que —desde las encumbradas alturas del poder político, económico y mediático— violaron y asesinaron el “proceso de paz” salvadoreño, antes de que éste cumpliera diez años.


Como señalábamos, la corta existencia de Natividad muestra una de las caras más amargas de nuestro país. Guaymango —su localidad natal— se ubica en el departamento de Ahuachapán, uno de los más pobres del país y donde la desnutrición sigue causando estragos entre la población infantil. Por eso, desde que tuvo la suficiente fortaleza física trabajó en la milpa para conseguir que él y su familia pudieran “comer”.


Desde entonces se dedicó a eso y por ello —con apenas catorce años y el sexto grado de bachillerato cumplido— ingresó a la Fuerza Armada de El Salvador (FAES). La mayor parte de su salario como militar lo pasaba a su madre y hermanos, para su sobrevivencia. Después, su especialidad en paracaidismo y su pericia como francotirador hicieron el resto. Así, lo seleccionaron para integrar el segundo contingente salvadoreño que participaba en una intervención militar internacional, después de terminado el conflicto bélico interno del pasado siglo.


Desde que se supo públicamente que el gobierno de Flores destinaría personal para colaborar con la intervención estadounidense en Irak, numerosas y variadas han sido las opiniones vertidas. En diversos medios de difusión masiva, cualquiera exponía la fórmula ideal sobre la labor a desempeñar por el Batallón Cuscatlán. Las primeras voces opositoras criticaron el apoyo a los países coaligados en su lucha sin cuartel “contra el terrorismo”, argumentando que antes de enviar ayuda para reconstruir un país extranjero se debía levantar el nuestro. Sobre todo, cuando las tareas tras los terremotos del 2001 todavía no finalizan.


Esas críticas se recrudecieron cuando Méndez Ramos fue muerto y otros doce de sus colegas resultaron heridos. Inmediatamente, familiares de los soldados que aún permanecen en el caliente suelo iraquí y voceros de los principales partidos opositores exigieron el pronto retorno de las tropas salvadoreñas. Entre las opiniones vertidas destaca la de Beatrice Alamanni de Carrillo, Procuradora para la Defensa de los Derechos Humanos. Lejos de realizar un análisis crítico y comedido sobre la situación, esta funcionaria “arengó” a los miembros de la Asamblea Legislativa para que fueran “consecuentes” con los compromisos adquiridos internacionalmente. Es más, calificó la pérdida de Natividad Méndez como de esperada, alegando que en esa guerra la palabra dada está por encima de la cantidad de salvadoreños que puedan morir. Casi textualmente dijo: “No nos vamos a ‘rajar’ con el primer muerto”.


No obstante, se debe valorar el impacto que provoca la cruda realidad de un país agredido como Irak en El Salvador. Se trata de in conflicto que —más allá de la indignación que debería producirnos— no tendría que afectar a nuestra sociedad con muertes como la de Natividad y bajas como las de sus compañeros heridos; sin embargo, por decisión del mentado Francisco Flores, nos ha salpicado directamente con la sangre de un joven soldado y el dolor de su pobre familia. La disposición de Flores se equipara a la del General Maximiliano Hernández Martínez hace más de cincuenta años, cuando se “alió” con Adolfo Hitler y el resto del Eje en la Segunda Guerra Mundial.


Pero, como señalábamos, las críticas escuchadas hasta ahora no pasan de una posición totalmente opuesta a la oficial. Por ello, es necesario cuestionar de raíz algunas de las contradicciones respecto a la labor desempeñada por los soldados salvadoreños en el exterior.


Primera: se justificó el envío de fuerzas especiales del ejército salvadoreño, como parte de una contribución a la “misión humanitaria” de reconstrucción. Más aún, se aseguró que seleccionaron a los mejores y más experimentados profesionales para que la participación fuera exitosa. Sin embargo, la muerte de Méndez Ramos revela la falsedad de lo anterior pues se escogió a un francotirador como él —de apenas diecinueve años y sin experiencia de combate— para realizar presuntas “labores humanitarias”. Una vez más se constata el poder que conservan los llamados “veteranos de la Fuerza Armada de El Salvador”. Ni fueron ellos los primeros en pasar al frente para ir a Irak, ni tampoco escogieron a los más capaces. Al contrario, enviaron a los más necesitados: “los hacelotodo”, “los vendelotodo”, “los comelotodo”… Natividad ingresó a la milicia para mantener a su familia, que dependía de su salario.


Segunda: la evidente falta de información sobre la verdadera situación del Batallón Cuscatlán en Irak. Esa escasez de noticias, afecta no sólo a los familiares directos —preocupados por los riesgos que puedan padecer sus seres queridos— sino también al resto de ciudadanas y ciudadanos. Los voceros castrenses se limitan a explicar que será el Ministro de la Defensa Nacional, Juan Antonio Martínez Varela, quien conteste las preguntas. Así, han surgido serias interrogantes sin respuesta: ¿Qué pasó con los más de cuarenta soldados enfermos de leshmaniasis durante su instrucción militar en Guyana? ¿Cuál es su estado de salud? ¿Cuál es el verdadero origen del fulminante tumor cerebral que afecta al subsargento José David López, veterano de esta guerra en Irak? ¿Por qué no se han dado suficientes explicaciones públicas sobre la muerte de Natividad Méndez Ramos? Todos estos “misterios sin resolver” demuestran que, pese a los años transcurridos, las viejas prácticas al interior de la FAES —como la del manejo centralizado de la información— se mantienen.


Y la contradicción final: que los agitados días de abril en Irak han servido para constatar la instrumentalización que se está haciendo de la FAES, en provecho del gobierno y de los altos mandos de ésta. Sirva de ejemplo comentar la inmediata reacción de las autoridades, tras el deceso del que primer soldado salvadoreño muerto en esa invasión. El interés primario fue declararlo “héroe nacional” y celebrar un funeral con honores militares al más alto nivel. Todas esos actos publicitados en los medios de difusión masiva se hicieron sin respetar siquiera el dolor de la familia. ¿Qué ha cambiado entonces, si la reacción de hoy es similar a la del Comité de Prensa de la FAES (COPREFA) durante la guerra interna? Pero la “fiesta” se le acabó a Flores y su gobierno cuando Herminia, madre del fallecido, no sólo reclamó el cuerpo de su hijo, sino que exigió que fuera enterrado en Guaymango, donde había nacido.


Con todo lo ocurrido, es claro que se busca promocionar la cuestionada imagen de la FAES. Pacificar del todo Irak es, sin duda, una muy larga y difícil empresa. Algo similar ha sido y seguirá siendo el lograr la transformación de fondo en nuestro país donde, por ejemplo, todavía queda mucho camino por andar hasta que todos los militares sin distinción —desde el soldado raso hasta sus más altos jerarcas— cumplan con el mandato constitucional que les ordena ser obedientes, profesionales, apolíticos y no deliberantes.
 

G

 

Indicadores Sociales


Elecciones, abatimiento y esperanza

 

Nueva carta a Monseñor Romero:
Elecciones, abatimiento y esperanza


¿Que pasó el 21 de marzo, Monseñor? Bien conoces los resultados de las elecciones. Ha habido sorpresa, contento, enojo, abatimiento... La derecha lo celebra, y para muchos de nosotros de una manera provocativa: con una misa en catedral, agradeciendo el triunfo a un Dios, cuyos mandamientos no guardó muy bien durante la campaña —y lo celebró a pocos metros de tu tumba—. La izquierda se sorprendió, protestó y se enojó, tuvo que aceptar sus errores, y ahora, con más calma, analiza lo que pasó y por qué pasó. Busca recuperarse —ojalá por buenos caminos—, se ha serenado e incluso habla de triunfo en las elecciones por los 800.000 sólidos votos que consiguió.


También los expertos analizan lo ocurrido, y bueno es que lo hagan con competencia. Pero siempre queda la pregunta para la que no hay muchas buenas respuestas: “¿Y el pueblo? ¿Dónde queda el pueblo en todo esto?”. Suele estar presente en los discursos, pero éstos no llegan a tocar lo profundo de la realidad donde están los pobres. Por eso nos volvemos a ti, Monseñor. No fuiste experto en política, pero nos puedes dar luz, una luz difícil de encontrar en otra parte. Tu gran amor, tu cercanía, tu entrega, te dio ojos para ver la realidad más real, la de los pobres, que, con frecuencia, se nos escapa.

Los pobres de siempre
“Manipulan muchedumbres porque se le tiene cogida del hambre a mucha gente” (16 de diciembre de 1979), dijiste, y sigue siendo verdad. Y también lo es que los poderosos, los oligarcas, como se decía entonces, los ricos de siempre, “no quieren que les toquen sus privilegios” (4 de noviembre de 1979) y los defienden como sólo se defiende a la divinidad. “Cuando la derecha siente que le tocan sus privilegios económicos, moverá cielo y tierra para mantener su ídolo entero” (11 de noviembre de 1979).


Estas palabras no son explicaciones científicas de lo ocurrido ni ofrecen soluciones pragmáticas para el futuro. Son previas a todo ello, pero, sin tomarlas en serio y sin trabajar por superar lo que denuncian, no avanzaremos mucho. Cambian las formas, pero permanece lo fundamental. Hoy dirías: “Manipulan muchedumbres porque se le tiene cogida del miedo a mucha gente”. Hay miedo a perder el trabajo, aunque sea en las inhumanas maquilas; miedo a que se vayan las empresas y vengan de regreso los salvadoreños sin sus remesas. Este miedo se ha introyectado durante la campaña, y no de forma subliminal, sino burda. ¿Y qué libertad le queda a la gente? Es infame pero es real. Y junto a ese miedo se ha inculcado también el miedo a que el comunismo venga al país, si gana la izquierda. Nada de eso es muy democrático, pero todo vale con tal de ganar. Con lo cual la democracia tiene que repensar muchas cosas.


Y con todo eso se encubre también el problema fundamental de los pobres: su inmensa pobreza. Como ahora sólo quedan dos partidos, se habla de “polarización” y del peligro de “ingobernabilidad”. Y bien está. Pero no es honrado plantear tales males sólo, ni principalmente, en el ámbito político. “Polarización” puede haber entre demócratas y republicanos en el país del norte, o entre estadounidenses y europeos en el mundo de abundancia, sin que nada importante se derrumbe ni se ponga seriamente en peligro el buen vivir. Pero en nuestro país y en todo el tercer mundo, describir coyunturas políticas como polarización peligrosa encubre el drama mayor: el “antagonismo” cruel entre “los pocos que tienen todo y los muchos que no tienen nada”, como tú formulaste —llevando a sus límites— el clamor de los obispos en Puebla, en 1979. Se podrá discutir con mayor o menor acierto —y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) se encarga de ello—, si estamos como en tiempos de Puebla. Pero lo fundamental permanece. Los pocos son los principales causantes, por acción u omisión, de los males de los muchos, a quienes, además, ignoran y desprecian. Y llevamos años de elecciones sin ilustrar sobre esta verdadera polarización del país y sin buscarle solución. Las elecciones ni siquiera proponen caminos de solución a esta polarización. Después de las elecciones, los pobres siguen más o menos como estaban.


Y las elecciones muestran además otra tragedia mayor, inhumana y cruel. Más que superar polarizaciones, propician la división entre los pobres, “el trágico espectáculo de los campesinos y sus organizaciones al enfrentarse entre sí”, como lo denunciabas en tu tercera Carta Pastoral de 1978. Y añadías con sabiduría:


“Lo más grave es que no son —única o fundamentalmente— ideologías las que han logrado desunirlas y enfrentarlas... Lo más grave es que a nuestra gente del campo la está desuniendo precisamente aquello que la une más profundamente: la misma pobreza, la misma necesidad de sobrevivir, de poder dar algo a sus hijos, de poder llevar pan, educación, salud a sus hogares”. Y sigue siendo verdad entre las mayorías de pobres en el país.

Una Iglesia de los pobres
Ante esta realidad, ojalá reaccionemos todos. Ojalá los partidos, sindicatos, universidades, gremios... sintamos una mayor compasión hacia las mayorías pobres y actuemos con más justicia y justeza. Pero, ya que te escribo a ti, Monseñor, queremos centrarnos en la Iglesia. Con respeto y honradez, nos preguntamos qué ha hecho y qué hace ahora en este país de pobres.


“Queremos una Iglesia que de veras esté codo a codo con el pueblo pobre de El Salvador” (17 de febrero de 1980), dijiste. No queremos, pues, una Iglesia que, por ser abstractamente de todos, a la hora de la verdad va de la mano de los poderosos y se desentiende de los pobres. Y el peligro es real. Hablando de América Latina, dice José Comblin, sacerdote sabio por ciencia y por edad: “En los últimos años el sistema eclesiástico está siempre más en alianza con las clases dirigentes. Hubo un tiempo en que expresaban las aspiraciones populares, pero hoy en día son mucho más reservadas, siguen un poco la política vaticana de ver lo que va a pasar, no comprometerse demasiado con nadie”. Las palabras son fuertes, pero no se puede negar que hay algo de verdad en todo esto.


Necesitamos una Iglesia de los pobres, Monseñor. Cuando tú estabas con nosotros, nos preguntábamos como Iglesia: “¿qué hemos hecho y qué hacemos para que el pueblo salvadoreño siga crucificado?”, y, sobre todo, “¿qué vamos a hacer para bajarlo de la cruz?”. Es de justicia reconocer que hoy hay mucha gente buena, muchos grupos y comunidades comprometidos con el evangelio, muchos solidarios con los pobres, y con gran mérito de su parte, pues no cuentan con viento a favor. Pero hay que hacer más y hacerlo como Iglesia, es decir, como pueblo de Dios, fieles y jerarquía. Pues bien, necesitamos una Iglesia que, como dijo Juan XXIII, sea mater et magistra, madre y maestra, y por ese orden. Y la jerarquía debe tomárselo muy en serio, pues tiende a cambiar el orden. Ellacuría lo explicó muy bien:


“El carácter maternal de la Iglesia dice lo que ella tiene de partera de humanidad y de santidad, de partera de nuevos impulsos e ideas en favor de la liberación... Configurada la Iglesia como pueblo de Dios, más por las fuerzas maternales que por las magisteriales dentro de ella, estará en mejor posición para dar su contribución a la liberación de los hombres y de la historia”.


Maternalidad es superar la indiferencia y la inacción que se nos van haciendo connaturales ante los problemas de los pobres. Hablamos desde el púlpito muchas veces por encima de la realidad, con palabras de la doctrina social, sí, pero que suenan lejanas y abstractas, poco comprometedoras.


La derecha organiza misas para agradecer a Dios su triunfo, pero la Iglesia no le dice proféticamente su verdad, como tú lo hacías. “Tenemos que condenar esta estructura de pecado en que vivimos, esta podredumbre... Los culpables son precisamente los que mantienen estas estructuras de injusticia social, que hacen perder la esperanza de que se puedan arreglar de otro modo, más que por la violencia”.


Necesitamos una Iglesia maternal, que dé vida al pueblo, que le diga la verdad —también crítica—, que se ponga de su lado, que sufra con él y no aparezca cercana a sus opresores, que le predique el evangelio de Jesús y no verdades abstractas, que le infunda el espíritu de Dios, y no un espíritu que se diluye en mucha música, palmas y jubileos, en muchos programas de radio y televisión, y no llega a aterrizar en la realidad.


Y siendo maternal de esa manera, también podrá ser maestra, y evitará dos peligros. Uno es hablar de la doctrina, como si ya la tuviera bien elaborada, y no tuviese que recibir luz, ciencia, verdad y fe del pueblo pobre. El otro es dar la sensación de hablar como para salir del paso y no enfrentar la realidad, por lo que siempre hay que pagar algún precio. Si algo quisiera pedirte, Monseñor, es que, entre todos fuésemos una Iglesia más maternal.

La esperanza
Entre los pobres es siempre lo más necesario. Muy bien lo dijo Monseñor Rosa en la misa de tu aniversario, el 24 de marzo, poniéndose del lado de los abatidos. “Estamos con quienes esta noche comparten con nosotros el dolor y la esperanza”. El dolor era evidente, pues era grande el desencanto de quienes pensaban que en estas elecciones sí iban a cambiar las cosas. Lo de la esperanza hay que explicarlo un poco más, pues es un fenómeno muy especial de este pueblo. Siempre encuentran algo a que agarrarse, y en esa esperanza siempre estás tú presente.


Contó Monseñor Gregorio Rosa que ese día se había encontrado en la cripta con dos señoras. “Me abrazaron en silencio, llorando. —¿Qué pasó? —Estamos de luto”. Y fueron a la cripta a buscar consuelo. También al Centro Monseñor Romero llegó una señora abatida. Decía: “Monseñor Romero, te volvimos a fallar otra vez. ¡Qué vergüenza! Tanto sacrificio tuyo, de los jesuitas y de tanta gente buena”. Y se fue a la capilla de la UCA a buscar aliento ante un cuadro tuyo y ante las tumbas de los jesuitas.


¿Por qué van a la cripta y a la capilla de la UCA? No lo harían si la esperanza fuese sólo el anhelo de un nuevo futuro, aunque los pobres anhelan con toda su alma que las cosas cambien para poder vivir; o sólo una expectativa, producto de cálculos que llevan a una vida mejor: concientización, organización, praxis y lucha que lleva a la sociedad sin clases; o, según el neoliberalismo, privatización, globalización, que lleva a la aldea global y al fin de la historia. Pero la esperanza no es anhelo, ni expectativa, ni tampoco es optimismo. La esperanza es otra cosa. Es la convicción de que en la realidad hay bondad, y que esa bondad se impone y produce frutos a pesar de todo y en contra de todo. Es esperanza contra esperanza, como decía Pablo, pero esperanza al fin.


La pregunta es entonces de dónde nace esa convicción de que la bondad es posible y de que no estamos condenados a una amarga realidad. La respuesta es muy personal y, para mí, sencilla: allí donde hay amor allí surge la esperanza. Cuando en este mundo cruel, en medio de males, fracasos, engaños y desencantos, hay amor en la gente, en muchos pobres, tanto si han ganado como si han perdido las elecciones, entonces renace la esperanza. Y con ella, el ánimo, el trabajo, la lucha.


Jürgen Moltmann lo dice de Jesús: “No toda vida es ocasión de esperanza, pero sí lo es la vida de Jesús que, por amor, cargó con la cruz”. Y eso mismo ocurrió contigo, Monseñor. El pueblo vio en ti a alguien que, por amor, “caminó codo a codo con él“, “rechazó cualquier seguridad que él no tuviese”, “recogió sus cadáveres”; en definitiva, “hizo gozos suyos los del pueblo”. No arreglaste el país, pero el pueblo te creyó, y mantuviste siempre la esperanza de que el país tendrá arreglo. Con esa esperanza, mantuviste también el ánimo para poner manos a la obra. Y mientras haya esperanza, siempre surgirán hombres y mujeres de praxis, de solidaridad, de análisis, que investiguen nuevos caminos posibles y den pasos realistas hacia adelante...


San Pablo decía: “Estamos acosados, pero no abandonados; nos derriban pero no nos rematan” (2Cor. 4, 7-8), y hoy lo podemos decir gracias a ti, Monseñor. “Muchas veces me lo han preguntado aquí en El Salvador: ¿Qué podemos hacer? ¿No hay salida para la situación de El Salvador? Y yo, lleno de esperanza y de fe, no sólo con una fe divina, sino con una fe humana, creyendo también en los hombres, digo: ¡sí hay salida!” (18 de febrero de 1979).


Por el gran amor que tuviste a tu pueblo la gente sigue yendo a tu tumba. Van a buscar consuelo para su aflicción, ánimo para el trabajo y esperanza para seguir caminando en la historia —humildemente— con Dios.

Gracias, Monseñor.

Jon Sobrino,
San Salvador, 7 de abril de 2004.

G

 


 


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