PROCESO — INFORMATIVO SEMANAL EL SALVADOR, C.A.

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    El informativo semanal Proceso sintetiza y selecciona los principales hechos que semanalmente se producen en El Salvador. Asimismo, recoge aquellos hechos de carácter internacional que resultan más significativos para nuestra realidad. El objetivo de Proceso es describir las coyunturas del país y apuntar posibles direcciones para su interpretación.

    Su producción y publicación está a cargo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador. Por favor, asegúrese de mencionar Proceso al utilizar porciones de esta publicación en sus trabajos.

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Año 24
número 1082
Enero 21, 2004
ISSN 0259-9864
 
 
 
 

ÍNDICE



Editorial: Una sentencia política

Política: Indiferencia gubernamental

Economía: Los pobres siguen siendo mayoría en El Salvador (II)

Sociedad: El año 2004 en perspectiva

Regional: El CAFTA continúa su marcha (I)

Derechos Humanos: Los derechos humanos en el 2003 (y III)

 
 
Editorial


Una sentencia política

 

El fallo de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia sobre el caso de los jesuitas de la UCA era esperado. Se sabía de antemano que el recurso de amparo por denegación de justicia contra el Fiscal General, una juez, una cámara de segunda instancia y otra sala de la misma Corte, no iba a ser admitido. No podía serlo, porque eso hubiera significado impugnar las actuaciones de las instancias inferiores que se negaron a abrir el proceso judicial e investigar los hechos para descubrir a los autores intelectuales del múltiple asesinato. No podía ser admitido, porque hubiera sido proceder en contra del poder que ha colocado a los magistrados en la Corte, precisamente, para encubrir sus crímenes. No podía ser admitido, porque las decisiones más importantes de las salas y de la Corte misma son tomadas de acuerdo a criterios políticos. Los magistrados primero deciden y luego buscan, con mayor o menor éxito, los argumentos jurídicos para encubrir su decisión. La sentencia de la Sala de lo Constitucional sobre el caso de los jesuitas es un ejemplo más de esta manera de proceder.


Conocido el fallo de antemano, los argumentos que usarían despertaban cierta curiosidad. Y, en efecto, en esta ocasión, la Sala de lo Constitucional no ha defraudado. Sus argumentos contradictorios, superficiales e incongruentes ilustran a la perfección lo mal que encubre sus delitos, porque es un delito no fallar apegado a derecho. Pese a haberse tomado más de dos años para encontrar los argumentos encubridores, su esfuerzo es deficiente. Una vez más, los magistrados han demostrado el bajo nivel de formación jurídica y general del sistema judicial. El texto adolece de un mal uso del idioma nacional y del latín. El razonamiento es tan absurdo que constituye una excelente pieza probatoria para respaldar la demanda presentada en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por la misma causa, denegación de justicia. Parte de esas contradicciones, incongruencias y superficialidades está señalada en el voto razonado de la única de los cinco magistrados que conforman la Sala que votó en contra de la sentencia, es decir, a favor de admitir el amparo. Su razonamiento es un ejercicio lúcido de cómo debieron haber razonado los otros magistrados.


La Sala de lo Constitucional miente, porque la abstención del Fiscal General no es una cuestión de mera legalidad, tal como afirma, sino una violación al ordenamiento constitucional. Aquél no puede abstenerse de investigar el delito, porque es una competencia irrenunciable de su cargo. Pero los magistrados liberan al Fiscal General de esta responsabilidad, delimitando, de forma arbitraria, sus competencias, para lo cual citan la Constitución de forma parcial. En este caso, investigar, lleva a hacer averiguaciones en los entresijos del poder. Al Fiscal se le reclama no haber investigado el crimen de la UCA, no si un juez o las mismas víctimas también podían hacerlo. Además, la obligación del Fiscal General de actuar de oficio no está condicionada a que la víctima lo pida, ni a las pruebas que ésta pueda aportar, ni tampoco al Código Penal anterior, porque tanto en éste como en el actual, tiene la obligación de investigar de oficio. Al no investigar no sólo resulta incompetente, sino que, además, viola varios derechos constitucionales.


Es falso también que las víctimas no hayan reclamado la investigación del crimen, en el plazo establecido por la ley, aparte que un delito como el de la UCA cae bajo el principio de la justicia universal y, por lo tanto, es imprescriptible. Desde que se cometió el crimen, las víctimas han pedido de manera insistente y constante la investigación de sus autores materiales e intelectuales; pero fueron amenazadas e insultadas y ahora, el sistema judicial les niega el derecho a la justicia. De todas maneras, al traspasar a las víctimas la responsabilidad, la Sala de lo Constitucional se olvida del carácter procesal del derecho y de la obligación de las instancias judiciales y estatales de tutelarlo. En su afán por encubrir, los magistrados se contradicen, porque consideran a las víctimas agentes habilitados jurídicamente para tutelar este derecho, lo cual es improcedente, desde cualquier punto de vista.


Las mentiras de la Sala de lo Constitucional encubren los delitos de los poderosos, los militares y los políticos. Encubren a los autores intelectuales de un crimen imprescriptible y también la mala calidad y los vicios de los funcionarios del sistema judicial. Los magistrados llegan a tal extremo que argumentan con las mismas razones de los funcionarios judiciales demandados, las cuales hacen propias, incluido el absurdo de la validez de un “derecho latente”. Si el derecho no es aplicable, es irrelevante. Asimismo, asumen el disparate de un tribunal inferior, que alegó la prescripción del delito, porque el Código Penal derogado beneficiaba a los acusados, cuando, en realidad, en ese código, un crimen como el de la UCA prescribe a los quince años y no a los diez, tal como alegan los magistrados. Fiscales, jueces y magistrados que acusan a las víctimas y encubren a los verdugos no son más que prevaricadores. Al defenderlos, la Sala de lo Constitucional se vuelve cómplice de prevaricato.


La Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia no sólo ha mentido, en el caso de los jesuitas, sino que, además, ha actuado de una manera irracional. Redujo las trece demandas presentadas a cuatro y los alegatos de éstas a asuntos de mera legalidad y discrepancia de opinión. Olvidó que las normas internacionales sobre derechos humanos son vinculantes y obligan al Estado y a las instituciones, incluida la misma Sala, que las partes en conflicto y los civiles se encontraban sujetos a las convenciones de Ginebra y sus protocolos, los cuales son vinculantes, que el contenido de la norma constitucional debe ser delimitado desde la misma Constitución y no a partir de normas inferiores a ella, que la jurisprudencia insiste en que las normas inferiores a la Constitución deben ser interpretadas con criterio extenso cuando están relacionadas de forma positiva con los derechos fundamentales y con criterio restrictivo, cuando lo están de forma negativa. Usó estas normas para construir argumentos que no corresponden a la cuestión planteada. Estas irracionalidades ponen de manifiesto el intento deliberado de los magistrados de negar el acceso a la justicia a las víctimas. La misma dilación de más de dos años para responder a la demanda es un obstáculo. Sin duda, para la Corte Suprema de Justicia, estos retrasos también deben ser cuestiones de mera legalidad.


Otra irracionalidad de la Sala es sostener que los argumentos no son peticiones, con lo cual justifica que el juzgador no los haya tenido en cuenta. Esto contrasta con su mismo proceder. En efecto, responde a las víctimas con los mismos argumentos de los juzgadores demandados, a quienes les da la razón de forma mecánica, sin dar ninguna explicación de su postura, a lo cual está obligada por la ley. En la práctica, los magistrados utilizan los argumentos de los demandados como peticiones para ser exonerados de responsabilidad, con lo cual la Sala cae en una nueva contradicción.


Es irracional el uso que la Sala hace de las palabras latinas ad initio e in persequendi. Con ello pretende demostrar que las demandas por inconstitucionalidad deben hacerse al principio del proceso, de lo contrario, están fuera de lugar. En realidad, las demandas se hacen también durante el proceso, porque en su desarrollo, los funcionarios del sistema judicial violaron los derechos de las víctimas a la justicia. Ahora bien, la afirmación de la Sala en cuanto a que la abstención del Fiscal General, la cual consta por escrito, no es una negativa expresa a investigar el delito, es simplemente descabellada. Cuando la Sala juega con las palabras para mentir, no sólo cae en la irracionalidad, sino que ofende a las víctimas y a la ciudadanía. Para evadir la prescripción del delito, los magistrados dicen que aquélla ocurre o no ocurre, pero no puede ser interrumpida. Con estos retruécanos, abusos y malos usos del lenguaje, los magistrados, salvo una excepción, muestran su mala voluntad.


La Sala es irracional cuando modifica la jurisprudencia constitucional sin dar razones. Cuando cambia de parecer, por ley, debe explicar con claridad sus razones. Así, no analiza el contenido de la ley de amnistía, ni hace referencia apropiada a los hechos denunciados. Ni siquiera se molestó en citar sus sentencias anteriores, en las cuales sentó precedente. Pero no sólo omite su propia jurisprudencia, sino que incluso la contradice, en algunas cuestiones. En el caso de los jesuitas, la Sala de lo Constitucional, con la excepción del voto razonado en contra, no respondió a los argumentos, sino que, con juegos de palabras, irracionalidades, mentiras y superficialidades retomó los alegatos de los demandados y los hizo suyos. Es, pues, una Sala débil, cobarde y prevaricadora, siempre dispuesta a proteger al fuerte, e inescrupulosa a la hora de culpabilizar a las víctimas.

G

 

Política


Indiferencia gubernamental

 

La semana recién pasada, precisamente el 16 de enero, se celebró el duodécimo aniversario de la firma de los Acuerdos de Paz. Este evento, sin duda de mucha importancia para la vida política del país en el último decenio, pasó inadvertido para las autoridades del partido oficial. Ningún representante del gobierno se acordó de la fecha. Además, pocos son los medios de comunicación que presentaron alguna atención al documento firmado en 1992. Ni mucho menos se habló de la necesidad de volver sobre ciertos tópicos aun pendientes y, sin embargo, previstos en el documento firmado en el castillo de Chapultepec.

G

 

Economía


Los pobres siguen siendo mayoría en El Salvador (II)

 

Algunos de los principios que constituyeron desde sus inicios los pilares político-ideológicos del actual partido en el poder, Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), rezan así: “la libertad es la base del progreso humano”; y, muy conectado a este último principio, “el Estado desempeña un papel subsidiario”.

Dichos principios no sólo han moldeado la visión y acción de ARENA en los tres gobiernos que ha presidido, sino que han deformado su incidencia en la sociedad. Su visión ha sido, en esencia, lineal y dogmática. Las consecuencias negativas de su visión se reducen a la fórmula “dejar hacer, dejar pasar”, típica de las economías de capitalismo anárquico, es decir, las neoliberales. El decálogo del Consenso de Washington, lanzado en 1990, se convirtió en la punta de lanza de los programas económicos de ese partido.

G

 

Sociedad


El año 2004 en perspectiva

 


No debiera causar extrañeza que las mismas actitudes mostradas en el 2003 por los distintos actores políticos, sociales y económicos en cuanto a la realidad social de los salvadoreños se mantengan en el año que comienza. No es de extrañar, tampoco, que los temas más discutidos por la sociedad durante la segunda mitad de año recién pasado —la firma del TLC con Estados Unidos y las elecciones presidenciales— continúen presentes en la opinión pública nacional. Con todo, el próximo 1° de junio marcará un antes y un después en lo que se refiere a la situación del país, independientemente de la fórmula presidencial que resulte ganadora.

G

 

Regional


El CAFTA continúa su marcha (I)

 

La mayoría de los gobiernos centroamericanos —con la sola excepción del costarricense— cerraron el año 2003 con el fin de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio (TLC) con los EEUU (conocido bajo sus siglas inglesas CAFTA), celebrando por todo lo alto. Después de las fotografías de los responsables de la economía del Istmo con la delegada del gobierno de Bush en las negociaciones, después de las declaraciones de los gobernantes en el sentido de que el final de las rondas de negociación del CAFTA abren la puerta para una era de promisión en el Istmo, hay que recordar que el TLC entre Centroamérica y la primera potencia mundial aún no ha terminado de atar los muchos cabos sueltos que tiene desde su concepción.

G

 

Derechos Humanos


Los derechos humanos en el 2003 (y III)

 

III. Participación ciudadana
El primer artículo de nuestra Constitución determina que la persona humana es el origen y el fin del Estado. Considerando eso, queda claro el centro del orden social salvadoreño: las mujeres y los hombres que habitamos en el país. Nada tendría sentido para la estructura jurídica, si no es por aquellos y aquellas que la originan y determinan. Es innegable, entonces, que las acciones organizadas o no de las personas en su afán por satisfacer sus derechos y necesidades es un componente obligado en desarrollo nacional. De hecho, ningún cambio trascendental en las formas de vida política, económica o social en el mundo ha ocurrido sin el concurso de una colectividad que lo impulse o apoye. Esa lección es aún más evidente en el ámbito de los derechos humanos, donde tiene una triple dimensión.


En primer lugar, está el “derecho a participar”. Casi de forma universal, éste es considerado como una prerrogativa inherente a la persona humana; incluso, se ubica como una característica “natural” del ser, en cuanto “animal político”. En segundo término, es obligación estatal permitir y promover la participación de las personas, siempre que la misma no afecte de manera grave otros derechos fundamentales. Por último, no basta con reconocer ese derecho y permitir su ejercicio; además, la participación debe ser valorada por los gobernantes al momento de tomar sus decisiones y la misma —para ser eficaz— debe influir en la transformación positiva de la sociedad.


Partiendo de eso, podemos comentar brevemente algunas experiencias relevantes de participación ciudadana ocurridas en el 2003; las mismas, retratan a personas ejerciendo —en lo posible— ese derecho.


Destaca el enorme interés que generó y genera entre la gente, la exigencia de una investigación exhaustiva en el caso de la violación y asesinato de la niña Katya Natalia Miranda Jiménez. De manera casi inédita, se recolectaron alrededor de veinticinco mil firmas de personas de todos los estratos sociales que —indignadas ante la pasividad del Fiscal General de la República— exigieron reiniciar las averiguaciones y sancionar a los responsables de tan aberrante crimen. Eso convierte al caso en otro que, pese a la deficiente actuación de las autoridades, ya obtuvo un veredicto moral y colectivo contra los asesinos, sus encubridores y las autoridades encargadas de dar con éstos y hacer justicia.


A esa exigencia apoyada por tanta gente, se suman varias marchas en el interior del país rechazando la violencia sexual contra niñas y niños, así como la inauguración de un complejo deportivo en San Salvador bautizado con el nombre de la pequeña víctima; ambas expresiones de participación ciudadana, en el marco del cuarto aniversario del asesinato de Katya. También, la madre de la niña ha recibido —en su asilo dentro del territorio estadounidense— miles de cartas de apoyo solidario provenientes de todo el mundo, a partir del apoyo que le ha brindado Amnistía Internacional. No cabe duda que por algo se empieza y todas estas iniciativas son reflejos fieles de que el repudio social que rodea a este crimen, puede contribuir a la realización de grandes cambios en un futuro cercano.


Siempre en el campo del acceso a la justicia, el IDHUCA ha acompañado casi nueve años la lucha valiente e incansable de la familia García Prieto Giralt en su afán por esclarecer —por fin— la autoría intelectual en el homicidio de su hijo Ramón Mauricio y castigar a los culpables. Iniciando el año, se interpuso denuncia formal en la Fiscalía General de la República (FGR) contra el general Mauricio Ernesto Vargas, eterno sospechoso de ordenar la ejecución del joven. Con esa demanda, inició un capítulo más en la batalla ejemplar de esta distinguida familia por obtener justicia; su esfuerzo es ya emblemático en el combate a la impunidad durante la posguerra y ejemplo que ha animado a otras víctimas a luchar.


En el mismo sentido, se debe destacar el ahínco de Yolanda Carías Novoa. El infame homicidio de sus hijos Guillermo y Federico, de 29 y 12 años respectivamente, la ha convertido desde noviembre del 2000 en otro símbolo de dolor y sed de justicia. Durante el primer trimestre del 2003, entregó una declaración jurada a la FGR detallando en ella —de forma minuciosa— una gran cantidad de datos, nombres y pistas útiles para la investigación del doble crimen.


De estos casos conviene subrayar que los familiares sobrevivientes, casi nunca han recibido respuesta eficaz de las autoridades a sus legítimas peticiones; eso, debido al interés de proteger a poderosos o influyentes criminales. Pese a ello y a las amenazas e insultos, estas personas han optado valerosamente por el camino más difícil; el que a veces parece sin salida, pero que cada día cuenta con más adeptos y gente solidaria dispuesta a transitarlo junto a estas víctimas —ahora acompañadas— que están haciendo justicia al andar.


Pero la participación ciudadana en el 2003 no sólo tuvo que ver con casos individuales. Casi al término del primer semestre se desarrolló la fase final de la huelga de empleados, trabajadores y médicos del Instituto Salvadoreño del Seguro Social (ISSS), iniciada en septiembre del 2002. Esta venía perdiendo fuerza, sobre todo porque el proceso privatizador del ISSS fue detenido al final del 2002; a esas alturas, las reivindicaciones de los huelguistas eran más bien propias de su sector. Se negoció la solución del conflicto cuando el Ejecutivo estaba muy desgastado por la crisis y había disminuido la fuerza de los reclamos en su contra. De la huelga quedan, entre otras, dos conclusiones importantes: que esa forma de participación política fue crucial para frenar la privatización de los servicios públicos de salud, es una; la otra, que los dirigentes del movimiento necesitan un olfato político más agudo pues la integración de su principal líder en la fórmula presidencial del FMLN —a pesar de lo que digan— no dejó de empañar los legítimos propósitos por los que muchas personas participaron en la lucha.


Tampoco podemos obviar ejemplos negativos en la materia durante el 2003. Destaca por su alcance cuantitativo y cualitativo, el elevado ausentismo y abstencionismo en las elecciones municipales y legislativas de marzo. Según datos oficiales, a las urnas acudió el 43.5% de la población apta para votar; así, el 56.5% de ésta decidió no participar. Por encima de las fallas en el padrón electoral y de mucha gente incluida en éste que vive fuera del país, es evidente la apatía que generan los partidos políticos y el desencanto que le provocan a la gente quienes dirigen o tienen posibilidades de dirigir la cosa pública.


Resultó trascendente, también, que en el 2003 se realizaron negociaciones sobre el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre la región y Estados Unidos de América. Pese a la importancia del proceso, que culminó con la firma del documento al final del año, el gobierno salvadoreño se movió a espaldas de la población. ¿Qué negoció y por qué se ocultó lo negociado? Las notas periodísticas y la publicidad alrededor del acuerdo no responden la interrogante, pues no pueden considerarse ni como información a la sociedad ni como intervención activa de ésta en un asunto nacional tan esencial. Son más las dudas acerca del TLC, que las certezas sobre su contenido y su posible impacto positivo en el país. Quizás la mayor expectativa que la propaganda oficial ha despertado entre nuestra gente, es el cambio de las costumbres alimenticias de las y los estadounidenses al dejar las hamburguesas y las salchichas para enloquecer con las pupusas, el loroco y los tamales salvadoreños que —según parece— generarán riqueza y sacarán del “tercer mundo” a El Salvador.

Conclusión
Más allá de esa última ironía, salta la interrogante: ¿Cómo anduvo la participación ciudadana en el 2003?. La respuesta brota al comparar los hechos de participación narrados y el funcionamiento institucional, ante la triple dimensión que sobre la participación ciudadana mencionamos al principio del anterior apartado. Y es la siguiente: deficitaria. Porque la mayoría de la gente no está ejerciendo ese derecho, en buena medida por algo comprensible: la suma del desencanto, la desconfianza y la frustración de años.


Por eso y pese a que existen importantes pero atomizadas experiencias de participación en distintos ámbitos, no existe un verdadero movimiento social que —sobre la base de su poder— le cobre la factura a un liderazgo político, económico y gubernamental que muy poco ha hecho por avanzar hacia el cumplimiento de lo que establece el artículo constitucional arriba mencionado: “El Salvador reconoce a la persona humana como el origen y el fin de la actividad del Estado, que está organizado para la consecución de la justicia, de la seguridad jurídica y del bien común”.

G

 


 


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