PROCESO — INFORMATIVO SEMANAL EL SALVADOR, C.A.

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    El informativo semanal Proceso sintetiza y selecciona los principales hechos que semanalmente se producen en El Salvador. Asimismo, recoge aquellos hechos de carácter internacional que resultan más significativos para nuestra realidad. El objetivo de Proceso es describir las coyunturas del país y apuntar posibles direcciones para su interpretación.

    Su producción y publicación está a cargo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador. Por favor, asegúrese de mencionar Proceso al utilizar porciones de esta publicación en sus trabajos.

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Año 23
número 1037
febrero 19, 2003
ISSN 0259-9864
 
 
 
 

ÍNDICE



Editorial: Propaganda sin propuestas

Política: Ausencia de la política en las discusiones comerciales

Economía: El CAFTA: crónica de una política comercial sin justicia anunciada

Sociedad: Subestimado impacto social del TLC con EEUU

Regional: La marcha del TLC en el área centroamericana

Derechos Humanos: TLC y responsabilidad social

Indicadores Sociales: Hogares pobres urbanos y rurales (1991-2000)

 
 
Editorial


Propaganda sin propuestas

 

La campaña electoral está en pleno apogeo. Si en una primera etapa de la misma lo más llamativo fue la escasa alusión por parte de las figuras partidarias a los problemas más graves del país —dando pie a lo que en este semanario fue calificado como un “divorcio” entre la campaña política y la realidad nacional—, en una segunda etapa de la misma lo característico es, no sólo la insistencia de los candidatos en problemas gruesos del país —pobreza, desempleo, inseguridad ciudadana, delincuencia, basura y salud, entre otros—, sino su compromiso de hacerles frente y resolverlos. Pareciera, entonces, que la realidad nacional ha terminado por imponerse en las agendas de los candidatos y los partidos. A juzgar por el giro en el discurso político de las últimas dos o tres semanas, de la evasión se ha pasado al compromiso con los problemas más agobiantes de los salvadoreños.


Sin embargo, esta presencia de la realidad nacional en la campaña electoral debe ser examinada con ojos críticos, para no dejarse arrastrar por las apariencias y la manipulación mediática. Por una parte, es necesario caer en la cuenta de la distinción entre la propaganda y las propuestas de gestión legislativa y municipal. Aunque es algo de sobra conocido, no está por demás recordarlo: la propaganda política buscar “vender”, mediante distintas técnicas de mercadeo, un determinado producto —candidatos y partidos—, sin más objetivo que la comercialización misma de ese producto. Para la propaganda lo que cuenta es la imagen, el colorido, la música y las grandes promesas. Todo con el fin de “gustar” a los potenciales “compradores”, es decir, los votantes. Para gustar, nada mejor que el juego de imágenes; eso lo saben bien los asesores y directores de campaña. ¿Y el contenido? El contenido es irrelevante o, en todo caso, debe subordinarse a las exigencias de la publicidad.


Las propuestas, si en verdad son tales, difieren diametralmente de la propaganda. Para comenzar —y fijando la atención en las próximas elecciones municipales y legislativas—, una propuesta sólida debe contar como mínimo con los siguientes componentes: diagnóstico —que recoja los principales ejes problemáticos nacionales y/o municipales—; objetivos —que orientarán estratégicamente el quehacer legislativo y municipal en el período correspondiente de gestión; costos: cuántos recursos materiales y humanos se requerirán para cumplir esos objetivos y de dónde provendrán; tiempos: cuáles serán los plazos de ejecución de las metas programadas; y, finalmente, mecanismos de fiscalización y control: cómo se vigilará y pedirán cuentas a quienes se han comprometido con tales o cuales metas.


Cuando se habla de propuestas, pues, se habla de los contenidos programáticos de una gestión legislativa y municipal y no de meros ofrecimientos grandilocuentes con fines propagandísticos. Obviamente, ya es costumbre que en El Salvador se haga pasar como propuesta lo que no es más que simple y llana propaganda. Precisamente, la actual campaña electoral abunda en propaganda, pero con una penuria de propuestas, que no sería tan alarmante de no ser por los ingentes problemas que tienen acorralada a la sociedad salvadoreña entre la frustración y la desesperanza.


Algunos de esos problemas se han incorporado a la campaña electoral, pero lo han sido más al nivel de propaganda que de propuestas, lo cual es ciertamente preocupante. Por un lado, esos problemas son abordados de forma superficial por figuras políticas que muchas veces parecen no saber bien de lo que hablan. Expresiones como “erradicación de la pobreza”, “seguridad ciudadana”, “generación de puestos de trabajo”, “atención a la juventud” y “combate al crimen” se escuchan a diario en los distintos espacios mediáticos en la boca de candidatos de todos los colores y adscripciones políticas. En la mayoría de los casos, se ha tratado de frases hechas; las exposiciones más detenidas han sido más la excepción que la regla. Y, cuando esto ha sucedido, no todo ha sido argumentación bien fundamentada; antes bien, la superficialidad ha sido lo característico en el discurso político más elaborado.


Además de abordar como temas de propaganda problemas socioeconómicos que deben ser asumidos en el plano de las propuestas, los candidatos y los aparatos publicitarios a su servicio “inflan” imprudentemente su capacidad (y compromiso) de hacerles frente y resolverlos. Es decir, ofrecen más de lo que efectivamente pueden hacer desde los puestos de poder que aspiran alcanzar a través del mandato popular. Así, no es inusual escuchar a candidatos a alcalde que ofrecen terminar con la delincuencia, la pobreza y la crisis en el sistema de transporte público o candidatos a diputado que ofrecen mejorar la calidad de la educación, moralizar a la sociedad y combatir eficazmente el crimen organizado. Si se detuvieran a pensar un poco en sus atribuciones institucionales y constitucionales, caerían en la cuenta de lo absurdo de muchas de sus promesas. Pero, no hay que olvidarlo, cuando se trata de propaganda todo está permitido, aunque con ello se generen expectativas infundadas en los ciudadanos que, al final, se traduzcan en mayor frustración social.


En su afán de ganar votos a como dé lugar, candidatos y partidos banalizan problemas y situaciones que afectan vitalmente a la mayoría de ciudadanos. Pocos son los líderes políticos que, en la coyuntura actual, se están haciendo cargo, con seriedad, de los desafíos económicos, sociales y políticos que tiene planteado en estos momentos El Salvador. En su mayoría, partidos y candidatos han asumido problemas y situaciones graves del país con un propósito meramente propagandístico. Los debates, foros y encuentros promovidos por instituciones de la sociedad civil, con el afán de forzar a los candidatos a sincerarse con los ciudadanos, están siendo usados como espacios gratuitos de propaganda, perdiéndose la oportunidad de desarrollar una cultura de evaluación pública de quienes van a ocupar puestos de mando en el aparato del Estado. La ausencia de propuestas, entre tanto, sigue siendo el talón de Aquiles de la mayor parte de candidatos y partidos.

G

 

Política


Ausencia de la política en las discusiones comerciales
 

Una gran ausente de los debates que se dan actualmente en el país en torno a la negociación del Tratado de Libro Comercio (TLC) con los Estados Unidos ha sido la política. Lo que se dice al respecto es que se trata de unas negociaciones puramente técnicas, que deben involucrar de preferencia a los actores económicos. En estas condiciones, los políticos no son bienvenidos. Al contrario, podrían constituirse en un estorbo para la buena marcha de las negociaciones.


Está claro que este tipo de discurso reproduce una opinión, bastante en boga, que busca desvincular por todos los medios el quehacer económico de la intervención política o estatal. Se trata, más que todo, de un esfuerzo por mantener alejados a ciertos actores que incomodan y que no comulgan necesariamente con la línea de la preeminencia de la economía por encima de las demandas y necesidades de la sociedad.

G

 

Economía


El CAFTA: crónica de una política comercial sin justicia anunciada

 

Cuando el comercio se convierte en un fin en sí mismo y no en un medio para llevar bienestar y desarrollo a las personas, se corre el peligro de que su impacto se convierta en un arma de doble filo. La inserción externa desmedida de la economía salvadoreña al mercado global parece ser la única y absoluta estrategia económica seguida por el gobierno. De hecho, en palabras de Roberto Rubio, director de la Fundación Nacional para el Desarrollo (FUNDE), “el Ministerio de Economía se ha convertido en un simple Ministerio de Comercio Exterior, descuidando su rol. Se ha abandonado la política industrial, ya que se ha suprimido la Dirección de Industria. Justamente estas deformaciones no permiten que haya una adecuada inserción externa”.

G

 

Sociedad


Subestimado impacto social del TLC con EEUU

 


Es difícil cuantificar con exactitud el impacto social de un eventual Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, pero sí es fácil darse cuenta que esta es una cuestión más bien marginal en las negociaciones que centroamericanos sostienen desde enero del presente año con sus pares estadounidenses. La mayoría de las mesas de negociación —cooperación; solución de controversias y asuntos interinstitucionales; compras del sector público y propiedad intelectual; ambiente y laboral; acceso a mercados; y servicios e inversión— se centran en asuntos estrictamente comerciales —y las que no, se supeditan a lo comercial—. De igual manera, el raquítico debate suscitado en El Salvador, a propósito de las negociaciones, hace poco eco de lo que significará para la sociedad salvadoreña un acuerdo de esa envergadura, en tiempos en que el libre comercio se convierte en el fin y no en un instrumento para el desarrollo de las naciones.

G

 

Regional


La marcha del TLC en el área centroamericana

 

La concreción del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre las naciones centroamericanas y los Estados Unidos (conocido por CAFTA, por sus siglas en inglés) se ha planteado para un tiempo relativamente corto —un poco más de un año—, si se compara a otros tratados firmados anteriormente. Se trata de un proceso acelerado, cuya culminación está prevista para principios del año entrante. En este apartado evaluaremos la marcha del proceso en el área. El momento es importante, dado que esta semana el Consejo de Ministros de Economía de Centroamérica (COMIECO) se reunió en Costa Rica para “trazar de manera conjunta los lineamientos que se seguirán en la próxima reunión con Estados Unidos y demostrar que cada vez estamos más unidos como región” (LPG., 18.02.03), según el ministro salvadoreño, Miguel Lacayo.

G

 

Derechos Humanos


TLC y responsabilidad social

 

Tanto para el poder real en El Salvador como para el formal, cada vez más difícil de distinguir el primero del segundo, una de las mayores apuestas en la actualidad –quizás la mayor– es la negociación y la firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos de América. Eso no es noticia, como tampoco lo es que el gobierno “arenero” le prometa al sector textil salvadoreño –léase “maquila”– enormes beneficios como resultado de ese proceso. En definitiva, la industria de la confección aparece como la jugada más clara del lado salvadoreño –entiéndase “la gran empresa privada”– en las actuales y muy confidenciales conversaciones de cara a la rúbrica de dicho acuerdo comercial; un acuerdo comercial que en la práctica, más que “liberarizar” el asunto, impone reglas que sólo favorecen a los “socios” más fuertes del mismo.


La decisión de convertir al país en una “gran maquila” no es nueva; hace unos años la anunció Armando Calderón Sol y ahora pretende concretarla su sucesor en Casa Presidencial. Baste recordar el discurso de Francisco Flores cuando acabó su tercer año de gobierno; en el mismo ofreció aumentar las ”zonas francas”, cuyo mayor atractivo se encuentra en la exención de impuestos, las facilidades crediticias y –sobre todo– la casi total inexistencia de organizaciones sindicales, principalmente como resultado de acciones oficiales encaminadas a lograr ese objetivo.


Para Flores y sus empleadores, estas nuevas inversiones generarán empleo en masa. Tal afirmación no es más que otra de sus demagógicas ofertas en un momento como el actual, cuando la situación para los sectores desfavorecidos de nuestra sociedad se complica aún más. “Echar todos los huevos en la misma canasta”, como dice la gente, es demasiado arriesgado por cuanto la industria de la ropa es uno de los primeros rubros que resienten los efectos de las crisis económicas. Tanto la marcada vulnerabilidad como la poca estabilidad de estas empresas, vuelven precarias las garantías que pueden ofrecer a sus empleados.


Quienes pretenden resolver el problema del desempleo mediante la firma del TLC con el “amigo del Norte”, encuentran ante sí una realidad que los desmiente con creces; sin embargo, la niegan con demasiada facilidad. Hasta el momento, dicen, las empresas beneficiadas por las exportaciones a consecuencia de los tratados de libre comercio ya suscritos han incrementado sus ventas. Pero, ¿cuánto ha aumentado la nómina de sus trabajadores y en qué medida han mejorado las condiciones laborales de los mismos?


En la práctica, aunque se publicite como “maná” la generación de nuevas inversiones en el país como resultado del anunciado acuerdo con los Estados Unidos de América, las empresas que vengan enfilarán básicamente su actividad a la confección y el ensamblaje. Por tanto, serán escasos los beneficios reales que generen los productos ya transformados y pocos los vínculos que se creen con otras empresas ya instaladas. En suma, las posibilidades de propiciar un efecto dinamizador en la economía nacional con la firma de ese TLC son muy limitadas.


Y es que hablar de maquila es volver la vista a las pésimas condiciones en las que trabajan las personas dentro de las fábricas; es, a fin de cuentas, en éstas descubrir una fuente de graves violaciones de derechos humanos reconocidos en la legislación nacional e internacional, de manera especial en lo relativo a lo laboral y contra las mujeres. El deber de protección ante las mismas y de garantía para prevenir que ocurran le corresponde al Estado, dentro del cual debería jugar un papel fundamental el Ministerio de Trabajo con sus inspectores. Pero eso no ocurre y es aquí donde, una vez más, se desnuda la verdadera política gubernamental en la materia, al permitir que se obtenga el máximo beneficio económico posible con las mínimas responsabilidades empresariales.


En ese escenario, se requiere que surjan e impulsen acciones imaginativas de participación social organizada para contribuir a asegurar la vigencia de los derechos laborales dentro de las maquilas, mediante el respeto de las leyes y el funcionamiento adecuado de las instituciones. Hacia esa dirección apuntan los esfuerzos del Grupo de Monitoreo Independiente de El Salvador (GMIES), después de casi siete años de existencia. Quienes iniciaron esa “aventura”, no imaginaron entonces la dimensión de los retos por enfrentar ni el alcance de la tarea que deberían desarrollar. En aquel momento pensaron que sólo eran parte de un intento de solución novedosa a un conflicto laboral puntual y que, con su aporte, podrían enriquecer el valioso esfuerzo colectivo por mejorar las condiciones de trabajo en las maquilas.


Pronto descubrieron con sorpresa que la experiencia del GMIES no sólo se había convertido en motivo de comentario sino también de reflexión y hasta escándalo, sobre todo fuera de El Salvador. No era para menos. Por primera vez y no por iniciativa propia, una “marca” transnacional permitía que organizaciones sociales con trayectoria reconocida en materia de derechos humanos, verificaran lo que ocurría dentro de sus fábricas proveedoras. Era la incursión en un espacio hasta entonces vedado, como resultado de algo que la historia de la humanidad nos enseña: que los avances en materia de reconocimiento y respecto de derechos humanos, sólo se logran mediante la lucha organizada de la gente.


La experiencia del GMIES atrajo la atención de sectores gubernamentales, empresariales y activistas en los Estados Unidos de América, Canadá, Europa y Centroamérica; así, el monitoreo independiente se convirtió en tema de discusión alrededor del cual han habido críticas constructivas, ataques virulentos y hasta reconocimientos bien intencionados; pero de ninguna manera, ha pasado desapercibido. De cualquier forma, era evidente que se había llegado a un punto de inflexión en lo relativo a la responsabilidad que tendría una empresa transnacional sobre el respeto real —no sólo discursivo— de los derechos de la gente que le produce, independientemente de que esté o no contratada por aquélla.


En la actualidad, existen por lo menos cuatro iniciativas multisectoriales en los Estados Unidos de América que intentan garantizar el acatamiento de los llamados “códigos de conducta” empresariales. En el continente europeo, la “Campaña Ropa Limpia” ha logrado —en coordinación con sindicatos, organizaciones de la llamada sociedad civil y empresas europeas— iniciar una serie de proyectos “piloto” para verificar el “cumplimiento de los códigos”. En Centroamérica existen cuatro grupos independientes de seguimiento sobre el tema de las maquilas. En términos generales, el tema se ha incorporado a la discusión global sobre la responsabilidad de las empresas transnacionales en el respeto de los derechos de las y los trabajadores. Sin duda, poco a poco se va admitiendo que las compañías transnacionales tienen responsabilidad en el trato que reciben las personas que trabajan para ellas dentro de toda la cadena de abastecimiento.


El movimiento “antisweatshop” ha logrado colocar el tema en la agenda pública y sensibilizar a las “marcas” para ofrecer productos con garantía de haber sido elaborados sin violar derechos laborales. En buena medida, gracias a ese movimiento el público consumidor demanda a las grandes empresas de indumentaria impulsar acciones efectivas para el respeto de lo establecido en las leyes y en sus propios códigos de conducta. Asimismo, el llamado “consumo políticamente correcto” se ha vuelto un tema de importancia para el público, algunas empresas y ciertos Estados. Todo esto comienza a ser parte esencial de las relaciones ordinarias entre las fábricas maquiladoras y sus contratantes, las “marcas”; de igual forma, las y los trabajadores junto a algunas organizaciones sindicales también están aprendiendo a utilizar de forma creativa esos códigos en favor de sus reivindicaciones.


Eso está pasando, pero no en El Salvador. Las “marcas” ven con desconfianza a las organizaciones sociales locales que verifican códigos de conducta y es evidente la renuencia de los empresarios locales a mantener altos niveles de cumplimiento. En algunos casos raros, se mejoran las condiciones más por la presión de las “marcas” que por convicción; por ello, dichos progresos no perduran. Tampoco falta quien, dentro y fuera del país, vea con mucha desconfianza las iniciativas de monitoreo independiente y hasta las ataque, argumentando —entre otras cosas— que desalientan la organización sindical. En el gobierno se habla de “agendas políticas ocultas”, resistiéndose a admitir las limitaciones propias y las potencialidades ajenas. Así las cosas, no cabe duda que en el país falta mucho por hacer y mejorar en materia de cumplimiento y respeto a los derechos laborales. Ello vuelve más frágil, aún, la apuesta de la gran empresa y el gobierno en el marco del TLC con los Estados Unidos de América.

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Indicadores Sociales


Hogares pobres urbanos y rurales (1991-2000)

 

                                                                              

Año                     Sector urbano             Sector rural   

  

1991                             53,7                            66,1           

1992                             52,9                               65           

1993                             50,5                            65,3           

1994                             43,8                            64,6           

1995                                40                            58,2           

1996                             42,4                            54,8           

1997                             38,7                            61,6           

1998                                36                            58,7           

1999                             32,8                            55,4           

2000                             29,8                            53,7                           

 

Fuente: EHPM/DIGESTYC.                               

Cfr. Escobar, Beatriz; García, Marielos; Hernández, Xochitl y Lemus, Karen: La reproducción del factor trabajo en el capitalismo desde  la teoría marxista contenida en El Capital, 2002               

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