PROCESO — INFORMATIVO SEMANALEL SALVADOR, C.A.

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    Su producción y publicación está a cargo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador. Por favor, asegúrese de mencionar Proceso al utilizar porciones de esta publicación en sus trabajos.

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Año 23
número 1003
junio 12, 2002
ISSN 0259-9864

 
 
 
 

ÍNDICE



Editorial: Han perdido el rumbo
Política: La estrategia electoral del FMLN
Economía: La economía en el informe del tercer año de gobierno
Sociedad: Tres años de gestión y el rezago de lo social
Internacional: El “prestigio internacional” de Flores: ¿logro o vergüenza?
Comentario IUDOP: Los salvadoreños evalúan el tercer año del gobierno de Francisco Flores (I)
Derechos Humanos: La montaña mágica
 
 
 
 

EDITORIAL


Han perdido el rumbo

    Ha tenido que venir uno de fuera, de una prestigiosa universidad estadounidense, a decirles que así como conducen el país, su economía y su política, no alcanzarán la meta que se han propuesto. Es decir, les vino a decir que habían perdido el rumbo, en el lenguaje del presidente; o que no eran competitivos, en el lenguaje al uso. Es lo mismo que la UCA, en sus diversas publicaciones e intervenciones, ha estado diciendo desde hace tiempo, porque el conocimiento de la realidad nacional no es privilegio del afamado docente del norte. La diferencia es que a él se lo aceptan, aunque a regañadientes; pero no sólo se lo aceptan, sino que, además, le pagan una buena cantidad de dinero para que les venga a decir la verdad sobre el país, en el cual viven y al cual despojan.


En resumidas cuentas, lo que les dijo es que no son competitivos, porque parece que creyeron, erróneamente, que la productividad de un país descansa en los índices macroeconómicos y no en las empresas; porque se olvidaron de la microeconomía, una pieza fundamental del desarrollo económico; porque no producen, y para exportar hay que producir bienes de calidad y hacer uso de las nuevas tecnologías; porque no capacitan a su mano de obra y, además, le ofrecen salarios muy bajos, con lo cual sólo crean más pobres; porque la actividad económica y la riqueza están concentradas en un reducido grupo; porque los integrantes de este grupo gozan de privilegios, impidiendo así una verdadera competencia local, vigorosa y amplia, entre ellos. Si no saben cómo competir en el ámbito local, tampoco podrán hacerlo en el internacional.


A este propósito, les hizo algunas advertencias. La primera fue que pusieran los pies en la tierra, porque los tratados de libre comercio no significaban más competitividad. Esta sólo podría conseguirse si lograran revertir los señalamientos anteriores, aparte de que debían dejar de creer que ser competitivo era dar la espalda a la agricultura. La segunda advertencia que les hicieron fue que sin una agenda nacional y sin un plan de desarrollo también nacional nunca tendrían éxito. Pero esa agenda y ese plan deben tener como fundamento una visión compartida del país y sus problemas, no sólo por el gobierno de turno, sino también por la empresa, los sindicatos y la academia. Por lo tanto, se impone trabajar para conseguir un consenso amplio, lo cual hasta ahora ha sido rechazado por los diferentes gobiernos de ARENA.


Asimismo, les dijo que no se hicieran falsas ilusiones creyendo que el desarrollo y la prosperidad estaban al alcance de la mano. Les advirtió que para llegar ahí era necesario un esfuerzo sostenido de muchos años, así como también políticas de Estado y no de gobierno. Es decir, que las políticas que conducen a esa meta no pueden responder a las creencias o caprichos del mandatario de turno, sino que deben tener como fundamento ese consenso amplio y estar respaldadas por un plan nacional, cuya agenda concreta debe estar vinculada al presupuesto nacional.


Por lo tanto, deben volver a establecer una instancia que planifique el rumbo. Creer que las inversiones recientes hechas en el país son el comienzo de la solución es otra falsa ilusión, porque esas inversiones han llegado atraídas por las privatizaciones y no por el interés de crear nuevas industrias y producir nuevos bienes para exportar, y porque son inversiones que buscan mano de obra barata, la cual sólo crea más pobreza. Es decir, la maquila no es ninguna solución a los desafíos del crecimiento económico, del desarrollo sostenible ni de la pobreza. Les dijo también que no pueden seguir despreciando el cultivo de la ciencia y la tecnología, para lo cual tienen que relacionarse de manera orgánica con las universidades. En este punto también debe haber acuerdo entre empresarios, gobierno y universidades, pues el país debe contar con una estrategia nacional para desarrollar los campos de la ciencia y la tecnología, dos aspectos básicos del desarrollo sostenible.


Les dijo que no pueden excusarse en la existencia de una oposición política que impediría el desarrollo, porque para eso están el diálogo y el consenso; tampoco pueden utilizar como excusa las catástrofes, porque éstas ocurren cuando los recursos disponibles son utilizados de manera inadecuada. En fin, les dijo que estaban haciendo exactamente lo contrario a lo que debían para alcanzar las metas que se habían propuesto.


La cima de la montaña, pues, no está tan a la vuelta, como lo cree el presidente Flores. Mientras siga insistiendo en la misma ruta, sus llamados a “redoblar esfuerzos”, a “hacer acopio de todo nuestro optimismo”, porque “vamos a conquistar nuestra montaña”, “la cima del desarrollo”, “por la ruta de la libertad”, carecen de sentido. Los dos gobiernos anteriores, también de ARENA, hicieron invitaciones similares y después de trece años de bregar con la ruta, el país todavía está lejos de la cima. Esta sigue estando lejana para la mayor parte de la población salvadoreña. La desesperanza que genera la ausencia de posibilidades reales para llevar una vida humana y digna en El Salvador no ha llevado a la comodidad, tal como lo sostiene el presidente, en su discurso. Hace tiempo que la población salvadoreña tomó su propia decisión. Abandonó la guía que le ofrecían esos gobiernos y escogió su propia ruta, la que conduce hacia el norte. Con gran coraje asume los enormes riesgos de esta ruta clandestina, pero una vez puesta en camino, se esfuerza por llegar a la meta. La mayoría que lo intenta, lo consigue. Aquellos que son devueltos, lo vuelven a intentar cuantas veces es necesario. Es así como los coyotes son mejores guías que los presidentes de ARENA. El ejemplo de los que se van hacia el norte es más aleccionador que el de los escaladores del presidente, al menos para la mayoría de la población salvadoreña.


Con todo, las críticas del “profesor” fueron bien recibidas. El mismo presidente Flores reaccionó de inmediato, afirmando —con demasiada facilidad— que tomaba nota de todas ellas. Bastantes las consideraron constructivas, pero no se ve por qué éstas sí lo son y las que hace la academia nacional desde dentro no lo son, puesto que, en realidad, son idénticas. Tal vez sea porque éstas se las hace un distinguido profesor de una reconocida universidad del norte, por una buena cantidad de dinero. En cualquier caso, lo importante es que tomen nota de lo mal que conducen el país y se pongan a trabajar para corregir las prácticas predominantes en la actualidad.

   G

POLÍTICA


La estrategia electoral del FMLN

 

    En la celebración de este tercer año de mandato, Francisco Flores ha recibido las calificaciones más altas en lo que va de su gestión al frente del tercer gobierno de ARENA. Según el último sondeo del Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) de la UCA, los salvadoreños evalúan con un 6,2 —en una escala de 1 a 10— el desempeño del presidente. Consecuentemente, el 1° de junio, en su discurso ante la Asamblea Legislativa, el mandatario salvadoreño estaba de fiesta, rebosante de optimismo. En un abrir y cerrar de ojos barrió a los opositores con su parábola de los alpinistas. Su gobierno representa, según su particular punto de vista, a los visionarios; quienes no se dejan amilanar por las dificultades, dispuestos, en toda ocasión, a escalar la montaña, en su camino hacia la cercana cima.


    En este afán por recalcar su optimismo y su fe en las mejorías que considera su gobierno ha aportado a El Salvador, Flores calificó a los críticos y opositores de su gestión de cómodos y de ser predicadores de la fatalidad. “No faltará quien espere que su pesimismo contagie a los demás” —nos dice el mandatario—, “porque la desesperanza también es una forma de comodidad. De todos los peligros que enfrentamos, este es el más pernicioso, puesto que socava las energías que necesita un pueblo para enfrentarse a los retos, problemas y adversidades que el futuro trae siempre consigo”.


    A su vez, los periódicos que se sitúan en la línea oficialista recalcan que “la gestión del presidente se caracteriza por la sensatez de sus propuestas, lo ponderado de sus posturas, la habilidad en sortear los desafíos de la oposición y en abrir espacios al país en los Estados Unidos y la Comunidad Europea”. En fin, para los adalides de la derecha, Flores “es un consumado diplomático, a quien toman muy en cuenta el presidente de Estados Unidos y el presidente del gobierno español. [Y además] gracias a su gestión personal es que Centroamérica tiene la oportunidad de iniciar, en los próximos meses, su incorporación al Mercado Común de América del Norte, y de llegar a un TLC con la Comunidad Europea” (El Diario de Hoy, 2 de junio de 2002, p.19).


    A partir de esas consideraciones, no hay lugar para crítica alguna. Flores dice que sabe a dónde conduce el país. Pretende divisar ya la cúspide de la montaña. A fuerza de parábolas, combate a los incrédulos. Como remedio a las posibles influencias que puedan tener los llamados predicadores de mala fortuna, quienes se oponen al abnegado y trabajoso esfuerzo de los círculos areneros para hacer viable este camino cuesta arriba, Flores invita a armarse de valor y a hacer oídos sordos ante las prédicas de mal agüero. Toda una receta de psicología política para despistar a los salvadoreños sobre los problemas que enfrentan a diario. Pero, en su lucha en contra de los calificados de predicadores pesimistas, Francisco Flores se ha revelado como un maestro de engaños; lleno de cinismo y capaz de pasar de largo sobre los problemas más acuciantes que vive el país. Es la gran falacia que contienen sus parábolas.


    Sin esta pizca de cinismo no se entiende cómo el presidente pudo iniciar su discurso, por un lado, alabando el tema en el que se encuentra reprobado por la mayoría de los salvadoreños: la dolarización; y, por otro, hablando de las bondades que ha traído para las familias que ganan más de nueve mil colones al mes. Se sabe de sobra que para la mayoría de salvadoreños es un insulto evocar cifras tan altas para medir su bienestar. Entonces, o el Presidente quería insultar a las familias salvadoreñas que ganan el salario mínimo, o es un político inepto que desconoce las reglas básicas para evitar la reprobación de sus conciudadanos.

 
    Lo que sucede, en definitiva, es que al Presidente no le interesa en realidad lo que piensa la mayoría de los salvadoreños, por lo obnubilado que se encuentra por el ascenso suyo y de sus partidarios hacia la montaña de beneficios que le traen sus políticas económicas. Por eso se da el lujo de ignorar la opinión de la mayoría de los salvadoreños, calificándolos de insensatos, que no entienden que la cima está cerca. La crítica a los predicadores de mala fortuna es suficiente para sostener su discurso, del que está seguro que encontrará buen eco en una población desconcertada por la política oficial y en una izquierda tan inepta como para capitalizar el creciente descontento popular por la insatisfacción de sus necesidades básicas.


    Así las cosas, es otra farsa hablar de respeto, apertura democrática y política en el país. Francisco Flores ha hecho de estos tres años en el poder una tribuna privilegiada para desacreditar a la izquierda y a cualquiera que piense diferente sobre la manera como su equipo conduce los destinos de El Salvador. En este sentido, no hay lugar a hablar de apertura o capacidad de diálogo. Además, el discurso del Presidente en la Asamblea Legislativa no deja dudas sobre su poca disposición a enmendar en los temas en que los salvadoreños le reprochan su actuación. Lo importante para el mandatario es descalificar a cualquier oposición, incluso a la gran mayoría de salvadoreños que no experimentan ninguna mejoría en sus condiciones de vida, pese a los publicitados logros económicos de los que tanto alarde se hace. La única diferencia con el antiguo régimen es que ya no se mata por pensar de manera diferente. Sin embargo, se sigue negando el derecho a disentir y a ver de manera distinta el funcionamiento del país o el mondo en que las autoridades políticas llevan a cabo su proyecto de nación.


    Los medios de comunicación afines al gobierno se encargan de condenar a los que piensan de manera diferente. El ostracismo es practicado sin ningún escrúpulo. Y se niega a los salvadoreños el derecho más elemental de decir que no se sienten favorecidos por las políticas gubernamentales. La acusación de “cobardes” o de “predicadores de mala fortuna”, del último tramo del discurso presidencial no es gratuita, pues responde al mejor estilo de los areneros que se sienten los únicos capacitados para interpretar y dar solución a los problemas que enfrentan la mayoría de los salvadoreños.
Si bien es cierto que políticamente lo anterior puede ser válido y que en una situación de competencia sana cada uno de los actores políticos hará lo posible para demostrar que es el verdadero representante de los intereses de la mayoría de salvadoreños, lo que no se puede avalar es el linchamiento noticioso al que condenan los medios oficialistas a los que disienten de las posturas de sus protegidos. En este sentido, se puede decir todo del gobierno de Flores, menos que sea democrático, abierto al diálogo y dispuesto a concertar, como pretenden hacerlo pensar unos determinados directores de opinión.

     G

ECONOMÍA


La economía en el informe del tercer año de gobierno

 

    Uno de los primeros temas al que hizo referencia el presidente Francisco Flores, en su “Informe de tercer año de gobierno”, fue el de la economía familiar, por considerarlo un tema “decisivo”, tanto que ameritaba iniciar su alocución “señalando los efectos que la ley de integración monetaria ha tenido en el país”. Además, en su informe abordó otros tres aspectos económicos: la eliminación de los subsidios al diesel, la expansión de las maquilas y los tratados de libre comercio.


    Nada se dijo del impacto de otras medidas que durante este gobierno se han implementado, ni sobre aquellas que se ofrecieron sin llevarlas a la práctica. La reducción o eliminación de los subsidios al consumo de energía eléctrica y agua, la eliminación de las exenciones al pago de IVA por compra de alimentos y medicamentos, la introducción del FOVIAL, el incremento de los impuestos para las micro y pequeñas empresas y los despidos masivos operados en el sector público, no se mencionan obviamente por conveniencia, pero sí han incidido sobre el “decisivo” tema de la economía familiar.


    Nada se dijo tampoco del comportamiento de los principales indicadores macroeconómicos, como, por ejemplo, las tendencias de la producción, de las exportaciones y de la maquila; la situación del déficit fiscal; las necesidades de financiamiento del gasto público y el ritmo de endeudamiento público. Estos aspectos fueron abordados previamente por el Ministro de Hacienda y Secretario de la Presidencia, Juan José Daboub, quien vertió interpretaciones triunfalistas del desempeño macroeconómico que contrastan con evidentes tendencias económicas desequilibrantes, comparables con las mismas estadísticas gubernamentales (Proceso, 1001).


    Una evaluación de los tres años del actual gobierno debe realizarse teniendo en cuenta lo que el gobierno ofreció en su programa de gobierno y no tanto las medidas improvisadas que se han ido tomando en el camino, o las oportunidades fortuitas como la Iniciativa de la Cuenca del Caribe y la proliferación de maquilas textiles con salarios inferiores a la línea de pobreza extrema.


    En su toma de posesión, el mismo presidente Francisco Flores anunció en otro grandilocuente discurso las grandes líneas programáticas de su gobierno: eliminación del riesgo cambiario para proporcionar estabilidad y predictibilidad a los inversionistas, así como la búsqueda de finanzas públicas sanas.


    El programa económico anunciado en esa ocasión incluía también medidas para favorecer a sectores productivos debilitados y la puesta en marcha de políticas sectoriales para el agro que elevaran su competitividad y rentabilidad (por ejemplo, sistemas de riego, asociatividad agrícola, financiamiento e información estratégica).


    Tres años después, solamente el primero de los ofrecimientos ha sido cumplido y, a juzgar por el más reciente discurso presidencial, ello no mejoró el clima para los inversionistas como se esperaba, pero sí favoreció la economía familiar de los salvadoreños. En los otros campos no hay logros que destacar: las finanzas públicas continúan ampliando su déficit y los sectores productivos languideciendo ante la impavidez del gobierno. Quizás por ello, el Presidente ha preferido destacar otros aspectos en su evaluación de tres años que —dicho sea de paso— han tenido beneficios dudosos sobre la economía familiar o bien han sido anulados por otras medidas de política económica que son sospechosamente excluidas del informe y ya mencionadas arriba.


    De las referencias hechas por el presidente Flores destaca, en primer lugar, que la dolarización pretende presentarse como una medida que ha contribuido al mejoramiento de la economía familiar, lo cual es una verdad a medias. A juicio del Presidente, uno de los impactos de la “integración monetaria” ha sido la reducción de los intereses pagados por las familias a los acreedores bancarios, algo que, aunque pueda ser cierto, no dice nada de la situación de las familias más representativas del país: aquellas sin vehículo, sin tarjetas de crédito y sin acceso a crédito para adquirir viviendas.
A la mayoría de la población le da igual el que las tasas de interés suban o bajen, porque simplemente no se relacionan con el sistema financiero (inclusive, muchas microempresas se ven obligadas a recurrir a prestamistas para financiarse). Más aún, no está claro que la tendencia hacia la reducción de las tasas de interés pueda atribuirse exclusivamente a la dolarización, pues ya se registraba una disminución desde el año 2000. Lo que sí es claro es que la dolarización ha traído aparejadas muchas desventajas y complicaciones para la política fiscal, monetaria y comercial (Proceso, 986).


    Un segundo aspecto reseñado por Flores fue la eliminación del subsidio a las tarifas del transporte público, lo cual a su juicio, también ha favorecido a la economía familiar, pues “le devolvió a los salvadoreños 350 millones de colones al año”. Sin embargo, esta “devolución” fue utilizada inmediatamente para que los dueños de vehículos pagaran el Fondo Vial destinado al mantenimiento y reparación de carreteras. La eliminación del subsidio ha creado en la práctica tendencias desfavorables para la economía familiar, ya que ha abierto cauces para incrementos en las tarifas del transporte público —algo que ya está sucediendo en ciudades del occidente y oriente del país—.


    El incremento de las zonas francas sería otro gran logro del gobierno del Presidente Flores, quien apuntó que a lo largo de sus tres años de mandato, el total de zonas francas se habría expandido desde 7 a 15 y en ellas se da empleo a un estimado de 90,000 personas, predominantemente del sexo femenino. Sin negar esta dinámica, también debe decirse que este tipo de crecimiento económico adolece de una alta dosis de incertidumbre y volatilidad, a la vez que presiona para el mantenimiento y expansión de fuentes de empleo de bajos salarios y pésimas condiciones. Las maquilas textiles contratan predominantemente mano de obra no calificada que devenga un salario equivalente —o inferior— a la línea de pobreza extrema. Estas empresas se caracterizan, además, por emigrar ante la más mínima señal de cambios en el entorno (v.gr.: incremento de salarios, sindicalización, imposición de impuestos y eliminación de programas preferenciales por parte de Estados Unidos).


    Finalmente, los tratados de libre comercio son señalados por Flores como otro logro de su gobierno que han estimulado las exportaciones hacia México y República Dominicana, con los cuales se han suscrito tratados de libre comercio y que en el futuro favorecerán las exportaciones a Panamá —país con el que recién se firmó un tratado—, Canadá, la Unión Europea y los Estados Unidos. La omisión que se detecta acá, y que ya se ha señalado antes, es que aunque las exportaciones hacia México hayan crecido, las importaciones lo hicieron mucho más, ampliando el déficit comercial con ese país. Además el volumen de comercio con países como República Dominicana y Panamá es tan reducido como los impactos que podrían esperarse de tratados con esos países.


    Muchas veces, las declaraciones e interpretaciones de la realidad de los funcionarios públicos son un insulto a la inteligencia. Un gobierno realista no puede ufanarse de logros que no son suyos (como la proliferación de la maquila textil y el equilibrio macroeconómico logrado a base de los flujos de remesas), presentar verdades a medias o escamotear la continuidad y profundización de tendencias desequilibrantes, de desaceleración económica y de contracción de la producción agropecuaria.


    A tres años del actual gobierno, lo único que se ha cumplido es la eliminación del riesgo cambiario, algo por lo que se ha pagado un alto precio y que no ha provocado grandes cambios en los montos de inversión, como lo revela la tendencia decreciente de las tasas de crecimiento económico. El gobierno sigue en deuda con promesas como la sanidad de las finanzas públicas y el apoyo de sectores productivos y, más importante aun, continua postergando la adopción de medidas correctivas de problemas que han venido señalándose hasta la saciedad desde hace más de un lustro.

   G

SOCIEDAD


Tres años de gestión y el rezago de lo social

    Desde la óptica del presidente Francisco Flores, El Salvador ha dado pasos agigantados en materia socioeconómica, durante los tres años de su gestión gubernamental. Apelando a las estrategias de apertura comercial, aumento del gasto social y de la inversión pública —sin olvidar el eficiente manejo publicitario—, el mandatario destaca como sus mayores logros la creación de cientos de empleos; la suscripción y negociación de Tratados de Libre Comercio; la dolarización; la reforma del sistema de transporte; la construcción de carreteras; la reducción del analfabetismo y mortalidad infantil; la reconstrucción de escuelas, viviendas y centros hospitalarios, luego de los terremotos; la estabilidad migratoria para los salvadoreños en el exterior; y el combate frontal contra la delincuencia.


    Evidentemente, desde los Acuerdos de Paz, el país ha logrado importantes avances en los sectores señalados. La sociedad salvadoreña ha alcanzado niveles aceptables de estabilidad, en comparación con otras sociedades centroamericanas. Y ello debido, en su mayor parte, a la canalización de las energías colectivas, sobre todo en momentos de tragedia como los suscitados por el Mitch y los terremotos de enero y febrero de 2001.
No obstante, siguiendo con el tono retórico del presidente en su discurso, los salvadoreños estarían “a medio camino” en la ruta hacia el desarrollo económico y social, lo cual se hace más evidente —insistiendo en la salvedad de algunas sociedades centroamericanas— en el marcado retraso de los sectores sociales salvadoreños a la hora de establecer símiles con las regiones o países con los que el gobierno ejerce la apertura económica. En este sentido, un examen medianamente profundo —y realista— de la gestión de Flores hace resaltar, en primer lugar, los logros señalados anteriormente, pero, habiéndolos matizado, se impone una realidad de rezago, deficiencias y carencias en materia social.


    Ello no es obstáculo para que Flores, al rendir su informe ante los diputados de la Asamblea Legislativa —un discurso calificado como “realista” por los grandes empresarios y “en las nubes” por la izquierda y la Procuraduría de los Derechos Humanos—, haga alarde de los logros de la Policía Nacional Civil, las diferentes carteras de Estado (Educación, Salud, Economía, Obras Públicas y Relaciones Exteriores) y la “valentía y eficiencia” de la Fuerza Armada.


    Flores plantea números claros para referirse a los logros de su gobierno: apertura de ocho nuevas zonas francas y 100 mil empleos seguros; 738 millones de dólares para 2002 en inversión pública; 473 kilómetros de caminos rurales y 150 de carreteras troncales; reconstrucción de 2 mil 473 escuelas después de los terremotos; crecimiento de la población infantil en 105 mil 700 niños desde 1998; reducción del analfabetismo al 15%; dotación de techo provisional o permanente a 243 mil familias afectadas por los sismos; alrededor de 225 mil compatriotas amparados el TPS en Estados Unidos y un modelo de seguridad ciudadana que “se adapta a las necesidades del país... [que] contempla: una completa reingeniería institucional de la PNC, un profundo proceso de depuración, el ordenamiento de la planificación estratégica y operativa, y el incentivo a la participación ciudadana”.


    Las cifras pueden aceptarse o discutirse, pero no son estas las que suscitan más sospechas, sino el hecho de que el presidente Flores muestre un optimismo, hasta cierto punto exagerado, tratando de ocultar una realidad que se impone: los logros en educación son mínimos, tomando en cuenta los grandes desafíos en materia educativa; la reforma del sistema de salud ha sido postergada por intereses oscuros desde los sectores oficiales; el sector vivienda enfrenta una grave crisis debido a la precariedad de las estructuras habitacionales —sobre todo las unidades aún habitadas por las familias damnificadas—, los déficits cuantitativos y cualitativos y las dificultades financieras; aunque la incidencia de los secuestros ha disminuido, El Salvador sigue teniendo altos índices de homicidios; el sector laboral ha entrado a una etapa histórica de menor representatividad en la vida nacional; finalmente, no se ha podido detener el creciente flujo de migrantes hacia el exterior y no se les ha podido brindar la protección necesaria en su ruta migratoria.


    Al presidente Flores se le olvidó mencionar que la pobreza afecta a más de la mitad de los salvadoreños (51.2% luego de los terremotos) y que el desempleo y subempleo es uno de los mayores flagelos de la población. Adicionalmente, la inseguridad ciudadana —a pesar de los avances en el modelo de seguridad— sigue siendo un gran reto para la corporación policial. En último término, se impone la deficiente gestión ambiental y de riesgos en El Salvador, de cara a los limitados recursos y a los recurrentes desastres ocasionados por fenómenos naturales (sequías, terremotos y tormentas).


    Así las cosas, resulta quimérico afirmar que El Salvador haya alcanzado el desarrollo socioeconómico —y, en esto, el discurso del presidente Flores sí que es realista—. Lo que el mandatario no dice es que la población salvadoreña está dividida por grandes —casi insuperables— brechas en materia social y económica. El país —bajo la administración de Flores— sigue siendo una de las regiones más desiguales del planeta; la concentración de la riqueza y del ingreso abre una brecha infranqueable entre los salvadoreños. Los terremotos vinieron a cambiar el mapa de pobreza, dejando en paupérrimas condiciones a amplios sectores poblacionales.


    A estas alturas, un recuento de la dinámica de la pobreza y de las brechas socioeconómicas existentes en el país puede resultar disonante, sobre todo para los sectores —gobierno y empresa privada— que se ciegan ante la realidad. El problema está en que, contrario a lo que aquéllos dicen, la realidad de exclusión y de rezago social es cosa del presente y no del pasado; es lo que está —siguiendo con la tónica de Flores— al inicio, al medio y al final de la cima a conquistar. Pretender negar esta situación es cegarse ante la realidad que se impone. Por ello, el discurso del tercer año de gestión habla más de carreteras y de libre comercio mientras miles de salvadoreños tienen que vivir en condiciones inhumanas bajo techos provisionales de mala calidad.


    En resumidas cuentas, lo social —a pesar de los recientes esfuerzos— ha sido el sector menos privilegiado de la administración Flores —y de todas las anteriores—. Como ya se ha reiterado en este semanario, mientras el país tiene un sector financiero y empresarial de punta, los sectores sociales (educación, salud, vivienda, infraestructura, trabajo), la seguridad y tranquilidad ciudadanas no han recibido la atención debida, en un gobierno que se preocupa más de la apertura económica que de la base social.


    Se le olvida al gobierno salvadoreño que el éxito de la apertura comercial reside en la elaboración de proyectos integrales de nación que procuren el desarrollo social y productivo del país. Con todo, parece, pues, que la cima de la que habla el presidente Flores está más lejos de lo que él mismo lo ha planteado. Aún más, la ruta hacia el desarrollo no parece ser la misma que la del ilustrado presidente. Al menos eso es lo que se ve al confrontar lo que él dice y lo que en realidad enfrentan los salvadoreños.

   G

 

 

INTERNACIONAL


El “prestigio internacional” de Flores:
¿logro o vergüenza?

    El informe del tercer año de gobierno no puede ser más claro: el presidente Flores se precia de un “prestigio internacional” sin precedentes. En estas líneas, veremos en qué consiste ese “prestigio” y cómo se ha ido construyendo a lo largo de los tres años de la actual presidencia. ¿En qué se expresa ese supuesto prestigio internacional? El mandatario cita ejemplos: “nuestra participación en el G-8, la visita del presidente Bush, el liderazgo en la integración centroamericana, la apertura de la Comunidad Económica Europea”. En esto último, hubo una pequeña errata del mandatario, o de quienes escriben sus discursos: hace varios años la CEE dio paso a la actual Unión Europea.


    El “prestigio” de Flores provino de un episodio que tuvo lugar durante la X Cumbre Iberoamericana celebrada en Panamá, en noviembre de 2000, a unos pocos meses de su primer año de gobierno. La prensa de derecha aplaudió a rabiar el que éste acusara al presidente cubano Fidel Castro de apoyar al terrorismo.


    Utilizando ese vergonzoso episodio —vergonzoso, porque Flores fue incapaz de explicarle a Castro por qué el terrorista Luis Posada Carriles pudo moverse con libertad en El Salvador, utilizando documentación salvadoreña, para planificar actos criminales en contra de la isla caribeña—, la prensa de derecha destacó el exabrupto anticomunista del mandatario y lo hizo ver como un gesto de valentía.
La Cumbre concluyó y las autoridades salvadoreñas nunca esclarecieron cómo operaba Posada Carriles en el país. Lo importante es que desde este momento se da un punto de inflexión en la proyección internacional del mandatario. A partir del cónclave de mandatarios iberoamericanos, Flores asume la defensa de posiciones afines a los intereses de los Estados Unidos.


    La sumisión a los Estados Unidos ya se había visto cristalizada anteriormente, primero, cuando el gobierno “nacionalista” de Flores permitió la instalación de una base militar estadounidense en Comalapa y, segundo, cuando el mandatario da el famoso “golpe de timón” económico llamado dolarización. Sin embargo, el incidente de Panamá marca una nueva modalidad de sumisión a los intereses de Washington: su defensa explícita e incondicional.


    Esta defensa aparece en dos planos: uno político y otro económico, ambos fuertemente interrelacionados. La defensa de los intereses económicos de Washington la asume Flores cuando aboga por una firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Centroamérica y Estados Unidos sin pedir casi nada a cambio.


    El presidente salvadoreño destaca entre sus colegas centroamericanos por ser el valedor del proyecto de un “libre comercio” con Washington sin mayores medidas de protección a las economías nacionales. Por eso, los medios lo proyectan como “líder” en el ámbito regional. La consagración de ese “liderazgo” se da con la visita de Bush a El Salvador el 24 de marzo de este año. El presidente de EEUU, en pago por los buenos servicios de Flores, dio en llamarle “mi amigo”, lo cual fue la apoteosis de ese “reconocimiento internacional”.


    Los medios hablaron de “química” entre ambas figuras y se apostaba a que los supuestos dones de estadista de Flores harían que Bush aprobase el ansiado TLC y el Estatus de Protección Temporal (TPS) para detener una nueva deportación de inmigrantes centroamericanos. No se dio ni lo uno ni lo otro, pero el aura de “amigo de Bush” nadie se la quitó a Flores.


    El segundo plano donde Flores actúa diligentemente para defender los intereses del gobierno de “su amigo” Bush es el plano político. Esto se vio con mayor claridad después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. En el discurso pronunciado para el Día de la Independencia, Flores hizo eco del tono fundamentalista con que George W. Bush inició su retórica “antiterrorista”. El presidente salvadoreño suscribió la cuestionada tesis del “choque entre civilizaciones”, asegurando que el acto terrorista fue “un ataque a una forma de civilización que también es la nuestra” y que “las sociedades que creemos en la justicia, la paz, la tolerancia y la libertad hemos sido agredidas”.
Flores asumió la “guerra antiterrorista” de Bush, ordenando la militarización inmediata del aeropuerto de Comalapa, violentando los derechos de quienes laboran en sus instalaciones.


    También, reviviendo las prácticas xenófobas del general Martínez, el gobierno de Flores estableció restricciones migratorias para ciudadanos de varios países, los mismos que Washington ha estigmatizado como “terroristas”, entre ellos, Afganistán, Cuba, Libia y la Autoridad Palestina. Estas medidas “antiterroristas”, sin embargo, no se tradujeron en investigar a los terroristas anticastristas que operaron en El Salvador en fechas recientes.
No hay que olvidar tampoco la posición de Flores ante el fracasado golpe de estado contra Hugo Chávez. Ni siquiera la Casa Blanca cometió la imprudencia de explicitar su apoyo al empresario golpista Carmona y a sus seguidores, sin ver antes cómo se desarrollaban los acontecimientos. El “prestigiado” mandatario salvadoreño sí que lo hizo y puso en aprietos a la Cancillería, que tuvo que hacer piruetas para desdecir las afirmaciones del mandatario. No contento con ello, el presidente le ha otorgado asilo a uno de los militares que participó en el golpe.


    De esta forma, Flores ayuda a consolidar el predominio político-militar de los Estados Unidos en la región, lo cual es una condición de posibilidad para afianzar el nuevo modelo de dominación económica de EEUU: el libre comercio.


    Otro elemento es la integración centroamericana. Y es importante, porque la integración económica del istmo es indispensable si se pretende llegar a tratados comerciales de importancia, no sólo con los Estados Unidos, sino también con otras economías poderosas, como la Unión Europea, cuyas puertas, dice Flores, están abiertas por obra y gracia del gobierno salvadoreño.


    El mandatario vende la idea de que su gobierno ha potenciado esta integración. No hay nada más impreciso. El modelo de integración que impulsan los actuales gobiernos del área es precario, porque se basa casi exclusivamente en la competencia comercial. Y no puede ser de otra manera: buena parte de los gobernantes centroamericanos de turno son empresarios, y como tales, conducen los asuntos públicos.
En el comercio, las alianzas son transitorias, porque el criterio es el de maximizar ganancias y aminorar pérdidas. Eso pasa también en los actuales conatos de integración centroamericana: la inclemente competencia comercial resulta más poderosa que la endeble voluntad política para unir a nuestros países.


    El gobierno de Flores no ha escapado a esta regla. Cuando Bush lo honró con su visita, Flores fue claro al proponerle que, en vista al desigual nivel de desarrollo de las economías del Istmo, no había que esperar hasta que todas estuvieran listas para el TLC, sino que se podían firmar tratados bilaterales con las que ya se encontraban aptas para hacerlo, como la salvadoreña. Este desatino, que fue rechazado por Bush, revela cuán poco nobles son las intenciones de Flores en materia de integración.


    Esto sirve a la hora de analizar las actuaciones del presidente en el cónclave del G-8 y en las relaciones con la Unión Europea. Hay que repetirlo: ningún país poderoso negociará tratados de comercio bilaterales con El Salvador, porque es una economía insignificante en el concierto mundial. De ahí la necesidad de que Centroamérica actúe en bloque. Es ingenuo pensar lo contrario, pero parece que el mandatario salvadoreño lo cree a pie juntillas. Flores se jacta de haber posicionado al país de forma ventajosa ante las naciones ricas, pero lo cierto es que regresa de sus viajes con las manos vacías, sin nada concreto que ofrecerle a sus gobernados. Lo único que hace es “tirarse flores” a sí mismo y a su gobierno.
En consecuencia, este “prestigio internacional” que pacientemente se habría labrado Flores a lo largo de los tres años de su gestión, no muestra mayores bases. Solamente proyecta la imagen de un país que hace concesiones cada vez mayores en su autodeterminación. Exhibir eso como “logro” da vergüenza.

    G

Comentario IUDOP


Los salvadoreños evalúan el tercer año del gobierno de Francisco Flores (I)

    Los ciudadanos calificaron con una nota promedio de 6.2 al gobierno del presidente Francisco Flores por su desempeño al cumplir su tercer año de gestión, según revela la más reciente encuesta de opinión realizada por el Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) de El Salvador.


    El sondeo, efectuado con el propósito de conocer la opinión de los salvadoreños sobre el gobierno de Francisco Flores, así como también sobre el desempeño de la Asamblea Legislativa y las alcaldías, se llevó a cabo entre el 18 y el 24 de mayo del año en curso, con una muestra de representatividad nacional de 1,223 personas adultas, entrevistadas en los catorce departamentos del país y con un error muestral de más /menos 2.8 por ciento.


    La encuesta revela una tendencia de evaluación más positiva sobre la gestión gubernamental que en años anteriores. De hecho, es la segunda vez, desde que el actual gobierno tomó posesión en mayo de 1999, que logra superar la marca del promedio de 6 en las calificaciones de la ciudadanía, además de que es la mejor nota obtenida por la administración Flores desde su inicio. Sin embargo, las opiniones sobre el desempeño del presidente tanto como de su gabinete no son unánimes y, en cierto sentido, aparecen un poco más divididas y polarizadas ahora que en el pasado. Por ejemplo, los salvadoreños se dividieron al opinar sobre la forma en que está gobernando el presidente. Mientras el 32.3 por ciento considera que está gobernando bien al país, un 36.7 por ciento piensa que está gobernando de forma “regular” y un 31 por ciento cree que está conduciendo mal a la nación.


    Preguntados sobre los cambios percibidos en el país desde que entró el actual gobierno, los salvadoreños se dividieron por la mitad, tanto cuando se trata de identificar cambios positivos, como cuando se trata de identificar los cambios negativos ocurridos con la gestión gubernamental. En el ámbito de lo positivo, el sondeo muestra que el 54.3 por ciento de los ciudadanos ve cambios para mejorar, mientras que el 45.7 por ciento no percibe tales cambios. Por el otro lado, en el ámbito de lo negativo, los resultados revelan que el 54 por ciento de los ciudadanos ha visto cambios para empeorar en el país y un 46 por ciento no los ha visto.


    Los salvadoreños fueron consultados de forma abierta y espontánea sobre los logros y los fracasos de la administración Flores en este tercer año de trabajo. Los resultados son interesantes, pues permiten aproximarse al perfil que tienen los ciudadanos del gobierno.


    Como logros gubernamentales, los salvadoreños identifican la mejora de calles y carreteras (23.1 por ciento), los programas de reconstrucción luego de los terremotos (10.3 por ciento), los convenios comerciales y los tratados de libre comercio con otros países (7 por ciento), como los más citados espontáneamente entre otros. Sin embargo, vale señalar que frente a esta pregunta sobre los logros, un poco más de la tercera parte (35 por ciento) de la gente no supo identificar éxito alguno por parte del tercer gobierno arenero.


    Como fracasos, los ciudadanos señalaron diversos aspectos, pero la mayoría de ellos están vinculados con la política económica y con el desempeño económico del país. La dolarización (15.5 por ciento), el aumento del desempleo (10.8 por ciento), la delincuencia (6.9 por ciento), la política económica (6.7 por ciento) y la pobreza (6.5 por ciento), constituyen algunos de los fracasos más señalados por la gente de una serie de respuestas diversas. Hay que decir, sin embargo, que cerca de un 30 por ciento de la gente dijo que el gobierno no tiene fallos.


    El área económica parece ser el área más crítica del gobierno luego de tres años de trabajo. Por ejemplo, el 81.6 por ciento piensa que el gobierno ha logrado combatir poco o nada la pobreza en el país durante su gestión, en tanto que el 13.8 por ciento considera que la ha combatido algo y el 4.6 por ciento restante cree ha combatido mucho ese problema en el país. Por otro lado, la dolarización sigue siendo una medida muy criticada por parte de los ciudadanos. En términos nacionales, el 62.2 por ciento cree que la dolarización ha sido perjudicial, mientras que un 26.8 por ciento considera que ha sido positiva y el resto piensa que es igual. En términos de economía personal, la dolarización es vista como negativa por el 60.7 por ciento y como positiva por el 17.7 por ciento.


    Sin embargo, cuando se trata de valorar aspectos como el posible tratado de libre comercio con Estados Unidos, el 58.5 por ciento considera que éste traerá beneficios para el país, mientras que el 30.7 por ciento cree que traerá perjuicios.


    Respecto a otros problemas como la delincuencia y la corrupción dentro del gobierno, las opiniones tienden a concentrarse en lo negativo. Para buena parte de los salvadoreños, tanto la delincuencia como la corrupción han aumentado con la actual administración. En el caso del crimen, el 58.7 por ciento cree que la delincuencia ha aumentado, un 21.6 por ciento considera que sigue igual y un 19.8 por ciento cree que ha disminuido. En el ámbito de la corrupción, el 46.6 por ciento considera que la misma ha aumentado con el actual gobierno, el 29.5 por ciento cree que sigue igual y el 17.4 por ciento restante opinó que ha disminuido.


    En otro ámbito, poco más del 64 por ciento de los salvadoreños creen que el gobierno actual ha escuchado poco o nada las demandas de la población, un 25.7 por ciento considera que las ha escuchado algo y un 10.2 por ciento sostuvo que las ha escuchado mucho. La encuesta reveló además que la mayor parte de los ciudadanos cree que el gobierno se preocupa más por los ricos y poderosos que por toda la población: casi un 69 por ciento de los ciudadanos piensa de esa forma, frente a un 28.4 por ciento de los salvadoreños que opina que el gobierno se preocupa de todos los ciudadanos por igual. El resto prefirió no opinar.


    Finalmente, en lo que tiene que ver con la administración Flores, la encuesta de la UCA consultó a los ciudadanos sobre las que consideran las principales tareas del gobierno. Acorde con lo expresado en otras opiniones, la mayor parte de ciudadanos señalaron aspectos que tienen que ver con la situación económica del país: el 31.8 por ciento mencionó que el gobierno debería crear más fuentes de trabajo, el 26 por ciento señaló el combate a la pobreza, el 16.2 por ciento se refirió al combate de la delincuencia y cerca del 5 por ciento dijo simplemente que el reto principal del gobierno es mejorar la economía del país, entre otras respuestas.

    G

DERECHOS HUMANOS


La montaña mágica

    Con un discurso demagógico, ajeno a los graves problemas que aquejan a la mayoría de la población, el Presidente de la República presentó —el pasado sábado 1° de junio— el informe sobre su tercer año al frente del Ejecutivo. Así, en lo que ya ha sido bautizado como el “cuento de la montaña mágica”, Francisco Guillermo Flores Pérez realizó un repaso por las distintas áreas que para él fueron las más destacadas de su gestión durante el período 2001-2002. Tan notorios fallos y ausencias en su discurso, quizás se expliquen porque los lentes con los que mira a El Salvador están algo sucios, opacos quizás, y porque ha terminado asumiendo como cierta la maquillada imagen que él mismo presenta en el extranjero: la de un país líder en “libertades democráticas y económicas”. Una de dos: o miente, o no conoce el país que preside. De hecho, cualquier persona que no esté enterada de lo que realmente está sucediendo por acá pudo creer —al escucharlo— que vamos por buen camino. Nada más alejado de la realidad.


    Antes de profundizar en el análisis, es preciso mencionar la falsa “trascendencia” de un acto oficial como éste. Entre otras cosas, por la pantomima de “ceremonia” y “honorabilidad” que impregnó el ambiente. Además, que se haya llevado a cabo en un hotel evidencia —de nuevo— la tendencia al despilfarro del erario público. ¿Acaso no existen sitios donde realizar este tipo de eventos sin mayores costos, como el Teatro Presidente? Asimismo, el acto no alcanzó para ser lo que debía: una rendición de cuentas de su quehacer a la sociedad y la presentación, para el debate público amplio, de los resultados de la gestión realizada y los proyectos a impulsar mientras dure en el cargo. No pudo ser porque, evidentemente, nos encontramos ante un estilo de gobierno más cercano al de un administrador de empresas y publicista, que al de un verdadero estadista.


    Algunos temas abordados esta vez ya los había incluido en el informe anterior, marcado por los terremotos de enero y febrero del 2001. La reducción del analfabetismo, la apropiación oficial del “exitoso” incremento en las remesas familiares provenientes de nuestra gente en el exterior y los tan ansiados “beneficios futuros” de los tratados de libre comercio, fueron temas destacados en aquella ocasión. Entonces, sólo dedicó breves líneas a la recién estrenada “dolarización”.


    Para analizar hoy los aspectos más destacados del “cuento de la montaña mágica”, mencionaremos lo que dijo pero también lo que no dijo Flores, quien ha demostrado tener una memoria selectiva al olvidar rápido las malas decisiones que toma y los graves errores que comete. Las primeras y los segundos repercuten negativamente en la vida del pueblo pobre o en proceso de empobrecimiento, pero favorecen aún más a esa minoría privilegiada para la que él gobierna.


    Precisamente, resulta escandaloso y ofensivo que haya iniciado su perorata —propia de “Alicia en el país de las maravillas” y no de este vapuleado “Pulgarcito”— citando los beneficios que la “dolarización” ofrece a quienes viven en el área urbana y ganan, al mes, casi 10,000 mil colones o cerca de 1,150 en la hoy moneda “nacional”, léase dólares. Sobre todo cuando más del 65 por ciento de la población “malvive” sin alcanzar a reunir 1,500 colones mensuales. No es descuido el que dejara de mencionar a esa gente, sino una clara señal de la exclusión y el abandono “a su suerte” de este inmenso colectivo por parte del tercer gobierno “arenero”. En esta oportunidad, a “confesión de parte”, se observa que las medidas económicas de Flores continúan golpeando a los mismos sectores, para favorecer también a los de siempre.


    También es oportunista atribuir a su equipo la “solución” de la crisis en el transporte público. La eliminación del subsidio del “diesel” que recibían los empresarios, parte esencial de una larga historia de venalidad oficial, fue la culminación de un dilatado conflicto —aún no ha finalizado— en el cual brilló por su ausencia una actuación gubernamental eficaz. Baste recordar cuando, en 1996, fueron suprimidas las plazas de los “delegados de transporte” encargados de controlar la distribución del combustible. En la actualidad, más que alcanzar una solución negociada de la problemática, conforme se va avanzando en el tiempo todo sigue igual, si no es que retrocede.


    Si por algo se destacó Flores en su tercer año de gobierno, fue por sus “cantos de sirena”. Es el caso del empleo seguro y estable, en la apuesta por hacer del país —al igual que su predecesor— una “gran maquila”. Para tal fin, anunció la creación de siete zonas francas más en los próximos meses, que se sumarán a las quince ya existentes. “Nuestro” gobierno le sigue apostando a un empleo precario, que sólo permite la sobrevivencia de quienes —ante la necesidad de no perder su única fuente de escasos ingresos— se ven obligados a soportar abusos y violaciones a sus derechos laborales.
De “negocio de la ilusión” se puede calificar también su terca insistencia —cuasi religiosa— en la suscripción de los tratados de libre comercio. En una de las operaciones más “brillantes” de mercadeo gubernamental que hemos conocido, Flores se ha dedicado a “venderle humo” a la población salvadoreña, anunciando tratados y acuerdos comerciales no firmados y aún por cumplir. La predicción de un empleo masivo como resultado de la entrada en vigor de los mismos, se encuentra lejos de la realidad de esa mayoría a la que hacíamos referencia antes, máxime cuando el verdadero beneficiado por los acuerdos comerciales ya suscritos con otros países sigue siendo un reducido y privilegiado grupo de empresarios.


    Durante buena parte de este año de gobierno, tuvimos que ver a Flores, hasta el cansancio, de inauguración en inauguración; lógico, pues la situación del país no daba para menos luego de los terremotos. A eso, que era de esperarse, se le ha tratado de sacar enorme ganancia política. El “corte de la cinta” es ya permanente en nuestras retinas y buena parte de las beneficiadas por la reconstrucción han sido las escuelas, que retomaron su quehacer habitual. Sin embargo, más allá del arreglo de forma, la calidad del sistema educativo y su cobertura —el fondo— sigue pendiente. Y a pesar de los llamados a “invertir en educación”, provenientes del gremio empresarial, el gobierno continúa sin incentivar —vía presupuestaria— planes eficaces para su mejora.


    Al repasar los “logros” en el área de salud, en un arranque populista, Flores anunció la eliminación de la “cuota voluntaria” que debía ser pagada de manera forzada, si se quería recibir algún tipo de atención en las unidades primarias. Así, proclamó la vuelta a la gratuidad en el sistema. El escándalo es evidente —al reconocer públicamente el mencionado cobro ilegal— y el eufemismo aplicado, indignante, por llamar “cuota voluntaria” lo que siempre ha sido un pago de hecho sin el cual no se recibía el servicio. Tras repetidas denuncias a través de los medios masivos de difusión, lo que debería ser objeto de vergüenza para el mandatario lo llenó de orgullo. Habrá que recordarle entonces que, durante sus tres años de “gobierno” y los otros diez de sus compañeros de partido, buena parte de la población —obviamente la de escasos recursos, en general, y más la que vive en zonas rurales— no pudo ser asistida en las unidades de salud por no contar con los cincuenta colones que, como promedio, necesitaba para ello.
Como resultado de esta gestión sanitaria excluyente, la población mayoritaria ha visto disminuida su calidad de vida y ha vuelto a ser presa fácil de las enfermedades asociadas a la pobreza. De igual forma, numerosas personas padecen por falta de recursos quirúrgicos en los hospitales; y cuando éstos existen, los servicios se ofrecen en el “gran San Salvador”, obligando a las familias a un sobreesfuerzo por los gastos de desplazamiento que sus resentidas economías difícilmente pueden soportar. Queda por verse cómo impulsará la medida anunciada, aunque ya se comenzaron a escuchar las quejas de los gobiernos municipales a los cuales —según parece— se quiere trasladar el pago de esa desdichada “cuota voluntaria”.


    Pero el “ilusionismo” no terminó ahí. Con gran pompa anunció que gracias al Programa de Protección Temporal o TPS, por sus siglas en inglés, 225,000 salvadoreños han estabilizado su situación migratoria en los Estados Unidos de América y que, debido a eso, las remesas aumentaron. Tal alegría no tiene fundamento y sólo constata que las medidas económicas ha adoptadas por su gabinete han fomentado la exclusión y la desigualdad. Si no fuera así, ¿por qué sigue abandonando la gente este “próspero y acogedor” terruño? ¿Por qué se continúa exponiendo, además, a los peligros que entraña el viaje? Sencillamente, porque la imagen de El Salvador como un país “modelo de desarrollo” es pura publicidad y porque la realidad es tan agobiante, que la población, angustiada ante la falta de alternativas, prefiere arriesgar su vida para poder mantener a su familia.


    En ese “mundo fantástico” hay que incluir la manipulación del discurso, en especial cuando le tocó el turno al tema de la seguridad. Para ubicarnos, es necesario traer a colación el índice de muertes producto de la violencia en sus diversas manifestaciones, que llega a fijar en nueve las víctimas mortales diarias en el país. Tal situación mantiene a San Salvador como la capital más violenta del continente, a excepción de lo que ocurre en Colombia a consecuencia del conflicto interno. Asegurar que se ha “consolidado un modelo de seguridad que se adapta a las necesidades del país” es faltar a la verdad; en todo caso, Flores debería precisar que tal modelo está diseñado a la medida de “unos pocos” y que el combate al secuestro —que es legítimo, aunque limitado— es una de sus exigencias.


    También se atrevió a calificar de “reingeniería institucional” la reforma de la Ley Orgánica de la Policía Nacional Civil —que le otorga un inmenso poder a su Director General— y de “separación de los malos agentes” a su cuestionado proceso de “depuración”. Más aún, al hablar de su “guerra sin cuartel contra el crimen organizado” presentó —como sinónimo de eficiencia— un pobre resultado: el que la población reclusa creció en 3,000 personas más.


    De las muchas cosas que no mencionó, para que su informe fuera “infalible”, cabe recordar el despido por miles de empleados públicos, el sonado “asalto” policial a la Asamblea Legislativa, el escándalo de abogados con “títulos falsos”, el “dejar hacer y dejar pasar” de la Fiscalía General de la República, los numerosos e impunes casos de corrupción, la incapacidad del Ministerio de Trabajo para enfrentar y solucionar los conflictos laborales…


    No queremos terminar estas líneas sin hacer referencia a sus vanos “esfuerzos” por elevar el nivel literario del comentado informe. A propósito, debería recordar que hace más de veinte años, una buena cantidad de salvadoreñas y salvadoreños subieron a las montañas para terminar con la exclusión de todo tipo, enfrentar la violencia oficial y erradicar la impunidad. Bien es cierto, y tiene razón Flores, al reconocer que hoy la población está “dudando”. Y es que la paciencia de buena parte de ella, ante un gobierno como el suyo y el de sus dos predecesores, comienza a agotarse. Porque como afirma Guillermo Briseño, músico y poeta mexicano, “la paciencia es un recurso natural no renovable”.
 
 
 

G

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