FMLN: difícil aprendizaje democrático

 

El partido Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) acaba de realizar (parcialmente) su VI Convención Nacional con la finalidad de seleccionar a sus candidatos a la presidencia y vicepresidencia de la república. El logro de ese objetivo se vio frustrado al no haber alcanzado ninguno de los principales contendientes al primer cargo --Victoria Marina de Avilés y Héctor Silva-- la mitad más uno de los votos necesarios para imponerse sobre el otro. Así las cosas, se decidió, siguiendo las normativas internas del partido, realizar una segunda ronda electoral, la cual, al no haber podido efectuarse el mismo día por dificultades prácticas, fue pospuesta para dos semanas después. Esto ha llevado a que la Convención, iniciada el sábado 15 de agosto, no se haya cerrado aún en el momento de la redacción de este comentario.

En consecuencia, no se conocen todavía los nombres de los candidatos del FMLN para los comicios del próximo año, lo cual no deja de crear, por un lado, cierta incertidumbre y desazón en los simpatizantes del partido de izquierda; y por otro, una cierta satisfacción en quienes se sienten cercanos a ARENA. Si para los primeros la incapacidad del partido para elegir definitivamente a sus candidatos es motivo de preocupación, en cuanto que perciben que ello lo pone en desventaja frente a ARENA, para los simpatizantes de este último la problemática por la que atraviesa el FMLN no puede ser más que motivo de alegría, en cuanto que le permite a su candidato, Francisco Flores, promoverse políticamente sin sombra alguna.

Inmediatamente después de realizada la frustrada reunión del FMLN, el domingo 16 de agosto, se escucharon los más diversos comentarios. Como en muchas de las situaciones en las que se involucra el partido de izquierda, las interpretaciones se polarizan: para unos, sus detractores, la reunión estuvo a punto de terminar en una batalla campal, lo cual pone en evidencia tanto la intransigencia de sus miembros --que llega a un grado tal que ni entre ellos mismos se toleran-- como lo profundo de las divisiones que lo carcomen. Para otros, los simpatizantes más incondicionales, aunque la no elección de candidatos puede ser aprovechada por ARENA, ello no obsta para reconocer la "lección de democracia" que el Frente dio al resto de partidos políticos, los cuales son incapaces de promover un debate abierto y libre entre sus bases. La primera lectura peca de pesimista; la segunda de optimista.

Ambas se caracterizan, más que por un afán de comprender a cabalidad la situación, por leer el problema en clave emocional: si se detesta al FMLN, lo positivo, por significativo que sea, suele ser visto como expresión de una debilidad oculta, y lo negativo, por ínfimo que sea, como expresión de una debilidad insuperable; si se simpatiza con el partido, lo positivo, aunque sea de escaso alcance, suele ser visto como la manifestación de su grandeza sin par, mientras que lo negativo, aunque sea irrelevante, es magnificado hasta límites inconcebibles.

Si bien es cierto que es imposible dejar de lado el elemento emotivo en el análisis sociopolítico, no es menos cierto que se puede hacer un esfuerzo por no dejar que el mismo omnubile a la razón. Aquí trataremos ser consecuentes con esa intención; es decir, haremos un esfuerzo por evitar que la emotividad nos ciegue en la interpretación del significado sociopolítico de la frustrada reunión efemelenista del domingo 16 de agosto. Aunque esa es nuestra intención, lo más probable es que no lo logremos en lo absoluto. Son los lectores, sin embargo, los que evaluarán hasta dónde la emotividad no nos terminó jugando, como a tantos otros analistas ansiosos de lograr una cierta dosis de objetividad, una mala pasada.

Comencemos con lo más elemental del encuentro realizado por el FMLN para elegir a sus candidatos: la escasa capacidad de previsión por parte de los organizadores. Al parecer, a ninguno de los responsables de la reunión se le cruzó por la cabeza que la misma podía prolongarse más de lo debido; mucho menos se les ocurrió que la prolongación podía obedecer a un entrampamiento en las votaciones. Y si ambas cosas fueron vislumbradas, no se hizo nada para preparar, previamente, las condiciones que permitieran responder adecuadamente a la situación. Quizás los contendientes y sus respectivos mentores estaban seguros de lograr fácilmente una victoria arrolladora y, por ello, no sólo fueron sorprendidos por los resultados, sino que se vieron en la incómoda situación de tener que decidir precipitadamente los pasos por seguir. El FMLN terminó dando una lección de desorganización que si no fuera por los roces entre los asistentes al evento y el peligro de que ello degenerara en una batalla campal, no pasaría de ser una situación ridícula. La democracia, ciertamente, no se identifica con la capacidad de organización partidaria, pero sin esta última difícilmente un partido puede avanzar hacia su propia democratización.

Se ha querido presentar la reunión del FMLN como una muestra de los aires democratizadores que se hacen sentir en el partido. El FMLN, dicen algunos analistas, es el único partido capaz de ventilar entre sus bases las diferencias de opinión que existen en su interior. Hay quienes han señalado que, en el caso específico de la reunión para elegir a sus candidatos, el partido de izquierda pecó de democrático, pues, antes de permitir algún acuerdo entre Silva y Avilés que definiera de una buena vez al candidato presidencial, se respetaron las normas partidarias según las cuales, pese a las presiones y al malestar de algunos convencionistas, se tendría que proceder a una segunda ronda electoral. Este segundo aspecto no deja de ser interesante, en cuanto que, por insistir en el respeto a las normas partidarias, deja de lado otros elementos que merecen consideración. Veamos, ante todo, qué dice la mencionada normatividad.

Según el artículo 8 del Normativo para la votación de los candidatos a la presidencia y vicepresidencia de la república que postulará el FMLN en los comicios de marzo de 1999, "la comisión electoral realizará el escrutinio final de la candidatura a la presidencia de la república; si un o una precandidato (a) obtuviere la mitad más uno de los votos del total de convencionistas, la candidatura se declarará firme. En caso de que ninguno obtuviere la cantidad señalada, se procederá a realizar una segunda votación entre las dos personas que obtuvieren el mayor número de votos; en esta segunda votación la candidatura se declarará firme por mayoría simple".

Aunque no es totalmente claro, se entiende --o al menos así deberían haberlo entendido todos los que participaron en la convención-- que cuando el Normativo dice "la mitad más uno de los votos del total de convencionistas se refiere al total de convencionistas anotados en el padrón electoral del Frente (1,034). En consecuencia, de no haber ganador bajo esta regla, se tendría que pasar a una segunda ronda, la cual, establecido el quorum necesario, se decidiría por mayoría simple, esto es, por la mitad más uno de los votos emitidos por los convencionistas presentes. Este segundo aspecto debió haber sido conocido por todos los reunidos en la Feria Internacional.

Aparte de si todos los militantes efemelenistas reunidos el domingo 16 conocían o no esta normativa, la misma adolece de una serie de limitaciones que no conviene dejar de lado. En primer lugar, al exigir que la primera ronda sea decidida tomando en cuenta al total de convencionistas empadronados se dificulta que haya un ganador, a menos que de antemano se asegure la presencia de todos aquellos. Si esto no es posible, entre más convencionistas dejen de asistir a la elección de los candidatos más difícil se vuelve para éstos cumplir con el requisito de sumar a su favor la mitad más uno del total de votos de los empadronados. Para sortear este escollo y facilitar las cosas --en el entendido de que en una jornada diseñada para la elección de candidatos se va a resolver una problemática y no a complicarla aún más--, los organizadores del proceso tenían que asegurar la presencia de todos o casi todos los convencionistas o, en su defecto, diseñar un mecanismo que permitiera proceder lo más pronto posible a la segunda ronda, la cual no debía aparecer como algo improbable dado el número de convencionistas presentes (menos de mil) y dada la polarización existente entre las candidaturas.

Todo apuntaba a que la votación sería cerrada en la primera ronda; siendo así las cosas, se imponía tomarse en serio el hecho de la no presencia de todos los convencionistas para preveer la necesidad de una segunda ronda de votaciones. Una visión más realista de la situación interna del FMLN y de las condiciones imperantes el día de la convención hubiera llevado a darle una importancia menor a la primera vuelta electoral --todo apuntaba a que en ella no se decidiría nada-- y a centrar la atención y los esfuerzos en la realización de la segunda, que evidentemente pudo haberse efectuado el mismo día. La importancia de la primera ronda electoral se puede valorar a partir de la siguiente interrogante: ¿qué hubiera pasado si la segunda ronda se hubiera realizado inmediatamente después de haaber conocido los resultados de aquélla? Seguramente se hubieran obtenido los mismos resultados, con lo cual todas las energías invertidas en ella habrían sido una pérdida de tiempo y recursos. Curiosamente, los participantes en el encuentro le apostaron todo a los primeros resultados; de ahí el cansancio y la frustración. Nadie se preparó para lo más probable.

En segundo lugar, la Normativa tiene otra debilidad: señala que de no haber ganador en la primera vuelta se hará necesaria una segunda, pero no estipula cuándo. Esto da pie a que los contendientes, según sea cómo vislumbren sus posibilidades de éxito o fracaso, insistan en el corto, mediano o largo plazo para volver a medir fuerzas. En este punto se imponía la negociación y el acuerdo previo, cuyos términos tenían que ser del conocimiento de los convencionistas. La dirigencia del FMLN fue incapaz de fijar los términos de este acuerdo antes de la convención, lo cual la obligó a una negociación apresurada, que no dejó de ser vista por muchos como un contubernio entre sus facciones internas. De antemano tuvo que haber quedado claro para todos que si no había ganador en la primera vuelta, la segunda se realizaría el mismo día, a la semana siguiente o un mes después. Situaciones como éstas no pueden estarse negociando a posteriori, pues no sólo dan lugar a especulaciones no siempre favorables, sino que ponen de manifiesto una enorme falta de visión política, imperdonable en un partido con pretensiones de gobernar.

Centrándonos en los hechos del domingo 16 de agosto, ese día, en la primera ronda de votaciones, Victoria Marina de Avilés obtuvo 441 votos mientras que Héctor Silva obuvo 431. Para quienes desconocían la normatividad electoral del Frente, ella se impuso sobre Silva; en consecuencia, no había más nada que discutir. Sin embargo, Silva y los suyos no se olvidaron de la normativa que señala que el cálculo de la mitad más uno debe hacerse con base en los 1,034 convencionistas registrados y no únicamente con base en los menos de mil que participaron en la convención. No han faltado quienes han calificado la apelación de Silva a la normatividad del FMLN como una maniobra destinada a revertir su fracaso. No cabe duda que esa normatividad saca a Silva de un atolladadero, pero no porqué él lo quiera así, pues igual pudo haberse amparado en la misma Victoria Marina de Avilés. Siendo más realistas, ambos candidatos fracasaron; y ello porque ninguno, según eran sus expectativas, pudo arrasar con el otro.

Además, en cierto modo, también el partido fracasó, ya que al haber sido incapaz de preveer los mínimos escenarios de la votación --y esto sólo se podría disculpar si el Frente estuviera formado por retrasados mentales-- no pudo terminar con éxito un proceso que, además de haberle consumido importantes recursos materiales y humanos, le iba a permitir irrumpir de lleno en la dinámica política que se está fraguando en el país con miras a las elecciones de 1999. El FMLN no se inserta todavía en esa dinámica; y no lo hace porque --¡vaya partido donde lo que hay son diferencias mínimas entre sus miembros!-- no logra ponerse de acuerdo sobre quiénes van a llevar adelante el programa de gobierno, que al decir los defensores a ultranza del Frente está por encima de las figuras y las facciones que lo integran.

Lo que sucedió el domingo 16 es la muestra más palpable de la desorganización que prevaleció en el encuentro; una desorganización que pudo haber sido fácilmente sorteada y que, por ello, no deja de traslucir un cierto irrespeto hacia las bases del Frente. Muchos quieren vender la idea de que ese día se hizo sentir la participación de las bases del FMLN en la elección de sus candidatos, lo cual es una señal inequívoca de la democracia que prevalece en el seno del partido. Es cierto, las bases del Frente participaron, pero no eligieron. No eligieron porque se irrespetó su decisión. No falta quien reconozca que, en efecto, la decisión de las bases no fue respetada, pero ello lo fue por un compromiso superior: el respeto a las normativas sacrosantas del partido. Y nada, nos dicen, puede ser más democrático que eso.

Sin embargo, dejando de lado la espinosa cuestión de qué sea lo más democrático --respetar la voluntad de la militancia o ceñirse a la normatividad partidaria-- lo cierto es que esa disyuntiva pudo ser sorteada con unos mínimos criterios de organización y previsión. Así, si de antemano se hubiese tenido absolutamente claro que para declarar un ganador había que contar con la mitad más uno de los votos del total de convencionistas, lo que procedía era, una vez que se hubiese verificado que no todos estaban presentes y a sabiendas de que a cualquiera de los dos contendientes les iba a ser difícil sumar, con los convencionistas presentes, los votos requeridos, pasar pronto a la segunda vuelta. Darle largas a la primera ronda y no llevar a su término, por la más brutal incompetencia organizativa, el proceso electoral fue irresponsable. Permitir unas votaciones ignorándolo es imperdonable.

¿Se está democratizando el FMLN? Quizás sí. Pero el evento organizado para elegir a sus candidatos a la presidencia y vicepresidencia no es la más preclara manifestación de ello, sino todo lo contrario: pone de manifiesto una intolerable incapacidad organizativa y de previsión política en el partido de izquierda. ¿Está el FMLN preparado para gobernar? Desde la opinión de sus dirigentes y seguidores más incondicionales, por supuesto que sí. Analistas más críticos no pasan de largo la ineptitud mostrada por el Frente en la organización de su Convención Nacional. Si el FMLN es incapaz de diseñar elementales escenarios de desenlace de un proceso de elecciones internas, ¿será capaz de diseñar y preveer los posibles escenarios en los que se pueden mover los actores nacionales? ¿O cada nueva situación lo va a tomar por sorpresa?

Si los dirigentes del FMLN dejaran de lado el triunfalismo enfermizo que los caracteriza, quizás se preocuparían más en serio por sus debilidades más profundas. Sería bueno que el partido se descentrara y escuchara las voces que vienen de fuera; y no precisamente aquellas voces que le dicen lo que les gustaría escuchar, sino las que se empeñan en poner al descubierto sus debilidades y desaciertos. Ya es tiempo de que el partido aprenda de sus errores. Pero no sólo de los errores que sus dirigentes estén dispuestos a reconocer, sino también de los que son puestos en evidencia por quienes no tienen interés en endiosarse a sí mismos ni endiosar a comandante alguno.

Hay cosas que son difíciles de aceptar. Una de las más espinosas es la que apunta a las divisiones en el FMLN. Una y otra vez, la cúpula del partido insiste en que no se trata de divisiones, sino de meras diferencias de opinión, del pluralismo ideológico que existe en el seno del partido. Cada vez que a uno de sus dirigentes se le menciona el tema, la respuesta no se hace esperar: en el FMLN reina la armonía más envidiable. Algunos llegan a decir que la división entre "renovadores" y "ortodoxos" es inexistente, puesto que en incontables ocasiones quienes son adscritos a uno y otro bando se mueven a la posición opuesta; es decir, los presuntos ortodoxos se vuelven renovadores y, a la inversa, estos últimos pueden asumir posiciones que caracterizan a los primeros. Como ha dicho algún diputado del FMLN, la posición que se adopte depende de los temas en discusión y no de una identificación ideológicopolítica previamente asumida. Nadie ha dicho si esa mutación en las posiciones se produce en temas secundarios o en temas de fondo, como lo son, entre otros, el compromiso con la revolución, la concepción y el rol del partido, la idea de socialismo y democracia, y el papel de los empresarios y el Estado.

De todos modos, es posible que quienes vean en el Frente una grave división interna --marcada por dos proyectos ideológicopolíticos-- estén totalmente equivocados. De ser así las cosas, el FMLN sólo tendría un problema menor: convencer a los que perciben una lucha interna en sus filas de que su percepción es errada. Si no lo logran, tendrán que asumir que tienen un problema, si no de fraccionamiento interno, sí de credibilidad. Y quienes no crean en el FMLN seguramente no van a estar dispuestos a arriesgar su voto por los candidatos del partido en las elecciones del próximo año. En un proceso electoral, lo importante no es cómo conciben a un partido los dirigentes del mismo --o, más aún, sus militantes de bases-- , sino cómo lo percibe la población.

Existen señales inequívocas de que importantes sectores sociales perciben que en el FMLN coexisten dos camarillas que se disputan su control y que no están dispuestas a ceder en su propósito de desplazarse mutuamente. Ante esta realidad --desde la cual se puede decidir si el FMLN va a gobernar o no-- de poco sirven los cantos de sirena de aquellos dirigentes del Frente que gritan a todo pulmón que en el partido las cosas marchan bien, que la armonía y la cordialidad prevalecen sobre las diferencias menores de opinión que, ¡faltaba más!, son propias de un partido democrático.

Si la percepción de los sectores sociales aludidos se sostiene en la dinámica interna del FMLN, entonces sus dirigentes se encuentran totalmente alejados de la realidad. No hay por qué no aceptar de que más de algún miembro de la dirección efemelenista crea sinceramente que las divisiones son inexistentes. El desafío para los sinceros es hacer un esfuerzo de reflexión seria acerca de lo que sucede en su partido. Tampoco se tiene que rechazar la idea de que más de algún dirigente del Frente, a sabiendas de que el conflicto existe --y quizás hasta siendo parte de una de las facciones enfrentadas--, lo niegue una y otra vez. El desafío para los cínicos es aceptar que, en el fondo, los únicos engañados son ellos. De cualquier modo, tanto los sinceros como los cínicos se ven imposibilitados para caer en la cuenta de la problemática del partido, con lo cual obstaculizan su abordaje y solución. No hay más obstáculo para resolver un problema que desconocer o, peor aún, negar su existencia.

Es de temer que la cúpula del FMLN esté atravesando por una situación de disonancia cognoscitiva respecto de su ruptura interna. Si se atreviera a reconocerla abiertamente y a trabajar por superarla, tal vez las cosas se volverían más simples. Reconocerla abiertamente y trabajar por su superación implica concretizar una fórmula de candidatos a la presidencia y vicepresidencia que exprese su división fundamental --ortodoxos y renovadores-- y no una fórmula que, como la de género, además de ocultarla, complica más su solución. Para casi nadie es un secreto que Victoria Marina de Avilés expresa, más que una opción de género, un compromiso con una de las facciones del Frente. De aquí, populismo feminista aparte, lo mejor sería que los bandos que se disputan el poder en el seno del Frente pusieran sus cartas sobre la mesa y concertaran una fórmula que recogiera su principal clivaje interno --ortodoxos versus renovadores--, dejando de valerse de un falso clivaje --mujeres versus hombres-- para ocultarlo.

San Salvador, 19 de agosto de 1998.

 

Luis Armando González