ECA, Nº 589-590, Noviembre-Diciembre de 1997

  

En recuerdo de los mártires

  

Homilía

En la fiesta de los mártires de la UCA

 

P. Adán Cuadra S.J.

Provincial de Centroamérica

   

Hoy, como en años anteriores, nos hemos reunido aquí en la UCA para recordar y celebrar el martirio de nuestros hermanos jesuitas, de Elba y Celina y de todos los mártires de El Salvador, en la fiesta de los mártires jesuitas del Paraguay. Celebramos en esta noche el misterio del triunfo de la vida sobre la muerte. Nos reunimos personas de diversos orígenes, hemos llegado de diversos lugares, tanto de la ciudad como del campo, de El Salvador como de otros países; hemos llegado en romería para juntarnos en este mismo sitio, en donde se enciende el fuego nuevo de donde brota la alegría compartida en un futuro mejor y de donde se alimentan las pequeñas esperanzas de los pobres para proseguir la lucha por un El Salvador más fraterno, justo e igualitario. Cantamos los mismos cantos, participamos de una misma fe y nos estrechamos en el mismo abrazo del compromiso que brotó de unos cuerpos destrozados. Después de tantas muertes juntas, celebramos hoy la fiesta del fuego de una Vida Nueva. Celebramos juntos la nueva oferta del Señor que ha resucitado para esperanza de los pobres.

 

En este mismo lugar en donde hace ocho años brotó la sangre a borbotones, aquí mismo es donde hoy celebramos la fiesta de las bienaventuranzas y donde confesamos que la matanza de hace ocho años, lejos de infundir temor y desaliento, alimentó y fortaleció la fe y el compromiso de muchos creyentes y de gente de buena voluntad, de querer hacer realidad, en el mundo de hoy, la tierra nueva y los cielos nuevos que nos proclama el Profeta Isaías y que escuchamos en la primera lectura. Sin duda, las bienaventuranzas son el test que evalúa la autenticidad y radicalidad de nuestra vida y compromiso cristiano y dejan en evidencia si nuestros valores y criterios son los de este mundo o los del Reino de Dios. Vivir o no en sintonía con ellas nos coloca o no del lado de Jesús y de su causa. Debemos tener siempre presente que ante los ojos de Dios, y ciertamente no ante los del mundo, son bienaventurados los pobres, los que pasan hambre y los que sufren, los que son perseguidos por la justicia y la causa de Jesús y que de ellos es el Reino de Dios. Esta noche también podemos llamar bienaventurados a los que nos han dado testimonio, con su vida, con su entrega, pero sobre todo con su muerte martirial, de lo que significa hoy ser fiel a Jesús y a su Evangelio, habiendo asumido con generosidad y radicalidad todo lo que ello implica.

 

En este octavo aniversario del asesinato de nuestros compañeros jesuitas y de nuestras muy recordadas Elba y Celina, es bueno detenernos para recoger la cosecha de su martirio y para mirar la realidad del presente desde los desafíos transformadores que brotan de su sangre derramada.

 

No hay duda de que el primer aporte de su asesinato fue el contribuir de manera eficaz a abrir los ojos del mundo ante los extremos injustos de la guerra en El Salvador, y despertar de golpe la urgencia de buscar caminos para detener sus crueldades. El ejército salvadoreño asesinó con saña a los padres jesuitas de la UCA, junto con Elba y Celina, pero su sangre inocente estalló en la conciencia nacional e internacional, hasta llevar a las partes directamente involucradas en la guerra a negociar de una vez por todas el final de un conflicto irracional. Su martirio comenzó así a dar sus frutos de inmediato.

 

Pero los frutos de su martirio no se quedaron sólo en su aporte a poner fin al conflicto armado. Su vida, su compromiso a favor de los pobres hasta dar la vida, junto a la de tantos miles de mártires más, ha sido y sigue siendo para nosotros testimonio relevante de lo que hoy significa ser cristiano y estímulo para renovar y fortalecer nuestra Fe en el Dios de la vida y nuestro compromiso por la justicia. Mantener viva su presencia entre nosotros es hoy más necesario que nunca en la medida que descubrimos que el fin del conflicto no ha supuesto para El Salvador la apertura de un claro camino hacia la paz con justicia compartida, como ellos, los mártires, lo soñaron y por ello lucharon.

 

Terminó el conflicto armado pero, al contrario de lo que todos esperamos, se continúa profundizando el abismo de las desigualdades y oportunidades entre los salvadoreños. Se firmó el fin de un conflicto violento pero la violencia institucionalizada expresada, entre otras formas, en la búsqueda de un crecimiento económico que excluye sin remedio a las mayorías, sigue produciendo muertes violentas y muertes dramáticamente lentas e injustas como durante el conflicto militar. Los mártires apostaron por una paz con justicia y democracia para todos los salvadoreños, pero sus realizaciones las vemos con frecuencia muy distantes de nuestras vidas. Se firmaron unos acuerdos de paz firme y duradera, pero las decisiones y actuaciones de muchos de los dirigentes de gran parte de las instituciones públicas y privadas siguen motivadas, quizás con más fuerza que en el pasado, más por cálculos políticos e intereses personales o de grupos que por el bien del país y de todos los salvadoreños.

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El ejército salvadoreño asesinó con saña a los padres jesuitas de la UCA, junto con Elba y Celina, pero su sangre inocente estalló en la conciencia nacional e internacional, hasta llevar a las partes directamente involucradas en la guerra a negociar de una vez por todas el final de un conflicto irracional.

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Mientras se adulteren los caminos de la paz y la justicia con propuestas que se esfuerzan en hacer aparecer a los mentirosos y los corruptos como sinceros y honrados, a los responsables y encubridores del asesinato de los jesuitas y de Elba y Celina como artífices de la paz, la palabra, la audacia profética y las propuestas de sociedad alternativa de los mártires siguen siendo hoy, como mayor razón, una exigencia y una necesidad. Frente a lo que vivimos en El Salvador y en sintonía con la herencia de los mártires, sigue siendo una urgencia y una necesidad defender la vida y los derechos humanos de todos los salvadoreños, especialmente de los más débiles y olvidados de nuestra sociedad. Sigue siendo también una necesidad luchar contra la impunidad y velar por una correcta aplicación de la justicia. Por ello, a ocho años del asesinato de nuestros hermanos jesuitas y de Elba y Celina, la Compañía de Jesús sigue exigiendo el esclarecimiento total de la verdad de lo que ocurrió esa madrugada del 16 de noviembre de 1989, y que las personas e instituciones involucradas en esta matanza reconozcan su participación pidan perdón al pueblo salvadoreño por éste y otros crímenes que hayan cometido en el pasado. Sólo así se podrán curar las heridas del pasado e impulsar un auténtico proceso de paz y reconciliación, con verdad y con justicia, y sólo así se podrán poner las bases para construir un país mejor para todos.

 

De igual manera, los mártires siguen siendo presencia esperanzada en las pequeñas luchas de los pobres. Año con año, este campus de la UCA reúne a hombres y mujeres que siguen firmes en la terquedad cristiana de que el amor y no el odio, la fraternidad y no el egoísmo, la solidaridad y no el individualismo, serán los frutos triunfantes de tanta sangre derramada. En estos gestos solidarios y en esas pequeñas luchas populares es donde se manifiesta el misterio de las bienaventuranzas de Mateo. Las pequeñas luchas de los pobres, sus esfuerzos por resistir a las globalizaciones deshumanizantes son en la actualidad la garantía de que las víctimas de la injusticia serán todas bienaventuradas, y para todas ellas se les asegura una tierra nueva y unos cielos nuevos. Y los bienaventurados que están luchando por hacer realidad las promesas del Señor, como lo hicieron los mártires, se constituyen en aquella semilla de mostaza de la que nos habló Jesús, fuente de los seguros torrentes de liberación para nuestra sociedad.

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Terminó el conflicto armado pero, al contrario de lo que todos esperamos, se continúa profundizando el abismo de las desigualdades y oportunidades entre los salvadoreños.

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En esta fiesta de los mártires debemos renovar en nosotros y en nuestras instituciones el compromiso por seguir buscando en El Salvador y en Centroamérica los frutos verdaderos y auténticos del martirio y así evitar al menos tres grandes peligros: uno, el olvido que nos insensibiliza y nos vuelve irresponsables ante la historia de los pueblos; dos, quedarnos en el pasado que nos inflexibiliza ante los retos presentes y futuros; tres, la amenaza de convertir en piedra y cemento el compromiso martirial que nos incapacita para una verdadera conversión cristiana.

 

Ante la tendencia fuerte que existe en nuestro tiempo de buscar salidas fáciles y rápidas a los problemas y a olvidar la vida y sangre de los mártires y todo lo que supuso su lucha y su entrega, con alguna frecuencia alimentada por ciertas estructuras sociales e incluso religiosas, nosostros debemos reafirmar nuestro compromiso de pronunciar sus nombres, introducir su sangre en las causas justas de nuestro pueblo y poner signos claros, personales e institucionales de que seguimos su ejemplo y su causa.

 

Ante cierta tendencia de vivir sólo en el pasado y a remitir a él todo lo que sucede en el presente, desprendiendo la vida de los mártires de sus condicionamientos humanos e históricos y a caer en cierto fundamentalismo exclusivo y excluyente, debemos reafirmar nuestro compromiso por proseguir y actualizar su causa, retomando lo mejor de ellos y manteniéndonos siempre abiertos a los signos de los tiempos y a dar respuestas novedosas y creativas a los retos del presente y del futuro. Situándonos en los retos del presente y afirmando nuestro compromiso con un futuro más compartido, sin quedarnos anclados en un pasado paralizante, que a veces promueve excusas para no abrirnos a los nuevos desafíos, es como seguramente encontraremos una espléndida manera de actualizar los compromisos de la sangre martirial de nuestros hermanos jesuitas de la UCA y de Elba y Celina.

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a ocho años del asesinato de nuestros hermanos jesuitas y de Elba y Celina, la Compañía de Jesús sigue exigiendo el esclarecimiento total de la verdad de lo que ocurrió esa madrugada del 16 de noviembre de 1989,

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Ante la tendencia de convertir en piedra y cemento la memoria de los mártires, como excusa hipócrita ante las mediocridades cotidianas, personales e institucionales, nosotros debemos reafirmar el seguimiento de los mártires con gestos testimoniales de denuncia de un orden injusto que se afana en meternos a todos en la lógica del consumismo, de los compromisos superficiales y en la dinámica del sálvese quien pueda. Y en la reafirmación del seguimiento debemos privilegiar gestos concretos de cercanía y de entrega cotidiana a los pobres y a su causa por la que los mártires dieron su vida.

 

Hacer presente la memoria martirial de nuestros hermanos jesuitas y de Elba y Celina, es, en estos tiempos, una urgente necesidad cristiana porque nos remite a nuestro pozo fundamental, aquél que nos alimenta y nos da vida, Jesucristo y su buena noticia del Reino de Dios. Es ahí donde los creyentes encontramos el pozo de la sangre que libera, que abre nuestros ojos, que nos pone el corazón en sintonía con la causa de los pobres y que da sentido pleno a toda nuestra existencia.

 

San Salvador, 15 de noviembre de 1997.