El compromiso de los encuestadores

 

Como en todo proceso electoral, las encuestas de opinión tomaron un papel relevante en el acontecer político nacional a partir de los primeros días de 1997. No era para menos, ante la proximidad de los comicios legislativos y municipales. La mayoría de los medios de comunicación dio a conocer los resultados de diferentes encuestas de opinión, algunas debidamente acreditadas por instituciones reconocidas y otras... no tanto. Los medios de comunicación también dedicaron importantes espacios para comentar y debatir sobre los resultados de aquellas pesquisas. Como se ha hecho costumbre, sobre todo de parte de los políticos, algunos comentarios eran para elogiar las encuestas -precisamente aquellas en las que su partido salía bien librado-, mientras que otros comentarios y pseudoanálisis eran exclusivamente para criticarlas.

 

Las reacciones fueron, pues, heterogéneas; mientras unos desestimaban los resultados, otros los utilizaban como punto de referencia o, simplemente, no les dieron importancia. Sin embargo, independientemente de las diferentes actitudes, las encuestas siguen presentes, reflejando la evolución política y la opinión de los salvadoreños sobre la situación socioeconómica y de los derechos humanos y contribuyendo al proceso de democratización.

 

Normalmente, cuando se habla de encuestas se las asocia con "ganadores y perdedores" en las contiendas electorales. Este es el uso que se atribuye generalmente a los estudios de opinión, sin tomar en cuenta que pueden ser un valioso instrumento de diagnóstico social. Lamentablemente, ni la clase política ni buena parte de los medios de prensa han aprendido a interpretar y a utilizar los resultados de los estudios de opinión más allá de las cifras frías que señalan quién puntea en las preferencias políticas de la población. La mayoría de las veces no se toman en cuenta las razones, las circunstancias y el contexto que conducen al electorado a decidirse por determinadas opciones, incluyendo la de mostrarse indiferente y no votar.

 

Si los sondeos fuesen tomados realmente en serio, atendiendo a las peticiones de los ciudadanos en ellos expresadas, podrían tomarse medidas oportunas para satisfacer las demandas de la población y no recibir sorpresas cuando ya es demasiado tarde. Y es que, probablemente, la peor sorpresa que puede recibir un partido, sobre todo en una sociedad que está buscando la democracia, no es que los ciudadanos decidan votar por el adversario, sino, más bien, por ningdn instituto político, en vistas de que no hay uno solo que redna la confianza y la simpatía necesarias. Un poco de atención a las investigaciones de opinión pdblica permitiría responder a las necesidades y expectativas de los ciudadanos, impidiendo que la confianza de éstos hacia el sistema político, el gobierno y otras instancias al servicio del pueblo se desgaste, produciendo, como hasta ahora ha sucedido, la apatía de buena parte de los salvadoreños más necesitados.

 

El sistema electoral salvadoreño permanece inalterable -pese a que cada plebiscito muestra con mayor claridad la necesidad de una reforma profunda-, volviendo cada vez más difícil la participación de los más necesitados en la toma de importantes decisiones nacionales. Los ciudadanos más urgidos de atención son precisamente los que menos participan y los que más rehuyen identificarse con un proyecto político. De ahí la importancia de los sondeos de opinión pdblica. En un contexto en el que pareciera que las elecciones están perdiendo su capacidad para recoger los anhelos populares; en un contexto que permite sólo el veredicto de un 40 por ciento de los ciudadanos, los sondeos deben trasladarnos la voz del ciudadano comdn, la voz de aquel que no asiste a votar, porque está más interesado en sobrevivir que en "andar metido en cosas que no le sirven".

 

Es innegable que la realización y el uso de las encuestas como una herramienta de gran valía en cuanto canal de expresión promotor del debate social, insumo clave para analizar y comprender el contexto sociopolítico, es todavía incipiente; muy poca gente se interesa por verlas de esa forma.

 

Las encuestas preelectorales, a diferencia de los conteos rápidos, no tienen un carácter predictivo. Si ésa fuese su finalidad dltima, habría que tener presente que, tarde o temprano, se incurrirá en el error, y no porque la encuesta esté mal diseñada, sino porque el momento histórico en el que se realizó se transformó en algdn período de manera significativa. En ese cambio es donde deben intervenir los institutos políticos que deseen ganar adeptos, formulando propuestas claras, sencillas y reales.

 

Los sondeos han demostrado que no es la confrontación, ni el simplismo, ni los grandes proyectos, ni los ritmos pegajosos, ni las campañas millonarias las que orientarán al electorado a definirse por alguna corriente política; al contrario, generan desconfianza, desinterés y frustración al ver que sus peticiones no son tomadas en cuenta. El resultado final de las elecciones tiene la dltima palabra -aunque no se le puede llamar la "encuesta verdadera", porque las elecciones no son sino eso: elecciones-, pero si se observa el proceso electoral de manera dinámica se podrán conocer mejor los deseos de la ciudadanía, contribuyendo a fomentar nuestra democracia y a orientar a los dirigentes para que ajusten su actuación -y no su discurso- a la satisfacción de las demandas de la población.

 

Al tomar los sondeos como simples predictores de un evento, por demás incierto, los políticos no sólo menosprecian la riqueza del instrumento, sino la voluntad de más de la mitad de la población, de esa mitad que, a través de las encuestas, les explica que el país no está bien, porque no se encuentra eficientemente conducido, de esa mayoría que les habla de problemas reales y no de los fantasmas de la guerra o de la "gobernabilidad en peligro".

Por ello, siempre es importante diferenciar los sondeos de opinión serios, con bases científicas y académicas, realizados por instituciones especializadas, de aquellas investigaciones improvisadas, producidas por firmas con fines estrictamente comerciales. Un estudio bien elaborado ilustra el sentir y pensar de la población así como sus actitudes en una situación determinada y en un momento histórico determinado; es decir, una fotografía social que varía en la medida en que se transforman los elementos que conforman la realidad nacional.

 

Dentro de este remolino de señalamientos a las encuestas, los medios de comunicación han contribuido, algunas veces, a que las inveswtigaciones sean objeto de ataque y no de debate y reflexión, sobre todo cuando las empresas periodísticas no cumplen con sus principios de objetividad y presentan los datos parcializadamente, o cuando privilegian el comentario malicioso de los políticos sobre los datos obtenidos en el sondeo.

 

Ciertamente, hay que admitir que la mejor actitud frente a cualquier sondeo es la cautela. Cualquier investigación social está sujeta a errores, y los sondeos están condenados de por vida a vivir con su famoso "error muestral". Pero una cosa es tomar con cautela unos resultados y otra muy distinta, cuestionarlos porque no favorecen al propio bando. Una discusión de las capacidades de la encuesta y su contenido será siempre mucho más provechosa que una acusación malintencionada.

 

Y es que, ante las críticas, la actitud del encuestador debe ser, por un lado, cuestionar con honradez el propio trabajo y la función desempeñada, como un principio de modestia profesional; por otro, asumir con serenidad las críticas sin fundamento. Las experiencias anteriores han dejado como moraleja que la mayoría de las censuras a las encuestas no son más que un medio para desprestigiar este instrumento tan iluminador de la realidad y que, por eso mismo, puede ir en contra de los intereses de aquellos que las reprueban -que además son la minoría.

 

En todo caso, el tiempo, los resultados electorales y las respuestas de la población terminan confirmando si la misión de consultar a los ciudadanos ha cumplido o no con sus fines. Al final, no queda más que seguir trabajando como se ha venido haciendo, con todo el interés de coadyuvar al proceso de democratización, de ser canales de expresión del pueblo y, a la vez, un espejo para los salvadoreños mismos, con la ética y el profesionalismo que necesita una sociedad que no acaba de reconocerse en el conflicto para comenzar a encontrarse con la solidaridad y la paz.

 

 

Rubí Arana y Giovanni Flores