UCA

Universidad Centroamericana José Simeón Cañas



Revista ECA

© 1996 UCA Editores



ECA, No. 577-578, noviembre-diciembre de 1996



               Aprendamos de los mártires



     Existen distintas formas de recordar a nuestros

mártires: conversar "con" y sobre ellos, contar

anécdotas suyas, inspirarse en su pensamiento, derramar

algunas lágrimas, rezar, realizar ofrendas, celebrar la

eucaristía, lamentarse por su ausencia, etc.



     Nosotros quisiéramos recordarlos a nuestra manera,

que sea ésta una buena forma de hacerlo... quién

sabe. Lo que si sabemos es que la conmemoración tiene

también una dimensión individual, y por tanto,

deseamos rememorar estos noviembres sangrientos, de dolor y

muerte, de manera muy personal, así como lo hizo Obdulio,

el buen jardinero, el esposo de Elba, el padre de Celina, que con

el cuido paciente y sereno de sus rosales rendía

particular honor a los mártires.



     En esta conmemoración no social, ni departamental,

ni oficializada -con lo cual no queremos, ni pretendemos

minusvalorar los actos institucionales o litúrgicos que,

además de necesarios e importantes, cuentan con una

especial belleza ceremonial- queremos reflexionar acerca de

cómo vivieron y por qué los asesinaron, lo cual nos

lleva a preguntarnos: ¿quiénes fueron realmente sus

asesinos?



     Comencemos por el final y digamos de una vez que los

asesinos de Ellacu, de Martín-Baró, de Amando, de

Segundo, de Ramón Moreno, de Joaquín López

y López, de Elba y Celina no fueron únicamente el

ejército, ni el gobierno y su partido, ni la embajada, ni

los que festejaron con champagne su muerte...Los asesinaron

aquellos que obnubilados por la riqueza y el poder, -o por las

ansias locas de poseerlos-, se niegan a entender las causas de

la miseria, de la injusticia, de la marginación social,

de la depredación del medio ambiente, de la delincuencia,

de la criminalidad, de la corrupción, del irrespeto a los

derechos humanos, de la impunidad, etc. y se resisten, se oponen

tenazmente a cualquier cambio, por mínimo que éste

sea, aún cuando en ese cambio se juegan la posibilidad de

disfrutar, con mayor seguridad física y alguna

tranquilidad en su conciencia, su magna opulencia.



     Y sostenemos que esos fueron los asesinos, porque solamente

a ellos les disgustaba, les resultaba intolerable el quehacer de

nuestros mártires, al punto de tildarlos de subversivos.

Pero todavía más lamentable es que continúen

pensando así, negándose a sí mismos toda

posibilidad de conversión; a los pobres, o a quienes nos

solidarizamos con ellos, por el contrario, nos agradaba y nos

animaba su personal forma de vivir y de trabajar. Y es que

nuestros mártires dedicaron su vida y su trabajo a

hacernos comprensible la realidad de injusticia y de pecado en

El Salvador y, consecuentemente, a propiciar, desde su actividad

particular, los cambios que nuestra sociedad exigía en

aquellos días, los cambios que ahora, pese a los acuerdos

de paz, sigue exigiendo con mucha mayor fuerza. El quehacer y el

aporte de cada uno de los mártires, en su heterogeneidad,

es digno de ser imitado. Así Segundo Montes, que

realizó oportunos estudios sociológicos, o Ignacio

Martín-Baró, con sus múltiples publicaciones

sobre psicología social, o Amando López, que

ejerció una docencia reflexiva, o Juán Ramón

Moreno, que se dedicó al trabajo teológico y

pastoral, o Joaquín López y López, con su

Fe y Alegría, o Ignacio Ellacuría con la magistral

erudición propia del auténtico filósofo, que

le daba rumbo y sentido a todo el quehacer universitario. Todos

ellos fueron acompañados en vida y también en la

muerte por el humilde, pero no por ello menos importante trabajo

doméstico de Elba y su hija Celina.



     Y en una triste e inolvidable madrugada de noviembre todas

esas vidas fueron tronchadas en un instante, cual los

árboles altos por la furia del rayo, a manos de unos

cuantos mercenarios de la muerte, dóciles ejecutores de

las órdenes de aquellos incapaces de valorar la vida y la

dignidad humana.



     Recuerdo que fuimos despertados por la crueldad de la

noticia y no podíamos, ni queríamos creer lo que

se nos decía, ¿cómo podían haberse

atrevido? Asesinar al padre Ellacuría... no...

sencillamente eso no podía ser. Pero quien nos daba la

mala nueva nos decía: "yo creo que han matado a todos los

padres y vos papá, mejor sería que te fueras". Se

nos hizo un nudo en la garganta y caminamos rumbo a la UCA,

queríamos comprobarlo con nuestros propios ojos...¡Y

era verdad! Fue ese, quizá, el instante en que nos hicimos

partidarios de la vida. Fue entonces que comprendimos que la vida

debe ser respetada, que nada puede justificar a la muerte. Era

la primera vez que la guerra nos tocaba tan de cerca...



     Recordar a los mártires significa para nosotros,

recordar sus pensamientos, sus enseñanzas y, sobre todo,

las formulaciones del padre Ellacuría, porque él

fue nuestro maestro cuando anduvimos en busca de ese saber que

sólo se encuentra en la filosofía. Existe un

planteamiento suyo que siempre nos ha parecido una crítica

al capitalismo, incluso mucho más radical que la del mismo

Marx. Sostenía Ellacu, que el capitalismo no era

universalizable, por ser imposible y por ser, adicionalmente,

indeseable. Tal forma de ver la realidad es sencillamente

profunda. Con Marx aprendimos que lo que de un lado es riqueza

y opulencia en el otro es miseria y degradación humana.

Con los teóricos de la dependencia entendimos que, si

existen países desarrollados, es porque los hay

subdesarrollados. Con los ambientalistas hemos venido a

profundizar aquello que decía Ellacu: si todos

viviéramos como viven los del primer mundo

acabaríamos con el planeta. No es posible aspirar, en un

planeta finito, a un estilo de desarrollo fundamentado en los

patrones occidentales de crecimiento económico indefinido.

Ahora, dada la magnitud de la miseria en el mundo, resulta

evidente que el crecimiento económico no conduce al

desarrollo, entendido éste como el bienestar al estilo de

los países desarrollados. Hemos aprendido que la forma de

producción y consumo del capitalismo no es posible para

todos, y que tampoco es deseable, no sólo por contaminante

y depredadora del medio ambiente, sino porque tal forma de vida

consumista no humaniza ni hace felices a las personas. Para la

humanidad no existe futuro si seguimos marchando por la senda del

desarrollo industrial generada por el capitalismo. Por tal

razón Ignacio Ellacuría proponía la

civilización de la pobreza, por oposición a la de

la riqueza, la del trabajo por oposición a la del capital.

Actualmente se comienza a valorar las formas de vida y de trabajo

de las comunidades indígenas por su carácter

ambientalista y a su saber empírico tradicional comienza

a reconocérsele un status científico. Ahora resulta

que los pobres y no civilizados tienen mucho que ofrecer y

enseñar en términos. Ellacuría lo

presagió. Pero ¿a cuántos de los que nos

dedicamos a labores académicas, de investigación

y proyección social en la UCA, nos resulta convincente tal

formulación ellacuriana? ¿Cuántos la

conocemos? 



     Nosotros, decía Ellacu a menudo, refiriéndose

a "nosotros los de la UCA", debemos conocer mejor que nadie la

realidad, nuestra realidad, a fin de que podamos aportar,

universitariamente, alternativas, propuestas que beneficien a 

las mayorías populares. Ese postulado sigue teniendo

validez y, de una u otra forma, debemos ponerlo en

práctica en nuestro trabajo. Pero ¿cuántos lo

hacemos? ¿Cuántos de los nuevos catedráticos

conocen siquiera el pensamiento o el ideal universitario de la

UCA? ¿A cuántos nos importa? Consideramos que todo

ello es muy importante, sobre todo ahora cuando la

sinrazón y la irracionalidad se ha apoderado de nuestra

cotidianeidad y decide sobre nuestras vidas. Ahora, cuando la

"irracionalidad de la racionalidad" capitalista parece dominarlo

todo y a todos. Ahora, cuando las ambiciones personales se

disfrazan de pluralismo ideológico y político o de

"neutralidad" u "objetividad" científica. Ahora, cuando

parece que se ha perdido o está a punto de perderse el

compromiso solidario con las mayorías populares. Ahora,

cuando te descalifican intelectualmente si no manejas y usas la

imbécil jerga de los profetas neoliberales. Ahora, cuando

si quieres ser escuchado debes aceptar apriorísticamente

los postulados de la fe en el mercado, en la iniciativa privada

y en la globalización. 



     Recordar a nuestros mártires debiera animarnos a

seguir adelante cuando todo parece negro y el pesimismo se

apodera de nosotros. Al menos, a nosotros, nos anima cuando

discrepamos con una u otra disposición en el área

de trabajo en la que nos desenvolvemos, o en esos momentos de

desolación que a todos nos llegan de cuando en vez, y en

los que pareciera ya no tener sentido nuestra dedicación

al trabajo universitario.

     Recordar a los mártires también debiera

servirnos para reafirmar aquel principio de discernimiento que

solía usar Ellacu: lo que beneficie a las mayoría

populares, eso es lo que debemos apoyar. Ciertamente, hubo un

tiempo en que me resultaba difícil aceptar esa forma de

ver las cosas. Ahora, en retrospectiva, me parece que refleja a

cabalidad el profundo humanismo que animaba su quehacer, ese que

permeó nuestras conciencias, al menos la de aquellos que

decidimos dedicar nuestra vida y nuestro trabajo a esta

institución, a esta UCA nuestra.



     Y cuando decimos a esta UCA nuestra, lo decimos porque

ciertamente la UCA no es una compañía, ni es de la

Compañía, sino una corporación de utilidad

pública. En consecuencia, su labor no puede ni debe de ser

orientada con criterios crematísticos, aunque algunos

parecen olvidarlo y otros nunca se han enterado. La UCA es

nuestra, como nosotros somos de la UCA en la medida que seamos

útiles a las mayorías populares.



     La forma en que vivieron y trabajaron nuestros

mártires, ciertamente orientó y creó una

nueva forma de "ser universidad", -sin desmerecer a otros que

aún están entre nosotros- que hizo que la UCA se

ganara un merecido prestigio, nacional e internacional y que,

ciertamente, nos hacía y aún nos haga sentir

orgullosos de ser parte suya, aunque nuestro status laboral no

haya variado en muchos años. Pero, valga decirlo, no

vinimos a la UCA a escalar posiciones. Vinimos porque

veíamos en la universidad la posibilidad de incidir

positivamente en la realidad social, porque compartíamos

su objetivo último, ser lo que antes se llamó "la

universidad para el cambio social". Aunque ahora, como

también en el pasado, no estuviéramos absolutamente

de acuerdo con todo. 



     Pero bien, recordar a los mártires también

implica buscar la forma de marchar por la senda que ellos

iniciaron y para ello, quizá resulte impostergable mejorar

nuestro quehacer universitario, teniendo por horizonte la

búsqueda del beneficio de las mayorías populares,

preferentemente y partiendo de, al menos, esas tres formulaciones

del padre Ellacuría -a que hemos hecho referencia- y que,

a nuestro juicio, deben de seguir guiando la labor universitaria

de la UCA.



                                        Aquiles Montoya.