UCA

Universidad Centroamericana José Simeón Cañas



Revista ECA

© 1996 UCA Editores





       Maquilas: desarrollo versus condiciones laborales



   Al revisar el historial operativo de las industrias

maquileras en El Salvador nos enfrentamos con un hecho

paradójico: por un lado, un crecimiento de magnitud

suficiente como para considerarlo el rubro que genera

más empleo en el nivel formal, con un lugar primigenio

en el balance de las exportaciones; por el otro, la industria

más inestable y propensa a la violación de los

derechos laborales. Correlativamente, las maquilas son

defendidas a capa y espada por el gobierno y los empresarios,

y condenadas por los defensores de los derechos humanos,

algunos sectores de la oposición y los sindicatos. 



   De esta paradoja se desprende una importante

conclusión: la incongruencia entre el apabullante

desarrollo de la industria y la conquista de condiciones

laborales dignas es muestra de la incapacidad -o del

desinterés- gubernamental de establecer mecanismos

efectivos de negociación interinstitucionales; es

decir, mecanismos que, reuniendo las expectativas del sector

gubernamental, los sindicatos, los empresarios y los

trabajadores, sean capaces de mediar en la solución de

los conflictos obrero-patronales.



   En la práctica se registra todo lo contrario:

cuando el Código de Trabajo es irrespetado

escandalosamente, el gobierno y los empresarios optan por

formar un frente común que, mostrando los indicadores

oficiales de generación de empleo de la industria

maquilera, se niega a ceder frente a los intentos de los

trabajadores, organizados o no, de hacer valer sus derechos

o, cuando menos, a que se reconozca públicamente que

estos son violados continuamente. La ambigüedad y

debilidad de los sindicatos -cuando no se han puesto

cínicamente del lado de los empresarios- ha ayudado

con la perpetuación de esta dinámica.



   Entre las propuestas presentadas a la Asamblea Legislativa

para reglamentar y controlar la operación de las

maquilas en el país -entre ellas obligar a las

maquiladoras a presentar una fianza para cubrir las

indemnizaciones y salarios de los trabajadores en caso de

cierre o quiebra- la única aprobada hasta la fecha, la

única que ha logrado atravesar el tamiz de los vetos

oficiales, es la correspondiente al decreto ejecutivo

número 37: la formación de una Comisión

de Tratamiento y Prevención de Conflictos que,

integrada por representantes de los ministerios de Trabajo,

Economía, sector laboral y empresarios, operará

en las zonas francas para resolver a corto plazo los

conflictos. Aunque alentadora, la formación de la

Comisión aún no da señales como para

pensar que su operatividad pasará del nivel puramente

formal. 



   Las anteriores experiencias de formación de

comisiones, donde ha imperado la defensa de los propios

intereses sobre la necesidad del diálogo y la

concertación, permiten suponer que su creación

podría obedecer más a un interés de dar

largas a los problemas y evitar que las denuncias de los

trabajadores salgan a la luz pública, que a un

afán real de concretar soluciones. En este sentido, el

avocarse a este mecanismo tendría una utilidad doble:

demostrar que en El Salvador la democracia sienta la pauta

para resolver los conflictos, pese a que este ejercicio

democrático sea totalmente inocuo e ineficaz, y al

mismo tiempo preservar el estado actual de las cosas en el

atascamiento inherente a los diálogos donde participan

funcionarios del Estado.



   En este contexto, en el cual la operación de las

maquilas se ha mantenido incólume de sanciones gracias

a la protección del sector gubernamental, los

esfuerzos más prometedores para reformular la

política laboral de las maquilas han venido del

extranjero, de organizaciones de derechos humanos, de otras

relacionadas propiamente con la industria y del Departamento

de Trabajo de los Estados Unidos. Esto, como es de esperar si

se consideran las líneas ideológicas del

partido en el poder -propias de su exacerbado nacionalismo y

de su enconada defensa de la empresa privada-, ha sido

condenado inmediatamente como intervencionismo internacional,

como una suerte de conjura para acabar con las fuentes de

empleo que la industria de la maquila proporciona a El

Salvador.  



   Según la lógica gubernamental y empresarial,

los "agitadores extranjeros", respaldados por la

"información deformada" de algunos sindicalistas y

políticos opositores, pretenden que las empresas

transnacionales -la GAP, por ejemplo- ponga como

condición indispensable para la renovación de

sus contratos que las maquilas eleven las condiciones

laborales de los trabajadores. De comprobarse que en ellas se

viola la legislación laboral y al ser del todo

imposible para los empresarios extranjeros dueños de

las maquiladores -siguiendo el razonamiento- el cumplir con

esta condición, los dueños de las maquilas se

verían obligados a cerrar las fábricas y

emigrar hacia otras regiones.



   Esta es, pues, la catástrofe que para el gobierno

se cierne sobre el país: el cierre inminente de las

fábricas. Y es un amenaza no tan irreal ya que, en

primer lugar, en las maquilas sí existe una

violación sistemática de los derechos de los

trabajadores, y, en segundo, porque es merced -y sólo

merced- a esa condición de explotación, baja

remuneración, ausencia de indemnizaciones, la falta de

seguro social, etc., que la permanencia en nuestro

país y la contratación de nuestra mano de obra

es rentable.

   

   Por otra parte, el insistir en el cierre "inevitable" de

las maquilas a manos del entrometimiento extranjero o gracias

a la gestión de denuncia de algunos sindicalistas y

políticos nacionales, permite realizar una

separación entre la clausura de las industrias

maquileras y la responsabilidad que en ello podrían

tener los empresarios que las manejan. En este sentido, el

que las maquilas abandonaran el país sin saldar

ninguna de sus obligaciones para con los empleados se

debería únicamente a un ataque injustificado

por parte de agentes externos a las mismas, y no a los

intereses pragmáticos de sus dueños o a los

particulares esquemas de operatividad desde los cuales se

labora. 



   Mas, bajo la futura cancelación de las operaciones

podría estar operando una estrategia para acabar con

los problemas derivados de la violación de los

derechos laborales de una forma barata y rápida -cesan

las operaciones, cesa la conflictividad- y seguir operando a

partir de una alianza comercial con otra empresa maquiladora

donde no existan sindicatos.



   Aunque efectiva para manejar los conflictos donde

intervienen agentes exclusivamente nacionales, la

política del cierre enfrentaría serias

dificultades a la hora de tratar situaciones donde

intervinieran individuos o agrupaciones extranejeras. Puesto

que los despidos de los empleados y el traslado de los

contratos poco podrían hacer cuando fuera la

renovación o continuación de estos

últimos los que se pusieran en juego. Por ello es que

fue necesario realizar una demonización de las dos

comisiones extranjeras que han visitado el país para

verificar las condiciones laborales in situ -la primera en

noviembre del año pasado y la segunda en los primeros

días de septiembre del presente.



   Esa estrategia de ataque contra las comisiones parte de

dos presupuestos. Primero, en el país las

anomalías en las maquilas no dejan de ser más

que "violaciones normales" -tal como expresó el

Ministro de Trabajo, Eduardo Tomasino-, por lo que lo

único que perseguirían las gestiones en el

extranjero serían "fines políticos" para

desprestigiar al país y al gobierno frente a la

inversión extranjera; segundo, "los asuntos internos

deben ser manejados internamente" ya que se cuenta con la

capacidad necesaria para solucionar los conflictos sin

recurrir a la ayuda o el apoyo foráneo.



   Respecto del primer presupuesto, hay que admitir que la

última visita de los delegados del Departamento de

Trabajo de los Estados Unidos se enmarca dentro del contexto

electoral estadounidense. Emprender una campaña de

verificación sobre el cumplimiento de los derechos

laborales en aquellos países donde se elaboran

artículos para compañías norteamericanas

es plausible de ser interpretado como una estrategia del

equipo de Clinton para atraer votantes. En ese sentido

sí podría hablarse de un fin político en

las visitas de las comisiones, pero no puede seguirse que

efectivamente se busque cerrar fuentes de empleo o aislar al

país de la inversión extranjera. Más

bien lo que se buscaría, además del evidente

objetivo electoral, sería precisamente lo contrario:

hacer que las visitas de las comisiones y la presión

del gobierno estadounidense se tradujeran en una relativa

nivelación entre los salarios pagados en las

industrias en suelo norteamericano y las industrias asentadas

en los países subdesarrollados. Ello permitiría

atajar una de las problemáticas más candentes

de la política de la primera potencia: la constante

inmigración de indocumentados. Si a la significativa

generación de empleos que las maquilas generan en los

países anfitriones pudieran añadirse

condiciones laborales no desesperantes y sueldos decentes,

esta industria se convertiría en un aliciente para que

la mano de obra no emigrara a las regiones desarrolladas.



   En lo que respecta a la calificación "normal" que

el ministro hizo de las violaciones a los derechos laborales,

aparte de ser de suyo ofensiva, puesto que ningún tipo

de irrespeto a los derechos de la persona es normal ni mucho

menos tolerable, es insostenible cuando la tendencia de los

empresarios de las maquilas a abandonar el país sin

indemnizar o cancelar los salarios de los trabajadores, lejos

de disminuir, aumenta constantemente.



   En lo que toca al segundo presupuesto, por la misma

índole del funcionamiento de las maquilas, la

solución de los conflictos sólo puede llevarse

a buen término mediante una negociación que

supere las fronteras de la nación que las acoge.

Cuando ni los dueños de las maquilas ni los

propietarios de las empresas que contratan sus servicios son

nacionales, es evidente que la única manera de

obligarlas a cumplir con los derechos laborales es

respaldando la legislación de la nación

anfitriona con una legislación internacional que

controle sus operaciones, sea cual sea el país a donde

lleguen para utilizar su mano de obra. De esta manera,

abandonar una nación para asentarse en otra no

tendría ninguna utilidad, puesto que las

responsabilidades y las obligaciones de los empresarios para

con sus empleados serían inescapables e

irrenunciables. 

   

   De lo contrario, como ya ha sido verificado en El

Salvador, la alternativa de los empresarios maquiladores y

las compañías que los contratan frente a los

problemas que se deriven de irrespetar tal o cual derecho

laboral será la de trasladarse a otro país con

legislaciones más permisivas o gobiernos menos

preocupados por hacerlas cumplir. 



   Mientras no sea así, aun cuando los sindicatos

nacionales de las maquilas estuvieran fortalecidos y tuviesen

habilidad política, aun cuando el gobierno se mostrara

más interesado en el bien de sus ciudadanos que en las

exigencias de las empresarios extranjeros, y aun cuando

existiera una legislación nacional robusta, sin un

acuerdo internacional que vele por la ética y

responsabilidad en el comportamiento de las empresas

internacionales será inútil esperar condiciones

dignas de trabajo y, mucho menos, impedir la volatilidad que

hasta la fecha sigue caracterizando a las maquilas.

Henry Marcel Vargas Escolero