UCA

Universidad Centroamericana José Simeón Cañas



Revista ECA

© 1996 UCA Editores





Tomado de ECA, No. 575, septiembre de 1996





                         Editorial

               Debate sobre un El Salvador viable



    Nuestro último editorial concluía diciendo que

El Salvador necesita una alternativa de desarrollo, cuyas

características fundamentales no han sido definidas

todavía y, por lo tanto, era necesaria una búsqueda

intensa, en la cual debiéramos participar todos.

Agregábamos también que la coyuntura era propicia

para iniciar dicha búsqueda (Un manifiesto a favor del

cambio, ECA, 573-574, p. 553 ss.). Ahí se insinuaban algunas

características necesarias para que la búsqueda

arrojase resultados positivos. Sin embargo, el tema amerita ser

tratado en sí mismo.



    Esa búsqueda se plantea como un debate, porque los

planteamientos son encontrados y deben ser discutidos y porque

todas las fuerzas sociales debieran participar en la

discusión de los problemas más graves del

país. Este debate debiera conducir a una negociación

y a un acuerdo fundamental sobre los compromisos para superar la

crisis actual. Aunque en este momento la situación del

país favorece la realización de ese debate, deben

satisfacerse algunos requisitos mínimos para garantizar su

resultado: colocar a El Salvador en el camino correcto para

resolver la crisis estructural interna. Dicho en otros

términos, no cualquier clase de debate dará los

frutos esperados. Es más, si no se establecen algunas

condiciones, corre el grave riesgo de abortar.



    En las siguientes páginas, trataremos de responder a

dos preguntas básicas: por qué debe tener lugar este

debate y cuáles deben ser sus condiciones. Al hilo de las

respuestas delimitaremos su naturaleza.



1. Razones a favor del debate



    El debate sobre las alternativas de desarrollo sostenible del

país es necesario porque la situación es francamente

mala, en particular, para las mayorías populares, pero no

sólo para ellas, sino también para los empresarios y

productores medianos, pequeños y, relativamente, para un

sector importante de los grandes. 



No cualquier clase de debate dará los frutos esperados. Es

más, si no se establecen algunas condiciones, corre el grave

riesgo de abortar.



    El modelo socio económico impulsado por el gobierno

actual no está arrojando los resultados esperados: el

producto interno bruto retrocede, el déficit fiscal tiende

a aumentar, las exportaciones no experimentan el incremento deseado

y la brecha comercial se agranda cada vez más, mientras la

productividad tampoco aumenta. A nivel social, la pobreza no cede,

sino que se extiende; los esfuerzos hechos hasta ahora son

claramente insuficientes y exceptuando las áreas de

educación y salud, donde se pueden constatar algunos avances

importantes, en las demás no se han dado pasos determinantes

para resolver los graves problemas de la población.

Políticamente, cada vez se profundiza más la

tendencia hacia el autoritarismo, el cual se puede constatar en

muchos campos de la acción gubernamental, la independencia

de poderes es cada vez menos evidente -al menos entre el ejecutivo

y el legislativo-, para el agobiante flagelo de la violencia

sólo se tienen medidas de fuerza que en nada contribuyen a

erradicarlo, las reformas imprescindibles para constituir un Estado

moderno todavía no se implementan. A nivel cultural, se

carece de ideas para promover una identidad salvadoreña cada

vez más norteamericanizada. En conclusión, el

país da muestras de estarse agotando.



Políticamente, cada vez se profundiza más la

tendencia hacia el autoritarismo, el cual se puede constatar en

muchos campos de la acción gubernamental.



    Esta sensación de agotamiento es agravada por los

vaivenes de un gobierno sin ideas propias y mal preparado para

gobernar un país complicado, y por las luchas por el poder

en el interior del partido oficial (ARENA), cuyas divisiones

repercuten directamente en el aparato gubernamental. La crisis de

los partidos políticos y el desprestigio de la clase

política en general -o al menos sus limitaciones para

proponer alternativas viables- generan una sensación de

incertidumbre y desamparo en la sociedad. Este dato hay que tenerlo

muy en cuenta a la hora de considerar el peso real de los

políticos en un debate nacional.

    La segunda razón para el debate es la existencia de

diferentes propuestas, unas más formales que otras, para

encontrar una alternativa al subdesarrollo, a la pobreza y al

desgobierno. Para quienes presentan estas propuestas, la

alternativa gubernamental ya no sería tal. Este consenso es

más importante en cuanto que proviene de posiciones muy

diversas, incluso de algunas que, en otro tiempo, compartieron la

visión oficial. Otro elemento común importante es la

conciencia de que el segundo gobierno de ARENA se ha empantanado.

Ni siquiera ha podido cumplir las doce medidas propuestas por el

presidente Calderón el 1 de junio pasado ante el reclamo de

la empresa privada; unas medidas que cuando fueron ofrecidas

tenían carácter inmediato, pero ese carácter

se perdió en los meses posteriores a causa de la

ineficiencia gubernamental.



    La tercera razón es la mayor conciencia sobre la

obligación de participar en las decisiones importantes sobre

el presente y el futuro de El Salvador, existente en la sociedad

salvadoreña. El mero hecho de presentar propuestas de

solución nacional rompe con la idea de que los problemas

nacionales atañen exclusivamente a los políticos y al

gobierno. El destino del país ya no es cuestión

únicamente de quienes tienen el poder, sino que concierne

también a toda la sociedad y, en particular, a aquellos

sectores, grupos o instituciones que tienen algo que aportar. Sin

embargo, esta conciencia tiene que luchar para abrirse espacio en

el ámbito político actual, que considera que el

partido que obtiene la mayoría de votos está en

libertad para ejercer el poder según sus conveniencias, sin

prestar atención a la ciudadanía.



    Finalmente, conseguido un acuerdo nacional con objetivos de

mediano y largo plazo, habría mayores posibilidades para

alcanzarlos, independientemente del partido político que

asuma el poder del Estado. De esta manera, los acuerdos en

cuestión tendrán fuerza social como para imponerse

sobre diferencias partidistas o ideológicas. El

interés nacional privaría sobre el interés

particular de un determinado grupo político.



    El destino del país ya no es cuestión

únicamente de quienes tienen el poder, sino que concierne

también a toda la sociedad.

                                                               

    De esta manera, el debate vendría a dar continuidad a

la presentación de las propuestas y permitiría oir

voces no escuchadas hasta ahora. En este sentido, llenaría

el vacío creado por la exclusión premeditada de la

sociedad en general y del pueblo en particular a la hora de buscar

soluciones nacionales.



    A quienes se sienten motivados a participar los mueve, de

alguna manera, el deseo por promover el bien común.

Quizás esa conciencia no sea todo lo clara y firme que

debiera, pero tiene suficiente entidad como para servir de soporte

a un debate constructivo. Una vez comenzado éste,

aquélla podría superar sus limitaciones actuales y

universalizarse. La existencia de esta conciencia se refleja en la

insistencia con la que diversos sectores sociales piden ser

escuchados por quienes detentan el poder del Estado. Tal vez no

tengan una propuesta completamente elaborada y consistente, pero

conocen bien el impacto negativo de las políticas

gubernamentales en sus comunidades y familias y tienen, sin duda,

opiniones valiosas sobre posibles soluciones. Este sentido de

responsabilidad ciudadana, todo lo vago que se quiera,

podría aprovecharse para que el debate fuera realmente

nacional, sin quedar circunscrito a determinados sectores o

instituciones.



    Sería, por otro lado, una práctica

democrática con un alcance mucho mayor que el simple

ejercicio del sufragio, pues siempre se ha tenido miedo a convocar

a las fuerzas sociales y al pueblo a la hora de buscar soluciones

para los problemas que los afectan. Su opinión sólo

es tomada en cuenta cuando suponen que aquélla coincide con

los intereses del gobierno o del partido oficial, como en el caso

de la reinstauración de la pena capital en el país.



    En 1988, ante una situación muy similar, el arzobispado

de San Salvador organizó un debate amplio y abierto sobre la

problemática nacional y sus posibles soluciones. En

él tomaron parte sectores sociales muy importantes, aunque

algunos, como la empresa privada, se mantuvieron al margen. Aun con

la ausencia del sector empresarial y productivo, el debate

demostró la importancia de las organizaciones sociales que,

pese a sus afiliaciones partidarias, pudieron superar sus

diferencias, poniendo por delante el bien del país. Nadie se

sintió excluido y todos aquellos que participaron tuvieron

oportunidad para expresar sus puntos de vista. El debate

permitió conocer el pensar y sentir de las organizaciones

sociales y establecer consensos sobre algunos de los aspectos

transcendentales de la realidad nacional. No se estuvo de acuerdo

en todo, pero sí en bastantes puntos decisivos para impulsar

el proceso de paz.



    Finalmente, El Salvador tiene una experiencia positiva de

debate. La sociedad, con contadas y conocidas excepciones, acepta

la representatividad de quienes negociaron el final del conflicto

armado e intentaron delinear una transición de postguerra y

la validez de los compromisos plasmados en los acuerdos de paz, aun

cuando su negociación y ejecución quedaron

restringidas a un reducido grupo de políticos. Seguramente,

la búsqueda del bien del país y el respaldo

internacional resultaron determinantes para otorgar tanta

credibilidad a los negociadores. Por otro lado, algo que

parecía imposible de conseguir, como era poner fin a doce

años de una guerra civil cruel y devastadora, se

logró; claro está, esto fue posible, en gran medida,

porque Estados Unidos perdió interés en la guerra

salvadoreña.



   Se ha tenido miedo a convocar a las fuerzas sociales y al pueblo

a la hora de buscar soluciones para los problemas que los afectan.

                                                              



    Dada esta experiencia, la sociedad estaría interesada

en participar en un debate, en el cual se buscase establecer las

bases de un nuevo modelo de convivencia. En este caso, el tema de

la negociación es la alternativa socio económica de

El Salvador. Un tema quizá más difícil que

poner fin a la guerra civil, porque inevitablemente toca intereses

económicos muy poderosos, pero también muy

egoístas y ambiciosos. Los negociadores de los acuerdos de

paz así lo advirtieron y por eso mismo renunciaron a

profundizar en el tema, postergándolo hasta que los

compromisos adquiridos en los acuerdos de paz hubiesen abierto los

espacios necesarios para tratar este asunto intrínsecamente

vinculado a las causas de la guerra civil. Los espacios abiertos no

son todo lo amplios que debieran ser, pero hay indicios suficientes

de que la sociedad ansía la búsqueda de una

alternativa de desarrollo sostenible que le permita avanzar por

camino seguro hacia la paz social.



    Así como los militares y el gobierno tuvieron que

convencerse de que la guerra no tenía solución

militar, sobre todo porque Estados Unidos ya no estaba dispuesta a

continuar dirigiéndola y financiándola, los grupos de

poder económico debieran aceptar que su posición

tampoco es viable a mediano plazo sin una negociación que

garantice unos cambios sociales y económicos graduales y

pacíficos. Sus elevadas tasas de ganancia están

poniendo en grave peligro no sólo su seguridad personal y la

de los demás, sino también la estabilidad e incluso

la existencia de El Salvador como país ecológica y

socialmente viable.



    La dificultad que representan la reestructuración de la

sociedad en sí misma y la de aquellos sectores opuestos al

cambio social no debiera ser óbice para no enfrentar el

desafío. Si se pudo llegar a una serie de acuerdos para

poner fin a la guerra civil, también se pueden negociar

otros para impulsar la transición hacia los cambios sociales

e institucionales que el país reclama con tanta urgencia.

Quizás ha llegado el momento de que El Salvador

también dé ejemplo en esta clase de debate y

negociación nacional. Ciertamente, el bien del país

así lo requiere.



2. Cómo no debe ser el debate



    El debate que el país reclama con tanta urgencia no es

el que el gobierno propone cuando se encuentra en apuros. En

realidad, este no propone debatir los problemas y sus posibles

soluciones, sino asumir sin discusión su diagnóstico

y sus propuestas. A lo más que ha llegado es a reunir a los

partidos políticos y a la empresa privada para explicarles

su posición y pedirles su respaldo, sobre todo cuando no

sabe cómo salir de una crisis coyuntural. El gobierno nunca

consulta abiertamente sus decisiones más importantes,

incluso aquellas que comprometen al país más

allá del período presidencial actual. Prevalece la

idea de que el voto le otorga una autoridad y una legitimidad que

no lo obligarían a consultar con la ciudadanía.



    El gobierno actual, pues, todavía no ha dado muestras

de creer en el debate de los problemas nacionales. Las propuestas

presentadas recientemente las recibió con escepticismo.

Sólo reaccionó positivamente a la de la empresa

privada, pero leyéndola desde su posición, es decir,

pasando por alto tanto los cuestionamientos a sus políticas

como aquellas propuestas que no coinciden con las suyas.



    El manifiesto salvadoreño de la empresa privada, aunque

importante, no es la propuesta más adecuada. Rompiendo con

décadas de imposición, posibles por su alianza con

los gobiernos militares de entonces, la empresa privada se

manifestó y promovió el debate público de sus

planteamientos. En lugar de acudir directamente a casa presidencial

para hacer valer sus puntos de vista, donde ya no es escuchada con

la atención de antes, porque los intereses del gobierno

actual no coinciden plenamente con los suyos, en esta

ocasión, la empresa privada se vio obligada a dirigirse a la

sociedad.



  Los grupos de poder económico debieran aceptar que su

posición no es viable a mediano plazo sin una

negociación que garantice unos cambios sociales y

económicos graduales y pacíficos.

                                                               

    No obstante estas novedades, el curso que la cúpula de

la empresa privada está imprimiendo a su propuesta es

equivocado, pues la está politizando indebidamente y

así la priva de su especificidad. El movimiento de

propuestas alternativas a la del gobierno tiene un carácter

eminentemente social y lo social no debe confundirse con lo

político, aunque ambos campos se determinan mutuamente. El

proceso iniciado es más social que político, es

decir, engloba estructuras y dinamismos estrictamente sociales y

así debe mantenerse. De lo contrario, corre el riesgo de

desnaturalizarse.



    No se pide la sustitución de los partidos

políticos, sino la complementación, pero respetando

la especificidad de cada ámbito. Qué duda cabe que

los partidos políticos tienen un rol importante en las

transformaciones del país. En definitiva, ellos determinan

las políticas y las prácticas desde los poderes

ejecutivo y legislativo; pero, en este caso, no son los agentes

impulsores de los cambios que el país reclama con

insistencia. La clase política se dirige fundamentalmente a

la toma del poder estatal para, desde él, realizar su

proyecto global. Esta dirección configura

específicamente su acción. Las organizaciones

sociales no buscan para sí mismas el poder político

del Estado, sino el logro de objetivos propios. Por eso mismo, lo

social no debe subordinarse a lo político. Ahora bien, que

haya coincidencias e incluso preferencias es natural.



    La subordinación que impide la autonomía de las

organizaciones sociales y las fuerza a contribuir a los intereses

de sectores estrictamente políticos traiciona sus intereses

y objetivos. Ciertamente, la organización social no debe

cerrarse sobre sí misma ni contraponer sus intereses a los

intereses generales. Más aún, debe estar atenta y

apoyar a cuantos mejor defiendan los intereses generales y, dentro

de ellos, los de cada organización; pero sin abdicar de su

autonomía y sin dejarse manipular desde fuera por

ningún partido político.



    Los partidos políticos, en cambio, muy

difícilmente responderán a los intereses generales

que pueda representar El manifiesto salvadoreño. Ni siquiera

recogen el sentir de la ciudadanía a la que supuestamente

representan. La brecha entre la clase política y la

ciudadanía es ahora más ancha que antes y, por ende,

más evidente. Precisamente por eso, ésta ha decidido

tomar la palabra para hacer oír sus demandas.



    Aunque la relación entre el sector privado y el laboral

es fundamental para la buena marcha de un proyecto de desarrollo

nacional y, más aún, estas relaciones debieran

fomentarse e intensificarse para reducir al mínimo la

conflictividad laboral, elevar la productividad, pero

también para mejorar las condiciones de los trabajadores;

este foro no reúne todas las condiciones requeridas por el

estado de agotamiento del país, porque su alcance es

limitado. El problema de El Salvador abarca mucho más que

las relaciones entre los empleadores y los trabajadores.



    La empresa privada procede sectariamente cuando propone como

documento base para la discusión El manifiesto

salvadoreño; sin duda, éste debe entrar en el debate,

pero como una propuesta más. No es la única ni tiene

las características de un documento base para una

discusión de gran envergadura. En esto, la cúpula de

la empresa privada debiera dar muestras de mayor humildad,

reconociendo sus limitaciones; y de altruísmo,

abriéndose a otras propuestas también válidas

e importantes. Si sólo se toma como punto de partida este

documento se corre el peligro de empobrecer el debate,

además de excluir a otros sectores sociales importantes, que

también tienen algo que aportar. No hay que olvidar que la

búsqueda de soluciones, para ser realmente nacional, debe

constituir un esfuerzo colectivo.



    Dicho lo anterior, hay que agregar que la participación

de la empresa privada es crucial porque puede contribuir a la

formulación de unas propuestas más equilibradas y

matizadas e incluso, quizás, más realistas, pero

siempre sin sobrepasar los límites impuestos por sus propios

intereses.



    Algunos sectores políticos y gubernamentales quisieran

contar con ciertos consensos antes de las próximas

elecciones para centrar la campaña electoral en qué

partido está mejor capacitado para ejecutar las medidas o

programas aceptados por un consenso nacional. Para estos sectores,

el problema se reduce a determinar si la privatización de

las pensiones y las telecomunicaciones es o no conveniente, si

existe acuerdo o desacuerdo en las bondades del mercado libre, si

democracia y mercado libre son o no son inseparables, si hay o no

que promover la inversión extranjera en más

maquiladoras, etc. Esta perspectiva es positiva en cuanto limita el

papel del gobierno a ejecutar o administrar un plan previamente

discutido y acordado con las fuerzas sociales. En las elecciones,

por lo tanto, sólo se dirimiría qué partido

podría gestionar mejor dicho acuerdo básico.





   La subordinación que impide la autonomía de las

organizaciones sociales y las fuerza a contribuir a los intereses

de sectores estrictamente políticos traiciona sus intereses

y objetivos.

                                                               

    Pero esta visión es claramente insuficiente por

defecto, puesto que el problema de El Salvador no es, en primera

instancia, aceptar una serie de medidas. Esta tesis peca de

simplismo y pragmatismo. En gran parte, El Salvador se encuentra en

estado de agotamiento no por la falta de medidas, sino por carecer

de horizonte y planificación. Para que las medidas puedan

conducir al desarrollo sostenible que queremos, primero hay que

contar con un buen diagnóstico de dónde está

el país y a dónde debemos conducirlo, después

hay que discutir las alternativas disponibles y, por último,

establecer las medidas correspondientes. No se puede comenzar por

esto último, porque entonces se corre el riesgo de perder el

rumbo y de adoptar medidas contradictorias y sin mayor sentido -una

de las grandes debilidades del gobierno actual. Dicho con otras

palabras, es necesario planificar a corto, mediano y largo plazo.



3. Condiciones para debatir el problema nacional



    Entonces, cómo iniciar un debate que permita superar

los obstáculos anteriores y encontrar las alternativas que

conducen al desarrollo sostenible y a la paz social. En primer

lugar, todas las propuestas deben ser tomadas en cuenta, sin

privilegiar a ninguna. El aporte de todas estas fuerzas sociales es

valioso en sí mismo y, en cuanto tal, debe ser tomado en

cuenta, enriqueciendo así el debate. Para ello, una

instancia de reconocida objetividad debiera señalar las

coincidencias y diferencias más importantes, indicando su

complejidad. Sólo entonces podría elaborarse una

agenda de discusión realmente nacional. La agenda que la

empresa privada y los partidos políticos han elaborado, a

partir del manifiesto de la primera, es parcial, tanto por su

problemática como por quienes participaron en su

formulación y se aprestan a discutirla.



    Una de las características fundamentales de un debate

nacional es el pluralismo de sus participantes. Para satisfacer

esta condición, en él debieran tomar parte las

fuerzas sociales representativas del capital y del trabajo, de la

izquierda, del centro y de la derecha, de los sectores formales e

informales, de los sectores grandes, medianos y pequeños y

también de los sectores populares, de las iglesias y las

universidades.



    El debate debe aspirar a conseguir un consenso amplio, a

partir de las posiciones encontradas existentes. Esto es posible si

se orienta a buscar las coincidencias más que a identificar

las diferencias, si está más preocupado por encontrar

soluciones viables que por imponer desde la prepotencia, si la

actitud fundamental es de apertura y no de radicalización de

la posición propia, si se confía en los logros de la

razón y la voluntad popular, si el pensamiento es libre y no

está sometido a temores ni a consignas extrañas. El

trabajo es amplio y arduo, pero posible, no obstante las

diferencias entre los sectores y las divergencias dentro de cada

sector. Pero para ello, la discusión debe centrarse en los

problemas nacionales más importantes.



    Los participantes en el debate, por consiguiente,

deberán esforzarse de manera particular por comprender las

posturas contrarias, abandonando dogmatismos y prejuicios de toda

clase, siendo su única preocupación encontrar aquello

que más conviene al país como un todo, es decir,

deben acudir dispuestos a escuchar y aprender de los demás;

asimismo, deberán mostrar bastante humildad para atender a

los especialistas, pues los participantes no necesariamente tienen

que estar familiarizados con las complejidades de todos los temas

a discutir, pero esto no quiere decir que aquéllos tengan la

última palabra.



    Una metodología sabia y objetiva, reforzada por la

ciencia y la experiencia de los especialistas, no sólo

evitará la ignorancia y la pobreza que caracterizan los

debates de la clase política en la actualidad, sino que

también favorecerán el trabajo y la reflexión.

Todo ello ayudaría a que predominaran la razón y la

moderación sobre la presión y la protesta. Dadas

estas condiciones, es casi seguro que las propuestas de los

sectores más progresistas, sin traicionar sus ideales y

aspiraciones maximalistas, se volverán más realistas,

buscando más el consenso que une que la

radicalización diferenciadora. Los menos progresistas, por

el otro lado, probablemente se mostrarán más abiertos

que de costumbre. En otras palabras, las posturas de todos se

tornarán más prudentes y moderadas y lejos de

estimular antagonismos, tenderán a coincidir en propuestas

intermedias aceptables.



    No es indispensable estar de acuerdo en todo, pero,

indudablemente, hay que acordar lo más importante. Esto

hará que el diálogo necesite de un tiempo y de un

ritmo difíciles de predecir con precisión, pero

indispensables para madurar, lo cual es contrario a la

precipitación de quienes sólo quieren recetas

fáciles o a una prolongación indefinida que agotase

esfuerzos y expectativas.



El Salvador se encuentra en estado de agotamiento no por la falta

de medidas, sino por carecer de horizonte y planificación.

                                                               

    El deseo por coincidir o converger puede ayudar mucho a

superar las diferencias que, por otro lado, son normales. Siempre

que lo social determine lo político más que lo

político a lo social, el consenso nacional cuenta con una

posibilidad real. Más aún, con relativa facilidad

podría pasarse de un mero consenso nacional a un consenso

político. Por eso, el carácter eminentemente social

del debate excluye, al menos en un primer momento, a las fuerzas

políticas y al gobierno. Es la sociedad la que debe

reflexionar sobre sus necesidades y la que debe plantear sus

demandas. Esto es sumamente importante para no politizar indebida

e innecesariamente la discusión y para permitir a la

sociedad hacer oír su voz a una clase política

excesivamente polarizada, muy poco libre de las consignas de las

cúpulas partidarias y bastante alejada del clamor popular.



    La discusión podrá desarrollarse con agilidad

suficiente si quienes toman parte en ella cuentan con la

delegación de los sectores que representan, de lo contrario,

el avance podría ser lento y penoso, al ser entorpecido por

la consulta constante. De ahí que es importante que las

fuerzas sociales designen personas suficientemente representativas,

que cuenten con su pleno respaldo y gocen de su confianza. La

comisión presidencial que elaboró el documento

programático de la reforma educativa pudiera dar la pauta

para la integración de este foro, más amplio y

complejo por la naturaleza misma de su problemática.



    La agenda de este debate debiera incluir toda la

problemática del país; precisamente, este es uno de

los requisitos indispensables si quiere cobrar carácter

nacional. Solamente teniendo una visión global de la

sociedad y del Estado se puede avanzar en la dirección

correcta. De ahí que sea necesario establecer el

diagnóstico de la situación actual y sus causas, y

analizar los intentos de solución ensayados hasta ahora y

las propuestas nuevas. Estos no son problemas sin importancia; al

contrario, son los problemas fundamentales del país.



    Si bien en la discusión que aquí se propone

participarán los representantes de las fuerzas sociales,

estos, además de explicar y defender sus puntos de vista y

de proponer sus propias soluciones, debieran considerar atentamente

el sentir de la opinión pública. En El Salvador se

cuenta con una experiencia sólida -ciertamente, en el

Instituto Universitario de Opinión Pública de la UCA-

en cuanto a auscultar la opinión de la sociedad sobre los

grandes temas nacionales. El desprecio que los políticos

manifiestan en su discurso público hacia las encuestas de

opinión se explica porque los resultados casi nunca son los

esperados por ellos, porque no están preparados para leer e

interpretar tales resultados y sobre todo porque rechazan

visceralmente la evaluación pública de su

desempeño político.



    El Salvador es el gran problema y, por lo tanto, el centro del

debate. Una parte importante de esa realidad es la opinión

pública. No se puede seguir hablando en nombre del pueblo

salvadoreño ni se puede continuar arrogándose una

representatividad que no se tiene, porque lo que este pueblo

piensa, valora y espera está expresado con bastante claridad

en las encuestas de opinión. 

                                                    

    Siempre que lo social determine lo político más

que lo político a lo social, el consenso nacional cuenta con

una posibilidad real.

                                                               

    Para satisfacer todas estas condiciones, el lugar y la

coordinación de este esfuerzo nacional deberán

garantizar la racionalidad, el compromiso inclaudicable con el bien

común, la independencia de pensamiento, la experiencia en

esta clase de búsquedas y una infraestructura mínima,

incluyendo recursos humanos y físicos. No muchas

instituciones reúnen estas características en el

país, pero hay algunas que tienen suficiente prestigio y

capacidad y podrían estar dispuestas a prestar este

servicio. Dicho con otras palabras, la Asociación Nacional

de la Empresa Privada no es la instancia más idónea

para coordinar este esfuerzo, porque sus intereses la pueden llevar

fácilmente a perder de vista las otras propuestas y a

dialogar únicamente con aquellas fuerzas de las cuales

espera un apoyo inmediato, tal como está sucediendo en la

actualidad. Por razones parecidas, tampoco la clase política

es idónea para conducir este proceso y mucho menos un

gobierno como el actual.



    Una vez acordadas las fuerzas sociales que debieran

participar, designados sus representantes y establecida la

coordinación, el debate debiera comenzar cuanto antes, sin

esperar el resultado de las próximas elecciones, pues la

crisis del país no puede aguardar. Aparte de que una vez

pasadas dichas elecciones, la clase política se

dedicará a pensar en la siguiente elección

presidencial, lo cual postergaría innecesariamente el debate

hasta el año 2000. Mientras los políticos se dedican

a su actividad preferida -las elecciones-, la sociedad se debiera

concentrar en pensar sobre sí misma para promover la equidad

económica y social.



    Más aún, un debate nacional inmediato presenta

las ventajas siguientes: le restaría relevancia y sobre todo

dramatismo a las próximas elecciones, trasladando el

interés a los problemas nacionales y su solución;

contribuiría a relajar el ambiente social y político,

polarizado cada vez más por el afán electoral de los

partidos políticos; y proporcionaría ideas y

propuestas novedosas sobre la realidad nacional, las cuales

podrían contribuir a elevar el nivel de la discusión

política, protagonizado por una clase política

desgastada.



    En cualquier caso, el debate podría abrir perspectivas

interesantes para las futuras campañas electorales, puesto

que mostraría las posibilidades y los límites de las

alianzas sociales y políticas. En efecto, podrían

surgir tendencias importantes no sólo para el equilibrio

social, sino también para acrecentar el propio capital

electoral. Será difícil que los grandes actores

políticos se pongan en contra de las conclusiones de un

consenso realmente nacional.



    Un debate nacional, con el esfuerzo que representa de

reflexión y creatividad, podría llegar a acuerdos

teóricos importantes y así contribuiría

positivamente a la concientización y a la

flexibilización de las posiciones actuales. Indudablemente,

todo ello haría avanzar la idea de la paz social en general

y de la necesidad de dialogar y negociar como medio para

conseguirla. En este sentido, un debate nacional como el que

aquí proponemos suscitaría una esperanza fuerte y

viva. No obstante las divergencias importantes existentes entre las

diferentes fuerzas sociales, el consenso entre ellas es posible.

Aparte de que la desconfianza sistemática no lleva a nada

constructivo. En este sentido, el debate podría suponer un

avance para encontrar el camino del desarrollo sostenible y de la

paz social por medio de la negociación y el compromiso. Es

una oportunidad histórica para ir encontrando solidariamente

soluciones a la gran crisis nacional.



                   San Salvador, 25 de septiembre de 1996.