© 1996 UCA Editores
Tomado ECA, No. 575, septiembre de 1996 Crisis en ARENA: ¿depuración o renovación? "Victoria mayor '97" es el lema que ARENA asumió no hace mucho como expresión de sus pretensiones políticas para las elecciones del próximo año. Y no es gratuito, pues las elecciones del '97 están cada vez más cerca, y la coyuntura obliga a los partidos políticos no sólo a concentrar sus mejores esfuerzos en el fortalecimiento institucional, sino en hacer todo lo que esté a su alcance por proyectar a la sociedad su fuerza y capacidad de convocatoria. Curiosamente, el partido que aspira a ser el "mayor ganador" en las elecciones del próximo año, se está proyectando como un partido carcomido por los conflictos internos, las pugnas de poder y la corrupción. Desde hace un buen rato ARENA ha venido mostrando que su unidad no es tan sólida como el discurso anticomunista o las campañas publicitarias hicieron creer. Como en ningún otro momento en la historia de la institución, los intereses encontrados que cohabitan en su interior han salido, con inusitadas crudeza y virulencia, a la luz pública. No es ocioso recordar que ARENA siempre hizo alarde de su unidad y su fortaleza institucional. Mientras que otras agrupaciones políticas nacieron fragmentadas o se resquebrajaron en el camino, el partido fundado por Roberto D'Aubuisson fue capaz de mostrar hasta no hace mucho que su unidad granítica no podía ser puesta en cuestión por nada ni nadie. En el transcurso de la década pasada, el partido transitó de organización político-militar escuadronera a una institución político-partidaria, con recursos económicos suficientes para forjarse una imagen distinta a la que tuvo en sus oscuros orígenes. El lema "Patria sí, comunismo no" -aún repetido con fanatismo por sus miembros- expresaba, más allá de cualquier diferencia entre ellos, la disposición de la derecha para mantenerse unida ante su enemigo más temido y todo lo que se le pudiera asociar. Dicho de otro modo: el temor al comunismo era más fuerte que cualquier conflicto de interés grupal o personal que pudiera suscitarse en sus filas. Primero, el auge organizativo de los sectores populares (en el BPR, el FAPU, las LP-28 y el MLP); y, después, el fortalecimiento de las organizaciones guerrilleras (las FPL, el ERP, la RN-FARN, el PRTC y las FAL-PC) no sólo agudizaron ese temor, sino que afianzaron la vocación de clase de los sectores dominantes del país. En la posguerra, el comunismo ha ido desapareciendo como fantasma al cual la derecha debe combatir sin tregua. Es decir, la derecha se ha quedado sin el enemigo que le obligó a aglutinarse durante dos décadas y ello se ha traducido en un sensible relajamiento ideológico. Las taras del discurso anticomunista de los años '80 poco a poco han ido perdiendo vigencia, si bien existen todavía grupos y personajes que viven aún con los viejos fantasmas. Sólo para los más necios -para los cuales aún ahora "libertad se escribe con sangre"-, el FMLN sigue siendo el enemigo de la "patria" y de los "verdaderos salvadoreños", y, por tanto, sus miembros y simpatizantes no merecen vivir. Pero, dejando de lado a quienes todavía abanderan viejas cruzadas, las huestes de la derecha, una vez terminada la guerra, se dedicaron a lo suyo: unos a trabajar en sus empresas en el marco de la legalidad y otros se dedicaron con denodado esfuerzo a los negocios ilícitos, amparados en el poder del partido y el control gubernamental ejercido por este. Una vez desaparecido el enemigo que los mantenía cohesionados y que obligaba a privilegiar el spirit de corps por sobre los intereses particulares, los grupos de poder económico dieron rienda suelta a su voracidad empresarial, tratando cada uno de lograr la mejor posición respecto de los demás. El partido, que hasta entonces había logrado mantener su unidad por encima de los intereses de los individuos y grupos representados en su seno, comenzó a resentir las disputas y roces entre estos. Como resultado, la unidad partidaria se ha visto amenazada una y otra vez durante esta posguerra: el consenso en torno a los dirigentes ya no es tal, en cuanto que figuras que han sido marginadas de la conducción del partido -figuras que ocuparon un lugar destacado en la formación de ARENA- llegaron a cuestionar abierta y públicamente la legitimidad del liderazgo de la institución política. Uno de los disidentes areneros que ha puesto en el tapete del debate político la crisis interna de ARENA es Víctor Antonio Cornejo Arango -fundador del partido y ex secretario de la Asamblea Legislativa, cuando esta fue presidida por Roberto D'Abuisson-. En efecto, Cornejo Arango hizo duras críticas al COENA y al ahora ex presidente del mismo, Juan José Domenech. Antes, Sigifredo Ochoa Pérez había hecho públicas sus diferencias con la cúpula del partido; después, fue Raúl García Prieto quien amenazaba con convertirse en portavoz de la disidencia arenera, lo cual se resolvió con su incorporación al COENA; y, desde hace varios meses, Rafael Angel Alfaro ha utilizado espacio en la prensa para criticar la forma como es llevada la institución política. Cornejo Arango es una expresión más del malestar que reina en algunos círculos de la derecha no sólo por la forma como es llevado el partido, sino por la forma en que es conducido el país. En su momento, Cornejo Arango hizo un petición concreta: pidió la renuncia de Domenech, pues en su opinión era incapaz de "gobernar la dirigencia". Incluso el ex secretario de la Asamblea Legislativa llegó a sostener que "si el partido ARENA no acepta la renuncia de Juan José Domenech, como la de las demás personas que están dañando el partido, nos veremos obligados a realizar otras actividades de mayor envergadura". Como era de esperar, ante tal exigencia, las reacciones de la dirigencia de ARENA fueron contradictorias, como contradictorios son los intereses de quienes sostienen al partido. Mientras que para el Presidente Calderón Sol las críticas fueron positivas, en cuanto que "la discusión y la polémica es buena, [ya que] es a través de las ideas y del diálogo permanente y constante que podemos hacer y construir un mejor país", Domenech -negando cualquier división en las filas areneras- respondió directamente a la exigencia de Cornejo Arango, afirmando que no renunciaría ya que pensaba "cumplir con el voto unánime de todos los delegados de la última convención". Una posición más realista -o más resignada ante lo inocultable- fue la de Mario Valiente quien admitió como posible un división en ARENA, "porque hay gente que puede pensar que efectivamente el partido se puede dividir; miren lo que pasó con la Democracia Cristiana, ojalá eso no le vaya a suceder a ARENA, por el bien de El Salvador" Posteriormente a la arremetida de Cornejo Arango, la divulgación por la prensa de la presunta complicidad de Domenech con hechos criminales de mediana y gran envergadura, así como la publicidad que se dio a las agresiones de éste en contra de una periodista de La Prensa Gráfica, contribuyeron a que el hasta entonces máximo dirigente de ARENA se viera -o fuera- obligado a renunciar a la presidencia del COENA. Qué duda cabe que la implicación de Domenech tanto en el maltrato físico y verbal a periodistas como en el tráfico de drogas y automóviles, y la evasión de impuestos -esto último a partir de una alianza entre los supermercados La Despensa de Don Juan (propiedad de Domenech) y Súper Selectos, a cuya Junta Directiva fue incorporado el dirigente arenero- socavaron la imagen y el prestigio que podía tener quien aspiraba a convertirse en el próximo candidato presidencial de ARENA. Sin embargo, sería una ingenuidad aceptar que la renuncia de Domenech obedece a su implicación en los delitos señalados; otras figuras de la derecha han sido involucradas en hechos de igual o mayor gravedad, y han seguido gozando de la confianza, la protección y la complicidad del partido. También sería ingenuo afirmar que Domenech ha dejado el COENA al habérsele pasado la mano en sus negocios ilícitos, por más que su conducta sea la más alejada de lo que cabría esperar de un dirigente político con sus reponsabilidades ante el país y ante los grupos empresariales. ¿Qué es, pues, lo que ha puesto a Domenech en la mira de la opinión pública? ¿Qué es, en definitiva, lo que está detrás de su renuncia? Ante todo, Domenech negó su complicidad en actividades ilícitas y ha atribuido las investigaciones periodísticas que lo involucran en las mismas a una campaña en su contra y en contra del partido. Es decir, el ex presidente del COENA se consideró una víctima de una maniobra política, aunque no llegó a decir taxativamente quién o quiénes estaban detrás de ella. Desde su punto de vista, su renuncia -como buen arenero- era para no dañar al partido y para enfrentar civilmente las acusaciones que se le hacían. Por supuesto que esta lectura de lo que sucede no fue sólo de Domenech; a ella se sumó Adolfo Blandón, quien -tras sostener que el ex dirigente de ARENA era un "hombre de mentalidad flexible, un buen amigo en el trabajo y muy leal a su ideario político conservador"- afirmó que el mismo fue apartado del partido "con una maniobra global estratégica, finamente concebida y meticulosamente ejecutada" (Adolfo Blandón, "ARENA: ¿seré yo, maestro?", La Prensa Gráfica, 16 de septiembre de 1996, p. 9-A). La postura de Blandón fue secundada por Rubén Zamora quien, si bien no dio muestras de su afecto o desafecto hacia Domenech, aseguró que su renuncia "ha sido provocada por los sectores extremistas y radicales de derecha", pues "estos grupos poco a poco han avanzado posiciones, y de esta manera se han apoderado de la conducción del partido". Incluso para Zamora, la llegada de Gloria Salguero Gross a la presidencia del COENA "es un paso más que éste grupo de extrema derecha ha dado para el fin que este sector persigue". En fin, en la lectura del ex ministro de Defensa y de Zamora, pobrecito Domenech. De pronto, se quedó solo y, lo que es peor, fue víctima de los sectores poderosos que controlan el partido y quienes "maquiavélicamente" lo apartaron del mismo. "Tampoco él pudo contra ese tremendo poder oculto y maquiavélico del partido" (Adolfo Blandón). Quien dijo "cobarde jamás seré, los tengo bien puestos", quien tuvo en sus manos las riendas del partido político más fuerte del país, es alguien que terminó clamando por lástima, alguien que, por aquello de los estereotipos del macho, anunció su retiro del COENA ante un grupo de mujeres del partido. Con ese gesto, Domenech -aclamado por las mujeres areneras como "Conejo", una y otra vez- no sólo puso en práctica un mecanismo de presión política que reveló manifiestamente su debilidad e incompetencia, sino que contribuyó a alimentar la percepción de que ARENA está mal por dentro y que sus dirigentes no tienen capacidad de conducir la institución. Domenech ofreció una prueba más de que el partido está dividido; y lo hizo con una falta de tacto sólo esperable de alguien que se comporta en política como un comerciante. Adolfo Blandón ha exagerado las "virtudes" de Domenech. Es quizás su simpatía la que impidió al ex ministro de Defensa reconocer que ha sido la falta de tino en sus diversas actividades llevó a Domenech a esa difícil situación no sólo ante los grupos empresariales, sino ante la opinión pública. Imposible no prestarle atención a una figura política de su jerarquía de la que se sospecha no paga IVA, maltrata a los periodistas, aparece implicado en la negociación ilícita de un vehículo o enfrenta una demanda judicial en Guatemala por narcotráfico. Son tan notorias y regulares sus actividades fuera de orden que no se requiere de ninguna estrategia de desprestigio, especialmente diseñada en su contra, para sacarlas a la luz pública. Una cosa es innegable: Domenech ha dado muestras de ser un político sin delicadeza y un empresario ambicioso; y ambas cosas lo pusieron en serios aprietos. También pusieron en serios aprietos al partido, que, si bien ha tolerado a miembros ambiciosos y/o ineptos políticamente, ha sido bajo el entendido que atenderían el llamado al orden y a la moderación cuando así fuese requerido. Quien ha transgredido las normas que imponen los intereses y la disciplina partidaria, ha sufrido irremediablemente la pérdida de respaldo institucional y de viejas lealtades. Algo de esto le sucedió a Domenech, quien, aunque todo apuntaba a que tras haber caído en desgracia pasaría a engrosar las filas de los descontentos de la derecha -la gran mayoría de ellos autoproclamados fundadores de ARENA y cercanos colaboradores del ex mayor Roberto D'Aubuisson-, ha sido lo suficientemente listo como para mantenerse cercano al partido. Quizás Domenech no sea mucho peor que otros miembros de ARENA que aún gozan de la protección del partido. Más aún, se puede sugerir la hipótesis de que no son las actividades ilícitas per se las que han puesto a Domenech en la difícil situación en la que se encuentra, sino el modo cómo se quiso llevar de encuentro a quienes sienten que el partido es suyo y está para protegerlos. Es decir, al ex presidente del COENA se le pasó la mano con quien no debía; y ahora tiene que enfrentar el peso y el poder de aquellos con quienes quizo rivalizar. En las filas de la derecha salvadoreña, no importa cuánto dinero se haya acumulado y cuán conservador sea el discurso ideológico que se defienda, no todos son iguales: están los "verdaderos salvadoreños", los de alcurnia y clase, y los recién llegados, los "nuevos ricos". Muchos de estos últimos quisieran no sólo obviar esa diferencia, sino desplazar de su lugar a quienes se consideran legítimos herederos de la riqueza, los privilegios y el poder, y no recién llegados. Un error de esa magnitud no puede ser tolerado por quienes se consideran amos de El Salvador. La salida de Domenech del COENA, pues, obedece más a una medida de "saneamiento" institucional -que responde más a los intereses internos del partido y de los grupos que lo controlan- que a un compromiso real de la derecha con la justicia y la legalidad. De no ser porque poderosos intereses económicos y políticos así lo exigen, seguramente Domenech no se hubiera visto forzado a presentar su renuncia y continuaría gozando del amparo partidario. En este punto, la tesis del enfrentamiento al interior de ARENA entre un sector extremista y un sector moderado (uno de cuyos líderes sería Domenech) es insostenible, no en tanto que la misma deja asentada la existencia de fisuras graves en el partido de derecha -cosa absolutamente indiscutible- , sino en cuanto a la caracterización que se pueda hacer de Domenech como un "líder moderado" (Ver "Thunder on El Salvador's rights", The New York Times, 13 de septiembre de 1996, p. A22). Que sean los sectores más recalcitrantes del partido los que están procediendo a la "limpieza" de figuras como Domenech es algo que requiere de mayores pruebas. Pero, de ser así, se trataría de un pleito entre grupos e individuos de igual talante, entre los cuales no cabe elección razonable alguna. Porque, si como sostiene Zamora -en la misma línea del The New York Times- fue el ala más extremista de ARENA la que forzó a Domenech a renunciar ¿es el liderazgo de éste una opción viable (y defendible) ante aquélla? ¿O acaso no estaríamos yendo de las brasas al fuego si apostamos por Domenech o, quizá peor, de las brasas a las brasas? Con todo, algo bueno ha salido de todo el embrollo montado en torno a Domenech. Y es que no deja de ser importante que las actividades ilícitas de una figura de su jerarquía en las filas de la derecha sean objeto de debate público. Es una forma eficaz de combatir la prepotencia, la matonería y la impunidad. Los últimos acontecimientos deberían llevar a ARENA a reflexionar seriamente sobre sus conflictos internos y sobre el significado de los mismos. El partido se ha debilitado con los escándalos de corrupción y de tráfico de influencias que han perseguido a sus miembros durante los dos últimos años. Los problemas que lo han sacudido durante las semanas recién pasadas debilitan aceleradamente su imagen como partido fuerte y capaz de impulsar un proceso de desarrollo nacional. Sus miembros más lúcidos deben reflexionar seriamente acerca de si todos estos conflictos y pugnas internas no son síntomas de una necesidad impostegrable de renovación y de democratización internas. Al margen del contenido de las críticas hechas al partido por figuras como Cornejo Arango, Ochoa Pérez o Angel Alfaro -críticas que pueden ser leídas como motivadas por el resentimiento o la ambición de poder-, lo cierto es que las mismas han puesto al descubierto las fisuras internas del partido, así como su incapacidad para mantener la cohesión entre sus cuadros y el carácter absolutamente secreto de las diferencias que pudieran suscitarse en su seno. Esta dinámica, de cuajar en una democratización del partido, puede ser positiva para el país, en cuanto que si hemos de ser dirigidos por la derecha lo más deseable es que esta sea competitiva, transparente y honesta. ARENA ha carecido casi absolutamente de los dos últimos aspectos, y menos del primero de ellos en razón de los recursos casi ilimitados de los que ha dispuesto. Sin embargo, en cuanto transparencia y honestidad, la derecha política salvadoreña deja mucho que desear: ARENA ha sido un partido cerrado a la crítica pública, el partido de los autoproclamados "verdaderos salvadoreños", cuyos mecanismos de funcionamiento interno y de captación y manejo de recursos financieros han estado vedados a la sociedad; es por ello que ahora provocan tanto revuelo sus conflictos internos. La corrupción también se ha enquistado en sus filas, como lo han revelado los escándalos que sobre la misma han surgido desde que Kirio Waldo Salgado dio inicio su cruzada contra el tráfico de influencias en el aparato de gobierno. De no iniciar un proceso de renovación interna que vaya más allá de una reforma en los estatutos y los recambios cupulares -un proceso en el que el respeto a la legalidad y la honestidad pública y privada se constituyan en los ejes del partido-, ARENA seguirá siendo amenazada por los escisiones, los conflictos y los escándalos. Y ello es grave, pues -en vistas a las elecciones de 1997 y 1999- la institución corre el riesgo de que la "Victoria mayor" se convierta en un fracaso estrepitoso. Luis Armando González