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Estudios Centroamericanos (ECA), No. 573-574, julio-agosto de 1996 Izquierda, democracia y neoliberalismo: reflexiones sobre el VI Encuentro del Foro de Sao Paulo Entre los días 26 y 28 de julio, tuvo lugar en San Salvador el VI Encuentro del Foro de Sao Paulo, cuyo objetivo principal fue abordar el problema del neoliberalismo, así como determinar la posición de la izquierda latinoamericana ante los desafíos que el mismo plantea. Por supuesto, al tema central del encuentro se añadieron otros de igual relevancia para la comprensión de la compleja realidad latinoamericana; y entre ellos no podía faltar el de la democracia, viejo fantasma al que la izquierda no se ha podido enfrentar ni resuelta ni creativamente. En esta edición del Foro, pues, se hicieron presentes, como ejes centrales de discusión la democracia y el neoliberalismo, tal como los mismos son percibidos por la izquierda del subcontinente; pero también, sin que ello fuera suficientemente explícito para los organizadores del evento, se hizo presente como problema no menos importante el de la izquierda, su identidad, su autocomprensión y sus pespectivas. Centrándonos en este último aspecto, no es que en el foro se hubiera hecho de la izquierda en cuanto tal un tema de discusión; de haber sido este el caso, seguramente quienes se adscriben a esta filiación ideológica en América Latina hubiesen dado un paso significativo y digno de los mayores elogios hacia la redefinición de su propia identidad. Lo que sucede es que, pese a que la izquierda no reflexionó sobre sí misma -ni esta discusión figuró en los temas de la agenda-, fue inevitable que ocupara, como referencia obligada unas veces y otras por su omisión explícita, un lugar central en los debates del foro. Y es que cómo la izquierda no va a hablar de sí misma en una época en que sus referentes de identidad están en crisis, en un encuentro organizado principalmente por ella y para ella, y cuando los temas centrales a debatir constituyen ejes de referencia sin los cuales la identidad de la izquierda flotaría en el aire. ¨O acaso en América Latina es concebible una identidad de izquierda sin su postura ante la democracia y el neoliberalismo? En consecuencia, cuando la izquierda latinoamericana habla de democracia y neoliberalismo no puede dejar de hablar acerca de sí misma. El VI Encuentro del Foro de Sao Paulo ha sido un vivo ejemplo de ello. En él, la izquierda, sin proponérselo, habló de ella y reveló las claves de su autocomprensión a fines del segundo milenio. ¨Cómo se ve la izquierda a sí misma? Se percibe como una izquierda triunfalista y en ascenso socio-político; una izquierda que, más allá de las lecciones de la historia, quiere implantar -está segura de que ello será inexorablemente así- el socialismo en América Latina. ¨Qué tipo de socialismo? Bueno, el tipo de socialismo implantado en Cuba, que continúa siendo el modelo a seguir, particularmente porque gracias a la "heroica resistencia del pueblo cubano, la conducción del Partido Comunista y de Fidel [ha] preservado los logros esenciales de la revolución y [ha] puesto en marcha el crecimiento de la economía, sin renunciar al socialismo" (Salvador Sánchez Cerén, þDiscurso en la inauguración del VI Encuentro del Foro de Sao Pauloþ). Este canto al modelo cubano de socialismo fue proclamado sin ningún reparo por la delegación de ese país, la cual, en el documento preparado para la ocasión, abundó en una retórica revolucionaria de escaso contenido real. Sin profundizar en las raíces de la crisis por la que atraviesa la isla -dando por descontado las consabidas referencias al "bloque imperialista" y la rapacidad del imperialismo norteamericano que pretende imponer su escala de valores a nivel mundial-, los delegados cubanos rindieron homenaje al "poder político en y para el pueblo", al "perfeccionamiento, la eficiencia y el fortalecimiento de la gestión del Estado" y al aumento de la "participación de la sociedad en la toma de decisiones". Como no podía ser para menos, reconocieron que ha habido sacrificios, pero que éstos han sido repartidos en "partes iguales, sin privilegios, sin castas sociales, sin corrupción, sin drogas, evitando las desigualdades". Y es que "sólo el socialismo y la decisiva participación del pueblo en su costrucción y defensa ha permitido resistir y sortear las dificultades. Sólo la unidad del pueblo en torno a la revolución y su partido ha permitido revertir la dramática realidad económica de estos años" (Delegación cubana, documento leído en el VI Encuentro del Foro de Sao Paulo). El socialismo cubano, pues, está en buen pie. El pueblo no puede estar más feliz con un partido identificado con el Estado y con un líder como Fidel Castro. Hay dificultades económicas -qué país latinoamericano no las tiene y con mucha mayor razón si enfrenta un bloqueo económico!-, pero los principios de justicia social imperantes garantizan que los sacrificios se distribuyan equitativamente. Lo de los privilegios de la nomenklatura del partido-Estado -muchos de ellos conseguidos a través de negocios ilícitos, como lo fueron el tráfico de marfil y diamantes, cuando la revolución cubana se africanizó, o como lo es ahora el narcotráfico- son seguramente ecos de la propaganda anticastrista, sin fundamento real. En el terreno político no hay nada que decir, pues - según los ideólogos del régimen castrista- en Cuba se ha avanzado más allá de la democracia tal como ésta es entendida modernamente: el pueblo ejerce directamente el poder, sin mediaciones de ninguna especie. ¨Y Fidel Castro y la burocracia del Partido Comunista? Pues, son el pueblo mismo, faltaba más!, y ello porque existe tal identificación entre ambos que, sin ella -sin la identificación total del pueblo con la revolución y su partido-, el socialismo cubano sería insostenible. ¨Y el Estado policial y la censura oficial contra artistas e intelectuales críticos del modelo? ¨Y la inexistencia de las libertades de expresión y asociación? Qué duda cabe que aquí se trata también de propaganda contrarrevolucionaria, pues los logros democratizadores del socialismo cubano están más allá de cualquier conquista de la "democracia burguesa". No se les cruza por la cabeza a los defensores del modelo cubano que hablar de democracia sin libertad de expresión y asociación, y sin pluralismo político e ideológico es un absurdo, que sólo en el pasado se pudo sostener, apelando a la "democracia directa", que presumiblemente imperaba en la isla. Pero tal democracia directa es inexistente, porque en Cuba -como en la despareciada Unión Soviética y en las desaparecidas "democracias populares" del este- el que ejerce el poder político, y se beneficia materialmente de ello, es la burocracia del Partido Comunista, especialmente sus principales cuadros dirigentes. La tan procamada identificación -unidad- entre Fidel, el Partido, la revolución y el pueblo cubano (concebido como una masa homegénea, acrítica y sin iniciativas propias) es más un recurso retórico propio de la mentalidad totalitaria heredada del stalinismo que expresión de la realidad que se vive en Cuba. El pueblo cubano es diverso en sus intereses y aspiraciones, como diversos son los individuos que lo integran; no es una masa amorfa sin mayores intereses que los de Fidel y el Estado; y esos intereses y esas aspiraciones no encuentran espacio propio bajo un régimen político que no tolera la diversidad y la pluralidad. A estas alturas, seguir identificando a un pueblo con un partido o con un caudillo constituye una aberración imperdonable, que sólo sirve para legitimar los desmanes totalitarios de quienes poseen el poder, un poder que por apelar a la "unidad del pueblo", se vuelve absoluto. Quienes dicen luchar por la felicidad de los pueblos deberían tener claro que el pueblo cubano no es ni Fidel ni el Partido Comunista ni el Estado; los hombres y mujeres cubanos, los mulatos, sambos, negros y mestizos, los niños y los ancianos, las jineteras y los balseros, no se identifican con la burocracia del partido y del Estado, cuyo poder político y bienestar económico no se comparan con el de aquéllos. No cabe duda de que el pueblo cubano es un pueblo heroico, pero lo es porque sobrevive con dignidad, pese a vivir bajo un régimen político esclerotizado, cuyo máximo dirigente se haya empecinado -con una obstinación propia de alguien que ha llegado los setenta años siempre saliéndose con la suya- en mantener un esquema de gobierno que ha llevado a la sociedad cubana a pagar enormes sacrificios. Ningún pueblo, en su totalidad, se ha identificado nunca por propio consentimiento con sus élites dirigentes; cuando esta "identificación" se ha logrado ha sido a base de terror y sus consecuencias han sido desatrosas para las sociedades que la vivieron. No cabe duda que la herencia stalinista pesa mucho en la izquierda latinoamericana; la añoranza de una unidad total no puede dejar de ser una añoranza totalitaria, que pretende subsumir los intereses y las aspiraciones de los individuos y grupos en una razón superior, la razón socialista, depositada en las cúpulas de las organizaciones de izquierda, llámense o no partidos comunistas. Por otra parte, el supuesto de quienes auguran un futuro optimista al proyecto socialista es, ahora como hace treinta años, que el capitalismo está en crisis, al igual que lo está el neoliberalismo, y de lo que se trata entonces es de plantearse el "socialismo verdadero". No está claro en qué consiste la crisis del capitalismo y del neoliberalismo -tampoco está claro lo que uno y otro significan realmente-, pero eso no importa; lo verdaderamente importante es la tesis de la "crisis del enemigo". Sólo a partir de la aceptación de esta tesis es posible asegurar la victoria final y asumir sin mayores reparos que "la política neoliberal es la forma que toma la dominación capitalista en la coyuntura actual, la batalla contra el mismo, su derrota, es la condición fundamental para poder arribar a formas de organización económica, política y social que superen la injusticias de la sociedad capitalista" (Declaración final, VI Encuentro del Foro de Sao Paulo). La propia fortaleza, pues, proviene de la debilidad del enemigo. La crisis capitalista y neoliberal no sólo es prueba de la fuerza de la izquierda, sino garantía de que el socialismo tiene un futuro asegurado. En este sentido, la situación da pie para los mayores optimismos: la izquierda en América Latina debe pasar de la "defensiva estratégica a la contraofensiva" (Tesis del FMLN en la mesa de trabajo del Documento central, VI Encuentro del Foro de Sao Paulo). El futuro del socialismo está garantizado; sólo hay que exacerbar las contradicciones del sistema y prepararse para la batalla final, en la cual no se descartan diversas formas de lucha "política o armada". Esa seguridad está respaldada por la debilidad y crisis del modelo, pero -como no podía ser para menos- por la propia fortaleza de la izquierda, cuyo pasado heroico y sus mártires son fuente inagotable de energías morales y de certezas políticas. Estamos ante un triunfalismo no sólo frente al futuro, sino que también frente el propio pasado, en el cual la izquierda se mira narcisísticamente, sin cansarse nunca de proclamar conquistas y aciertos de un pasado que, si pudo haber sido escenario de equivocaciones, las mismas fueron parte necesaria de una "razón histórica" más omniabarcadora, que siempre estuvo y estará a favor de la izquierda. Los logros del presente -avances hacia la democratización, finalización de los conflictos armados, respeto de los derechos humanos- son logros de la izquierda, sin cuyo sacrificio tales conquistas serían inexistentes; los males -la pobreza, el deterioro ecológico, la discriminación de la mujer-, son males provocados por la perversidad capitalista, cuya faceta neoliberal hay que enfrentar decididamente hasta acabar con ella. Para la izquierda, el neoliberalismo personifica las maldades del sistema capitalista. No se trata de los neoliberalismos "realmente existentes" en los distintos países, sino del neoliberalismo "creado" por la izquierda, es decir, el modelo "onmipresente y onmipotente" (Fernando Mires), origen de todos los males existentes en el subcontinente, elaborado por las "fuerzas dominantes que operan en el mercado mundial y sus instituciones en el contexto de determinado por la 'globalización'" (Fernando Mires, "Los neoliberalismos", Tendencias, 51, mayo de 1996, pp. 23- 24). Es a este neoliberalismo al que la izquierda ha jurado enfrentarse hasta las últimas consecuencias. La implantación del esquema neoliberal y la polarización social resultante, no sólo se expresa con consecuencias en el campo económico y social, sino muy profundamente en lo político, en lo jurídico y en lo moral. Es así que se incrementa desde el poder, la pérdida de los referentes éticos y la potenciación de los fenómenos de corrupción. Todo esto ahonda la falta de credibilidad en las instituciones, crece el abstencionismo electoral y la desconfianza en los sistemas políticos, en los partidos, y aumenta la dificultad de los procesos democratizadores. Se pretende socavar y exterminar la identidad cultural de nuestros pueblos, para imponer de manera implacable, la cosmovisión contenida en este modelo (Declaración final, ibid.). Por supuesto, la izquierda, con todos los diputados y alcaldes que ha llevado a puestos de responsabilidad política, social y económica, no tiene nada que ver con esa difícil situación. Todo ha sido responsabilidad del bendito esquema neoliberal y gracias a la izquierda no ha sido peor para los sectores populares. ¨Y la corrupción en las filas de la izquierda? ¨Y su incapacidad para negociar acuerdos viables de conducción gubernamental? ¨Y los bajos niveles de credibilidad de los que goza a raíz de su pobre desempeño político? Todo esto son cosas sin importancia; incluso se pueden explicar por la "traición" de algunos dirigentes y de algunas agrupaciones a los ideales y principios socialistas. Pero los verdaderos socialistas -los únicos que no se avergüenzan de llamarse de izquierda o, mejor aún, comunistas- esos sí que no tienen ninguna responsabilidad en lo que sucede de malo en sus respectivos países, por más que gocen de las ventajas que el esquema neoliberal les depara. Así, pues, si el neoliberalismo es el sumum de todos los males, la lucha frontal contra el mismo está más que justificada. Una vez más, el bien se enfrenta al mal y la victoria del primero sobre el segundo está garantizada. Y es que el neoliberalismo -el mal- tras haberse erijido con fuerza durante más de una década está en franco retroceso y crisis. Después de más de diez años de hegemonía neoliberal, con sus recetas que suprimen el papel rector del Estado en la economía y el desarrollo social e idealizan el mercado, ésta se encuentra cuestionada y rechazada. Los latinoamericanos progresistas y de izquierda hemos pasado de la crítica frontal al neoliberalismo, desde los intereses de las mayorías más pobres y marginales, a la elaboración y propuesta de proyectos alternativos de desarrollo integrales: en lo político, lo económico, lo cultural, lo ambiental, lo de género y lo social en general" (Salvador Sánchez Cerén, ibid.). Ahora sí, la hora del triunfo final ha llegado. Al "neoliberalismo debemos darle batalla en todos los terrenos... en realidad el neoliberalismo está haciendo agua y nuestra misión consiste en hacerlo que termine de hacer agua en todos sus aspectos" (Tesis del FMLN, ibid.). Pero "la derrota del modelo neoliberal depende fundamentalmente de la capacidad de los movimientos políticos y sociales para generar una correlación de fuerzas favorables que permita mejorar las condiciones para elaborar un proyecto popular alternativo" (Declaración final, ibid.). Es decir, la crisis del modelo neoliberal -las "condiciones objetivas", en la vieja pero siempre presente terminología de izquierda- no garantiza su trastocamiento, sino que se requiere de una organización y movilización popular -las "condiciones subjetivas"- que lleven adelante la tarea transformadora, guiadas, eso sí, por las preclaras organizaciones revolucionarias. La vanguardia revolucionaria, entonces, es más necesaria que nunca; la izquierda -con el historial de triunfos que tiene tras de sí, su heroismo y su moral a toda prueba- es la llamada a rescatar a los países latinoamericanos de la maldad neoliberal. Ciertamente, si este mal no existiera, la izquierda no tendría razón de ser; sus aspiraciones como redentora y salvadora de los miserables y hambrientos no tendrían contra quién concretarse, salvo, claro está, que emergiera en el horizonte otro "enemigo" contra el cual blandir las armas del socialismo. Pero, hoy por hoy, el enemigo de la izquierda latinoamericana es el neoliberalismo; un enemigo que, por ser expresión de los mayores males de nuestras sociedades, debe ser enfrentado con la mayor radicalidad; un enemigo que, paradójicamente, por existir, requiere de alguien que le haga frente, es decir, de la izquierda. Esta última se justifica por la vigencia del neoliberalismo; requiere de él para sobrevivir. Pero no del neoliberalismo concreto que se aplica en los diferentes países, con avances y retrocesos, con improvisaciones y errores, sino el creado por la izquierda para reafirmar su identidad. Como señala Fernando Mires: ¨qué puede llevar a muchas izquierdas a construir ese neoliberalismo tan omnipotente? La respuesta debe seguramente ser encontrada no solamente en la crisis de identidad de las izquierdas en todos los lugares donde ella existió, sino también en el declive del esquema izquierda- derecha de origen jacobino-europeo, que fue adoptado ... en muchos países de la tierra... Suele surgir, en momentos de crisis, tanto personales como colectivos, para buscar la afirmación de lo propio en la existencia, supuesta o real de un objeto externo (Fernando Mires, ibid., p. 25). Otra cosa es el neoliberalismo real, con el cual la izquierda convive cotidianamente y que quién sabe si podría abandonar, en caso de acceder electoralmente al poder político. Quizás sólo una toma absoluta del poder -por un movimiento armado u otra vía igualmente contundente- abriría la posibilidad para oponerse frontalmente a la implementación de programas neoliberales. Pero ello, aparte de parecer inviable en la actualidad, dada la escasa legitimidad de la que gozan los movimientos sociales que propugnan transformaciones violentas de la sociedad, aislaría a los países en cuestión del escenario económico y político mundial, lo cual se traduciría en mayor atraso económico, empobrecimiento y miseria, sin faltar las dosis respectivas de exclusión política y conculcación de las libertades de expresión y asociación de las que requieren los regímenes controlados por una partido único, que se considera depositario de la verdad histórica y redentor de la humanidad. Y es que, al fin de cuentas, ¨qué sociedad podría ser mínimamente viable al margen de los circuitos económicos impuestos por la globalización, los cuales exigen a cada nación, para su inserción mundial, una serie de reformas "neoliberales"? Esta realidad tiene que ser aceptada, incluso por quienes se sitúan en las antípodas de la globalización y el neoliberalismo; esta realidad debe ser analizada con serenidad y rigor, para desde allí formular propuestas y alternativas que vayan más allá de la retórica maniqueísta a que nos tiene acostrumbrados la izquierda. En otras palabras, es necesario distinguir -como sugiere Fernando Mires- entre el "neoliberalismo real y existente" y el "neoliberalismo de las izquierdas". Mientras que el primero "existe en los proyectos de algunos economistas para administrar de acuerdo a su doctrina un orden de cosas 'dado' y que no controlan" (Fernando Mires, ibid., p. 24), el segundo no sólo es más "poderoso" que el aquél -en tanto que se "basa en un plan elaborado por las fuerzas dominantes que operan en el mercado mundial y sus instituciones en el contexto dominado por la 'globalización'" (ibid.)-, sino que su aceptación tiene, en la práctica, consecuencias sumamente peligrosas. En efecto, asumida su premisa fundamental, no hay más que decir: esa explicación ahorra "el esfuerzo de estudiar la historia y relaciones sociales y políticas concretas que se dan en cada país. Basta saber cómo funciona el þmodeloþ y en seguida observar cómo es armado en cada región. De este modo se obtiene la impresión de que se conocen todos los 'secretos' que explican la realidad no sólo de las naciones sino además de todo el 'globo'" (ibid.). Ahora bien, la izquierda seguramente no dará el paso de abandonar su neoliberalismo para intentar comprender el neoliberalismo real, porque si no ¨cómo va legitimar la propia identidad? Sin la existencia de un ememigo poderoso y absolutamente nefasto, la izquierda no puede afirmarse a sí misma. Es absurdo que ello sea así, pero así es. Por supuesto, no hay un fatum que exija que ello sea siempre así, pero la transición de una izquierda mesiánica -redentora y maniqueísta- a una izquierda secular no es nada fácil. La izquierda, si quiere dejar de requerir de "enemigos todopoderosos" para justificarse, debe de dejar de percibirse como la única salvadora de la humanidad, como la única depositaria de la verdad histórica y como la única representante de los intereses de los pueblos. Es decir, la izquierda debe dejar de ser una izquierda fundamentalista y pasar a ser una izquierda que se autocomprenda como una opción política más -no la opción por excelencia- en los intercambios políticos que caracterizan a las sociedades contemporáneas. Ello supone aceptar que la democracia representativa, más allá de las limitaciones que le son propias, está fundada en reglas y valores que son necesarios para una convivencia más pacífica entre los seres humanos. Llegados a este punto, no puede dejar de apuntarse que la izquierda, si quiere secularizarse, tiene que hacer un ajuste de cuentas con su propia posición ante la democracia política, dejando de considerarla peyorativamente simplemente una "democracia burguesa". El pesado lastre stalinista impide a la izquierda aceptarse como "parte" de la sociedad; pero le impide también ser una parte competitiva, capaz de atraer votantes, que se vinculen a ella no como militantes y cuadros orgánicos, sino como simples ciudadanos, que ven en la oferta política una alternativa atractiva, en una coyuntura electoral particular. La izquierda, una vez que se ha insertado en los sistemas políticos establecidos, no ha abandonado sus viejas pretensiones estalinistas: "la formación de clientelas parece ser su estrategia electoral..., el voto cautivo de sus militantes su principal recurso y el populismo de sus dirigentes el modus operandi de su práctica política" ("Izquierda y democracia", Proceso, No. 720, p. 3). En definitiva, la transformación de la izquierda en el sentido que hemos apuntado no podrá hacerse realidad, ante todo, mientras ésta no acepte su propia crisis de identidad; en segundo lugar, mientras no deje de mirarse a sí misma y de entonar cantos de alabanza a su época heroica, es decir, mientras no se abra a la sociedad; y, en tercer lugar, mientras no sea más humilde y menos triunfalista. Como señaló Luiz Inacio Lula de Silva, la izquierda necesita hacer "un profundo examen crítico y autocrítico... Tenemos que contentarnos menos con nuestros aciertos, necesitamos más humildad" (Luiz Inacio Lula de Silva, Discurso en la inauguración del VI Encuentro del Foro de Sao Paulo). El VI Ecuentro del Foro de Sao Paulo pudo haber sido una buena oportunidad para que la izquierda iniciara su propia transición. Lamentablemente, los lastres de un pasado no tan glorioso, como quieren creer sus dirigentes, siguen obstaculizando el necesario ajuste de cuentas de la izquierda consigo misma. A fines del siglo XX, viejos mitos siguen alimentando la cosmovisión de la izquierda, mientras el mundo se transforma aceleradamente y plantea, con esas transformaciones, nuevos y urgentes desafíos que, de no ser enfrentados con creatividad y audacia, amenazan con anularla como alternativa político electoral. Luis Armando González