UCA

Universidad Centroamericana José Simeón Cañas



Revista ECA

© 1996 UCA Editores



Comentario Revista Estudios Centroamericanos (ECA), No. 571-572,

mayo-junio de 1996.





El discurso presidencial:

ilusiones y realidades



     Al menos una cosa buena tuvo el discurso del presidente

Calderón del 1 junio en la asamblea legislativa sobre

su segundo año de gobierno y es que reconoció

que la situación general del país no es buena,

que las medidas económicas adoptadas no han arrojado

los resultados esperados y, por lo tanto, es necesario

retrasar otras ya decididas y, en cambio, adoptar otras

nuevas. þNo puedo estar conforme con los problemas que

viven... las amas de casa, los empleados y trabajadores de

bajos ingresos; y más aún [sic] con las

dificultades que padecen nuestros hermanos por falta de

trabajo y otras oportunidadesþ, declaró el presidente

al comienzo de su discurso anual. Aunque no reconoció

la existencia de una recesión económica,

sí aceptó que desde hace meses, la

economía nacional experimenta problemas serios -þel

ritmo de la economía se ha vuelto más lentoþ

(ver el texto en la sección de documentación de

esta edición).



     Es bueno reconocer que, pese a los esfuerzos que se

puedan haber hecho, los resultados económicos no son

los esperados -þes innegable que el costo de la vida ha

ocasionado una natural preocupaciónþ, que falta el

trabajo, la vivienda, el agua potable y las escuelas-, porque

es el punto de partida indispensable para poder hacer las

correcciones e introducir los cambios necesarios. Otra cosa

es que las doce medidas propuestas por el presidente

Calderón sean las más adecuadas para corregir

el deterioro alarmante de las condiciones de vida de la

mayoría de la población (ver el comentario

siguiente þDe crisis y solucionesþ). Este reconocimiento

presidencial es más importante porque hasta ahora, el

gabinete económico y ARENA en general se negaron a

reconocer que la vida fuese más difícil que

hace dos años.



     No obstante, el gobierno actual no tiene claridad sobre

la realidad del país ni, por consiguiente, puede

tenerla sobre las políticas apropiadas para alcanzar

las metas del desarrollo económico y social, que

planteó hace dos años. El discuso presidencial

del 1 de junio es una buena muestra de esta confusión,

predominante en los círculos gubernamentales. El

presidente Calderón abrió su discurso

reconociendo el elevado costo de la vida y,

consiguientemente, el deterioro de las condiciones de vida de

la mayoría de los salvadoreños, por todo lo

cual dijo estar preocupado; pero, paradójicamente, en

el cuerpo de su discurso, al describir las obras más

relevantes de su segundo año de gobierno, dijo sin

ningún reparo que los logros alcanzados en el

área social þse han traducido en un mejoramiento de la

calidad de vida de la poblaciónþ. Si existen mejoras,

no hay razón para estar preocupado ni para adoptar

medidas de corto plazo. Estas contradicciones son

preocupantes, porque si no hay claridad en el

diagnóstico, tampoco la puede haber en las medidas que

se deben adoptar.



     Y es que en el discurso presidencial del 1 de junio

predomina la ideología sobre la objetividad. El texto

tiene una parte central que, sin duda, fue elaborada

independientemente de la introducción, donde se

reconoce que las cosas no van bien, y de la parte final,

donde se anuncian doce medidas, destinadas supuestamente a

corregir el rumbo de la economía. El cuerpo del

discurso pertenece a la retórica tradicional con la

cual los presidentes suelen describir alegremente sus logros

gubernamentales cada año, pero sin relacionarlos con

la realidad del país.



     Por ejemplo, el presidente Calderón dijo que

estaba þinvirtiendo las más altas asignaciones

presupuestarias de la historia para atender la salud

preventiva y mejorar las condiciones ambientales del pueblo

y los servicios de saludþ, pero no explicó

cuánto haría falta gastar para atender a toda

la población o cuánta población no tiene

acceso a estos servicios ni cómo se encuentra la salud

general de la población. De la misma manera,

informó que su gobierno había instalado 26 mil

servicios nuevos de agua potable, pero pasó por alto

que este bien se ha convertido en otro problema agudo del

país. En este sentido, el presidente se limitó

a pedir þa los que tenemos este servicio, solidarizarnos con

los miles de salvadoreños que aún no lo

tienenþ. Asimismo, anunció que había facilitado

vivienda a 4,500 familias, pero se le olvidó

señalar que el déficit habitacional asciende a

unas 470 mil viviendas aproximadamente.



     En su recorrido por los tópicos del discurso

anual tampoco dijo nada sobre el medio ambiente, el

transporte público, la energía, la

corrupción, el crimen organizado, el terrorismo, la

impunidad y la reconciliación. Todos ellos temas

críticos de la agenda nacional. Estos silencios son

mucho más elocuentes que la lista de obras del segundo

año. En cualquier caso, estos presuntos éxitos

gubernamentales no encajan con la preocupación que el

presidente Calderón manifiesta al comienzo de su

discurso. 



     Pareciera, pues, que la sección introductoria y

la final fueron añadidas a última hora o

quizás fueron redactadas por personas distintas y

nadie se molestó en leer todo el discurso de corrido

para velar por su coherencia. En efecto, en el cuerpo central

de su discurso, el presidente Calderón habló

del país de las maravillas, que sólo existe en

los deseos y las ilusiones de los ideólogos de su

gobierno. En las otras dos secciones, intentó hablar

de El Salvador real.



     El contraste entre estos dos países, el real y el

de las ilusiones areneras, no es solamente una

cuestión formal, sino que, además, muestra la

incoherencia con la que se dirige el gobierno. Lo grave de

todo esto es que con semejantes incoherencias, los problemas

más graves del país no se pueden resolver. En

realidad, los dos primeros años del segundo gobierno

de ARENA han resultado malos para El Salvador. Es evidente

que el gobierno actual no ha podido cumplir con las metas que

él mismo se impuso el 1 de junio de 1994. Ni el hombre

ni la mujer salvadoreños se encuentran en el centro de

la práctica política ni el desarrollo social es

una prioridad, ni siquiera el desarrollo económico,

entendido en términos neoliberales, está

garantizado. Indudablemente, los períodos

presidenciales se vuelven cortos ante la complejidad de la

tarea, pero el punto crítico aquí es que el

gobierno actual no ha podido orientar el país en la

dirección correcta para poder alcanzar dichas metas en

el futuro previsible.



     La estabilidad macroeconómica -por la cual el

gobierno se siente más orgulloso, sobre todo porque

los organismos internacionales no sólo le otorgan un

sobresaliente, sino porque, además, lo ponen como

ejemplo- está siendo seriamente cuestionada por la

falta de productividad y por la extensión y

profundización de la pobreza. Hay señales

bastante claras que indican que la economía no

está respondiendo a las expectativas neoliberales. El

dinero es escaso y caro. El desempleo es señalado por

la opinión pública como la causa primera de la

delincuencia común. Los comerciantes se quejan de

desaceleración o contracción. Otros proponen

acelerar las privatizaciones como la gran solución.

Mientras tanto, los directores de la economía nacional

tratan de calmar los ánimos de unos y otros,

asegurando, sin mucho convencimiento, que todo marcha bien,

que las dificultades son pasajeras o producto de

cálculos demasiado optimistas. No obstante estas

explicaciones inconsistentes, el índice del

crecimiento económico nacional tiende a la baja

implacablemente.



     El desarrollo social tuvo mucha importancia en el

discurso oficial, pero ya ha caído en desuso, incluso

a este nivel. El compromiso gubernamental para combatir y

erradicar la pobreza carece de contenido y suena

vacío. La meta parece estar clara, el problema crucial

es que el gobierno no sabe cómo llegar a ella. Si

piensa que con el rebalse y con una buena parte del producto

de la venta de los activos públicos la

alcanzará, la realidad le está demostrando

cuán imprecisos son sus cálculos. Por eso es

tan importante contar con un diagnóstico lo más

riguroso posible acerca de las necesidades básicas de

la población. Este dato sería suficiente para

desenmascarar las expectativas triunfalistas de los

diseñadores de la política económica y

para hacer reflexionar a los sensatos sobre otro tipo de

alternativa para la población salvadoreña.



     Dos años después de haber asumido el poder

del Estado, el gobierno actual no sólo no ha podido

resolver ninguno de los graves problemas que aquejan a la

población, sino que éstos han empeorado

considerable y alarmantemente. En realidad, es poco lo que se

ha hecho por el bien del país. El ámbito

educativo es donde más se ha avanzado. La reforma

educativa representa un esfuerzo ejemplar para las otras

áreas de la administración pública y es

un esfuerzo que promete mucho a mediano plazo. En las otras

áreas gubernamentales se hacen esfuerzos, pero sin que

haya plan aparente que los coordine; de ahí la

impresión generalizada de que el gobierno improvisa

continuamente.



     Las doce medidas anunciadas por el presidente

Calderón en su discurso del 1 de junio responden casi

exclusivamente a las demandas del sector privado. Casi todas

ellas -retraso de la desgravación rancelaria de los

bienes de consumo, reintegro del 6 por ciento sobre las

exportaciones de productos no tradicionales, exención

del IVA a la importación de bienes de capital,

depreciación acelerada de los activos fijos,

eliminación del impuesto a las ganancias de capital,

reactivación agropecuaria, liquidez del sistema

financiero y reducción de tasas de interés,

comisiones y cobros- se orientan a estimular la

producción, lo cual generaría empleo y

dinamizaría la actividad económica en general.

Pero esto quiere decir también que el gobierno

reconoce abiertamente que la economía nacional tiene

problemas con la producción. Si las medidas

están orientadas a estimularla, quiere decir

sencillamente que ésta no produce. Por otro lado, el

énfasis en estimular y promover la competitividad del

sector privado evidencia que éste no está

preparado para enfrentar los retos de la

globalización. Finalmente, la enorme inversión

gubernamental de más de mil millones de colones en

infraestructura favorecerá directamente las

actividades del sector privado, pero al mismo tiempo

generará empleo.



     Lo primero que llama la atención de estas medidas

es la intervención del Estado a favor del sector

privado, puesto que, según la ideología

predominante, debiera abstenerse de tales intromisiones. El

árbitro supremo de la economía es el mercado y

no el Estado para los ideólogos neoliberales. ¨Por

qué no se aceptan las consecuencias del arbitraje del

mercado que, en este caso, es contrario a la

producción nacional y a algunos intereses del sector

privado? Si la dirección de la economía no

puede abandonarse completamente a los dictados del mercado

cuando resultan afectados los intereses del sector privado,

¨por qué sólo éste se beneficia de sus

intervenciones? ¨Por qué cuando resultan afectados los

intereses populares se alega el no intervencionismo y la

libertad del mercado? Al anunciar estas medidas, el gobierno

salvadoreño reconoce abiertamente que se considera

responsable del curso de la economía e interviene para

corregir los resultados del mercado y la competencia. Siendo

consecuentes con esta práctica y con la meta propuesta

del desarrollo social, el gobierno debiera intervenir con la

misma determinación para redistribuir la riqueza

nacional de una forma más equitativa.



     Estas medidas gubernamentales evidencian también

la ineficiencia del sector privado, lo cual es

paradójico, puesto que, según el planteamiento

neoliberal, éste es eficiente por naturaleza. Este

reconocimiento de la ineficiencia de la empresa privada

salvadoreña la deja sin solvencia para achacar al

sector público un mal del que ella padece. Dicho con

otras palabras, la empresa privada y el gobierno

salvadoreño no tienen fundamento alguno para

justificar la privatización de los activos

públicos arguyendo la eficiencia de la primera y la

ineficiencia de la segunda. En le mejor de los casos,

está demostrado que ambas son igualmente ineficientes.



     Las medidas propuestas se caracterizan por su

carácter inmediatista, tal como lo reconoció el

mismo presidente Calderón, en su discurso. Por lo

tanto, están orientadas a resolver algunos de los

problemas más urgentes de la economía nacional.

En este sentido, son particularmente importantes aquellas

medidas orientadas a generar empleo. Pero resolver los

problemas urgentes no implica superar los más

importantes. Las medidas en cuestión puede que ayuden

a superar algunos de los obstáculos inmediatos, pero

los problemas estructurales quedan pendientes y quizás

postergados. Para enfrentarlos harían falta medidas de

mediano y largo plazo. Sin embargo, el gobierno no parece

estar interesado en ellas por ahora. Cabe recordar, entonces,

que si las medidas alivian las presiones más fuertes

e inmediatas del sector privado, mientras no se entre a fondo

en los problemas estructurales de la economía

nacional, los efectos negativos actuales serán

recurrentes.



     El sector privado aplaudió las medidas como era

natural, alabó al presidente Calderón por su

visión de estadista y se prometió tiempos

mejores. Casi un mes después, sin embargo,

comenzó a dar muestras de preocupación por la

demora en aplicarlas. Este retraso podría obedecer a

que las medidas fueron introducidas a última hora en

el discurso presidencial, ante la avalancha de presiones y

críticas, sobre todo del sector privado. En estas

circunstancias, el presidente Calderón no podía

presentarse en la asamblea sin nada que ofrecer. Entonces,

improvisaron las medidas, pero el gobierno no estaría

preparado para aplicarlas con la inmediatez anunciada. Otra

razón del retraso podría ser que en el gabinete

económico no hubiera acuerdo sobre algunas medidas. La

premura obligó a ofrecer cosas que no estaban

suficientemente pensadas y discutidas. El presidente

Calderón salió bien del discurso anual en la

asamblea legislativa, pero ahora su gobierno tendría

dificultades para cumplir con lo anunciado. De todas maneras,

al finalizar el mes de junio, el gobierno dio los primeros

pasos de común acuerdo con las gremiales del sector

privado.



     Al aproximarse el 1 de junio, las críticas al

gobierno de Calderón arreciaron. Al cumplir su primer

año, los críticos destacaron la falta de

liderazgo y de dirección. Un año

después, el número de descontentos no

sólo aumentó, sino que agregó una queja

más, la crítica situación socio

económica. Sin duda, intimidado por la avalancha, el

presidente Calderón anunció que lo único

que le importaba era el veredicto del pueblo

salvadoreño. Probablemente, el presidente estaba

pensando en términos electorales, pero el Instituto

Universitario de Opinión Pública de la UCA dio

a conocer cuál era ese veredicto.



     El 36.1 por ciento de los salvadoreños califica

de mala o muy mala la actuación del presidente de la

república, mientras que el 30.4 por ciento la

considera regular y sólo el 28.9 por ciento la

considera buena o muy buena. La nota otorgada por los

salvadoreños al presidente Calderón, en una

escala de uno a diez, es 5.12, abundando los ceros y los

cinco, en especial entre los sectores medios, bajo y

marginal. Frente a la visión del país y del

gobierno dada por el presidente en su discurso anual, el 71.2

por ciento afirma que en los dos últimos años

ha habido cambios negativos en el país. Los fracasos

más grandes se concentran en el área

económica y en la de seguridad pública. Dos de

cada tres salvadoreños piensan que el gobierno no

está combatiendo efectivamente la corrupción y

la delincuencia; pero ocho de cada diez consideran que no

resuelve los problemas económicos. No es

extraño, entonces, que la mayoría de los

salvadoreños (el 77.4 por ciento) piense que El

Salvador necesita cambios y que sólo el 17 por ciento

opine que el país va por buen camino.

     Si el 46 por ciento de los salvadoreños considera

que ha habido cambios positivos en los dos últimos

años, el 51 por ciento piensa lo contrario. Los

salvadoreños de los estratos alto y medio alto del

oriente del país son los que muestran mayor

inclinación a aceptar la existencia de

transformaciones positivas. Así, pues, la

opinión pública sigue siendo bastante negativa

respecto al gobierno de Calderón. En

comparación con la evaluación de hace un

año, las opiniones parecen haber mejorado levemente,

pero en conjunto se señalan más fracasos que

éxitos. Más aún, la población

parece criticar con mayor intensidad la conducción de

la economía salvadoreña.



     Curiosamente, el presidente Calderón se

refirió a los salvadoreños como hermanos en

tres ocasiones, durante su discurso. En efecto, llamó

hermanos a quienes þno tienen trabajo, techo digno, agua

potable, ni escuela para sus hijosþ y también a los

que emigraron a Estados Unidos. Pareciera, pues, que el

presidente se identifica con estos cientos de miles de

salvadoreños que sus políticas

económicas y sociales excluyen y condenan a la

pobreza. Esta confesión de hermandad del presidente

Calderón es extraña. Si realmente se considera

hermano de todos estos salvadoreños, cambiaría

el rumbo de la economía y gastaría mucho

más en el área social. En las condiciones

actuales de El Salvador, la hermandad del presidente

Calderón sirve para muy poco. En cualquier caso,

sería muy mal hermano, por su lejanía y su

insensibilidad. Pero podría ser que se tratase de mera

retórica política, para ganarse la buena

voluntad de un electorado potencial, entonces, se

trataría de demagogia y cinismo.



     Si bien el presidente Calderón se siente

orgulloso del pueblo salvadoreño porque gracias a su

þtrabajo duroþ ha sido posible que la economía

salvadoreña llegue a ser una de las cuatro más

atractivas del mundo; habría que preguntarse si el

pueblo se siente igualmente orgulloso de su presidente,

puesto que él es el responsable principal de sus

pobrezas y miserias. Lo que el presidente Calderón

presenta como motivo de admiración y respeto mundial,

el pueblo salvadoreño lo experimenta como desempleo,

violencia y falta de oportunidades.



     El discurso del 1 de junio concluye con un llamado a la

prensa, que no deja de tener su importancia -þahora

más que nunca, nuestra patria necesita la

orientación de un periodismo objetivoþ. Esta

afirmación no es tan ingenua o sencilla como aparece

a primera vista, sino que tiene una dedicatoria muy especial.

Antes de su discurso y quizás ante la avalancha de

críticas, el mandatario reclamó en privado a

los grandes medios de comunicación social porque sus

informes no proyectaban una imagen atractiva del país.

Su mensaje sería contrario al esfuerzo gubernamental,

empeñado en una þintensa promoción del

país en el exterior, como lugar de grandes

oprotunidades para la inversiónþ. En consecuencia, el

presidente Calderón pidió claramente a los

medios de comunicación modificar el enfoque de sus

informaciones para que éste coincidiera con el del

gobierno y así conseguir que El Salvador se vuelva

atractivo para los inversionistas y los turistas.



     El mismo presidente Calderón hizo un ejercicio de

la objetividad que le pide a la prensa nacional en su

discurso. En efecto, la parte central la dedicó a

describir los logros más relevantes de su segundo

año de gobierno. Si sólo se toma en cuenta esta

descripción, pareciera que el segundo gobierno de

ARENA ha hecho mucho, que el país ha avanzado a pasos

agigantados, que El Salvador es totalmente nuevo y que en

él, las oportunidades abundan. El Salvador descrito en

esta parte del discurso es, aparentemente, atractivo y

atrayente. Ahora bien, si esta versión de la realidad

nacional se contrasta con la realidad, el cuadro cambia

completamente. Entonces, El Salvador real aparece, pero es,

precisamente, el país que los inversionistas y los

turistas evitan por la violencia, la inseguridad

jurídica, la corrupción, la pobreza, el crimen

organizado, la delincuencia, etc.



     La objetividad que el presidente Calderón demanda

a la prensa implica compartir y difundir la visión

ideal de su gobierno sobre el estado del país. La

única dificultad es que la visión gubernamental

de El Salvador no se apega a la realidad y alimenta ilusiones

falsas. En realidad, lo que el presidente Calderón

llama objetividad es más bien propaganda. El

mandatario quisiera que la prensa, en lugar de informar,

hiciera propaganda de El Salvador y en cuanto ésta

distorsiona la realidad, la imagen que proyectaría del

país sería tan falsa como las ilusiones del

gobierno. Así, pues, objetivo es aquel que asume la

visión gubernamental y la propaga, sumándose al

esfuerzo por promocionar el país en el exterior, tal

como se promociona una mercancía.



     Ahora bien, el presidente Calderón no es objetivo

con la prensa que tanto le ayuda a proyectar una imagen

favorable de su gestión gubernamental, olvidando

oportunamente hechos y personajes, por ejemplo, aquellos

relacionados con la corrupción y el crimen organizado;

censurando la interpretación alternativa, que pueda

generar una opinión contraria a la oficialmente

establecida; reproduciendo fielmente el discurso o la

versión oficial, sin dudar de su veracidad o sin

preguntar ante sus contradicciones o sin investigar sus

verdades a medias. Gracias al amarallismo de los grandes

medios de comunicación social, el gobierno puedo

aprobar la ley de emergencia contra la delincuencia. Por todo

esto y por más, el gobierno debiera estar sumamente

agradecido a la gran prensa nacional.



     Pero esto no es todo. La realidad tiene otra cara.

Así como el amarillismo favorece la política

gubernamental frente a la violencia y la delincuencia,

permitiéndole incluso distraer la atención de

los graves problemas económicos, también ha

ensombrecido la imagen de El Salvador como país donde

se pueden hacer inversiones seguras y rentables o donde se

pueden disfrutar unas vacaciones tropicales interesantes. El

gobierno no puede tenerlo todo al mismo tiempo. Su

política interior está en contradicción

con sus intereses en el exterior. Otra vez falta de

coherencia e improvisación.



     El problema no es la prensa, sino la realidad que supera

la capacidad de la gestión gubernamental. La

cuestión no es tanto si hacer propaganda o apegarse a

la objetivdad al informar sobre El Salvador, sino armonizar

la política interior con la exterior. Ya no se puede

seguir hablando de democratización y

modernización en el exterior, mientras en el interior

se impone un modelo autoritario de viejo cuño. El

gobierno del presidente Calderón tiene mucho sobre lo

que reflexionar para poder hacer, en los tres años que

le quedan, una gestión gubernamental aceptable, desde

la perspectiva de la mayoría de la población

despojada y empobrecida.



     Ernesto Cruz Alfaro