AÑO XXV, No.540                                                                                           1-30 de abril, 2005

 

El sentir de la Iglesia

INDICE

DE JUAN PABLO II A BENEDICTO XVI

SENTIR CON LA IGLESIA

CARTA ABIERTA AL HERMANO ROMERO

XXV ANIVERSARIO DE MONSEÑOR ROMERO

MONSEÑOR ROMERO: XXV AÑOS EN LA FOTO DEL RECUERDO

FRAGMENTOS DE HOMILÍAS CON MOTIVO DEL 25 ANIVERSARIO DE MONSEÑOR ROMERO

DOS CATÓLICOS “CATÓLICOS”

DIALOGO ENTRE MONSEÑOR ROMERO Y JUAN PABLO II

CARTA AL NUEVO PAPA

MÀS ALLA DE UN PAPA

“TENEMOS PAPA”... ¿TENEMOS DIOS?

ABRAHAM: AL COMIENZO DOS PERSONAS

 

De Juan Pablo II a Benedicto XVI

por la prensa salvadoreña

 

La cobertura mediática de las exequias de Karol Wojtyla, Juan Pablo II, es sólo comparable con el cónclave de cardenales y la ceremonia de ascensión e investidura del cardenal alemán Joseph Ratzinger, ahora papa Benedicto XVI. Desde la última semana de marzo, cuando Wojtyla sufrió un nuevo y último quebranto de salud, hasta el «Habemus papam», anunciado el 19 de abril pasado, el Vaticano se convirtió en el centro de gravedad de la actividad mediática mundial.

 

Obviamente, El Salvador no fue ajeno a los sucesos de Roma. La prensa, la radio y la televisión se las ingeniaron para mantener al tanto de los sucesos a los salvadoreños, quienes se confiesan católicos en su mayoría. La cobertura de los medios iba desde las noticias filtradas por las grandes agencias de prensa y televisión internacionales hasta los esfuerzos de colocar en primera línea a algún enviado especial, como lo hizo La Prensa Gráfica, por ejemplo.

 

A la par de las noticias y las notas editoriales referentes a los sucesos de Roma, los periódicos de mayor circulación publicaron toda clase de carteles alusivos a la figura de Juan Pablo II y a la de su sucesor. Durante casi un mes, coincidiendo con el final de la Semana Santa, los salvadoreños también fueron testigos del traspaso de poderes en el Vaticano.

 

Las reacciones tampoco se hicieron esperar. Las imágenes y fotografías muestran a fieles llorando al conocer la noticia de la muerte de Wojtyla. No faltaron las notas de prensa que revelaban cualquier vínculo con algún salvadoreño y el Papa: era sentirlo cercano de El Salvador y de su gente.

 

Para muchos, los más jóvenes, Juan Pablo II era el papa de toda la vida. Sólo le conocían a él y a nadie antes que él. Su largo pontificado de casi 27 años lo convirtió en uno de los hombres de mayor trascendencia del siglo XX. Con mucho sacrificio, pudo llevar a su iglesia hasta el siglo XXI. Su muerte, pues, causó gran impacto. Su cuerpo inerte en exhibición no podía pasar desapercibido.

 

Durante una semana entera, los principales medios escritos salvadoreño dedicaron sus primeras páginas para registrar la muerte de Juan Pablo II. La Prensa Gráfica, por ejemplo, desde el 1 hasta el 7 de abril, ininterrumpidamente, coloca en primera plana los sucesos de Roma: «Grave estado de salud de Juan Pablo II», «Juan Pablo II agoniza», «Muere Juan Pablo II», «Llamado por el Señor», «Descansa en paz», «Fieles al pastor», «Un millón de bendiciones», «Roma colapsa».

 

La cobertura contrastó con la atención de la prensa salvadoreña a las celebraciones del XXV Aniversario del martirio de Monseñor Romero, cuya ceremonia principal coincidió con el fallecimiento del papa. Obviamente, no podía pedírsele otra cosa a los medios salvadoreños, siempre despreocupados de lo referente a Monseñor Romero, incluso a 25 años de su asesinato. Sí llamó la atención algunos comentarios de políticos de derecha, como el del legislador de ARENA Julio Gamero, para quien Monseñor Romero «ha traspasado fronteras y su nombre no debe politizarse para que sea canonizado, con lo cual estamos de acuerdo». O las mismas palabras del presidente de la República, Elías Antonio Saca, también aprobando el proceso de canonización que se sigue en Roma.

 

Volviendo a lo de Juan Pablo II, cabe destacar los comentario de personalidades religiosas. Para el postulador de la causa de Monseñor Romero en el Vaticano, Vicenzo Paglia, Karol Wojtyla «ha sido un gran pastor para todos los cristianos y para todo el mundo». Entretanto, el obispo de San Miguel, Miguel Morán, comentaba que «antes, las enfermedades de los papas no eran públicas. [Juan Pablo II] Acabó con eso», aludiendo no sólo a la coronación de un papado mediático, sino al mensaje de sacrificio que pretendía dar Wojtyla desde su sufrimiento.

 

El arzobispo de San Salvador, Fernando Sáenz Lacalle, comentaba respecto del Vicario de Cristo que «su propia personalidad, en más de 26 años de pontificado, ha mostrado una riqueza impensable a su obra. Sus escritos doctrinales son abundantes y su acción pastoral fue única».

 

Los hombres de la política también reaccionaron públicamente ante la muerte de Juan Pablo. El presidente de la Corte Suprema de Justicia, Agustín García Calderón, comentó lo siguiente: «lamentamos el desenlace del papa Juan Pablo II. Expresó los valores básicos para que se respetara la vida en todos los sentidos». Por su parte, el presidente de la Asamblea Legislativa, Ciro Cruz Zepeda, es de la opinión de que «uno de los máximos logros fue el derrumbe del bloque soviético y del muro de Berlín. Se fue en el momento menos indicado, necesitamos gente como él».

 

El presidente de la República, Elías Antonio Saca, dijo también que «en uno de los pasajes más duros de nuestra vida como nación, su santidad nos trajo su mensaje de amor y reconciliación, nos trajo la más fuerte dosis de esperanza en el momento que más la necesitábamos».

 

Otras reacciones: «las oraciones de Juan Pablo II ayudaron a que en El Salvador se lograra la paz. Hay que recordarlo como un artesano de la paz»: Rolando Alvarenga, jeje de fracción legislativa de ARENA. «El Salvador tiene mucho que agradecerle, porque en momentos de la guerra vino aquí a dejarnos un mensaje de paz»: René Aguiluz, legislador del PDC. «Nos solidarizamos con el pueblo católico. El papa fue uno de los principales personajes que apoyó el proceso de paz en El Salvador»: Sigfrido Reyes, vocero del FMLN. «Nos comprometemos a mantener vivo su pensamiento»: Schafik Handal, diputado del FMLN.

Tampoco faltaron quienes, desde posiciones conservadoras, revivieron la veta anticomunista de Karol Wojtyla. Por ejemplo, el ultraderechista abogado salvadoreño, Ivo Príamo Alvarenga, escribe en su columna de La Prensa Gráfica: «pero yo le recordaría [a Juan Pablo II] que en muchos salvadoreños no católicos está ausente la devoción por él. Que algunos son simpatizantes del comunismo al que venció». Otros columnistas recogen las doctrinas de la Iglesia respecto de la moral y la sexualidad.

 

Desde la línea editorial de la prensa baste recoger dos párrafos de La Prensa Gráfica: «Juan Pablo II fue un luchador sin tregua por la libertad: su influencia vigorosa constituyó el principal motor del cambio europeo, a partir de la implosión del comunismo. Fue un gestor de la cultura de la vida y el progreso real del ser humano: por eso se volvió el crítico principal de toda forma de materialismo, independientemente de las ideologías». Y este otro: «La apoteosis alrededor de Juan Pablo II no es un simple acto de homenaje mortuorio: constituye, más bien, la exaltación de una obra de proporciones universales». Todo para exaltar la figura de Juan Pablo II.

 

La investidura del cardenal Joseph Ratzinger propició un fenómeno similar. Los saludos desde los diferentes ámbitos nacionales no se hicieron esperar. «Quiero expresar mi satisfacción. Confiamos en Dios que el nuevo pontífice continuará con el destacado trabajo pastoral de su predecesor»: dijo el presidente Antonio Saca.

El coordinador general del FMLN, Medardo González, comentó que «nosotros esperamos, como FMLN que el papa [Benedicto XVI] mantenga esa postura de sensibilidad social que mantuvo el papa Juan Pablo II, que condenó el neoliberalismo como un sistema brutal y que mantuvo la opción por los pobres. Y creo que hay que dar un compás de espera en ese sentido. Yo creo que es positivo el nombramiento del nuevo papa», subrayó el dirigente efemelenista.

 

Finalmente, desde el mundo empresarial también se le ha brindado tributo a Juan Pablo II y se ha recibido con blenepácito al nuevo papa. La campaña publicitaria de uno de los almacenes más famosos del país reza lo siguiente: «el humo blanco está en el cielo y las campanas anuncian que el representante de Cristo ha sido elegido… Damos gracias al Espíritu Santo por haber iluminado aquéllos en cuyas manos estaba la elección de Su Santidad, y confiamos en que el nuevo pontífice será luz y esperanza para el mundo».

 

Cada quien a su manera y según sus intereses, desde El Salvador se ha acogido una cobertura mediática de proporciones pocas veces vista. Políticos, empresarios, religiosos, ciudadanos comunes… Muchos han sido testigos de una impresionante marejada de fotografías, imágenes, afiches y recuerdos de quien fuera uno de los hombres más influyentes del siglo XX y de su sucesor, quien, coinciden los vaticanistas, seguirá la misma línea que el papa Wojtyla.

 

CIDAI

 

 

 

Sentir de la Iglesia

    El recuerdo de Monseñor Romero, una vez más, se vistió de alegría. La conmemoración de los 25 años de su asesinato volvió a dejar fresco su cariño hacia el pueblo. Amor con amor se paga. Desde las manifestaciones que se hicieron en  muchas parroquias pasando por las canciones modernas que los coros juveniles hicieron en su honor hasta la vigilia el sábado dos de abril, nos encontramos con la fuerza de una fe que siempre renueva la victoria de la vida. Son los cantos de vida, el encuentro de vida y la renovación de la vida de la Iglesia.

 

     El 24 de marzo fue jueves santo. Día de las misa crismal, de los sacerdotes, del lavatorio de los pies, de la primera eucaristía. El servicio se hace comida y la comida se vuelve unidad y reconocimiento. Es el día de ese sacerdocio donde encontramos al que es digno de fe, es decir, vale la pena fiarse y confiar en todo lo que es. También es misericordioso con todos los seres humanos, tenemos la fidelidad de un cariño puesto a prueba que sabe a misericordia.

 

     En esa semana nos encontramos con mucha gente que vino a saludar a Monseñor Romero. Ese 24 se vio rodeado de varios metros de fotos donde también se recogía la realidad y la historia de muerte y vida de los cantones, villas y departamentos. Los que derraman la sangre por cariño, se juntan. Además se presentó una pintura que cantaba aquella vieja canción, el arte humano siempre deja ver el rostro de la persona amada y toda luz o música adquiera la figura de la persona que permite al sentido aposentarse en el corazón. Venía gente de los comités de solidaridad Monseñor Romero esparcidos en varias lenguas, culturas y sociedades. Encontrarse seres humanos distintos muestra la universalidad de la fe, todos recorren un camino y llevan una persona como guía: Jesucristo y aquellos que testimonian la realidad de amar hasta el extremo.

 

     La semana de resurrección se convirtió en semana de teología. Hablar del Padre de Jesús en medio de los seres humanos que pueblan la redondez de la tierra. Cada rostro humano se sigue mostrando como palabra de Dios. Palabra que sube al cielo como clamor pero también como esperanza. En la semana teológica llegaron personas de todo el continente latinoamericano desde Canadá hasta Chile y Argentina. Cada país contando las glorias de sus propios hermanos comprometidos. De Europa encontramos muchas personas y en algunos de esos países se hicieron misas, procesiones y muestras de la presencia de Monseñor Romero. En las expresiones de solidaridad, también se hizo presente África con todo su dolor y con toda su búsqueda de vida. Es un continente donde el sufrimiento y las guerras parecen sones perpetuos que hacen de bruma al sol de la esperanza.   Japón y la India nos hablaron de esa Asia que se ve tan lejos y tan distinta y que, sin embargo, es parte de nuestra humanidad y nuestra fe.

 

     Se tuvo un acto donde se dio la bienvenida a los visitantes extranjeros y el premio a la entidad de servicio al pueblo. Antes  Monseñor Paglia había hablado del camino que lleva la canonización de este santo que pertenece a toda la Iglesia.  Para terminar esa sábado dos de abril con la misa grande de los 25 años de Monseñor Romero en la plaza que recoge el nombre de El Salvador. El señor Nuncio, obispos nacionales e internacionales, sacerdotes de diversos países y una nutrida representación de las comunidades y de los extranjeros le dieron voz a la alegría de un hombre que llevó hasta  el extremo  su sentir con la Iglesia.

     Sintió a Jesús, sintió a los pobres y sintió el futuro de vida. La procesión de farolitos sembró de luz la noche en la ciudad para manifestar que, en medio de la muerte, la presencia de Dios se hace patente y audaz. Catedral se volvió canto y las calles aledañas quedaron  rociadas por el júbilo del encuentro y de la unidad. El milagro de Dios nuevamente se hacía humano.

 

     En la misa de los 25 años de Monseñor Romero se recordó el fallecimiento, en ese día, de Juan Pablo II.  Sus veinte y seis años en la silla de San Pedro llegaban a su término. Los más diversos medios de comunicación estuvieron transmitiendo su agonía, el desenlace, su vela, su entierro y los comienzos para el cónclave que buscaba un nuevo Papa.

     La figura de Juan Pablo II es compleja, pues, tiene más de cien viajes internacionales, más de una docena de encíclicas y un número vasto de documentos. Aunado a su gran versatilidad entre los medios de comunicación y un carisma para convocar grandes masas. De gran fortaleza y prestancia física y moral, claro en sus convicciones y firme en sus decisiones. También nos deja una pléyade de beatificaciones y canonizaciones algunas de ellas controvertidas.

 

     El inventario de sus actuaciones va desde su presencia ante el problema del comunismo en Europa pasando por el conflicto entre Argentina y Chile manifestando su palabra ante la guerra del golfo, Afganistán, Kosovo y la invasión de Irak. Su figura como caminante de la paz también se nutrió de la defensa del pueblo palestino ante el Estado de Israel pasando por Centro América, Haití y Cuba donde asumió una posición fuerte con el apoyo de los cristianos a gobiernos de izquierda y la  defensa ante la violencia que se simbolizó en su oración ante la tumba de Monseñor Romero.

 

     Su pontificado ha sido caracterizado por su línea tradicional en la doctrina, la eclesiología y la moral. Recibió críticas de su distanciamiento de los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI estando más cerca de los de Pío IX y Pío XII.  Pero su postura   ha sido renovadora en sus intervenciones internacionales y en su mirada sobre un mundo en globalización. Puso su confianza en los valores del cristianismo tradicional que ha defendido hasta el final.

 

     Su vida y su muerte mostraron un Papa popular pero que ha dejado su estela propia marcada por su catolicismo polaco, mariano, jerárquico y moral. Hoy descansa en paz dejando una Iglesia que sigue buscando llevar hasta el final sus relaciones ecuménicas y sociales en un mundo donde los paradigmas antiguos están en una constante renovación y novedad.

 

     En el cónclave quedó elegido Benedicto XVI que viene en continuidad  con Juan Pablo II. Una persona de gran formación teológica y muy conocedor de los entresijos de la curia romana y de todas sus relaciones con el resto del mundo. Su elección ha despertado diversos comentarios incluso contradictorios. Desde aquellos que lo ven como un Papa de transición por su avanzada edad hasta los que sienten que mantendrá su línea de cuidador de la ortodoxia de fe en todos sus aspectos teológicos y sociales. En ese sentido, algunos esperan que su trabajo será más al interior de la institución para seguir fortaleciéndola y haciéndola más homogénea en sus diversas manifestaciones, entre otras cosas, porque no tiene el carisma mediático de su antecesor. Otros ven su pasado como una especie de repetición para el futuro de un modo de ser y de actuar.

 

     Sus primeros discursos muestran un nuevo Papa que quiere mantener el diálogo desde una identidad asumida en la fe. Su rostro de tendencia más seria trata de mostrar el deseo de acogida a todo ser humano. Su sonrisa matiza la adustez de su mirada. Estamos asistiendo a un presentación más detalla y pública que va de cuando  era Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe  a la de ahora que es pastor de toda la Iglesia Católica.

 

     Los desafíos de la Iglesia ante un mundo que parece menos humano, tan amenazado por las diversas facetas de la violencia y donde los intereses de personas, de empresas o de naciones prevalecen y sojuzgan a los demás, nos dice el camino humilde pero firme que le toca acompañar. El tino en todas las decisiones y la audacia en seguir construyendo un mundo más justo y pacífico tienen que estar en todo momento bajo la guía del evangelio y de ese Jesús que es la buena nueva para todos los seres humanos.

 

     Es tener fe. Creemos en ese dios que se conmueve y se fía del ser humano en nuestro pasado y en nuestro presente pero también en el futuro. El mañana es de Dios, no queda más que recorrerlo con esa obediencia que nace de la experiencia de conocer un Dios que siempre ha hecho maravillas en la historia del ser humano. Un Dios que no repite la historia o el pasado sino que hace nuevo y sorprendente el futuro como novedosa e inspirada es siempre la vida.

 

     Monseñor Romero y Juan Pablo II mantienen su presencia de otro modo entre nosotros. Recordemos que no cargamos muertos sino vivos que han abierto camino para que podamos recorrer ese futuro que Dios nos regala como don que debemos construir según sus criterios y sus planes. Benedicto XVI nos habla de una fe que nutre la confianza en Dios pero que se vuelve río que riega la misericordia hacia los seres humanos. Ese Dios vertical que es amor,  es el mismo Dios horizontal que encontramos en el cariño y cuido de los seres humanos. 

 

 

 

Carta Abierta al hermano Romero

 

   Yo debería estar ahí… y estoy: de alma entera. Esta pequeña Iglesia de São Félix de Araguaia te tiene muy presente, hermano. Estás visible en mi cuarto, en la capilla del patio, en nuestra catedral, en muchas comunidades, en el Santuario de los Mártires de la Caminada Latinoamericana. Hasta cuando cae un mango sobre el tejado me acuerdo del sobresalto que sentías cuando caían los mangos sobre tu retiro del Hospitalito.

 

   El mes de marzo de 1983 yo escribía en mi diario: “No consigo entender de ningún modo, o lo entiendo demasiado: La fotografía del mártir Monseñor Romero con Juan Pablo II, en unos carteles más que normales para la visita del Papa, ha sido prohibida por la comisión mixta Gobierno-Iglesia de El Salvador. La imagen del mártir duele. Al Gobierno, perseguidor y asesino; y es natural que le duela; que duela a cierta Iglesia… también es natural, tristemente natural.

       

   De todos modos, nosotros, aquí, en este rincón del Mato Grosso, y muchos cristianos y no cristianos de América y del Mundo, celebraremos otra vez, en ese mes de marzo, el martirio de San Romero, pastor bueno de América Latina. A nosotros su imagen nos conforta, nos compromete y nos une; como una versión entrañable del Buen Pastor Jesús”.

 

   Y ahora estamos ahí, millones, de muchos modos, celebrando el jubileo de tu testimonio definitivo, aquella homilía de sangre que nadie hará callar. Tú tienes poder de convocación, un poder macroecuménico de santo de los católicos y de los evangélicos y hasta de los ateos. Estamos ahí celebrando, reparando, asumiendo. Tú eres muy comprometedor; a lo Jesús de Nazaret: ese Jesús histórico que tantas veces se nos difumina en dogmatizaciones helenísticas y en espiritualismos sentimentales, el Jesús Pobre solidario con los pobres, el Crucificado con los crucificados de la Historia.

 

   Tenías razón, y eso queremos celebrar también, con júbilo pascual. Has resucitado en tu pueblo, que no va a permitir que el imperio y las oligarquías sigan sometiéndolo, ni va a dejarse llevar por los revolucionarios arrepentidos o por los eclesiásticos espiritualizados. Y resucitas en ese Pueblo de millones de soñadores y soñadoras que creemos que otro Mundo es posible y que es posible otra Iglesia. Porque así, como va hoy, Romero hermano, ni el Mundo va, ni va la Iglesia. Continúan las guerras, ahora hasta de prevención; continúa el hambre, el paro, la violencia –del estado o de la turba enloquecida-; continúan las falsas democracias, el falso progreso, los falsos dioses que dominan con el dinero y la comunicación, con las armas y la política. Y continúa habiendo mucha Iglesia muda. Hemos pasado de la Seguridad Nacional a la seguridad del capital transnacional y de las dictaduras militares a la macro dictadura del imperio neoliberal. Son 25 años también de la Conferencia de Puebla. Aquellos rostros, Romero, que son el propio rostro del Jesús “destazado”, se han multiplicado en número y en deformación. Aquellas revoluciones utópicas –hermosas y atolondradas como una adolescencia de la Historia- han sido traicionadas por unos, despreciadas olímpicamente por otros y siguen siendo añoradas –de otro modo, más “al suave”, en mayor profundidad personal y comunitaria- por muchas y muchos de los que estamos ahí, contigo, pastor del “acompañamiento”, compañero de llanto y de sangre de los pobres de la Tierra. ¡Cómo necesitamos hoy que enseñes a los pobres a “acuerparse” en solidaridad, en organización, en terca esperanza!

 

   Contigo, decía el maestro mártir Ellacuría, “Dios ha pasado por El Salvador”, por todo nuestro mundo. Y el teólogo de frontera José María Vigil ha hecho de ti tres rotundas afirmaciones que son, más que verdades para creer, desafíos de urgencia para asumir:

 

·         “Romero: símbolo máximo de la opción por los pobres y de la teología de la liberación.

·         Romero: símbolo máximo del conflicto de la opción por los pobres con el Estado.

·         Romero: símbolo máximo del conflicto de la opción por los pobres con la Iglesia institucional”

 

   No es que tú dejases de ser “institucional” y comportado. Siempre me admiró en ti la alianza de la disciplina con la libertad, de la piedad tradicional con la Teología de la Liberación, de la profecía más arrojada con el perdón más generoso. Eras un santo haciéndose, en constante proceso de conversión. De ti se ha repetido edificadamente que eras un obispo convertido. Con Dios y con el Pueblo, sin dicotomías. “Yo, decías, tengo que escuchar qué dice el Espíritu por medio de su Pueblo…”. Tu homilía del 23 marzo de 1980, víspera de la oblación total, la titulaste precisamente así: “La Iglesia al servicio de la liberación personal, comunitaria, trascendente”.

       

   Te recordamos tanto porque te necesitamos, Romero, hermano ejemplar. Tú nos animas, tú sigues predicándonos la homilía de la liberación integral. Tú sigues gritando “cese la represión”, a todas las fuerzas represivas en la Sociedad, en las Iglesias, en las Religiones. Tú nos adviertes que “el que se compromete con los pobres tiene que recorrer el mismo destino de los pobres: ser desaparecidos, ser torturados, ser capturados, aparecer cadáveres”, y nos recuerdas que, comprometiéndonos con las causas de los pobres, no hacemos más que “predicar el testimonio subversivo de las bienaventuranzas, que le han dado vuelta a todo”.

       

   Confiabas –y no te vamos a defraudar- que “mientras haya injusticia habrá cristianos que la denuncien y que se pongan de parte de sus víctimas”. Tu sangre, como pedías, es verdaderamente “semilla de libertad”.

   Tu memoria no es simplemente nostalgia ni una veneración sacralizada que se queda en el aire del incienso; queremos que sea, vamos a hacer que sea, compromiso militante, pastoral de liberación. Nuestro teólogo, el teólogo de los mártires, Jon Sobrino, nos resume así la tarea evangelizadora y política que, por fidelidad a tu memoria, nos demanda hoy el Reino: Enfrentarse a la realidad con la verdad; analizar la realidad y sus causas; trabajar por el cambio estructural; llevar a cabo una evangelización madura, liberadora, crítica y autocrítica; construir la Iglesia como pueblo de Dios; dar esperanza a ese Pueblo que tanto sufre…

 

   Esta semana de tu jubileo, en San Salvador, acabará siendo un sínodo popular, un encuentro de aspiraciones y compromisos dentro de ese proceso conciliar que estamos viviendo, una gran vigilia pascual en torno a ti y a tantas y tantos testigos fieles, conocidos o anónimos, pero todos luminosos en el Libro de la Vida, seguidores hasta el fin del supremo Testigo Fiel.

       

   “Estamos otra vez en pie de testimonio”, te decía yo en el poema aquel. Y estamos de verdad. Somos del gran Foro Social Mundial, con el Evangelio y por el Reino, hacia otro Mundo posible, hacia otra Iglesia –de Iglesias unidas y liberadoras-, hacia otra Patria Grande, Nuestra América del Caribe y del Sur y de la entrañable América Central; con un Norte otro, hermano también por fin, desimperializado.

 

Nos anuncian la V Conferencia Episcopal Latinoamericana, posiblemente para 2007 y esperamos que sea en América Latina. Ayuda a prepararla, hermano. Haced celestiales horas extras todos los santos y santas de Nuestra América para que esa Conferencia sea un Medellín, y actualizado.

 

Seguiremos hablando, hermano Romero. Cada día. Tú acompañándonos, desde la Paz total, por el camino arduo y liberador del Evangelio. Tantas veces nos sentimos como los discípulos de Emaús, defraudados, sin rumbo, porque “pensábamos que…”

 

Se ha hablado mucho de tu última homilía como de una última palabra tuya, testamentaria. Tú escribiste otra última palabra, más definitiva aún, pero menos conocida. El 19 de abril de ese año de 1980, monseñor Arturo Rivera Damas, administrador apostólico de San Salvador, me escribía: “… nos permitimos incluir aquí la carta que dejó redactada nuestro querido Mons. Romero el mismo día de su asesinato y que esa noche él habría de firmar. Agradeciéndole a usted su solidaridad cristiana con él y con nuestra Iglesia, le pedimos que podamos contar siempre con sus oraciones para que podamos continuar la obra que el Señor y la Iglesia nos confían y que siguiendo esos criterios Mons. Romero realizó…”

 

Tu carta, Romero, que guardamos en nuestro archivo, timbrada como “reliquia”, reza así:

 

“… Querido hermano en el episcopado:

Con profundo afecto le agradezco su fraternal mensaje por la pena de la destrucción de nuestra emisora.

 

Su calurosa adhesión alienta considerablemente la fidelidad a nuestra misión de continuar siendo expresión de las esperanzas y angustias de los pobres, alegres por correr como Jesús los mismo riesgos, por identificarnos con las causas justas de los desposeídos.

 

A la luz de la fe, siéntame estrechamente unido en el afecto, en la oración y en el triunfo de la Resurrección.

 

Oscar A. Romero, Arzobispo”

 

   Tu última palabra escrita, y firmada con sangre, no podía ser más cristiana.

 

   Querido San Romero de América, hermano, pastor, testigo: Tú vivías y dabas la vida porque creías de verdad en “el triunfo de la Resurrección”. Ayúdanos a creer de verdad en ese triunfo, para vivir y dar la vida como tú, con los pobres de la Tierra, siguiendo al Crucificado Resucitado Jesús.

Pedro Casaldáliga

24 de marzo de 2005

 

 

XXV Aniversario de Monseñor Romero

La evangelización de una Iglesia de mártires

 

Vinieron de muchas partes...

 

      En la UCA nunca se había visto cosa igual. A un Congreso de Teología, del 28 de marzo al 1 de abril, una actividad académica, llegaron unas 3,000 personas. Se llenó el Auditórium “Ignacio Ellacuría”. Hubo que habilitar un segundo auditórium  con una pantalla gigante, y también se llenó. Muchas otras personas en la UCA, y muchos miles fuera de ella, escucharon las ponencias a través de la radio YSUCA.

      Eso ocurrió en lo exterior, que, con todo, no es lo más importante. Lo importante siempre ocurre, “en lo escondido”, que dice Jesús. A ese último secreto de lo seres humanos no se puede entrar, pero creo no equivocarme si digo que algo importante pasaba en su interior. Pienso que sintieron luz y ánimo para seguir, esperanza contra el desencanto. Recordaron épocas de represión y barbarie, la inocencia e indefensión de mujeres y niños durante las masacres, y la inmensa generosidad de muchos mártires. Quizás renovaron un “voto de conversión”, que hicieron algún día en contacto con los pobres y las víctimas. Y quizás también se les iluminó un poco el misterio de ese Dios, desconcertante y entrañable, y el gozo del seguimiento de Jesús.

      De lo que no cabe duda es de que, en este aniversario, Monseñor Romero estaba presente, como siempre, y sin tener que esperar a su canonización. Se palpaba su palabra cariñosa -y  cuestionante-, su amor sin condiciones, su fe y su esperanza.

     Esto ocurrió no sólo en la UCA, por supuesto, sino en muchas otras partes a lo largo y ancho del país, en eucaristías y celebraciones, en pueblos y cantones, en conciertos y exposiciones de arte. La vigilia del 2 de abril ante Catedral fue impresionante. Nadie da cifras exactas, pero hablan de 40 a 50,000 personas. Alguien de fuera preguntaba: “¿cómo puede ser que recordando a un muerto haya tanta vida?”. Y desde España una joven, muy buena persona, sin mucha  educación religiosa, como es hoy frecuente, nos escribía: “¡qué semana santa más santa!”.  Y es verdad, en el mismo día, un  jueves santo, recordamos la cena de Jesús, lavando los pies a sus amigos, y la Pascua de Monseñor Romero, dando su vida y dando vida. Certera intuición, sin resabios de sacristías.

 

... a agradecer a los mártires.

 

      Mucho se puede contar. Sólo quiero recalcar que vinieron desde pueblos mártires “a agradecer a Monseñor”. De Brasil, Sao Félix de Araguaia, vino José María Concepción. Nos trajo la “Carta al hermano Romero”, de don Pedro Casaldáliga, que fue leída el 30 de marzo, y nos trajo también la llave del santuario de los mártires de la caminada, “como sacramento de nuestra alianza con San Romero y su pueblo y su Iglesia”. Y don Pedro se despide, como siempre: “Que la Pascua sea en nuestros corazones y en todas las estructuras. Para ustedes los de la UCA y para tantas personas entrañables de ese El Salvador y Centroamérica un cariñoso y fuerte abrazo de Pascua”. De Pedro Casaldáliga publicamos dos textos en este número de Carta a las Iglesias. Basten, por ello, estas breves palabras. Y ahora, un poco más en detalle, hablamos sobre otros que vinieron de muy lejos, de Africa, negra, martirizada, la del sida, silenciada.

      Desde Sudáfrica llegó el obispo Kevin Dowling. Su ponencia fue impactante y entrañable. La tituló: “Aportes de Oscar Romero”. Transcribo unos párrafos.

Un día, el año pasado, estaba sentado en una chabola, en uno de los muchos barrios miserables  de la diócesis donde yo trabajaba en África del Sur. Es uno de esos lugares donde los más pobres entre los pobres tratan de sobrevivir, aunque la mayor parte mueren en la miseria. En la chabola, sentada en un banco frente a mí, había una joven, una madre soltera; se llamaba Inés, junto a ella, un bebé de pocos meses, su único hijo. Ambos se estaban muriendo a causa del sida. El sudor le corría por la cara, ¡estaba tan débil! No había nada de comer o beber. Sus ojos estaban fijos en mí. En ellos ví lo que tantas veces había visto en la diócesis donde he trabajado tantos años: una mirada de terror y, más aún, una mirada de desesperación. Me dijo: “Padre, no hay ninguna esperanza, Padre, yo no tengo ninguna esperanza”. Y las lágrimas se deslizaban por su rostro y mi rostro, mientras contemplaba a su bebé moribundo.

 

Tenía razón. En un país relativamente desarrollado como es Africa del Sur, hay más de 8 millones de personas que viven en chabolas, en medio de una miseria espantosa. Más de 22 millones tratan de sobrevivir con menos de 1 dólar diario. Y ya no hay esperanza, porque son los sistemas sociales, culturales, económicos, religiosos y políticos de este mundo los que condenan a una madre como Inés a una muerte terrible en la pobreza y la enfermedad.

 

     El obispo contó muchas cosas, entre otras cuando dirigía una marcha de protesta pacífica y escuchó a los militares que decían, “disparen al sacerdote”. Pero lo que quería decirnos era lo siguiente:

 

Cuando fui nombrado obispo, durante el régimen del apartheid en Africa del Sur,  Oscar Romero fue el que me inspiró. El fue mi hermano, mi consejero, una persona cuyo testimonio me desafiaba a asumir una postura profética (mi sufrimiento personal) y a caminar con los pobres, aunque esto significase arriesgar mi propia vida. Fue su ejemplo el que me impulsó a descubrir el rostro de Jesús en el rostro de mi pueblo oprimido... Sí, he experimentado algo -muy poco- de la soledad y el sufrimiento de mi hermano Oscar Romero. Y en las numerosas ocasiones en las que he vivido la sensación de peligro y rechazo, he sentido su cercanía y su inspiración.

 

    De la República Democrática del Congo vino  Jean Floribert Kabemba, sacerdote diocesano. Del Congo hemos ya hablado en esta Carta a las Iglesias. Para apoderarse del coltán, material estratégico para la construcción de misiles y computadores, el Norte ha movido los hilos para que tres países centro-africanos escenifiquen una guerra increíblemente cruel: unos 4 millones de muertos en los últimos años. Además, al Congo llegaron centenares de miles de refugiados ruandeses. Estas, y otras muchas tragedias, nos contó Floribert. Y contó quién es para él Monseñor Romero:

 

Desde el seminario menor oí hablar de Monseñor Oscar Romero y de muchos mártires latinoamericanos. Para mí la oportunidad de celebrar hoy el XXV Aniversario de Monseñor Romero con ustedes salvadoreños y con los hermanos y hermanas de muchas partes del mundo me impacta porque descubro el significado profundo y evangélico de la entrega de la vida por un pueblo crucificado.

 

      Y empezó a hablar de su pueblo,y de Africa, continente olvidado y martirizado, y de la Iglesia de Africa, martirizada y testimonial. Al terminar citó a Jean Marc Ela:

 

Africa fue evangelizada en la tradición caritativa del cristianismo colonial, donde las obras benéficas alimentaban la buena conciencia. Los dispensarios, los orfanatos y las leproserías fueron implantados en las regiones donde los recursos de Africa se revalorizaban en beneficio de las metrópolis. Hoy, los campesinos negros ya no trabajan para alimentarse con los productos que cultivan, sino para vender el algodón y los cacahuetes, el café y el cacao, que producen las divisas para el bienestar de las élites en el poder. ¿Por qué los cristianos de Africa no habían de buscar con pasión la libertad de su pueblo, puesto que son los herederos del evangelio, y de la misión de anunciarlo en su continente? Semejante responsabilidad exige que se ponga fin a una Iglesia centrada en sí misma, demasiado absorbida por los problemas de catequesis, de ritos matrimoniales y de organización material.

 

      Esa nueva Iglesia ha surgido en Africa. Con dolor, pero con mayor orgullo cristiano y africano, Floribert dijo que también en su pueblo hay gente magnífica que lucha por la justicia. Y también hay mártires. Como símbolo de todos ellos mencionó al arzobispo de Bukavu Christophe Munzihirwa, jesuita, profeta, pastor y mártir. Siendo arzobispo de Bukavu, fue asesinado el 29 de octubre de 1996.  Fue un profeta que denunció las condiciones infrahumanas en las que vivían los miles de refugiados rwandeses hutu en su diócesis y las causas que habían generado estos masivos desplazamientos de Rwanda al Congo.  Escribió e hizo pública una carta de protesta al embajador de Estados Unidos. Hoy le llaman, nos dijo Floribert, “el Oscar Romero de Africa”.

      El aplauso fue espontáneo. Monseñor no es ya  sólo Monseñor Romero. El día que lo canonicen deberán canonizar a muchos otros como él.

Floribert regresó feliz, admirado de haber conocido a gentes de todo el mundo que celebran la vida de Monseñor Romero, y de la concienzación del pueblo salvadoreño y la devoción con que vive la presencia de Monseñor. Dice que retorna a su diócesis cambiado, y que este viaje ha sido una bendición.

 

Evangelización “siempre antigua y siempre nueva”

 

      Lo dice san Agustín de la verdad: “siempre antigua y siempre nueva”. Y estos días nos vino a la mente estas palabras, pensando en la evangelización. No creo exagerar al decir que hay una tendencia a medir el éxito de la evangelización según criterios que son ambiguos: números (juntar multitudes, sin fijarse en lo que hay de compromiso y de fe), presencia en los medios (la CNN dedicó centenares de horas a la Iglesia católica durante un mes, sin mencionar -por lo que recuerdo- a Dios, Jesús de Nazaret, pobres, justicia...), esplendor (ritos que reflejan la majestad y el poder de Dios más que su sencillez y cercanía). Pues bien, en este aniversario, y en el  Congreso, lo que me vino a la mente, en primer lugar, fue volver a la evangelización “antigua”.

      1. Evangelizar es ante todo, proclamar la buena nueva de Dios a los pobres. Así lo dijo Isaías y Jesús de Nazaret en su discurso inaugural de Nazaret. Y recorrió Galilea, anunciando que se acercaba el reino de Dios y que eso era una buena noticia para los pobres (algunos exegetas puntualizan: “únicamente” para los pobres).

      2. Evangelizar es anunciar como buena noticia la persona de Jesús de Nazaret, el que pasó haciendo el bien, curando a enfermos y consolando a los afligidos.

     3. Evangelizar es proclamar el amor de Jesús a los oprimidos, su denuncia profética para defenderlos de sus opresores, lo que le llevó a la cruz, y su anuncio de esperanza lo que le mantuvo fiel hasta el final.

      4. Evangelizar es anunciar al Dios que devolvió a la vida a Jesús y que desde entonces da una esperanza a las víctimas.

       5. Esa buena noticia dejó de ser patrimonio de judíos y se convirtió en patrimonio de toda la humanidad. Así nació la Iglesia.

     

      Pues bien, en el Congreso se hicieron presentes los pobres, las víctimas, los enfermos de sida, los masacrados... También se hizo presente la buena noticia que a ellos les anunció Monseñor Romero, Monseñor Munzihirwa y muchos otros. Se hicieron  presentes muchos otros mártires. Y así como en el comienzo judíos y griegos formaron la única Iglesia, ahora, salvadoreños y africanos, estadounidenses y brasileños, europeos y asiáticos -y muchos otros-, se sentían aquí como la comunidad de Jesús, una y solidaria. Es el milagro de Monseñor.

       Una evangelización “nueva” necesita otras cosas, ciertamente.  Pero tiene que estar basada en la evangelización “antigua”, en la de Jesús. Eso es lo que consiguen los mártires. El Congreso -sea cual fuere su altura académica- fue una buena noticia. 

J. Sobrino

 

 

 

Monseñor Romero:

 XXV años en la foto del recuerdo

 

La célebre foto de Monseñor Romero con dos niños nos recuerda su gran capacidad de acogida del pueblo. Esa foto ha servido para posters, presentaciones de libros y tantos recuerdos de su figura. Sin embargo, podemos olvidar que son rostros humanos que tienen historia, recuerdos y una gran esperanza. Hoy queremos presentarles cómo esos rostros de los niños nos siguen hablando de una experiencia que ilumina todos los tiempos.

 

Fue un 19 de agosto de 1979 cuando Monseñor Romero llego al Cantón de Los Sitios en donde mujeres, hombres, niños y ancianos vinieron de muchos cantones a formar parte de este banquete.

Fue como una fiesta en donde todos asistimos muy contentos, pues nos visitaba Monseñor Romero un padre que según nos decía mi abuelita predicaba tan cabal el evangelio, la doctrina y, sobre todo, proclamaba con tanto valor las injusticias para nosotros los pobres. Decía mi abuelita, hoy vendrá nuestro gran amigo Monseñor Romero. Recuerdo que para esa ocasión mi abuela me compró un vestidito blanco que es el que llevo puesto en la fotografía, fue como un acto de presentación ante un gran santo.

Cuando terminó la misa mi abuela me dijo -andá a saludar a Monseñor Romero-, me acerqué un poco tímida a él y él muy contento me tomó de la mano y me acercó poco a poco a su brazos, junto a él aparece mi primo Rafael Gutiérrez quien estaba encantado con Monseñor Romero.

Exactamente no recuerdo aquellas palabras que amorosamente me dijo, pero si recuerdo que con mucha timidez contemplábamos todo aquello que de niños nos llamaba su atención, su crucifijo, su anillo, su vestuario.

Recuerdo que todos lloramos su muerte y desde entonces la imagen de monseñor romero ocupa un lugar en nuestra pared, una pared donde están otros santos, solo que monseñor Romero en nuestro santo, de nuestra tierra, el nos visitó cuando lo necesitábamos y el que nos ilumina cada día.

Ahora soy una mujer de 31 años, madre de una niña y de un niño, pero que curiosamente teniendo la edad de mis hijos ya había conocido a aquel obispo que estuvo siempre al lado de nosotros los pobres, ojalá cualquier niño o niña pueda, en estos tiempos, tener una experiencia parecida, pero lo dudo mucho porque un Monseñor Romero fue único en la tierra de El Salvador.

Rosa Irma Gutiérrez

(La niña sentada en las piernas de Monseñor Romero)

 

Tenía apenas 14 años de edad, dos años menos que mi primo Eduardo Gutiérrez y mucho mayor que Rosa Irma. Estaba muy contento de la presencia de Monseñor Romero en mi cantón, pues grandes multitudes de personas de lugares vecinos, periodistas de otras partes venían a acompañarnos a la celebración que Monseñor Romero iba a oficiar. En todo Dulce Nombre de María estaba desplegado el ejército que vino de El Paraíso y Chalatenango. Estos obligaron a Monseñor Romero se quitara hasta la camisa para hacerle un registro y mientras se llevaba a cabo el mencionado procedimiento las personas que acompañaban a Monseñor Romero comenzaron a cantar y fue así como lo dejaron entrar al pueblo y luego ir a Los Sitios donde lo acompañamos caminando.

Acostumbraba escuchar las misas dominicales por la radio y me gustaba tener la biblia muy cerca para marcar aquellas frases tan verdaderas que predicaba. No me aguantaba porque llegara ese domingo y poder estar cerca de él y hacer realidad mi sueño de niño. Cuando le toque el crucifijo me dio la certeza que él sería un mártir de nuestra iglesia.

Rafael Gutiérrez

(El adolescente que mira la cruz)

 

Después de tanto tiempo todavía siento el vacío que nos dejó la muerte de nuestro amigo y fiel pastor Monseñor Romero, aún puedo recordar aquel momento cuando Monseñor Romero visito aquel humilde cantón llamado Los Sitios Arriba de Dulce Nombre de María, en Chalatenango. Tenía la edad de 16 años y aquella alegría de recibir a un gran personaje me emocionaba mucho.

Ese día celebramos la abundancia de las cosechas, del maíz, los frijoles, los pipianes y todos los alimentos con los que el pobre sobrevive.

La iglesia estaba adornada con muchas matas de maíz, manojos de frijoles y guías de pipianes, pero aquel lugar era tan pequeño para la inmensidad de gente concentrada en el cantón y él decidió celebrar en la plaza bajo un sol inclemente.

Al cantón ingresaron todo un despliegue militar e incluso unos guardias que se acercaron a la celebración eucarística, Monseñor les dijo que el nada más llegaba a dar gracias a Dios por permitir una cosecha más y darnos el sustento diario incluso hasta el de ellos mismo.

José Eduardo Gutiérrez

(Familiar de los otros niños)

 

   Después de la misa, fui al cantón Los Sitios, del Dulce Nombre de María, donde celebraban la fiesta del maíz. Un retén militar a la entrada del pueblo hizo el ya consabido cateo, en que no respetan la presencia del Arzobispo que va a visitar al pueblo que le toca visitar por razones de su ministerio y sospechan hasta el punto de examinar todas las cosas que se llevan en el carro. ¡Dios los perdone y los ilumine!

 

   El acto fue sumamente simpático, aunque bajo un solo canicular, celebramos la Santa Misa. Les prediqué del pan de la vida al que debe elevarse el pan de la tierra. La tortilla de nuestro maíz; y que le diéramos gracias a Dios, pero que eleváramos hasta Dios todos estos dones que El nos da. Hice un llamamiento a la civilización del amor. La Guardia Nacional, que llegaba mientras se celebraba la Misa, estuvo atendiendo a la homilía y cuidando aquel grupo, aunque no había necesidad de dar esta apariencia militar.

Monseñor Romero Su diario, 19 de agosto

 

 

 

 

Fragmentos de homilías con motivo del

25 aniversario de Monseñor Romero

 

Cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga

Arzobispo de Tegucigalpa

 

Monseñor Romero fue ante todo sacerdote. Dios quiso dejarlo claro al aceptar la ofrenda de la vida que hizo un mes antes, en su último retiro, precisamente a la hora del ofertorio.  El mismo lo confesó a un periodista que le preguntó sobre su vocación: “Si yo volviera a nacer, de nuevo escogería ser sacerdote”. La frase puede leerse en una edición dominical de “El Diario de Hoy”, pocos días después del inicio de su ministerio al frente de la arquidiócesis de San Salvador. Cuando murió su mejor amigo, Monseñor Rafael Valladares, Romero pronunció la homilía de sus funerales; la tituló así: “Murió como santo porque vivió como sacerdote”. Lo mismo podemos decir de Monseñor Romero.

Si el grano de trigo no muere  queda infecundo (Jn 12,24): el día de su muerte, Monseñor Romero celebraba una Misa de difuntos y había escogido este texto del Evangelio. El mismo fue ese grano de trigo que 25 años después, superadas las polarizaciones de las ideologías está produciendo  frutos que se hacen evidentes. Hay signos de que la reconciliación empieza a aflorar y que la conversión en torno a este hombre de Dios con el ejemplo de su vida se va haciendo realidad. No puedo ocultar como un observador desde fuera, que me ha impresionado la presencia de Monseñor en medios de comunicación que lo han ignorado por muchos años.

Sin lugar a dudas, Mons. Romero ofrece un perfil de santidad y compromiso para la juventud en la construcción de un mundo más justo y más humano.

Ahí están los grandes desafíos: La inhumana pobreza que lejos de disminuir aumenta pavorosamente.  La globalización reducida solamente al aspecto económico se revela como profundamente injusta y deshumanizante.  Es muy triste que en nuestros países sean los pobres los que están sosteniendo nuestras economías a través de remesas familiares.  No es justo que lo único que podamos exportar sean inmigrantes ilegales porque no hay fuentes de trabajo ni horizontes de esperanza para los pobres.  Si bien se han silenciado las armas de la guerra, sigue presente una cultura de la muerte que debemos vencer con una cultura de la vida: “Hay que vencer el mal con el bien”.

Estamos llamados a hacer de la Iglesia  casa y escuela de comunión.  El anhelo de Mons. Romero sigue siendo que esta nación consagrada al Divino Salvador del Mundo, pueda seguir construyéndose con dignidad para todos en la justicia, en la verdad, en la libertad y en el amor que construye cada día la comunión.

 

Rodolfo Quezada Toruño

Cardenal Arzobispo de Guatemala

 

Una primera reflexión.  El asesinato de Monseñor Romero sigue siendo una herida que permanezca profundamente abierta en el corazón de la Iglesia de San Salvador, de la Conferencia Episcopal de El Salvador y del pueblo católico de este querido país.   En este aniversario sentimos la necesidad de congregarnos para testimoniar nuestra fe en la resurrección, para que reverdezca la esperanza que quizá marchite el paso de los años y para recordar con  cariño y gratitud a nuestro inolvidable Monseñor Romero, un mínimo deber  de gratitud y de fidelidad a su memoria, un cariñoso reconocimiento a su rica personalidad espiritual y la voluntad de continuar con su trabajo pastoral nos reúne esta mañana para participar en esta celebración eucarística en esta santa iglesia Catedral Metropolitana. Gracias a nuestra fe cristiana confiamos en que, para Monseñor, aquella tarde del 24 de marzo  de 1980 fue su nacimiento a la vida eterna.  Este pensamiento nos llena de una profunda paz, una paz interior tan grande, de la que no gozan sus mismos victimarios.  Creemos que en el momento  salvaje en que sus verdugos le arrebataron la vida terrena, por cuya dignidad siempre había luchado como un gran campeón a lo largo de toda su existencia, Monseñor pasaba a gozar de la presencia de Dios, El autor de la vida.

La predicación de la Palabra de Dios siempre estuvo entre sus principales tareas.  Admira sobremanera no sólo la solidez doctrinal en la exposición del mensaje de salvación, sino también la sencillez y humildad con la que hacía que dicho mensaje llegara a todos.  Nunca faltaba en su predicación una clara exposición del mensaje cristiano, una llamada a la conversión y una apertura a los pecadores.  Monseñor Romero mantuvo un permanente esfuerzo por interpretar  los signos de los tiempo, para iluminar la historia de El Salvador desde el Evangelio y del Magisterio de la Iglesia, en sintonía con el Concilio Vaticano II, especialmente con la Doctrina Social de la Iglesia.  Fue su palabra la de un profeta y resultaba por ello lógico que, en este ministerio de la predicación hubo muchísimas personas que lo escucharon y crecieron en su fe, aunque también las hubo que se sintieran molestas por sus enseñanzas, como ha sucedido a todos los profetas a lo largo de los siglos.

Para nosotros los cristianos, para quienes creemos en Cristo muerto y resucitado, la muerte no es el final trágico de nuestra existencia. La muerte de Monseñor Romero, como la de Monseñor Juan José Gerardi en nuestra arquidiócesis de Guatemala o la de tantos sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas y laicos comprometidos, es solamente un paso a la verdadera vida. La muerte es la aurora de una vida plena y eterna con el Señor. La fe nos descubre la esperanza de la resurrección en Cristo Resucitado. Monseñor Romero era un hombre, un sacerdote y un obispo de una fe profunda. Nos consta por eso que bien hubiera dicho a sus victimarios en el momento de su muerte aquellas palabras del apóstol San Pablo: “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia”. Nos consta que bien dispuesto estaba para fundir su vida, a la hora del ofertorio, con el sacrificio de Cristo y que de hecho lo hizo al pie del altar. Él ofreció su vida a Dios, apoyado en la fe de la Resurrección.

 

Dos católicos «católicos»

 

                        La palabra católico tiene un doble sentido. Por una parte, señala a los miembros de la Iglesia Católica Romana y otras pequeñas iglesias que aceptan la jurisdicción el Papa sobre ellas. Pero, por otra parte, significa universal y esta universalidad no se puede encerrar entre las paredes del Vaticano.

                        En estas últimas semanas hemos celebrado, aunque a diverso nivel de cobertura mediática, a dos líderes católicos en el doble sentido del término. Hemos recordado a Monseñor Oscar Arnulfo Romero, el arzobispo asesinado en San Salvador hace 25 años y acabamos de ser impactados por la agonía y muerte del Sumo Pontífice Juan Pablo II.

                        Monseñor Romero fue un luchador tan grande por la justicia social desde el Evangelio que en las últimas semanas de su vida sus homilías dominicales se transmitían para toda América Latina con una gran audiencia y una gran cantidad de pastores protestantes se identificaban totalmente con sus luchas. Igualmente, en Inglaterra, en una gran catedral no católica, en su frontispicio se colocó una estatua de Romero, junto con otra del pastor bautista, Reverendo Martin Luther King, como símbolos de dos líderes universales, es decir católicos en el segundo sentido. Sin embargo, Monseñor Romero no fue querido por todo el mundo.

                        Los gobernantes de aquella época en El Salvador y muchos poderosos de la economía lo consideraban comunista y apadrinador de la violencia guerrillera; dos inmensas mentiras. Pero el pueblo latinoamericano lo canonizó extraoficialmente y lo llamó San Romero de América y hoy día está en Roma su proceso de beatificación. Las palabras y las acciones de Monseñor Romero nos llegaban al corazón porque sabían unir el amor a Dios y el amor al prójimo, sobre todo al empobrecido, humillado y explotado.

                        ¿Y Juan Pablo II? Desde que tengo memoria ningún líder de ningún tipo, ni político, ni social, ni artístico, ni deportivo, ha suscitado un interés más grande a nivel mundial que él, sobre todo en sus últimos días y en su muerte. Católicos, protestantes, evangélicos, judíos, musulmanes y de otras religiones e incluso creyentes independientes se han unido en la oración por el Papa que se despedía de su vida terrenal.

                        En un programa de Larry King en la televisión norteamericana, el famoso pastor bautista Billy Graham reconoció que Juan Pablo II había ayudado notablemente a la difusión del Evangelio en el mundo y junto a él reconocieron los valores religiosos y humanos del Papa difunto, un rabino y una monja católica.

                        Otro signo notorio de universalidad es que tanto los líderes políticos judíos como los palestinos, opuestos entre sí, ambos consideraron a Juan Pablo II como un amigo porque él buscó siempre el entendimiento y la paz entre los pueblos.

Néstor Jaén, S.J

«Desde hace muchos años mi lema ha sido: sentir con la Iglesia  y lo será así siempre» Monseñor Romero

 

Diálogo entre Monseñor Romero y Juan Pablo II

 

Dos veces, el Papa visitó la tumba de Monseñor Romero en la cripta de la Catedral, Divino Salvador Del Mundo.

Ya los dos, El Papa, J. P. II y Monseñor O. A. Romero, están resucitados y juntos en la vida eterna; se encontraron como hermanos en Jesús. Cómo sería el saludo fraterno entre ellos.

 

(M. R.): Su santidad, J.P. II, ¡bienvenido a nuestro hogar celestial! Jesús me dió permiso para recibirle.

(J. P. II): Monseñor Romero, me da gusto que estemos juntos.

Solamente me da pena de no haber tenido el honor de canonizarle como Santo y Mártir. La gente sí le reconoce como Santo Romero de las Américas!

(M. R): Su santidad, fue ajeno de su voluntad; pero ya la gente quiere canonizarle como santo, también.

(J. P. II): Sí, Monseñor, pero yo morí en cama. Mientras tanto usted fue asesinado y durante la celebración eucarística. ¡Qué dicha! Usted con Jesús sacramentado! yo con doctores.

(M. R.): Su Santidad, también Usted arriesgó la vida cuando en Roma el asesino a sueldo le hirió con un disparo.

(M. R.): Además en mis visitas canónicas con usted en Ciudad del Vaticano siempre me animó a ser profeta. Imagínese una vez dije en un sermón a los soldados: “que hay que desobedecer la orden para matar”. Por eso, el Consejo de Guerra de FF. AA iban a enjuiciarme como traidor del estado.

(J. P. II) Monseñor, Usted hizo bien ¡Yo, con esos criterios me opuse a la pena de muerte y en la Asamblea de las Naciones Unidas dije: “No más a la guerra”!, luego en mi mensaje de paz 2005 escribí: “Qué Cristianos, Musulmanes y Judíos deberíamos trabajar juntos para erradicar la pobreza, la marginación, y el racismo que provocan la violencia y el terrorismo”. Monseñor, compartimos los mismos principios y sentimientos sobre la justicia y la paz.

(M. R.): Su santidad, Usted me honró profundamente con sus dos visitas a mi tumba en catedral. ¡Qué alegría y paz sentía en mi alma. No hay palabras para expresar mi gratitud!

(J. P. II): Monseñor, fue mi compromiso personal reconocerle como testigo fiel a Jesús: “Todavía crucificado en tantas víctimas (mujeres, varones, niños (as)) de la injusticia estructurada.

Y en la segunda visita a El Salvador, mis organizadores pensaban que yo debería descansar en la Nunciatura por la jornada cargada. Pero yo insistía y llevé a todos a la cripta de Catedral para venerarle.

Todos (Obispos, Monseñores y sacerdotes) conmigo nos arrodillamos delante de su tumba, como expresión de reconciliación y de gratitud. Además, Monseñor Romero, su testimonio de vida y su martirio me inspiraron a declarar a todos los caídos, víctimas de la injusticia, como mártires modernos  y así se inició el año jubilar 2000.

(M. R.): Su Santidad Juan Pablo, no puedo expresar mi admiración y mi gratitud hacia su persona y por su abnegado servicio de 26 años como Papa de nuestra Iglesia Apostólica – católica.

(J. P. II): Monseñor Oscar Arnulfo Romero, fue un honor para mí que la Hermana Muerte me llegara en el año del vigésimo quinto aniversario de su martirio.

Jesús se acercó y abrazó a los dos diciendo: “Juan Pablo y Oscar Arnulfo, pasen adelante y tomen posesión del Reino preparado para Ustedes desde toda la eternidad”.

                                                           Hno. Graciano, O.F.M.

 

 

Carta al nuevo Papa

 

Querido hermano en el Señor Jesús:

       

   Al entrar en el cónclave del que saliste elegido, juraste ser fiel al “ministerio petrino”. Este es uno de los rasgos que me parecen importantes de toda la parafernalia de estos días pasados, aunque los medios de comunicación casi no subrayaran. Juraste ser fiel al ministerio de Pedro, no al de Pío o Gregorio... Seguramente, el ministerio de Pedro necesita hoy una restauración parecida a la de las pinturas de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, para recuperar la frescura de su color primitivo.

     Aunque no sólo el ministerio de Pedro: nuestros políticos han olvidado ya que la palabra ministerio significa etimológicamente servicio. Y ello me brinda la oportunidad de comentar contigo algunos rasgos bíblicos de ese servicio.

      1.   Pedro no fue un jefe de Estado. Por pequeño que sea, el Estado confiere un rango y unos poderes que no son en absoluto evangélicos (piensa en Mónaco o en Andorra, que también son Estados minúsculos). Creo que, en este punto, deberías parecerte más a Pedro que a muchos de sus sucesores, para no merecer el reproche que hace ya casi diez siglos, dirigía san Bernardo a tu antecesor Eugenio III: «En muchas cosas no pareces sucesor de Pedro, sino de Constantino».

      2.   Pedro fue muy querido en la Iglesia primera: cuando estuvo en la cárcel se rezó por él continuamente. Pero nunca quiso convertir ese aprecio en un nimbo de sacralidad. No se hizo llamar Santidad, ni santo padre, ni vicario de Cristo, sino que, a imitación de Jesús, se despojo de su rango y procuró «presentarse como un hombre cualquiera» (Fil, 2, 7). Y, cuando alguien se quiso postrar ante él, se lo impidió diciendole: «Levántate, también yo soy un hombre» (H, 10,26).

      3.   Pedro ejerció su servicio de manera conciliadora: se encontró pronto con una facción de derechas en Jerusalén, capitaneada por Santiago hermano del Señor, y con un ala liberadora apiñada en torno a Pablo. A pesar de los fervores iniciales, los enfrentamientos fueron de tal magnitud que san Lucas, propenso a idealizar, no puede menos de recocer que hubo «altercados violentos» (H, 15,2). Pedro actuó como mediador entre ambas iglesias, dejó que se reuniera una asamblea y en ella se limitó a preguntar a la facción más integrista: «¿Por qué tentáis a Dios imponiendo sobre el cuello de los discípulos un yugo, que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar?” (H, 15, 10).

      4.   Todavía en ese conflicto Pedro, con Santiago y Juan, dieron plena confianza al sector «liberal» de Pablo poniéndole coma una condición «que no se olvidara de los pobres» (Gal, 2, 10). La causa de los pobres pasó a ser así, a la vez, criterio de la verdadera Libertad y factor de unidad para la Iglesia. Creo que estaremos de acuerdo en que este es uno de los rasgos más bellos del ministerio petrino.

      5.   Pedro fue en algunos puntos más allá de donde había ido el mismo Jesús: abrió a todo el mundo las puertas judías de la Iglesia, pese a que Jesús había dicho que él sólo se sabía enviado a «las ovejas perdidas de la casa de Israel». Pero Pedro recordó que la vida del Maestro estaba llena de gestos que hacían saltar ese criterio, y actuó convencido de que no traicionaba al Maestro, sino que se dejaba guiar por Su Espíritu (H, 10).

      6.   Por actuar así, Pedro fue criticado por los primeros cristianos de Jerusalén. Pero no los excomulgó por ello, sino que se reunió a conversar con ellos y les explicó sus temores humanos y sus razones creyentes: «El Espíritu me dijo que fuese con ellos dejando toda vacilación» (H, 11, 1 ss). Aquella audacia salvó a la Iglesia, mientras que el miedo la habría esterilizado para siglos.

      7.   Pedro tuvo sus vacilaciones: era intuitivo e impulsivo, pero cobarde. Y en algún momento, por evitarse líos, traicionó el paso hacia los no judíos que había dado anteriormente. Pablo, el ciclón, le criticó públicamente por ello. Y Pedro dio una gran lección de humildad aceptando esa crítica y no privando de la palabra a Pablo. Tú ya recordarás lo que más tarde comentó San Agustín: «Me atrevo a decir que aún más ejemplar que la valentía de Pablo fue la humildad de Pedro».

      8.   Pedro plantó cara a las autoridades afirmando que es menester obedecer a Dios antes que a los hombres (H, 5, 29). Esta frase, tan fuerte como peligrosa (por lo que podemos manipularla los humanos), tiene un significado mucho más serio cuando la dice una persona investida de autoridad que cuando la esgrime un simple soldado raso. Por eso te pediría que no la olvides nunca: porque hoy es imposible ejercer un servicio cristiano sin plantar cara a los poderes de este mundo; y porque es muy posible también que algunos de tus fieles crean que deben acogerse a ella para decirte algo. Y entonces será otra vez el momento de buscar todos juntos la voluntad de Dios.

      9. Pedro fue instruido por el Resucitado para que supiera respetar el carisma y no anduviera queriendo controlar a aquel discípulo amado, que parecía ir a veces por libre y encarnar el aviso del Señor de que «el Espíritu sopla donde quiere» (y no donde quiere la autoridad).Recuerda cómo a la pregunta intranquila de Pedro («Y este qué»?) el Señor le respondió: ¿Qué más te da a ti? Tú ven y sígueme» (Jn, 21, 21). Amar más y seguir más es lo fundamental del ministerio petrino.

     10. En sus discursos, Pedro anunció primaria y casi exclusivamente la vida entregada, el asesinato y la Resurrección de Jesús y que, a través de esa vida, Dios perdonaba incluso a sus verdugos y se reconciliaba irrevocablemente con toda la humanidad (H, 2 Y 3), porque «Dios no es aceptador de personas» (H, 10,34). Otros problemas de índole práctica (como, por ejemplo, la circuncisión o la vigencia de la Ley antigua) no quiso resolverlos el enseguida, sino que dejó que fueran resueltos par el contacto entre las diversas iglesias.

     11. Según e1 evangelista Mateo, la Iglesia está, fundada sobre la fe de Pedro. Cuando esta fe miraba a Jesús desde Dios, fue calificada por el Señor como «roca». Pero también Pedro es tildado por Jesús nada menos que de «Satanás», cuando piensa de Dios sobre términos de poder y de triunfo, y no en términos de vida entregada (Mt, 16, J 8 y 23).

     12. El mismo poder de atar y desatar que recibe Pedro (Mt, 16,19), lo reciben también los apóstoles inmediatamente de Jesús (Mt, 18, 18). Pedro, pues, no es nada sin el colegio apostólico del que es cabeza, pero al que no suplanta.

     13. La historiografía confirma que el ministerio de Pedro no tuvo en sus comienzos una presencia y una proyección tan universales y constantes como hoy, pese a que la iglesia era más joven y más frágil. Pero era, ante todo, el obispo de Roma. Y fue el ejemplo de la Iglesia romana, en la pureza de su fe, en su interés por los pobres y en su relación con las demás iglesias, lo que hizo que estas mirasen cada vez más hacia Roma. La pérdida de ese ejemplo fue más tarde causa de separaciones absurdas entre las iglesias, que son contrarias a la voluntad de Dios. El ministerio de Pedro es ministerio de unidad, que no puede soportar esa división y debería recuperar su imagen primera.

     14. Tú sabes bien que, a lo largo de la historia, Pedro ha negado a Jesús mas de tres veces. Pero sabes también que esto no es razón para el desánimo, sino sólo para «llorar amargamente» (Lc, 22, 62) y tratar de amar más al Señor. Es así como «confirmarás a tus hermanos en la fe» (Lc, 22, 32). Y esto es lo mas grandioso del ministerio petrino.

     15. Finalmente, Pedro, el pescador inculto de una aldea perdida, tuvo el valor de dejar la capital religiosa del momento para irse hasta la capital del futuro, cosmopolita y desconocida para él. No sé bien lo que eso podría significar hoy; pero sospecho que algo puede decirnos.

 

Hermano Pedro: a mi pobre entender, éstas son algunas de las cosas a las que has jurado fidelidad.

 

Ignacio González Faus, S.J.

 

 

 

 

Más allá de un Papa

Pedro Casaldáliga. Obispo Emérito de Sao Félix Do Araguaia

 

* De Ratzinger no esperamos grandes cambios, pero el resto de la Iglesia hará su camino.

 

Me están preguntando muchos si ha sido una sorpresa la elección de Joseph Ratzinger. Sorpresa, sorpresa, no, estando como estaba en la lista de los posibles Papas, por una razón muy sencilla: la mayor parte de los cardenales fueron nombrados por Juan Pablo II, lo que significa que eran de su hechura, o sea, conservadores.

Ahora existía la posibilidad de que se nombrara un Papa italiano, y otros subrayaban como posible el nombramiento de un Papa del Tercer Mundo. Parece que ha prevalecido el criterio de la continuidad, de firmar la identidad de la Iglesia católica.

Para eso, Ratzinger era una figura tallada como teólogo, como brazo derecho teológico de Juan Pablo II. Lo que llama la atención es que el propio Ratzinger había pedido un Papa pastor, y propiamente él no ha tenido ese pastoreo, porque ha sido más bien un hombre de cátedra. También se ha mostrado Ratzinger, en parte por su tradición teológica agustiniana, pesimista frente al mundo.

Su homilía en la misa de apertura del cónclave, el pasado lunes, fue un poco dramática delante de las tinieblas que percibía en la humanidad. Yo, incluso con un poco de humor fraterno, me permitía pensar que Jesús le corregía a él y nos corregía a todos. Porque en un momento en que la barca de Pedro se hundía, Jesús le reprochó a los apóstoles la falta de fe, el miedo: «No tengáis miedo». Yo pienso que si hay mucha desgracia en el mundo, mucha miseria, mucha violencia, lo que el mundo necesita es una gran palabra de esperanza, de compasión y de ternura que nos haga sentir la misma ternura de Dios.

Evidentemente, siendo realistas no podemos esperar cambios significativos. Será continuidad, pero sin el carisma mediático que tenía y desarrolló Juan Pablo II. De todos modos, hay que reconocer que Ratzinger es un intelectual que se comunica en 10 idiomas y conoce bastante bien la cultura moderna.

Lo demás lo tiene que ir haciendo el resto de la Iglesia, que es la mayoría, y sobre todo el Espíritu del Resucitado, que continúa repitiéndonos: «No tengáis miedo gentes de poca fe».

A nivel más personal, yo he tenido contactos con Ratzinger cuando fui llamado a Roma porque me negaba a la visita ad limina. Me hizo reproches, en una especie de juicio fraterno, sobre la teología de la liberación, la misa de la causa indígena, la misa de la causa negra, mis viajes de solidaridad a Centroamérica y la proyección cultural que hacemos en nuestra pastoral y con nuestra liturgia.

Hubo un momento incluso de humor en la discusión. Yo había escrito en Nicaragua que era necesario convertirse cada uno, convertir a la Iglesia y convertir al mundo. Cuando terminábamos el juicio, yo sugerí: «Vamos a rezar un padrenuestro juntos ahora». Y Ratzinger, con un poco de ironía maliciosa, me preguntó: «¿Para que se convierta la Iglesia?». Yo contesté: «Sí, también para que se convierta la Iglesia». Y continúo pensando que todos nosotros nos tenemos que convertir.

Recuerdo ahora lo que dije en aquella ocasión. El Espíritu Santo tiene dos alas: el ala derecha, que es más de la contemplación, la intimidad y la ortodoxia, y el ala izquierda, que es más de la profecía y del compromiso de la liberación. Hay que salvar las dos alas del Espíritu Santo para que no vuele manco. Porque la Iglesia es más que un Papa, y el Reino de Dios, más que la Iglesia.

Obispo Pedro Casaldáliga.

 

 

 

 

“Tenemos Papa”... ¿TenemosDios?

 

«Tenemos Papa»... ¿Será que también podemos decir «tenemos Dios»? ¿Será que podemos pensar que estamos abandonados en los brazos del poder y las pretensiones que buscan «asegurar la fe»? ¿Será que de verdad el Espíritu conduce las grandes decisiones de unos pocos que luego afectan a las grandes mayorías? En realidad... ¿Dónde está Dios en todo eso? ¿Fue «soplo» del Espíritu o «estrategia de transición»?

 

No me opongo a una persona que ni siquiera conozco... no sé de sus buenas o malas intenciones, ni de sus costumbres, ni de sus proyectos... sólo veo un hecho que no me habla de una mesa servida por igual para todos... Sólo puedo ver detrás el rostro de una Iglesia que restringe y «regula» las cosas para «salvaguardar la fe»... Y ¿qué fe? ¿La fe recibida como una herencia «incorruptible» a la que hay que defender contra los nuevos «herejes»? ¿La fe marcada por la «tradición» y las «buenas costumbres»?¿Será acaso la fe de unos cuantos?

 

Hace ya tiempo que dejé de creer solamente en las fórmulas mágicas de los ritos de los actos litúrgicos, y mi fe empezó a celebrarse también en los pequeños «mágicos» encuentros cotidianos... (que, dicho sea de paso, son los que la sostienen) Sin querer, dejé de creer que Dios necesitara de oraciones aprendidas de memoria y sí de mi afecto y de mi encuentro cotidiano. No quiero leer grandes tratados de doctrina para encontrar «la base de mi fe», e irme por los caminos «más seguros», sin temor de perderme en la confusión... En realidad hace tiempo también dejé de creer en los grandes discursos.

 

Sí que necesito leer y alimentar mi fe con el conocimiento... pero no quiero confundir los términos... Porque hay cosas que se saben ciertas al ser leídas porque conectan con la verdad descubierta... No es que cada quien sea dueño de la verdad, ni que hayan miles de trozos de verdades por todos lados... Sé que es necesario un cierto orden y causas comunes... pero tal vez todos sentados en la misma mesa...

 

Hoy sentí que mi esperanza se vio traicionada por los hombres... Digo hombres porque a las mujeres no se nos da el derecho de participar en las grandes decisiones de la humanidad. Hombres vestidos de rojo como muñecos de escaparate... Es cierto, creo que algunos de ellos también visten con ropa de calle y salen al encuentro de su pueblo... Pero hoy sentí que esos hombres traicionaron mis deseos...

 

Yo quería que ahora la Iglesia se atreviera a abrir sus puertas a lo nuevo, a lo que se saliera del protocolo y de las «conveniencias» de los tiempos... Quería ver una Iglesia que tomara rostro nuevo y regalara al mundo un líder que hablara su mismo lenguaje de libertad... Y en cambio, nos dieron un rostro demasiado curtido por los años y por el «santo oficio»... Tal vez un rostro envejecido por el paso de los tiempos y de la política mundial, y del estudio concienzudo para «sostener la fe»...

 

Dentro de mí, siento que tendré que esperar a que «el tiempo y la gracia hagan lo demás», como dice nuestro fundador Enrique de Ossó. Tal vez vengan encíclicas y políticas fuertes, tratando de recoger «al rebaño perdido»... tal vez vengan nuevos lineamientos de fe y doctrina y liturgia y ... vida? y yo estaré sentada en una esquina con mi guitarra en las manos y mi mirada fija en los rostros jóvenes que esperan de mi poesía una invitación a la vida.

 

Ahí voy a estar tal vez... esperando los tiempos nuevos de una Iglesia que camina tan lento... pero que después de todo, creo que camina... Intentaré resistir porque creo... Es cierto lo que han visto mis ojos en otros rostros y es cierto el Jesús que he descubierto y es cierto el sueño que comparto con otra gente que va a mi lado en mis intentos...  en una Iglesia con rostro de amiga, de hermana, de compañera de camino... en una Iglesia mujer y hombre... una Iglesia sencilla y limpia en sus intenciones. Cuando llegue ese tiempo, ya no se oirá un «tenemos Papa» que conmocionará al mundo... se dirá mejor un «Tenemos Dios», que nos dará la paz...

 

Thelma Martínez, Compañía de Santa Teresa de Jesús

 

 

 

Abraham: al comienzo dos personas

 

     Habíamos visto cómo Dios  pedía  a las naciones bendecir a Abraham. ¿La bendición se vuelve una prueba para las otras naciones? ¿Es Abraham una piedra de toque para el resto de las naciones? Ser bendito no es doloroso, no debía causar dolor bendecir. Pero en la Biblia parece anunciar una serie de trampas a sortear.

     Caminemos con Abraham que sale de su tierra siguiendo un llamado de Dios. “Haré de ti una gran nación”. Pero Dios nos mostrará que un pueblo no nace solo de una persona. Inmediatamente nos encontramos con Sara, su esposa,  que se convierte en el personaje principal. Nos  cuentan que ese pueblo no procede de uno sino de dos personas. De una pareja.

     Nos dicen que antes de la pareja que hace germinar la nación, no hay nación, es decir, los cónyuges proceden de naciones diferentes. La mezcla étnica está al origen, inscrita en la textura genética de esa nación como de cualquier otra. Podemos evitar esto diciendo que los primeros esposos eran hermanos. Es poner un incesto en el origen de la nación.

     El texto bíblico se hace eco y tenemos tres episodios donde Abraham dirá que su esposa es su hermana. Si fuera su hermana, Tera sería el padre de Israel. Pero la Biblia dice que es Abraham pero no solo él sino también Sara. Nos pone ante la diferencia y a partir de esa diferencia, una relación. Dios pasará entre un hombre y  una mujer, ente una nación y las otras.

     La Biblia nos cuenta cómo Abraham miente tres veces, según él, para protegerse. Le dice a su esposa que le diga al egipcio que es su hermana para no lo mate para quedarse con ella. Cuando se descubre la mentira es expulsado. Esta vez, Abraham no ha sido bendito por las naciones.

     Pero se encontrará con Melquisedec quien lo bendice pero a su vez Abraham le da el diezmo. Pues, Melquisedec conoce a Dios y está en Salem, el antiguo nombre de Jerusalén. La humanidad permanecerá atravesada por la diferencia, caminar por esta brecha con la bendición no es borrar la diferencia. Es ponerla como anticipo de la salvación. Benditos Abraham y Sara, padre y madre de una nación.