AÑO XXV, No. 539                                                                 1-31 de marzo, 2005

 

XXV Aniversario

del martirio de Monseñor Romero

 

INDICE

Violencia, “Maras” y Ley de Armas

Meditación espiritual: Monseñor Romero la voz de todos los seres humanos

El Padre Ellacuría sobre Monseñor Romero

Recordando a Monseñor Romero (II)

Monseñor Romero: su vida y muerte martirial

La cuaresma y el ayuno

“Pero el viento contintúa”

“La teología de la liberación demanda que otro mundo es posible”

La escuela Teológica de San Bartolo: Un regalo para la Iglesia

Don Israel: camino de la palabra

 

 

Violencia, “maras” y Ley de Armas

 

El fracaso gubernamental en la lucha contra el crimen

   A estas alturas, se sabe bastante acerca de la violencia que sacude a El Salvador.  Los aportes de la UCA han sido cruciales no sólo para entender los factores que posibilitan ese problema, sus distintos agentes y sus variadas manifestaciones, sino también para hacer del problema un asunto de interés público. Antes de 1997 —cuando en la UCA se iniciaron los primeros estudios sistemáticos sobre la violencia—, ni siquiera la expresión “violencia social” tenía carta de ciudadanía en las preocupaciones en torno al problema de la violencia en la postguerra.  En ese entonces, al gobierno de Armando Calderón Sol le cayeron como un baldazo de agua fría los datos recabados y divulgados por el Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) y el Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la UCA, a propósito de la magnitud y costos de la violencia en El Salvador. 

   Al final de su mandato, Calderón Sol se vio obligado a reconocer que el problema de la violencia no podía obviarse y que, en consecuencia, desde el gobierno tenían que diseñarse una serie de medidas para hacerle frente. Esta convicción fue uno de los  legados de la administración de Calderón Sol a la de Francisco Flores y de esta última a la de Elías Antonio Saca. Junto con esa convicción, también se gestó una interpretación, según la cual, la violencia de la postguerra tenía su origen fundamental en las acciones de las pandillas juveniles, conocidas como “maras”.  En virtud de esta interpretación, a todas luces equivocada, las maras terminaron por convertirse en las principales agentes de los más diversos tipos de violencia y, por ello, en las principales destinatarias de las políticas estatales encaminadas a erradicar el crimen en la sociedad salvadoreña.

   Fue positivo que los gobiernos de ARENA reconocieran que la violencia era una realidad en el país. También lo fue que aceptaran que desde el Estado se debían implementar políticas orientadas específicamente a enfrentarla.

   En lo que se equivocaron fue en el diagnóstico de la violencia, en las variadas raíces y expresiones de la misma. Es curioso, pero a medida que los estudios sobre la violencia se fueron ampliando —estudios sobre las maras, sobre la violencia infantil, intrafamiliar y contra la mujer, etc.—, los gobiernos de ARENA centraron obstinadamente su atención en las maras como causa fundamental de la violencia.

   Una y otra vez, los estudios sobre violencia han insistido en que la misma tiene múltiples dimensiones y que las maras constituyen apenas una de ellas. Los gobiernos de ARENA  han subestimado esa tesis. También han subestimado datos concluyentes acerca de la relativa baja contribución de las maras al total de crímenes cometidos en El Salvador. O datos que revelan la existencia de un mundo del crimen —secuestradores, narcotra-ficantes, traficantes de armas, tratantes de blancas, contrabandistas de vehículos, etc.—, cuyos agentes principales y beneficiarios directos no tienen nada que ver con las maras y sí con “respetables” hombres de influencia económica y política. Nada de esto importó al gobierno de Flores y, en la actualidad, al gobierno de Saca. Coherentes con su diagnóstico, lanzaron sus planes “Mano dura” —el primero—  y “Súper mano dura” —el segundo—, orientados a reprimir a las maras, en el supuesto de que disminuida la presencia de los pandilleros en las calles, se bajaría la violencia.

   Los estudios y análisis que se hicieron, tanto a propósito del plan “Mano dura”, como del plan “Súper mano dura” anticiparon su fracaso más estrepitoso. Dicho y hecho, cuando estaba por dejar el cargo, Flores dio la orden para iniciar la persecución contra las maras; Saca, tras los pasos de su predecesor, continuó con esa persecución.

   El gobierno del presidente Saca ha cumplido con una parte de su propósito: además de demonizar a los pandilleros, los han hostigado, acosado, maltratado y encarcelado. Pese a ello, no ha cumplido con su promesa de erradicar la violencia y el crimen. Y no lo ha hecho, porque el diagnóstico que ha fundamentado sus decisiones ha sido equivocado. 

   ¿Por qué el gobierno no prestó atención a estudios más completos sobre la violencia, de modo que sus decisiones fueran más integrales? ¿ ¿Por falta de tiempo, dado que había tareas urgentes que atender y que no podían esperar más? ¿O fue porque no había un interés real por enfrentar el problema de la violencia? ¿O fue porque la violencia es un tema que puede ser explotado políticamente a conveniencia de ARENA?

La reforma a la Ley de Armas

   Diversos sectores de la sociedad salvadoreña discuten la viabilidad de prohibir que la población civil porte armas de fuego en los espacios públicos como medida para disminuir los casi diez homicidios que se registran a diario en el país. Pese a que el debate no es nuevo una propuesta del Ejecutivo ha suscitado una nueva discusión sobre el asunto. ¿Debe prohibirse la portación de armas en los espacios públicos? ¿Debe incrementarse la edad mínima para portar un arma? ¿Cuál debe ser el número de armas que puede poseer una persona?

   El Ejecutivo, mediante la cartera de Gobernación, plantea una reforma a la actual Ley de Control y Regulación de Armas, Municiones y Explosivos para que se limite la portación de armas en los espacios públicos —básicamente en autobuses—, incrementar la edad mínima para obtener una licencia —fijándola en 25 años cuando lo permitido es 21— y limitar a dos armas adquiridas por una persona anualmente. El gobierno salvadoreño propone, además, reformar el Código Penal para que se apliquen sanciones a quienes transgredan las anteriores modificaciones. En el artículo modificado (346-b) penaría con prisión de tres a cinco años a “los que portaren armas de fuego sin el permiso respectivo. La misma pena se aplicaría para el que la portare en espacios públicos, en estado de ebriedad o que se la entregare a un menor de edad o incapaces”.

   La propuesta se encuentra en manos de la Asamblea Legislativa, allí las diferentes fracciones partidarias han manifestado sus posiciones. “Esto es necesario y urgente. Ya que el problema de la violencia y del homicidio está afectando al país”, aseguró el legislador Guillermo Gallegos, de ARENA. Este partido cuenta con veintinueve votos.

   La fracción del PCN, con catorce votos, siempre ha defendido los intereses de quienes comercializan con armas en el país, por lo que discrepa en la ampliación de la edad mínima para portar armas. Ese partido apoya la propuesta del Ejecutivo siempre y cuando se mantenga en veintiún años el mínimo para extender la licencia de posesión de armas. «No se puede elevar a 25 años para obtener la licencia porque no habría igualdad. Los agentes de la PNC pueden andar armas antes de los veintiún años”, expresó el diputado pecenista Elizardo González Lovo.

   El FMLN propone la prohibición total a la portación de armas de cualquier tipo, restringiendo solamente a los cuerpos de seguridad. Para Manuel Melgar, diputado efemelenista y vicepresidente del Parlamento, “las propuestas que han presentado, y que son respaldadas por ARENA, son mediocres: no van al problema. La portación de armas se debe eliminar”. De hecho, el FMLN, desde que entregó sus armas en 1991 y firmó la paz con el gobierno de Alfredo Cristiani, se ha pronunciado por el desarme total de la sociedad civil. Melgar añade que la propuesta «es una medida para aparentar que quieren combatir la delincuencia. Hacen publicidad con algo que no llega al fondo del problema”. El PDC y CDU, estudian su posición.

   En este escenario, la propuesta más consistente proviene de la organización «Sociedad sin violencia», con el apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en El Salvador. Los representantes de dicha iniciativa han celebrado el hecho de que el gobierno salvadoreño tomara cartas en el asunto ante los preocupantes números de la violencia social, pero discrepan allí donde el FMLN señala es «el fondo del problema».

   En el marco de la discusión abundan las declaraciones desafortunadas o tendenciosas como la del presidente del Club Salvadoreño de tiro al platillo, Julio González Suvillaga, quien se opone porque se daría ventaja a los delincuentes, quienes «no registran sus armas, las compran en el mercado negro». Suvillaga aboga por quienes quieran aprender a disparar un arma en una sociedad como la salvadoreña, como si se tratara de aprender a conducir un automóvil: “La ley no habla de licencias de aprendizaje. Si usted le entrega un arma a un menor de edad, estaría cometiendo un delito, entonces, ¿cuándo se le enseñará?”, dijo el dirigente a un periodista de El Diario de Hoy. Como sea, esta opinión no difiere en lo sustancial de la del mismo presidente de la República, del viceministro de Seguridad, Rodrigo Ávila, ni de quienes se esconden detrás de la iniciativa llamada «Ciudadanos preocupados por el desarme de la población honrada», una especie de grupo fantasma, de aquellos que aparecen ante la opinión pública.

   Prohibir totalmente la portación de armas de fuego en espacios públicos no es la panacea para contrarrestar los altos índices de violencia, pues no controla ni el mercado negro ni lo que civiles puedan hacer con sus armas mientras las conserven en sus hogares —lo que las autoridades llaman «tenencia y conducción»—, pero es un paso importante y necesario para educar a una sociedad que no ha renunciado todavía a la violencia como mecanismo privilegiado para dirimir sus diferencias.

 

CIDAI

 

 

 

Meditación espiritual:

Monseñor Romero la voz de todos los seres humanos

 

   La celebración de los 25 años del martirio de Monseñor Romero nos renueva el encuentro con una figura episcopal que se ha vuelto insoslayable dentro de esta parte última de la historia de El Salvador. Su persona es controversial porque quiso abrir camino en medio de la mentira y la muerte. Los cómplices de esta mentira y esta muerte quieren acallar y silenciar su palabra y su presencia. Las personas de buena voluntad que quieren recorrer el mismo camino se encuentran con la aparente pobreza de la verdad y la sospechosa fragilidad de la vida. Vivir según los criterios de Jesús siempre tendrá un momento de locura y escándalo. Para los pragmáticos, locura. Para los “soñadores”, escándalo. Para los que tienen esperanza es fe verdadera, para los pacíficos es amor eficaz que hace justicia.

 

   No podemos dejar de escuchar su voz en las homilías que domingo a domingo compartía con su pueblo. Homilías que recorrían todo el país y tocaban todos los oídos aunque no siempre los corazones volvían a ser de carne. Dolorosa experiencia para aquellos que entre más lo oían más de piedra se volvía su corazón.

 

En cada homilía se abrían tres rosas perfumadas y finas que debían ser tocadas con mucha humildad, mansedumbre y ternura.

 

   La primera rosa significaba la palabra de Dios. El horizonte último y la fuente primera se hacían una sola escritura que se volvía celebración. El texto bíblico de cada domingo  se convertía en lluvia que rompía el desierto de la vida y la aridez del amor.  Por eso, la segunda rosa era  presentar la realidad que se estaba viviendo. Su voz se volvía noticia de lo que no se contaba, buena porque daba esperanza pero al mismo tiempo denunciaba cuando se la perseguía. Cada noticia recogía las huellas de los cantones, de lo que sucedía en las ciudades, de lo que pasaba en la política y el dolor entrañable de la guerra. La tercera rosa se hacía una escucha más cercana del dolor de las personas. Ese sufrimiento que clamaba al cielo pero que no encontraba oídos sordos, por eso, la palabra que unía esa palabra de Dios y esa palabra de los seres humanos, se volvía palabra de Iglesia. Era voz de los sin voz. El que sufre solo tiene grito de dolor o silencio de agonía pero en lo profundo se sigue expresando su deseo más íntimo y contundente de la vida.  La vida no necesita voz porque es experiencia, aunque la voz es la puerta de entrada en este misterio maravilloso del encuentro de Dios y de los seres humanos.

 

   Monseñor también nos muestra su caminar con estos seres humanos, con este pueblo, con esta misión. Es cercanía, es discernimiento continuo y mano que conduce. Estas tres realidades las veremos en tres homilías de Monseñor Romero al final  del año 77 que había marcado su vida como Arzobispo y donde habían comenzado a recoger los cadáveres de sus sacerdotes que se hacían uno con los del pueblo. Había comenzado también las controversias con aquellos que lo adversaban. Estos tres textos,  pasos iniciales de su voz como Arzobispo, son tres declaraciones de cariño hacia la gente, hacia el pueblo salvadoreño.

 

 “Y me glorío de estar en medio de mi pueblo y sentir el cariño de toda esa gente que mira en la Iglesia, a través de su obispo, la esperanza”(Homilía 25-09-77).

 

   Monseñor Romero comienza por aceptar un camino de paz. Como dice la palabra de Dios, “bienaventurados los pacíficos porque serán llamados hijos de Dios”. Se ejerce un liderazgo contra el mal y se ponen señales que permiten no perderse en medio de la noche oscura de la violencia y de la muerte. Esos puntos que ayudan a caminar terminan mostrando que al lado de todos esos peregrinos está la persona que los da. Más aún, en medio de tanto dolor, tanta miseria y tanta matanza la persona pacífica y pacificadora se vuelve ella misma signo de ese caminar y de esa victoria de la vida. Es un rostro, una persona la que nos da esa garantía de que no caminamos hacia la mentira ni terminará reinando la muerte. Monseñor se hacía signo para la gente, se hacía uno con ese Pueblo de Dios que así logra atravesar juntos las pruebas más difíciles y abrumadoras. Sentir esa cercanía aclaraba la mirada para descubrir a lo lejos la fuerza de la victoria de la vida que ya caminaba en medio las situaciones que se vivía. A esa experiencia le llamamos esperanza. La esperanza es una manera de sentir que se vuelve peregrinación  que conduce hacia ese lugar novedoso de la vida: la tierra prometida. Lugar donde justicia y paz se besan, donde mana el amor.

Estar y caminar de esta manera con “mi” pueblo se vuelve alegría. Y el cariño de esa gente se transforma en defensa y ánimo para poder seguir mirando hacia el futuro para no perder la ruta donde esa vida plena se daría como gloria de Dios y fiesta de los seres humanos.  El pacífico se hace signo de todo este proyecto y de todo este caminar.

 

“No me importa la política. Lo que me importa es que el pastor tiene que estar donde está el sufrimiento”(Homilía, 30-10-77).

 

   La gloria de Dios es que el ser humano viva. Allí donde ese vida se pone en peligro o incluso es atacada, hay que estar y cuidarla. Esa densidad humana muestra lo profundo del proyecto de Dios y deja ver lo profundo del corazón humano. Hay otros muchos intereses que pretenden asumir esa conducción hacia ese punto. Hay dinámicas humanas que también se quieren alzar como las únicas conducentes a esa experiencia. Pero no deben olvidar que se trata de rostros humanos no de cifras o votos. Tampoco caer en la tentación de volverse amores vanos e infieles.

   La política es una de las pasiones  que es capaz de  tocar todo lo que es un ser humano y, al mismo tiempo, hacerle pensar que llena todas sus expectativas. Necesitamos un punto donde se comience a trazar la verdad y el recto cariño. Esa espada de doble filo es el sufrimiento.

 

   En la realidad de muchas personas el sufrimiento se vuelve esa roca que oculta, soterra y aplasta la victoria de la vida. Más aún para otras personas hacer sufrir se vuelve un modo de dominio, de terror y de sojuzgamiento para que alguien no termine de encontrar libremente su propio camino de vida. En el fondo, el sufrimiento no se explica, se acompaña, no es invitación para teorizar sino para solidarizarse. Es piedra de toque de las relaciones humanas.

 

   Estar con los que sufren es “bajar a los infiernos” para acompañar y rescatar a los que son llevados a cualquier tipo de muerte. Es hacerles sentir que no están solos sino que son llevados hasta la orilla de la vida, no es solo compasión sino también salvación.  Es ayudar a dar sentido y atravesar las adversidades y la muerte. El milagro no consiste en evitar o soslayar sino en atravesar con vida y con amor  todo el trayecto aunque se vaya con lágrimas en los ojos.  Esa experiencia es más fuerte que cualquier otra, incluso la política. Más bien le regalan a la política, a la economía y a lo social su horizonte último y verdadero.

 

“Yo me alegro, pues, con todos aquellos que cada día se convierten más al señor.“Y ojalá el fruto de mi pobre palabra fuera ese acercar los hombres a Dios” (Homilía, 06-11-77).

 

   Si hay una palabra que tiene esa fuerza de conducir a Dios es que ella viene de Dios. El portador de esta palabra no solo quiere decir algo sino transformarse en mensajero de Dios. Palabra que no busca únicamente transmitir un saber sino también inspirar la salvación por la fe. Esta experiencia depende de quién escucha y de cómo escucha. Cuando Monseñor Romero habla del fruto de su pobre palabra está mostrando que escucha a Dios y presenta cómo lo escucha. Testimonia el trabajo de Dios en él y cómo por él habla a otros seres humanos.

 

   La palabra de Monseñor Romero es de una persona, de una Iglesia, de un obispo sin ocultar las divisiones pero es, al mismo tiempo, mensaje universal, una voz de todos los seres humanos. Esta palabra es de Dios, de Jesucristo pero va recorriendo todas las lenguas, todos los pueblos, todas las culturas y todos los tiempos. Todos nos volvemos oyentes de esta palabra. El comienzo de la humanidad o lo que es universal entre los seres humanos perdura como enigma que nunca será resuelto por excavaciones arqueológicas, conocimiento del genoma humano o cualquier otro medio científico. Pero esta palabra nos dice que todos somos hermanos y que todos tenemos un único y mismo padre-madre. Solo aquellos que conocen y gustan esta respuesta poseen la verdad que esa palabra revela, además de sentirse invitados a la misión de crear la unidad entre los seres vivientes. Sin esta unidad, la sociedad humana mostrará que su “política” es devorarse entre ellos, porque no somos hermanos. Asemejarnos a Dios es descubrir nuestra propia vocación bajo su luz: ser padre de una humanidad unida y, al mismo tiempo, ordenador de la diversidad de los vivientes. Uno de los frutos de esta palabra es convertirnos en imagen de Dios por nuestra unidad. No se puede aceptar el reino del temor y del terror sino el de la palabra, la razón y el amor. Feliz el pueblo que tiene el cariño de tal pastor.

 

 

 

 

El Padre Ellacuría sobre Monseñor Romero

 

   Los mártires son quienes mejor comprenden a los mártires. Por eso quisiera recordar ahora a Monseñor Romero de la mano del Padre Ellacuría. Y quisiera hacerlo a modo de meditación, para que eso nos ayude a ponernos ante el misterio de Dios, y ante el misterio de estos dos grandes hombres que nos sobrepasan, pero que, lejos de sobrecogernos, nos acercan a ellos y nos acogen. Recordaré cuatro frases de Ellacuría sobre Monseñor.

 

Monseñor Romero fue un seguidor ejemplar de Jesús de Nazaret

 

   Ellacuría no era dado a la adulación, más bien era todo lo contrario. Para él Monseñor Romero fue profeta, pastor y mártir. Fue insigne cristiano e insigne salvadoreño. Pero, volviendo a sus más profundas raíces cristianas, puso a Monseñor Romero en relación con Jesús de Nazaret. De éste dijo Ellacuría: “Es que Jesús tuvo la justicia para ir hasta el fondo y al mismo tiempo tuvo los ojos y entrañas de misericordia para comprender a los seres humanos... Fue un gran hombre”. Y eso es, cabalmente, lo que también vio en Monseñor Romero. Este fue un gran creyente en Cristo, ciertamente, pero fue sobre todo insigne “seguidor”, alguien que volvía a hacer real en la historia, dos mil años después, a Jesús de Nazaret.

   Esto le llenó de gozo a Ellacuría. Monseñor no sólo fue amigo, no sólo le pidió colaboración en momentos importantes, escribir cartas pastorales, ayudarle en conferencias de prensa después de sus últimas homilías, sino que fue un don mayor: la presencia de ese Jesús que Ellacuría había estudiado diligentemente en los evangelios, y había conocido y meditado desde su juventud en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio.

   Qué de Monseñor Romero le recordó a Jesús pienso yo que puede resumirse en lo siguiente. Le impactó su inmensa compasión ante el sufrimiento del pueblo, ante el dolor de todos y cada uno  de los pobres. Le impactó su inmensa libertad para decir la verdad con la que defendía a unos y exigía conversión radical a otros. Le impactó su firmeza en medio de persecuciones, desprecios y malos entendidos, incluso de parte de sus hermanos obispos. Y le impactó su fe -como la de Jesús- ante el misterio de un Dios-Padre: Padre, porque en él descansaba Monseñor; y Dios, porque nunca le dejaba descansar. Lo he dicho en varias ocasiones: el Padre Ellacuría fue llevado en su fe por la fe de Monseñor Romero.

   Y habló de Monseñor también como un seguidor “ejemplar”. Es decir, alguien a quien hay que seguir. Por ser como era, misericordioso, justo, veraz, utópico, Monseñor invitaba a su seguimiento. No lo ponía en estas palabras, por modestia obvia, pero eso es, pienso yo, lo que Ellacuría tenía en mente cuando dijo que era un seguidor “ejemplar” de Jesús. Hoy, 25 años después de su muerte, hay gran necesidad de ese Monseñor, ejemplo de salvadoreño y de cristiano. Seguirle es  lo más importante que podemos hacer.

   Suelo recordar que, cuando apresaron a Juan Bautista, comenzó Jesús a predicar. Y en El Salvador me gusta añadir que, cuando mataron a Rutilio Grande, surgió la voz de Monseñor Romero, y que cuando mataron a Monseñor Romero el Padre Ellacuría recogió esa voz. “Desde que mataron a Monseñor nadie ha hablado como el Padre Ellacuría”, le oí decir a una trabajadora de la UCA. Es vital, mantener con vida  esa cadena de ejemplos. A ese seguimiento debemos apuntarnos también nosotros.

 

“Difícil hablar de Monseñor Romero, sin verse forzado a hablar del pueblo”

  

   Desde el exilio, a comienzos de la década de los ochenta, escribió Ellacuría un texto sobre “El verdadero pueblo de Dios según Monseñor Romero”. Para Ellacuría era muy claro que Dios y el pueblo eran los dos pilares sobre los que Monseñor fundamentaba su esperanza y lo dijo con toda claridad. Vio en Monseñor a alguien que ciertamente amó a su pueblo, pero también a alguien que reflexionó mucho sobre el pueblo, sobre su realidad histórica y su significado para la fe cristiana. Y recuérdese que ambos, Monseñor y Ellacuría, uno  desde la pastoral y otro desde la teología, llamaron al pueblo “siervo sufriente de Yavé”, “pueblo crucificado”. Era a finales de los años 70, y -en cuanto yo sé- nadie había hablado así antes.

Ambos creían también que ese “pueblo” podía llegar a ser “pueblo de Dios”, y que para ello el pueblo debía tener unas características especiales. Recordando lo que Monseñor Romero había dicho y hecho por su pueblo, lo que él le había dado al pueblo y lo que el pueblo le había dado a Monseñor, Ellacuría describió así cuatro características del verdadero pueblo de Dios: “la opción preferencial por los pobres”, “la encarnación histórica en las luchas del pueblo por la justicia y la liberación”, “la introducción de la levadura cristiana en la lucha por la justicia” y “la persecución por causa del Reino de Dios en esa lucha”.

Hoy, cuando casi no sabemos qué hacer con el pueblo y con la lucha por la justicia, hay mucho que meditar en estas palabras. Que Ellacuría -el político, el teólogo de la liberación- hablase así no tiene por qué sorprender. Pero que radicalizase ese lenguaje precisamente recordando a un arzobispo, da mucho que pensar -y da devoción. Y precisamente porque Monseñor animaba a la lucha histórica por la justicia, cobraba credibilidad lo que pudiera ser lo más específicamente suyo: insertar en esas luchas la levadura cristiana. Lucha histórica y cristianismo no son fáciles de compaginar. Ese milagro lo vio realizado Ellacuría en el ministerio de Monseñor Romero. Y el martirio de tantos luchadores del pueblo y de cristianos creyentes mostró que se podían compaginar las dos cosas.

 

“Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”

 

En la UCA todavía no había capilla. En un aula magna, tres días después del asesinato, el Padre Ellacuría, como rector de la universidad, celebró una eucaristía en recuerdo y agradecimiento a Monseñor Romero. La muerte de Monseñor le remitía, como toda muerte -y más siendo la de Monseñor, por lo horrible del crimen y por lo grandioso de la entrega-, a la ultimidad de  la vida, de la historia y de la realidad. Creo que pocas veces Ellacuría se preguntó por lo último con tal radicalidad.

Pues bien, en ese contexto, lejos de toda palabrería y de todo piadosismo, habló de Dios, de su misterio inefable y de su cercanía a nosotros. Y entonces dijo lo que muchas veces he citado: “Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”. Hace falta inteligencia para decir cosas como ésta, pero no basta. Hace falta también mirada mística, saber penetrar a través de lo aparente y superficial hasta llegar al fondo de las cosas. Dudo yo que ni siquiera en el acta de canonización -el día que ésta llegue- se dirán las cosas con tal precisión, con tal hondura, con palabras tan indefensas y tan verdaderas.

 

“Monseñor Romero ya se nos había adelantado”

 

Para Ellacuría líder era quien iba por delante, moviendo con el ejemplo. Eso fue Monseñor Romero para él, y vio que también lo fue para el pueblo. Termino con estas palabras que pronunció en 1985 cuando la UCA se honró en concederle un doctorado honoris causa, póstumo, a Monseñor Romero. Son palabras de agradecimiento y de reconocimiento.

“Ciertamente Monseñor Romero pidió nuestra colaboración en múltiples ocasiones, y esto representa para nosotros un gran honor, por quien nos la pidió y por la causa por la que nos la pidió... Pero en todas estas colaboraciones no hay duda de quién era el maestro y de quién era el auxiliar, de quién era el pastor que marca las directrices y de quién era el coadjutor, de quién era el profeta que desentrañaba el misterio y de quién era el seguidor, de quién era el animador y de quién era el animado, de quién era la voz y de quién era el eco”.

A Ignacio Ellacuría nunca le oí hablar de nadie como habló de Monseñor Romero. Y dado como era él, que no se deshacía en panegíricos ni algarabías vacías, sus palabras nos ofrecen una gran verdad. Y nos confían  el secreto de lo que Monseñor Romero fue realmente para él: hermano mayor con quien caminar en la historia dando vida al pueblo, y con quien dirigirnos hacia el inefable misterio de Dios.

 

Jon Sobrino

 

 

Recordando a Monseñor Romero  (II)

 

   ¿Cuál sería la palabra profética que Monseñor Romero preferiría a propósito de  la confirmación de un candidato para Fiscal General de los Estados Unidos que ha defendido la tortura? ¿Qué diría Monseñor Romero hoy sobre la guerra contra Irak que continúa día tras día?

   Hubiera condenado claramente el uso o la defensa de la tortura, bajo cualquier circunstancia, como una violación grave de los derechos humanos y una ofensa contra Dios. “La iglesia, encargada de la gloria de la tierra, siente que en cada hombre hay una imagen de su Creador y que todo aquel que la atropella ofende a Dios. Y tiene que clamar ‘Iglesia santa defensora de los derechos y de las imágenes de Dios.’ Ella siente que han sido también escupidas en su cara, latigadas en sus espaldas, cruz en su pasión, todo lo que han sufrido los hombres... El que tortura a un hombre, el que ha ofendido a un hombre, atropellado a un hombre, ha ofendido la imagen de Dios y la Iglesia siente que es suya esa cruz, ese martirio.”

   Hubiera condenado – como hizo el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y las naciones del mundo, incluso la nuestra – los abusos, la tortura y las violaciones de los derechos humanos, la represión política y el intento de encontrar armas de destrucción masiva bajo Sadaam Hussein.

   Pero no se hubiera quedado allí. Habría iluminado con la fuerza del Evangelio nuestra propia nación, y condenado una guerra preventiva contra Irak como una guerra de agresión. Habría condenado la ocupación actual y la guerra contra Irak como inútil, imprudente y moralmente injusta. Habría proclamado todo esto con audacidad, y habría continuado aun después del comienzo de la guerra, llamando a los soldados norteamericanos y a los insurgentes a obedecer la ley de Dios que dice “No matar,” antes de obedecer una orden injusta que conduce a la muerte.

   Habría condenado a la ideología de la seguridad nacional de nuestro gobierno, que institucionaliza la mentira y el engaño con el fin de llevar adelante una agenda que favorece los intereses geopolíticos y económicos de  Estados Unidos, para aumentar su hegemonía y dominación en el mundo. Citando al documento de los obispos en Puebla, Romero criticó la ideología de la seguridad nacional como “una nueva forma de idolatría... llevando al abuso de poder y a la violación de los derechos humanos. Y en ciertas circunstancias justificando sus posturas con una profesión sujetiva de la fe cristiana.”

   Habría condenado la lógica de la actual administración Bush para quien el camino hacia la paz pasa por la preparación de la guerra, y no lo que enseña el Evangelio y la doctrina social de la Iglesia que dice “el camino para la paz pasa por la justicia.”

Habría condenado el descarado unilateralismo de Estados Unidos que desafía la opinión internacional, viola los tratados internacionales, y se declara exento de la ley internacional, incluso de los convenios de Ginebra en que prohíben el trato inhumano y degradante a los presos, como la tortura, y declara que las guerras preventivas son guerras de agresión y por eso un crimen contra la paz.

   En su discurso en la Universidad de Georgetown, al recibir un Doctorado Honoris Causa, Monseñor Romero ofreció el testimonio de su arquidiócesis como un “eco fiel” a las palabras del Papa Pablo VI a las Naciones Unidas. Hoy, Monseñor Romero hubiera hablado en defensa de las víctimas de la tortura y las víctimas de la guerra en Iraq. Habría consolado a sus familias.

Citando a Pablo VI, Romero dijo:

   “Tenemos conciencia de hacer nuestra la voz de los muertos como de los vivos...” dijo el Papa, hablando de las trágicas consecuencias de la guerra; podemos tener delante tanto los muertos víctimas de la crueldad como los vivos que  llevan atemorizados las huellas de la tortura, el atropello y amenaza. Además “La voz de la joven generación avanza confiada, esperando con derecho una humanidad mejor. También hacemos nuestra la voz de los pobres, de los desheredados, de los desgraciados, de quienes aspiran a la justicia, a la dignidad de vivir, a la libertad, al bienestar y al progreso”.

   Monseñor Romero hubiera condenado el uso de la fuerza excesiva contra poblaciones urbanas – como sucedió en el bombardeo de Bagdad y la ofensiva militar en Falujah – como una violación de los convenios de Ginebra por poner en riesgo, en forma indiscriminada, a la población civil. Por eso se mueve un crimen contra la humanidad.

 

   Monseñor Romero hubiera condenado el lenguaje de la violencia y la guerra.

 

   Hubiera condenado las mentiras y el engaño del gobierno norteamericano – y la complicidad de los medios – como un atentado contra la dignidad humana y por eso una ofensa contra Dios cuya imagen es el sello de cada ser humano. Estas mentiras violan “uno de los más sagrados derechos de la persona humana, es el derecho a ser informado, el derecho a la verdad.” Los medios, dijo Romero, “frecuentemente son manipulados por intereses materiales y por eso se convierten en instrumentos para mantener una situación injusta a través de mentiras y confusión”.

   Desde luego, Monseñor Romero repetiría con pasión las palabras de los papas, desde Paulo VI a Juan Pablo II: “No más guerra, nunca más la guerra!” y “La guerra es una derrota para la humanidad”.

   ¿Que diría Monseñor Romero sobre la situación de los inmigrantes de nuestro país, y de la brecha creciente entre ricos y pobres?

   Condenaría cada atentado contra los inmigrantes, y resaltara el mandato del Evangelio a ofrecer hospitalidad al extranjero, recordando que todos éramos extranjeros en una tierra extraña.

 

Pero no se quedaría allí.

 

   Condenaría la militarización de la frontera mexicana-norteamericana como un intento improductivo y hipócrita de culpar al pobre inmigrante por las consecuencias de las políticas neoliberales del libre comercio. Estas políticas que empujan a los pobres de Centroamérica y México a migrar de sus tierras natales e ir a Estados Unidos en búsqueda de empleo como la única medida para proteger y defender a sus familias.

   Condenaría también el modelo económico global que aumenta la brecha entre ricos y pobres, dando a las empresas trasnacionales de Estados Unidos más poder para quitar las regulaciones que protegen al trabajador y al medio ambiente, privatizando recursos naturales como el agua  y servicios de salud, educación y seguridad social.

   Monseñor Romero, como sus colegas en la Iglesia de América Latina en Puebla, vio  un sistema económico que “absolutizo a la riqueza y la propiedad privada” como un sistema que lleva a “la absolutizacion del poder político, social y económico” despojando a las mayorías de hombres, mujeres y niños de las necesidades de la vida. Eso lo condenaría en términos claros como “violencia institucionalizada” e “idolatría.”

   Son las cosas que Monseñor Romero hubiera dicho y hecho, porque –de hecho– son las cosas que dijo y hizo en su tiempo. En pocas palabras, hubiera encarnado el Evangelio en sus palabras, dando testimonio con sus hechos.

   Ahora, mientras conmemoramos el 25 aniversario del martirio de un pastor humilde y fiel de El Salvador, llamamos a nuestros pastores a denunciar y decir el nombre de los culpables de torturar y hacer la guerra, y que utilicen su posición de influencia con el fin de ofrecer una alternativa para la paz.

   Llamamos al Presidente Bush a eliminar la tortura y perseguir a los que la defiendan y practican, en vez de promoverlos a posiciones de autoridad y poder. Lo llamamos a terminar con la guerra y la ocupación de Irak, y a promover una paz verdadera y justa en el Medio Oriente. Lo llamamos a abrir las fronteras y a promover un trato mas humano a los inmigrantes y refugiados. Finalmente, lo llamamos a promover un comercio justo y políticas de inversión encaminados a cumplir con las Metas del Milenio que prometen reducir la pobreza global dentro de los próximos diez años.

   Esta es la verdadera revolución de valores a que estamos llamados, la revolución a que se refirió uno de nuestros profetas, Martin Luther King, Jr. cuando rompió su silencio sobre la guerra en Vietnam y habló en su contra. Dijo entonces, con palabras parecidas a las de Monseñor Romero: “Una revolución verdadera de valores pronto nos llevara a cuestionar lo justo de nuestras políticas pasadas y actuales... Una verdadera revolución de valores pronto mirará el contraste entre los ricos y los pobres con inquietud... Una verdadera revolución de valores tomaría de la mano al orden mundial y decir sobre la guerra: ‘Esta manera de resolver conflictos no es justo.’ Este negocio de quemar a los seres humanos con napalm, llenando nuestros hogares con huérfanos y viudas; de inyectar drogas venenosas de odio en las venas de la gente normalmente humana; de trasladar a los hombres de los campos de batalla sangrientos y oscuros a sus casas, físicamente desvalidos y sicológicamente enloquecidos, no puede ser reconciliado con la sabiduría, la justicia y el amor. Una nación que sigue año tras año gastando más dinero para la defensa militar que para los programas sociales, acerca la muerte espiritual”.

   La cuaresma es un tiempo de conversión, un tiempo de arrepentimiento. Que seamos fieles a este tiempo, y dignos a la memoria de Monseñor Romero, abriendo nuestros corazones al sufrimiento del mundo, y ayudando a bajar de la cruz a las víctimas en nuestro tiempo. A través de nuestras acciones por la justicia y arriesgarnos por la paz, a través de la audacidad de nuestro proclamar del Evangelio y el valor a cargar con el costo, abramos nuevos surcos para llevar a cabo una verdadera revolución de valores para nuestra nación, los Estados Unidos.

Scott Wright

Religious Task Force on Central America and Mexico

 

 

Sentimos en el Cristo de la

 

Semana Santa con su cruz a

 

cuestas, que es el pueblo que

 

va cargando también su cruz.

 

Sentimos en el Cristo de los

 

brazos abiertos y crucificados,

 

al pueblo crucificado pero que

 

desde Cristo, un pueblo que

 

crucificado y humillado, en

 

cuentra su esperanza: «Te he

 

enseñado a dar palabras de

 

consuelo, has aprendido en el

 

dolor a consolar a los demás».

 

Monseñor Romero

Domingo de Ramos

19 de marzo de 1978

 

Monseñor Romero: su vida y muerte martirial

 

   A Monseñor Romero lo conocí en el Hospital Divina Providencia desde el año 1967. Un año después de fundado el Hospital para enfermos de cáncer desamparados, Monseñor llegaba a celebrar la Eucaristía y la Hora Santa los días primeros de cada mes, visitaba a los enfermos, venía desde San Miguel y Santiago de María y sobre todo cuando se encontraba en la Arquidiócesis siendo Secretario de la Conferencia Episcopal de San Salvador.

   Cuando Monseñor venía a San Salvador además de visitar a los enfermos, compartía los alimentos con nuestra Comunidad Religiosa, lo cual era muy agradable ya que tenía el don del buen humor, le caracterizaba la sencillez y humildad, pobreza y un gran Amor a Dios y a la Iglesia representada en el Papa y demás Jerarquía.

   El Señor dotó de un gran Amor a los pobres a quienes les ayudaba en forma personal y de la Institución en cuanto estaba a su alcance, su predicación era muy elocuente y profunda lo que atraía a muchos feligreses. Dos días antes de su muerte martirial nos endosó y entregó el cheque por la cantidad de DIEZ MIL DÓLARES que le otorgaron como Premio “HONORIS CAUSA” con la cual iniciamos la construcción del Hogar para niños “Divina Providencia”  .

  

ASESINATO DE MONSEÑOR ROMERO

 

   El día lunes 24 de marzo de 1980, asistí a la última Eucaristía de Monseñor, la cual quedó inconclusa. Me encontraba en el ala izquierda a 4 metros de distancia del altar del Templo Expiatorio que el 16 de julio de 1974 consagró con óleo y ahora lo Consagra con su propia sangre a las 6:15 de la tarde. En su homilía hizo alusión “Al grano de trigo que si no muere no puede dar fruto”, como presintiendo que era su misa póstuma. Durante su homilía tenía la mirada hacia la puerta principal pero luego pasó al centro del Altar a extender el Corporal para iniciar el ofertorio, y en ese momento de esa puerta principal entró velozmente la bala asesina y explosiva que hizo estallar su corazón. Por el instinto de conservación Monseñor se cogió de la mesa del Altar, halando el mantel sobre el cual se dispersaron las hostias sin consagrar y Monseñor cayó a los pies de Cristo quien fue su modelo fiel, desde niño, joven, sacerdote, Obispo y Arzobispo. En nuestra comunidad religiosa interpretamos este doloroso acontecimiento como que Dios le dijera: “HOY NO QUIERO QUE ME OFREZCAS EL PAN Y EL VINO COMO SIEMPRE, AHORA LA VÍCTIMA ERES TÚ OSCAR”.

   Asistí al funeral de Monseñor Romero, el cual se llevó a cabo ocho días después de su muerte martirial, en un Domingo de Ramos. Durante esa semana de velación primero en la Basílica del Sagrado Corazón y posteriormente en Catedral hubo una peregrinación constante del pueblo de Dios que lo amaba y que se sentía huérfano e inconsolable, por la pérdida irreparable de su pastor. Al funeral asistieron muchas personas de otros países, solidarizándose con el pueblo salvadoreño, que no cupo dentro de la Catedral y llenó las plazas aledañas, por lo cual la misa de cuerpo presente se celebraba en la puerta principal de Catedral, quien la presidía era el Cardenal Ernesto Corripio, como delegado del Santo Padre. Esta Eucaristía también quedó inconclusa por disturbios inesperados provocados por personas inescrupulosas que no respectaron ese sagrado y doloroso momento, en el cual todo el pueblo salvadoreño sentía que daba el último adiós a su querido pastor Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Inmediatamente el féretro de Monseñor fue trasladado al interior de la Iglesia, donde fue sepultado en el lugar previamente designado, en el ala derecha del Altar Mayor de la Catedral Metropolitana.

 

IMPACTO DE LA MUERTE DE MONSEÑOR ROMERO

 

   En el momento del asesinato de Monseñor Romero mi reacción fue de mucha agresividad, viendo inmediatamente hacia la puerta principal como queriendo capturar con la vista la asesino, lo cual era imposible pues se fugaron rápidamente como previamente lo habrían planificado. Corrí hacia donde Monseñor, intentando auxiliarlo, pero no pude lograrlo porque tenía una abundantísima hemorragia por boca, nariz y oídos, ante esa impotencia corría al teléfono a llamar un médico; pero cual fue mi sorpresa que al regresar a la Capilla se habían llevado a Monseñor a la Policlínica Salvadoreña con la esperanza de alcanzar un milagro, lo cual no fue posible pues eso no estaba en el Plan de Dios.

   En este momento, Monseñor no pronunció palabra alguna pero conociéndolo, estoy segura que sus últimas palabras hubieran sido de exhortación a la conversión y de perdón para sus enemigos, como lo había expresado ya en algunas ocasiones.

 

LEGADO ENSEÑANZA DE MONSEÑOR ROMERO

 

   El legado que Monseñor Romero dejó a nuestra comunidad y a todo el pueblo, es que como un regalo de Dios, nos dio un ejemplo cercano de cómo seguir fielmente las huellas de nuestro Señor Jesucristo en su entrega evangélica cumpliendo la voluntad del Padre. Por haber compartido muy cerca con Monseñor Romero podemos dan testimonio de las siguientes cualidades que nos dejó como un legado el cual debemos esforzarnos por imitar:

        ... Sentía un gran Amor a Dios, a la Iglesia, a los pobres, a los niños, especialmente a los más desposeídos y abandonados.

   · Siempre hablaba con la verdad

   · Era coherente con lo que decía y vivía

   · Su misión de Pastor era como el Beduino y como el Buen Samaritano que señalaba el camino del Evangelio por donde debemos seguir, y del otro debemos apartarnos.

   · Era un hombre de fe y oración profunda, la cual reflejaba en su vida viendo a Cristo en sus semejantes, especialmente en los marginados y desposeídos.

   · Tenía una gran devoción a la Santísima Virgen especialmente bajo la advocación de Nuestra Señora de La Paz. Por cansado que terminara el día, no se acostaba sin antes rezar el Rosario.

   · Cuando tenía que dar alguna sugerencia o determinación no lo hacía, sin antes pasar de rodillas ante el Santísimo pidiéndole su luz para que fuera según la voluntad de Dios y el bien del pueblo.

   · El tenía  un temperamento muy fuerte, pero cuando se daba cuenta que había cometido una equivocación con alguien pedía humildemente perdón.

   · Tenía un gran Amor al pueblo, él decía: “A mi me van a matar pero yo resucitaré en mi pueblo a quien tanto amo, y desde ya perdono y bendigo a quienes lo hagan”, y “como cristiano no creo en la muerte sin resurrección”; y que “el martirio es una gracia que no creo merecer, pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será pronto una realidad” (Marzo, 1980).

   Recién nombrado Arzobispo de San Salvador sus amigos le ofrecieron el 23 de febrero de 1977 una cómoda residencia y él prefirió vivir sencilla, pobre y humildemente en el hospitalito, manifestando que deseaba estar cerca de los enfermos y de los pobres, porque no quería adquirir compromisos que lo ataran con nada ni con nadie. Cuando Monseñor fue nombrado Arzobispo de San Salvador en febrero de 1977, la Curia no contaba con una casa especial para Obispos ya que Monseñor Chávez y González vivía en su casa particular. Entonces la Comunidad de Religiosas Carmelitas del Hospital de La Divina Providencia, por la amistad, confianza y cariño fraterno anteriormente expresado, le ofreció si aceptaba vivir en un reducido espacio anexo al templo, dedicado para el Capellán del Hospital; él aceptó agradecido luego expresaba que el Seminario San José de la Montaña era su oficina y el hospitalito era su Bethania. Después de unos meses la comunidad religiosa mandó construir un pequeño apartamento en la misma área del hospital; se le entregó el 15 de agosto fecha de su cumpleaños, como sorpresa de parte de los enfermitos del hospital y de la Congregación de Carmelitas Misioneras de Santa Teresa. Él lo recibió emocionado y agradecido. Luego esta pequeña casita se volvió centro de visita y consulta continúa de Obispos, sacerdotes, religiosas, estudiantes, obreros, campesinos, militares, periodistas, intelectuales, víctimas de secuestro, políticos, empleados gubernamentales, etc. que llegaban en busca de orientación, ayuda, consuelo, noticias, etc. Allí vivió hasta el día de su sacrificio martirial.

   Esta casita ahora es nuestro museo que contiene sus objetos personales y sus ornamentos, entre los cuales destacan los que llevaba el día de su martirio en el altar, y que aún se mantienen impregnados de su sangre. En su jardín están colocadas placas de mármol que manifiestan la gratitud de favores recibidos, de muchas personas durante estos veinticinco años transcurridos. Este lugar, junto a la cripta de Catedral Metropolitana donde descansan sus sagrados restos, se han convertido en lugares santos de peregrinación por personas salvadoreñas y de extranjeros de diversos países del mundo que los visitan con respeto, amor y fervor en memoria de nuestro querido Pastor Oscar Arnulfo Romero.

   Recordando esos tres años de convivencia con nuestra comunidad, reflexionamos que en Monseñor Romero sentíamos además de un buen pastor, a un hermano y a un amigo, y que asombrosamente tuvo varios rasgos de su vida parecidos a los de su maestro, Nuestro Señor Jesucristo y los cuales exponemos a continuación:

   Cristo nació, vivió y murió entre los pobres, y Monseñor también nació, vivió y murió pobre y por los pobres.

   Cristo realizó su vida pública en sus tres últimos años y lo mismo Monseñor Romero como Arzobispo de San Salvador.

   Cristo fue rechazado por los poderes del mundo e igualmente sucedió con Monseñor, pues en estos tres años sufrió un prolongado martirio dado por insultos, amenazas, calumnias, abandono de sus amigos y de algunos compañeros Obispos que no estaban de acuerdo con su línea Pastoral.

   Cristo tuvo compasión por los enfermos de lepra, que eran rechazados por la sociedad de su tiempo, y Monseñor Romero optó por vivir, consolar y acompañar a los enfermos de cáncer que muchas veces son excluidos hasta por su propia familia.

   A Cristo le traspasaron su corazón son una lanza y a Monseñor Romero le destruyeron su corazón con una bala explosiva.

   Por los testimonios antes expuestos, podemos decir con propiedad que para nuestra Congregación el vivir con Monseñor Romero ha sido un privilegio y a la vez un reto hoy en día, por el compartir con un hombre lleno de Dios que vivió el Evangelio encarnado en la realidad concreta del pueblo salvadoreño, pobre, oprimido, explotado y marginado a ejemplo de Jesús en el pueblo de Nazareth. Esta experiencia de vivir con monseñor Romero ha impulsado a cada uno de los miembros de nuestra congregación a responder a los retos de hoy, cada quien con los dones que Dios le ha dotado.

   El legado de Monseñor sigue siendo válido para la Congregación y para todo el pueblo de Dios. Pues esa realidad que él le dio respuesta, hoy sigue latente y aún más aguda, por lo que concluimos que como discípulos de Jesús debemos encarnar el Evangelio al igual que lo hizo nuestro querido Monseñor Romero.

 

Hna. Luz Isabel Cueva Santana

Religiosa Carmelita Misionera

de Santa Teresa

 

 

La Cuaresma y el ayuno.

 

Si hay algo que nos queda muy claro a los católicos de esta América Latina es que la cuaresma  es tiempo de ayuno. Para nuestros papás y abuelos eso era algo que estaba muy claro y definido, pero en estos tiempos de globa-lización y consumo desmedido no es lo suficientemente claro.

Sin duda alguien podría decir: “en eso no hay vuelta de hoja: ayunar es ayunar, no comer carne los martes y los viernes y abstenerse de algo que nos guste en este tiempo santo”. Pero, ¿será eso cierto? Hagamos unas aclaraciones al respecto, tratando de ver si en realidad ayunar  “vale la pena”.

Cuaresma, primero se refiere a un tiempo y segundo se trata de gestos. O bien podríamos decir es un tiempo en el que unos gestos concretos nos recuerdan que los seres humanos no podemos poseerlo todo, hacerlo todo y controlarlo todo ( al modo en que Jim Carrey pretende hacerlo y tenerlo todo en  “Bruce todopoderoso”). Esa tendencia insensata e ingenua es una tentación  que nos impide apreciar (como sucede al protagonista de la película ya mencionada) las cosas y personas que nos acompañan. Sobre todo es una actitud egoísta en un mundo donde muchos no tienen absolutamente nada. Si el ayuno me ayuda a hacer el “memorial de tantas víctimas”  excluidas en este mundo, entonces si vale la pena ayunar.

¿Por qué ayunamos?

No pocos ante una pregunta así nos dirían: “es una práctica ascética, es un acto de mortificación de las pasiones”. Pero entonces el ayuno no sería un acto lleno de cordialidad, de amor. Más bien sonaría a un acto masoquista, practicaríamos una religión de la tortura, tendríamos un ritual para mantener contento a un dios sediento de dolor y que disfruta cuando ve a seres humanos sufriendo voluntariamente. Pero, ¿así es el Dios de Jesús, de Rutilio, de Monseñor Romero? La respuesta es no. Entonces ¿para qué ayunamos?

Ayunamos para ayudarnos a crecer como personas. ¿Qué implica eso? Entender que las personas, las cosas, no son fines, sino mediaciones. El ayuno es una mediación que nos permite “mirar con otros ojos”  nuestra realidad y recordar con el corazón “nuestra historia”. Ayunar no sería, simplemente “dejar de comer o de hacer algo”. Es un dejar de centrar el mundo en mis deseos y necesidades e intereses. En otras palabras reconocer que el universo no gira en torno a nosotros.

Ayunar no es “hacernos mejores”.

Este tiempo (de ayuno) tiene mucho de gratuidad, de búsqueda de Dios (no de nuestra propia santidad). No es ponerme frente a los otros como “modelo”, como distinción frente a los “otros” (pecadores). Es si se quiere un volver la mirada a lo “secreto” de mi vida, a mi honda fragilidad, a mi ser “vasija de barro” (como bien nos recuerda Pablo en primera Corintios). Pero al mismo tiempo ese ver mi debilidad me abre a la posibilidad de la gracia transformadora de Dios que me capacita para hacer el bien.

Pero  también el ayuno pasa por la cotidianidad, por el silencio de aquello que es parte de lo diario, por aquello que se queda en el anonimato.  El Reinado de Dios no se ilumina con los focos de las pasarelas o los grandes  anuncios de proyectos, sino más bien con una suave luz de candil. Es construido desde las preguntas del constante buscador y en un servicio anónimo lleno de esperanza.

En otras palabras, ayunar pierde sentido cuando se práctica como un fin y no como una mediación que nos ayuda a descentrarnos de nosotros mismos y nos recuerda la fragilidad de nuestra humanidad. El ayuno es un signo frente a las tentaciones de este mundo, pero nunca podrá ser un seguro frente a ellas.  En esta América Latina de tantas carencias ayunar puede resultar algo demasiado frívolo o hasta “clasista”. El verdadero ayuno es la búsqueda de una práctica más acorde con los pilares bíblicos de una justicia nacida desde las entrañas de un Dios misericordioso que nos ama no porque seamos buenos, sino precisamente porque él, es bueno y desde ese amor nos abre el camino a la posibilidad de amar y transformar este mundo lleno de injusticia.

 

 

 

“Pero el viento continúa”

 

                  Ha sido una auténtica avalancha de mensajes de solidaridad, preocupados y hasta indignados algunos, y ya finalmente, muchos, exultantes. Hoy, como nunca, debería yo responder personalmente, mensaje por mensaje, corazón a corazón. Han llegado también, en este tiempo de vigilia expectante, muchas preguntas, muchos desahogos; sobre este nuestro Mundo neoliberal, sobre nuestra santa y problemática Iglesia. Envío las preguntas y las ansiedades al Espíritu de Aquel que es “nuestra Paz”. Y creyentes y agnósticos, serenos y rebeldes, ellas y ellos, dense todos por respondidos con un cariño inmenso. ¡Así de fácilmente despachamos la carga de los obispos retirados…!

 

   Hemos recibido mucha solidaridad con respecto a la reivindicación del pueblo Xavante, que continúa estancada en manos de una justicia lentísima. El otro motivo de solidaridad con nuestra pequeña Iglesia de São Félix do Araguaia ha sido, lógicamente, la sucesión episcopal. No voy a entrar en detalles porque ya se ha escrito bastante sobre ese incidente eclesial. Nosotros queremos insistir en que el problema no era simplemente un obispo, una Iglesia. El problema es de toda la Iglesia y para el nombramiento de todos los obispos y es una reivindicación mayor de corresponsabilidad y de colegialidad. Para ser fieles al Evangelio y para dar testimonio al Mundo. Felizmente el nuevo obispo de São Félix do Araguaia, fray Leonardo Ulrich Steiner, es un franciscano verdadero, fraterno, dialogante, popular. Y la “caminhada” continúa. Y yo continuaré también aquí, a orillas del Araguaia, acompañando a distancia las luchas de nuestros pueblos y saboreando, en esperanza pascual, la tarde de la vida.

   El imperio quiere “un mundo sin tiranía”. Nosotros también; sobre todo sin la tiranía del imperio. Y quiere el imperio “la propagación de la libertad’. Nosotros contestamos indignados que esa libertad sea sólo para el mercado y para algunos señores países.

   Tiranías hay, demasiadas, en todos los niveles de la vida social, económica, política, cultural. Según el informe anual de la ONU, hay todavía 1.100 millones de personas que sobreviven con menos de $ 1 al día. Siguen muriendo cada día, de hambre, 30.000 niños pobres. En los últimos 40 años el PIB mundial se duplicó mientras se triplicaba la desigualdad económica. 900 millones de personas –la séptima parte de la población mundial- sufren discriminación étnica, social o religiosa. 170 millones de personas viven fluctuando en la migración. El 44% de la población latinoamericana mora en barrios miserables. África sigue desangrándose, entre ignorada y expoliada. Y hay países en nuestro mundo como “marcados para morir”, quizás por una posible guerra preventiva…

   Pero hay “mucho bien venciendo al mal”, en nuestro Mundo herido. Realizamos nuevamente el Foro Social Mundial; Vía Campesina crece y actúa; hemos desenmascarado, y frenado en parte, el ALCA; Israel y el Pueblo Palestino dialogan sobre pasos concretos; la izquierda levanta cabeza en varios países de América Latina y de Europa y crece “el malestar (y la protesta) frente a la democracia neoliberal”. Si van siendo desmoralizados los partidos y los sindicatos, se fortalece en cambio el movimiento popular con sus manifestaciones a escala nacional, continental y mundial. Ha comenzado su andadura el Protocolo de Kyoto. Y somos cada vez más los que gritamos, con Ignacio Ramonet, “sí a la solidaridad entre los 6.000 millones de habitantes de nuestro planeta; no al G-8 y al Consenso de Washington; no al dominio del ‘póquer del mal’ (BM, FMI, OCDE, OMC); no a la hegemonía militar de una única superpotencia; no a las guerras de invasión y no al terrorismo…” Y resume Ramonet, y nosotros/nosotras con él, que “resistir es decir que no y es también decir que sí y soñar que otro mundo es posible, y contribuir a construirlo”.

   Otra Iglesia es posible también y desde todas partes y de muchos modos la vamos haciendo. Siendo comunidad de oración, de fraternidad, de compromiso. Brasil realizando el XI Encuentro Intereclesial de las CEB y reanimándose las CEB de Brasil, del Continente, del Mundo. Celebrando, junto con el Foro Social Mundial, el Foro Mundial de Teología y Liberación. Celebrando el jubileo martirial de nuestro San Romero y la memoria comprometedora de todos nuestros mártires. Retomando la opción por los pobres y sus causas. Denunciando proféticamente los “genocidios sociales” y la iniquidad del imperio y de sus oligarquías. Siendo ecumenismo real y diario. Siendo diálogo interreligioso. Alentando el proceso conciliar, como una reivindicación evangélica creciente y como la mejor conmemoración de los 40 años del Vaticano II. Viviendo, en fin, nuestra fe de un modo adulto y corresponsable, “para la vida del Mundo”.

Y vaya una confidencia eclesial, de obispo viejo que continúa soñando. Otra vez, con ocasión del nuevo problema de salud de Juan Pablo II, se ha hablado y escrito mucho sobre el perfil del próximo papa. Yo pienso que se debería hablar mucho más –hablar y hacer- del perfil de un nuevo papado, de una reestructuración radical de lo que llamamos la Sede Apostólica, de un nuevo modo del ministerio de Pedro: sensible, como el corazón de Jesús, al clamor de la pobreza, del sufrimiento y de la deriva; sin estado pontificio y con una curia leve y servicial; proféticamente despojado de poder y de fausto; apasionado por el ecumenismo y por el diálogo interreligioso; desabsolutizado y colegial; descentralizador y verdaderamente “católico” en el pluralismo cultural y ministerial; como una mediación religiosa –en colaboración con otras mediaciones, religiosas o no- al servicio de la paz, de la justicia, de la vida.

Van Gogh, a pesar de haber visto caer en su vida tantos molinos, reales o simbólicos, escribía a su hermano Theo: “Pero el viento continúa”. Después de ver, también nosotros, cómo van cayendo tantos molinos, en la Sociedad y en la Iglesia, seguimos proclamando –en la Esperanza y en el Compromiso- que “el Viento continúa”…

 

Pedro Casaldáliga

 

“La teología de la liberación

demanda que otro mundo es posible”

 

«La teología de la liberación nos dice mucho y ha sido una parte crucial de nuestra historia en El Salvador. Pienso que es importante vigorizar de nuevo y reclamar una teología de liberación.»

 

   Con estas palabras describí,  dentro del contexto del “V Foro Social Mundial - FSM” celebrado en Brasil en enero de 2005, el significado de la teología de la liberación para nuestros días, en una lectura desde la realidad socio-eclesial para El Salvador y, por qué no decir, para América Latina.

 

   En el marco del FSM, entre el 21 y 25 de enero se celebró en la “Pontificia Universidad Católica de Río Grande do Sul” de la ciudad de Porto Alegre, el «I Foro Mundial de Teología y Liberación», el cual reunió un poco más de 175 teólogas y teólogos de América Latina, Asia, Africa y Europa. Además de la participación de algunos representantes de agencias de cooperación católicas; entre ellas Adveniat, Cafod, Cordaid, Misereor, Sciaf, y otras. Junto a Edwin Novoa, director del Juan XXIII en Nicaragua, tuve la oportunidad de representar a Sciaf.

 

   La idea de este evento tiene sus raíces en el III Foro Social Mundial, pues allí, algunas teólogas y teólogos, que participaron en ese foro, de enero del 2003, vieron la necesidad de acercar la reflexión teológica al nuevo espíritu que emerge desde el encuentro de distintos movimientos sociales. Pues ha llegado a considerarse como el evento mundial que aglutina al mayor número de personas y movimientos.

 

   Hay dos aspectos que Pablo Richard, en su artículo «40 años de teología de la liberación en América Latina y El Caribe», define como tareas pendientes para la Teología de la Liberación. Estos aportes pueden ayudar a definir, lo que fue el propósito de celebrar un FMTL.

1. Desarrollar la teología de la liberación en diálogo con otras corrientes similares de África, Asia, Oceanía y el Este de Europa.

2. Generar un diálogo interreligioso a nivel global, no desde definiciones teológicas abstractas, sino desde los pobres y desde el Tercer Mundo, es decir, desde la problemática teológica del hambre, la pobreza y la destrucción de la naturaleza.

   Para el logro de estos propósitos, se desarrolló una Agenda, quel fue abordada desde cuatro grandes ejes temáticos, teniendo como punto de partida una presentación sobre el panorama mundial de la teología para las religiones. A partir de ahí se inicio la reflexión sobre estos mismos puntos:

1) “Otro Mundo es Posible”,

2) “Dios para otro mundo Posible”,

3) “Religiones para otro mundo posible” 4) “Teología para otro mundo posible”.

   Dentro de los ponentes participó una gama de teólogas y teólogos de los distintos continentes. Por la importancia de los temas presentados, en una perspectiva desde América Latina, se pueden mencionar al sociólogo portugués, Boaventura de Sousa Santos (Portugal), Leononardo Boff (Brasil), Elsa Tamez (Costa Rica), Otto Maduro (Venezuela), Juan José Tamayo (España) y Enrique Dussel (Argentina) entre otros muchos.

 

   La iniciativa del FMTL, fue respaldada económicamente por Agencias europeas dedicadas a la Cooperación para el Desarrollo en América Latina. La pregunta que uno se puede hacer es por qué vincular el desarrollo con la teología de la liberación. La respuesta la encontramos en la clave desde la cual tiene que promoverse el desarrollo. Pues debe tener como centro a la persona humana, en cuanto mejoramiento de su condición humano-material. También debería estar encaminado a generar procesos de liberación, frente a una lógica de la dependencia y dominación.

 

   No es casual que el FMTL resulte ligado, aunque guardando su autonomía, al FSM. La razón de esa vinculación entre uno y otro radica en la necesidad de hacer una lectura de los acontecimientos mundiales a la luz de la Teología, y especialmente, desde la Teología de la Liberación. Y viceversa. La TL se ha dado cuenta de la necesidad de interdisciplinar su reflexión para una análisis más acertado y fino. Es ese análisis el que necesariamente lleva a crear un ambiente de compromiso de la teología ante la realidad, latinoamericana y mundial, y así mostrar su pertinencia.

 

   Con el FMTL queda claro, que la teología de la liberación además de no tener fronteras, sigue vigorosa y llena de vida y desafíos y que las condiciones de injusticia, que motivaron a una reflexión comprometida de la palabra de Dios, aún siguen vigentes. De ahí entonces, la necesidad de revitalizar teologías que ayuden a descubrir que “Dios camina con su pueblo”. Para ello, resultará oportuno la incorporación de las nuevas temáticas que deben ser leídas y analizadas a la luz de la TL, tales como; solo el feminismo y la ecología (ecofeminismo), la cultura, juventud y otras muchas.

   Inspirados en las palabras de Boaventura do Santos, podemos decir que “el mundo vive hoy entre el miedo y la esperanza, pero es posible que la esperanza venza al miedo”. Especialmente cuando esa esperanza es animada por aquellos que como Monseñor Romero –a quien recordamos en su 25 Aniversario Martirial-, quisieron comprometer su vida para transformar las estructuras de injusticia, que aún siguen vigentes en nuestra sociedad. Y  la TL, inspirada en el Vaticano II, necesariamente nos tiene que llevar a redescubrir que la Iglesia, como pueblo de Dios, debe asumir su misión evangélica de anuncio y denuncia, lo que indefectiblemente, a ejemplo de Jesús, pasa por la cruz y el martirio.

 

Por Miguel Alonzo Macías, Servicio Jesuita para el Desarrollo - SJD

 

 

La Escuela Teológica de San Bartolo:

Un regalo para la Iglesia.

 

Soñando la escuela “seguidores del camino”.

   Desde el año 1993 y dentro de sus procesos formativos, la Comunidad Franciscana con el P. O’ Connor inició actividades de formación bíblico teológica en su Parroquia. Entre sus recursos sabían que podían contar con profesores invitados de la UCA como los jesuitas Xavier Alegre y  José María Castillo, además de sus propios recursos locales como el entonces seminarista franciscano, Omar Argueta,  quien estudiaba Teología en la UCA. Es la primera escuela que se fundó en combinación con la UCA con apoyo del jesuita Dean Brackley y con el impulso de los Franciscanos y de la  Vicaría Monseñor Romero. Le llamaron un “Profesoradito” en sintonía con el Profesorado de Teología que desde 1983 existe en la UCA. Han sido asesores después del P. Brackley, Hna. Lupita Díaz, Oblata del Corazón de Jesús y Larry Madrigal. Actualmente, el Coordinador local es el Franciscano Douglas Cerón y por parte de la UCA acompaña el Lic. Rudy Romero.

 

Necesidad de formación que la UCA retomó.

   A partir de esta iniciativa en 1995 fuimos organizando un proceso formativo, una auténtica semillita de mostaza. Pues esta modalidad fue retomada por la UCA, primero por el Centro monseñor Romero y luego por su Departamento de Teología uniendo esfuerzos y carismas para replicarla en otros lugares con las mismas necesidades y deseos de combinar recursos e inspiración teológica liberadora. Esto animó para que en los dos años siguientes surgiera también un proceso para Mejicanos con Felipe Vallejo y para Santa Tecla con Suyapa Pérez. Toda esta experiencia  fue haciendo crecer el Proyecto Escuelas de Teología Pastoral como una nueva respuesta a la formación teológica en el país, ahora no solo para formación de clero y religiosos sino pensando en el laicado que no puede hacer formación universitaria.

 

Memoria Franciscana de la Escuela:

“Un regalo para el pueblo de Dios”.

Fray Douglas Ponce, al compartir sobre los orígenes de este caminar, recuerda el deseo de organización parroquial que surge en San Bartolo, Ilopango, con la iniciativa de Fray Francisco O’ Conaire, la fraternidad franciscana y del consejo parroquial:  “Nos dimos cuenta que la necesidad de organización dependía de la formación de los laicos. Así se comenzó a organizar semanas de formación, donde invitamos a biblistas como los sacerdotes jesuitas Xavier Alegre, José María Castillo, entre otros. Después de iniciada la organización parroquial descubrimos que era necesario mantener la formación: Bíblica, Teológica, y pastoral. Fue así como con el apoyo de la Universidad Centro Americana José Simeón Cañas (UCA) iniciamos una formación más sistemática y con respaldo institucional.

 

   Después de doce años de nuestra escuela teológica, ha significado para nuestras comunidades cristianas un desarrollo en la fe, ha formado agentes de cambio eclesial, ha suscitado nuevos líderes y lideresas en nuestra parroquia, propiciando el cambio de modelos de Iglesia, el desarrollo humano de nuestras comunidades, y ha promovido la conciencia social y el sentido crítico ante la realidad vivimos.

   La formación en la Escuela Teológica, ha significado nuevos retos para los que acompañamos la Iglesia en San Bartolo, esto implica como hombres de Iglesia formarnos más, cambiar nuestra mentalidad, nuestros modelos eclesiológicos que respondan más a comunidades cristianas más de comunión y participación.

   Como frailes franciscanos nos sentimos agradecidos con    El Señor por esta hermosa iniciativa, que ha abierto brechas dentro de nuestra Iglesia y que aporta nuevos elementos que enriquecen nuestra iglesia en El Salvador y América Latina”.

 

Dos grupos uno el martes y otro el sábado.

   Funciona así para dar mayores oportunidades  a las personas  de asistir  a la formación. Respecto a las personas  que participan  tenemos: en primer año, entre martes y sábado, asisten regularmente unas 60 personas. En segundo y tercero (martes y sábado) asisten unas 76 personas. Profesores para día sábado tenemos a Douglas Cerón y Elmer Guevara. Para el día martes tenemos a Andrés Berdúo, Humberto Pérez y Yhonis.  Estamos animados y animadas porque la deserción ha sido mínima. Le gente se ve con muchas ganas de seguirse formando y los profesores muy entregados a la formación y a la escuela.

 

   El testimonio de Elmer Guevara. Profesor laico. “En primer lugar, es un espacio dichoso para el encuentro, el compartir y la maduración de la fe. Es un espacio donde se conoce y se aprende a amar a la verdadera Iglesia, entendida como el Pueblo de Dios que construye día a día el reino de Dios. Valoramos mucho el esfuerzo de las personas que después de su trabajo dedican un tiempo a su formación y se observa en ellos un deseo fuerte de conocer más los fundamentos de nuestra fe que les lleva a un mejor compromiso en sus comunidades. Hay personas que talvez no participan directamente en un movimiento parroquial, pero que sí están comprometidos/as en construir una mejor sociedad. Estoy seguro que después de un tiempo de formación y de superar algunas crisis aman más a la Iglesia y descubren mejor al verdadero Dios en la vida y en la historia del pueblo salvadoreño; son más capaces de descubrir el mal de este mundo y para anunciar mejor la palabra de Dios.

 

Familia  Vega Aguilar

(Doris, Ana Dora, María Catalina y Miguel).

   “Después de dos años de estar recibiendo la educación teológica, como familia, podemos decir que los conocimientos recibidos nos han ayudado grandemente en el fortalecimiento de nuestra fe, a la relación de fe con Dios que nos ha permitido como familia,  trascender las limitaciones y realizar  obras en nuestro entorno, también a encontrar una comunicación y relación con Jesucristo y vivir en la gracia de Dios, conociendo mejor la realidad y nos ha facilitado hacer el bien a nuestros semejantes. PAZ Y BIEN PARA TODOS Y TODAS”

 

   Idalia del Carmen Ramos ex alumna. “Mi experiencia durante los tres años de aprendizaje y compartir en la Escuela Teológica Pastoral se resume en aprendizaje teológico que me permitió interpretar los textos bíblicos, descubrir en su contenido el mensaje que realmente nos quiere transmitir Dios y no aquél que muchas veces es tergiversado y manejado al antojo de aquellos a quienes les conviene esconder su verdadero significado. Se resume también en aprendizaje humano, porque aquí descubrimos que Dios si es un Dios de amor y justicia que ha optado por aquellos más desposeídos, no es un Dios de ricos y explotadores, está al lado del que sufre, del que es explotado y humillado por no tener lo que merece. Aprendí también, a realizar un análisis crítico de la realidad, a no creer todo lo que nos pintan los medios y al poder como lo bueno y lo mejor, sino a analizar que muchas veces todas las pantallas bonitas que nos presentan no son más que cortinas para tapar lo que realmente está de fondo, un país que con sus leyes, “avances” y proyectos únicamente beneficia a los que están arriba y no les importa como se “sobrevive” y sufre aquí abajo. Estos tres años no fueron más que un despertar a la realidad humana, social y espiritual, un despertar hacia una realidad que a gritos clama por justicia y por igualdad. Con el apoyo de los docentes y orientadores, con las bases de los documentos de la Iglesia Latinoamericana y con el mensaje de Jesús y Monseñor Romero, ejemplos vivos de profetas anunciadores del Reino y denunciadores de la injusticia humana, como ex alumna de esta escuela de fe y humanismo me siento comprometida a trabajar por el Reino, por un Reino de igualdad y dignidad porque sólo en éste descubriremos el verdadero rostro de Dios: el Dios del amor y de la justicia.”

Suyapa Pérez y Rudy Romero

 

 

 

Don Israel: camino de la palabra

 

                  El Sr. Israel Avelar Flores es un incansable predicador de la parroquia Nuestro Señor de Esquipulas, Colón. Nació en una familia evangélica, pasó por una crisis de fe y terminó descubriendo, en el servicio de Dios, un camino de pacificación y entrega.

 

.  “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.” Esta célebre frase de San Agustín, casi al comienzo de sus Confesiones, muestran un camino y un encuentro. El camino se convirtió en volver a lo más profundo de su corazón y ahí encontró un deseo tenaz y continuo. Cuando lo expresó y lo hizo suyo, se le transformó en rostro: Dios mismo. Solo reposarse en Dios quita la sed y regala un agua que salta hasta la vida eterna.

 

   En la búsqueda, don Israel ha hecho un recorrido parecido. Pero tomó un camino que lo llevó a las sombras y a la soledad. Lo que parecía sendero para su vida se volvieron pasos que no llevaban a ninguna parte y parecían terminar siendo devorados por la muerte. San Agustín tuvo las lágrimas de su madre como clamor que pedía la conversión del hijo. Sus lágrimas tuvieron como respuesta la alegría de un hijo en paz. Las lágrimas de la esposa de don Israel se convirtieron en lluvia que volvió al cielo con un fruto: el deseo de un gran amor. Don Israel pasó por el bautismo, el matrimonio y un retiro que se le trocaron en estrellas que lo condujeron hasta el pesebre donde un niño hablaba del Dios con nosotros. Las lágrimas de una esposa se parecen a las de una madre cuando se trata del amor.

   Su sed de Dios encontró esa fuente y ahora se ha vuelto río grande que nutre la evangelización y la catequesis. Don Israel se ha vuelto rostro conocido cuando se forman las personas, se visitan los cantones para predicar y se hace servicio a la Iglesia. No solo quiere ser un testigo fiel del Corazón de Jesús sino también un amigo digno de fe en el acompañamiento  de la construcción del reino de Dios. La sed y el hambre solo se llenan y se sacian con ese Dios de vivos que nos espera en los recodos de los caminos y que también llama para que la abramos para cenar con nosotros. Don Israel se ha vuelto lágrima viva pidiendo la conversión de los que están a su alrededor. Su madre, esa mujer abnegada, y su hermano mayor, quién lo cuestionó en su lecho de muerte, hoy descansan en paz por la predicación de ese gran amor de Dios finalmente comprendido y aceptado. Gracias.