Carta a las Iglesias, AÑO XXII, Nº490, 16-31 de enero de 2002

Acuerdos de paz. Oración en Asís

INDICE

EDITORIAL: ¿Cómo andamos en humanidad?

REALIDAD NACIONAL: Resultados muy limitados

ACUERDOS DE PAZ: Los acuerdos de paz desde las comunidades

ECUMENISMO: Asís, símbolo y realidad

NOTICIAS DEL MUNDO: "Reconstruir la Patria"

NOTICIAS DEL MUNDO: La verdad del mundo en el 2001

NOTICIAS DEL MUNDO: La globalización del enemigo

 

 

 

 

¿Cómo andamos en humanidad?

Recordamos estos días que hace diez años se firmaron unos Acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla. Evaluar si y cómo se han cumplido depende de los criterios que se elijan.

En varios artículos de este número encontrará el lector provechosas reflexiones sobre todo ello. Ahora sólo queremos hacernos cuatro preguntas sobre cómo andamos en el país, y el criterio que elegimos no es tanto el estado de la democracia, la paz, la libertad, etc, cosas todas ellas muy importantes, sino algo que nos parece más fundamental, y de lo que vive –o deja de vivir– lo anterior. Nos preguntamos cómo andamos en "humanidad". Y lo desmenuzamos en cuatro puntos: reconciliación o egoísmo, verdad o encubrimiento, agradecimiento o prepotencia, dolor ante el sufrimiento indiferencia.

1. Que hace diez años, unos y otros, quisieron terminar la guerra –por numerosas razones– es claro. Lo que no ha quedado nada claro es si aquello estuvo guiado esencialmente, no sólo política y pragmáticamente, por el espíritu de reconciliación, por un anhelo de que todo el pueblo viva, o no. En definitiva, el problema es si ya entonces o muy pronto en el proceso, se introdujo el egoísmo y si éste ha sido el motor que, en lo fundamental, ha movido a unos y otros. De hecho más priva hoy el egoísmo que el deseo real –bien verificable y medible por cierto– de reconciliación. ¿Ocurrirá alguna vez que los poderosos de toda índole antepongan al pueblo pobre a su propio interés y escandaloso bienestar?

2. El deseo de verdad no fue un elemento especialmente motivador durante los Acuerdos, aunque algo hubo que aceptar de ella, y se aceptó, así, la comisión Ad Hoc y la Comisión de la Verdad. Pero no cabe duda de que se hacía a regañadientes. Además, la amnistía tal como se llevó a cabo –de mala manera– "salvó" a muchos, pero "condenó" a la verdad. Y esa verdad sigue bien muerta en el país, con las beneméritas excepciones de siempre. Eso no se supera con libertad de expresión, que ha mejorado en grado considerable, sino con voluntad de verdad y con la convicción de que mentir, encubrir, ignorar, producen el clima propicio para que los individuos se embrutezcan por fuera y se oscurezcan por dentro. Y sin voluntad de verdad desaparece el presupuesto social de la confianza y la convivencia.

3. Desde el principio se hizo patente el protagonismo de quienes firmaban los acuerdos, lo cual es hasta cierto punto comprensible. Pero apareció también un afán de protagonismo con su acompañante de prepotencia. El peligro de confundir "firmar" la paz y "hacer" la paz es claro, y en ello se cayó. Lo peor fue que la mayoría de los que "hicieron" la paz han quedado ignorados. Y decimos "lo peor" porque esa ignorancia supone algo que deshumaniza radicalmente: no ser agradecidos. "Ingrato" es una palabra fuerte, y con razón. La ingratitud –aunque a los pragmáticos les tenga sin cuidado– deshumaniza no sólo a personas, sino a todo un país. Es la tergiversación de la decencia humana. En nuestro caso, "ser ingratos", por decirlo sin eufemismos, con tanta gente del pueblo que murió asesinada, y con Monseñor Romero, es algo impúdico. En el XX aniversario de El Mozote no hubo ningún representante oficial de ningún lado. Un país no puede subsistir sobre ello.

4. Finalmente, lo fundamental fue y sigue siendo si nos dejamos afectar por el sufrimiento de los pobres, las mayorías, si reaccionamos con compasión última ante ellas y nos desvivimos por terminar con la injusticia, o si nos desentendemos de ellos, los despreciamos, los dejamos tendidos en el camino. Se podrá decir, con razón, que no es éste lenguaje para hacer política y cambiar estructuras. Pero sin hacer real lo que está detrás de ese lenguaje –afectarse por el sufrimiento ajeno con ultimidad–, no sobrevivirá el país. Ciertamente, no sobrevivirá humanamente. Medios, recursos, instrumentos, los tiene por ejemplo Estados Unidos. Y sin embargo, como es ahora inocultable, no camina hacia la humanización, sino hacia lo contrario: saltó cuando le tocó un poco de sufrimiento propio, pero no parece afectarle el sufrimiento de los demás pueblos, ni siquiera el que él produce.

Análisis hay hoy muchos, y algunos son profundos. Nosotros sólo queremos añadir que, como horizonte, no perdamos de vista la pregunta de "cómo andamos en humanidad".

 

 


 

 

Resultados muy limitados

El 16 de enero comienza la celebración de los diez años de la firma de los Acuerdos de Paz. Es una celebración que durará tres meses para poder traer al Secretario General de Naciones Unidas a San Salvador a declarar el final de la verificación internacional sobre el país y a dar por cumplidos, de manera oficial, dichos acuerdos. Serán tres meses de una intensa propaganda gubernamental que remachará el cumplimiento de todos y cada uno de los compromisos acordados y, si no se le ocurren ideas mejores, repetirá que El Salvador es un país en progreso constante, de desarrollo garantizado y, por lo tanto, el lugar de las grandes oportunidades. El gobierno aprovechará la fecha para intentar encubrir con la propaganda de los acuerdos la realidad cada vez más hostil para la vida de la mayoría de la población.

Esto aprueba la conclusión del conflicto armado y, en este sentido, considera que los acuerdos fueron buenos. Pero no hay acuerdo unánime sobre el impacto que ese hecho ha tenido en sus vidas, a lo largo de estos diez años. Más de la mitad reconoce que el país está mejor ahora que antes, pero porque ya no hay guerra; sin embargo, otro grupo significativo sostiene que éste sigue igual o ha empeorado porque no ha habido cambios, porque hay violencia y crimen, porque la economía ha empeorado, porque hay más desempleo, más pobreza y porque la vida es más cara. Es claro que no se puede atribuir a los Acuerdos de Paz, al menos no de manera directa, la precaria situación social y económica de la mayoría de la población. Hay que recordar que los negociadores decidieron no tratar este espinoso asunto, sino dejarlo al gobierno elegido por el sufragio universal y libre. En cambio, acordaron establecer un foro para tratar estos asuntos, pero éste tuvo corta vida.

No obstante, los Acuerdos de Paz crearon expectativas de cambio muy grandes en la población. Algunos hablaron de refundar el Estado salvadoreño, otros de un El Salvador nuevo. Los más moderados insistieron en que en 1992 se había iniciado una transición que prometía, al menos de manera implícita, bienestar y seguridad. Diez años después, sólo con mucha dificultad se pueden sostener estas afirmaciones. En la práctica, para la mayor parte de la población, la firma de la paz no ha significado una mejoría en su vida, porque el proceso de transición no ha entregado los resultados anunciados. No hay que olvidar que, en su momento, se dijo que la mala situación económica era debida a la guerra y, no faltaba razón; pero diez años después, esa situación no ha mejorado para la mayoría. De todas maneras, la población reconoce que concluir la guerra fue algo bueno en sí mismo.

Bien vistos, los acuerdos son el resultado de una negociación entre dos elites enfrentadas militarmente. A la insurgente le prometieron las reformas políticas que le permitirían participar en la vida pública a cambio de moderar sus exigencias económicas y sociales, mientras que la gubernamental se comprometía a aceptar aquella participación a cambio de seguir adelante con su proyecto económico. No debiera causar extrañeza, entonces, que los Acuerdos de Paz no hayan sido entendidos por la sociedad o que, diez años después, ésta tome distancia de sus bondades inmediatas. De hecho, los aniversarios de la paz nunca han sido conmemorados masivamente. Ni siquiera se ha podido rendir tributo a las decenas de miles de víctimas del conflicto. El final del conflicto debe mucho más a sus víctimas que a sus negociadores y a los políticos que firmaron el acuerdo.

Mientras esas elites privilegian la estabilidad democrática y el crecimiento económico como valores sociales prioritarios, la mayoría de la población pone el énfasis en la justicia social y económica, el respeto de los derechos humanos y la seguridad pública. Esta contradicción se agudiza cuando se constata que para la mayoría, la democracia ha funcionado poco o algo. Uno de los propósitos explícitos de los Acuerdos de Paz era impulsar un proceso de democratización. Es cierto que la gran mayoría considera que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, pero algo más de un tercio sostiene que le es indiferente si el régimen es o no es democrático y que el autoritario es preferible a aquél. Consecuentemente, la mayoría prefiere que los problemas sean resueltos por medio de la participación, aunque un grupo significativo reclama mano dura. Esta desvalorización de la democracia se confirma en la desconfianza generalizada en las instituciones nacionales. Las que generan menos confianza son aquellas que la debieran promover, cuidar y practicar: el gobierno central, la Fiscalía General de la República, la Corte Suprema de Justicia, la Asamblea Legislativa y los partidos políticos.

La población entiende por democracia tres cosas, de alguna manera relacionadas: ejercicio de derechos y libertades políticas, bienestar social y participación en los asuntos públicos. De las tres, sólo una se ha dado con regularidad –y eso de una manera parcial– durante estos diez años. Podría objetarse que esta concepción de la democracia es demasiado pragmática. Pero esta objeción no tiene fundamento en una época en la que se privilegia el pragmatismo y sobre todo porque la democracia no es un valor abstracto, sino que siempre hay que preguntar democracia para qué y para quién. Aun asumiendo que el ejercicio de los derechos y las libertades es universal en El Salvador, no se puede decir lo mismo del bienestar social, ni de la participación en las decisiones relacionadas con los asuntos públicos.

La sociedad salvadoreña se encuentra atravesada por divisiones diversas. La más importante es la diferencia entre el grupo que recibe los mayores ingresos y su opuesto. Es una diferencia que en lugar de acortarse, se agranda. De aquí se derivan diferencias sociales de toda clase, visiones encontradas de la realidad y valoraciones opuestas. Desde hace algún tiempo, las encuestas de opinión pública registran estas diferencias. Por lo tanto, no se trata sólo de reunir a la sociedad salvadoreña en una visión común sobre su pasado y las violaciones de los derechos humanos, ni sobre los criterios políticos, sino que hay que salvar un obstáculo todavía más grande.

No son pocos los que objetarían este análisis aduciendo que se pide a los Acuerdos de Paz algo que éstos no pueden entregar. Esto fuera objetivo si se les exigiera lo que no está en ellos. Pero el Acuerdo de Ginebra, el primero de la serie, establece los cuatro propósitos de la negociación política, los cuales fueron recogidos por el Acuerdo de Paz, firmado en México: poner fin al conflicto armado, impulsar la democratización, garantizar el respeto irrestricto a los derechos humanos y reunificar a la sociedad salvadoreña. Diez años después, la realidad entregada por la transición se ha quedado corta en cuanto a sus propósitos iniciales. Los Acuerdos de Paz han quedado reducidos a poner fin a la guerra civil. Afirmar más es engaño, cuando no, demagogia.

CIDAI

 

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La paz que todos queremos

No queremos una paz producto de un decreto. No queremos una paz producto de unas firmas, o de un irremediable acuerdo. No queremos una paz producto de que ya no aguantamos la guerra. No queremos una paz producto de que ningún bando puede vencer al otro. No queremos una paz producto de que no nos queda otra alternativa.

Queremos una paz producto de la convicción de que hay que crear una nueva nación, a través de una convivencia nacional donde el criterio no sea "mandar", sino servir, no la "imposición" de la autoridad, sino la búsqueda de lo mejor para todos.

Queremos una paz y un país donde el "puesto" que tengo, no sea para aprovecharme yo, sino para provecho de los demás. Una paz donde las armas y los hombres armados no cuenten para ser importante, ni para ser temido. Que todos realicemos que es agradable ser importante, pero más importante es ser agradable y servidor de los demás.

Queremos una paz donde el hombre y la mujer sean respetados, no por lo que tienen, sino por lo que son. Una paz donde el "ser" valga más que el "tener".

Queremos una paz que nos lleve a compartir y vivir la solidaridad, manifestada en el amor y la justicia social. Una paz que mire en todo hombre y en toda mujer un hermano, porque Dios es Padre de todos.

Queremos una paz producto de la conversión y de una nueva mentalidad. Queremos una paz producto de un nuevo estilo de hombre y mujer, de un nuevo estilo de gobernante, de un nuevo estilo de jefe.

Queremos una paz que pueda enterrar las armas para siempre, como el último cadáver que ha dejado la guerra.

Mons. Ricardo Urioste

27 de octubre de 1991

 


 

 

 

Los acuerdos de paz desde las comunidades

Desde Cinquera

La primera persona que habló del diálogo en El Salvador fue, cómo no, Monseñor Romero, pero no para poner fin a la guerra, sino para evitarla: "Creemos que en el diálogo de todos los grupos del país está la solución de nuestra patria" (24 de diciembre de 1979). Un año después fue más preciso e hizo un llamado a la oligarquía para que compartieran el poder y las riquezas "en vez de provocar una guerra civil que nos ahogue en sangre"(13 de enero de 1980). No le hicieron caso, al contrario lo asesinaron.

En propiedad, no es el décimo aniversario de los acuerdos de paz, lo que celebramos es solamente el décimo aniversario del cese del enfrentamiento armado; porque la paz sigue ausente. Al menos aquella paz con justicia que nos predicó Monseñor Romero. De estas y otras cosas hablé con Pablo y Marina Alvarenga en Cinquera. He aquí las respuestas.

-¿Ha cambiado El Salvador con los acuerdos de paz?

- Hay algunos cambios que tenían que haber sido grandes, pero con el amañamiento se han ido reduciendo. Antes de la guerra había un gran control sobre nuestra vidas; hoy podemos reunirnos y decir lo que pensamos, aunque para los oídos sordos de las autoridades. No quieren escuchar.

- ¿Crees que la gente recuerda los años anteriores a la guerra?

- Mirá, el sistema implementa una gran campaña, nos satura de propaganda y hace que nos olvidemos rápido y nos preocupemos de cosas que no tienen importancia. Nos hacen olvidadizos de la noche a la mañana.

- ¿Para ustedes cuál es el cambio principal, si es que lo hay?

- Ya no hay represión. Dejamos de ser nómadas en nuestra propia tierra. Esto tiende a desvanecerse y a no ser apreciado por las nuevas generaciones. Pero también está el otro pero…

- ¿Cómo es eso?

- Antes del año 1978 vivíamos una miseria horrorosa. Después de los acuerdos de paz y hoy con el neoliberalismo nos han acorralado en lo económico. Lo que producimos nosotros cada vez tiene menos valor. No se cambió lo fundamental, la estructura quedó intacta. Y esa estructura hace que todo vuelva a ser como antes: vivimos en la pobreza.

Miguel Cavada Diez

 

Desde Arcatao, Chalatenango

Rufina Romero, 55 años. "Para mí los acuerdos de paz sí nos han dejado algo. Por ejemplo, la expresión de la mujer se ha mejorado. Antes no teníamos la oportunidad de hablar. Después de los acuerdos pudimos tener acceso a los municipios. En los tiempos de guerra Arcatao estaba sin nada, ahora en todos los cantones hay población y producción. Ahora los alcaldes se dan a conocer con las comunidades y no como antes, que eran indiferentes, no nos tomaban en cuenta. Ahora sí nos dan la oportunidad de participar, por lo menos así es en los municipios de Chalatenango".

Julio Duarte, 48 años. "Yo en primer lugar quiero rendir honor y tributo a las personas que dieron su vida por este esfuerzo de paz. Los acuerdos de paz cuestan sangre, resultaron bien caros. Para mí uno de los temas que no se ha querido cumplir es el relacionado con el foro de concertación. El gobierno y la oligarquía no quisieron atender ese acuerdo. Unos acuerdos se han cumplido a medias y otros ni siquiera se han tocado. Es importante que el pueblo haga una evaluación, que veamos dónde estamos ahorita. Y si las cosas no van bien, como parece ser, tomemos otro camino. La gente y las instituciones deben hacer una seria evaluación sobre el camino recorrido, tomando en cuenta que hay responsabilidades compartidas en el cumplimiento o incumplimiento de los acuerdos".

Evelia Sánchez, 19 años. "Los acuerdos fueron buenos porque evitaron que más gente siguiera muriendo. Para el tiempo de la guerra, según me cuentan mis padres, no se podía vivir con tranquilidad. Las autoridades de ese tiempo no entendían de otra cosa que no fuera matar. Yo lo poco que me acuerdo es que andábamos de arriba para abajo. Eso por lo menos ya no existe. Que se terminara esa situación fue bueno para todos los que vivíamos en esta zona".

Efraín Alemán. 20 años. "Para mí fue un gran logro eso de los acuerdos de paz. A nosotros nos benefició porque cuando estaba el conflicto nosotros no podíamos reclamar nuestros derechos. Ahora sí opinamos y reclamamos. Y eso es apreciado por nuestra comunidad que durante mucho tiempo vivió en la intranquilidad sólo por su manera de pensar y por exigir sus derechos".

Francisco Gutiérrez, 49 años. "Para mí está bien que se hayan firmado los acuerdos de paz. Pero estos acuerdos han estado amenazados por la oligarquía y por el sistema neoliberal. Ambos amenazan todos los días los acuerdos de paz cuando le dan más importancia al dólar y no a los problemas de los seres humanos. Por eso es que a los 10 años de haberse firmado los acuerdos tenemos miles de desempleados, más despedidos, más carestía de las cosas básicas. Frente a estos problemas a nosotros, los ciudadanos, sólo nos queda la lucha y la solidaridad. Con ellas sí podremos construir una paz verdadera".

Juan Bruno Monge, 60 años. "Los acuerdos de paz indiscutiblemente fueron buenos. Pero, que se hayan logrado en su totalidad es una mentira. Los cambios que han ocurrido han sido políticos pero no económicos-sociales. Se firmaron los acuerdos de paz, pero ninguna de las partes firmó para acabar con el enemigo número uno de la mayoría de salvadoreños, el enemigo invisible que es el hambre. Hoy día hay más hambre en el país, los vientos de hambre soplan con fuerza por todo el territorio. Todavía es válida aquella consigna de hace algunos años: adelante, adelante, que la lucha es constante. Si nos quedamos aquí los acuerdos de paz terminan y volveremos al pasado. Hay que continuar la lucha porque hay un enemigo común de toda la humanidad, hay un monstruo que barre con todo lo que le estorba. Ese monstruo es el del Norte con su globalización, que levanta grandes muros entre los pobres y ricos Los acuerdos callaron a las metralletas en el país, pero hay un enemigo que nos asedia todos los días: ese enemigo es el hambre que no permite que haya una paz verdadera. Esa es la gran deuda de los acuerdos".

 

Desde Perquín, Morazán

Irma Luna, 39 años. "Nosotros somos comunidades que nos caracterizamos por vivir y poner en práctica los valores de la paz. Somos comunidades que mantenemos la lucha por construir comunidades en paz. Nosotros hemos vivido la guerra y no queremos dejar a nuestros hijos una herencia de guerra, sino la posibilidad de que vivan de otra manera distinta a lo que vivimos nosotros. Hoy no pensamos en dejarles grandes terrenos a nuestros hijos. Hoy pensamos es darles el estudio para que el día de mañana ellos puedan ser alguien en la sociedad y así encuentren trabajo para que compren tierra y se sostengan hasta el tiempo que Dios les de vida. Después de los acuerdos de paz eso es lo que esperamos. Son cosas pequeñas pero para nosotros importantes, si logramos eso algo bueno habrá quedado de los acuerdos.

Ramón Quintanilla, 45 años. "Aquí vinieron a celebrar los 10 años de los acuerdos los señores del gobierno. Aquí estuvieron los tres mosqueteros: Cristiani, Calderón Sol y Flores. Ellos creen que son los principales protagonistas de la paz. Pero en esa celebración en realidad no estuvieron quienes deberían estar, es decir, el pueblo que sufrió represión, que perdió a sus seres queridos, que aguantó con los sacrificios de la guerra. Ese pueblo apenas se dio cuenta de que aquí andaban unos señorones bien vestidos diciendo que en el país ya todo está bien, que ya todos disfrutamos de la paz. Pero yo me pregunto, ¿cuál paz? ¿Cómo puede haber paz para las personas que fueron despedidas al principio del año? ¿Cómo puede haber paz para la familia que vive en medio de tanta violencia, de tanta inseguridad? ¿Cómo puede haber paz si no hay empleo?¿Cómo puede haber paz si los jóvenes prefieren irse del país en lugar de estar aguantando hambre en estos departamentos de mucha pobreza? Algunos quieren que olvidemos los acuerdos, que no tengamos memoria histórica. Eso quieren para que la gente no sepa qué cosas son las que se firmaron en aquella fecha. En aquél momento de los acuerdos no sólo se pidió el fin de la guerra, sino también la necesidad de vivir en una sociedad verdaderamente democrática. De eso ya nadie quiere hablar. Pero yo hoy quiero recordarlo, para que no lo olvidemos y para que nos demos cuenta de todo lo que hace falta. No creamos que ya todo está terminado, no creamos que ya todo está cumplido. Hay cosas que ni se han cumplido siquiera un poquito. Por eso para nosotros, los que vivimos aquí en Morazán, la paz sigue siendo un reto. Aquí en Morazán seguimos poniendo signos de esperanza, vamos dando pasos a nuevos momentos para construir un nuevo Morazán, donde nuestros hijos y nuestras hijas vivan diferentes a nosotros. Es signo de esperanza el trabajo de las comunidades eclesiales de base, el trabajo de promoción que se realiza con las mujeres y los jóvenes, los talleres de manualidades, la Congregación de madres que fortalece la fe, el trabajo de exhumación de nuestros hijos para darles cristiana sepultura, pero sin olvidarlos. En fin, todo eso, hace que sigamos teniendo esperanza. Seguimos pensando que lo primero es servir. A pesar de las dificultades que vivimos como pobres siempre estamos dispuestos a poner un granito de arena. Todo esto lo hacemos con la ayuda de Dios, del padre Rogelio, de Carmen Elena y de los miebros de nuestras comunidades".

Carlos Ayala

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Encuesta de la UCA

Ocho de cada diez ciudadanos opinan que los Acuerdos de paz fueron buenos para el país. Sin embargo, cuando se pide que comparen la situación actual con la de hace diez años, las opiniones se dividen. El 53.9 % piensa que el país está mejor. El 30.9% considera que el país está peor. Y un 14.6 % piensa que está igual que antes. Las opiniones más favorables se encuentran con mayor frecuencia entre los sectores urbanos de clase media y entre las personas con mejores condiciones de educación.

Las razones de quienes afirman mejoría son esencialmente el fin de la guerra (45%), mejoría de la situación económica (10.4%), más libertades (9.1%), más tranquilidad (9%), un sistema político democrático (5.6%). Las personas que sostienen que el país está igual ofrecieron tres grandes tipos de respuestas. La primera es que simplemente nada ha cambiado (41.3%); la segunda es igual o más violencia, (34.5%); y la tercera es que la situación económica se ha mantenido igual (16%). El grupo que piensa que el país está peor argumenta que en la actualidad hay más violencia y delincuencia (51.8%), que la economía nacional ha empeorado (10.1%), que en la actualidad hay más desempleo que hace diez años (8.5%), que hay más pobreza hoy que antes (7.7%) y que ahora está todo más caro que antes (7.5%). A excepción de la primera, todas estas respuestas remiten a problemas económicos.

La encuesta preguntó también sobre el funcionamiento de la democracia en el país luego de diez años de la firma de los Acuerdos de paz. El 44% sostuvo que la democracia ha funcionado poco o nada, el 38.3% cree que ha funcionado "algo" y el 16.2% sostuvo que la democracia ha funcionado mucho.

 

  


 

 

Asís, símbolo y realidad

Asís, 24 de enero

El jueves 24 de enero Asís fue el escenario del encuentro de líderes religiosos más representativo de la historia. Más de doscientos representantes de los credos del planeta se unieron para declarar: "¡Nunca más la violencia! ¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más el terrorismo! En nombre de Dios, que toda la religión traiga justicia y paz, perdón y vida, ¡Amor!".

Ha sido también el encuentro ecuménico más extenso de todos los tiempos, pues nunca hasta ahora habían participado en este tipo de iniciativas líderes cristianos de todas las confesiones. En esta ocasión estaba presente el patriarcado de Moscú (el de mayor número de fieles en la Ortodoxia), que en el pasado había rechazado este tipo de invitaciones del Papa.

La Jornada concluyó uniendo a sijs, confucionistas, budistas, hindúes, judíos, musulmanes, animistas, cristianos de todas las confesiones y creyentes en otros credos en un "Compromiso común por la paz". Los diferentes pasajes de la declaración, si bien eran comunes, fueron leídos por un líder religioso diferente, en diez idiomas.

El patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, comenzó la declaración recordando la "regla de oro" presente en todas las religiones: "No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti mismo".

El reverendo Konrad Raiser, del Consejo Ecuménico de las Iglesias, leyó el compromiso común de los creyentes a proclamar "nuestra firme convicción: la violencia y el terrorismo son incompatibles con el auténtico espíritu de la religión". Así mismo garantizó el empeño por eliminar "las causas del terrorismo".

El representante sij, Bhai Sahibji Singh, confirmó el compromiso por "educar a la gente en el respeto y la estima mutuos".

El vicario del patriarca ortodoxo de Moscú, el metropolita Pitrim, leyó el propósito de "alentar la cultura del diálogo".

El metropolita Jovan, del patriarcado ortodoxo serbio, confirmó el "derecho de todos a vivir una vida decente de acuerdo con su propia identidad cultural".

El jeque Abdel Salam Abushukhadaem, representante musulmán, comprometió a los presentes en árabe a respetar las diferencias "para promover un mayor entendimiento recíproco".

El obispo Vasilios, de la Iglesia ortodoxa de Chipre, se hizo portavoz en griego del compromiso de "perdonarse mutuamente por los errores y prejuicios pasados y presentes".

Chang-Gyou Choi, representante del confucionismo, en coreano, comprometió a la asamblea "a ponerse del lado de los pobres y de los que necesitan ayuda", pues "nadie puede vivir feliz solo".

El musulmán Hojjatoleslam Ghomi propuso responder "al grito de los que rechazan resignarse a la violencia y al mal", promoviendo "la justicia y la paz".

El reverendo Nichiko Niwano, budista, alentó en japonés la "solidaridad y el entendimiento entre pueblos", pues de lo contrario "el progreso tecnológico expone al mundo a un mayor riesgo de destrucción y muerte".

El rabino francés Samuel-René Sirat en hebreo urgió a los líderes de las naciones a crear "un mundo de solidaridad y paz basadas en la justicia".

El doctor Mesach Krisetya, de la Conferencia Menonita Mundial, afirmó en inglés que "seguridad, libertad y paz no pueden garantizarse nunca por la fuerza, sino por la mutua confianza".

El clamor que Juan Pablo II elevó en nombre de Dios –"¡Nunca más la violencia! ¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más el terrorismo!"– concluyó la declaración.

El Papa había hablado antes con voz fuerte y decidida, ante 250 líderes de prácticamente todas las religiones, al comenzar la Jornada que convocó en respuesta a la situación mundial que se creó tras los atentados terroristas del 11 de septiembre. "Las tinieblas no se disipan con las armas; las tinieblas se alejan encendiendo las luces de la fe", pues "el odio se vence sólo con el amor". En su discurso pronunció 28 veces la palabra "paz".

Además de los líderes religiosos, le escucharon varios miles de peregrinos de las diferentes religiones, muchos de ellos jóvenes, que, siguieron el evento desde varias iglesias de Asís, en las que se habían colocado pantallas gigantes que transmitían en directo el encuentro.

"La humanidad necesita la paz, ahora más que nunca, tras los trágicos eventos que la han sacudido y el persistir de conflictos lacerantes que tienen en vilo al mundo. Pero la paz se apoya en dos pilares, la justicia y la disponibilidad al perdón", dijo el Papa.

Esta cita de Asís, añadió, "es una respuesta a los inquietantes interrogantes que nos preocupan. Por sí sola ya sirve para disipar las tinieblas de la sospecha y la incomprensión". Y exigió que "las personas y las comunidades religiosas manifiesten su más neto y radical repudio de la violencia, de toda violencia, a partir de la que pretende disfrazarse de religiosidad, inspirándose en el nombre sacrosanto de Dios para ofender al hombre".

Por último hizo una profunda invitación a la oración. "Si la paz es un don de Dios y en Él está su manantial, ¿dónde puede buscarse y construirse si no es con una relación íntima con Él? Edificar la paz en el orden, en la justicia y en la libertad, por tanto, requiere el compromiso prioritario de la oración, que es apertura, escucha, diálogo, y en definitiva, unión con Dios, fuente originaria de la auténtica paz".

 

Nueva York, 11 de septiembre

La religión ha generado fanatismo y en nombre de Dios se han cometido atrocidades. Ese potencial violento volvió a aparecer el 11 de septiembre. "Dios ha enviado estos aviones a destruir las torres". "Este terrorismo es bendito". Estas son palabras que aterran al ser humano, pues hablan de dar muerte cruel a otros seres humanos, y que aterran al creyente por hacer a Dios responsable último de esas muertes. Y ponen a Dios y a la religión en relación directa. Saramago lo dijo con suma acidez.

Las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana... Por causa de Dios y en nombre de Dios es porque se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo más horrendo y cruel.

No estamos de acuerdo con la rotundidad de estas palabras, pero tampoco se les puede negar verdad histórica. Concentrándonos en el cristianismo, la historia da que en los inicios sufrió violencia en su contra y su religión le llevó a no contestar con violencia. Pero con el giro constantiniano cambió la situación. El cristianismo que, a pesar de su inevitable institucionalización, había mantenido de varias formas los valores de Jesús cambió su autocomprensión al convertirse en religión de estado. "Por una inversión extraordinaria, pero casi fatal, de la situación, el cristianismo se oficializa en la medida en que la persecución que antes se dirigía contra él se dirige ahora contra el paganismo, borrándolo de la escena", escribe Juan Luis Segundo. Y Rafael Aguirre dice: "una Iglesia que fue marginada y perseguida, muy pronto, cuando se convirtió en garante de la ideología dominante, marginó y persiguió". Nada de ingenuidad, pues.

Y eso que muestra la historia puede ser una peligro inherente a la esencia de las religiones. Concentrándonos en la tres religiones abrahámicas, las que proceden de Abraham, podemos preguntarnos en qué sentido pueden ser fuentes de fanatismo. Las tres son religiones monoteístas con un único Dios: Jahvé, el Padre de Jesús, Alá. Son religiones de libro: Antiguo Testamento, Nuevo Testamento, Corán, con una única verdad. Y son religiones de elección, con un pueblo elegido.

Estas tres características pueden generar graves problemas. El monoteismo puede provocar exclusivismo e intolerancia, por una parte, y proselitismo, que llega a privar de libertad, por otra. Ser religión de libro, algo fijado e intocable, puede justificar el fundamentalismo ante la verdad, aunque, como en el cristianismo, el libro pueda someterse a la legítima ilustración de la razón. La elección puede generar conciencia de superioridad, de tener derechos sobre los demás hasta llegar a someterlos, aunque, tanto en el judaísmo y cristianismo, ciertamente, existen autocorrectivos para superar el peligro, al denunciar una comprensión mecánica de la salvación por ser pueblo elegido.

Visto desde esta perspectiva lo importante que ocurrió en Asís fue la condena al fanatismo y violencia que pueden generar las religiones, lo cual es importantísimo. Pero es también, implícitamente, un pedir perdón por el mal que se ha hecho en nombre de Dios y un propósito de hacer el bien, de expresar la fe y la religión en la tarea de erradicar la violencia y construir un mundo humano. De hecho, en las palabras pronuncias en Asís se recalcó no sólo combatir la violencia, sino combatir las causas del terrorismo y la injusticia, promover la justicia y el perdón.

Afganistán, 7 de octubre

Sin poner por obra lo que acabamos de afirmar Asís sería un gesto solemne, pero vacío. Y para llenarlo de realidad en el mundo real en que vivimos, al símbolo del 11 de septiembre hay que añadir con igual fuerza y convicción el del 7 de octubre: el día en que comenzaron los bombardeos contra Afganistán. Esto quiere decir que bien harían los líderes religiosos en reunirse también con ocasión de los innumerables "7 de octubre" en Afganistán, Irak, Grenada, Sudán, Panamá, con ocasión de las innumerables cumbres del Banco Mundial, Fondo Monetario, Organización mundial del comercio, en que se decide la injusticia, la muerte lenta de la pobreza para millones de seres humanos. También el 7 de octubre es un símbolo actual de nuestro mundo.

En lo que quisiera insistir es en que las religiones –con sus peligros analizados– tienen también un gran potencial para que no quede encubierto y tergiversado el 7 de octubre de un pueblo pobre, y no sólo el 11 de septiembre de una superpotencia. Hagamos sólo dos breves observaciones desde el cristianismo.

En primer lugar, la religión bien puede ser una reserva de verdad de la realidad. En los medios se hablaba de cinco mil a seis mil víctimas de las torres, aunque según la Cruz Roja de Estados Unidos el número fue de 2,553, y según la Associated Press de 2,625, es decir, la mitad de las cifras estimadas en los medios. Del otro lado, a mediados de diciembre el número de víctimas civiles en Afganistán ascendía ya a 4.000.

Y junto a esto la verdad más radical. A Afganistán se le niega realidad propia. Existe en cuanto interesa a una superpotencia. Pero Afganistán es antes que nada un país de 22.5 millones de habitantes, con 3.695.000 de refugiados más 1 millón de desplazados en su interior, con un producto interno bruto per cápita de $178 en 1999, una expectativa de vida –para el período del 2000 al 2005- de 43 años, con el 70% de la población sufriendo de malnutrición.

La segunda es que puede ser una reserva de la verdad de Dios. Negativamente, porque puede desenmascarar, como lo hacían los profetas de Israel, a ídolos seculares, las grandes potencias que deciden de la vida y la muerte de millones de seres humanos. Y positivamente, porque pueden apuntar a un Dios de los seres humanos, de los pobres y débiles. Esa es al menos la tesis fundamental de la religión cristiana.

Conocer a Jahvé es hacer justicia al oprimido, dice Jeremías (Jer 22, 15s). Responder al amor de Dios es amar al prójimo, sin que se pueda amar a Dios, a quien no se ve, sin amar al hermano a quien se ve, como dice la teología de Juan (1Jn 4, 7-21). Encontrar a Dios es encontrar al pobre y servir a Dios es servir al pobre, como dice Jesús al final de su vida según el evangelio de Mateo (Mt 25). Esta correlación entre Dios y vida es central. Ireneo lo formuló en el siglo II: "la gloria de Dios es el hombre que vive". Y entre nosotros, Monseñor Romero lo parafraseó de acuerdo a la ternura de Dios hacia el débil, característica suya esencial: "la gloria de Dios es que el pobre viva".

Esta es la tesis central sobre Dios, vista desde el mismo Dios, y hagan lo que hagan con él los seres humanos. Pero, como siempre, se esclarece mejor desde el peligro de su contrario: de cómo lo ven los seres humanos –lo que aparece de diversas formas en la Escritura. Dios rechaza "lo divino" si se ha violado "lo humano". Dice en los profetas: "Sus manos están manchadas de sangre. Me tapo los ojos para no verles cuando traen sacrificios. Den sus derechos al oprimido, hagan justicia al huérfano" (Is 1, 15-17). Dice Jesús: "Si estando en el altar, recuerdas que has ofendido a tu hermano, deja la ofrenda sobre el altar y vete a reconciliarte con él" (Mt 5, 23s).

Este Dios no genera fanatismo, pero sí genera pasión hacia el bien, hacia el ser humano. Pero hay otros pasajes que detallan un poco más la condena del fanatismo, con ocasión de algunas actitudes de sus seguidores. Querían impedir los discípulos de Jesús que otros expulsaran demonios porque no estaban con ellos –como si el bien sólo se puede hacer en un solo cauce religioso. Jesús les corrigió: "el que no está contra nosotros, está por nosotros" (Mc 9, 40). En otras palabras, lo fundamental es hacer el bien, expulsar demonios, realidad, por cierto, que pertenece a la ortopraxis, no a la ortodoxia, sea cual fuere el grupo al que se pertenece. Y Lucas cuenta otro episodio con cierto sabor de "fanatismo terrorista". A su paso por Samaría, los samaritanos no dieron posada a Jesús y sus discípulos. Estos querían pedir que bajara fuego del cielo y consumiese la ciudad, "pero, volviéndose, Jesús les reprendió" (Lc 9, 55). Dios no es celoso de los seres humanos. A ninguno de ellos se le puede hace daño alguno ni siquiera para volver por el honor de Dios.

El fanatismo religioso sólo es posible pervirtiendo la realidad de Dios –y ocurre: "El creador que entra en conflicto con la criatura es un dios falso y los dioses falsos hacen inhumanos incluso a los piadosos", dice E. Kässemann. Pero, desde la más hondo de Dios, es una contradicción con su realidad: "la voluntad de Dios no es ningún misterio, por lo menos en lo que al hermano atañe y al amor se refiere".

* * *

Asís ha sido un gran símbolo. Pero como todo símbolo es también una tarea: ciertamente el mundo cambiará si todas las religiones allí presentes combaten el terrorismo y los falsos dioses, la barbarie y los ídolos. Y sobre todo, si se ponen al servicio del Dios de la vida, de pobres y débiles, y se enfrentan a los ídolos de muerte que campean en nuestro mundo.

 

  


 

 

"Reconstruir la Patria"

Obispos argentinos

1. El pueblo cristiano está inmerso en este tiempo en las alegrías de la Navidad. El Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo es garantía de que la vida humana en sociedad, basada en el respeto a la Ley de Dios, es posible. Por ello, la incertidumbre provocada por los acontecimientos políticos, económicos y sociales que se han sucedido vertiginosamente en estos días, no nos desespera. Y deja paso a la confianza de que vale la pena trabajar por salvar a la Argentina y construir en ella una Patria de hermanos. Una vez más, nos acercamos a todos los argentinos para fortalecernos mutuamente en este propósito y llevarlo a término.

2. Que la Patria está gravemente enferma por una larga afección moral, reflejada en los diversos órdenes -económico, político, cultural-, es innegable. Pero es cierto también que el momento de gran humillación de un pueblo, puede convertirse en el comienzo de su resurgimiento. Para ello basta que reconozcamos la situación con honestidad, aunemos las fuerzas y no perdamos el tiempo en echarnos las culpas por lo acaecido, sin obviar por esto el papel de la justicia. Y, especialmente, que todos los ciudadanos y los diversos sectores sociales nos pongamos a trabajar con empeño por la reconstrucción espiritual y material de la Patria, aportando la cuota de sacrificio que nos corresponde. Los dirigentes que no se sintiesen capaces de hacer los renunciamientos

y esfuerzos necesarios para levantar al País deberían dar un paso al costado.

3. Los argentinos nos equivocaríamos si considerásemos este momento crítico como uno más, y no pusiésemos los remedios morales e institucionales necesarios. Sería lamentable, pues perderíamos una ocasión providencial para crecer como Nación. La crisis terminal que vivimos indica una claudicación grave en la moral social; es decir, en la responsabilidad de la conducta con respecto a la sociedad y a sus diversos componentes.

Sobre esto han de examinarse con sinceridad no sólo las personas sino también las instituciones, privadas y públicas. Sugerimos que todas abran un espacio de deliberación, dispuestas a reconocer graves errores y a adoptar cambios profundos de mentalidad y de comportamientos. Ningún sector e institución puede decir que no es responsable de la situación que sufre la Patria. Este examen han de hacerlo muy especialmente los partidos políticos y los sindicatos, pero también las cámaras empresariales y las entidades financieras. Y, a no dudar, lo han de hacer los tres poderes del Estado y las entidades que dependen de él.

4. La superación de la crisis que sufre el País exige el cultivo de los valores morales. En especial: la austeridad, el sentido de la equidad y de la justicia, la cultura del trabajo, el respeto de la ley y de la palabra dada. Y, en orden a ello, es preciso: elevar la calidad de la educación basándola en los inclaudicables valores puestos por Dios en el

corazón del hombre; transformar la orientación de fondo de los medios de comunicación pues muchos de sus programas degradan al pueblo; modernizar el aparato productivo de modo que multiplique las fuentes de trabajo real; promover la reforma del Estado y de la política; afianzar la justicia, erradicando todo tipo de corrupción, privilegios y prebendas, y evitando el despilfarro de los fondos y bienes públicos.

5. También los pastores hemos de examinarnos. En un país que se profesa mayoritariamente cristiano no es fácil explicar la presente crisis sin una grave falla en la coherencia entre la fe y la vida, y en la catequesis y predicación de la moral social.

6. Este examen es premisa indispensable para que se entable un diálogo fecundo entre todos los ciudadanos y sectores de la sociedad argentina, que nos lleve a acuerdos fundamentales, conforme a los cuales conducirnos en el futuro. Para cultivar este diálogo es preciso buscar sinceramente el bien común, formular con honestidad la propia proposición y escuchar atentamente la del prójimo.

Repetimos el ofrecimiento que ya hemos formulado: en circunstancias excepcionales como ésta, la Iglesia, dentro de su propia misión, respetando plenamente las instituciones de la República, y buscando sólo la paz y el progreso integral del pueblo argentino, está dispuesta a alentar iniciativas de diálogo entre los diversos sectores sociales y políticos.

7. La vida en sociedad se basa en un diálogo permanente, y excluye toda

forma de violencia física o moral. Por ello deploramos los hechos violentos acaecidos en los días pasados, en especial las muertes y los saqueos. Recordamos que la violencia no es humana ni cristiana, ni es camino para la solución de nuestros problemas.

8. Jesús el Señor, que se hizo hombre y hermano nuestro en María Virgen, y amó entrañablemente a su gente y a su tierra, nos auxilie con su fuerza y sabiduría en la reconstrucción de nuestra Patria.

Comisión Permanente de la Conferencia

Buenos Aires, 7 y 8 de enero de 2002

 

 


 

 

La verdad del mundo en el 2001

Frei Betto

Los participantes del Foro Social Mundial de Porto Alegre, que estarán reunidos del 31 de enero al 5 de febrero, afirman que "otro mundo es posible". ¿Por qué otro, si ya tenemos este –capitalista, neoliberal y globocolonizador?–. Este es el mejor de los mundos. Excepto para los dos tercios de la población mundial que viven bajo la línea de pobreza, según el Banco Mundial.

Habitan nuestro planeta, hoy, 6.100 millones de personas. Sólo 2.100 millones disfrutan de condiciones dignas de vida. Los otros 4 mil millones padecen: 2.800 millones viven bajo la línea de pobreza, lo que significa que no disponen de una renta mensual equivalente a más de 60 dólares. Y 1.200 millones viven bajo la línea de miseria, porque poseen una renta mensual inferior al equivalente a los 30 dólares.

La economía mundial está en desaceleración. No va a crecer más del 2.4 por ciento este año, afirma el FMI. En ese mar de pobreza es ilusión esperar una tabla de salvación neoliberal que venga de las islas de opulencia. Los muros de los campos de concentración de la renta son demasiado altos para permitir la entrada de la multitud de excluidos. Pero son demasiado frágiles para impedir el riesgo de una implosión. Hay que buscar una alternativa al actual modelo económico, antes que la desesperación fomente todavía más el terrorismo. Y esa alternativa pasa, necesariamente, por el cambio de valores, y no sólo de mecanismos económicos.

Es muy curioso constatar cómo la economía –que se pretende científica y laica– utiliza categorías religiosas, como la "mano invisible" de Adam Smith. Es el caso del mercado, que parece tener sentimientos humanos, segundo los comentarios de quien considera que, delante de tal hecho, él "reaccionó bien" o "se retrajo". A él se puede aplicar, en la óptica neoliberal, el axioma dogmático: fuera del mercado no hay salvación.

Tal vez se deba a ese fetiche religioso el hecho de que la mayoría de los shopping-center posean líneas arquitectónicas de catedrales estilizadas. Y no se puede entrar ahí sino con ropa de misa de domingo, recorriendo los amplios claustros al son gregoriano pos-moderno, para contemplar capillas que exhiben venerables objetos de consumo, acolitados por bellísimas sacerdotisas. Se siente en el cielo quien puede comprar al contado; en el purgatorio, quien paga a plazos o con cheque especial; en el infierno, quien se sabe excluido del mercado.

Si el mundo ronda en torno a la economía y la economía gira en torno al mercado, eso significa que éste, revestido de carácter idólatra, se sostiene encima de los derechos de las personas y los recursos de la Tierra. Se presenta como un bien absoluto. Decide la vida y la muerte de la humanidad. Así, los fines –vida y felicidad humanas– quedan subordinados a la acumulación privada de las riquezas. No importa que la riqueza de unos pocos signifique la pobreza de muchos. El paradigma del mercado son las cifras de cuentas bancarias y no la dignidad de las personas.

Hay, pues, una inversión de valores. Los productos pasan a ser sujetos y las personas objetos. Es el producto que imprime valor a quien lo posee. Por tanto, los desposeídos carecen de valor y, descartados del juego económico, son atraídos a reverenciar la abundancia de los privilegiados.

La ostentación de los millonarios funciona como un icono en el que se proyectan aquellos que, excluidos del festín, al menos saborean virtualmente las migajas psicológicas caídas de la mesa de los acomodados. Quien sabe, un día, yo podría ser uno de ellos. Sueño que fácilmente se transforme en revuelta.

El principio supremo de la ciudadanía mundial es el derecho de todos a la vida y, como enfatiza Jesús, "vida en plenitud" (Juan 10, 10). ¿Cómo hacer eso viable? Cualquier alternativa deberá huir de los extremos que castigaron a una porción significativa de la humanidad del siglo XX: el libre mercado y la planificación centralizada. Ni uno ni otro subordina la economía a los derechos del ciudadano. El mercado estrecha oportunidades, concentrando la riqueza en manos de pocos. La planificación centralizada, aunque ejercida en nombre del pueblo, de hecho lo excluye de las decisiones. El mercado agrava el estado de injusticia. La planificación centralizada restringe el ejercicio de la libertad.

Para conciliar mercado y planificación, urge que la lógica económica abandone el paradigma de la acumulación privada para recuperar el del bien común, de modo que la ciudadanía se sobreponga al consumo y los derechos sociales de la mayoría a los privilegios ostentosos de la minoría.

La reciente coyuntura de Argentina demostró que la paciencia del pueblo tiene límites. Ni el decreto de estado de sitio logró contener la revuelta popular. No basta que el FMI insista en la pretensión de saber lo que es mejor para América Latina. Los índices sociales comprueban que su recetario está lejos de ser el mejor para la mayoría de la población. Hoy, hay 221 millones de excluidos en nuestro continente.

El Foro Social Mundial es una luz que se enciende al final del túnel, rescatando la esperanza de tantos militantes de la utopía, que se avergüenzan de convivir con 4 mil millones de seres humanos víctimas de un sistema que imprime al pan valor de cambio, como mercadería, y no valor de uso, como bien indispensable para nuestra sobrevivencia biológica.

 

  


 

 

La globalización del enemigo

Leonardo Boff

Como reacción a los atentados del martes triste del 11 de septiembre del 2001 en Estados Unidos, el Presidente George W. Bush hizo una serie de pronunciamientos que implican alto riesgo para el futuro de las relaciones entre las naciones: el terrorismo será enfrentado en cualquier parte del mundo; serán atacados también aquellos países que dan refugio a las redes del terror. Quien no acepta esta lucha está contra Estados Unidos y a favor del terrorismo.

Aquí hay una manifiesta globalización del enemigo y una globalización de la guerra con características singulares, combinando la brutalidad de la guerra tecnológica moderna, mostrada en la intervención norteamericana en Afganistán, con la guerra sucia de inteligencia que implica actos de terror y el asesinato planificado de líderes considerados como terroristas.

Esta estrategia nos proyecta a escenarios sombríos y altamente peligrosos para la convivencia de la humanidad en el proceso inexorable de la globalización, fase nueva de la historia de la Tierra (Gaia) y de la especie homo sapiens e demens.

El primer efecto ocurrió en Estados Unidos: la creación del Consejo de Defensa Interna, dotado de una Fuerza de Tarea de Rastreamiento de Terroristas, fondos específicos y de su correspondiente ideología justificadora. Nosotros conocemos lo que significa el Estado de Seguridad Nacional cuyo mayor ideólogo Carl von Clausewitz (1780-1831) confirió normalidad a la guerra como "continuación de la política por otros medios".

En nombre de la desigualdad se invierte el sentido básico del derecho: todos son supuestamente terroristas hasta probar lo contrario. Como consecuencia de ello, surgen inexorablemente servicios de control y represión, espionajes, pinchazos telefónicos, prisiones para interrogatorios, violencias por parte de los cuerpos de seguridad y torturas.

Se crea el imperio de la sospecha y del miedo y la quiebra de la confianza societaria, base de cualquier pacto social. Hay el riesgo del terror de Estado.

Dos temores bien fundados acompañan a semejante universalización del enemigo: la delimitación de lo que sea terrorismo y la identificación de los nichos que alimentan el terrorismo.

Violencia total

La formulación del bien-mal, amigo-enemigo del Presidente Bush, nos remite a uno de los grandes teóricos modernos de la filosofía política de trasfondo nazi-fascista, Carl Schmitt (1888-1985). En su "El concepto del político" (1932, Voces 1992) dice: "la esencia de la existencia política de un pueblo es su capacidad de definir al amigo y al enemigo" (p. 76).

¿Quién es enemigo? "Es aquel exitencialmente otro y extranjero, de modo que, en caso extremo, hay la posibilidad de conflictos con él... Si la alteridad del extranjero representa la negación de la propia forma de existencia del pueblo, debe ser repelido y combatido para la preservación de la propia forma de vida. Al nivel de la realidad psicológica, el enemigo fácilmente viene a ser tratado como malo e indecente" (p. 52)

Bush interpretó la barbarie del 11 de septiembre, de guerra contra la humanidad, contra el bien y el mal, contra la democracia y la economía globalizada de mercado que tantos beneficios (en la presuposición de él) trajeron a la humanidad.

Quien esté contra tal lectura, es enemigo, el otro y el extranjero que cabe combatir y elimar. Tal estrategia puede llevar a la violencia al interior de Estados Unidos y a todos los cuadrantes del mundo. Es la violencia total del sistema contra todos sus críticos y opositores. La lógica que preside a los atentados terroristas es asumida totalmente por las estrategias del Estado norteamericano, apenas con señales invertidas. Terror es enfrentado con terror, generándose la espiral de la violencia sin fin. En esa solución no hay ninguna sabiduría, es apenas expresión de venganza y represalia de ojo por ojo, diente por diente. Sólo los políticos mediocres, sin la estatura de estadistas, pueden adoptar semejantes estrategias.

¿Y luego?

El segundo problema presentado es la identificación de los nichos que fomentan enemigos. En la actual estrategia son países considerados parias o bandidos e identificados por sus nombres, Libia, Sudán, Irak y otros.

Dentro de poco se percibirá que más importantes que estas naciones son ideologías libertarias y religiones de resistencia y liberación como se han mostrado en la oposición al régimen soviético y en las regiones del Tercer Mundo, dominadas por gobiernos represores. Ellas crean verdaderas místicas de compromiso y hacen surgir militantes altamente comprometidos con la superación del presente orden social mundial, debido a las altas tasas de inequidad social que producen.

Entre ellas se cuentan las históricas izquierdas anticapitalistas, los movimientos transnacionales contra el tipo hegemónico de globalización económico-finaciera y los sectores religiosos vinculados a las transformaciones sociales, como el cristianismo de liberación nacido en América Latina y activo en Africa, en Asia y en sectores importantes de la sociedad civil norteamericana y europea. A estos se suman también grupos fuertes del islamismo popular, de cuño fundamentalista, y sectores teológicos islámicos que rescatan los orígenes libertarios de la gesta de Mahoma y el sentido original del Corán, francamente ligado a los estratos pobres de la población, sea del desierto, sea de las ciudades. Todos ellos serán considerados enemigos eventuales pues serán vistos como fuerzas auxiliadas del terrorismo.

Conocemos las consecuencias de tales identificaciones: la vigilancia, la tentativa de descalificación pública, los secuestros, las torturas, los asesinatos. ¿Será que Estados Unidos no acogerán una lógica que los condenaría a repetir con más furor lo que ocurrió en América Latina en los años 60 bajo los regímenes de Seguridad Nacional (bien entendido, seguridad del capital)?

Tales espectros no son fantasías siniestras. Las medidas ya tomadas de creación de tribunales especiales contra terroristas, en cualquier parte del mundo, el secreto de los juicios, la incomunicación con sus abogados y los juicios sumarios apuntan hacia formas de excepción, peligrosas para una conciencia de ciudadanía y de observancia de los derechos fundamentales de la persona humana. Los nidos de serpientes fueron criados. Y ellas crecen, se multiplican y pueden morder letalmente, ahora a nivel global.