UCA

Universidad Centroamericana José Simeón Cañas



Carta a las Iglesias

© 1997 UCA Editores


Carta a las Iglesias, AÑOXVII, Nº386, 16­30 de septiembre, 1997

Lo humano y lo divino de los procesos de canonización

Hoy en día volvemos a hablar de santos y santas. Y, al menos aquí en El salvador, no hablamos de ellos sólo como misteriosos seres del pasado, de quienes leíamos sus vidas, con frecuencia un poco rancias, o a quienes rezamos pidiendo milagros. Afortunadamente vamos teniendo otra idea de los santos, y eso es así porque los hemos visto y oído.

A la semana del asesinato de Monseñor Romero, don Pedro Casaldáliga escribió su inmortal poema SAN ROMERO DE AMERICA con toda naturalidad. Y añadía que sería pecado querer canonizarlo, pues el pueblo ya lo ha declarado santo. En estos últimos días muchos hablan también de la santidad de la Madre Teresa. Y si a esto se añade la veneración en muchos lugares de los mártires latinoamericanos, se puede decir que las canonizaciones populares están de moda en el mejor sentido de la palabra.

Pero además, están las canonizaciones oficiales, el proceso de beatificación Monseñor Romero, por ejemplo, y sobre esto queremos hacer algunas reflexiones, pues estos procesos tienen de todo, de lo humano y de lo divino. Comenzamos con lo tienen de "humano", es decir, de cosas de hombres, con mezcla de lo bueno y de lo no tan bueno. Y dejamos para un próximo comentario lo que tienen de "divino", es decir, de "lo mejor de lo humano". Veámoslo en tres preguntas.

¿Quién declara la santidad: el pueblo, Roma?

Durante todo el primer milenio de la Iglesia el proceso de canonización era fundamentalmente popular. El pueblo veneraba espontáneamente a los mártires, después a monjes y a buenas mujeres, a cristianos y cristianas en quienes veían una vida íntegra y ejemplar. El proceso no estaba reglamentado, y por eso tampoco había listas precisas de santos. Pero lo fundamental es que "los santos eran cosa del pueblo de Dios".

Así, aunque en nuestros días suene sorprendente, el primer santo canonizado por un papa (se trataba de Juan XV) fue san Ulrico, obispo de Ausgburgo, en el año 993. Sólo en 1171 el papa Alejandro II prohibió que los obipos canonizasen a alguien sin la autoridad de la Iglesia romana. Y sólo en 1634 -hace menos de cuatro siglos- un papa, Urbano VIII, reguló el proceso de las canonizaciones.

Ahora, la canonización "oficial" está reservada a Roma, y ya no es cosa del pueblo cristiano, como lo acaba de recordar, indirectamente, el cardenal Ratzinger. Ante las peticiones de canonización de la Madre Teresa piensa el cardenal que, por excepción, se pudiera abreviar el proceso canónico, pero insiste en que no se la puede canonizar "por aclamación", es decir, por lo que sería una espontánea reacción popular.

Como los pobres no tienen mucha parte directa en canonizaciones oficiales, puede ser un problema para ellos ver canonizados a "sus" santos, pero sí siguen teniendo su parte en las canonizaciones populares. En Brasil, con don Pedro Casaldáliga a la cabeza, y entre nosotros, el pueblo celebra romerías de los mártires y sus grandes aniversarios. No se ha perdido, pues, del todo el sabor popular de las canonizaciones, porque no se puede privar al pueblo de agradecer y recordar a quienes los han hecho humanos y cristianos. Y aunque no lo sepan, estos pueblos pobres son los que están devolviendo seriedad humana y gozo evangélico al hecho de tener santos en la Iglesia.

¿De qué clase social son los santos canonizados?

La pregunta puede extrañar, y la respuesta es impactante ahora que vivimos en una época de "opción por los pobres" (Medellín) y en que proclamamos que "los pobres nos evangelizan" (Puebla). Pues bien, un estudio científico, publicado en Nueva York en 1966, analiza 1938 casos de santas y santos canonizados, y llega a la siguiente conclusión: el 78 por ciento de santos y beatos pertenece a la clase alta; el 17 por ciento a la clase media; y el 5 por ciento a la clase baja.

En los últimos treinta años esperamos que haya cambiado el porcentaje, pero el dato impacta poderosamente. Indudablemente, las personas que pertenecen a estratos altos son más conocidas y destacan más, aunque hoy los medios de comunicación pueden dar a conocer personajes (como en el caso reciente de la madre Teresa), y aun a crearlos, aunque sea muy dudoso que les interese promover la santidad real de los televidentes, radioescuchas y lectores.

Pero el problema no es sólo sociológico, sino que es más de fondo. Hasta hace muy poco tiempo -y esperemos que hayan cambiado las cosas- los pobres no han tenido palabra ni dignidad en la Iglesia. No se conocía el "privilegio hermenéutico" del pobre del que hablan hoy los teólogos. En no pocas "vidas ejemplares" que leíamos en la juventud se decía de un santo que "había nacido de una familia pobre, pero honrada", como si la pobreza, por su naturaleza, dificultase la honradez, implicando que el mundo natural de la honradez es el de los pudientes (discurso bastante distinto a lo que dice el evangelio).

Y por eso, tal como han estado las cosas, para poseer las virtudes que suelen requerirse en los procesos de canonización, hay que pertenecer ya a un estrato socioeconómico que las haga posible. Estructuralmente hablando, es imposible para los pobres ser llamativamente generosos, pues no tiene los medios. Ni pueden abajarse humildemente, pues abajo están. Ni pueden poner insignes talentos de ciencia al servicio de otros, pues les han privado de ellos. Ni -en ausencia de otras gratificaciones de las que gozan las clases sociales más elevadas- pueden sobresalir en virtudes como la castidad (sin que eso signifique que aquéllas sobresalgan).

La paradoja es grande. Personas que dejan a jirones, cotidianamente, su vida, sin vacaciones ni viajes, que aguantan enfermedades y desprecios, indefensas ante la crueldad de los cuerpos de seguridad, la corrupción de las financieras, la codicia de empresarios... Personas que viven y se desviven por sus hijos, que mantienen la esperanza contra toda esperanza, y que mantienen la fe en Dios, no suelen ser tenidos por muy santos, porque les falta las virtudes "elegantes" -perdónesenos la ironía- o porque su esperanza y su fe son interpretadas más como fruto de la necesidad que de la libertad consciente. Jugando con aquello de las virtudes heroicas, no sabemos hasta qué grado su vida es virtuosa, pero de lo que no cabe duda es de que es heroica. Ojalá pronto cambien los porcentajes de la santidad, pues, cuantitativamente, es difícil de creer que en un mundo con un 70 por ciento de pobres, sólo un 5 por ciento de los canonizados sean pobres -y a la inversa. Y eso sin mencionar el elemento cualitativo: el evangelio.

¿Cuánto cuesta una canonización?

Una última reflexión sobre lo "humano" de estos procesos. Tal como están las cosas, un proceso es caro, cuesta mucho dinero, lo cual explica también algo de lo anterior: el mundo de los pobres -que puede generar mucha vida cristiana- no genera fondos. Los procesos duran años y hay muchos funcionarios que dedican su tiempo a ello. A veces -así somos los humanos- se agilizan las cosas con regalos a cardenales. La ceremonia misma, los viajes a la distante Roma, las celebraciones y agasajos, mueven una gran cantidad de dinero. De ahí que, normalmente, los futuros santos y santas -además de sus virtudes- en vida tuvieron que estar de alguna manera relacionados con quienes pudieran respaldarlos económicamente. Veamos esto de los costos en dos breves historias.

La primera. Una congregación religiosa femenina, allá por las décadas de los setenta y los ochenta, tuvo que vender en España dos fincas para pagar los gastos de canonización de su fundadora.

La segunda. Los cartujos no hacen absolutamente nada para que canonicen a ninguno de sus miembros. La razón que dan es ésta: "para tener un santo cartujo, un cartujo tendría que dejar de ser santo".

* * *

Esto es "lo humano" de las canonizaciones. De ello seguiremos hablando en el próximo número, y sobre todo del punto fundamental: qué santidad, qué vida cristiana, que visión de Dios, de Jesús, propone la Iglesia al canonizar a tal o cual varón o mujer. También en esto hay mucho de "humano", pues al canonizar a un santo se puede estar canonizando, consciente o inconscientemente, una determinada visión de Iglesia y, a veces, unos determinados intereses eclesiales.

Pero terminemos con una palabra sobre "lo divino de las canonizaciones". Dios ve en lo escondido, nosotros no. Pero tampoco nos equivocamos cuando vemos a hombres y mujeres que se parecen a Jesús y a María. Hombres y mujeres que pueden sacar lo mejor de nosotros mismos, que pueden abrirnos a Dios y a los pobres, que pueden mantener nuestra esperanza y nuestro gozo. Con ellos y con ellas llegamos a sentirnos orgullosos de nuestra humanidad, cuando tantas veces nos debiéramos sentir avergonzados de pertenecer a ella. Y entonces, espontáneamente, con toda naturalidad se nos escapa la palabra sagrada: San Romero de América.

Los procesos y las canonizaciones, con el lastre, mayor o menor, de todo lo humano vienen después. Las congregaciones religiosas han solido contar el número de sus santos y santas, beatos y beatas, y -antes- solían hacer comparaciones.

Los santos no hacen eso. Muy probablemente llamarán santa a la viuda del evangelio, que dio lo poco que tenía, a los huérfanos y viudas de nuestro actual mundo, y a todos los que, amando la vida, desviviéndose por darla a otros, tienen virtudes heroicas, siguen a Jesús camino de Jerusalén y aman a Dios. Ojalá la actual coyuntura en que se ha puesto de moda hablar de la santidad nos ayude a reflexionar sobre ella -y a practicarla.


Otro 15 de septiembre.

Más problemas en el Partido Demócrata.

ARENA eligió un nuevo COENA.

El fervor cívico de los salvadoreños

Ha transcurrido un quince de septiembre más, y otra vez se ha repetido el ritual que cada año acompaña la celebración de la gesta independentista de 1821. Desfiles de bandas de guerra, marchas militares, maniobras sincronizadas de aviones de la Fuerza Aérea y, por supuesto, la alocución presidencial con motivo del histórico acontecimiento. Otro 15 de septiembre, pues, que en lo esencial no se diferenció de celebraciones tenidas en años anteriores, salvo por dos hechos previos a la celebración que, en cierto modo, le añadieron mayor emotividad: la visita del Presidente de Taiwan -quien se reunió con los mandatarios de la región- y el triunfo de la selección de fútbol de El Salvador sobre su similar de Canadá. Por razones distintas, ambos acontecimientos sirvieron de marco propicio para incentivar el cada vez menos notorio "fervor cívico" de los salvadoreños. Y así, las instalaciones del Estadio de la Flor Blanca no dieron abasto para el público que, masivamente, asistió a presenciar las marchas, desfiles, vuelos de aviones y demás actos preparados para la ocasión.

En su discurso, el Presidente Armando Calderón Sol dijo algo que quizás sólo algunos pocos de entre los apretujados en el Estadio de la Flor Blanca pudieron suscribir. "Nos hemos reunido con fervor cívico, no sólo para evocar el origen de nuestra nacionalidad y rendir testimonio de imperecedera gratitud a los forjadores de nuestra patria, sino también, para reflexionar sobre el presente y el futuro de El Salvador y Centroamérica". ¿En verdad todos los que escucharon esas frases del mandatario reflexionaron -¿tenían el interés? ¿estaban preparados?- sobre el presente y futuro de Centroamérica? ¿Era ése el lugar más propicio para hacerlo? ¿O sólo se trataba de la consabida retórica oficial, a la que no le importa la realidad que debería sustentar los discursos?

Parece que cada aniversario de la independencia está destinado a ser una oportunidad para que los presidentes de turno traten de ganar adeptos diciendo cualquier cosa. Para el caso, en otra parte de su discurso, Calderón Sol llegó a decir que "este nuevo aniversario de la independencia patria nos encuentra a los salvadoreños dedicados con sincero empeño a la construcción de un nuevo El Salvador sobre el fundamento de una paz firme y una democracia plural, que cada día se fortalece más y avanza en su perfeccionamiento; un nuevo El Salvador, en donde se consolida el estado de derecho y los órganos fundamentales del gobierno de la República ejercen sus atribuciones y funciones constitucionales, en el marco de respetuosa independencia".

Como muestra de buenos deseos, no está mal. Pero es un pésimo diagnóstico de la realidad nacional. Sería interesante que el Presidente dijera quiénes, entre los empresarios, han mostrado un sincero empeño por la construcción de un nuevo El Salvador. La corrupción en el sistema financiero o la depredación del medio ambiente, por obra y gracia de las industrias que manejan inadecuadamente sus deshechos, más bien apuntan a la inexistencia de un compromiso nacional por parte de los empresarios. Asimismo, la situación de la violencia social cotidiana pone de manifiesto que la paz -por más que el Presidente y sus escribientes crean lo contrario­ no ha sido alcanzada todavía.

Renuncias en el Partido Demócrata

Las recientes renuncias masivas de miembros del Partido Demócrata -una inmediatamente después de las elecciones, y la otra el pasado 12 de septiembre­ le vienen a dar el tiro de gracia a la posibilidad de constituir una opción de centro­izquierda en el abanico de ofertas políticas del país. Hasta el mismo Joaquín Villalobos ha decidido abandonar su cargo de director de la secretaría de Relaciones Internacionales, argumentando que sus "ideas de moderación no han tenido la fuerza suficiente y han sido interpretadas por un lado como traición y, por el otro, para salir de aprietos y no para darle rumbo al país". Por su parte, los numerosos miembros que renunciaron han afirmado que el partido se ha alejado completamente de los objetivos que una vez los motivaron a separarse del FMLN, quedando a merced de cualquier oportunista.

Con el estancamiento del proyecto social demócrata que se propuso llevar a cabo el PD queda claro que la sociedad salvadoreña difícilmente abrirá los espacios para la variedad política si no se logra superar la imagen de una realidad donde sólo hay espacio para dos titánicos contrincantes. En definitiva, la fuerza con que cuentan los partidos ARENA y FMLN les es dada porque existe un pasado que los colocó como los grupos más poderosos que podían debatir el futuro de la nación, y contra los cuales ninguna otra tendencia -de centro derecha o de centro izquierda­ representa una fuerte competencia. A la hora de optar por una tendencia ideológica, el camino se bifurcaba en dos grandes derroteros: el de los comunistas y el de la derecha conservadora. La llegada al poder de la democracia cristiana, en 1984, sólo vino a reforzar esta bipolaridad, puesto que, al final de su gestión presidencial, demostró que le faltaba el poder para cumplir sus afanes reformistas y para mantener una oposición respetable contra los grupos de presión que atacaban al gobierno por todos los flancos. Este poder lo poseían, lógicamente, los que en 1989 se presentaron como la mejor opción para conducir el país: el partido ARENA. Desde marzo de 1997, el FMLN se perfila como la otra opción de gobierno, lo cual evidentemente aterra a los areneros, haciendo creer a muchos que los viejos antagonismos no se han terminado.

Cristiani a la presidencia del COENA

El domingo 21 se hizo realidad algo que estaba anunciado por todos lados: el arribo del ex presidente Alfredo Cristiani a la jefatura del Consejo Ejecutivo Nacional de ARENA (COENA). Esta nominación no es ajena a la severa crisis interna que atraviesa el partido, inducida no sólo por el fiasco electoral de marzo de 1997, sino por los escándalos de corrupción en que se han visto involucrados algunos de sus miembros más notables. Ante esta difícil situación institucional, muchos ven a Cristiani como el "salvador" del partido, sobre todo por sus dotes de líder y por el respeto que le profesan los círculos financieros.

En ARENA las cosas no han marchado bien en los últimos años. El todopoderoso partido ha visto salir de sus filas a areneros otrora convencidos, quienes han hecho duras críticas, tanto al modo como el partido es conducido, como a las turbias relaciones que existen entre el partido, los grupos financieros y la presidencia de la república. Por supuesto, pese a los graves problemas internos, los miembros de ARENA no desaprovechan para hacer una "fiesta" de los encuentros en los que se juega el futuro de la institución. No parecen entender que el colorido, el ruido y la música, que tan buenos dividendos les trajo en el pasado, no son suficientes para ocultar la cara de angustia de los que se van del COENA o el malestar de los grupos de interés excluidos del ejercicio de poder.

Como quiera que sea, para quienes lo eligieron y para quienes presionaron para su elección, Cristiani constituye otra "oportunidad" para ARENA. Parece no importarles -o parecen no darse cuenta- de que la imagen del "presidente de la paz" está cada vez más desdibujada, sobre todo ahora que se ha hecho público que, mientras firmaba la paz, aprovechaba para colocarse a la cabeza de los grupos financieros. Siendo así las cosas, no es improbable que se trunque la oportunidad representada por Cristiani para sacar al partido del atolladero. Si esto sucediera, ARENA se seguiría encaminando por el despeñadero de la deslegitimación, del cual sólo podría salvarlo una auténtica renovación interna.

Por el momento, Cristiani comienza un nuevo reinado en ARENA, el cual estará marcado por un afán de disminuir el potencial político del FMLN, cuyo crecimiento parece ser la principal preocupación del presidente del COENA en vistas a las elecciones de 1999.

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"Creo que el FMLN no seguirá creciendo. Es un partido muy dogmático, donde no caben ideas amplias". Alfredo Cristiani, presidente del COENA.

"Me siento un poco nerviosa y es mejor hablar con el corazón... Saldremos triunfantes. ARENA es una fuerza triunfadora". Gloria Salguero Gross, ex-presidenta del COENA.

"Como dice el dicho popular, rugió un león y parió un ratón. No hay novedades. A mi juicio es la entronización de la misma argolla improductiva, anti­ agraria y anti popular". Gerson Martínez, diputado del FMLN.


1998, Año del Espíritu Santo (II)

Lo que, ante todo, debe quedar claro

Antes que nada, lo del Espíritu Santo como persona divina. Por supuesto, quienes aceptamos el Símbolo de la Fe (el "credo") que nos presenta la Iglesia, afirmamos nuestra fe en el Espíritu Santo como tercera persona de la Santísima Trinidad. Ni de esto hacemos problema, ni podemos hacerlo, porque en ello nos jugamos nuestra comunión en la fe. Pero esto no impide que tengamos dos cosas muy presentes.

La primera es que lo del Espíritu Santo como persona divina no es una cuestión central en las enseñanzas del Nuevo Testamento cuando hablan del "Espíritu". Es verdad que hay textos que se pueden interpretar como afirmaciones de fe en el Espíritu de Dios personificado (por ejemplo, Rom 8, 16; 1Cor 2, 10). Pero si tenemos en cuenta que la palabra pneûma (espíritu) aparece 379 veces en el Nuevo Testamento, las escasas alusiones (siempre indirectas) al Espíritu "personificado" quedan en un lugar muy secundario. O sea, lo central que el Nuevo Testamento nos enseña sobre el Espíritu de Dios no va por lo de la tercera persona de la Santísima Trinidad.

La segunda es que, como es bien sabido, el dogma trinitario y, por tanto, la afirmación del Espíritu Santo como tercera persona de la Santísima Trinidad, es una cuestión de la que la Iglesia tomó conciencia clara después de mucho tiempo, exactamente a finales del siglo IV. Es verdad que, en el Nuevo Testamento, hay algunos textos que parecen indicar lo del dogma trinitario, por ejemplo Mateo 28, 19; 2Corintios 13, 13. Pero de esos textos hasta lo que se dijo en el Símbolo del concilio de Constantinopla (año 381), hubo que recorrer un largo camino de reflexión, de estudio y hasta de discusiones fuertes entre obispos, teólogos y cristianos en general. Más aún, sabemos que los primeros "credos" que se rezaron en las iglesias decían literalmente, según el texto griego original: "creo en espíritu santo". Es decir, en estas palabras, faltaba el artículo el delante del "espíritu". Esto quiere decir que, inicialmente, esta afirmación de fe en el Espíritu no tenía una significación trinitaria, sino más bien un sentido histórico­salvífico. O dicho de otra forma, la tercera parte del Símbolo de la fe no aludía a la tercera persona de la divinidad, sino al Espíritu Santo como don de Dios a la historia en la comunidad de los que creen en Cristo. Así lo demostró, hace muchos años, el actual cardenal secretario de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, Salamanca 1970, 291­292).

La segunda cuestión que debe quedar clara es la siguiente: de acuerdo con la teología del Nuevo Testamento, entendemos por "Espíritu" la donación y la entrega de Dios a los seres humanos y la acción constante de Dios, presente en todos nosotros. En consecuencia, cuando los cristianos hablamos del Espíritu (con mayúscula), nos referimos a la acción de Dios en la humanidad y, por tanto, a esa intervención en la historia, en el mundo, en la sociedad. Esta intervención ocurre, a veces, mediante hechos o actos propiamente "religiosos" o "eclesiales". Pero la intervención del Espíritu en la historia no se limita a ese tipo de hechos. También en los cambios de la cultura y de la sociedad interviene el Espíritu. Y debemos pensar que tales cambios son fruto del Espíritu, aunque nosotros no pensemos en semejante cosa o no nos demos cuenta de ello. Por ejemplo, parece bastante claro que la aspiración universal, que se nota hoy en el mundo entero, de lograr una sociedad más justa, más humana, más solidaria, eso es la señal más clara de que el Espíritu de Dios está presente en el mundo y actuando en él.

En tercer lugar, es fundamental recordar siempre que, cuando el libro de los Hechos de los Apóstoles explica, por boca del apóstol Pedro, la venida del Espíritu al mundo, afirma (citando una profecía de Joel 3, 1­5) que el Espíritu de Dios se comunica a todo ser humano ("derramaré mi Espíritu sobre toda carne"), lo mismo a los hombres que a las mujeres, a los jóvenes que a los ancianos, de manera que el texto profético termina diciendo: "sobre mis siervos y siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días" (Hech 2, 17­18). Esto significa, por lo pronto, que la presencia del Espíritu no tiene, ni puede tener, limitación alguna; es decir, está presente en toda la humanidad.

Es verdad que el libro de los Hechos se refiere casi constantemente a la intervención del Espíritu en la comunidad de los creyentes en Jesucristo, es decir, en la Iglesia. Pero eso es porque la historia que cuenta es la historia de las primeras comunidades cristianas y, como es obvio, a eso alude continuamente. Con todo, incluso en esa historia aparece claramente que el Espíritu se hace presente también fuera de los límites de la Iglesia (Hech 10, 45; 11, 15­16) y hasta en contra de lo que los mismos dirigentes eclesiásticos esperaban, como abiertamente confiesa Pedro: "Realmente voy comprendiendo que Dios no hace distinciones, sino que acepta al que le es fiel y obra rectamente, sea de la nación que sea" (Hech 10, 34­35). Por tanto, pensar que los cristianos tenemos el monopolio del Espíritu es una equivocación peligrosa, que desemboca (quizá inconscientemente) en un talante de superioridad en relación al resto de los mortales, y que, precisamente por eso, dificulta enormemente el verdadero diálogo, el encuentro y el amor sincero que nos pueden unir a quienes no piensan como nosotros.

Por la misma razón, también puede resultar peligroso que en la Iglesia haya quienes, de una manera o de otra, pretenden ser ellos los que poseen preferentemente el Espíritu y, más aún, si lo que intentan es monopolizar el Espíritu de Dios. Esto vale, primero, para los grupos "carismáticos". Pero de este punto concreto hablaremos en próximos números de Carta a las Iglesias. Hoy vamos a explicar una cuestión que es fundamental en la vida de la Iglesia. Se trata de lo siguiente: nunca debemos confundir la estructura ministerial de la Iglesia con su dimensión carismática.

En la Iglesia tiene que haber Jerarquía y en ella deben gobernar los obispos. Pero la Iglesia es también la comunidad del Espíritu, y está siempre animada e impulsada por el Espíritu de Dios, que se comunica libremente a quien quiere y como quiere. En la Iglesia hay, por tanto, ministerios, dados por el mismo Cristo, para la edificación de la Iglesia (Ef 4, 11­13). De manera que "en la comunidad Dios ha establecido a algunos, en primer lugar, como apóstoles; en segundo lugar, como profetas; en tercer lugar, como maestros" (1Cor 12, 28). Esto es fundamental para entender correctamente a la Iglesia. Pero nunca podemos olvidar que san Pablo enumera estos ministerios después de haber establecido el principio básico: "Los dones son variados, pero el Espíritu el mismo; las funciones son variadas, aunque el Señor es el mismo; las actividades son variadas, pero es el mismo Dios quien lo activa todo en todos" (1Cor 12, 4­6). Por eso, el mismo Pablo, antes de hablar de los diversos ministerios, afirma lo que es común a todos en la comunidad: "la manifestación particular del Espíritu se le da a cada uno para el bien común" (1Cor 12, 7). Y, por tanto, en la Iglesia nadie tiene derecho a apropiarse la posesión del Espíritu con preferencia sobre los demás. De ahí que san Pablo concluye con esta afirmación capital: "Todo esto lo hace el mismo y único Espíritu, que reparte a cada uno sus dones como él quiere" (1Cor 12, 11). La última palabra, en la Iglesia, la tiene siempre el Espíritu, que se comunica a todos.

Por último, sin duda, lo más importante, es que a lo autores del Nuevo Testamento no les interesa ni parece preocuparles lo que es el Espíritu en sí, sino los signos de su presencia y acción en la vida y en la historia de los hombres y mujeres de este mundo. Dicho de otra manera, lo determinante para los cristianos no es saber qué es el Espíritu, sino cómo actúa el Espíritu y dónde actúa ese mismo Espíritu. Esto es lo que debe acaparar nuestra atención, cuando se trata de precisar y concretar lo que de verdad nos interesa del Espíritu Santo.

J. M. Castillo


Dos lecciones de Teresa de Lisieux

El 30 de septiembre se cumplirán cien años de la muerte de Teresa de Lisieux y el 13 de octubre Juan Pablo II la declarará doctora de la Iglesia. Con ocasión de estos acontecimientos se han escrito varios libros sobre ella. En el artículo que ahora publicamos J. I. González Faus, S. J. nos hace ver la importancia de estas investigaciones, pues muestran a una Teresa distinta a la tradicional y más de acorde con nuestro tiempo.

En esta nota rápida quisiera informar de dos obras recientes sobre la espiritualidad de Teresa de Lisieux, que destacan de ella dos rasgos inesperados: la solidaridad con los no creyentes y la renuncia a la santidad.

J. F. Six, uno de los mejores especialistas en la carmelita francesa, encabeza hoy una escuela que lleva tiempo polemizando con los intérpretes habituales de la santa (entre ellos muchas de sus hermanas carmelitas). La tesis de Six es que, en Teresa de Lisieux, Dios nos ofreció una espiritualidad para el s. XXI, pero sus hermanas, que manipularon y corrigieron sus escritos, la convirtieron en una espiritualidad decimonónica y de un gusto muy dudoso para nosotros. Esta manipulación fue obra, sobre, todo de la madre Inés, hermana carnal de la santa, y superiora de ella en el Carmelo. Hasta sus fotos fueron retocadas por otra hermana más joven de la santa que antes de entrar en el Carmelo se había dedicado a la fotografía.

Naturalmente, esto no significa que el lenguaje y el estilo de la santa no estuvieran marcados por muchos gustos del s. XIX que a nosotros hoy nos pueden parecer ñoños o ridículos. Dios suele respetar sus instrumentos mucho más que nosotros los hombres. Y así también el vocabulario y el estilo de Teresa de Avila están marcados por la mentalidad del s. XVI español, lo cual nos la hace a veces lejana a pesar de su genialidad. Lo que Six sostiene es que la santa de Lisieux llega a superar esas limitaciones culturales desde dentro, por el vigor mismo de su experiencia de Dios. Y eso fue lo que no supieron comprender sus hermanas, quienes quisieron reconducir su figura y sus escritos hacia una santidad más convencional.

No es momento de entrar en esta polémica, que a veces ha sido bastante agria. Más útil será asomarnos al último libro de este autor, que la revista Vida Nueva recensionó no hace mucho, calificándolo como la mejor obra de espiritualidad publicada en 1997. Se titula Una luz en la noche. Analiza, sobre todo, los últimos dieciocho meses de la vida de Teresa, que estuvieron marcados por una profunda crisis de fe, por una sensación casi tangible de que "no hay nada" después de esta vida (Teresa acababa de tener una primera hemoptisis, y sabía que le quedaba poco tiempo de vida), y por un oscurecimento del Dios que hasta entonces le había parecido tan cercano. Lo importante es conocer cómo la santa convive con esa crisis que quizá nunca llegó a superar del todo.

Si hasta entonces había pensado que no podía haber ateos a no ser por una mala voluntad expresa, ahora descubre el drama de muchos no creyentes, de muchos que intentan creer y quizás no pueden, y hace de su propia situación un acto de solidaridad con ellos y de compartir su soledad cósmica y su sufrimiento.

Si hasta entonces había creído "contra los ateos", ahora comienza a creer (o intentar creer) "por" los ateos. Además aunque no hubiera nada después, Teresa se dice a sí misma que por lo menos existe el amor aquí. Y aquella mujer que había querido ser el corazón en el cuerpo místico de Cristo (en un principio quizá para estar más cerca de Cristo), ahora se dirá que la duda de fe no puede quitarle la certeza del amor y pondrá en juego aquel famoso verso de un desconocido autor español: "aunque no hubiera cielo yo te amara". O encarnará la anécdota de un rabino judío, de quien se cuenta que, ante otro rabino que había perdido la fe con gran escándalo de todo el pueblo, se limitó a comentar: "dichoso de él, pues ahora podrá hacer el bien sin esperar ninguna recompensa. En todo esto es donde se insinúa lo que Six llama una espiritualidad para el s. XXI.

El otro libro al que me he referido se titula Con las manos vacías, y sus tesis son compartidas también por Sys. El solo título ya lo dice todo, dado que los hombres tenemos la obsesión por presentarnos ante Dios "con las manos llenas", con las cuentas en orden para, por así decirlo, tener a Dios bajo control y asegurarnos contra El. Teresa, que en sus comienzos había aspirado a la santidad, y había dicho que la santidad era posible si uno se lo proponía en serio, acaba dándose cuenta de que también para ella la santidad era imposible y opta por abandonarse en Dios con las manos vacías, sin tener ningún "arma" o ningún título que esgrimir ante Él. Se descubre aquí que lo único central en la fe cristiana es la Misericordia de Dios y el abandono del hombre en El. Y, como se ha dicho ya en más de una ocasión, sin saberlo la santa de Lisieux realizó la recuperación de Lutero para la iglesia católica. Porque ella renunció por fin a "hacerse" santa, Dios pudo hacerla santa. Sin que ello signifique un abaratamiento de la Gracia o un abuso de Dios: pues es una experiencia profundamente humana que (no sólo en la vivencia religiosa sino incluso en la relación humana), a los hombres nos es mucho más difícil abandonarnos del todo, que dar y hacer.

Estos dos rasgos pueden suponer efectivamente una espiritualidad para el s. XXI, como afirma Six. Pueden suponer una revolución en la noción de santidad, frente a esa santidad convencional, voluntarista, no muy alta de miras, centrada en uno mismo y ligeramente dulzona. Una santidad que no subvierte ni transforma nada y que dice cada vez menos al mundo actual. Pueden suponer también una advertencia discreta contra las dos mayores tentaciones del catolicismo: el pelagianismo y el fariseísmo, de los que Teresa también había estado más o menos influida, y que superó desde esa apertura incondicional a Dios, en la que entra la confianza sin poder disponer de El, la sensación de haber sido abandonado por Dios sin llegar a perder la paz, y a veces también el consuelo desbordante e injustificado que le dice al hombre que es mejor que se deje vencer por Dios de una vez.

Bueno será por tanto que, al declararla doctora de la Iglesia, se siga investigando sobre la verdadera Teresa, sin escandalizarse demasiado por todas esas falsificaciones que, en el fondo, no hacen más que confirmar los rasgos que hemos señalado de la espiritualidad de aquella muchacha bretona. Los hombres, con la mejor buena voluntad, estropeamos infinidad de veces la obra de Dios. Los hermanos de san Juan de la Cruz quisieron también retocar sus poesías en las que sólo sabían ver un grado de erotismo indigno de un fraile: y donde el santo había escrito "el rostro recliné sobre el Amado", o "cuando yo sus cabellos esparcía", le hicieron decir muy recatados: el rostro recliné sobre la mano, y cuando ya sus cabellos esparcía...

Por suerte no prosperó el invento. Y a lo mejor hay que agradecer a estos censores que quisieron reconducir a los dos santos (y la obra de Dios en ellos) hacia una santidad convencional. Hay que agradecerles que nos hagan sonreír, porque la verdad es que ­visto desde el paso de los siglos­ su empeño hace reír bastante (aunque en el presente también hacía sufrir bastante, la verdad sea dicha). Y esa risa inspira una cierta ternura hacia todos esos fariseos que pretenden enmendarle la plana a Dios.

Y ojalá que, en ambas, se refleje la ternura sonriente de Dios para con todas nuestras estupideces humanas. Sería una buena ayuda para que no perdamos demasiado la paz. u

J. I. González Faus


Cartas Pastorales de dos obispos salvadoreños

(extractos)

Mons. José A. Mojica, obispo de Sonsonate: "Las fiestas patrias"

Lo que han sido las fiestas patrias. Todos los años vemos el afán de maestros y alumnos por celebrar pomposamente las fiestas de nuestra independencia patria, cada día durante el mes de septiembre se preparan altares cívicos, se le canta y recita a la Patria, a sus grandes valores y símbolos. Los desfiles multitudinarios en cantones, pueblos y ciudades motivan al pueblo a la alegría y a la fiesta.

Todas estas actividades son una costumbre entre nosotros, y en muchos casos casi rutinarias, lo cual puede deslucir una celebración que no puede quedarse en la pura ostentación y repetición anual de ritos y ceremonias que no cuestionan ni interpelan a la población a asumir tareas específicas para que nuestra situación nacional mejore. Más aún, se estimula frecuentemente el espíritu de competitividad que lleva a muchas instituciones a erogar fuertes sumas de dinero para alcanzar los primeros lugares en la música, la decoración, los vestidos, etc, que golpean fuertemente el bolsillo de los padres de familia, que ya viven situaciones de extrema pobreza que les hace vivir en la enfermedad, la desnutrición crónica y la carencia de los recursos mínimos necesarios para una vida digna (vivienda, vestido, medicina, etc).

Cómo deben celebrarse las fiestas patrias. Con mucho amor y plena sinceridad, como deber ser propio de un pastor que les conoce y está muy cerca de los que más sufren las consecuencias de la crisis económica por la que atravesamos en nuestro país, les invito a moderar prudentemente los costos de las actuales celebraciones patrias, a simplificar los arreglos externos, a demostrar que sabemos tomar distancia del consumismo desmedido y enfermizo, a solidarizarse generosamente con las familias más pobres representadas en la inmensa mayoría de los niños y jóvenes de nuestros centros educativos. Les invito a aprovechar estas fiestas patrias para dar un paso en firme, poniendo nuestra mirada en un futuro lleno de paz y justicia social:

a) Que los niños y jóvenes y toda la población se vean motivados a descubrir lo que es la patria: su gente o población con sus valores y dificultades, sus recursos básicos como la tierra, el aire, las aguas, la vegetación, los cultivos. Las aves y demás animales; sus actividades productivas en la agricultura, la industria, el comercio, las finanzas, las artes, la política, etc.

b) Que cultivemos en estos días cívicos las grandes virtudes de la laboriosidad, la honradez, la responsabilidad, el respeto a los padres, a los maestros, a la naturaleza, profundizar en el amor a Dios y al prójimo.

c) Denunciar con fuerza las trampas de la violencia, el odio, el egoísmo, la venganza, que tantas vidas está segando en este momento. Diariamente mueren 20 personas a causa de la violencia y criminalidad que aumenta sin control.

d) Motivar a la unidad a todo nivel: en la familia, en la escuela, en las universidades, en los talleres de trabajo, en las fábricas, en la vida política, en las Iglesias… Si no nos unimos ya para luchar contra todos los problemas que nos aquejan, nos lamentaremos por haber llegado tarde. Derribemos los muros que nos separan: el de las ideologías, fanatismos políticos y religiosos, resentimientos sociales entre pobres y ricos, viejos resentimientos surgidos en la guerra. Destaquemos y profundicemos en todo lo que nos une y así llegaremos, seguramente en un futuro no lejano, a conformar una verdadera patria de hermanos en justicia y libertad.

e) Eduquemos para rescatar nuestros valores culturales: que nuestra identidad como pueblo cristiano permanezca viva, que nuestras costumbres (artísticas, familiares, cívicas, religiosas, etc.) sean respetadas y queridas por las nuevas generaciones. Rechacemos el consumismo sin frenos que nos hace presa fácil de costumbres y actitudes ajenas a nuestra idiosincrasia.

Finalmente, fortalezcamos nuestra fe en Jesucristo, Señor y Maestro de nuestras vidas, quien ha dirigido nuestra historia desde siempre y que nos anima con su espíritu a vivir con verdadero gozo nuestra vocación de hijos de Dios y a formar una comunidad viva de creyentes; nos lanza a transformar nuestras vidas y nuestra realidad de acuerdo a los grandes valores de dos años para determinar este milenio y comenzar uno más, renovemos nuestra fe en él, y desafiando valerosamente todos los obstáculos, podremos cambiar el rumbo de nuestra historia patria.

Sonsonate, 7 de septiembre 1997


Mons. Orlando Cabrera,

obispo de Santiago María: "Jubileo 2000"

1. Con motivo de la Celebración del Jubileo del año 2000, convocado por su Santidad Juan Pablo II, hemos organizado la peregrinación de la Reina de la Paz por todas las parroquias de nuestra diócesis, anunciando el Evangelio de Jesucristo, quien en la sinagoga de Nazareth declaró el año del Jubileo como Buena Noticia para los pobres (Cfr. Lc. 4, 16-21)

2. Por eso hoy aplaudimos y apoyamos todos los esfuerzos en nuestro país para la condonación total de la deuda agraria y bancaria, deuda que fue originada por la guerra. Esta condonación es Buena Noticia para los pobres campesinos y para sus cooperativas, pues esta medida significa el inicio de la salida de la pobreza.

3. Nosotros consideramos esta medida como un hecho concreto para la preparación del año del Jubileo, tal como lo enseña la Sagrada Escritura (Cfr. Lev 25, 8-10). Pues la Palabra de Dios se debe proclamar con hechos reales hoy en día. Suplicamos que esta medida de condonación, sea acompañada con esfuerzos de desarrollo, como pueden ser: asistencia técnica, créditos blandos, etc. Pues "no debe de haber pobres en medio de tí, mientras Yavé te dé prosperidad en la tierra que hayas conquistado" (Dt 15, 4).

4. "El reinar con Cristo debe manifestarse, sobre todo, en un servicio concreto a los pobres y a los que sufren. Hoy más que nunca debemos renovar nuestro amor y servicio a los pobres, porque vivimos en una sociedad que los excluye" (Primera carta Pastoral de Mons. Rodrigo O. Cabrera, Obispo de Santiago de María: "Peregrinar con María").

5. Nos alegra la actitud valiente de Su Santidad Juan Pablo II de haber pedido a los responsables de la Banca Mundial el perdón de la deuda externa a los países pobres. El Papa nos da ejemplo anunciando el año jubilar con hechos concretos.

6. Que en la conclusión del primer año de preparación del jubileo, año de Jesucristo, podamos decir con Jesús: "Hoy se cumple esta promesa" (Lc 4, 21). u

Santiago de María, 11 de septiembre, 1997


Guido Zegarra, franciscano, nuevo presidente de la CLAR

Desde el mes de junio Guido Zegarra Ponce, de 51 años, franciscano peruano, es el nuevo presidente de la CLAR, Confederación Latinoamericana de Religiosos. Reproducimos unas declaraciones suyas recientes.

Me gustaría impulsar el trabajo con jóvenes religiosos, potenciar su formación para que sean capaces de responder al mundo de hoy. Que este mundo nuestro tenga respuesta desde la vida religiosa: humilde pero eficaz. Para ello creo que hay que favorecer una sólida formación humana, intelectual, teológica.

La orden franciscana está trabajando con otros en la dimensión de la justicia y la paz en la salvaguarda de la creación. La armonía entre el compromiso por la paz y la armonía con la naturaleza es hoy un asunto esencial.

Otro tema a priorizar es el género, incidir más no solamente en la mujer religiosa, sino en la mujer del mundo. La mujer es un ser histórico con fuerza social, con fuerza de organización y respuesta a la vida, tiene un potencial que ha estado oculto y que surge con fuerza. La religiosa tiene que recoger esta experiencia para vivirla intensamente dentro de su espiritualidad.

Aquí en el Perú las religiosas de diferentes congregaciones compartieron su vida con los habitantes de las zonas más difíciles del país. En Ayacucho, por ejemplo, entre 1989 y 1990 ella fueron allá y estuvieron al lado de los que más sufrían las dificultades de aquel tiempo: violencia y pobreza. A pesar del riesgo que corrían, proclamaban el Evangelio con su propia presencia, hablaban el amor estando al lado de los pobres, durmiendo como ellos, en medio de la incertidumbre sobre el día de mañana…

En la actualidad, la exclusión de los pobres se expresa en el dolor de ni siquiera saber qué va a pasar mañana, si tendrán algo para darles de comer a sus hijos. Eso es terrible. Se han roto los ejes que determinan los valores cristianos. Una ética que no respeta el valor y la dignidad de la vida está quitándonos los más profundo del ser.

En los años ochenta fui asesor de la Juventud Obrera Católica y me tocó vivir la época de un cristianismo comprometido, de laicos comprometidos en el movimiento social, tiempos de ilusión, de utopías, de una juventud universitaria, trabajadora, inquieta por los cambios sociales, cambios revolucionarios en el continente entero. Esa fuerza vital también irrumpió en la Iglesia. Veíamos a jóvenes cristianos comprometidos.

Esa utopía se resquebrajó. La presencia violenta de Sendero Luminoso restringió el movimiento de la juventud peruana. La lucha contra la violencia impidió una mayor movilización y una toma de conciencia más agudamente política. Ahora los jóvenes salen a las calles a protestar, y eso modifica el escenario. Vemos una juventud que responde de otra manera, reclama la dignidad de la domocracia de su país.

En los años que me tocó vivir la muerte sentí una inquietud terrible, viendo gente joven, hermanos nuestros, que han sido desarraigados desde su juventud y no solamente por Sendero, sino también por la represión militar. Estábamos entre dos fuegos, y nosotros en medio, compartiendo esa angustia, sin saber a veces cómo responder.


La violencia en el hogar: mujeres y niños

En el número anterior comentamos algunos datos sobre la violencia publicados en una encuesta de la UCA, que incluía la violencia en el hogar. En conjunto, esta violencia es ejercida en su mayor parte contra la mujer. Ocho de cada cien mujeres declararon haber sido golpeados o abofeteadas -al menos una vez- por su compañero de vida en el último año. Esto significa que en el Gran San Salvador alrededor de 19,500 mujeres habrían sido maltratadas por su pareja en ese lapso de tiempo.

Sin embargo, las víctimas más comunes de la violencia doméstica son los niños. Muchos de ellos reciben golpes como castigo o corrección. El 80.5 por ciento afirmó haber sido castigado físicamente cuando era menor de edad. En la actualidad, tres de cada diez personas (30.6 por ciento) castigaron físicamente, con nalgadas, a alguno de sus niños en el transcurso de un mes. El 13.1 por ciento castigó a su niño utilizando algún instrumento. El uso del castigo físico es más común entre personas con menor escolaridad.

Según otro estudio reciente, presentado en la IV Conferencia Iberoamericana sobre la Familia, celebrado en Cartagena, Colombia, el 75 por cierto de las víctimas de la violencia intrafamiliar son mujeres, el 2 por ciento son varones y en el restante 23 por ciento se trata de violencia por ambas partes. Esta violencia intrafamiliar se da en todas las clases sociales, si bien la violencia psicológica tiene primacía sobre la física en los estratos más altos.

La experta chilena Irma Arriagada distingue tres clases de violencia doméstica: la psicológica, la física y la sexual. Algunos estudios incluyen también la violencia indirecta: se prohibe al cónyuge estudiar o trabajar, se le aisla o encierra en el hogar y se le restringe la libertad. Las características especiales de este fenómeno hacen muy difícil romper el ciclo de la violencia: se inicia con la acumulación de tensiones y hostilidad, continúa con el arrepentimiento del agresor, la promesa de que no volverá a ocurrir, pero luego se repite una conducta agresiva.

En términos cuantitativos, el resumen del documento es que "una de cada diez mujeres es o ha sido agredida por su pareja", y "el 63 por ciento de los niños son víctimas de violencia física". Pero a esto hay que añadir otro tipo de consideraciones:

La cultura del castigo está muy arraigada en la familia latinoamericana; se privilegia no sólo el afecto, sino también la violencia;

hay obstáculos para denunciar la violencia intrafamiliar en las instancias judiciales;

no existen mecanismos e instituciones de protección de derechos de mujeres, jóvenes y niños;

muchas mujeres han internalizado la subordinación femenina como algo natural, que la limita al rol de madre y esposa, e idealizan la familia y el matrimonio como única alternativa;

existe impunidad de actos delictivos realizados en el ámbito privado;

se socializa tempranamente una subcultura de violencia que acepta como cosa natural el maltrato de la mujer, y los sentimientos de inseguridad y frustración del hombre, al sentir éste amenazada su autoridad;

en esa violencia influyen las condiciones de hacinamiento, pobreza, desempleo, alcoholismo y drogadicción.


Una civilizacion de la pobreza

Experiencias desde San Antonio Abad

Continúo mis reflexiones desde la parroquia de San Antonio Abad, rodeado de pobreza y violencia.

Después de lo que dijimos en el número anterior, nadie se sorprenderá de que, en Santo Domingo, el Papa Juan Pablo II describiera las estructuras de nuestro mundo como "perversas". Desde entonces ha repetido varias veces la misma idea; hace muy poco tiempo en su propio país, donde habló de un nuevo muro invisible que divide a Europa, y que está presente en los corazones de la gente: un muro de egoísmo político y económico, y una falta de sensibilidad hacia el valor de la vida y de la dignidad humana.

En esta parte del mundo Estados Unidos está planificando la construcción de un muro real a lo largo de la frontera mexicana para defenderse de los pobres de América Latina. Y esto me recuerda lo que Monseñor Hunthausen, obispo de Seattle, dijo hace varios años sobre las armas nucleares:

Creo que tenemos que empezar por reconocer que nuestro abrumador arsenal de armas nucleares tiene una finalidad muy precisa: está pensado para proteger nuestra riqueza: Estados Unidos no procede ilógicamente al acumular las armas más destructoras de la historia. Las necesitamos. Somos el país más rico de la historia.

Esto puede parecer lejano en una situación como la de Inglaterra (y ciertamente como la de El Salvador), pero los argumentos que a menudo se esgrimen sobre la "fortaleza­Europa" para dificultar la entrada de inmigrantes no son tan diferentes, aunque están disfrazados en un lenguaje más diplomático.

Hace unos meses los 18 provinciales jesuitas de América Latina escribieron un documento conjunto sobre "Neoliberalismo en América Latina". En el documento dejan muy claro que un sistema que excluye a la mayoría de sus ciudadanos de poder participar en sus beneficios debe ser considerado inmoral y contrario al concepto cristiano de sociedad. Por lo tanto debe ser rechazado por los cristianos, quienes tienen que trabajar para reemplazarlo por otro. Como seguidores de Cristo, una parte importante de nuestros deberes religiosos es buscar y ayudar a que nazca un nuevo orden mundial que muestre un mayor respeto por los derechos humanos y que vaya más en la línea del evangelio.

¿Y cuáles son las alternativas? Instituciones de ayuda como CAFOD, Christian Aid y OXFAM trabajan arduamente y con mucha entrega para ayudar a que las organizaciones no gubernamentales del tercer mundo consigan un mínimo de bienestar y de desarrollo en comunidades de gente pobre y oprimida de todo el mundo. En conjunto, hay que decir que tanto las organizaciones no gubernamentales como las instituciones de ayuda hacen un buen trabajo, garantizando que los fondos vayan allá donde son más necesarios y donde son usados con mayor eficacia para promover un desarrollo sostenible.

Pero, aun juntando todos los fondos y todas las ayudas, no son más que una gota de agua en el mar, comparado con el saqueo masivo al que está sujeto el tercer mundo, de forma sistemática y deliberada, a través de las estructuras injustas del mercado, de las instituciones financieras internacionales o de las corporaciones multinacionales.

La llamada ayuda de los países del primer mundo a los del tercer mundo es uno de los "grandes mitos" de nuestro tiempo, una mentira que es presentada de mil maneras para esconder la verdad de lo que realmente ocurre. La ayuda, en efecto, fluye en la dirección contraria, las naciones ricas siguen viviendo a costa de los pobres, y los explotan con total impunidad. La transferencia total de recursos de los países pobres a los ricos, bien sea a través del pago de deudas o de la inequidad del comercio, es, ciertamente, el mayor escándalo de nuestro tiempo. Por eso, a veces me pregunto si las instituciones de ayuda y las organizaciones no gubernamentales no sirven más que para tranquilizar la conciencia de gobiernos endurecidos o de élites corruptas, cuya única preocupación es ordeñar la vaca hasta la última gota.

Los ricos y poderosos en ambos mundos parecen decir: sí, queremos justicia y una vida mejor para los pobres, con tal de que no cambien las actuales estructuras de poder y con tal de que no se vean amenazados nuestros niveles de vida.

Si han de mejorar las cosas, se necesita algo mucho más radical. Los provinciales latinoamericanos hablan de un cambio de corazón, de valores, hábitos y aptitudes diferentes, sabiendo que todo ello es un gran precio que hay que pagar. Ignacio Ellacuría, asesinado hace ocho años, cuando era rector de la universidad jesuita en El Salvador solía hablar de una "civilización de la pobreza". Es necesario rebajar niveles de vida altos, argumentaba, puesto que el planeta no tiene recursos suficientes para que que todos sus habitantes vivan como europeos o norteamericanos.

Cuando le preguntaron a Gandhi si la India independiente alcanzaría los niveles de vida de Inglaterra contestó: "A Inglaterra le hizo falta la mitad de los recursos de este planeta para alcanzar su prosperidad. ¿Cuántos planetas cree usted que necesitaría un país como la India?". Ellacuría hablaba de una pobreza que haga posible el que todos tengan acceso a unos medios materiales y culturales que permitan tener una vida verdaderamente humana. Esa pobreza es la que realmente da espacio al espíritu, que ya no se verá ahogado por el ansia de tener más que el otro, por el ansia concuspicente de tener toda suerte de superfluidades, cuando a la mayor parte de la humanidad le falta lo necesario... Se vivirá así más fácilmente el espíritu evangélico, según el cual no hace falta tener mucho para ser mucho, antes al contrario, hay un límite en el que tener se opone al ser.

¿Es esto una utopía, el sueño de un idealista? ¿Puede alguien en serio pensar en un político, aunque sea de un partido de izquierda, que ofrezca a sus votantes un nivel de vida más bajo y conseguir sus votos? Y sin embargo el peligro de las riquezas es uno de los temas centrales de evangelio. Por mucho que ilustrados exegetas traten de empequeñecer al camello para que pase por el ojo de una aguja, Cristo fue totalmente tajante en este punto. La riqueza es considerada como un obstáculo, tanto para el desarrollo libre del individuo como para la construcción del reino. Decía Ellacuría,

No puede negarse, sin anular elementos esenciales del evangelio, que la riqueza es un gran obstáculo de la libertad cristiana y que es la pobreza un gran apoyo de esa libertad. El tener-más como condición para ser-más es una tentación diabólica, rechazada por Jesús al inicio de su misión pública.

Este mensaje no es hoy más popular que cuando Jesús lo predicó por primera vez. Va en contra de un mundo empequeñecido por la planificación egocéntrica de la persona, por la extravagancia y la vida sin problemas, de un mundo que premia el prestigio, el poder y la autosufiencia. En ese mundo, predicar a Cristo pobre y humilde, que vino a servir y no a ser servido, es como una invitación al escarnio, la persecución y aún la muerte. Y sin embargo, Cristo salvó al mundo precisamente a través de su impotencia y su pobreza. Y san Pablo nos recuerda que no hay otro camino, pues "cuando soy débil, entonces soy fuerte". E incluso si, por razones religiosas, rechazásemos este mensaje, la realidad de nuestro mundo bien pudiera forzarnos a aceptar su verdad.

Eduardo Frei dijo una vez cuando era presidente de Chile: "tenemos que ayudar a los pobres a salvar a los ricos". Quizás el propio interés o incluso la propia supervivencia lleguen a ser motivos poderosos para cambiar de rumbo, aunque también hay rechazo de parte de quienes debieran saber mejor lo que está en juego.

Como ejemplo típico de lo que acabo de decir, en la reciente cumbre del Grupo de los Siete, el presidente Clinton tuvo la desfachatez de presentar a la economía de Estados Unidos, cuyas fábricas son con mucho la mayor fuente de polución en el mundo, como un modelo a ser imitado, mientras que, al mismo tiempo, junto con Canadá y Japón desoyó las llamadas de limitar la emisión de dióxido de carbono a un mero 15% antes del año 2,010.

Sea lo que fuere de las motivaciones, los pueblos crucificados de América Latina y del tercer mundo nos están llamando a conversión, cuyo primer paso es mirar a nuestro mundo a través de sus ojos y comenzar a entenderlo de una manera diferente. Con ellos debemos aceptar el hecho de que no hay solución viable en la línea actual del desarrollo y que, por lo tanto, debemos abrirnos a la necesidad de un fundamental cambio de dirección, que será difícil y costoso.

¿Es demasiado tarde? Algunos expertos dicen que ya hemos perdido el control. La mitad de las cien economías más grandes del mundo no son ya países sino corporaciones transnacionales bajo nigún otro control que el de ellas mismas. Si alguien intenta que se queden en un lugar, se escurrirán como gelatina para irse a otro, en su búsqueda -sin descanso- del máximo beneficio. El desafío es realmente formidable y pavoroso. Pero no parece haber otra alternativa que tratar de afrontarlo antes de que sea realmente demasiado tarde.

Pero creo también que afrontarlo con sinceridad generará esperanza, pues nos capacitará para recuperar o comenzar a tener la idea y el ideal de una verdadera familia humana mundial. Una familia en la cual todos sus miembros participen, al menos suficientemente, aunque no fuese en pie de estricta igualdad, de un patrimonio común. Como dijo Gandhi: "Dios ha proveído lo suficiente para cubrir las necesidades del mundo, pero no para su codicia".

Este proceso tampoco tiene por qué ser totalmente negativo o doloroso. En un artículo acerca de la "Cumbre sobre la Tierra", recién terminada en Nueva York, John Gummer escribía en el Tablet: "Tenemos que mostrar que las nuevas formas de vida pueden ser más gratificantes, más variadas y más estimulantes que el estilo de vida en que ahora estamos entrampados".

Soy un privilegiado por vivir y trabajar en El Salvador, y cada vez estoy más convencido de ello. En un sentido muy real, creo que tenemos que comenzar a buscar la salvación no en las naciones ricas y poderosas del norte, sino en los pueblos débiles y empobrecidos del sur. u

Michael Campbell-Johnston, S.J.

Párroco de San Antonio Abad

(Una versión abreviada de este artículo fue publicada en The Tablet del 12 de junio de 1997)