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Universidad Centroamericana José Simeón Cañas



Carta a las Iglesias

© 1996 UCA Editores





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Carta a las Iglesias, No. 368, 15-31 de diciembre de 1996



  Tareas para 1997. Una Iglesia realmente salvadoreña

        Meditación desde Jesús de Nazaret

                               

     El lector podrá leer más adelante un

comentario a la carta de Juan Pablo II sobre la

preparación al tercer milenio que se acerca. Verá

en ella que el año 1977 está dedicado a Jesucristo,

y así comenzamos nosotros. Jesucristo nos adentrará

en el futuro milenio, pero ilumina ya problemas importantes de

nuestra Iglesia. Aquí nos vamos a fijar en Jesús

de Nazaret, pues no otro es el Cristo, y desde él vamos

a mencionar, en este y en números posteriores, algunos

problemas de nuestra realidad.



El problema eclesial: "¿es la Iglesia real y

salvadoreña?"



     A la fe le es esencial la proclamación de la

encarnación, es decir, el acercamiento radical del Dios

transcendente a nuestra historia. Y ese acercamiento lo

llevó a cabo Jesús de forma muy concreta.

Vivió con austeridad y sencillez en un mundo pobre,

alivió los sufrimientos de quienes no tenían a

dónde ir, acogió a marginados y a los tenidos por

pecadores, denunció y anatematizó a los poderosos,

habló de Dios y enseñó a orar, y por todo

ello fue perseguido y ajusticiado. Todo eso es bien sabido, pero

hay que repetirlo: Jesús de Nazaret fue alguien muy real

en su mundo, y no se ha quedado en las nubes, ni en cuadros , ni

siquiera sólo en los textos de los evangelios. Ese modo

real de ser y de vivir es lo que le hizo hermano nuestro y lo que

le otorga hasta el día de hoy credibilidad, de modo que

quienes desean realmente vivir como seres humanos se dirigen a

él con confianza.



     ¿Y la Iglesia? Una Iglesia real en nuestro mundo es la

que está activamente en la realidad de la injusta pobreza,

la que se deja afectar por ella y la que reacciona adecuadamente

ante ella. Por decirlo de otra manera, si Sumpul y El Mozote, si

el desempleo y la violencia, si la corrupción y el

desencanto, no interesan, no mueven la inteligencia y el

corazón, no estamos en la realidad en forma alguna, y

entonces no sólo no somos cristianos, sino que simplemente

no somos "reales", no vivimos en la realidad de nuestro mundo

salvadoreño, sino que habremos fabricado una realidad

alternativa (que puede ser eclesial) para vivir en ella. Si la

tragedia de la realidad no configura nuestro saber, nuestra

esperanza, nuestra praxis y nuestra celebración, no somos

"reales" y seguimos sumidos en un sueño de irrealidad.

     Si la Iglesia no está activamente en el mundo de los

pobres y no hace de ese estar en ese mundo algo central, si no

se deja afectar realmente por ese mundo, si no participa, con

todas las analogías del caso, en el no-poseer, en el no-

ser tomada en cuenta, en el no-tener poder, y si no pone a

disposición de los pobres todo lo que es y tiene,

entonces, en un mundo de injusta pobreza, es una Iglesia

"irreal".

     Pues bien, en nuestro tiempo uno de los principales

problemas para la Iglesia es la "irrealidad". Es la

tentación de vivir en un mundo de mayorías pobres

como si ello no dijese nada a su realidad esencial, aunque la

pudiera tener en cuenta en prácticas pastorales y aun en

algunas prácticas éticas.

     Es cierto que hay mucho trabajo escondido en cantones,

escuelas, parroquias, hay crecimiento en conciencia de comunidad

entre laicos, ellos y ellas, hay denuncias de algunos obispos,

aunque no muchos, hay trabajo en defensa de los derechos humanos,

hay grupos bíblicos y teológicos entre gente

encilla, y así muchas otras cosas que hacen a la Iglesia

salvadoreña y real. Pero nuestra Iglesia también

da sensación de irrealidad.

     Sensación de irrealidad es lo que producen con

frecuencia homilías y mensajes que no ponen en palabra ni

hacen central la pobreza de los pobres, el análisis de sus

causas, la injusticia y la corrupción que la

acompañan. Es lo que producen, en otro orden de cosas,

seminarios en los que la formación protege al seminarista

de la realidad y de la cultura, muchas veces secularizante,

ciertamente, con lo cual se evitan peligros a corto plazo, pero

al precio de vivir en un mundo irreal. Es lo que produce la

espiritualidad, fomentada o tolerada, de movimientos que

trasladan al ser humano religioso a una transcendencia sin

relación con la historia, es decir, a la irrealidad.

     La reciente visita del Papa a El Salvador, por ejemplo,

dicho con respeto y con ánimo de ilustrar cómo son

las cosas, de tal manera fue organizada que produjo la

impresión de irrealidad. Se podrá argumentar que

la mayoría de las personas que se hicieron presentes eran

mayoritariamente pobres. Pero es más cierto que de la

realidad de esas mayorías sólo apareció su

entusiasmo religioso, mejor o peor fomentado y fundamentado, pero

no apareció su pobreza, sus miedos, su fe, su esperanza,

su compromiso real -y no apareció en su justa medida lo

más real de nuestra Iglesia: los mártires. En

cuanto dependió de la organización, esas

mayorías fungieron más como telón de fondo

que como la realidad que define al país. Lo que

apareció en primer plano fue, más bien, la

cercanía de la Iglesia a minorías no realmente

representativas -"irreales" en el concierto de los seis millones

de salvadoreños-, el gobierno sobre todo, diputados y

políticos, poderosos y opulentos. En este sentido, no se

aprovechó la visita del Papa para que aflorase la

realidad, ni, a juzgar por las consecuencias, la visita tuvo un

influjo importante sobre ella.



La tarea para el futuro



     Las consecuencias de esta irrealidad son varias. La

opción por los pobres no se asienta ya con ultimidad y por

sí misma, sino que en algunas curias episcopales y en

algunas nunciaturas depende del equilibrio con otra opción

que, a la hora de la verdad, parece ser más determinante:

la de estar a bien con los detentadores del poder, aunque esto

se busque para hacer el bien. La Iglesia no se plantea su ser y

hacer desde la pobreza, sino desde otras cosas, que podrán

ser necesarias y aun buenas, pero no esenciales:

organización institucional, protagonismo nacional y

mundial, mantenimiento del número de fieles, freno a las

sectas, religiosidad tradicional, también en lo que tiene

de negativo y peligroso, como son algunas devociones destinadas

a desaparecer, fidelidad hasta la obsesión al magisterio,

y un largo etcétera.

     Esta "irrealidad", a la corta o a la larga, hará a

la Iglesia irrelevante, pues en la medida en que una Iglesia es

irreal deja de ser salvadoreña, pierde capacidad para

humanizar al país y salvar al pueblo pobre. Y se dificulta

también a sí misma para dar respuesta a problemas

que ya están entre nosotros y a los que vendrán:

secularización, desenraizamiento religioso, pseudocultura

que trae la globalización...

     Esta "irrealidad", por último, pone en peligro la

identidad más honda de la fe de la Iglesia. Sin vivir la

realidad tal cual es, difícilmente se comprenderán

cosas de la fe tan absolutamente fundamentales como son la en-

carnación de Dios en lo débil de la carne y el

dinamismo salvífico de la encarnación. Lo normal

es que ocurra lo contrario: la des-encarnación de la

pobreza para encarnarse en instancias poderosas, la

búsqueda de lo salvífico no en lo débil de

la carne, sino en los poderes de este mundo.

     Hoy, como hace cinco siglos, puede resonar la pregunta de

Antonio Montesinos: "¿Cómo están en

sueño tan letárgico dormidos, cómo se

desentienden de los sufrimientos del pueblo? ¿Dónde

están las homilías y cartas pastorales de los

años setenta y ochenta que pongan en palabra la verdad de

la realidad y analicen sus causas? ¿Dónde está

el abajarse a los pobres, compartir su impotencia, poner a su

servicio todo lo que tienen?".

     La tarea es, pues, "revertir la historia" y hacer de la

Iglesia de Jesús una Iglesia realmente salvadoreña.

No partimos de cero, ni mucho menos. Muchas cosas buenas tenemos,

como hemos visto. Mons. Gregorio Rosa y otros hermanos en el

episcopado nos iluminan certeramente sobre la realidad de nuestro

país y, así, sobre las tareas de una Iglesia real.

Tenemos la tradición de Monseñor Romero y de los

mártires, los verdaderos salvadoreños. Y tenemos,

sobre todo, la tradición de Jesús, del mismo Dios,

que se hizo real en nuestra historia.





      1996: un año de transformaciones postergadas



  A finales de 1991 la primera administración de ARENA y

el FMLN ultimaban detalles para firmar los documentos que

terminarían con doce años de guerra civil y que

sentarían las bases para una reforma política y

económica que contribuyera a superar los desequilibrios

estructurales generadores de los más violentos conflictos

que ha padecido El Salvador en el siglo XX. En enero de 1992 los

Acuerdos de Paz fueron firmados por las partes en conflicto y se

inauguró una de las fases más difíciles del

proceso de transición iniciado a principios de la

década pasada.

  A los estudiosos del proceso no se les escapaba que la

"solución intermedia" conseguida en la negociación

dejaba puntos importantes pendientes. Sin embargo, al calor del

protocolo negociador, el optimismo fue la nota

característica del momento, un optimismo especialmente

notorio en la izquierda que en ese momento se sentía

triunfadora en lo que se dio en llamar la "revolución

negociada". Ahora sí -se pensaba en los círculos

que se sentían comprometidos con la justicia y la

igualdad- el país se estaba poniendo en la ruta de los

cambios estructurales tan largamente esperados, por los que

tantas vidas se habían sacrificado y los que tantas

frustraciones habían dejado en el pasado: la llegada de

la izquierda al escenario político y su acceso a una cuota

significativa de poder eran los requisitos básicos para

avanzar hacia aquellos cambios.

  Desmontando las bases del "autoritarismo militar" y

consolidando los logros de la reforma política el camino

estaría despejado para realizar transformaciones a nivel

socio-económico. Esta era la apuesta del FMLN; fue

también una apuesta compartida por muchos de sus

seguidores y simpatizantes para quienes los logros sustantivos

de la negociación sólo se verían

después de la consolidación política del

FMLN.

  Mientras tanto, la derecha no celebraba con la algarabía

con la que lo hacía la izquierda. No era que se sintiera

"perdedora" en la "revolución negociada", sino que, al

parecer, desde los últimos preparativos para la firma de

la paz ya era consciente, al menos en aquellos de sus miembros

de más olfato político, que los cambios

estructurales se pospondrían ad calendas graecas, puesto

que la batalla de la izquierda por alcanzarlos tendría que

sortear obstáculos institucionales, ideológicos y

económicos no previstos por ella cuando suscribió

los Acuerdos de Paz. La derecha quizás era consciente de

que la paz era su victoria; por ello su alegría

tenía más fundamento, aunque fuera menos notoria

que la del FMLN y sus seguidores y simpatizantes.

  A cuatro años de firmados los Acuerdos de Paz, la

derecha se alza como la gran ganadora de la postguerra. Pese a

las fricciones internas, políticas y económicas,

que han aparecido en su seno, la amenaza de cambios estructurales

en el acceso a la propiedad y a la riqueza ha desaparecido de su

horizonte. Los enemigos de la derecha son sus propios intereses

y la voracidad con la que los mismos son defendidos; aparte de

ello, en la actualidad no tiene a quien temer, como en las

décadas de los 70 y 80 cuando la legitimidad de sus

riquezas y poder estaban en el centro de la discusión.

  Si, en la terminología del FMLN, la "correlación

de fuerzas" fue lo que llevó a ambas partes a la mesa de

negociación y lo que condicionó que el FMLN dejara

en el tintero sus exigencias de reforma social y económica

para más adelante, en la postguerra la correlación

de fuerzas se ha ido inclinando a favor de la derecha

económica y política al punto de permitirle

enriquecerse sin mayores impedimentos y apuntalar sus bastiones

de poder para intentar una involución autoritaria.

  En un escenario como el descrito, el optimismo que

predominó inmediatamente después de la firma de los

Acuerdos de Paz se ha transformado en un pesimismo desalentador.

Los cambios estructurales quedaron nada más como una

bandera y un sueño del pasado; la confianza en quienes los

llevarían adelante se ha perdido; y la esperanza en un

futuro más digno para los marginados de El Salvador se ha

vuelto cada vez más lejana. Parecería, pues, que

de nada sirvieron las dos décadas de sacrificio popular,

los miles de asesinados y desaparecidos y la destrucción

humana y material de doce años de guerra. ¿Son las

cosas así de dramáticas? ¿O acaso hay que

moderar el balance y centrar la atención en aquello que

antes no se tenía y que sólo después de la

guerra se ha vuelto -o comienza a hacerse- realidad en El

Salvador?

  Si se revisan detenidamente los Acuerdos de Paz, así

como los documentos preparatorios de los mismos, queda claro que

la reforma política y judicial ocupó un lugar

central en la negociación, mientras que la reforma

económica sólo fue abordada como tema secundario

y en aquellos aspectos que tenían que ver directamente con

la transferencia de tierras en zonas de conflicto y

reinserción de los desmovilizados de ambos

ejércitos. Por consiguiente, de lo que se trata es de

evaluar hasta qué punto se ha avanzado en la reforma

política y judicial, y si lo alcanzado es suficiente para

dar por consolidada la institucionalidad democrática que

se pensaba iba a lograrse una vez concluida la ejecución

de los Acuerdos de Paz.

  En lo que atañe a la reforma política, por

más que uno de sus logros iniciales haya sido la

inserción del FMLN en el sistema de partidos y su

participación en las elecciones de 1994, no se ha

profundizado lo suficiente como para dar al traste con viejos

vicios del pasado, como el ejercicio político

demagógico y oportunista, la compra-venta de favores, la

corrupción y el verticalismo partidarios.

  Los partidos políticos se han mostrado escasamente

competitivos y pocos dignos de crédito ante el electorado,

así como incapaces de elaborar y proponer proyectos de

alcance nacional. Sus liderazgos son obsoletos y están

carcomidos por intereses de la más baja especie. El

pluralismo en el sistema político no se ha traducido en

una mayor calidad de las opciones electorales, sino que

más bien es expresión de divisiones partidarias

motivadas por protagonismos de individuos respaldados por

camarillas ansiosas de obtener beneficios materiales. Es decir,

los partidos no han dado señales claras de haberse

embarcado en un proceso de democratización interna, paso

necesario para el fortalecimiento del sistema político y

para el fortalecimiento de una institucionalidad democratica, sin

la cual es imposible pensar, siquiera para un futuro lejano, en

las reformas estructurales pendientes desde el fin de la guerra.

  La reforma judicial también deja mucho que desear.

Dejando de lado el irresuelto problema de la depuración

judicial, es indudable que aquí el punto sensible es el

de la seguridad ciudadana y el papel que juega la Policía

Nacional Civil (PNC) en la misma. La respuesta violenta de la

institución policial a demandas de la sociedad civil ha

levantado serias dudas sobre su papel como sostén

importante de la transición democrática. Con todo,

mayores dudas ha levantado la sospecha fundada en pruebas de que

al interior del organismo policial existen grupos de inteligencia

y espionaje al margen de sus instancias de dirección

legalmente establecidas. Y es que si estas instancias paralelas

en el seno de la PNC concentran el suficiente poder y responden
a las órdenes de grupos o individuos ansiosos de una

involución autoritaria nada bueno se puede esperar para

el país.

  El año de 1996 fue escenario no sólo del

agotamiento formal de los Acuerdos de Paz, declarados

oficialmente como totalmente cumplidos, sino también de

la fortaleza creciente de los grupos de poder político y

económico, los cuales han consolidado posiciones de fuerza

que les están permitiendo amenazar el avance de la

institucionalización democrática. Qué duda

cabe que ya en los Acuerdos de Paz fue postergada la reforma de

las estructuras socio-económicas. Se trató, sin

embargo, de una postergación temporal hasta que la

izquierda canalizara electoralmente el apoyo de quienes la

apoyaron durante la guerra y de quienes se hicieron presentes en

la Plaza de los Mártires (en el centro de San Salvador)

para celebrar el cese de las hostilidades militares.

  Pese a lo anterior, en 1996, como en ningún otro

año desde la firma de la paz, se han sentado las bases

para que esa reforma se postergue ad infinitum. Pero

también la reforma política y judicial se ha

estancado en aspectos sustantivos como la depuración de

los jueces, la democratización de los partidos y el

fortalecimiento del sistema político. La superación

de estas taras políticas y judiciales tendrá que

esperar para 1997. Quedan como puntos pendientes, cuya

postergación no sólo favorece a quienes se han

atrincherado en posiciones autoritarias, sino que debilita las

voces de quienes desde la sociedad civil rechazan

legítimamente el atascamiento del proceso de cambios

políticos y económicos largamente esperado.

  Por último y como complemento esencial de lo anterior,

no se puede dejar de señalar que otro punto irresuelto en

1996 es el de los supuestos ecológicos de los modelos de

desarrollo que se implementan o se pretenden implementar en el

país. Hasta ahora, la ecología ha sido considerada

como una "variable externa" en los proyectos de desarrollo

económico social; sin embargo, El Salvador está

llegando acelaradamente a sus límites ecológicos,

más allá de los cuales es imposible el

sostenimiento de cualquier modelo de desarrollo. Dicho de otra

forma, la ecología debe de ser integrada como una variable

fundamental en cualquier propuesta política y

económica con un mínimo de seriedad, pues es ella

la que condicionará en el futuro inmediato las

posibilidades de la economía, la política y la

sociedad en nuestro país.

  Los empresarios ciertamente seguirán buscando acumular

riquezas; los políticos seguirán buscando la

ansiada cuota de poder; y la sociedad seguirá luchando por

sobrevivir a la voracidad empresarial, la incompetencia estatal

y la violencia, pero cada uno de esos grupos estarán

luchando por nada una vez que el país colapse

ecológicamente. Es por evitar este colapso por el que

tenemos que luchar todos los salvadoreños. Esta es una

lucha que sí vale la pena, puesto que en ella se juega la

vida nuestra y la de las generaciones venideras. Esta lucha no

puede esperar a ser postergada por un año más.





                La firma de la paz en Guatemala



   Una de las noticias importantes al finalizar año 1996

nos anunciaba la firma de los acuerdos de paz en Guatemala, lo

que pondría fin a 36 años de conflicto armado. El

fin de la guerra y los esfuerzos por solucionarla pueden

evaluarse como una señal positiva de cambios prometedores

para el vecino país.

   Desde el primer acuerdo básico suscrito en Oslo, el 30

de marzo de 1990, hasta el acuerdo final en Ciudad de Guatemala,

el 29 de diciembre de 1996, pasaron seis años y se

firmaron trece acuerdos entre los que sobresalen la

situación de los pueblos indígenas, reasentamientos

para la población desplazada por el conflicto, el papel

del ejército frente a la sociedad guatemalteca, la

investigación sobre graves hechos de violaciones a los

derechos humanos, así como reformas al sistema electoral,

reinserción de los ex combatientes de la URNG y el cese

de fuego definitivo.

   Debemos reconocer que las materias sobre las cuales se

lograron acuerdos son difíciles de alcanzar e implementar

en sociedades como la guatemalteca, dirigida durante

décadas por dictaduras militares. Precisamente, la

imposición del poder militar rompió con las

aspiraciones democráticas iniciadas por Jacobo Arbenz en

la década de los cincuenta y desembocó luego en uno

de los conflictos más antiguos de América Latina.

   Al examinar estos acuerdos, podemos observar coincidencias con

el proceso salvadoreño. Ciertamente, las figuras

jurídicas y políticas pueden ser diferentes, pero

básicamente comparten el objetivo central: sentar las

bases para sociedades democráticas con

participación de amplios sectores y la

subordinación del poder militar al civil.

   El papel del ejército al frente de la sociedad y la

reducción de sus efectivos son una de las primeras

coincidencias en ambos procesos. Las transformaciones de orden

institucional para permitir la integración de los ex

guerrilleros a la vida civil se presenta con

características similares. Asimismo, una de las

similitudes y que podría convertirse en el mayor reto para

la URNG es la creación de un partido político, pues

la reconversión guerrillera a la vida civil podría

tener sus sorpresas. La experiencia salvadoreña ya ha dado

muestras de estos errores, esperamos que no sea el caso de

Guatemala.

   Por otra parte, un elemento diferencial con relación

al proceso salvadoreño es la incorporación a los

acuerdos, como punto específico, del tema de la "Identidad

y Derechos de los Pueblos Indígenas". Desde nuestro punto

de vista, el reconocimiento de los derechos de esta parte

mayoritaria de la población guatemalteca es producto de

la lucha de Rigoberta Menchú y quienes con ella luchan por

los derechos de los indígenas. El acuerdo es importante

y representa un avance en cuanto que pretende integrar a todos

los miembros de la multifacética población de

Guatemala.

   Los acuerdos parecen prometedores, pero no podemos obviar que

la cultura de la confrontación, luego de un poco

más de tres décadas de guerra civil, será

un obstáculo para la consecución de una paz

duradera. La experiencia salvadoreña ha mostrado

deficiencias, errores de cálculo, falta de

previsión frente a los acontecimientos. Nuestra propia

cultura política está dificultando el proceso de

cambios. La falta de participación activa de la

población, por las propias trabas del sistema o por la

apatía frente a la política, muestran las

dificultades de la transición hacia la democracia.

   El drama de la guerra, y esto lo sabemos por nuestra propia

experiencia, dejó en nuestras sociedades huellas

permanentes e imborrables. Los acuerdos entre las partes pueden

sentar un fructífero precedente para encaminar a la

sociedad guatemalteca hacia un cambio radical en las propias

visiones de futuro de su país. La llegada de la paz a

Guatemala es trascendental, compartimos su satisfacción

por este logro y deseamos patentizar nuestra

congratulación por ello.

   Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz, momentos

antes de la firma del acuerdo sobre cese del fuego definitivo

afirmó: "Lo más importante ahora es reconstruir

Guatemala. Esta es una paz en la que todos nosotros, de una

manera u otra estamos involucrados, algunos como víctimas

otros como parte en el conflicto".

   Las palabras de esta luchadora de Guatemala son símbolo

de esta visión sobre el futuro de este territorio

multifacético, centroamericano y latinoamericano,

así como de todos los que creemos que es posible crear

sociedades democráticas, justas y más humanas.





 Monseñor Rosa: "en 1996 estuvo en crisis la esperanza"



   El 29 de diciembre, último domingo del año,

Mons. Gregorio Rosa hizo un balance poco alentador del desarrollo

de la sociedad salvadoreña durante el año. "En 1966

estuvo en crisis la esperanza".

   En su habitual conferencia de prensa, Mons Rosa

señaló que el país atraviesa una crisis que

se expresa en el incremento de la extrema pobreza, el desempleo,

el costo de la vida, por una parte, y en el clima de inseguridad

a causa de la delincuencia por otra. Se mostró

extrañado de que en el país se hable de paz y del

cumplimiento de los acuerdos. "¿Dónde esta la paz?

Firmamos la paz, pero no tenemos la vivencia cotidiana de la

paz". Expresó su temor de que se pierda el esíritu

de los acuerdos de paz, ya que el pueblo no experimenta sus

efectos, no siente que llegó la paz. "No se está

viendo, al menos con suficiente fuerza, que surge ese nuevo

país donde reina la justicia, la verdad y la solidaridad".

   La falta de esperanza se manifiesta también en el miedo

a la violencia contra la vida y a la injusticia que supone la

falta de acceso a la salud, a una vivienda digna y a un trabajo

estable. Y esa es la dirección que va tomando el mundo:

según el informe del Programa para el Desarrollo de las

Naciones Unidas el crecimiento económico ha fracasado para

más de la cuarta parte de la población mundial, la

cual incluye a El Salvador, recordó.

   Mons. Rosa se refirió también al quehacer

político con gran preocupación. Se están

dando soluciones mediocres que no van al fondo de los problemas,

como la ley de pensiones. "En 1997 el gobierno debe apostar al

bienestar real de la familia que se ha visto golpeada por los

incrementos de precios y otras medidas... No basta con hacer un

parquecito para que vayan a jugar los niños, o regalar un

muñequito de felpa el 25. No. Hay que dar a la familia una

esperanza real. No se pueden gastar millones de colones en cosas

totalmente absurdas y volverse mezquinos contra la familia, que

es la célula básica. Hay que dar de veras a la

familia una esperanza real".

   Por otra parte, los partidos y muchos líderes

políticos se han visto inmersos en una crisis de

credibilidad y de imaginación. Al interior de la Asamblea

se dan ciertos arreglos que no contribuyen a la

pacificación del país. Varias leyes se han aprobado

al estilo de antes, con chanchullos. "Los legisladores tienen una

gran responsabilidad y -considerando el mandato del pueblo- deben

cumplir sin estar cambiando de camisola como quien viste para ir

a la misa del domingo".

   Y añadió algo muy preocupante. "Durante este

año el país registró una serie de hechos que

hacen vislumbrar un retorno a prácticas del pasado. Muchas

mentalidades no han cambiado, mucha gente ve la paz como medio

para volver a recuperar privilegios perdidos y se están

dando fenómenos que nos parecen muy peligrosos. Uno de

ellos es volver un poco a la manipulación de los distintos

poderes del Estado". Puso como ejemplo el enfrentamiento entre

la Corte Suprema de Justicia y el Ministerio de Seguridad

Pública, así como cierto arreglos en la Asamblea.

   Hizo votos por que los acuerdos de paz que se firmaron en

Gautemala sean efectivos para la verdadera paz de los

guatemaltecos y terminen con la injusticia social, la pobreza y

otras raíces que generaron el conflicto, pues de lo

contrario lo único que se habrá logrado es que

"callen las armas".

   El año de 1997 tiene que ser el año de la

resurección de la esperanza, lo cual supone unas

condiciones nuevas y un protagonismo mayor de los distintos

sectores de la sociedad civil, no sólo analizando sino

también proponiendo soluciones audaces, ya que estamos

cayendo en soluciones mediocres, estamos acudiendo a poner

parches otra vez y el país que nosotros soñamos es

un poco diferente al que se está constryendo".





           Hacia la canonizacion de Monseñor

               Recuerdos, testimonios, milagros



   Cuando se anunció el proceso de canonización

   de Monseñor, YSUCA organizó un programa con

   micrófono abierto. Desde la emisora hablaron el

   Padre Rafael Urrutia, Doris Osegueda y Coralia Godoy,

   todos buenos amigos de Monseñor, y después

   hubo muchas llamadas. Reproducimos lo que dijeron los

   radioyentes con gran sinceridad y emoción.



   Señor de San Miguel. Yo tengo un pequeño

recuerdo. Cuando Monseñor tenía celebraciones, con

frecuencia me acuerdo que se entonaba el cántico que dice:

"Como el siervo a la fuente de agua fresca, los anhelos de mi

alma van en pos de ti Señor". Ya cuando Monseñor

Romero era párroco de la Catedral de San Miguel, se

escuchaba con frecuencia este cántico y era hermoso cuando

allá en San Francisco Gotera por la radio se escuchaba

cuando Monseñor Romero estaba predicando.

   Y es que Monseñor Romero, para mí,

corría, como dice San Pablo, a beber de Cristo, a

alimentarse para cuidar el rebaño que el Señor le

había encomendado. Fue tan fiel a Cristo que cuidó

su rebaño, cuidó a su pueblo hasta las

últimas consecuencias. Prácticamente en tres

años corrió y recorrió lo que normalmente

otros no logran ni siquiera andar durante toda su vida. Para

mí Monseñor Romero nació con vocación

de santo y fue un siervo que corrió rumbo a la

santificación. No lo pudieron detener ni el poder de las

tinieblas en El Salvador ni el poder del imperio norteamericano.

   Fue una luz que brilló en El Salvador, iluminó

al pueblo salvadoreño y su luz traspasó las

fronteras, pasando por el Vaticano, rumbo al cielo. Las tinieblas

del Imperio se asustaron porque hacía temblar a los zorros

del dinero y de la injusticia. Para mí es un santo

especial porque es un santo por vocación y es profeta de

los tiempos más crueles de represión que he vivido

en nuestro país.

   Monseñor Romero ya es el santo del pueblo. El poder de

las tinieblas lo llevó al martirio. Dios lo tenga en su

gozo y nosotros los cristianos estamos llamados a seguir su

ejemplo y a venerarlo. Quiero terminar diciendo que

Monseñor Romero, tal como él lo dijo, ha resucitado

en el pueblo salvadoreño. Vive en nuestro corazones.

¡Qué viva San Romero! ¡Buenas noches!



   Eduardo, Santa Tecla. Realmente él fue un profeta, un

amante de su pueblo. El fue la voz de los sin voz. Yo lo

conocí. Estuve con él muy pocas veces, pero las

pocas veces que estuve con él me impresionó por su

humildad y su entrega a las causas de la justicia. El

venía mucho a la iglesia del Carmen aquí en Santa

Tecla. El P. Segundo Azcue, jesuita, era su confesor. Allí

tuve la oportunidad de saludarlo varias veces.

   Estuve con él en un almerzo que se le dio al P.

Santiago Garrido, jesuita, que cumplía sus cincuenta

años de haber sido ordenado sacerdote. ¡Y con

qué entusiasmo él saludaba al P. Garrido que

había sido promotor del Mensajero del Sagrado

Corazón, una hojita que salía mensualmente! El

inspiraba realmente, con su persona y con su valentía. La

homilía de él cada domingo era una voz de

esperanza, una voz que llegaba a la conciencia de las gentes, y

por eso los que no querían oírle trataron de

silenciarlo. Pero, como dijo un oyente hace un momentito,

él vive en el pueblo salvadoreño, ha resucitado.

Pero tenemos que seguir pidiendo para que sea llevado a los

altares. Ya él está en el cielo indudablemente,

pero los salvadoreños lo necesitamos en los altares.

Buenas noches.



   Olimpia, Soyapango. Yo asistí bastante a las misas de

Monseñor Romero. Incluso me estuvieron llamando para que

diera testimonio sobre él. Yo no pude ir a dar testimonio,

porque quizás son incansables los testimonios que tengo

que dar sobre él, porque me ha hecho tantos milagros que

incluso cuando lo mataron, todos los días iba a verlo. De

cuando fue el entierro, todavía guardo un zapato que me

quedó. Todavía tengo el zapato allí en mi

casa. Mi mamá me dice que no lo bote. Estuve embarazada

y yo le había dicho al padre que, si era varón, le

ponía el nombre de Monseñor Romero, pero me

salió una hembra. Tengo que dar tantos testimonios que no

me alcanzaría la noche.



   Josefina de Galeano, Miramonte. Por algo se dice que es el

salvadoreño más representativo de este país.

Recuerdo mucho que cuando le reventaron la YSAX él

salía a la puerta de Catedral con dos seminaristas

jóvenes y con un sombrero y llenaba ese sombrero de

dinero. Yo recuerdo también cuando el domingo tenía

que ir al mercado y no me quería quedar sin la

homilía y pasaba por el mercado de Mejicanos y todo el

mundo tenía sintonizada esa radio, pues nadie se

perdía la homilía. Y, por otro lado, la elocuencia,

y esa valentía con que hacía su denuncia. Yo creo

que, como dicen los que me han antecedido, no se podría

sintetizar a Monseñor Romero pues es una pesorna tan

amplia. Y comparto con el P. Urrutia que, cuando no puedo dormir,

me dirijo a él.



   Marta Méndez, Ciudad Credisa. Yo quería dar el

testimonio de que a mí me encantaba mucho de que

Monseñor Romero estuviera allí donde lo

habían dejado en Catedral, porque allí yo muchas

veces llegaba a hablar con él, no como persona que

está allí enterrada sino como a un santo que

está cerca de Dios, a la par de Dios. Entonces una de mis

hijas se había ido para Estados Unidos, pero se

había ido a su modo, así como dicen, y entonces a

los tres meses me hablaron de que no tenía trabajo, y

entonces yo aquí venía a Catedral, iba al altar

mayor a orar y después allí donde él.

   Yo le hablé con todo mi corazón y con

lágrimas en los ojos, como ahora (la señora habla

entre sollozos y muy emocionada), y entonces le dije que mi hija

se había ido a un país lejano, y que él

sabía los sufrimientos de las personas aquí en El

Salvador, y que me le proporcionara un trabajo porque él

estaba cerca de Dios y me podía escuchar. Y entonces

así fue. Fíjese que cuando terminé y vine

aquí en la casa y puse el pie en la puerta, mis hijas

hasta lloraban de emoción también, porque mi hija

acababa de hablar de que ya tenía trabajo, y entonces,

fíjese, que en ese trabajo mi hija duró trece

años y todavía sábados y domingos va

allí a trabajar. Yo le digo ese trabajo no te lo dio nadie

de aquí de la tierra, sino Dios y Monseñor Romero,

que él escuchó mis ruegos. Para mí es un

santo que está en el cielo. Y de él me han hablado

muchas personas y me dicen de que sí ha hecho muchos

milagros y yo doy testimonio de éste que sí fue un

milagro que él me hizo.





                Africa y la solidaridad sur-sur

                               

   En los últimos números de Carta a las Iglesias

hemos dicho una palabra sobre la tragedia de Ruanda, Burundi,

Zaire, palabra insignificante, cuya finalidad fundamental ha sido

mostrar solidaridad -nosotros que tanta hemos recibido- y

fomentar la solidaridad entre los países pobres. En este

número añadimos algunas noticias y comentarios.



La hipocresía de la sociedad occidental



   "Dos años y medio haciendo sonar las aldabas de todas

las puertas, transmitiendo los gritos de millón y medio

de seres humanos desplazados de sus tierras y viviendo al

límtie de lo imaginable, nos han demostrado la sordera y

la ceguera de una sociedad occidental implantada en la comodidad

y el egoísmo. La tragedia de los Grandes Lagos ha sido

anunciada, denunciada por activa y pasiva, y, sin embargo, no ha

hasido evitada".

Umoya, boletín del comité de solidaridad con el

Africa Negra.



   "Durante muchos siglos hutus y tutsis coexistieron hasta

llegar a participar de una misma lengua y cultura. El conflicto,

pues, no se puede interpretar unilateral e interesadamente por

razones étnicas...

   El arzobispo Munzihirwa escribió una carta al ex-

presidente Carter a comienzos de este año, semejante a la

que Monseñor Romero le escribió cuando era

presidente. Respondamos a la última pregunta que hace en

su carta: Las armas del conflicto son de fabricación

belga, francesa, árabe y norteamericana. Se ha denunciado

que los franceses han adiestrado a "escuadrones de la muerte"

hutus, y la ONU investiga ahora el tráfico de 30 toneladas

de armas desde España a hutus de Ruanda en 1994 ¡un

mes después del genocidio y en medio de un embargo de

armas decretado por la ONU! Esas armas españolas iban

destinadas a los mismos hutus que asesinaron a los hermanos

maristas españoles. No se trata, por lo tanto, de que las

grandes potencias no quieran hacer una "intervención

humanitaria". La auténtica verdad es que hace tiempo que

realizan una intervención genocida.

   Las agencias europeas AFP, francesa, y Reuter, alemana,

promueven la intervencion internacional, mientras que la poderosa

AP, de Estados Unidos, guarda un sospechoso silencio, acorde con

el bloqueo que Estados Unidos mantiene en el Consejo de Seguridad

sobre la intervención para permitir así la

desestablización del área.

   En Burundi han asesinado a 300 personas en una Iglesia".

Estudiante de teología de la UCA.



Cumbre episcopal en Nairobi



   Las Iglesias de los países más afectados por la

tragedia se reunieron el 18 de diciembre en Nairobi. No tenemos

detalles de las conclusiones, pero lo importante es que se

reunieron los obipos para reflexionar en común sobre la

gravísima crisis, sobre las prioridades de carácter

personal y sobre las necesidades constatadas por las Iglesias

locales. La reunión quiere propiciar la unidad eclesial

para superar las laceraciones provocadas por los conflictos y

contribuir así a la reconciliación. De hecho, en

la región han sido asesinados cinco obispos, varios

sacerdotes y religiosas, africanos y europeos. Y desde hace

días nos se tiene noticias de un obispo emérito

ruandés que vive en Goma.

   Por su parte, Juan Pablo II, en el discurso dirigido al nuevo

embajador de Ruanda ante la Santa Sede, afirmó que la

auténtica reconciliación debe estar basada en la

verdad y en la confianza mutua, que no se puede olvidar a los

numerosos ruandeses que todavía están fuera del

país, a menudo en situaciones drámaticas, y que la

justicia y la equidad deben presidir el juicio a las personas

acusadas de haber tomado parte en el genocidio. El Papa

admitió la responsabilidad de varios sacerdotes en el

genocidio registrado hace dos años, y dijo que "todos los

miembros de la Iglesia que han pecado durante el genocidio deben

tener el coraje de soportar las consecuencias de hechos que han

cometido contra Dios y contra su prójimo".



         La esperanza: "A ustedes, mujeres africanas"



   "En estas situaciones trágicas que nos aplastan,

permanezcamos como los únicos testigos del misterio de la

vida, anunciadoras de la victoria de la vida sobre la muerte.

Siguiendo el ejemplo de tantas mujeres que en la historia han

sabido mantenerse en la determinación de salvar la vida

de sus pueblos, permanezcamos firmes también nosotras en

la lucha.

   El Dios de la vida quiere desde siempre que participemos en

el éxito de la historia de la salvación de la

humanidad. No dejemos podrir la vida que nace de nosotras.

Apretémonos bien los riñones hasta dar a luz a un

Africa más justa, más libre, más liberada,

fundada en valores humanizadores. Lo sabemos por experiencia: la

verdadera vida sólo se da si se afronta con el sufrimiento

y la muerte".

   Movimiento de mujeres del Zaire por la Justicia y la Paz





      Noticias eclesiales de aquí y de allí



   Nuevo obispo de San Miguel. Mons. Romeo Tovar Astorga estuvo

en la terna para arzobispo de San Salvador y será, a

partir de marzo, el nuevo obispo de San Miguel. Su nombramiento

para la tercera diócesis más importante del

país es coherente con la política vaticana de

nombramientos en los últimos años. Su tendencia es

conocidamente conservadora, distante de la de Mons. Rivera. Un

ejemplo: cuando éste acusaba a la fuerza armada del

asesinato de los jesuitas, Mons. Tovar acusaba al FMLN.

   En la nueva diócesis le espera una ardua tarea, entre

otras la atención a miles de campesinos y campesinas que

fueron olvidados durante y después de la guerra por el

actual señor obispo. Allí están,

también, lugares como El Mozote, símbolo viviente

de inhumanidad, pero también lugar de esperanza, como lo

muestra la vida cotidiana y las celebraciones anuales. Le

deseamos a Mons. Tovar mucho éxito en su tarea episcopal.



   Obispos argentinos apremian a la Corte Suprema de Justicia.

Con el nombramiento, hace mes y medio, de Mons. Estanislao

Karlic, como nuevo presidente de la Conferencia Episcopal,

ésta, una de las más conservadoras del continente,

sobre todo en los años de la dictadura militar, ha dado

un gran giro. En un encuentro con el presidente Menem los obispos

manifestaron recientemente su preocupación por la reforma

laboral que proyecta el gobierno. Con los sindicatos comparten

su visión de estar en "la peor crisis de la historia". A

los diputados y senadores les han recordado que deben ser modelos

de "legislador ideal".

   El día 12 de este mes los obispos apremiaron a la Corte

Suprema de Justicia a que se esfuerce por impartir una justicia

equitativa, eficaz y con credibilidad. Hace poco los obispos

emitieron un comunciado en el que señalaban que "la

justicia se va a convertir en una de sus principales

preocupaciones", al comentar que "el país está

herido por el escándalo". De hecho las encuestas muestran

que los jueces tienen una imagen negativa,y algunos magistrados

han sido acusados públicamente de estar involucrados en

casos de corrupción. Tras es el encuentro con los obispos,

los magistrados manfiestan su intención de "revisarse

permanentemente".



   Visita de Juan Pablo II a Cuba. Despés de la

histórica visita de Fidel Castro a Juan Pablo II, el

portavoz vaticano anunció la visita de Juan Pablo II a

Cuba en 1977. En Cuba lo ha vuelto a confirmar el cardenal Jaime

Ortega en la popular fiesta de San Lázaro que se celebra

en el Rincón.

   La fiesta congrega a muchos católicos y es la misa

más masiva que se celebra en la isla. El gobierno nunca

ha prohibido esta peregrinación que, según

observadores locales, alcanzó su máxima asistencia

en 1993 y 1994, los peores años de la crisis

económica. Las palabras del cardenal fueron acogidas con

gritos de "¡Viva el Papa!".

   No sabemos que pasó en la misteriosa visita entre el

Papa y Fidel Castro, pero no cabe duda que puede ser beneficiosa

para el pueblo y la Iglesia de Cuba. De hecho, Estados Unidos

queda una vez más en evidencia, pues el Papa ha condenado

el bloqueo económico y ahora recibe a Fidel. Este, a su

vez, se ha visto forzado a dar pasos en la línea de la

libertad, esta vez aceptando el ingreso a Cuba de varios

sacerdotes y religiosas. De hecho ya ha comenzado el ingreso.



   La Santa Sede en la cumbre de la alimentación. El

representante de la Santa Sede ante la ONU, Renato Marino,

reclamó en Nueva York un reconocimiento mundial del

derecho a la alimentación. "Se trata de una

cuestión de vida o muerte". Añadió que la

ayuda alimenticia de emergencia, cuando hay catástrofes,

puede convertirse en algo perverso, si oculta o mantiene la falta

de solidaridad entre los pueblos ricos y pobres. La seguridad

alimenticia supone una reforma agraria para poner fin a un

escándalo: "en algunos países el 1 por ciento de

la población controla el 50 por ciento de las tierras".

   En 1990, en Uagadugu, Juan Pablo II dijo: "¿Cómo

juzgará la historia a una generación que cuenta con

todos los medios necesarios para alimentar a la población

del planeta y que rechaza hacerlo por una obcecación

fratricida?".





                "Cercano ya el Tercer Milenio"

        La esperanza de Juan Pablo II para la humanidad



   Hace tres años Juan Pablo II escribió una carta

apostólica tituladaTertio Millennio Adveniente en

preparación para el año 2000, año del Gran

Jubileo. Ahora que comenzamos la preparación para el

jubileo presentamos algunos puntos de la carta, que debemos tener

muy presentes desde nuestra realidad salvadoreña.

   Y digamos antes de empezar que esta carta de Juan Pablo II,

como la Palabra de Dios que se hizo carne y puso sus tienda de

campaña entre nosotros, se encarna en los problemas, en

las angustias y en los esperanzas de nuestro tiempo. Se dirige

a los cristianos, pero ojalá también la tengan en

cuenta gobernantes y políticos. La fe en Jesucristo, en

efecto, se mezcla con toda naturalidad con el perdón de

la deuda externa y el recuerdo de los mártires con las

críticas al neoliberalismo.



La esperanza: el amor de Dios

   El Papa no es ingenuo. Presenta un balance de este siglo que

no es nada halagüeño, sino trágico: las

grandes guerras, los sistemas económicos enfrentados, el

orden y desorden internacional. Y tras la caída del muro

de Berlín, en 1989, que parecía ser la

solución para muchos problemas, han vuelto a surgir nuevos

peligros y amenazas mundiales, de manera especial los conflictos

nacionalistas. Y ese nuevo orden mundial fomenta, además,

la indiferencia religiosa, la ausencia de Dios y el relativismo

ético,

   Pero el Papa tiene esperanza. Frente al actual intento de

mundialización Juan Pablo II recuerda el plan de

salvación de Dios para toda su creación. Nos

presenta a un Dios que sí se preocupa de los seres

humanos, comprometido con su creación y que nos salva a

costa de su propio sacrificio. Y aquí aparece una idea,

importante para nosotros en El Salvador: el amor y la entrega de

Cristo "ajusticiado por obra del procurador Poncio Pilato bajo

el imperio de Tiberio" (n. 5), cruz que aparece asociada a las

persecuciones y a los mártires de toda la historia de la

Iglesia. Juan Pablo II, al hablar de la realidad de nuestro

mundo, nos pide que no olvidemos a nuestros mártires.



El gran jubileo del año 2.000: perdón de la deuda



   En este contexto el Papa anima a la utopía: el

año 2.000 debe ser "el gran Jubileo", tiempo de gran

alegría por ser el Año de Gracia del Señor,

y recuerda qué era el jubileo en Israel. Cada 50

años se condonaban las deudas y se liberaba a los

esclavos, se devolvía la igualdad a los hijos de Israel

y se realizaba el destino universal de todos los bienes: igualdad

jurídica e igualdad económica, que Juan Pablo II

afirma ser la inspiración de la enseñanza social

de la Iglesia.

   Desde este precepto bíblico el Papa da un salto a

nuestro fin de milenio y lo propone como el tiempo oportuno para

una notable reducción o condonación de la deuda

internacional que pesa gravemente sobre muchas naciones (n. 51).



La honradez de pedir perdón



   Muchas cosas hay que hacer para prepararnos al jubileo como

Dios manda -textos, celebraciones, liturgias-, pero hay que

comenzar con lo más importante: la honradez. Por eso, la

Iglesia debe prepararse al gran jubileo pidiendo perdón

por sus pecados históricos, antitestimonios y

escándalos. En el mundo eclesial y religioso, estos

pecados han desgarrado la unidad de los cristianos, y la

intolerancia religiosa llegó a utilizar medios violentos

en la defensa de la fe, cuando la verdad debe defenderse con los

argumentos de la verdad. Pues bien, la Iglesia debe asumir su

responsabilidad en la indiferencia religiosa, en la ausencia de

Dios, en el secularismo y en el relativismo ético.

   Y también debe asumirla en la sociedad. El Papa pide

a todos los miembros de la Iglesia entrar en un proceso de

autocrítica "sobre las responsabilidades de los cristianos

también en relación a los males de nuestro tiempo".

El n. 36 ofrece varias preguntas para el examen de conciencia,

entre las cuales mencionamos dos de ellas. "¿Cómo no

sentir dolor por la falta de discernimento, que a veces llega a

ser aprobación, de no pocos cristianos frente a la

violación de fundamentales derechos humanos por parte de

regímenes totalitarios? ¿Y no es acaso de lamentar,

entre las sombras del presente, la corresponsabilidad de tantos

cristianos en graves formas de injusticia y marginación

social?".

   Todo esto se aplica también y muy directamente al

neoliberalismo imperante a nivel mundial. Su filosofía no

encaja con la enseñanza social de la Iglesia y su praxis

es un ateísmo secularizante. Los sínodos

continentales han ido señalando las exigencias de nuestro

mundo, y en relación al continente americano, la carta

llama la atención a "la propuesta de un Sínodo

panamericano sobre la problemática de la nueva

evangelización en las dos partes del mismo continente, tan

diversas entre sí por su origen y su historia, y sobre la

cuestión de la justicia y de las relaciones

económicas internacionales, considerando la enorme

desigualdad entre el Norte y el Sur" (n. 38).



Ecumenismo para promover la vida



   Frente a un proceso de mundialización, caracterizado

por la indiferencia religiosa, la ausencia de Dios, el

secularismo y el relativismo ético, en la carta se apoya

la promoción del ecumenismo, el fortalecimiento del

diálogo y el acercamiento pastoral a las hermanas

religiones históricas y a las confesiones teístas,

transcendiendo los conflictos del pasado, que rasgaron la unidad

de la Iglesia y de la humanidad.

   Pero esto ecumenismo es necesario no sólo religiosa,

sino humanamente. Hay que afrontar la "crisis de

civilización que se ha ido manifestando sobre todo en el

Occidente tecnológicamente más desarrollado, pero

interiormente empobrecido por el olvido y la marginación

de Dios" (n. 52). Si en su encíclica de 1991, con

ocasión del centenario de la Rerum Novarum, Juan Pablo II

hablaba del ateísmo y de la persecusión religiosa

de los regímenes del Este europeo, en la presente carta

lamenta el ateísmo del Occidente tecnológicamente

desarrollado, en su doble vertiente de la marginación de

Dios (n. 52) y de las intolerables disigualdades sociales y

económicas (n. 51). Tampoco para Juan Pablo II el

neoliberalismo es "el fin de la historia". "A la crisis de

civilización hay que responder con la civilización

del amor, fundada sobre los valores universales de la paz,

solidaridad, justicia y libertad, que encuentran en Cristo su

plena realización" (n. 52).



Jesucristo y la opción por los pobres



   El Vaticano II, y Medellíín para nosotros,

marcaron el camino para la sensibilización y compromiso

de nuestra fe, pero se necesita una preparación más

inmediata. Para ello Juan Pablo II propone que en 1997

profundicemos en Jesucristo, "único Salvador del mundo,

ayer, hoy y siempre". En 1998, en el Espíritu vivificador,

que unifica con sus carismas el cuerpo de la Iglesia. Y en 1999,

en la presencia de Dios Padre, del Dios que es amor y que nos

hace a todos hermanos.

   El recuerdo de Jesús le lleva por necesidad a los

pobres. "Recordando que Jesús vino a "evangelizar a los

pobres" (Mt 11, 5; Lc. 7, 22), ¿cómo no subrayar

más decididamente la opción preferencial de la

Iglesia por los pobres y marginados? Se debe decir ante todo que

el compromiso por la justicia y por la paz en un mundo como el

nuestro, marcado por tantos conflictos y por intolerables

desigualdades sociales y económicas, es un aspecto

sobresaliente de la preparación y de la celebración

del Jubileo" (n. 51). Estas palabras siguen siendo de suma

actualidad.

   El plan de salvación de Dios, al ser universal, exige

una opción preferencial por lo más universal, es

decir, por los pobres y marginados. Sería una especie de

contradicción constitucional de la Iglesia

"católica" presentarse como Iglesia de y para

minorías privilegiadas. La opción preferencial nos

lleva a un compromiso mayor. Usando una expresión bien

conocida entre nosotros, dice el Papa: "Así, en el

espíritu del Libro del Levítico (25, 8-28), los

cristianos deberán hacerse voz de todos los pobres del

mundo, proponiendo el jubileo como un tiempo oportuno para

pensar, entre otras cosas, en una notable reducción, si

no en una total condonación, de la deuda internacional,

que grava sobre el destino de muchas naciones" (n. 51).

   Estas son tareas para estos tres años en las que se

decidirá si nuestra religión, nuestra pastoral,

nuestra teología, nuestras ciencias sociales, las vivimos

o no "en espíritu y en verdad".



El testimonio de los mártires de hoy



   El gran testimonio de una Iglesia en espíritu y en

verdad es siempre "la sangre de los mártires, semilla de

cristianos". Si la Iglesia del primer milenio así

nació y se propagó (Tertuliano), "al término

del segundo milenio la iglesia ha vuelto de nuevo a ser iglesia

de mártires". Digamos que el Papa bendice los recientes

números de Carta a las Iglesias: "No los olvidamos". Y

Juan Pablo II agrega: "Es un testimonio que no hay que olvidarÉ

En nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia

desconocidos, quasi "militi ignoti" (soldados desconocidos) de

la gran causa de Dios. En la medida de lo posible no deben

perderse en la Iglesia sus testimonios. Como se ha sugerido en

el Consistorio, es preciso que las Iglesias locales hagan todo

lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el

martirio, recogiendo para ello la documentación necesaria"

(n. 37). El Papa pide, pues, que se actualice el martirologio de

toda la Iglesia, porque esto manifiesta la vitalidad de las

Iglesias locales. Y en eso, bien le podemos ayudar desde El

Salvador.



Bajo la protección de la "humilde muchacha de Nazaret"

   Juan Pablo II, que además de Papa es polaco y, por

ello, devoto de la Virgen, en consonancia con una devoción

arraigada en América Latina, termina recordando a la

virgen del Magnificat en el advenimiento del Dios Padre, Hijo y

Espíritu a nuestro mundo de hoy. En María se

realiza el mejor ejemplo de "género teológico", el

gran papel de la mujer en el plan de salvación de Dios.

Esperamos que el cardenal RaTzinger no vaya a amonestar al Papa

por presentarnos una Trinidad con cuatro personas.

   Y esperamos que este breve recuento de algunos temas,

reflexiones y aplicaciones que Juan Pablo II hace en su carta

apostólica, salpicada de ricas citas bíblicas,

pueda alimentar las reuniones litúrgicas y pastorales de

las comunidades locales, dedicadas a predicar la buena noticia

del año de gracia del Señor.Fco. Javier Ibisate S.J.

                                                              

                                                              

   La vigilia ante La Escuela de las Américas, 15-16 de

noviembre

P. Paul Locatelli, S. J. Rector de la Universidad de Santa Clara



   No es habitual para mí participar en vigilias por la

paz. La primera vez que lo hice fue al comienzo de los

años setenta cuando, con un grupo de estudiantes de la

Escuela Jesuita de Teología de Berkeley, fui a la

bahía de San Francisco para pedir el fin de la guerra de

Vietnam. Nuestra esperanza era, entonces, que regresaran nuestros

soldados, quienes, supuestamente, estaban luchando contra la

expansión del comunismo y la defensa de la democracia,

aunque, en realidad, también ellos eran víctimas

al igual que los civiles vietnamitas. Yo no juzgaba entonces la

moralidad de ser soldado -yo mismo había sido uno de

ellos-, sino que protestaba contra la injusticia de una guerra

que el gobierno de Washington prolongaba innecesariamente.

   Mi segunda vigilia por la paz fue al final de los ochenta -

también en California- para pedir el fin de la ayuda

militar a la guerra en El Salvador. Y mi tercera vigilia ha sido

el 16 de noviembre ante el fuerte Benning, en el séptimo

aniversario del martirio de seis jesuitas y dos mujeres en la

Universidad Centroamericana de San Salvador. Allí nos

juntamos unas 400 personas para pedir el cierre de La Escuela de

las Américas. Y éstas son las razones.

   Difícilmente se podrá decir que la Escuela de

las Américas representa nuestros mejores ideales. Ahora

sabemos que los instructores de esa Escuela "enseñan" a

militares de Centro y Sudamérica a hacer uso de la

tortura, el asesinato, el chantage, arrestos falsos;

enseñan, incluso, que se puede llevar presos a los padres

de informantes infiltrados para disimular la identidad de

éstos y conseguir sus objetivos. No parecen tener

ningún principio moral. Ahora, a medida que va

desapareciendo el secretismo que rodea a la Escuela, estamos

descubriendo la aberrante historia de sus cincuenta años.

Y el problema va más allá del entrenamiento que se

ha dado a 59,000 militares latinoamericanos. Nuestra

política internacional todavía permite que el

Pentágono apoye actividades criminales a través de

asesores de la Escuela de las Américas y que la CIA use

a graduados formados en esa Escuela, aunque hayan sido acusados

de cometer graves atrocidades.

   La razón principal para participar en esta vigilia es

que estoy convencido de que todos somos responsables de nuestro

mundo, y de que, dependiendo de lo que hagamos, el bien

prevalecerá finalmente sobre el mal. Yo pertenezco,

además, a la comunidad cristiana, que es una comunidad que

tiene memoria y esperanza, pero no es suficiente recordar a ocho

mártires salvadoreños. Nuestra esperanza es

transformar el mundo, ofreciendo paz y amor, compasión y

justicia. Sobre las consecuencias de esta tarea me iluminó

un texto de Jon Sobrino, S.J.: "Cuando la misericordia toma la

forma de justicia y liberación en la historia -por

racional y razonable que esto sea-, tiene que confrontarse con

aquellos que no se dejan regir por el principio misericordia".

   Como primer orador en la vigilia del día 16 quise

expresar también por qué la misión de una

universidad es la de hace avanzar la fe y la justicia en nombre

del Evangelio, y exponer el contexto necesario para exigir que

se cierre la Escuela de las Américas, pues es un

instrumento de actividades criminales. Lo que escribo a

continuación es fundamentalmente lo que dije en la

vigilia:



   "Estoy aquí con ustedes porque soy sacerdote y porque

soy rector de una universidad. Como sacerdote, estoy celebrando

con ustedes las vidas de ocho mártires salvadoreños

que fueron asesinados hace siete años en El Salvador en

medio de la oscuridad. Fue un asesinato planificado y llevado a

cabo por personas entrenadas en Fort Benning en un programa

financiado con dinero de los impuestos de ciudadanos

norteamericanos. Estos mártires fueron asesinados por su

decisión de seguir el camino de Jesús: 'ser una

buena noticia para los pobres, dar vista a los ciegos y liberar

a los oprimidos' (Lc 4, 18).

   Como rector de universidad, vengo a defender el derecho a la

verdad y a la libertad académica. Sé muy bien que

investigar la realidad hasta sus últimas consecuencias,

sin importar cuán impopular o amenazante sea, es el

corazón de toda investigación y es el alma de toda

universidad. Ignacio Ellacuría, Ignacio ("Nacho") Martin-

Baró y Segundo Montes fueron intelectuales

internacionalmente reconocidos en filosofía,

psicología y sociología. Trabajaron

infatigablemente por crear la universidad que Ellacuría

describió en el discurso de aceptación del

doctorado honoris causa que le otorgó, en 1982, la

Universidad de Santa Clara:



   Una universidad de inspiración cristiana tiene que

   tomar en serio la opción preferencial por los

   pobres... Esto no significa que la universdad deje de

   cultivar la excelencia académica que se necesita para

   resolver los problemas sociales. Significa más bien

   que la universidad debe encarnarse entre los pobres

   intelectualmente para ser ciencia de los que no tienen voz,

   el respaldo intelectual de los que en su realidad misma

   tienen la verdad y la razón, aunque sea a modo de

   despojo, pero que no cuentan con las razones

   académicas que justifiquen y legitimen su verdad y su

   razón.



   La guerra salvadoreña ocupó un lugar central en

los corazones de estos jesuitas y en todo su trabajo intelectual.

Los profesores Martín-Baró y Montes demostraron,

sin ninguna duda, que la guerra en El Salvador no era una guerra

de la democracia contra el comunismo, sino un brutal esfuerzo por

mantener los intereses de unos pocos privilegiados a costa de la

apabullante mayoría de pobres salvadoreños. Y

Ellacuría demostró, con toda claridad, que a los

campesinos pobres les eran negados sus derechos a la vida, a la

alimentación, a una vivienda adecuada y a no ser

víctimas de la tortura y del terrorismo de estado. Estos

intelectuales fueron asesinados por publicar las conclusiones de

sus investigaciones, y sólo con la muerte pudieron impedir

que estos intelectuales de integridad y convicción dijeran

la verdad. Y es importante notar que ahora celebramos en todo el

mundo la esperanza y la verdad de sus vidas -no las mentiras de

sus asesinos. Celebramos a todos nuestros hermanos y colegas de

Centro y Sudamérica, testigos de la importancia y de la

responsabilidad de la libertad académica.

   Ignacio Ellacuría fue un amigo. Quisiera aplicar ahora

a la Universidad Jesuita de El Salvador lo que él dijo una

vez de la Iglesia salvadoreña: en los anales de la vida

intelectual es difícil encontrar una universidad que haya

sido martirizada y perseguida simplemente por fidelidad a su

compromiso con la verdad y por su fidelidad al pueblo de Dios.

   Finalmente, como rector de una Universidad y como educador,

he venido también a protestar porque nuestro gobierno

llame a este lugar una 'escuela'. Las escuelas educan, y la

educación es un proceso que lleva a los seres humanos a

buscar la verdad, a descubrir lo mejor de nuestra humanidad y a

vivir verdaderamente vidas que son humanas. La tortura, el

engaño, el secuestro, son perversión, no

perfección del espíritu humano. Instituciones que

enseñan esas prácticas no tienen ningún

derecho a llamarse 'escuelas', pues están al servicio de

esa dehumanizacion de la que precisamente nos quiere liberar la

educación. Hasta que no se cierre este lugar y esta

'escuela' no haremos realidad la visión de Amós:

'que la justicia fluya como el agua y el derecho como torrente

inagotable' (5, 24)".



   La vigilia terminó cuando 54 personas "cruzaron la

línea" hacia el fuerte, confrontando la violencia con la

no violencia. Fueron arrestadas y recibieron sentencias de hasta

seis meses de cárcel. Mientras tanto, los instructores de

La Escuela de las Américas continúan entrenando en

la violencia y la opresión.