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El informativo semanal Proceso sintetiza y selecciona los principales hechos que semanalmente se producen en El Salvador. Asimismo, recoge aquellos hechos de carácter internacional que resultan más significativos para nuestra realidad. El objetivo de Proceso es describir las coyunturas del país y apuntar posibles direcciones para su interpretación.

 

Su producción y publicación está a cargo del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI) de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” de El Salvador. Por favor, asegúrese de mencionar Proceso al utilizar porciones de esta publicación en sus trabajos.

 

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Año 25
número 1147
Junio 1, 2005
ISSN 0259-9864

NUMERO MONOGRAFICO

 

 

Índice


 

Editorial: Un balance del primer año de Saca

Política: ¿Un primer año glorioso?

Economía: El primer año de gestión económica de Saca

Sociedad: Saca contra ARENA

Regional: Un año después, ¿El Salvador vale la pena?

Derechos Humanos: 365 días de Saca

 

 

Editorial


Un balance del primer año de Saca

 

El presidente Elías Antonio Saca ha cumplido su primer año al frente del Ejecutivo. Si cuando pronunció su discurso de toma de posesión y cuando, posteriormente, anunció su plan social, fue necesaria la prudencia en los juicios, ahora se hace necesaria una mirada menos condescendiente con el mandatario. Y es que, aunque un año es insuficiente para dar cuenta de resultados sustantivos en los grandes temas que preocupan a la sociedad salvadoreña, no lo es cuanto a la definición de las líneas maestras de conducción gubernamental en lo que resta de mandato presidencial. Desde este punto de vista, el año transcurrido es más que suficiente para enjuiciar no sólo el estilo de gobierno de Saca, sino cuáles son los límites estructurales de su gestión.


A propósito del estilo de gobierno del presidente Saca, se tiene que decir, ante todo, que su primer año al frente del Ejecutivo ha sido fuertemente mediático. El presidente ha sido, en este sentido, una imagen publicitaria: muchas apariciones en los medios, muchas entrevistas, muchas fotografías, muchas sonrisas... Prácticamente, todo fue arreglado —o aprovechado— para que Saca luciera su mejor ángulo ante las cámaras. Los grandes medios —ciertamente, unos más que otros— se prestaron a este juego de imágenes y de marketing; el presidente, por supuesto, estuvo en lo suyo, haciendo lo que mejor sabe hacer: posar para las cámaras, sonreír amigablemente y decir lo que todos querían escuchar. Ciertamente, a juzgar por las simpatías que despierta entre amplios sectores de la población, su desempeño en los medios ha sido más que exitoso.


Ahora bien, no todo ha sido simpatía, sonrisas y amabilidad por parte del presidente Saca en este primer año de gobierno. Su faceta populista se ha visto acompañada de una cara autoritaria que a veces ha recordado los peores y más característicos momentos del ex presidente Francisco Flores. Es decir, en el estilo de gobierno de Saca se ha dibujado una peligrosa combinación de populismo y autoritarismo que, de persistir y afianzarse en los siguientes cuatro años, se convertiría en un obstáculo más para el avance de la democracia en El Salvador.


Y es que el presidente Saca es populista, no sólo cuando se muestra como un amigo de todos, sonriente, simpático y amable, sino cuando abandera un proyecto de combate a la pobreza a partir de una ayuda económica otorgada por el Estado a familias en condiciones de precariedad extrema. Sobra decir que ni la amabilidad es mala ni tampoco lo es ofrecer ayuda directa e inmediata a quienes más lo necesitan. No obstante, ni ser simpático hace de un presidente un mejor gobernante, ni dar ayuda económica a los más pobres resuelve en el largo plazo el problema de la pobreza. Como quiera que sea, el populismo es un modo de ejercer el poder, que consiste en crear vínculos y lealtades políticas por la vía del otorgamiento de ayudas, subsidios o prebendas a determinados sectores de la sociedad. El presidente Saca goza de un encanto populista que, sin dar pie a fuertes movilizaciones de masas —como fue el caso de los populismos tradicionales— ha seducido a una parte significativa de los salvadoreños que ha depositado sus esperanzas en él.


Sin embargo, el populismo —es decir, el lado amable del presidente— no lo es todo, pues el mismo se ha visto acompañado de un claro componente autoritario, tal como ha sido lo usual en otros casos de populismo. Para empezar, hay que hacer notar la excesiva centralidad de la figura del presidente: como en la época de Flores, todo parece girar en torno a las decisiones y la persona de Saca, como si él fuera el amo y señor de los destinos del país. Esta forma de ver las cosas, asimismo, se ha traducido en decisiones inconsultas por parte del gobierno —como la reforma fiscal, la promoción de Francisco Flores como candidato a la secretaria general de la OEA o la autorización para la permanencia de tropas salvadoreñas en Irak—, cuyas consecuencias son de amplio alcance social y político.


Es difícil ser populista sin ser prepotente y sin ocupar un papel protagónico en el escenario político. El presidente venezolano Hugo Chávez es quizás, en la actualidad, el ejemplo extremo de ello. Francisco Flores —más cerca de nosotros— fue prepotente y nada populista, esto último, porque no era simpático, ni tampoco se le cruzó por la cabeza que a los pobres del país había que ofrecerles comida en lugar de sabiduría oriental mal digerida. Elías Antonio Saca, salvando las distancias, está más cerca de Chávez que de su predecesor Flores: la prepotencia de este último es un mal recuerdo, cada vez más opacado por la simpatía mediática de Saca, así como por su proclamado compromiso con los más pobres de los salvadoreños.


Hasta aquí, Saca ha salido bien librado y si su primer año de gestión se juzgara por cómo ha combinado populismo y autoritarismo —logrando que éste apenas se note— no habría más que pedirle. El asunto es que a Saca hay que pedirle más que eso y, en ese sentido, hay que juzgarlo por otras cosas. Por ejemplo, hay que juzgarlo por el cumplimiento (o incumplimiento) de su compromiso de hacer de lo social la prioridad más importante de su gestión. Y, desde esta perspectiva, la situación no pinta muy bien para Saca. Porque, hasta ahora, ese compromiso no se ha visto apuntalado por políticas públicas de peso, es decir, por políticas estatales que vayan encaminadas a hacer de lo social el centro de las preocupaciones del gobierno.


Por más publicidad que se haya dado al plan social y a las ayudas que emanarían del gobierno hacia determinados sectores sociales, lo económico fue, en este primer año, la prioridad de Saca. Más concretamente, lo prioritario siguieron siendo los intereses de un segmento del gran empresariado transnacionalizado que vio crecer, a la sombra del amparo gubernamental, sus negocios, inversiones y fusiones bancarias. El gobierno de Saca ha dado señales inequívocas de querer sacar algo de este sector para trasladarlo a la sociedad; pero ese algo se quiere obtener como dádiva, con una reforma tributaria tibia que sólo roza esos intereses y que descansa sobre unos sectores medios frustrados y endeudados. Lo social nunca va a ser prioridad, mientras el gobierno de Saca se conforme con el “responsabilidad social empresarial”. A lo sumo, lo social será complemento obligado —siempre propenso a convertirse en algo prescindible— de una lógica económica que los gobiernos de ARENA —incluido el de Saca— consideran inamovible.

G

 

Política


¿Un primer año glorioso?

 

A tenor de la divulgación de las encuestas de opinión pública sobre lo que los salvadoreños piensan del primer año de gestión gubernamental de Elías Antonio Saca, el observador se va haciendo una idea más precisa de los contornos de la lucha política nacional para los próximos meses. Mientras tanto, el presidente y sus partidarios saborean y repiten la aprobación —un tanto inquietante, vista la envergadura de los problemas que revelan al mismo tiempo los sondeos— que les acredita la mayor parte de la población; y, por su lado, la oposición intenta destapar, pensando en su propia supervivencia, los temas más candentes.

Lecturas divergentes de los sondeos
Para el caso, en la línea del antagonismo político entre oficialistas y opositores, se han presentado lecturas distintas de la encuesta de la UCA. Los más emblemáticos defensores de la línea de ARENA repiten, ad nauseam, que el presidente ha hecho un trabajo excelente durante su primer año de gestión. “Positivos son los logros del gobierno de Saca en su primer año de gestión —dice un editorial de El Diario de Hoy escrito para la ocasión—, una presidencia que se ha distinguido por su proyección a la gente, su legítimo esfuerzo por acercarse a todos los sectores y su incansable actividad. La promesa electoral, trabajar sin tregua por el país y su desarrollo, se cumple; toca ahora afirmar el rumbo y elaborar propuestas que permitan hacer mucho con lo poco de que dispone un pueblo pobre”. Así las cosas, no se pueden esperar milagros económicos del presidente, porque se trata de una nación pobre que tiene poco que redistribuir entre sus hijos.


En la misma línea se sitúa la reflexión del editorialista de La Prensa Gráfica. Comentando la evaluación mayoritariamente positiva de la gestión de Saca, sostiene que “estas cifras tan elevadas deben ser vistas, en primer término, como la respuesta exitosa al estilo de gobernar de Tony Saca. La política es una ciencia, pero gobernar es un arte. Es mucho más cuestión de sensibilidad que de técnica. En tal sentido, Tony Saca es eminentemente comunicativo, lo cual le permite una conexión inmediata con el ciudadano común y corriente. Y esa es la base de una relación fluida y de creciente confianza con el conglomerado nacional”.


Los detractores del presidente sitúan precisamente sus críticas en este punto de la supuesta relación de cercanía con la población. Se habla de manipulación desvergonzada de la opinión pública. En más de una ocasión, el activismo político de Saca se asemeja a propaganda continua de un gobierno más preocupado en comunicar sus buenas intenciones que en resolver los problemas concretos que aquejan a la población. La evaluación del FMLN del primer año de gestión gubernamental destaca específicamente este aspecto. En un espacio pagado en la prensa, los responsables de la izquierda partidaria detallan las promesas incumplidas por el presidente y lo tratan de mentiroso por hacer propaganda sin fundamento, alejada de la realidad económica de los salvadoreños.


A este respecto, otra voz de La Prensa Gráfica, que pretende ser justa y racional, matiza la apreciación de la oposición. Según esta postura, el buen resultado de cuyo mérito se hace acreedor el presidente Saca, “no es sólo ni principalmente atribuible a las estrategias publicitarias de su gobierno. No habría publicidad tan efectiva ni pueblos tan manipulables, en estos tiempos, como para generar niveles tan altos de aceptación si todo fuera así de malo como algunos insisten en pintarlo. Es cierto que persisten graves problemas en nuestro país, pero la mayoría de las personas entendemos que sería absurdo esperar cambios mágicos o atribuirle a un gobierno más responsabilidad de la que tiene por las causas o por la persistencia de los problemas”.


En buena medida, la opinión mayoritariamente favorable a Saca parece inscribirse en la línea del comentario anterior. Pese a todas las adversidades, los salvadoreños dan el beneficio de la duda al equipo del actual gobernante. Los graves problemas sociales y económicos, reiteradamente señalados por los ciudadanos, no impiden que ellos sientan simpatía por el presidente y respalden las políticas ineficaces de la derecha.


En el terreno político, también los salvadoreños reconocen los esfuerzos del gobernante por acercarse a la oposición. En este aspecto el equipo presidencial destaca que “la gestión del gobierno del presidente Saca se ha caracterizado por una filosofía de búsqueda de consensos, acercamientos, espacios de diálogo y gestiones de buena voluntad que buscan crear en el país condiciones de gobernabilidad, armonía social, paz y oportunidades de superación”.


Entonces, de nueva cuenta, divergen las lecturas sobre la acción gubernamental y la apreciación de los ciudadanos en torno a la misma que evocan los sondeos. En todo caso, conviene subrayar que los sondeos no son más que eso, un esfuerzo científico por acercarse a la manera como cada uno de los salvadoreños evalúa el desempeño de sus representantes. Ahora bien, ¿qué sentido tiene la evaluación que los salvadoreños hacen del desempeño gubernamental? ¿Es cierto que se ha manipulado de manera deshonesta a la población? ¿O será que la aprobación abrumadora de Saca es señal de la inoperancia de la oposición?

La otra cara de la política nacional
Que Saca haya hecho de todo durante su primer año de gestión para ganar la confianza de los salvadoreños y, al mismo tiempo, ganar la carrera política a la oposición no es de extrañar. Tampoco tiene que prestarse demasiada atención a este hecho. Es uno de los elementos que hacen más apasionante la política en su versión democrática. Lo importante, dicen los expertos, es si la competencia se da en igualdad de condiciones y que los opositores hayan podido expresarse libremente.


Sobre estos dos elementos que permiten medir el funcionamiento del régimen democrático, se debe subrayar que Saca cuenta con muchas ventajas. No sólo cuenta con todo el peso institucional del Estado y el dinero de los salvadoreños para “realizar sus obras”, sino que también la gran prensa de derecha lo ha acompañado y mimado como “Su Presidente”. De modo que cualquier ejercicio de evaluación del mandatario debe empezar llamando la atención sobre esos elementos.


Además, tampoco los opositores las han tenido todas consigo para manifestarse en contra del gobierno. Para ello, tanto la prensa como los aparatos de coerción del Estado se han coaligado a favor de la causa de ARENA. Respecto del comportamiento de la prensa, no se puede afirmar que ha sido una decisión expresa del presidente. La identificación de los grandes medios de comunicación con los intereses que defiende ARENA es una decisión que va más allá de la existencia de Saca. Pero, sobre el uso de las instituciones del Estado, tales como la Policía Nacional Civil (PNC) y el Organismo de Inteligencia del Estado (OIE), para controlar a los opositores, el presidente Saca tiene entera responsabilidad. Durante este primer año en el gobierno, sus ministros de Gobernación y Seguridad se destacaron por hacer un uso perverso de esas instancias en detrimento de la oposición.


En este sentido, durante su primer año, Saca no ha contribuido a hacer avanzar la institucionalidad democrática en El Salvador. Por mucho que sus apologistas se afanen en presentarlo como un hombre de paz y de diálogo, en la práctica el presidente ha reproducido los peores vicios que marcaron el estilo de su predecesor. Quienes creen que son suficientes sus declaraciones de buena voluntad para tratar con la oposición, olvidan que en el juego político los actos cuentan más que las palabras.


En esta línea, el pacto que hizo Saca con el Partido de Conciliación Nacional (PCN) con el cual este último logró burlar su cancelación según lo establecían los términos de la ley electoral y que, además, se hiciera con un puesto en el Tribunal Supremo Electoral (TSE), prueba su poco respeto por las reglas de la convivencia democrática. Además, a raíz de esta decisión, tuvo que dar un paso más en la línea de domesticación de la Corte Suprema de Justicia, cuyos representantes —aunque, en el caso de la cancelación de los partidos que no alcanzaron el porcentaje legal requerido, una magistrada salvó su voto en contra del adefesio jurídico que estaba perpetrándose—, se prestaron sin problemas para avalar la decisión política de ARENA.


Tampoco Saca contribuyó a elevar el debate político según lo había prometido. Las mesas de concertación, como lo reconocen los opositores menos combativos, no han funcionado. Las decisiones políticas más importantes del presidente no se discutieron en su seno. Ni la llamada reforma fiscal, ni tampoco la aprobación del Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos han pasado por la criba de sus integrantes. Así, ha servido más como una oportunidad de propaganda para el gobierno, como atestigua el hecho de que el suplemento que se publica en los periódicos sobre el informe de primer año de gestión del presidente, incluye una foto con los líderes del principal partido de oposición.


Ante este panorama, sin embargo, sigue presente la pregunta por la explicación del sentido de la aprobación mayoritaria de la gestión del presidente. Aquí hay que destacar que el discurso y las declaraciones de buenas intenciones de Saca reluce más debido a la incapacidad de la oposición. Mientras los integrantes de estos partidos no ofrecen una estrategia coherente para enfrentar la demagogia populista de la derecha, difícilmente podrán contrarrestar las ofensivas mediáticas de Casa Presidencial. Por otro lado, también existe una buena dosis de manipulación de la opinión pública. Quienes se preguntan de si es posible que haya opinión pública tan fácil de manejar, deberían fijarse en que más del 44% de las personas consultadas piensa que el nivel de aprobación con que goza el presidente se debe a la propaganda en los medios.


Luego de este primer año de gestión, en la coyuntura pre electoral que se avecina, es muy probable que Saca siga ofreciendo más de lo mismo. Hay muchos incentivos para ello y la aprobación popular de que hace alarde constituye, sin duda, el principal. En ese sentido, si se espera alguna novedad en la vida política, tendría que venir por parte de la oposición. De lo contrario, el próximo año se tendrá que reseñar, quizá con algunos hechos diferentes, que el populismo autoritario, maquillado con acciones mediáticas espectaculares, marcó de nuevo la vida política nacional.

G

 

Economía


El primer año de gestión económica de Saca

 

Los resultados de las encuestas realizadas para evaluar el primer año de gestión del presidente Elías Antonio Saca indican que, en términos generales, éste ha logrado mantener una buena imagen entre la mayoría de los salvadoreños. Sin embargo, las encuestas también muestran el malestar de la población, debido a la difícil situación económica que atraviesa el país. En este sentido, las encuestas presentan un voto a favor del mandatario, pero, al mismo tiempo, evidencian claramente la mala situación económica que atraviesa el país.


Al iniciar su mandato, Saca enfrentó una crítica situación económica heredada de la gestión de Francisco Flores. En ese momento, el país se encontraba con un bajo nivel de inversión privada, un lento crecimiento económico, una alta deuda del Gobierno Central, un alto déficit comercial y el inicio del incremento en los precios del petróleo. Todos estos elementos configuraban el escenario del país en el que, día a día, los salvadoreños perdían la capacidad adquisitiva de sus salarios. Después de la entrada en funciones del nuevo mandatario, se implementaron una serie de medidas económicas que tenían la finalidad de reactivar la economía, hacer frente a las deudas del Estado y paliar la deteriorada situación económica de los salvadoreños. Las medidas económicas más importantes impulsadas por el actual mandatario son la reforma tributaria, el plan antipobreza y la apuesta por el Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica, EEUU y la República Dominicana (CAFTA-DR).

La reforma tributaria
Elías Antonio Saca heredó del gobierno pasado el incremento en la brecha entre los gastos y los ingresos del Estado. En tan sólo cinco años de gestión, el ex presidente Flores condujo al país a una situación de déficit fiscal sobre la cual alertaron diferentes calificadoras de riesgo internacional. En un modelo económico basado en las inversiones, la presencia concomitante de déficit fiscal desmotivó a la inversión privada. Para tratar de cerrar esa brecha, el nuevo presidente anunció una reforma tributaria para lograr una mayor recaudación de impuestos. Para el mandatario, la medida no contemplaba el incremento de las tasas impositivas, más bien, estaba enfocada a combatir a toda costa la evasión fiscal.


En la gestión del ex presidente Flores, la ampliación de la brecha entre los gastos y los ingresos del Estado llevó al gobierno a financiar el déficit con préstamos prevenientes del extranjero. En otras palabras, el incremento del déficit fiscal tuvo repercusiones en el estado de las deudas internacionales. Para inicios de 2004, la situación ya era delicada. La deuda externa alcanzaba los máximos establecidos por el Fondo Monetario Internacional (FMI): 5,992 millones de dólares, el equivalente al 38.1% del Producto Interno Bruto (PIB).


En 2005 se ejecutó la reforma fiscal anunciada desde el año pasado. La reforma mantuvo como meta minimizar el desequilibrio que entre los gastos e ingresos del Estado. Además, una mayor recaudación fiscal debería traducirse en una mejor política social para los salvadoreños de más escasos recursos. Durante la implementación de la medida existieron conflictos de intereses en el sector privado. Para los empresarios, la medida podía profundizar el ciclo de bajo rendimiento económico que tenía el país. Algunos sectores —especialmente las micro y pequeñas empresas— miraban un oscuro panorama de cara al futuro, debido a los nuevos mecanismos de recaudación.


Después de ejecutada, se debe comprender que la reforma tributaria no es más que un paliativo de corto plazo. Para hacer frente al incremento de los gastos del Estado y el elevado nivel de la deuda internacional es necesario tener una tributación mucho más alta que la planeada con una reforma fiscal que únicamente busca expandir la base tributaria. Además, la ampliación de la base tributaria lo que hace es reforzar la naturaleza regresiva de la política fiscal en el país.


Esto significa que la actual reforma refuerza la tendencia ya existente según la cual los agentes económicos con un nivel inferior de renta son los que aportaban más al fisco. Siempre habrá algunas empresas que tendrán que tributar más, pero en términos relativos la mayor cantidad de ingresos del Estado provendrá de las personas con menos nivel de ingreso. Por lo tanto, es posible que con una estructura tributaria como la actual se refuerce la desigualdad y, con ello, un deterioro en las condiciones económicas de muchos salvadoreños.

El plan antipobreza
Saca anunció la creación de un programa destinado a atacar la situación de extrema pobreza en el país. Este programa estaría constituido por cinco componentes: FOSALUD, “Conéctate”, un programa destinado a los jóvenes, Red Solidaria y microcréditos.


Con el FOSALUD se buscaba dar servicios médicos a cuatro millones de personas, durante los próximos años. Para el primer año dicho plan contaría con veinte millones de dólares. Pero hasta la fecha este plan aún no se ha implementado y ello se debe principalmente a que no se han obtenido los fondos suficientes para su financiación. Otro de los programas más sonados a través de los medios de comunicación, pero que tampoco ha rendido resultados, es Red Solidaria. Este programa consiste en entregar subvenciones a los cien municipios más pobres del país. Con el mismo, se pretende entregar 50 millones de dólares anuales a las familias en situación de extrema pobreza. A la fecha el programa aún no ha rendido frutos y, como otras medidas anunciadas por el presidente, ha quedado aún sin concretarse. Algunos funcionarios del gobierno adjudican lo anterior a que dicho plan aún se encuentra en su fase de identificación de las áreas geográficas de trabajo.


Otro de los componentes del plan antipobreza es la implementación de microcréditos dirigidos a la creación y el desarrollo de microempresas en el país. Con esta medida se busca que muchos salvadoreños puedan constituir su propia microempresa y hacer de ella una fuente duradera de ingresos. Se tiene previsto entregar 50 millones de dólares anuales, repartiéndolo a través de montos de 100 y 300 dólares. Al igual que Red Solidaria, este programa aún no se ha concretizado y es una muestra de que el gobierno aún no obtiene en materia económica resultados claros en beneficios de los salvadoreños.


Como se puede notar, medidas como Red Solidaria y el programa de microcréditos —formas muy particulares de inversión pública— aún no se han concretizado. De acuerdo al diseño de estos planes, sus frutos deberán manifestarse con mayor claridad a partir del segundo año de gestión del presidente. Sin embargo, planes como el FOSALUD ya deberían estar dando los resultados prometidos.

El CAFTA
Uno de los principales objetivos que el Ejecutivo se plantea en el corto plazo es la existencia de un convenio comercial con EEUU. Por ello, el presidente no ha escatimado esfuerzos en viajar para tratar de incidir en la decisión del Congreso norteamericano en favor del tratado. El presidente presenta el CAFTA como una gran oportunidad de tener un alza en los niveles de empleo, mayor inversión y, como consecuencia, mayor crecimiento económico.


Últimamente se ha escuchado al presidente apostar a favor del TLC. Sin embargo, a diferencia de su discurso del año pasado, ahora ve con más cautela los posibles resultados que se deriven del tratado. Está claro que aún el mandatario lo percibe como una herramienta importante para el desempeño económico del país. No debería olvidarse que el CAFTA podría convertirse en un duro revés, dado el contraste entre los esfuerzos enfocados en el tratado y los pocos resultados obtenidos. Todo parece apuntar que debido a las altas expectativas que se tienen sobre el tratado, el gobierno salvadoreño todavía no realiza una política económica autónoma y sistemática que busque dar un nuevo vuelo a la economía. Deberían realizarse más esfuerzos para realizar una política sistemática de reconversión productiva que en esperar la ratificación del CAFTA


Finalmente, en este rubro de política comercial, al igual que el plan antipobreza, aún no se tienen resultados concretos. Dichos resultados se harían evidentes si, una vez ratificado el convenio en EEUU, se pone en vigencia dicho tratado, pero por lo que ahora respecta la economía aún se encuentra estancada.

Reactivación de la economía y la evolución de los precios
En materia de crecimiento económico los últimos datos del Banco Central de Reserva (BCR) demuestran una fuerte contracción económica. Para marzo de 2005, el Índice de Volumen de Actividad Económica (IVAE) para los sectores de la industria, comercio y construcción presenta una variación negativa. Unicamente el agro, la electricidad y el transporte han elevado sus indicadores. La situación es tan delicada que el sector financiero —que suele presentar elevadas tasas de crecimiento— sufre actualmente un leve estancamiento. Una de las razones con las que el presidente explica esta situación es la tardanza con la que se aprobó el Presupuesto General de la Nación el año pasado.


En materia de precios, la situación es igualmente delicada. Debido a los incrementos en los precios del crudo a escala mundial y, sobre todo, a la falta de una política nacional para hacer frente a la alza, el nivel de ingreso real se ha visto deteriorado. En la última semana de agosto del año pasado, la Dirección General de Estadísticas y Censos (DIGESTYC) presentó un informe donde se señalaba un incremento considerable en el precio de los alimentos básicos. El frijol y el maíz presentaron una tendencia al alza desde mayo del mismo año.


Para inicios de 2005, después de la temporada de Navidad y año nuevo, se experimentaron precios elevados en algunos productos alimenticios. Pese a ello, el gobierno no optó por una política específica para impedir la fluctuación de los precios y dijo que todo se debía fundamentalmente a un desabastecimeinto del mercado local. Para abril de 2005, la inflación acumulada fue del 2.1%. Esta es una cifra elevada suponiendo que sólo es el incremento de precios correspondiente a los primeros meses del año. De seguir esta tendencia podría tenerse a finales del año una inflación igual a la del año pasado.


Finalmente, una reforma tributaria que refuerza una política fiscal regresiva, un plan antipobreza, un TLC con EEUU que parecen ser más propaganda que realidad y un estancamiento económico junto a una alza de precios ponen en evidencia que en materia económica aún no existen resultados concretos.

G

 

Sociedad


Saca contra ARENA

 

Elías Antonio Saca ha utilizado la vuelta a lo social como su principal carta de presentación durante este primer año de gobierno. “Lo social no es complemento de nada. Lo social es la base de todo”, reza uno de los estribillos más sonados en las comunicaciones de Casa Presidencial y repetido gustosamente por los medios. Pero, más allá de los dominios del marketing político y de la parafernalia de los discursos oficiales, que tantos réditos electorales ha dado al partido en el gobierno, ¿puede Saca basar su gobierno en lo social mientras su partido se ha suscrito desde hace 15 años a los dictados más radicales del neoliberalismo? En otros términos, ¿no estará el presidente Saca en franca contradicción con los principios más propios del partido que lo llevó al poder y con las figuras más emblemáticas de éste? ¿Jugará Saca contra ARENA?

La economía como centro de la actividad social
Desde que ARENA se encumbró en el Poder Ejecutivo, la dinámica de la sociedad salvadoreña ha girado en torno a lo económico. Primero fue el ajuste estructural y la apertura a los mercados. Ahora es el libre comercio. Los sucesivos gobiernos areneros se suscribieron a la oleada neoliberal más rapaz que conociera el subcontinente. A diferencia de otros países, en El Salvador se debilitó excesivamente el Estado y las reglas de la economía —y, a la postre, de todo la sociedad— se sometieron al criterio de los grandes empresarios y las transnacionales. La inversión social pública fue descuidada, pese a que el conflicto armado desnudó aún más la precariedad de miles de salvadoreños.


Los señores de la economía consolidaron su incursión en la política. No es casual que la cúpula arenera haya estado dominada por eminentes empresarios, que incluso llegaron a poner las reglas en ARENA, a despecho de los dirigentes más políticos. El mismo presidente Antonio Saca es prueba de ello. La presidencia de la gremial empresarial más pudiente del país, la ANEP, fue la catapulta hacia la presidencia de la República. Su éxito político es equiparado con su éxito empresarial. Es más, una de las ofertas más llamativas de su campaña electoral apuntaba a la consecución del éxito económico producto de una disciplina y perseverancia empresarial ejemplares: votar por Saca era, según el mensaje implícito, emular dicho éxito.


La tendencia economicista arenera encontró su máxima expresión en el marco de la presidencia de Francisco Flores, quien se rodeó de hombres forjados a la usanza más radical del neoliberalismo. El énfasis en lo macroeconómico llevó al predecesor de Saca ha implementar medidas impopulares —como la dolarización de la economía— y a descuidar, aún más, lo social. La población resintió inmediatamente el talante autoritario e insensible de Flores, al punto de castigar a su partido en los comicios legislativos y municipales de 2003, dando un gran apoyo político al FMLN.


En suma, en El Salvador se ha reproducido, de manos de ARENA, un fenómeno de alcance mundial que apunta a la agudización del énfasis de lo económico en el conjunto de la actividad social. Ciertamente, no se trata de un fenómeno coyuntural ni pasajero, sino de un largo proceso que se remonta a los orígenes mismos del capitalismo. Lo económico se apodera del tejido social y somete a las otras dimensiones: lo político, lo cultural y lo social mismo.


Dichas estructuras no sólo permean todo el tejido social, sino también a los individuos, alimentando un tipo de ser humano centrado igualmente en lo económico —individuos calculadores, pragmáticos, con instinto comercial, aprovechados, decididos, visionarios—. Este tipo de individuo se halla sancionado moralmente como bueno: hay que emularlo. Es lo que los teóricos han dado en llamar precisamente el hombre económico y que en El Salvador ha encontrado terreno fértil.

¿Lo social como base?
Antonio Saca debería ser franco con los salvadoreños y consigo mismo. Lo social no puede ser la base de todo. Ni siquiera un gobierno de izquierda —por definición más identificado con el énfasis en lo social— puede obviar los componentes económicos y financieros básicos, tal y como se han estructurado las sociedades modernas. No se trata, obviamente, de simples aclaraciones semánticas, sino de la conformación de la estructura social en el marco de una globalización acelerada, que empuja a los estados nacionales hacia mayores esfuerzos de inversión social pública.


Pero hay que decir un par de palabras sobre qué sea lo social y su compatibilidad con un gobierno de ARENA. En El Salvador se ha entendido lo social como la actividad del Estado orientada a satisfacer las necesidades más básicas de los ciudadanos tales como la salud, la educación, la vivienda, la seguridad pública y el empleo. Obviamente, desde el primer gobierno arenero se han logrado avances notables en dichas áreas, pero no lo suficiente. La violencia político-militar ha cesado, pero se ha desatado la llamado violencia social hasta niveles indecibles: cada día mueren nueve salvadoreños de forma violenta. Los índices de pobreza han disminuido, pero todavía casi el 40% de los hogares salvadoreños o no alcanzan a cubrir la canasta básica o tienen dificultades para ello; el analfabetismo ha sido combatido desde las campañas educativas y se ha mejorado en calidad y cobertura, pero aún persisten serias deficiencias en esas áreas, a lo cual se suma una débil infraestructura; hoy más salvadoreños tienen acceso a servicios de salud, pero su calidad es deficiente y su distribución injusta; finalmente, los servicios básicos llegan a más hogares salvadoreños, pero los elevados costos no compensan la calidad de los mismos: baste ejemplificar la pésima calidad del agua que consumen los salvadoreños. Tal escenario provoca que, anualmente, miles de salvadoreños emigren fuera de las fronteras, especialmente a los EEUU.


Los gobiernos de ARENA, pues, han hecho esfuerzos demasiado tibios en el área social, pues sus intereses se han decantado por lo económico. Escudándose en la obsoleta teoría del rebalse, han confiado lo social a un crecimiento económico que no llega y que desde hace una década se halla estancado o en franco retroceso. Por si fuera poco, los compromisos financieros en otras áreas y la debilidad fiscal impiden al Estado destinar más recursos a las áreas sociales. ¿Ha cambiado esta dinámica en el primer año de gobierno de Antonio Saca? ¿Tiene el presidente suficiente margen de maniobra como para gritar a los cuatro vientos su vuelta a lo social?

Un año de promesas
Un balance del primer año de gestión presidencial dibuja un escenario no muy distinto del que ha primado desde hace ya varios años. El nuevo gobernante y las nuevas promesas no se han traducido en mejoras significativas. La pobreza, la falta de empleos, el estancamiento de los salarios, la inflación, el rezago educativo, la escasez de medicinas y los altos índices de violencia social siguen siendo parte de lo cotidiano de los salvadoreños, especialmente de los más pobres y de la clase media.


Uno de los planes presidenciales más publicitados, el programa Red Solidaria, reconoce estas deficiencias: “a pesar de los esfuerzos por reducir la pobreza en los últimos años, en nuestro país continúan aproximadamente 200 mil familias en extrema pobreza”. Si se toma como base el promedio de integrantes de un hogar manejado por la DIGESTYC en el 2003 (4.18 miembros), se tiene que habría unos 836,000 salvadoreños viviendo con menos de $126 en el área urbana y menos de $90 en la zona rural, cantidades todavía conservadoras. El citado programa reconoce también que “las instituciones gubernamentales de cobertura nacional tienen limitaciones para focalizar y sus acciones dispersas limitan la efectividad para cubrir las familias marginadas e indigentes”.


Pero, en respuesta a lo anterior, ¿qué se ha hecho durante estos doce meses? Lo primero ha sido incrementar la credibilidad del gobierno y despertar altas expectativas. Según se deduce del amplio apoyo popular del que goza Saca, hay bastante credibilidad hacia el papel que está desempeñando el Ejecutivo. El mandatario y su gabinete salieron bien librados de las evaluaciones que se realizaron al final del año pasado y, al cierre de su primer año al frente de la presidencia, esa tendencia se mantenía, según los sondeos de opinión.


No obstante, los resultados concretos, más allá de las promesas, han sido limitados: el Plan Oportunidades —cuyos componentes, como el FOSALUD, no alcanzan a articularse en estos doce meses—, la elaboración de un mapa de pobreza y el programa Red Solidaria —que no ha llegado todavía a las familias pobres—, el lanzamiento del Plan Nacional de Educación 2021 —que por su naturaleza a largo plazo se encuentra en fases iniciales—, la creación de la Coordinación Nacional para el Área Social, la cobertura del ISSS para niños menores de 12 años —que pone en aprietos financieros al Seguro Social— y el incremento del FODES al 7% —que los alcaldes todavía consideran insuficiente—, son los logros más importantes.


Ciertamente, parece haber una modificación en esos programas respecto de los planes estatales anteriores: se estaría transitando de una visión cortoplacista a otra de mayor alcance. Además, se estaría considerando fenómenos como la pobreza a partir de una visión más integral. Un año es poco para tener una apreciación más cabal del estilo de gobierno de Saca, pero son suficientes para atisbar algunas tendencias del mismo.
El área de seguridad pública merece especial atención. En su informe a la nación, el presidente enumera una gran cantidad de logros en esa área —lanzamiento del plan súper mano dura, lanzamiento del plan mano amiga, creación de unidades especiales antimaras en la Policía, creación de la Policía Rural, instalación del sistema de seguridad Interpol, despliegue de fuerza binacional El Salvador-Guatemala, celebración de cumbres regionales antipandillas, ordenamiento del sistema penitenciario, reforma a la Ley de Armas y otras reformas penales, entre las más importantes—, que contrastan con las estadísticas de violencia en El Salvador. Cada día siguen muriendo nueve salvadoreños sin que las autoridades puedan detener esa tendencia. De hecho, el clima de inseguridad imperante en el país, pese a la implementación de las medidas arriba mencionadas, es una de las mayores deudas del actual gobierno.


Si en las áreas anteriores parece haber un cambio de concepción, en el área de seguridad pública hay una simple continuidad en métodos represivos con pobres resultados. La mano amiga de Saca —la dadivosa, amable y cercana—, ha sido ofrecida a la par de la mano autoritaria, la que reprime.


En materia social, pues, Saca ha jugado a distanciarse de sus antecesores y de la tradición del partido que le llevó al poder. Ciertamente, es una forma de hacer política inédita en ARENA y a la cual se suscribirían no pocas figuras de entre los areneros —políticos y empresarios— más pudientes. Pero la vieja usanza todavía se impone en el imaginario colectivo arenero y empresarial. De ser auténtica la vuelta a lo social —si el gobierno transita de un discurso demagógico a una práctica efectiva—, Antonio Saca estaría rompiendo con la tradición de su partido. Como sea, el mandatario tiene cuatro años por delante, para honrar sus promesas o para darse cuenta en el camino que sus ataduras le impiden cumplirlas.

G

 

Regional


Un año después, ¿El Salvador vale la pena?

 

La emigración hacia el extranjero es un fenómeno que siempre ha acompañado a la sociedad salvadoreña. El fenómeno se vio agudizado particularmente a raíz de la guerra de 1980-1992. La posguerra, lejos de aminorarlo, lo exacerbó. Ahora, la gran aspiración de muchos salvadoreños no es tanto hacerse un futuro en el país, sino marcharse al extranjero, particularmente a los EEUU.


Semanas antes de que el presidente Antonio Saca cumpliera su primer año de gestiones, han proliferado las vallas publicitarias con el lema “El Salvador vale la pena”, en la que aparecen dos rostros: uno, que puede ser el de un joven, una mujer, una anciana, y el otro, en segundo plano, pero siempre presente, que es el del mandatario. Como campaña publicitaria, no cabe duda de que la valla está bien lograda. Pero cabe la pena reflexionar si es cierto lo que se dice en ella: ¿El Salvador vale la pena? ¿El país invita a sus habitantes a quedarse o, por el contrario, se hace todo lo posible por librarse de sus pobladores, para que pasen a proveedores de remesas?


Habría que comenzar preguntándose si, efectivamente, el país vale la pena para el actual gobierno, o si, siguiendo los pasos de su antecesor, lo que vale la pena realmente es el gobierno de los EEUU. En lo que hace a este tema, lo que se advierte es continuidad con la tónica de las relaciones El Salvador-EEUU que mantuvo el ex presidente Francisco Flores. Lo que debe apreciarse es que el presidente Saca no ocupa el tono rayano en lo servil de su antecesor, quien llegó a alardear de su presunta amistad con el mandatario estadounidense George W. Bush. Eso es de agradecerse. Pero lo fundamental sigue manteniéndose.


Por ejemplo, lejos de evaluar la conveniencia de seguir manteniendo tropas en Irak, el presidente Saca ha fortalecido esa decisión, enviando más efectivos. ¿Qué sentido tiene la presencia militar en el país de Medio Oriente? ¿Mantener las buenas relaciones con los EEUU? Nicaragua y República Dominicana optaron, acertadamente, por retirar sus efectivos de Irak y sus relaciones con Washington no se vieron afectadas. Incluso, EEUU tiene relaciones normales con países que, desde un principio, se abstuvieron de apoyar su guerra en el citado país.


En buena medida, este hecho podría interpretarse como el interés de los militares salvadoreños por mantenerse activos, presentes en la vida nacional y en el escenario internacional. De ser así, no han asimilado aún el papel que los acuerdos de paz de 1992 les asignaron. Los acuerdos le quitaron a la institución castrense el desaforado protagonismo que tuvo en el pasado y le asignaron un lugar secundario, supeditado al poder civil y con las únicas atribuciones que le asigna la Constitución. Enviar tropas a “misiones humanitarias” en Irak —aunque su humanitarismo sea más que dudoso—, sirve para hacer ver que los militares son importantes en el nuevo escenario mundial —el de la “era Bush”—, pero también manda un mensaje a la sociedad salvadoreña. Es un gesto que quiere decir que los militares están presentes. Ese gesto refuerza también el uso de efectivos castrenses en tareas de patrullaje en el área rural, tarea que le compete a la policía civil. En esencia, son acciones encaminadas a decirle a la ciudadanía que este país no puede vivir sin militares y que aquí están ellos para recordárselo.


En este sentido, resulta alarmante la indiferencia de las autoridades salvadoreñas ante el anuncio de una compañía estadounidense que está contratando a personas con conocimientos militares o de inteligencia para “trabajar” en Irak. La compañía ofrece un salario jugoso a los interesados, pero también proporciona una nueva vía de escape para los salvadoreños que consideran que el país no “vale la pena”. Pero tiene el peligro de hacerlo sobre la base de una actividad que raya en lo criminal. Prácticamente, los que irían a Irak a ofrecer sus “servicios” castrenses a cambio de una paga son, para decirlo en buen castellano, mercenarios. Aquí, el móvil “humanitario” sale sobrando. Pero, como se dijo anteriormente, las autoridades han desestimado la noticia, tratándolo como algo que sólo incumbe a los posibles interesados.


Pero esta “mano de obra” salvadoreña, que, a lo mejor, enviará remesas a sus familiares, volverá al país con nuevos conocimientos. A lo mejor no sepan hablar inglés ni manejar computadoras o máquinas industriales, como muchos compatriotas que regresan al país. Lo que sabrán hacer, con mayor destreza, es asesinar, reprimir y perseguir. ¿Es eso deseable para el país? ¿Es ese el “capital humano” que se puede exportar e importar? ¿Qué proyecto de nación se perfila tras eso?


Sin embargo, hay una necesidad que el aviso explota con acierto. La sociedad salvadoreña fue incompetente para ofrecer alternativas satisfactorias de reinserción para los soldados y guerrilleros desmovilizados. Los cursillos de computación, las becas de estudio junto a la cocina de gas y la mesa roja que componía la dotación de los ex combatientes, no fueron alternativas reales de reinserción en la vida civil, así como tampoco resultan viables, para los pandilleros, las canchas de baloncesto y los cursos de oficios que se les ofrecen a cambio de abandonar una actividad violenta.


Está visto que el fenómeno migratorio obedece a factores económicos y al temor por la violencia. Un país que, en efecto, “valga la pena”, tendría que ofrecer estabilidad económica y social. Sin caer en fáciles mecanicismos, puede decirse que en gran medida la violencia se debe a factores económicos —aunque también hacen lo suyo una inveterada cultura autoritaria, cimentada a lo largo de varios decenios de poder militar, y la violencia vista como única manera para dirimir problemas, el cual fue el gran aprendizaje negativo que se tuvo durante la guerra civil—. En fin, es claro que un país que ofrece empleos y oportunidades de desarrollo económico asequibles para todos, es más seductor que uno que no lo hace. Por lo tanto, la apuesta por el crecimiento de la economía sobre bases democráticas es algo inaplazable.


El problema es que, de nueva cuenta, el actual gobierno ha seguido en su primer año el mismo rumbo del quinquenio anterior. La gran apuesta para el desarrollo es el TLC con EEUU. En razón de eso, el presidente Saca dirigió los esfuerzos de la diplomacia salvadoreña para tratar de persuadir a los distintos sectores norteamericanos de la conveniencia de aprobar el citado tratado comercial.


Se sigue apostando a factores exógenos, en vez de fortalecer a los sectores productivos internos —que no son solamente las grandes empresas, sino también los trabajadores y la micro, pequeña y mediana empresa—. Como se planteó anteriormente en este semanario (cfr. “Tensión en EEUU por la aprobación del CAFTA”, en Proceso, número 1145, 18 de mayo de 2005, pp. 8-9), el actual gobierno no ha pensado en otras alternativas si el tratado no se aprueba. Apenas se habla vagamente de industrializar “el país” y crear “incentivos para atraer la inversión” (Ibídem, p. 9).


Un año después de la ceremonia de investidura del presidente Saca, lo único que le dice a muchos salvadoreños que el país “vale la pena” son las costosas vallas publicitarias —tan onerosos como muchos viajes del mandatario, su esposa y allegados al exterior—. Para que el país comience a valer la pena, habrá que tener los pies posados sobre la realidad nacional.

G

 

Derechos Humanos


365 días de Saca

 

Todas las encuestas sobre el primer año de Antonio Saca como Presidente de la República, coincidieron en señalar que goza de amplia simpatía entre la población y que a estas alturas su gestión es bien evaluada. Estos datos son, sin duda, un fuerte espaldarazo en términos políticos para el cuarto mandatario arenero. Alrededor de esos resultados existen varias interpretaciones; las más simplistas se aglutinan en dos grandes grupos: quienes alaban sin mesura lo actuado por Saca y aquellos que explican que su “éxito” se debe sólo a una campaña mediática. Desde nuestra óptica, ambas posturas están influenciadas más por el corazón que por un análisis serio de la realidad.


Para analizar con objetividad los doce primeros meses de esta administración se debe considerar, de entrada, que Saca es carismático y su experiencia previa como locutor deportivo ha sido aprovechada por sus asesores para un mejor contacto mediático con la población. Sin fijarnos por el momento en el fondo de lo que diga, hay que reconocer que maneja bien la forma y eso le permite desvanecer algunas de sus fallas y esquivar muchas de las críticas a su labor. Es lógico que utilice tales condiciones para mantener su imagen; pero sería un gran error de su parte pensar que de esa forma tendrá siempre una opinión pública favorable y que ésta, por sí sola, basta para aprobar su gestión. En la vida real, la popularidad de alguien no debe inflarse; sobre todo cuando se trata de las y los políticos, pues los vientos cambian cuando no llegan los resultados esperados por quienes opinan.


Por eso, aunque Saca aparezca en las encuestas como el Presidente mejor evaluado tras el primer año de gobierno en los últimos tiempos, no necesariamente quiere decir que haya realizado a cabalidad un buen trabajo. Aquí entra en juego otro factor: se trata del inicio de su administración y en un período tan corto todavía calan hondo sus características positivas al examinarlo. Pero será muy difícil que conserve tal nivel de aceptación si no mejora la situación de la gente en lo económico, lo sociales y en lo relativo a la seguridad pública. Por tanto, más que referirse a los datos de los sondeos se deben analizar ciertos aspectos relevantes del periodo. En tal sentido, durante sus primeros 365 días pueden ubicarse un gran acierto y más errores graves en el actuar presidencial.


Que hay un evidente cambio al menos en el modo —al compararlo con su predecesor, Francisco Flores— es innegable y positivo. El otro se caracterizó por ser y exhibirse como un autócrata incapaz de dialogar. Saca, por el contrario, intenta mostrarse concertador. Así, convocó a diversos sectores sociales para discutir temas que antes generaron conflicto; violencia de las “maras” y la modernización del Seguro Social, son dos ejemplos. También buscó reestablecer la relación entre el Órgano Ejecutivo y la oposición partidaria. Su vínculo estrecho con las empresas de comunicación, sobre todo con algunas, facilita que mucha gente lo vea como un funcionario cercano.


Aparenta buenas intenciones, es cierto; pero cuando se valora el impacto de su gestión en la vida cotidiana de la población salen a flote los flancos débiles de Saca y sus tres antecesores. Es el caso de las medidas económicas aplicadas desde hace dieciséis años, cuyo saldo es negativo: aproximar al país a un endeudamiento crítico, que la economía no crezca más allá del dos por ciento por año y que exista un alto desempleo, son algunos indicadores de esa realidad. ¿O no? A principios de este año se reportaban más de 200,000 personas económicamente activas sin trabajo y se preveía la perdida de 30,000 empleos por la irrupción de China en el mercado maquilero, el crecimiento económico nacional fue el más bajo de Centroamérica pese a compartir las mismas dificultades internacionales —alto precio del petróleo y bajo el del café, entre otras— y la deuda pública ya ronda el 40% del Producto Interno Bruto anual.


En medio de esa situación económica, difícilmente se tendrá el capital para la inversión social prometida por Saca. Red Solidaria y FOSALUD necesitan fondos suficientes los cuales deberán salir de una mayor recaudación tributaria, nuevos impuestos, el crecimiento de la economía o donaciones. De lo contrario, tendrá que endeudar más al país o abandonar de plano tales proyectos. Después de un año, tampoco queda claro cuáles serán las medidas estatales para lidiar con el alza en los precios del petróleo y sus derivados, que ya afectaron en serio el bolsillo de las y los salvadoreños. Según la Asociación Salvadoreña de Industriales, el incremento de la energía eléctrica fue del 11.78% en los últimos doce meses; las graves deficiencias en el servicio de agua potable es un problema endémico en muchos municipios del país.


Frente a estas dificultades no existe una entidad con suficiente fuerza para velar por los derechos del consumidor. La ley que le daría asidero a esa institucionalidad aún no se aprueba y tampoco se ha considerado la propuesta de varias organizaciones sociales para darle vida a una Defensoría del Consumidor con “dientes”.


Pero los desaciertos de este primer año no se limitan al campo económico. También en materia de seguridad pública los hay y muy grandes. Si bien se deben reconocer algunos pasos, como la elaboración de un proyecto legal para proteger testigos y el bajarle la temperatura a la confrontación por la llamada Ley Antimaras, eso no significa que el resto de acciones impulsadas sean correctas y suficientes. Los errores en este plano parten de la misma identificación del problema. Obligado por los datos, Saca admitió en un momento que la mayoría de asesinatos no debían atribuirse a las pandillas, sino a la violencia social. No obstante, el principal énfasis de su política criminal se ha mantenido en la lucha contra las “maras”; por eso, lejos de obtener resultados favorables, las muertes violentas han aumentado.


En esta lucha, el gobernante prefirió la represión. Pese a que en las mesas integradas al inicio de su mandato para buscarle solución al problema se le sugirieron medidas encaminadas a prevenir la criminalidad, rehabilitar delincuentes e insertarlos en la sociedad, ninguna de ellas ha sido impulsada de forma seria y con los suficientes adecuados. Tampoco hizo esfuerzos responsables para desarmar la sociedad. Lo peor es que Saca miente al afirmar que El Salvador es un país totalmente seguro. También se le debe censurar cuando afirma que las reformas legales consensuadas en las mesas ya mencionadas, sirvieron para lanzar el Plan “Súper mano dura”; las organizaciones sociales que participaron en ese esfuerzo, incluido el IDHUCA, no brindaron su aporte con ese fin.


En este breve recorrido de la gestión Saca, deben mencionarse sus infelices declaraciones sobre el reclamo de justicia para las víctimas de violaciones a sus derechos humanos ocurridas antes y durante la guerra. No tomó en cuenta a las personas que padecieron la brutalidad; por el contrario, decidió seguir con las mentiras e injusticias alrededor de estos hechos para continuar protegiendo con la impunidad a sus responsables. Por eso se opone a derogar la Ley de Amnistía, investigar los crímenes y repararle el daño a las víctimas. Para colmo, apoyó con todo a Flores en su segundo intento fallido por ocupar la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos sabiendo que precisamente por despreciar el sistema interamericano de derechos humanos, entre otras razones, no tenía posibilidades.


Cuesta entonces creer en su voluntad para enfrentar la violencia en el país, si se empeña en proteger criminales que usaron el poder estatal para cometer atrocidades. Pero a diferencia de sus predecesores, ha debido enfrentar el primer revés internacional por esta necedad y nos encontramos esperando el cumplimiento de la condena que dictó la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso de las hermanitas Serrano, desaparecidas durante la guerra; a la fecha, no ha hecho nada al respecto. También queda pendiente su respuesta a otras víctimas, cuando comiencen a reclamar verdad y justicia para sus casos. ¿Será capaz de enfrentar el reto histórico de pasar esa dolorosa página de nuestra historia como es debido? La avalancha del pasado en algún momento habrá que enfrentarla; no se puede construir el futuro sin hacerlo. Quien se decida a ubicar a las víctimas en el lugar que merecen, será digno de respeto y popularidad. Habrá que ver si Antonio Saca utiliza los cuatro años que le restan para hacerlo.


En algunas películas juveniles, ser popular es sinónimo de triunfo. Porristas y deportistas se presentan como personas exitosas; mientras, intelectuales y quienes se guían por sus principios éticos aparecen como perdedores. Generalmente, la tendencia cinematográfica es que al final de la historia los papeles se inviertan: las figuras populares terminen siendo las más despreciadas y al revés. Si Saca no cambia a tiempo el rumbo de su gestión para bien de todas y todos, deberá considerar que ni su carisma ni su verbo van a garantizar en el tiempo los aplausos. En lugar de eso puede, incluso, terminar siendo el desacreditado administrador de una crisis nacional más profunda.

G

 

 


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