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La proyección social

Los asesinatos del 16 de noviembre de 1989 están en relación directa con la función más importante de la UCA: la proyección social. En efecto, la UCA nació con una vocación de cambio social que fue clarificándose a lo largo de su vida, y, en esa medida, fue incidiendo en la realidad salvadoreña y centroamericana. Su compromiso con la verdad, la justicia y la paz tuvo un costo muy alto, tal como lo documentan Martha Doggett, en su libro Una muerte anunciada. El asesinato de los jesuitas en El Salvador (UCA Editores, 1994); y Teresa Whitfield, “Pagando el precio. Ignacio Ellacuría y los jesuitas asesinados en El Salvador” (en prensa).

La primera proyección de la UCA a la sociedad salvadoreña fue un estudio multidisciplinar de la guerra entre El Salvador y Honduras, que salió publicado en ECA. La perspectiva e interpretación del hecho eran bastante críticas. A partir de entonces, la revista ECA se convirtió en el portavoz semioficial del pensamiento de la UCA. En ella aparecen, mensualmente, los análisis, las reflexiones y las interpretaciones de la realidad nacional. En la actualidad, la revista es un referente obligado de los estudiosos de El Salvador.

Poco después, la UCA se embarcó en otro estudio. Esta vez se trató del análisis de una huelga general de maestros, que fue publicado en un libro, Análisis de una experiencia nacional. Siguió El Salvador. Año político 1971-1972. Las dificultades para imprimir estos libros —el primero se publicó tarde y muy mal impreso, y el segundo fue impreso en Guatemala— y el retraso considerable con el cual salía ECA llevaron a pensar en la conveniencia de tener una imprenta propia. Desde entonces, la UCA ha contado con una imprenta, que se ha ido ampliando y modernizando, en la medida de sus posibilidades. La imprenta sirve a las necesidades internas de la UCA, pero también presta servicios a clientes externos. Junto a ella, nacieron la librería y una distribuidora de las publicaciones. A comienzos de la década de los setenta, estas dos unidades se separaron de la imprenta.

Otra proyección relevante fue su participación en el primer congreso de reforma agraria, convocado por la Asamblea Legislativa, en 1970. La participación de la UCA marca el punto de ruptura con los poderosos grupos económico-sociales que la fundaron. La empresa privada abandonó el congreso, argumentando que era un complot comunista, y esperaba que la UCA hiciera lo mismo. Pero esta decidió permanecer y participar en las discusiones.

El tema de la reforma agraria fue retomado por la UCA en 1976, cuando el Gobierno se acercó para pedir apoyo a su proyecto de transformación agraria. La UCA se lo dio, confiada en el compromiso gubernamental, pero poco después el Ejecutivo retrocedió. La UCA respondió en un editorial de ECA que hizo época: A sus órdenes, mi capital. La reacción no se hizo esperar, pues ese año la Universidad sufrió seis ataques con bombas, que estallaron en las oficinas de la revista y en el Edificio de Administración Central. Estos ataques fueron acompañados por una campaña de insultos, calumnias y amenazas, que culminaron con la advertencia de una organización paramilitar que prometía asesinar a todos los jesuitas, si estos no abandonaban el país en un mes.

Las amenazas contra la UCA y los atentados con bombas se remontan a comienzos de la década y forman parte de su historia. La razón de fondo es la proyección de la UCA en la sociedad y su vocación de cambio social. En realidad, los sectores económica y socialmente poderosos nunca le han perdonado por no haberse puesto a su servicio. Consideran que la UCA los traicionó. En 1980, la Policía Nacional invadió el campus y asesinó a sangre fría a un estudiante. Nueve años después, el Ejército volvió a invadir el campus para asesinar a seis jesuitas y dos mujeres, el 16 de noviembre de 1989.

A mediados de 1978, algunos militares jóvenes inquietos se acercaron a la UCA para conversar sobre la situación del país. Sus autoridades les proporcionaron algunos documentos de uso interno, en los cuales se analizaba la realidad nacional desde varias perspectivas. Este grupo fue el que planificó y ejecutó el golpe de Estado del 15 de octubre de 1979. La Universidad no estuvo implicada directamente, pero sabía lo que se estaba planeando y apoyó de forma muy indirecta, confiando por segunda vez en las promesas reformistas del Ejército. La participación de varios miembros de la UCA en la primera Junta de Gobierno fue a título personal. En cualquier caso, la nueva junta no duró mucho tiempo. Y por segunda vez consecutiva, los militares embarcaron en vano a la UCA.

La Universidad mantuvo una mejor relación con la Iglesia arquidiocesana. Desde 1972 hasta 1977, tuvo una estrecha relación con la experiencia pastoral de la parroquia de Aguilares, dirigida por Rutilio Grande. Participó de forma discreta en el proceso de cambio impulsado por el Concilio Vaticano II y por Medellín. Desde el comienzo de su arzobispado, apoyó a Mons. Romero, poniendo a su servicio su capacidad institucional e identificándose con su causa. Tanto que hasta el día de hoy mantiene viva su memoria celebrando fielmente el aniversario de su muerte y conservando su recuerdo en un museo, en el Centro Monseñor Romero.

Fueron años críticos para El Salvador. La UCA experimentó un sentido de urgencia, en el sentido de que había que hacer algo más para impedir el deterioro del país. ECA no era suficiente. A mediados de la década había conseguido un espacio gratuito para publicar una columna semanal en El Mundo. No obstante, la presión del Gobierno y de la empresa privada mató la columna a los pocos meses. En 1978, ese sentido de urgencia la llevó a buscar cómo transmitir su pensamiento a una audiencia mayor. Fue así como la UCA se hizo cargo de un programa diario de comentarios sobre la realidad nacional en la radio católica YSAX, los cuales están recogidos en El Salvador: entre el terror y la esperanza. Los sucesos de 1979 y su impacto en el drama salvadoreño de los años siguientes (UCA Editores, 1980).

A medida que concluía la década de los setenta, la UCA se esforzó por evitar la guerra, tal como se puede constatar en la revista ECA. Después de la primera ofensiva “final” del FMLN, defendió la tesis de que nadie ganaría la guerra y que la solución militar era mala. Por lo tanto, comenzó a promover la mediación, el diálogo y la negociación. Ante la inevitabilidad de la guerra, propuso su humanización. Esta postura le acarreó ataques de ambos lados, más atentados con bombas y renovadas amenazas. Dudar del triunfo militar o proponer el diálogo era considerado una traición.

Pese a ello, consecuente con su tesis, la UCA, junto con el arzobispo de San Salvador, organizaron un debate nacional, en el cual participaron todas las fuerzas sociales, excepto las implicadas de forma directa en la guerra. Se trataba de discutir el futuro de la guerra y del país para hacer recomendaciones a quienes tenían el poder de decidir. La concepción subyacente al debate nacional ya había sido formulada por la UCA al pedir la integración de una tercera fuerza, al considerar la cuestión de las masas y al constatar repetidamente la no factibilidad de una insurrección popular.

En la revisión general de 1978, se habló de fortalecer la proyección social, pero no fue sino hasta 1982 cuando se le elevó a función de Vicerrectoría y se definieron las unidades que la integran hasta el día de hoy. En ese entonces, se consideró que la función era tan importante que debía asumirla el Rector. Sin embargo, en 1990, se separó de este cargo y desde esa fecha funciona como una Vicerrectoría aparte.

No es extraño que haya sido durante la época de la guerra cuando la Vicerrectoría de Proyección Social se desarrolló y consolidó. Fue parte de la respuesta de la UCA a la crisis del país. En 1980, se creó el Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI), cuyo propósito era documentar la historia moderna nacional, informar sobre los acontecimientos y apoyar la investigación sobre el país. Aunque ya no existe, el CIDAI dejó uno de los acervos documentales más completos sobre la historia reciente de El Salvador.

En 1985, se creó el Instituto de Derechos Humanos (IDHUCA), con el propósito de documentar y difundir las violaciones de los derechos humanos que se cometían, así como también promover su respeto. El IDHUCA tuvo un papel importante durante la negociación y en el seguimiento de los compromisos adquiridos en este campo, en los acuerdos de paz. En la actualidad, trabaja en la educación en derechos humanos y en la construcción de la institucionalidad jurídica del país. Desde su fundación, presta asistencia a personas de escasos recursos económicos por medio de su Oficina de Asistencia Legal. Asimismo, asume aquellos casos en los cuales se ha cometido una injusticia jurídica manifiesta.

Ese mismo año se instituyó la Cátedra de Realidad Nacional, un foro para discutir los problemas nacionales. Este espacio fue muy importante durante la guerra, cuando no había dónde analizar los problemas del país y proponer soluciones con libertad. La UCA invitó a miembros de las organizaciones populares, sindicalistas, políticos, académicos y eclesiásticos a presentar y discutir sus puntos de vista. Las cátedras eran atendidas por estudiantes, personas ajenas a la Universidad y medios de comunicación social. En la medida en que estos últimos se fueron abriendo, resultado del proceso de transición de posguerra, el foro ha ido perdiendo relevancia, aunque se mantiene, en ocasiones especiales.

En 1986, se fundó el Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP), para conocer la opinión del pueblo salvadoreño sobre el acontecer nacional. Todos hablaban del pueblo y en su nombre —también la UCA—, pero nadie le había preguntado todavía cuál era su opinión. Desde entonces, el IUDOP se ha convertido en una de las fuentes más confiables, nacional e internacionalmente, de la opinión pública salvadoreña, incluida la electoral.

En 1989, se fundó el Centro Monseñor Romero, donde se integraron algunas actividades de carácter religioso pastoral que ya se venían desarrollando. En efecto, esta unidad comprende el Centro de Reflexión Teológica, encargado de la docencia de la teología; la Biblioteca “Juan Ramón Moreno”, especializada en teología; la parroquia universitaria y el Centro Pastoral, en el cual se atienden las demandas de comunidades, parroquias, agentes de pastoral, religiosos, religiosas, entre otros.

El funcionamiento de estas unidades ha sido posible por el apoyo de muchas agencias de cooperación internacional, que desde su creación las han financiado. Para gestionar, administrar y coordinar financieramente estos proyectos, se creó una oficina, cuyas atribuciones se extendieron luego a toda la Universidad.

Desde mediados de la década de los ochenta, la UCA adquirió una relevancia nacional nueva. El acontecimiento que marcó el cambio fue el secuestro de la hija del expresidente Duarte, en 1985. El Rector y el arzobispo de San Salvador mediaron para que el Gobierno y el FMLN negociaran su libertad. A partir de entonces, Ignacio Ellacuría y otros jesuitas aparecieron con frecuencia en los medios de comunicación social, en particular en la televisión, opinando o analizando la realidad nacional.

La UCA, pues, se volvió punto de referencia obligado para la prensa extranjera, académicos de otras latitudes interesados en el país, embajadores y políticos estadounidenses y europeos. De esta manera, su imagen y pensamiento no solo se proyectaron dentro de las fronteras nacionales, sino también fuera de ellas. Los pronunciamientos, en los cuales tomaba postura oficial ante los acontecimientos, adquirieron una gran relevancia en la década de los ochenta, aunque los primeros se remontan a comienzos de los setenta. ECA dio especial atención a la guerra, la intervención estadounidense, las elecciones, el diálogo, la negociación, el debate nacional y los esfuerzos regionales, como Contadora y Esquipulas. La proyección social de la UCA durante estos años, orientada a buscar la racionalidad frente a la irracionalidad de la guerra, culminó en la masacre de noviembre de 1989.


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