Respuesta de David Schweickart a los artículos de Judit Ribas y Jordi Corominas


Como se imaginarán, me interesan muchos de los enfoques de A. Giddens que ustedes apuntan. Ambos somos críticos con las economías socialistas planificadas centralmente. El énfasis que pone A. Giddens en el hecho de la reflexividad como uno de los motivos importantísimos de la inviabilidad del socialismo de estado es probablemente cierto. Me agrada también su idea de que tenemos que ir más allá del productivismo y concebir un nuevo estilo de vida. Esto es muy importante. Quizás no lo enfaticé suficientemente en mi libro, aunque lo sugiero en el capítulo dedicado al crecimiento. Estoy totalmente de acuerdo con la crítica que ustedes hacen a A. Giddens. Parece no darse cuenta de lo importante que es el productivismo y el consumismo para el capitalismo, de que guardan una relación esencial y estructural. Está muy bien promover formas de vida menos consumistas, pero si esta promoción fuera tomada realmente en serio por los países ricos, inmediatamente nos hallaríamos ante una depresión económica mundial. Y como siempre, los más pobres, tanto en el primero como en el tercer mundo, serían los que sufrirían más las consecuencias.


El problema con las políticas de bienestar, particularmente cuando se concatenan con la tesis de A. Giddens de que lo único que podemos intentar es redirigir el "Juggernaut" del capitalismo y no intentar cambiarlo por algo mejor, es que pueden provocar la ilusión de que estamos haciendo algo al vivir un modo de vida alternativo, cuando de hecho estas formas de vida son irrelevantes para el sistema. Las políticas sobre formas de vida pueden ser muy importantes, pero únicamente cuando están conectadas con un análisis riguroso y realista. El problema fundamental no es el consumismo o el productivismo sino el capitalismo. Sí, es cierto, estas nociones no son sinónimas. También la Unión Soviética emprendió la ruta del productivismo y China parece estar iniciándola. Pero reconocer que estas categorías no son idénticas no significa que pueda haber capitalismo sin productivismo. Esto es imposible.


Es un hecho positivo en el capitalismo contemporáneo, en el mundo en el que vivimos, que nuestras capacidades productivas son enormes. Podemos producir mucho más de lo que estamos produciendo. Pero no producimos más si no hay una mayor demanda monetaria por el producto y por tanto nunca produciremos más para satisfacer las necesidades de los pobres. Si la demanda baja se producen estancamientos, recesiones y crisis y la ecología del planeta no puede tolerar el permanente crecimiento del consumo que el capitalismo requiere. A. Giddens parece resbalar sobre estas proposiciones elementales. En esta crítica pues coincidimos.


La exposición de ustedes sobre mi postura también es muy correcta. Sólo quiero acentuar que desde mi punto de vista las estructuras de las cooperativas Mondragón son casi perfectas o al menos, suficientemente democráticas. El problema con la enajenación del trabajo en las cooperativas Mondragón no es debido a las estructuras de estas cooperativas sino al hecho de que estas cooperativas tienen que competir con empresas capitalistas y por tanto la intensidad y la presión en el trabajo son mucho mayores de lo óptimo si la felicidad humana fuera el criterio último y no la sobrevivencia económica. Recuerden, en la Democracia económica, la competencia aunque subsiste, es menos intensa, ya que las empresas no necesitan destrozar a las otras. Podría muy bien ser que no hubiera ya más cambios estructurales en las cooperativas Mondragón que pudieran contribuir a reducir la enajenación en el trabajo. No estoy totalmente seguro. En cualquier caso no es la estructura interna de las cooperativas la principal razón de la enajenación en el trabajo.


Creo que es cierto que la socialdemocracia del bienestar positivo de Giddens complementa mi propio análisis pero este modelo, por sí mismo, es insuficiente. Y también tienen toda la razón del mundo al aseverar que mi modelo no presta suficiente atención al hecho de la mundialización. Trato esta cuestión muy superficialmente, y es verdad que en el libro miro al mundo como una colección de naciones-estado. Veo ahora que esto no es correcto, pero no tengo claro como tendría que pensarse la cuestión. En U.S.A. hay un gran debate sobre el significado de la globalización. Se ha argumentado por ejemplo que el comercio era más libre y significativo como porcentaje del producto nacional bruto antes de la Primera Guerra Mundial que lo que es ahora. Esto implicaría que la globalización no es nada nuevo. Se argumenta también que la mayoría de los productos y servicios producidos en U.S.A. son consumidos en U.S.A., y que la mayoría de las industrias no pueden trasladarse fuera del país. También se asevera que el capital sólo fluye entre naciones ricas y no hacia el Tercer Mundo, y que por tanto la amenaza de que las empresas se trasladen a los países pobres para aprovechar los salarios bajos es muy exagerada. Los que usan estos argumentos consideran la "globalización" o "mundialización" como una construcción ideológica utilizada por la clase dirigente para intimidar a los trabajadores y presionar a los gobiernos (que están obligados a ella de todos modos) para conseguir lo que ellos quieren.


Creo que estos argumentos nos sirven al menos para destacar que las naciones-estado, lejos de ser pasivas, han sido altamente activas en la promoción de la globalización. Nadie tiene un derecho automático para vender productos en el mercado de otra nación-estado, comprar sus recursos productivos o invertir en su economía. Esos derechos tienen que ser negociados, es de lo que se trata en el NAFTA, GATT etc. Y otorgar y controlar los derechos es precisamente lo que el capital quiere. Inmediatamente hay que decir que hoy las cosas son muy diferentes de lo que eran antes de la Primera Guerra Mundial. Los grandes cambios tecnológicos en el transporte y la información nos han juntado a todos más que nunca. Y las devastaciones del nuevo orden mundial, particularmente los desastres ecológicos, son cualitativamente diferentes de lo que eran hace cien años. Lo mismo sucede con las incitaciones al "consumismo" y la sofisticación de los programas contrainsurgentes. La democracia es usada para difundir el descontento y las técnicas del terror son más refinadas que nunca.


No discutí nada de esto en mi libro. Son asuntos en los que sigo pensando. Por lo pronto me parece que una estrategia contrahegemónica viable tendrá que operar en una diversidad de niveles: local, nacional e internacional. Nada de esto puede dejarse de lado. Particularmente el estado permanecerá como un lugar crucial de lucha. Quizás exageré cuando afirmé que el estado era la "única" institución capaz de contestar la fuerza del capital global, pero es inconcebible para mí que el capital global pueda ser efectivamente desafiado sin utilizar el poder del estado. Tienen razón al afirmar que el ultranacionalismo es un asunto difícil de manejar. Tengo que atender a ello cuando hablo del proteccionismo de izquierdas. Tengo que pensar, por ejemplo, como decir que cierto tipo de competición es desleal y a largo término malo para todos sin dar con ello pábulo al sentimiento antiinmigrante.


Estos son algunos de los asuntos sobre los que estoy pensando. Sospecho que muchos de nosotros lo estamos haciendo. Gracias por sus estimulantes artículos.


D. Scheweickart. Enero 1998.