Recuerdos emotivos

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Margarita Moreno
13/11/2008

“Han pasado 19 años y ellos ya no están en la UCA, pero yo siento que fue ayer que los asesinaron”, comenta Gloria Santos. “La muerte de ellos fue un golpe muy duro, pero a la vez fue un estímulo”, afirma el P. José María Tojeira. “Teníamos la idea de que no les iba a pasar nada, que de alguna manera estaban protegidos (…) Su muerte todavía causa mucho dolor”, asegura Mercedes Burgos. 

La historia relata que la madrugada del 16 de noviembre de 1989 un grupo de soldados del Batallón Atlacatl entraron al campus universitario y asesinaron a seis sacerdotes jesuitas y a dos de sus colaboradoras. Pero ¿qué sensaciones experimentaron los estudiantes y empleados de la UCA, así como sus compañeros de congregación más cercanos horas después de la masacre? Conocer esos testimonios y relatos más personales fue uno de los objetivos principales del conversatorio “Inspiración y legado de los mártires de la UCA”, realizado el 12 de noviembre en el auditorio del Edificio de Aulas “D” y organizado por empleados de la Biblioteca “P. Florentino Idoate, S.J.”. 

Mercedes Burgos, ahora catedrática del Departamento de Psicología, era en 1989 estudiante de la UCA, y tuvo, en sus primeros años de carrera, como maestro al P. Ignacio Martín-Baró, uno de los sacerdotes asesinados. “Lo admirábamos mucho, era muy inteligente (…) y llamaba a todos sus alumnos por su nombre”, recuerda Burgos, quien también relata que al enterarse del asesinato, pensó que era una mentira. “Creí que era un rumor, que no era cierto”. Pero luego, al confirmar los hechos y llegar a la UCA, asegura que el ambiente que se vivía era de mucha tristeza y hasta cierto punto “angustiante”, pues no sabían si sus vidas corrían peligro. 

“Yo también vine a trabajar ese día”, comentó Gloria Santos, empleada por 30 años de la Biblioteca “P. Florentino Idoate, S.J.”. Ella, gracias a su trabajo, tuvo contacto con algunos de los religiosos asesinados. Incluso recuerda que tres días antes del crimen, el P. Segundo Montes llegó a la Biblioteca y le dijo: “Necesito un mapa grande de Honduras”. Gloria cuenta que le indicó dónde podía encontrar lo que buscaba y luego le sacó fotocopias al mapa. Y es que el P. Montes realizó varias investigaciones sobre los salvadoreños desplazados en Honduras a causa del conflicto armado, pues una de sus principales preocupaciones era la violación constante de los derechos humanos en el país. 

Explica Santos que durante la guerra, la Biblioteca “retenía” muchos libros, ya que los estudiantes estaban expuestos a cateos del Ejército en los buses o en sus casas, y la posesión de cierto tipo de títulos ponía en peligro la vida del lector. “Leer un libro es un delito, no sé por qué”, comentó el P. Ignacio Ellacuría en una de sus visitas a la Biblioteca, según Santos.

El P. Ignacio Martín-Baró fue director de la Biblioteca, y de esa época Gloria recuerda, aún con emoción, una fiesta navideña que él organizó para los empleados en el ahora llamado Bosque de Arquitectura. “Él quería que fuera como un picnic. Nos llevaron almuerzo y el P. Martín-Baró sacó su guitarra y se puso a cantar (…) Era muy jovial”.

Otras de las personas que pudieron conocer de primera mano el carácter y personalidad de los mártires fueron, sin a lugar a dudas, sus compañeros jesuitas. Entre éstos está el P. José María Tojeira, actual rector de la Universidad y en aquel momento Provincial de la Compañía de Jesús. 

El P. Tojeira llegó al país en 1985, y recuerda que en la primera reunión con los jesuitas residentes en El Salvador escuchó unas palabras del P. Ellacuría que le impactaron mucho: “Lo que tiene que haber es una solución negociada (del conflicto armado), que no haya ganadores ni vencidos”. Pero fue con el P. Armando López (“una persona muy solidaria, tanto que le llevó a la muerte”) con quien el P. Tojeira convivió más de cerca, pues compartían una de las casas donde suelen hospedarse los estudiantes de teología que aspiran a formar parte de la Compañía de Jesús. 

Entre otros detalles, el P. Tojeira relató cómo desde su habitación en la casa, ubicada en la zona aledaña a la Universidad, escuchó los disparos. “Yo oí los tiros, me desperté y pensé que era un enfrentamiento (entre el Ejército y la guerrilla); me quedé con esa idea”. A la mañana siguiente, al enterarse del crimen, asegura que sintió “como si me hubieran quitado el suelo, que me caería”. 

Las horas siguientes, recuerda el Rector, fueron muy difíciles, y una de las primeras cosas que hizo fue llamar al Superior General de los Jesuitas en Roma para comunicarle lo que había sucedido. También reconoció los cuerpos de sus compañeros, ofreció una conferencia de prensa y se reunió con el entonces presidente de la República, Alfredo Cristiani. 

El P. Tojeira comenta que, en medio de toda esa tensión, impotencia y tristeza, recibieron faxes y mensajes solidarios de todas partes del mundo, incluso una carta de un grupo católico en Japón.

Si bien es cierto que la muerte de los sacerdotes y de las dos colaboradoras fue un golpe duro para la UCA y para el país, a raíz del hecho, “se logró convencer a actores internacionales y nacionales de que era momento de acabar la guerra por la vía negociada”, de acuerdo al P. Tojeira. 

Y es que todo el accionar de los mártires giraba en torno a la promoción del diálogo como solución del conflicto y a la defensa de los derechos humanos. Por esto, su principal legado no solo radica en sus investigaciones, artículos o aportes teóricos, sino también en la entrega de sus propias vidas, con la que lograron salvar las de miles de salvadoreños.

De izquierda a derecha: Mercedes Burgos, Gloria Santos, Cruz Torres (moderador) y P. José María Tojeira (Foto: Dirección de Comunicaciones y Publicaciones, 12/11/2008).




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