El partido de los puros

Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero

Según se desprende de una entrevista brindada por José Luis Merino a un medio digital, la identidad del FMLN es clara para su dirigencia. Negativamente, es un partido antisistema; positivamente, eso significa que la riqueza producida por el pueblo debe ser distribuida de manera equitativa. Según su cúpula, es el único partido que cuestiona al sistema, va mucho más lejos que la socialdemocracia y el Estado de bienestar. En él, solo tienen cabida quienes aceptan esa escueta definición. El FMLN de la cúpula actual no puede ser plural, porque solo conquistará su gran meta, su razón de ser, si mantiene su postura antisistema y transforma sus fuerzas “en puño de acero”. Las purgas y las renuncias del pasado reciente son consecuencia directa del alejamiento de la línea trazada por la dirigencia. Frente al FMLN se erige la derecha, la defensora del sistema, y los demócratas, “compañeros de viaje” con quienes se puede dialogar.

La igualdad en la distribución del ingreso nacional es sin duda revolucionaria, en el contexto neoliberal actual, pero es ajena al socialismo histórico, en el que la cúpula dice inspirarse. En la práctica, a juzgar por la conducta del partido, su gran objetivo descansa en la lejanía de un horizonte indefinido. En efecto, en sus diez años de gobierno, el FMLN no ha hecho nada para redistribuir la riqueza nacional, ni siquiera lo intentó. Los programas asistencialistas que ha desarrollado no buscaban la reforma estructural. Al contrario, muchos de sus dirigentes utilizaron el poder para enriquecerse ilícita e impunemente. El FMLN no puede ser transparente porque, de serlo, expondría la corrupción de algunas de sus figuras más prominentes.

La dirigencia del FMLN, en otra curiosa simplificación, reduce a tres las cinco etapas típicas de la interpretación leninista de la historia: el sistema, la democracia y el antisistema. El camino hacia el socialismo, es decir, la distribución igualitaria de la riqueza nacional, pasa necesariamente por una fase democrática. De hecho, según la cúpula, las condiciones para la revolución democrática estarían maduras. Pero de nuevo, la práctica no se corresponde con la teoría. El FMLN no se ha distinguido por fortalecer la institucionalidad, sino que su prioridad ha sido llegar al poder para permanecer en él. En una década de gobierno, en lugar de crear las condiciones para dicha revolución democrática, ha debilitado la institucionalidad. El talante autoritario de su cúpula no tolera la independencia de poderes ni la limitación que la institucionalidad impone al ejercicio del poder.

En su ensoñación, la cúpula atribuye a la derecha sus desvaríos y sus contradicciones. Esta la habría obligado a abandonar el pensamiento revolucionario, hasta el extremo de avergonzarse de él, y habría desarticulado el partido, al imponer el pluralismo, una desviación por donde se habría colado la incoherencia. Entonces, en sus filas aparecieron el oportunismo y la perversión ideológica. Paradójicamente, esta curiosa interpretación de la cúpula hace del FMLN un espantajo de la derecha. Un partido tan voluble no vale la pena. Atribuir a la derecha el abandono de las ideas revolucionarias y la caída en el oportunismo es concederle demasiado. Es más apropiado decir que el FMLN abandonó el pensamiento revolucionario después de 1992 porque este carecía de solidez, porque no estaba preparado para enfrentar su nueva condición de partido político y porque el ideal revolucionario cedió a las tentaciones del poder y del dinero.

En la actualidad, según la cúpula, el FMLN es un partido de centro, que habría cambiado mucho. Frente a los resultados de la última elección, afirman que han “abierto el corazón para escuchar a todo el mundo”. Pero, al parecer, todo el mundo es Estados Unidos, con el cual dice haber conversado, y los ricos con “pensamiento”, esto es, que tienen en consideración su entorno económico y social. Son ricos que, para satisfacción de la cúpula, practican la llamada responsabilidad social empresarial, un ardid para tranquilizar conciencias, evadir impuestos, hacerse publicidad, y de paso, resolver algún problema puntual. En algún momento perdido en el futuro impredecible, la cúpula del FMLN irá más allá del centro, junto con estos ricos “pensantes”.

La pureza ideológica exigida por la cúpula del FMLN no es más que la aceptación de un pensamiento incoherente y falto de profundidad teórica. El sistema nada tiene que temer de un partido antisistema como este. Ni siquiera cuando identifica a Venezuela como su modelo, porque la dictadura venezolana no ha distribuido la riqueza igualitariamente. Ahí también el círculo alrededor del dictador ha utilizado el poder para enriquecerse escandalosamente. La pureza que la cúpula del FMLN exige está mancillada por ambiciones inconfesables, por una asombrosa inseguridad y también por la ignorancia. El puritanismo político, al igual que el religioso, termina en hipocresía y trivialidad.

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