Dos datos insoslayables

Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero

El reportaje de El Faro sobre los pactos del exalcalde de San Salvador con las pandillas, aparte de proporcionar información políticamente rentable para sus adversarios, evidencia dos datos insoslayables, que la polémica partidaria no debiera pasar por alto por el bien de la sociedad. El primero es que las pandillas son un poder fáctico, con el cual hay que contar, dado que controlan territorios con elevada densidad poblacional. Esto significa que sin su consentimiento expreso es imposible ingresar en ellos. Por eso, antes que el exalcalde, el FMLN y Arena negociaron con las pandillas dinero por votos. Probablemente, la mayoría de las alcaldías también lo hace, porque de otra manera no pueden entrar y mucho menos intervenir en los espacios controlados.

Dicho de otra manera, el Estado está ausente en esos territorios, a pesar de los planes de seguridad, el endurecimiento de la legislación y de las cárceles, la represión y las ejecuciones extrajudiciales. Las pandillas han demostrado ser mucho más resistentes, fuertes, inteligentes y flexibles que el Estado y sus instancias represivas. Dicha resistencia se explica también por la actitud de la población que, en algunos casos, las respalda explícitamente, y en otros, las acepta pasivamente, quizás porque no hay alternativa, dada la debilidad e incapacidad del Estado. El poder local, más cercano a la realidad de la gente, lo sabe muy bien y por eso negocia sus intervenciones con ellas. La población que vive y trabaja en esos espacios también lo sabe y lo sufre. No faltan voces que aseguran estar más seguras bajo el régimen de la pandilla que de la Policía y el Ejército. Y quizás no les falta razón, porque la Policía es maleducada, poco servicial, autoritaria y arbitraria. Por eso oculta su rostro tras inexpresivas y tenebrosas máscaras negras.

El otro dato interesante que proporciona El Faro es lo que las pandillas piden a cambio de cooperar. En vísperas de las elecciones municipales de 2015, el exalcalde de San Salvador, entonces candidato, recorrió los pasajes de una populosa colonia, en la cual Arena no pudo entrar, a cambio de una fiesta infantil con piñatas y juegos. Durante la negociación, solicitaron empleo, formación y entretenimiento para los jóvenes de dicha colonia. En un primer momento, pidieron dinero, pero el exalcalde le entregó materiales de construcción para mejorar la vivienda precaria de las comunidades bajo su control. Antes de la elección, acordaron que la alcaldía invertiría en dichas comunidades. De esa manera, la alcaldía obtuvo acceso a esas zonas y le permitieron remodelar el centro histórico de la capital.

En la beatificación de monseñor Romero y en las ferias de agosto, eventos que reunieron multitudes en zonas controladas, una pandilla negoció con la alcaldía la distribución de los puestos e incluso la participación de un grupo rival, porque las celebraciones tuvieron lugar en zonas fronterizas. Así, en la feria de agosto, las concesiones incluyeron la contratación de los pandilleros enemigos como vigilantes del parqueo por un salario modesto, un chaleco con cinta reflectante y un silbato. De esa manera, los familiares y las amistades de los pandilleros de esas zonas se beneficiaron del comercio de comida, camisetas, recuerdos y quincalla. Esto puede sorprender al extraño y al ingenuo, pero no al comercio informal. Todo comerciante sabe qué grupo controla el territorio donde se encuentra su negocio, lo acepta y paga la extorsión.

El poder fáctico de las pandillas se constata en otros dos casos. En el paro del transporte público de mediados de 2015, la alcaldía de San Salvador se sumó al esfuerzo del Gobierno para movilizar a la población. Pero sus vehículos circularon con la seguridad garantizada por la misma pandilla que impuso el paro. Más aún, destacaron pandilleros en dichos vehículos y en las paradas improvisadas para evitar incidentes. El otro caso es el del mercado Cuscatlán, localizado en la frontera de los territorios controlados por dos poderosas pandillas. Una de ellas exigió cien mil dólares o la guerra. El alcalde prefirió postergar la inauguración del nuevo mercado. Al final, aceptaron treinta de los 270 puestos disponibles con la condición de no extorsionar a ningún comercio. De esa manera, las pandillas se quedaron con los mejores puestos, que distribuyeron entre sus allegados.

Este poder fáctico no carece de cierta visión política. Las pandillas no solo han demostrado que pueden entorpecer una campaña electoral, sino también boicotear una elección. Pragmáticamente, el exalcalde les entregó entre 20 y 30 mil dólares para que no impidieran su elección, lo cual aceptaron con agrado para hacerle la vida imposible al FMLN.

De todo esto se colige que el mayor interés de las pandillas no es tanto el dinero, al menos no en cantidad exorbitante, como el empleo, el entretenimiento, la formación y la infraestructura. Desean medios de vida seguros, educación y esparcimiento. Este dato ofrece una pista para encontrar la salida a este gravísimo problema social.

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