Lo hermoso muere en invierno

Dibujo de José Adonay Ramírez.

Lo hermoso muere en invierno   (relato)

Por Marcela Ayala  

Por meses existí en la oscuridad. Lo único que sentía era mis raíces saboreando una deliciosa agua que provenía de una voz sin rostro. Intento abrir mis pétalos para conocerla, pero el dolor me detiene. Y, sin darme cuenta, caigo en un sueño profundo. Despierto por el sonido de unas voces. “¿A dónde quiere la mesa?” dice una voz masculina. “Alrededor de las flores, pero con cuidado”. Esa voz… A pesar del dolor quiero conocer de dónde proviene la voz. Al abrir mis pétalos solo puedo ver una luz cálida y fuerte. Después de unos momentos mis hermanas, las otras flores, me dan la bienvenida. “¡Oh mi Dios! Qué rosa tan bonita, ¿de dónde habrás sacado ese brillo?” dice la voz que escuché por meses. Ahora puedo verla con toda claridad. Es tan hermosa como me la imaginé, su cabello está recogido y es de un tono amarillo como el de una margarita. Sus ojos son verdes como mis pétalos. Alrededor de estos hay unas pequeñas arrugas y su sonrisa es pura y tranquilizadora.

“¡Josefina, la primavera ha llegado!” grita sin desviar la mirada. Puedo sentir sus dedos tocando mis pétalos. “Dígame, Doña Javiera” dice una mujer con pelo blanco que se acerca dónde nos encontramos. Así que se llama Doña Javiera, pienso feliz, por lo que mis pétalos brillan aún más. “Trae la caja de mi habitación. Pondremos a la rosa ahí para conservar su belleza y esplendor” dice Doña Javiera. Josefina entra corriendo a la casa. Cuando vuelve trae con ella una caja hecha de cristal, los rayos del sol se reflejan en ella dejando ver unos hermosos colores.

Doña Javiera me levanta con cuidado y me coloca dentro de la caja. Me pone sobre una de las mesas del jardín. Sus ojos verdes se mueven por cada rincón del lugar. “Encontré el lugar perfecto, rosa” me dice con una voz tan feliz que se confunde con la voz de una niña. Puedo escuchar el sonido del agua caer cada vez más cerca. Antes de darme cuenta Doña Javiera me coloca en la cima de la fuente que se encuentra en el centro del jardín con vista a la cordillera de los Andes. Por unos momentos se queda mirándome y en sus ojos puedo notar algo extraño. “Serás el centro de atención de esta tarde de té” dice antes de regresar a la casa.

Mujeres en uniforme dejan comida y arreglos sobre las mesas en el jardín. Mis hermanas bailan de emoción, supongo que la tarde de té será divertida. De un momento a otro, los invitados comienzan a llegar. Intento esconderme, pero es en vano. Los invitados ya han notado mi presencia. En un pestañar están rodeando la fuente. Doña Javiera aparece y comienzan a halagarle por poseerme. “Oye Javiera, que linda rosa” dice un invitado que va acompañado de una mujer delgada. “Brilla como tú en nuestra época de colegio” dice la mujer. Todos se reúnen para darme cumplidos. Después de un rato se encuentran socializando. Las señoras en uniforme ofrecen un líquido en hermosas teteras de porcelana con patrones florales. A través del cristal puedo oler la dulce fragancia del fluido color marrón que sirven.

El jardín, antes concurrido por invitados con vestimentas color pastel, se encuentra en silencio. Solo quedan los pequeños insectos, mis hermanas y yo. Pequeñas luces amarillas se reflejan en la caja de cristal y en los brillos de mis pétalos. El jardín se llena de belleza. Una de las luces amarillas se acerca a mi hogar y veo un pequeño insecto cuya parte trasera es la fuente de la atractiva luz. Después de pasar una noche jugando con mis nuevas amigas las luciérnagas, me despierto con el canto de toda la flora y fauna del jardín. Todos los días son divertidos, desde mi lugar observo a todo ser viviente. En las mañanas Doña Javiera me lee un poco y la veo sonreír.

El calor se presenta y los días se hacen más largos. Se han reunido pájaros atrevidos por el brillo de mis pétalos que se han intensificado por el animoso sol. Mientras ellos hacen piruetas en los aires yo intento seguirles el ritmo moviendo mis pétalos. Desde lo alto, veo cómo mis hermanas se reaniman por la brisa de verano, de la cual solo he escuchado en poemas que me ha leído Doña Javiera en nuestras sesiones de lectura.

“Pobre florecita, tienes que estar muriendo de calor” dice Josefina acercándose a la puerta de cristal que me mantiene en mi hogar. Las envejecidas manos están por abrir la puerta cuando Doña Javiera aparece. “¿Qué cree que está haciendo?” dice entre gritos y regaños mientras aleja las manos de la anciana. “Lo siento, señorita Javi. Pensé que a la rosa no le haría mal un poco de aire de verano” explica la mujer de casi 75 años. “Retírese ¡ya!” dice firme Doña Javiera. Josefina se marcha con la cabeza baja. Doña Javiera me brinda una de sus hermosas sonrisas, sin embargo, hay algo diferente, sus ojos reflejan miedo.

Los arboles se tiñen de tonos tornasol. Mis hermanas han perdido un par de pétalos pero siguen cantando para mí. Los pajaritos me visitan de vez en cuando y me divierten con sus piruetas y ocurrencias. Doña Javiera me consiente como siempre, aunque durante las noches puedo escucharla discutir con una voz masculina. “Javiera, reacciona” dice con tono elevado. “¿Sobre qué, Martín?” pregunta Doña Javiera molesta. “Todos los empleados hablan de tu prohibición de entrar al jardín” responde la voz varonil. Por unos segundos no se escucha nada. Hasta que Martín vuelve a gritar. “¡Por Dios, Javi! ¡Te estás volviendo loca!”.

Me encuentro sola y encerrada en mi caja de cristal. Extraño sentir el aire contra mi tallo, los rayos del sol en mis pétalos y las gotas de lluvia en mis raíces. Comienzan a caer pequeños copos de nieve del cielo. Una ráfaga de viento logra botarme al suelo. Mis pétalos hacen contacto con la nieve y empiezan a marchitarse. Debo estar triste, pero solo pienso en volver a sentir la tierra en mis raíces. Doña Javiera corre a mi dirección y siento una sensación sofocante en mi tallo. Se pone de rodillas frente los trozos rotos de cristal. Siento cómo el brillo abandona mis pétalos. Doña Javiera llora, una de sus lágrimas cae en mis raíces y recuerdo haberlas sentido antes, cuando todo era oscuridad. Doña Javiera llora pero…. no es mi nombre el que dice.

Escuche aquí la versión radiofónica del relato